sábado, 28 de febrero de 2009

Quiero ser millonario


En medio de mi depresión a causa de la crisis financiera, fui al cine. Sabía que ir a ver "Quiero ser millonario" (Slumdog Millionaire),la película más galardonada en la última entrega de los Premios Oscar daba cierta garantía, pero la sensación que sentí un par de horas después, al salir de la sala del cine, rebasa todas mis expectativas.

De vez en cuando llegan obras así, capaces de tomarlo a uno por sorpresa y robarle cuanta sensación posee. Reír, emocionarse, llorar, conmoverse, enamorarse. Por todo eso y más nos lleva el tobogán cinematográfico de esta película que por dónde se vea es perfecta. Empecemos por la historia, que por cierto se desarrolla en la India. Jamal Malik, un humilde trabajador de un Call Center participa en un programa de concursos en el que, sin aparente explicación, comienza a ganar una fortuna; situación que levanta las sospechas de las autoridades que no creen posible que un individuo común y corriente tenga la capacidad de responder correctamente a las complicadas preguntas del certamen. El planteamiento, aunque simple, termina desarrollándose en tantas vertientes como posibilidades tiene él aquí y ahora, osea, un infinito.

La vida de Jamal, por si misma, es capaz de llevarnos de la mano por la historia contemporánea de la India y nos muestra una visión más cercana de lo que realmente pasa en el interior de ese país. Además de una crítica a la corrupción, a las mafias callejeras y a la explotación infantil, “Quiero ser Millonario” es ante todo, una historia de un amor raro pero que nunca se da por vencido. Es en este contexto en el que la película alcanza sus tonos más altos y nos habla de tú. Al final la premisa no es conseguir o no el premio millonario, sino sujetar con fuerza a un amor que se vuelve escurridizo y que de tan esporádico ni siquiera existe la seguridad de que se le pueda llamar así.

Latika es el nombre de la que para Jamal es “la mujer más bella del mundo”, adjetivo que uno da por cierto conforme se va sumergiendo en una historia de opción múltiple en la que la casualidad y las cosas escritas por el destino se cruzan una y otra vez de forma engañosa. Al final el dinero es una causa de una carrera loca por vivir.

La obra maestra de Danny Boyle es aderezada por una producción impecable, que lo mismo deslumbra al cinéfilo con tomas de los suburbios de Bombay que con los modernos edificios de la India de nuestros días; y por un casting compuesto por actores hindus debutantes y sin experiencia, pero ideales para darle el rostro y ritmo alucinante a “Quiero ser millonario”.

Va a ser prepotente, me saldré de mi estilo y seré imperativo: les ordenó que vayan y la ven, háganse el favor de emocionarse o angustiarse, rían e indígnense, tengan las mismas ganas incontrolables que a mi me invadieron de visitar la India y ante todo, vivan el beso de los protagonistas en la gran pantalla mientras lo sienten como suyo...
... y únanse a la fiebre.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Afortunado en las papas, desafortunado en el amor

Hoy fue un día especial. Después de tenerme medio abandonado la suerte se acordó que existo y me sonrió de forma un tanto curiosa. Hay tienen que estaba el Gabriel Revelo ‘dizque’ trabajando en la oficina. Cerca de las 11 de la mañana el hambre comenzó a manifestarse: había llegado la hora de desayunar.

Como buenos empleados clase medieros (tirándole a jodidones), tenemos la nada saludable costumbre de que la comida chatarra sea la base de nuestra alimentación. Tras un esfuerzo considerable logramos sonsacar a mi amigo Ángel para que fuera al ‘Súper’ (¿por qué les llaman así?) y nos trajera nuestros sagrados alimentos. Mi pedido consistió en una Coca-Cola en lata fría y unos Doritos Pizzerola.

No habían pasado cinco minutos cuando el buen Ángel me marcó, ya desde la tiendita más cercana, diciéndome que no había Doritos Pizzerola. Le pedí entonces unos Chettos Poffs. Tampoco había. Y ahora, ¿qué frituras comería? Escuché atento la variedad de botanas que sí tenían y me decidí por unos Fritos sabor limón y sal. Al llegar los encargos de papitas y refrescos mi apetito era tanto que ni tardo ni perezoso abrí mi bolsita y empecé a comer. De pronto sentí en el interior un paquete de plástico cuya textura contrastaba con la de los fritos. La saqué y la emoción me embargó: había un billete de veinte pesos perfectamente doblado.


