jueves, 30 de octubre de 2008

Se me adelantó el día de muertos

No pensaba escribir nada relacionado al día de muertos, Halloween, espantos o muertos vivientes. ‘Basta con el bombardeo mediático y social’, pensaba. Sin embargo y para variar, el destino me tiene a punto de narrar un evento extraño que viví hace un par de días y que aún no sé muy bien cómo catalogar.

5 de la mañana de un miércoles frío. Circulo por eje 5 a toda velocidad acompañado por mi amigo Ángel. El transito es nulo, salvo uno que otro auto podría decirse que las calles se encuentran desiertas. Por el espejo lateral derecho de mi coche diviso de repente un camión que circula a gran velocidad por el carril del mismo lado. Unos 400 metros delante hay una bolsa de plástico de tamaño considerable. El camión nos rebasa y está próximo (de continuar en la misma dirección) a pasar encima de la bolsa.

Y así es. Una de las pesadas llantas del costado izquierdo de aquel camión pulveriza la bolsa, prácticamente la hace estallar. Atónitos atestiguamos como cientos de fragmentos de un contenido extraño vuelan por todos lados, tanto que el parabrisas es salpicado por una substancia espesa y de un escarlata intenso que nos impide ver con nítida el camino y el resto de pedazos (como de carne), que quedaron regados a lo largo y ancho de la avenida.

Active los limpiadores y el agua para mejorar la visibilidad, aunque el parabrisas no quedó del todo limpio por lo menos ya se distinguía el camino. Olvidé el hecho hasta unas horas después, cuando ya a plena luz del día descubrí que también el cofre, y gran parte del costado derecho del coche estaba salpicado por aquella sustancia rojiza. Después de enseñarle las manchas a diferentes personas todos coincidieron: es sangre.

Aquí unas bonitas imágenes:

Y sí, la verdad es que no es cátsup, no es pintura, ni salsa valentina.

Lo angustiante y medio tétrico es hacer conjeturas y nunca saber realmente qué era eso que contenía la bolsa. Podría ser carne de res o puerco que alguien tiró a propósito o por accidente en aquella calle, pero caben otras posibilidades más macabras que mi mente y sus mal viajes empiezan a considerar: ¿y si eran los restos de alguna mascota muerta… o viva?, ¿o un bebé?, ¿o los restos de alguna persona descuartizada?

Faltan unas horas para que la televisión y otros medios hablen de historias tétricas y yo, lejos de poder contar con la seguridad de que aquellas historias no son más que ficción, tengo el predicamento de ver mi auto ensangrentado cada vez que lo uso. Podría lavarlo pero me da asco y por enfermo que parezca, me resisto a la posibilidad de llevarlo a un autolavado por alguna fuerza masoquista extraña que me hace sentir que mi carro está a la moda y más ad hoc para las celebraciones de difuntos. A veces hago cosas que ni yo comprendo.

Se me adelantó el día de muertos, ¿por qué siempre me tienen que pasar cosas tan raras?

martes, 28 de octubre de 2008

Cuaderno de viaje 5 - El mejor momento de Campeche

La tarde a punto de caer en la hermosa bahía de Campeche, y yo que salgo de aquel restaurante bar con el impulsivo deseo de ver ocultarse al sol desde el malecón de la ciudad.

Bebida hidratante en mano recorro presuroso las calles que me llevarán a la frontera que forma la tierra con el mar, ahí dónde decenas de enamorados, románticos (que estos dos últimos no son lo mismo) nostálgicos, soñadores y aventureros de ocasión se reúnen para presenciar el espectáculo que con cada ocaso nos regala la vida.

Llego y la brisa del mar me da la bienvenida. Ha sido un día maravilloso y su fin no promete ni tiene por qué ser menos espectacular. Los últimos rayos de sol bañan delicadamente los edificios que sucumben ante ese agradable calorcito y a uno se le alegra el corazón. Bebida hidratante en una mano, cuaderno de notas en la otra y el iPod esperando la melodía que acompañará el momento; me declaro listo para unos minutos inolvidables.

Tomo una foto para perpetuar la muerte del sol.


Cuando se está a punto de encontrarse con uno mismo el ambiente se siente enrarecido. Desde mi llegada a Campeche sabía que éste momento, en el que se explicaría el por qué de mi presencia en aquella ciudad de ensueño, llegaría. Seleccioné aquella canción que tantos recuerdos salados me trae. Comencé entonces a hablar conmigo mismo.

Es raro esto, de encontrarme frente al mar con el corazón lleno de aire, sin ninguna habitante que pueda llamarlo suyo. Es, desde hace muchos años, la primera vez mis ojos ven ese intenso azul marino sin que mi mente reproduzca una y otra vez un nombre de mujer acompañando el compás de las olas. Esto de estar lejos sin añorar no me resulta normal, por un lado la calma llena de paz mi alma, aunque no niego que también extraño las tormentas de una pasión desatada, incontrolable y peligrosa. Mis sentimientos son como éste océano infinito, el problema es que acostumbré a la marea alta, y ahora que las aguas están serenas no me siento del todo cómodo.

El mar, el amor y yo somos una combinación de la que nunca salgo bien librado. La carga de sensualidad que trae los sabores del mar siempre terminan por hacerme llorar lágrimas de sangre. Fueron años de querer vencer ese sentimiento de amar, de suicidamente ir contra la corriente. Esta tarde es diferente y con la playa de testigo confirmo que me siento bien… pero vacío. Puedo dormir sin que nadie me robe el sueño; pero al despertar, durante esas horas en las que le hago frente a la vida, extraño ese motor que me impulse a ser un poquito mejor.

Vine a esta tierra llena de encanto para conocerme, para aprender e irme convenciendo de que nunca, en mi condición de humano, estaré conforme con lo que tengo. Asimilar que el truco está en saber apreciar la belleza del mar, esté en calma o en tempestad. Ser feliz en la soledad y en la ilusión. Saber que el chiste de la vida son momentitos como el que este atardecer hace que me enamore de la vida. A eso vine a Campeche, a tener, por más que no lo pueda expresar con palabras, una de las experiencias más profundas de mi vida.

A mi alrededor personas de distintas nacionalidades compartimos el mismo espacio, aunque sin duda la mente de cada uno vuela a universos muy distantes entre sí. El cielo se vuelve amoratado con toques de rojo carmín. Mi hora favorita del día se despide con otra canción que ni pintada para la ocasión. Le digo adiós a esta tarde, a Campeche y cierro el cuaderno de viaje.