Recordé que Sabritas tiene la promoción de regalar dinero en efectivo dentro de sus productos. Uno suele ir por la vida escuchando sobre dinámicas y sorteos en los que se anuncian premios millonarios, pero que se sienten irremediablemente lejanos y hasta ficticios. Media oficina se dio cuenta de mi fortuna pues me fue imposible dejar de sonreír y actuar efusivamente. Ya que más o menos había superado el trauma de haber sido el ganador de veinte pesos seguí comiendo y la sorpresa volvió corregida y aumentada cuando otro paquetito de plástico hizo su aparición dentro de mis Fritos. Otro billete de veinte pesos en la misma bolsita de frituras. ¿Qué había hecho para merecer algo así?


En menos de cinco minutos gané 40 pesos. Un promedio de ingreso mucho más alto del que ganaría trabajando en el mismo tiempo. Si bien no es una millonada, esos dos billetes regalados nadie los despreciaría. Podría comprarme cualquier cosa y dejar el asunto como una mera anécdota, pero prefiero invertir el dinero en algo especial. Puede que sea una hipótesis media tonta y sin fundamento alguno, pero algo me dice que la suerte llama suerte. Esos dos billetes, creo yo, de alguna manera deben de estar cargados de algo especial y obviamente no los voy a gastar en la primera chuchería que viera.

¿En qué debo gastar esos 40 pesos mágicos? He pensado varias opciones:

- Comprar un billete de lotería. Quién quita y me vuelvo un magnate seductor.
- Gastar en más frituras con la intención de triplicar mi fortuna (y mi estomago).
- Cambiarlos por unos frijoles mágicos que en la noche germinen y me lleven hasta el castillo de un gigante.
- Comprarme un yoyo, volverme un maestro experto y recorrer el mundo dando demostraciones.

¿Alguna otra sugerencia?
Por lo pronto los billetes siguen envueltos. La fortuna está de mi lado.

sábado, 21 de febrero de 2009

Encuentros en el Palacio


Lo confieso, estoy molido. Cansadísimo, ojeroso y con dolor de cabeza. Haciendo un esfuerzo enorme por no caer dormido mientras escribo. Apenas van tres días y ya no puedo ni con mi alma… aún así, no me perdería la semana de locura que me espera y que sé, me dejará peor. Es el justo y siempre módico precio a pagar, cuando uno, amante sin remedio de la literatura, cae preso en la vorágine de una Feria Internacional del Libro como la del Palacio de Minería.

Desconozco cuántos años llevo dándome cita en aquel recinto del Centro Histórico de la Ciudad de México, pero ha sido el suficiente para saber que la última semana de cada mes de febrero nada que no sea la FIL de Minería tiene cabida en mi agenda. No sólo es ir y comprar un montón de libros, asistir a conferencias o toparse entre sus pasillos con intelectuales y escritores de renombre. La verdadera esencia de la feria es que la literatura cobra vida y se vuelve capaz de respirarse. Es como una droga. Un impulso que reafirma sueños y desvanece los imposibles. En estos momentos no existe para mi mejor lugar en el mundo.

El ritual diario es el mismo: hallar la manera de llegar lo más temprano que se pueda e irme hasta que el lugar esté casi vacío. Comer, dormir o trabajar, oficialmente, se convierten en funciones innecesarias hasta nuevo aviso.

Por eso no cedo al cansancio y me repito que no puedo perderme ni uno sólo de los días venideros. Porque si en 72 horas he visto ya a Denis Merker, Guillermo Arriaga, José Emilio Pacheco y a Carlos Monsivais, entre otros, los demás días pintan para ser una locura. No queda de otra más que disfrutar el encantamiento antes de que llegue a su fin el 1 de marzo, fecha en la que la aburrida rutina vuelva para reclamar su lugar habitual.

Mientras tanto no me despierten. Abran paso, voy a pasar raudo y veloz para absorber todo lo que me sea humanamente posible. Éste texto debería ser más amplio y estar mejor escrito. Pero no tengo tiempo… al menos no mientras dure la FIL. Si me necesitan estaré en el Palacio de Minería, perdido entre montañas de libros.