Para checar las fotos de mi viaje a tabasco, da clic aquí y elige el álbum ‘Tabasco 08’.

sábado, 25 de octubre de 2008

Cuaderno de viaje 4 - Edzná


El Puente de los Perros

Aventurarse rumbo a Edzná tenía sus complicaciones y hasta uno que otro riesgo, de ahí que la opción de desistir nunca haya estado contemplada. Ubicada a unos 90 kilómetros de la Ciudad de Campeche, las ruinas de esta antigua ciudad maya son consideradas como unos de las vestigios más importantes de esta civilización en el sur del país.

Desde que se me ocurrió emprender un viaje a Campeche, siempre me atrajo la posibilidad de visitar Edzná, sin embargo, por varios comentarios de conocidos y de revistas de turismo me enteré que dar con aquellas ruinas era bastante complicado entre otras cosas por la falta de señalización en carretera y por la desinformación de la misma gente de la zona. Si eso era en automóvil, ¿qué podía esperar yo, que viajaba por mi cuenta y sin otro medio de transporte que mis pies?

Esa mañana me levante temprano. Traté de vestirme lo más cómodo posible. Cargando sólo mi cámara, celular, algo de dinero y mi iPod. En la recepción del hotel pregunté la manera más fácil de llegar a Edzná. Me dijeron que lo mejor era dirigirme al ‘Puente de los Perros’ y que ahí preguntara a los transportistas quién podía llevarme. Sin embargo me advirtieron que me apurara, pues cerca de las 15:00 regresar de allá se vuelve casi imposible, pues los camiones que hacen el traslado de personas dejan de trabajar temprano (de nuevo, la filosofía campechana haciendo de las suyas). Abandoné el hotel a las 9:10 de la mañana, el cielo estaba muy nublado.

Preguntando llegué al dichoso ‘Puente de Perros’, afortunadamente no estaba muy lejos del centro de Campeche. Después de perder unos minutos admirando la arquitectura del dichoso puente (que tiene unas estatuas de perros bien bonitas) me di cuenta que a la izquierda había un mercado y alrededor varios comercios que en lo absoluto le daban un lugar agradable al lugar. Indagué con un par de personas que me mandaron a una lonchería en dónde según salían los camiones. Un señor gordo y de olor asqueroso me dijo que el mismo manejaba el transporte pero que salía hasta el mediodía. Del regreso ni hablar, si podía pasaba por Edzná a las 15:00 hrs. Si algo más se le atravesaba, pues ya no iba y me dejaba abandonado.

Investigué otras alternativas, faltaba más. Entonces di con unos taxis colectivos que pasaban por Edzná. Aunque ahora que lo pienso, esas combis distaban mucho de ser taxis convencionales. Con tres hileras de asientos y la gente apretujada parecían peceras de la Ciudad de México. Afortunadamente el chofer me vio cara de turista y me permitió ir adelante, eso sí, junto a otro pasajero cuyo desodorante no le funciona muy bien que digamos. Cinco minutos después el ‘taxi-pecera’ tomaba carretera, eran las 9:45 de la mañana.


¿Y el histerias no vino?

Conforme avanzaba el vehículo, el camino se volvía más solitario. Selva a los lados, esa era lo único que se veía alrededor. Para colmo el cielo se nublaba más y más, hasta el grado de que varias partes comenzaban a cubrirse con niebla. El triunfo que inicialmente me había dado el encontrar un medio de transporte para llegar a Edzná se desvaneció cuando mi sentido de la lógica me empezó a bombardear con preguntas nefastas: ¿Qué pasaría si me llueve una vez que esté en la zona arqueológica? dado que no soy rico para comprarme otro iPod, ni otro celular, ni otra cámara, no me quedaba de otra más que pedirle a Dios que estos fueran a prueba de agua. Otra preocupación que comenzaba a rondar mi mente era el modo en el que regresaría de aquella aventura ¿y si no encontraba ningún medio de regresar? Lo peor es que la carretera esa estaba vacía y rara vez pasaba algún vehículo. Pa colmo era pura selva.

Decidí dejar de pensar, total, de eso ya me ocuparía más adelante. Ustedes no se preocupen, si están leyendo esto es que no me morí.


Edzná, la ciudad maya

Como a las 10:35 el taxi-pecera me dejó en la entrada del INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia) de Edzná. Antes de irse el chofer me dijo lo mismo: para regresar tenía que pararme en la carretera y esperar, pero no muy tarde pues como a las 3 de la tarde dejaban de pasar. Pagué 39 pesos de entrada y dejé (por aquello de la lluvia) el iPod, mi cartera y el celular en la recepción.

Siguiendo los señalamientos que nos llevarían a las ruinas, mi cámara y yo y mi soledad nos adentramos entonces en un caminito que nos llevaba selva adentro. La luz entraba a cuentagotas por las ramas de los inmensos arboles, los moscos no se cansaban de picarme y las decenas de sonidos que llegaban de todos los puntos cardinales me hacían rogar que en el camino no me fuera a topar con algún felino salvaje.

Unos 200 metros después llegué a las primeras ruinas. Interesantes, hermosas, pero nada del otro mundo. Tomé un par de fotos sin darme cuenta que al doblar en un callejoncito me toparía con la gran metrópolis en su esplendor. Ahí estaba el centro ceremonial de aquella antigua ciudad que la verdad es majestuoso. No es por presumir, pero yo que he estado en muchas zonas arqueológicas de México quedé sorprendido cómo hace mucho no me pasaba. No sé qué sea, pero las ruinas mayas tiene su toque muy diferente a las aztecas, zapotecas, mixtecas y otras grandes culturas del México Antiguo. Cuando el edificio de los cinco pisos estuvo ante mi cualquier otra preocupación pasaba a segundo término. Mi viaje a Campeche, sólo por ese instante, ya había valido y mucho la pena.


Subir las edificaciones, recorrerlas, ver el paisaje rodeado de una espesa selva y el ensordecedor ruido del silencio. Yo y esos gigantes de piedra en la más perfecta y adorable soledad. Yo y esos grabados en las piedras, paredes, y relieves que me cuentan mi pasado y me hacen sentirme parte de una riqueza que apenas y puedo contener por los poros. A final de cuentas yo soy parte de esa magia que cientos de años después sigue generando orgullo y grandeza. No sé si a los demás les pase lo mismo, pero cada que conozco un lugar así una parte de mi corazón conecta con el entorno y crea un ambiente sobrenatural. Me encuentro con esas ruinas y ellas me hablan. Es algo que se respira, que se siente… hace falta tener el corazón mexicano para saberse uno con estas maravillas que en siguen vigilando esta tierra que nos dejaron.

No sé cuánto tiempo estuve perdido así… ¿casi dos horas? La respuesta poco importa, en un lugar de esos uno se vuelve inmortal.


Vieja Hechicera

Ya a punto de regresar a la recepción del INAH, vi un letrero que señalaba el camino hacia ‘algo’ llamado “Vieja Hechicera”. Mi curiosidad fue más grande al cansancio y seguí el camino señalado. De nuevo me interné en la selva. De pronto a lo lejos veo venir en contrasentido a una figura rubia caminando hacia mi. Conforme se acercaba distinguí que se trataba de una señora de unos 40 años de aspecto extranjero, turista sin lugar a dudas. Al toparnos me preguntó con un marcado acento español si sabía qué era la ‘Vieja Hechicera’ le respondí que no tenía idea. Cada uno seguimos nuestro camino. Ella de regreso, yo en busca de la “Vieja Hechicera”.

Mucho camino recorrido y nada. Al contrario, el camino se perdía y daba paso a la selva cerrada. Decidí regresar, en parte porque no sabía ni qué buscaba, y en parte porque eso de ‘Vieja Hechicera’ no me daba buena espina.


Conchi y los niños sordos buena onda

Regresé a la recepción y mientras recogía mis cosas pregunté qué era la ‘Vieja Hechicera'. Pues resulta que era un árbol antiguo… entonces, si me crucé o no con el dichoso arbolillo nunca lo sabré, pues en una selva estaba rodeado de cientos de ellos.

El sol había despejado toda posibilidad de lluvia y hacía un calor insoportable, decidí entonces comprarme una coca cola en lata de una maquinita expendedora de bebidas. En esas andaba cuando de no sé dónde salieron un montón de niños con uniforme de escuela. Según mis cálculos eran de primaria. Me di cuenta que eran sordos, pues todos traían aparatos auditivos y se comunicaban con señas y a gritos con sus maestras. Vi que el camión el que habían venido de excursión provenía de Campeche, por lo que se me ocurrió la maravillosa idea de pedirle permiso a la directora de aquella escuela de regresarme con ellos a la ciudad.

Lo malo es que a la turista española que minutos antes me había encontrado también se le ocurrió lo mismo. Cuando llegué con la directora de la escuela, “Conchi” (quién sabe si la española se llamaba así, pero a partir de ahora en adelante así la nombraremos) ya hablaba con ella. De todos modos la maestra aceptó y todos abordamos alegres el camión. Una vez abordo la directora nos presentó como: “unos turistas amigos, uno mexicano y la otra española”. Los niños hasta nos invitaron y varias educadoras muy jóvenes, buena onda y guapas nos ofrecieron mandarinas y frituras. Igual y estoy delirando, pero creo que le gusté a una (iuuuuuuuuuuuuuuuu).

Durante el trayecto platiqué un poco con Conchi. Ella es de Barcelona y una vez al año abandona a su esposo e hijos y se va a recorrer el mundo. Este año le toco venir a México y ya había pasado por el DF, Puebla, Veracruz, Chiapas y después de Campeche pasaría por Mérida y después terminaría con dos semanas en Cancún. México se le hace inmenso y le impresionó la cantidad de policías que hay en la Ciudad de México. Sin embargo, hasta el momento no había tenido problema alguno en nuestro país.

Después de llegar a Campeche agradecimos a los niños y las maestras que tan amablemente nos dejaron acompañarlos. Cochi y yo regresamos en un camión al centro de la ciudad (ella pagó jo jo) y nos despedimos después de desearnos buena suerte.

Regresé a la comodidad del cuarto de mi hotel, apenas era la 1 de la tarde. Todo me había salido bien y lo mejor, tenía tiempo de dormir una siesta como marcan las reglas campechanas.

jueves, 23 de octubre de 2008

Cuaderno de viaje 3 - Anecdotario

Mi problema para el post de hoy era el no saber de qué escribir. No era que me faltaran temas sino todo lo contrario. Tengo tantas ganas de relatar tantas cosas que mejor decidí escribir éste post ‘campechano’ (en toda la extensión de la palabra) en el que incluiré algunas curiosidades o anécdotas que he visto durante mi estancia en la Ciudad de Campeche.

- Ayer conocí la UAC (Universidad Autónoma de Campeche), y estaba desierta. Muy bonitas instalaciones pero o escasean los estudiantes o a todos les dio por faltar justo cuando decidí visitarlos. Por cierto, los únicos estudiantes que llegué a encontrar se dedicaban a echar novio (actividad muy común por acá).

- En el centro de Campeche hay un tranvía turístico que, se supone, recorre la ciudad mientras un guía va comentando los principales atractivos arquitectónicos del lugar. El tranvía se llama ‘El Súper Guapo’ y tiene distintas horas de recorrido. Pues bien, ya sea por lluvia o porque el chofer no llega o no se junta la suficiente cantidad de pasajeros, pero me he quedado con las ganas de subirme al dichoso tranvía. Espero que hoy sea la buena.

- En varios restaurantes campechanos al agua de sabor se le dice ‘Refresco natural’.

- Los campechanos creen que un centro comercial es un supermercado. Hace unas horas le pregunté a varias personas en dónde podía encontrar uno (un centro comercial) y me mandaron a la Mega Comercial Mexicana. Encontré después una Plaza Comercial, pero está semi-abandonada y hasta miedo da entrar.

- Como tenía que hacer tiempo antes de abordar un autobús se me ocurrió ver una película en algún cine. Tras minutos de investigación descubrí que en Campeche hay muy pocas salas de cine, que exhiben películas medio pasadas de moda y que las funciones empiezan hasta las 6 de la tarde (y no siempre hay funciones). Una señora medio enojada me dijo: Aquí no es cómo en México, que puedes ir al cine a la hora que quieras… Empiezo a extrañar mi ciudad.

- En el McDonald’s de acá toman tu orden sin ofrecerte agrandar tu McTrio ni postres ni nada más. ¡A todo dar!

- Todos los taxis cobran lo mismo vayas a dónde vayas: 30 pesos. Es una tarifa preestablecida o los seis taxis que he tomado desde que estoy aquí se han puesto de acuerdo.

- En Campeche uno puede entrar a dónde sea. Las puertas de museos, casas, tiendas, edificios, oficinas, comercios, cantinas, etc., están abiertas a la hora que sea y puede entrar todo mundo. Es agradable ver que todos confían en todos. Aunque eso sí, ayer medio caí en un trauma psicológico cuando a las 9 de la noche caminaba por la calle y en todas las puertas y ventanas de las casas se escuchaba al unísono el inicio de la telenovela ‘Fuego en la Sangre’.


- Acabo de descubrir porque por acá todo mundo se dedica a ‘echar novio’: A nadie, por increíble que parezca, le gusta el fútbol. Vamos, creo que ni el béisbol que tiene un equipo en Campeche, tiene seguidores.

- Mientras realizaba mi caminata mañanera por el malecón campechano vi como un señor (supongo que un pescador) atrapaba un pulpo con las manos y lo agarraba, así vivo y crudo, a mordidas. Todavía no me repongo de la impresión.