XXX Feria Internacional del Palacio de Mineria
18 de febrero al 01 de marzo de 2009
11:00 – 21:00hrs


Mi encuentro con José Emilio Pacheco

Mención aparte merece mi encuentro contigo esta tarde. Por todos es conocido tu desagrado a los micrófonos y las conglomeraciones que según tú, no mereces, y sin embargo, hoy nos regalaste una de esas experiencias inolvidables. Gracias por habernos leído, antes que a nadie, unos poemas de tu nuevo libro y por habernos hecho cómplices en la elección de su título. Por tu amabilidad y sencillez. Aun no sé cómo le hice para, después de tu conferencia, colarme al área de prensa junto con otros 15 afortunados para conversar un poco más contigo. Si no fuera por la foto que me tomé contigo y con tu amada Cristina; y por el libro que me autografiaste seguiría sin creérmelo. Si como novelista y poeta eres único, como persona eres único.

Que ganas de prolongar el momento en el que cada una de tus palabras fue una enseñanza.





miércoles, 18 de febrero de 2009

El disco que me salvó la vida


Todos tenemos nuestros discos favoritos, aquellos cuyas canciones pueden detonar un sinfín de sensaciones. Cualquier atmosfera es posible cuando nuestro oído y corazón se conectan por medio de música. Alegría, tristeza, alucine, descontrol, misticismo, reflexión, pasión, sensualidad y incluso odio. Precisamente sobre ese último sentimiento versa este post.

De todos los álbumes que se han robado el derecho de ser considerados esenciales en mi vida, hay uno que no trata sobre el amor, sino sobre el dolor y sentimientos vengativos que éste puede llegar a tratar. Ese disco lleva por título “Para ti con desprecio” (2005) y fue el tercer disco de estudio de Panda, exitosa banda regiomontana de la escena rockera mexicana. Fue con esta producción, totalmente diferente a sus dos predecesoras, con la que la agrupación alcanzó éxito y notoriedad a nivel nacional en parte gracias a la identificación del público adolescentes con las letras.

Una de las muchas particularidades de “Para ti con desprecio” es la de ser un disco monotemático, circunstancia cada vez menos común en el mundo de la música. Cuenta la leyenda que la idea y conceptos del disco surgieron después de que Pepe, líder y vocalista de la banda, sufriera una significativa decepción amorosa y al decidir plasmar todo su coraje y frustración en una carta que nunca envió, y a la que decidió transformarla en un grupo de canciones que a la larga se convertiría en un material conceptual en el que desde el arte del disco (fotografías rayadas y rotas de una supuesta ex novia), los videos y hasta el par de descansos entre canciones son importantes.

De haber sido otra mi situación a finales de aquel 2005, probablemente mi relación con “Para ti con desprecio” habría sido diferente. Sin embargo, el desamor por una fuerte decepción amorosa que casi me cuesta la cordura, aunado a una fuerte depresión a causa de la soledad y confusión que en ese entonces padecía hicieron que toda mi rabia, tristeza y odio hacia lo que por esos días era mi vida encontrara una válvula de escape en los 15 tracks que literalmente, retrataban mi frustración.

Cualquiera podría decir que esas canciones no harían más que fortalecer toda la carga negativa contenida en mi percudida alma. No fue así. Cada que escuchaba el disco (se me volvió una obsesión) una pequeña catarsis tenía lugar y de a poquito me fue sanando el corazón y, démosle ese nombre, me regresó la razón. El mismo Pepe asegura haber tenido ese proceso al grabar el disco y posteriormente interpretarlo en las diferentes presentaciones que el grupo tuvo en los meses venideros.

“Cuando no es cómo debiera ser” fue la primera que escuché. Fue como un trance pensar ‘esa canción habla exactamente de lo que pienso en estos momentos’. No pasó una semana sin que ya tuviera el disco.





“Disculpa los malos pensamientos”. Muy literaria y fuerte. A veces peca de cruel y sin embargo, dentro de sus letras, aun se puede percibir un dejo de ternura.





Aunque cada canción merece su propio post, siempre será preferible abordar éste disco como una totalidad en el que la crudeza y descaro de sus letras se acompañan con la siempre estridente fuerza de guitarras eléctricas y baterías. Que mejor ejemplo de lo anterior que 3+1, canción que hasta la fecha puede hacerme vibrar y dejarme sin garganta cada que al escucharla la canto pues, faltaba más, forma parte de mi existencia. Por eso no creo exagerar al afirmar que ese disco fue confeccionado a la medida de quienes como yo, algún día por desgracia descubren que el amor no es color de rosa ni mariposas en el estomago. El amor tiene su lado obscuro, ese en el que los buenos deseos simplemente son el rastro y principio de un odio obsesivo en el que el objeto de nuestro afecto de vuelve el pararrayos de nuestra ira.