- Es casi imposible conseguir un Gatorade en Campeche. Llevó tres días preguntando y en cada tiendita y local comercial me dicen lo mismo: están agotados. Habría que traer varios y revenderlos aquí, seria un éxito.

- Está mañana, a unas calles del hotel dónde estoy hospedado, fue el 5to informe de gobierno de la gobernadora de Campeche.

- La única estación de radio local aparte de EXA se llama Kiss FM y es muy ñoña y melosa (para que yo diga eso es que de verdad empalaga).

- Tiene poco más de una hora que probé el tradicional ‘Pan de Cazón’. Contrario a lo que pensé, me gusto. Les explico: es pescado de cazón dentro de unas tortillas, todo bañado por caldillo de tomate.


El itinerario de hoy: Visitar el Jardín Botánico XMuch` Haltun, La Casa Cultural No. 6 (lugar dónde se reúnen los intelectuales de aquí, yo nada más voy a hacerle al cuento) y a la Inauguración del 2do Encuentro ‘Rescatando las Raíces de Nuestros Pueblos en la Plaza Pública. Y a ver qué pasa, nos leemos.


Ciudad de Campeche, Campeche
Octubre 2008

miércoles, 22 de octubre de 2008

Cuaderno de viaje 2 - Los campechanos (y las campechanas)


Dos días en estas tierras me han bastado para conocer la forma en la que viven los campechanos. Antes de venir me preguntaba si eso de vivir la vida ‘campechanamente’ tenía algo que ver con la vida en esta ciudad: absolutamente.

Vivir en Campeche tiene su chiste, como no. Entre el intenso calor, los días soleados, la brisa de la tarde y la rica comida típica, que hace que uno se encuentre todo el tiempo con el estomago lleno, poco tiempo queda para preocuparse por otra cosa. Y es que, si algo se encuentra completamente ausente en la existencia de los campechanos es, precisamente, la preocupación. La Ciudad transcurre en calma a todas horas, quizá con excepción de las 3 a las 5 de la tarde, momento en el que los lugareños abandonan las calles para dormir un par de horas y descansar las comilonas que uno tiene por acá.

Dice el dicho (valga la redundancia redundante) que ‘a dónde fueres has lo que vieres’, así que para no desentonar con el ambiente campechano ayer y hoy he dormido placida y relajadamente en las tardes. Igual y es un desperdicio perder el tiempo cuando uno está en una ciudad que no es la suya, pudiendo estar conociendo diversos lugares. Yo pensaría lo mismo, pero de verdad es imposible luchar contra el ambiente de somnolencia que se apodera del ambiente.

Y así transcurre la vida por acá. Sin prisa por nada ni por nadie. Con una lentitud que a veces exaspera pero que la mayor parte del tiempo resulta muy agradable para aquellos que tenemos la manía de holgazanear. Acá los días se vuelven años y las tardes eternas. Las horas duran más que una batería Duracell y las noches son de una tranquilidad que cualquier defeño envidiaría. De hecho esa es mi única queja hasta el momento, la vida nocturna muere, por muy tarde, a las 10 de la noche. Van dos días que salgo en la noche en búsqueda (muy arreglado y perfumado, uno nunca sabe) de algún tipo de aventura o diversión y he tenido que regresar más pronto de lo deseado. Ojalá y está noche sí encuentre algo, porque eso de encerrarme en el hotel a las 10 de la noche está medio deprimente. O igual y así son las noches campechanas.

Concluyamos con que los campechanos son bonachones, que les gusta levantarse temprano para poder tener tiempo de dormir por las tardes y que en general, no tienen prisa por nada. Ahora, las campechanas son otra cosa. Todas tienen un no sé qué que hace que los campechanos anden aun más en las nubes. Empezando con la recepcionista del hotel en el que me hospedo (cuyas curvas me tienen dando vueltas la cabeza y me hacen balbucear tonterías cada que pido las llaves de mi cuarto), pasando por la chica que tengo justo en la computadora de a lado en éste café internet, hasta las educadoras con las que a medio día compartí un camión de la zona arqueológica de Edzná (post que escribiré, lo prometo, en los próximos días). La mayoría son delgadas y tiene ese acento porteño-yucateco que hipnotiza a quien las escucha.

El centro histórico de Campeche podrá estar lleno de atractivas extranjeras. Gringas rubias y altas, o elegantes y hermosas europeas, son opacadas por las bellezas locales que son, desde ya, otro motivo para no querer irse de aquí.

Casi dan las ocho de la noche y la noche campechana me pide que salga a buscar más aventuras. Vivencias que al fin y al cabo son el combustible de este vicio llamado escritura ¿Quién soy yo para negarme? Iré a un evento literario que un grupo universitario presenta en un teatro de la ciudad, después quién sabe…


Ciudad de Campeche, Campeche
Octubre de 2008

martes, 21 de octubre de 2008

Cuaderno de viaje 1 - Primeras impresiones


¿Qué hago en medio de un cuento de piratas?, ni yo lo sé.

Tal cómo sucede cuándo uno decide embarcarse en la lectura de una historia sin saber a bien dónde terminaremos, así de repente nuestra necedad nos lleva a lugares inimaginables, pero no por eso insufribles. Quizá haya sido por curiosidad, por aventura o por una fuerza que aun no sé descifrar muy bien, el chiste es que hoy escribo desde la Ciudad de Campeche, al sureste mexicano.

La idea de venir surgió de la nada hace unos seis meses. Aunque comencé a tomarla en serio hace apenas un par de meses. En mi vida había estado aquí, o escuchado, salvo lo obvio, referencia alguna de la ciudad o el estado. Lo elemental: Campeche colinda con los estados de Tabasco, Chiapas y Yucatán; que hace frontera con Belice y Guatemala; que es el estado con más reservas del petróleo del país; y cuna de la antigua civilización maya.


Poco a poco fui dándome a la tarea de investigar de a poquito, intentando descifrar qué es lo que sin saberlo, hacía impostergable mi visita hacia tierras campechanas. Varias consultas en internet después, sazonadas con una guía de viajero del estado confirmaron mi sospecha: tenía que ir a ese lugar que ya en fotos se insinuaba mágico.

Semanas después estoy aquí, escribiendo desde un café internet en una tarde lluviosa pero rica, calurosa por momentos. Apenas llevó unas horas aquí y la ciudad ya se ha encargado de encantarme a un punto que no saber ni qué escribir… ¿para qué si las palabras, las ponga en el orden en el que las ponga, no le harán ni la menor justicia a lo que ahora mismo ven mis ojos por la ventana de éste establecimiento? , qué por cierto, se ubica en esta calle:


La ciudad de Campeche antiguamente se encontraba amurallada. Un imponente muro bordea parte del antiguo pueblo que hace siglos era un puerto expuesto a los ataques de barcos piratas. Por eso es común encontrar cañones a lo largo del hoy remodelado malecón y vestigios de estas paredes de piedra que colindaban con el mar. Por si fuera poco, las calles de la ciudad son un festín de colores y antiguos estilos arquitectónicos que le han valido a la Ciudad de Campeche el calificativo que “Patrimonio de la Humanidad”. Si a eso le agregamos sus playas casi vírgenes, su exuberante vegetación, sus sitios históricos y sus zonas arqueológicas, tenemos a uno de los estados más ricos y atractivos de México.

Es imposible caminar esta ciudad sin sentirse en medio de un cuento de piratas, en otra época, en otro plano en el que todo sabe y se ve diferente. No imaginaba esta ciudad tan limpia, tan diferente a todas las que he visto, tan moderna en partes y tan colonial en otras. Desde que llegué ando con esa sensación de extrañeza pues no termino de acomodarme en un sitio que debería ser la escenografía de una película y no una ciudad real. Uno, dos tres, cuarenta o mil pasos y la sensación es la misma. Sigo sin saber qué me hizo viajar hasta acá, pero presiento que pronto lo encontraré. Es similar a escribir, se sabe cómo empieza la historia y se tiene una vaga idea de lo que va a pasar, lo demás es un misterio que ni el propio autor sabe.

Se me complica escribir cuando estoy de viaje, sin embargo nunca he podido dejar de hacerlo y claro, ahora no será la excepción. Inicia aquí mi cuaderno de viaje por Campeche y mi búsqueda del motivo que me llevó a cometer la locura de recorrer más de 1,000 km desde la Ciudad de México. Aunque una cosa es cierta, con las horas que llevo aquí, ya gané. Nos estamos leyendo, por lo pronto me voy a recorrer la ciudad en tranvía y después a ver la puesta de sol en el malecón, muéranse (pero de a mentiritas) de la envidia).


Ciudad de Campeche, Campeche
Octubre de 2008

domingo, 19 de octubre de 2008

Mi México 68, 40 años después


Pocos años han resultado tan míticos como 1968. En la mayoría de los ámbitos puede hablarse de un antes y un después de esos 365 días (bueno, 366 pues fue año bisiesto) que cambiaron el rumbo de la humanidad.

Las canciones de "Magical Mistery Tour" y “The White Album” de The Beatles maravillaron al mundo con su sonoridad perfecta y por semanas ocuparon los primeros lugares de popularidad; se filmó la legendaria película "El Bebé de Rosemary"; los movimientos estudiantiles inundaron Europa, México no fue la excepción y el 2 de octubre se efectuó la tristemente célebre matanza del 2 de octubre; "Mrs. Robinson de Simon and Garfunkel era la melodía de moda; Gabriel García Márquez escribió "Cien Años de Soledad"; el mundo se cimbraba por la discriminación a la raza negra; y claro, la Ciudad de México fue sede de los decimonovenos Juegos Olímpicos de la era moderna.

No, no se trata de olvidar los trágicos acontecimientos de la represión estudiantil que derivó en un final trágico. Pero sería una injusticia olvidar que hace justamente 40 años en México se celebraban una de las mejores Olimpiadas de las que se tenga memoria, y que revolucionaron para siempre la manera de organizar la magna justa deportiva. Más allá de lo deportivo, los juegos de México amalgamaron una nueva manera de vivir el olimpismo.

Eso y más nos confirma la exposición “Diseñando México 68: Una identidad Olímpica” que actualmente se presenta en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México hasta el próximo 26 de octubre. Para quienes afortunadamente vivieron ese inolvidable evento es una buena oportunidad de revivir aquella época; para quienes no habíamos nacido, pero hemos escuchado cientos de anécdotas y referencias de aquellos tiempos, que mejor oportunidad para conocer a fondo todo lo que conllevó la organización y posterior realización de los Juegos.

A veces siento que a nivel nacional no se le da la suficiente importancia a la trascendencia de México 68. La primera olimpiada celebrada en un país en vías de desarrollo trajo consigo competencias gloriosas y muchos récords mundiales; el diseño del logo, iconos y memorabilia del evento son considerados hasta hoy como una de las principales propuestas visuales del diseño gráfico moderno; además, por primera vez estos juegos también involucraron un gran número de actividades artísticas y culturales que le dieron a la justa una dimensión total de identidad.

Recorrer la exposición me reafirmo lo que muchas veces me habían comentado. Nuestro México 68 fue una fiesta entre naciones, la reafirmación de que nuestro país estaba listo para organizar con creces un evento de tal magnitud y encantar al mundo entero con la calidez y hospitalidad que sólo nuestro pueblo es capaz de transmitir. Pocos Mundiales o Juegos Olímpicos han llegado a ser tan emotivos como los realizados en este país pues en esta tierra las cosas se hacen con toda la entrega que el corazón nos permite.

Por aquellos años la Ciudad de México experimentaba una extraña apertura a la modernidad y a la psicodelia que afortunadamente embonó a la perfección con el enorme bagaje que de siglos atrás traía impregnada la cultura nacional. Fue así como desde el logo, los coloridos y la manera de estructurar cada detalle dentro de un todo compacto y bien definido le dio a México la identidad que tanto tiempo llevaba buscando. De alguna forma entramos en los primeros planos mundiales no presumiendo, sino compartiendo lo mucho que somos.

Carteles, videos, vestuarios, fotografías y mucha nostalgia es lo que integra esta exposición que esta tarde me enamoró aun más de mi país. Si viven en la Ciudad de México no pueden perderse la oportunidad de verla, ¡aun quedan unos días!








Horario
Martes a domingo
10:00 a 17:30 horas
Admisión
$20.00 MN
Entrada gratuita con credencial de profesor, estudiante e INAPAM
Domingo entrada libre general

Paseo de la Reforma y Gandhi s/n
Bosque de Chapultepec
Cuidad de México, C.P. 11560

¿Y esto?

jueves, 16 de octubre de 2008

El niño con el piyama de rayas


Sabrá Dios cuántos libros he recomendado a lo largo de los más de dos años que llevo teniendo un blog. En esta ocasión, lo difícil no será recomendar uno más, al contrario, lo complicado será describir “El Niño con el pijama de rayas” será hacerlo sin violar la cuota de sorpresa necesaria para leer esta obra. Y es que lo ideal es leer esta obra como yo lo hice, a bote pronto, sin esperar nada ni saber de qué trata, pues así, el impacto al final será mayor.