A tres años de aquellos días puedo decir que la operación limpieza funcionó. Aun así, esa carta que muto inteligentemente en disco llega a mis oídos con más frecuencia de lo normal. Un álbum así no se cuenta, se vive, se siente, se disfruta y a la distancia, para qué negarlo, se sufre. Quisiera insertar cada una de las canciones pero mi blog es celoso y me pide que no viole su esencia.

“Llévame colgado a tu garganta como una medalla. Me estiraré mucho, me encanta verte ahogándote. Tu piel se hace azul y no te ves tan mal”

domingo, 15 de febrero de 2009

El cuento más breve del mundo

Cuando despertó, el dinosaurio seguía allí. Tal es el contenido integro del cuento “El dinosaurio”, considerado el más breve del mundo y escrito por el guatemalteco Augusto Monterroso. Desde hace años memoricé, medio maravillado por la síntesis del autor, cada una de las seis palabras que lo conforman. Pensé que jamás encontraría un relato más breve, hasta que hurgando en un cajón encontré una vieja hoja de papel con mi letra.



Aquel escrito está dedicado a mi padre, seguramente fue un obsequio con motivo de su cumpleaños pues está fechado un 19 de junio de 1988. Aquel pedazo de papel resultaría insignificante si no fuera porque se trata, hasta dónde sé, del primer relato que escribí. Lo he leído varias veces.

“Papá: Un día un (fantasma) pasó. Fin”

El cuento tiene calidad, sobre todo si tomamos en cuenta que fue escrito cuando apenas tenía seis años de edad. Además, en cuanto a extensión, es casi tan pequeño como el cuento de Monterroso, sólo que con una diferencia: si omitimos la palabra ‘fin’ y la dedicatoria ‘Papá’, tenemos como resultado que mi relato es aun más breve. Y eso que estoy contando el dibujito del fantasma como palabra.

Las explicaciones salen sobrando cuando la gramática es tan clara y no deja lugar a dudas: fui yo quien escribió el cuento más corto del mundo, y a los seis años, que no es poca cosa. No por esto busco que me hagan homenajes o que me entreviste Cristina Pacheco. Únicamente quiero que se me reconozca como un niño genio de la escritura, aquel que dio vida a uno de los relatos más cortos y maravillosos de la historia, pilar en la historia del arte moderno y modelo a seguir de las futuras generaciones. Algo sencillo, por no dejar.

Ahora que lo pienso, mi texto, que a partir de hoy bautizo con el título de ‘El fantasma’, también podría ser un Haikú (tradicionales poemas breves de origen japonés) bellísimamente elaborado, aunque sin tantos versos.

No me había dado cuenta, pero creo que soy un genio… y ni quien me eche un pan. Ando de un humilde.

jueves, 12 de febrero de 2009

Hoy soy un Pez Betta


Si pudiera definirme en algún estado de ánimo, en alguna circunstancia o en un animal, hoy diría que soy un Pez Betta. Si esta utopía fuera un sueño que de tan real agobiara mis sentidos, entonces me gustaría ser azul. Elegante y altanero con los otros peces de agua dulce que no se me acercan porque saben que, invariablemente, puedo matarlos. No por prepotencia. No por odio. Sino por mi condición de Pez Betta.

Es por eso que los vendedores y dueños de acuarios siempre nos tienen apartados en peceras redondas. Sabemos hacer mucho daño, a los otros, a nosotros mismos. Nos suponemos especiales. Mortalmente bellos con nuestras colas en forma de velos de muerte. Envidiados por los peces Payaso, Ángel, Guppy, Japoneses y de más. Queremos dar la falsa imagen de que somos felices en nuestra pecera privada. Dueños de un gran espacio, de movimientos ilimitados, dueños de nuestra soledad.

La verdad es que sufrimos. Condenados a sólo ver nuestro reflejo en las paredes circulares de un frío imperio de cristal en el que la monotonía es lacerante. ¿De qué sirven tantos privilegios en el mundo de los peces de agua dulce, cuando eres el más solitario de todos? Si la verdadera libertad no es moverse a tus anchas en una esfera de tu propiedad, ¿entonces qué lo es?, ¿Acaso vivir rodeado de otros peces, con la presión de combatir contra nuestro propio instinto asesino, para no romper la paz que entre peces de diversos tamaños y colores existe? Lo dudo, no hay libertad si se reprime al instinto.