A “El niño con el pijama de rayas” llegué gracias a la recomendación que Wen Perla hizo en su blog. Poco después me lo topé en una librería y no me lo pensé dos veces. En un principio lo que me atrajo fue la típica pregunta ¿de qué tratará la historia?, pues la contraportada del libro no devela misterio alguno, al contrario, se vuelve mucho más interesante con la frase ‘el libro que tienes en tus manos es muy difícil de definir (…) estamos convencidos de que explicar su contenido estropearía la experiencia de la lectura. Creemos que es importante empezar esta novela sin saber de qué se trata´. Así inicia uno la historia, sabiendo lo menos, abandonándose completamente a la narración del irlandés John Boyne, descubriendo una historia en apariencia sencilla que poco a poco pasará de la inocencia a la crudeza; aparente calma que se volverá una peligrosa marea de la que nuestra conciencia difícilmente saldrá bien librada.

Quisiera contar mil y un detalles, más mi confianza en que tarde o temprano llegarán a esta historia me detiene. Solamente les diré que la historia gira en torno a Bruno, un niño de nueve años que de un día para otro se muda junto con su familia a una casa junto a una cerca, de esas que nadie quisiera que existieran… y ya, no escribiré nada más sobre la trama pero sí sobre la cantidad de sentimientos que con cada hoja se nos va revolviendo en el interior, y lo peor, sin que nos demos cuenta. Una novela para adultos que debería ser leída por niños o viceversa, sigo sin saber cuál sería su categorización correcta.

Ahora me vengo enterando de que “El niño con el pijama de rayas” ha sido adaptada al cine por Disney y que seguramente muy pronto llegará a México. Mi recomendación, si bien puede sonar un tanto petulante es la más sensata: no busquen información en la red ni de la película ni del libro, vamos, ni siquiera alguna imagen que les pueda echar la experiencia de un viaje que nadie espera y que por eso mismo está lleno de encanto. Sumergirse en el punto de vista de un niño y transformar cualquier adversidad o tragedia en una aventura; ¿quién no lo añora?, lástima que al final tengamos que pagar la oportunidad con un nudo en la garganta.

Nos seguimos leyendo.

martes, 14 de octubre de 2008

Fotos del tour gastronómico

Nada de extraño tendría el que se dudara de la veracidad de la entrada anterior. No es algo que se pueda creer tan fácilmente, eso de comer por días enteros alimentos nada saludable. Suena a harakiri, aunque sin el toque glamuroso y místico que los orientales suelen agregarle a los suicidios.

Por eso, y en honor a la verdad y credibilidad que “casi siempre” ha tenido éste blog, público estás fotos correspondientes al "Tour Garnachero-grasoso 2008" en su día 9; en otras palabras, las imágenes (que dicen, valen más que mil palabras) están fresquecitas ya que fueron tomadas hace apenas unas horas en el comedor del trabajo:


Mi huarache con ‘biste’


El buen Julio a punto de engullir su taco gigante de alambre....



Oscar disfrutando de su par de Gorditas de Chicharrón...


Brigitte, que hoy anunció su retiro del tour, comiendo una comida saludable y nada apetitosa conocida como ‘Germen’ (nótese su infelicidad)...


Ya lo sé, parecemos animales insaciables. Juro solemnemente que la próxima vez que escriba no lo haré sobre comida.

lunes, 13 de octubre de 2008

Tour Garnacho-grasoso 2008


Desde la semana pasada participo en un club gastronómico junto con varios compañeros de trabajo. Lo que empezó como un juego, hoy es toda una realidad que si bien, tiene sus dudosas consecuencias, no queremos, ni vamos a abandonar. La tarea es la siguiente: probar la comida de todos y cada uno de los puestos de comida que están alrededor del lugar en dónde trabajo.

Todo comenzó cuando un compañero de la oficina llegó con un ‘taco gigante’ que acababa de comprar y que por cierto, se veía delicioso. Hay nos dimos cuenta de las muchas delicias que nos faltaba por probar y juramos que no nos volvería a pasar. Antes, cuando mi vida era saludable, solíamos consumir ‘comida grasosa’ una vez cada quince días. Ahora, la locura de probar todos los platillos nos metió en la encrucijada de arrasar con un puestecito diferente cada día, hasta colonizar toda la zona.

Así, desde el lunes pasado hemos ido calendarizando cada uno de los antojitos con el fin de brindarle a cada uno la atención y tiempo que merecen. Hasta el momento, esta ha sido la ruta, después de seis días del tour:

Lunes 6 de octubre: Queríamos pedir el dichoso taco gigante, pero ese día el señor no abrió. Tuvimos que conformarnos con quesadillas de queso.

Martes 7 de octubre: Ahora sí hubo tacos gigantes (grandísimos, apenas caben en el plato). Cada quién pidió uno campechano (carne de suadero con longaniza). Vale la pena mencionar que los tacos vienen tan bien servidos, acompañados de papas o nopales, que apenas y se pueden cerrar. Esa tarde me empezó a doler el estomago.

Miércoles 8 de octubre: Como nos dimos cuenta que hay de diferentes cosas, repetimos. De nuevo taco gigante, pero ahora de ‘alambre’ (bisteck preparado con queso, pimiento rojo y otras cosas raras). El dolor estomacal continuo, pero sólo por la tarde.

Jueves 9 de octubre: Repetimos, otra vez tacos gigantes (cada quién pidió el de su predilección). Además, cada quién lo acompañó con una quesadilla. Esa tarde, todos mis compañeros del tour reportaron sufrir dolores y empacho en la tarde, aún así, decidimos continuar como los machos y machas que somos.

Viernes 10: Sope grandotote con quesillo y bisteck encima. De nuevo lo acompañamos con una quesadilla de queso. Esa tarde ya no me dolió nada. El sábado y domingo no me tocó ir de guardia, pero quienes fueron me reportan que esos días se consumieron tortas cubanas, tortas de tamal, tacos de canasta, y de nuevo, tacos gigantes.

Lunes 13 de octubre: Una amiga trajo Hot Cakes de figuritas de Mickey Mouse. Para que no se sintieran solos tuvimos que comerlos con jamón y cajeta. Aun no me duele la panza.

Es importante decir que diario tomamos café cargado por ahí de las 8 de la mañana y que casi todos los días llegamos a comer a nuestras casas, pues las comidas del tour tienen lugar por ahí de las 11 de la mañana. Si bien sabemos que hemos comido como animales, lo cierto es que lo peor está por venir: Mañana huaraches, pasado gorditas de chicharrón, el jueves hamburgesa de cinco carnes de Burger King (vean la publicidad, es enorme) y el viernes Mixiotes. Para la otra semana ya están atendidos los pollos rostizados, los tacos de cecina, las tortas de pastor, los legendarios tacos del ‘chupa’ y pollo KFC. La lista sigue creciendo, por lo que éste noble recorrido culinario amenaza con extenderse varios días más, mismos que espero completar con ayuda de unos Pepto Bismol y mucha fuerza mental.

Ya sé que esto es una locura, que engordaré y que mi salud será peor que la de un anciano, pero retos así son los que forjan el carácter de un hombre. Pueden venir noches de indigestión o pantalones que ya no cierren, pero no me voy a doblegar jamás. Una vez completada la gira, comenzaremos la “Gira Saludable 2008”, en la que comeremos frutas, ensalada, licuados y mucha agua (aunque para ser honesto, este tour no durará más de tres días).

Como sea, si de pronto nos encontramos por ahí y me ven más gordo, no pregunten, ya demasiado duro es el reto que a diario vivo. Nos estamos leyendo, si es que las infecciones no se han apoderado de mi intestino delgado. Si puedo, mañana posteo unas imágenes del tour.

viernes, 10 de octubre de 2008

Los hermosos gitanos (no sea payaso doctor)


Fue en el verano del 2005, año personalmente raro y perfectamente olvidable, cuando me decidí a ver esa obra de teatro que llevaba meses tentándome. El spot radiofónico que diariamente escuchaba en los cortes comerciales del programa de radio ‘La Taquilla’ terminaron por convencerme:

“Un personaje a la altura de estos tiempos: yo ya no me enamoro, ya sufrí mucho, voy a tomar un antidepresivo. Y de pronto, toca la pasión a la puerta… usted, ¿qué haría?”

“Los Hermosos Gitanos (no sea payaso doctor)”, escrita por el dramaturgo mexicano Sergio Zurita y producida por René Franco (ambos locutores de La Taquilla), se presentó con gran éxito durante varios meses en el Centro Cultural Helénico de la Ciudad de México. No lo recuerdo claramente, pero creo que fui a verla un miércoles por la noche con una amiga que amablemente se ofreció a acompañarme. Si bien tenía una leve idea de la trama y temática de la historia, al salir del teatro mis expectativas sobre aquella puesta escénica habían sido superadas ampliamente. Más aún, había tocado mis fibras más sensibles, revoloteando mis pocas certezas y causándome infinidad de cuestionamientos sobre la conducta humana en relación al amor y la pasión.

Una cosa es asistir al teatro y presenciar ante nuestros ojos una representación sobre otras vidas; y otra muy distinta, que los actores, movimientos escénicos y los diálogos se conviertan en una extensión de nuestros pensamientos, y por momentos, se apoderen de nuestra mente para llevarnos de paseo por nuestro subconsciente. Ver nuestra imagen desde otra perspectiva, tal es una de las funciones del arte.

Jamás sabré si esa obra fue tan impactante para mí, como para el resto de los espectadores. Probablemente tenga que ver que dos de los tres personajes de la obra son muy parecidos a mi. Parecidos pero contradictorios. Parecidos como amigos, y también como enemigos. Diferentes como el amor y el enamoramiento. Por un lado, Gabriel Echenique, psicólogo dependiente de los antidepresivos, condenado por miedo al amor a la más triste soledad; por el otro, Juan Grete, afamado comediante a nivel mundial que se dice, puede curar con la risa. Ambos unen su existencia en el momento en el que el comediante decide tratarse con Echenique pues se le está ‘enfermando el alma’. Lo que Echenique no sabe es que la esposa de Grete es la misma bailarina de performance de la que él está enamorado. Lo que Grete ignora, es que su psicólogo lleva varias noches acudiendo el sitio en el que su mujer se presenta.

Seguramente caigo en un sitio común al decir que poseo un poco de las fortalezas y un mucho de los defectos de Echenique y Grete. Ambos la aman a ella. Desde diversas formas, desde trincheras contradictorias, sin reparo, sin buscar explicaciones, o sin encontrar respuesta al origen del asco que también sienten por ella. Ella, siempre cambiante hasta de nombre, siempre diferente y siempre un conjunto, hija del cacique de un pueblo al que cada año iban los gitanos, que son hermosos, hasta que un crimen los alejó para siempre.

“Los Hermosos Gitanos” fue más que mi obra de teatro favorita, una canción de Bob Dylan, un autorretrato con múltiples ángulos o un inteligente descripción de “Las señoritas de Avignon” de Picasso. Fue un escaparate en un año francamente difícil a nivel emocional en el que buscaba mi rumbo. Así descubrí que el chiste de la vida es apostarle al deseo, por más que sepamos que la muerte terminará por, algún día, ganarle la batalla.

Meses después terminó su temporada y yo me resigné a que aquella historia se quedaría almacenada con la mayor fidelidad posible que el recuerdo tras el paso de los años me permitiera. Por eso no cabía de gusto cuando hace unos días, el ocio en Google me llevó a toparme inesperadamente con el libreto de “Los Hermosos Gitanos”. Siempre me la paso recomendando lecturas en este blog, pero ahora, además de hacerlo les dejó en enlace y la recomendación de que le dediquen unos minutos a esta delicia de texto que espero, algún día regrese como puesta escenica.

Hagan 'clic' aquí para leer "Los Hermosos Gitanos"

Termino de escribir aún medio aletargado por mi reencuentro con esta obra del siempre brillante Sergio Zurita, el cual nos sigue sorprendiendo ya sea en la ‘Taquilla’ o con su participación en escena de “El Oeste Solitario”.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Las veces que he querido cambiar

Sí, aunque no sepa por qué lo admito, gran parte de lo que escribo habla de una necesidad irresistible al cambio, a situarse en otra realidad, a escapar de la monotonía. No es que no me guste cómo soy, o más aún, cómo se dan las cosas, pero parte de mi naturaleza humana es nunca estar conforme con el presente. Quizá estoy loco, estúpido o demente, quizá ni sé lo que quiero (tema tratado hasta el cansancio en este blog) pero nunca estoy satisfecho. Siempre me sobra, siempre me falta, siempre añoro. Nunca poseo un total, un todo. Glotonería de vida, que no conoce saciedad.

Cuando la prisión de los días idénticos se vuelve asfixiante uno siempre intenta escapar a dónde sea. Cualquier lugar, por más extravagante que sea, puede servir pare reinventarse y apenas por unos instantes, respirar las bocanadas de aire puro que cualquier aventura o pequeño cambio significa. Leer podría ser ese escape que muchos añoramos, que tantos de nosotros buscamos para sentirnos un poquito menos normales. Al fin y al cabo, querer cambiar y perderse en las páginas de una historia bien contada son situaciones secuenciales. Una lleva a la otra y viceversa.

Leo porque es mucho más sencillo que darle un giro real al rumbo de mi existencia. Lo hago con desesperación, como si supiera que sólo así podré librarme de la angustia de querer ser otro y no lograr, ni siquiera, tomar la decisión de comenzar a hacerlo. Se lee para estar en movimiento, aun en la más pasiva de las inmovilidades.