Asi, los Betta estamos condenados a la esclavitud, ya sea de la soledad o de los instintos. Vivimos atados a fuerzas más poderosas que nos impiden vivir apaciblemente, y cuyo único escape es aun más osado: saltar más allá de la frontera que encima de mí se extiende, allá donde termina el agua y adivino, existe otro mundo mucho más maravilloso que el de mi pecera. Debe haber, porque de no ser así sería una injusticia, más vida, más compañía, más secretos y maravillas fuera de estos muros de cristal. También cabe la posibilidad de que no exista nada más. ¿Y si el fin del agua es el final de todo?, ¿si esas personas, esas otras peceras que veo no son más que una ilusión bien lograda? Nadie me garantiza que al saltar y rebasar mis propios límites encuentre ese mundo materializado y listo para recorrer.

Por eso quiero saltar. Ya no por valentía ni por curiosidad, sino para matar este aburrimiento de saberme condenado al más absurdo de los infiernos: el del ocio. Y aunque me veas decidido, la verdad es que tiemblo de miedo, tanto que dudo algún día ser capaz de tomar la decisión de salir de este mundo liquido y buscar una identidad no mejor, pero si más digna.

No soy un Pez Betta. Pero tengo el mismo problema. Quiero salir de la atmósfera protectora que me rodea y en la que se supone, soy libre. Cruzar la línea de un umbral en el que estoy atrapado y vivir cosas nuevas. No sé si pueda. Llevaba mucho tiempo pidiendo que el amor volviera a tocar las puertas de mi soledad, que algo nuevo ocurriera en mi vida. Y ahora, justo cuando una luz comienza a iluminar la oscuridad de mis tardes tristes, me nace en la duda sobre si realmente quiero saltar y perderme en la jungla de lo nuevo.

Hasta hace muy poco consideraba mi excesiva libertad como un inconveniente que no servía ni para justificar mi abandono. Ahora que aprendí a vivir con ella, no sé si realmente quiero dejarla de lado. Dejar mis escapes vespertinos y nocturnos para perderme en solitario por ahí, sin rendir cuentas de ningún tipo y metiéndome en cuantos problemas podía. Ahí está la interrogante. ¿La libertad o el amor? Separados por una suave cortina de agua. Límite entre la rutina y la apuesta. Entre la vida y la muerte. El Pez sigue(o) pensando.

lunes, 9 de febrero de 2009

Vudú para los gringos


Varias veces me lo han dicho: me gusta tu blog, menos cuando hablas de futbol.

Lo haré una vez más, pues hay pasiones que no se pueden ocultar. Menos cuando a la vista se anuncia uno de esos partidos que son capaces de detener a un país entero. El miércoles México juega contra Estados Unidos en la gélida ciudad de Columbus iniciando así, su participación en la fase final de la eliminatoria que lo podría llevar al mundial de Sudáfrica el próximo año. El partido, es de por sí especial por enfrentar al odiado rival, ese que desde hace años se nos ha indigestado. Por cultura, por orgullo o por lo que se quiera, nada duele tanto que perder ante ellos. Afortunadamente, este año la Selección Mexicana tiene un arma secreta.

Dicen que en el amor y la guerra todo se vale. El futbol no es la excepción y así lo entendió el diario deportivo Récord, que con motivo del juego entre EE.UU. y México sacó una curiosa promoción: a cambio de una planilla llena con los cupones que durante la semana aparecieron en las portadas del periódico, más cincuenta pesos, se obtiene un muñequito vudú que emula a un jugador norteamericano y tres alfileres para clavárselos en donde uno desee. En los próximos meses irán apareciendo otros muñecos con las playeras de Costa Rica, Honduras, El Salvador y Trinidad & Tobago, próximos rivales de México en la eliminatoria mundialista.

Además, a lo largo de la semana la misma publicación mostró entre sus páginas algunos ejemplos de la manera en la que se podría maltratar al dichoso muñeco. Se puede quemar, cortar, golpear, pisar, aplastar con las llantas del coche, ahogarlo en aceite hirviendo, congelarlo, escupirlo, etc. El chiste es mandarle todas las malas vibras a los gringos, que dicho sea de paso, ya los traigo atravesados en el hígado. Al principio, cuando me enteré de la existencia de esta promoción lo vi todo como un juego y una divertida manera de ser partícipe del partido. Sin embargo, el mismo Récord presentó un recuento de otras selecciones han sacado muñequitos vudús de sus rivales y que coincidencia o no, han triunfado. Los dos últimos ejemplos son la selección alemana que en el 2006 obtuvo el tercer lugar en el Mundial, y el equipo de España, que logró el título en la última edición de la Eurocopa.