¿Qué pasa cuando alguien descalifica nuestro único motor de cambio, y diciendonos que leer y escribir no deja nada bueno, pues ambas actividades son una pérdida de tiempo? Así le pasó a Ringo Star, en una divertida y genial serie de escenas en la película ‘A Hards day´s night’ de The Beatles. Regañado por su manía de leer y soñar todo el tiempo bajo un argumento que a muchos nos parece tan familiar: ‘Busca algo mejor que hacer con tu vida’. Cuando el pobre Ringo lo intenta termina provocando problemas y haciendo el ridículo. Por eso la escena me encanta, porque las veces que he querido cambiar de verdad, los resultados han sido muy parecidos o hasta peores.

He perdido la cuenta de las veces que he dicho ‘ahora sí va la buena’ y al final no pasa nada. Supongo que no se puede fingir lo que no se es ni tampoco cambiar a nuestro antojo. Identificar hasta qué punto podemos ir contra nuestra naturaleza es una cosa y atreverse a rebasar esa línea es otra muy diferente. En el camino uno termina desviándose hacía rumbos no deseados y corriendo el riesgo de convertirse en un hibrido de quién sabe qué cosa.

Las veces que he querido cambiar he sido un caos. O se desquicia mi entorno o termino patas pa’ arriba. ¿Será que la esencia del cambio no es llegar a ser otro, sino lo que se aprende en el camino? Y es que hasta hacer el ridículo tiene su chiste.

Y si no, pregúntenle a Ringo…
(vean todo el video, de verdad es muy bueno y se acerca demasiado a un día común y corriente de mi vida)


lunes, 6 de octubre de 2008

Mole to go



Pues unos amigos y yo fuimos a Puebla para apoyar al Atlante, que como siempre, ganó el partido. Después fuimos un restaurante carísimo, lujoso e italiano al centro de la ciudad (bueno, ni tan lujoso ni tan carísimo) para comer algo tradicional, como mole poblano o semitas. Yo pedí Lasaña. Mientras hojeaba la carta descubrí un nuevo platillo que seguramente dentro de poco estará de moda en todas partes: el mole to go.


No sé si ‘Mole para llevar’ se traduzca así, pero ni duda de de que el ‘Mole to go’ se ve rarísimo y extraño, como si esa carta la hubieran hecho al aventón. Al final no pedí el mole, pero prometí solemnemente por la memoria de mis familiares regresar muy pronto y probar el mole to go. Con suerte cuando regrese ya tendrán ‘espagueti to be’ (que chiste tan malo).

Aquí unas fotos de la aventura:

Restaurante carísimo dónde venden el 'mole to go'.


La alegría (todavía no veía la cuenta) que me produjo el saber de la existencia del ‘Mole to go’. Notese mi bronceado poblano por pasar dos horas bajo el sol en el Estadio Cuauhtémoc.

viernes, 3 de octubre de 2008

Hechizo de amor

Lo extraño no fue que me dieran aquel volante con letras verdes durante un alto en el cruce de División del Norte y Miguel Ángel de Quevedo, menos que lo guardara sin saber por qué. Lo verdaderamente intrigante es que esta tarde, el dichoso papelito me esté dando vueltas en la cabeza.

Mentiría al decir que considero como posibilidad real acudir con la dichosa Sandra, la “consejera espiritual” para solucionar lo que de momento me tiene en jaque. Y sin embargo, la idea de que por medio de Magia Blanca, uno consiga los favores amatorios de quién quiera. No importa cuántas veces haya leído la hojita, convencido de que lo anunciado en ella no es más que pura charlatanería… ¿pero y sí no? La oferta es por demás atractiva: Infidelidad, salamiento, maleficios, desamor y hasta espíritus malignos; poco importa el mal que nuestra alma y corazón padezcan pues a manos de esta experta en amarres, todo puede tener solución.

Si al menos creyera, aunque fuera sólo un poquito más, en la brujería y sus derivados, ahora mismo tomaría el teléfono y le marcaría a la tal Sandra. No para que me trajera a un viejo amor de vuelta ni para que mejore mi suerte en asuntos sentimentales. Lo único que quisiera sería preguntarle si existe el amor a primera vista. Sobre todo porque necesito creer en él a pesar de que hasta hace unas semanas me burlaba de quienes afirmaban haber caído en sus garras. Requiero que una experta en hechizos me explique si caí o no preso de uno de los hechizos más poderosos e indescifrables del mundo: el amor.

Pocas veces alguien me ha cautivado a primera vista como ella. El que después del impacto inicial de su belleza siguiera mi hipnosis por su presencia me confirmó que aquella mujer era especial. Observarla en aquella reunión de amigos, bailar una pieza con ella o intercambiar miradas accidentales me la grabó en la mente. Sería bueno preguntarle a Sandra si ese encuentro estaba dibujado ya por el destino, sí es sólo una confusión, o si nuestro segundo encuentro tuvo en ella los mismos efectos que en mi.

Quizá, Dios quiera y no, sólo estoy deslumbrado por el paso de una estrella fugaz y mi ilusión no sea más que una delgada capa de auto negación. Puede que sea una blasfemia, pero ojalá Dios quiera que el amor en su versión ‘a primera vista’ me haya embrujado de la forma más letal. Que se apodere de mi, que me haga rebasar mis fronteras y lleve estos extraños sentimientos a buen puerto.

‘Sugiero no ilusionar’ dice una de las líneas de una canción que escucho para matar el tiempo. Aun así el volante de Sandra una y otra vez aparece en mi campo visual transformando mi confusión en preguntas. ¿Será un hechizo de amor el que me tiene como loco mirando mi celular sin descanso, aguardando la llegada de algún mensaje que de una buena vez me responda si podré verte o no esta noche? y de ser así cómo puedo comprobar si el hechizo es real, cómo hacerle para que la delgada capa que esta noche puede separar a la magia de la realidad no se rompa y se vuelva más fuerte. ¿Cómo le hago para creérmela y dejar ese miedo a siempre dar sin recibir nada a cambio?

Al menos esta tarde un mensaje de celular puede hacer un mundo de diferencia. Puede llegar mientras escribo estas palabras, o en una hora, o en cinco. Un mensaje que por ahora significa creer o no en que los hechizos existen. Así de frágil es la consistencia del mundo en estos minutos espesos que se pueden volver livianos si ella así lo decide.

No quería hablar tan pronto de ti en este blog, pero las ganas de gritarle a los cuatro vientos lo que está pasando ha sido más fuerte. La magia sería hablar de ti de ahora en adelante y para siempre. Hoy hay una fiesta, después nada más importa.