Igual y no… ¿pero y si sí? Pienso en la cantidad de personas que obtendrán el dichoso muñequito y que a la hora del partido estarán castigándolo y deseándole lo peor al equipo norteamericano. Algo de esa energía (espero) debe de afectarle de una u otra forma a nuestros oponentes. No sé si sea leal, honesto o deportivo. Seguramente si el rival hubiera sido el que sacará a los muñequitos medio país estaría indignado, pero ahora que la magia negra está de nuestro lado seríamos muy tontos si no la aprovechamos.

Tengo un par de días lacerando de manera cruel uno de los dos muñecos vudú que canjee. Me he convertido en un sádico y dudo que después del miércoles quede algo de ellos. Todo sea por ganar y quitarnos de una vez por todas esa pesada losa de no poderle ganar a los gringos en su casa. Algo me dice que ahora sí es posible. Disculpen que no escriba más, pero el reloj me anuncia la hora ineludible de aplastar con una piedra a mi gringo de tela.

viernes, 6 de febrero de 2009

Libro Libre


Por si misma, la idea no deja de ser estrafalaria; circunstancia que a su vez, la viste de un atractivo especial. El punto es que sin pensármelo mucho mañana haré lo que nunca pensé que haría: dejar, abandonado a su suerte, un libro en plena calle.

Hace meses escuché de la existencia de una dinámica un tanto utópica que consistía en ir dejando libros en la ciudad con la finalidad de fomentar la lectura de quienes los encontraran. Aun así, no hice gran cosa para indagar sobre aquella locura que hubiera quedado en el olvido de no haber sido porque hace una semana me llegó una invitación vía Facebook para unirme al movimiento 'Libro Libre'. Tras ahondar un poco me quedé enamorado de la propuesta: el día 7 de cada mes se debe liberar en cualquier parte de nuestra ciudad o poblado, un libro junto con una nota más o menos así:

Formar futuros lectores, divulgar ciertas obras literarias y poner nuestro granito de arena para que nuestro entorno se llene de cultura. Todo esto se busca detrás de cada nuevo libro liberado. Aunque reconozco que sería mucho más divertido encontrarme los libros, ‘sembrarlos’ también debe tener su encanto. Algo de fechoría detectivesca debe tener elegir un libro y después buscar cuidadosamente el lugar en el que minutos, horas o días después, con mucha suerte alguien encontrara nuestro valioso obsequio.

Mañana liberaré por primera vez un libro. Decidí que sería ‘Todos se van’ de Wendy Guerra, novela que curiosamente estoy leyendo y que mañana compraré para que sus letras encuentren eco en otra imaginación y con suerte, enamoré a su nuevo propietario del bendito vicio de leer. Algunos de los sitios entre los que aun no me decido son una butaca en el cine, el Metrobús, una cafetería, una cabina telefónica o en la banca de un parque. Aunque lo más probable es que elija lo que me encuentre a última hora.

Quizá algún día sea yo quién halle un libro así, hasta ese entonces me volveré un Cupido de la lectura. Si lees esto en sábado, quizá todavía estés a tiempo de salir y encontrar algo por ahí.

martes, 3 de febrero de 2009

Viaje astral


No sé si estoy errando conceptos. Dicen que a veces, cuando dormimos o meditamos profundamente, podemos caer en un nivel de relajación tan grande, que incluso es posible que por unos minutos el alma (¿o será mejor llamarlo espíritu?) se desprenda del cuerpo. Supongo que eso es lo que me pasa ahora mismo, de otra manera no entiendo que hago viéndome dormido en mi cama.

Según yo, hace unos cuantos minutos veía sin mirar un canal de videos musicales en la televisión. Entonces, ¿qué paso? ¿Soy el que flota y me veo acostado, o soy quien dormita y es observado por otro ente, que a la vez soy yo? Mejor dicho ¿quién no soy. Cualquiera en mi circunstancia aprovecharía. En lugar de perder el tiempo ‘viéndose a si mismo’ mejor flotaría al cuarto de la vecina valiéndose de su invisibilidad. Yo lo haría, pero viéndome así, tan vulnerable decido mejor quedarme y hacerme un gran favor.

Nunca he tenido mucha fe en los psicólogos. En base a varias experiencias un tanto negativas me prometí no consultar a ningún especialista de éste tipo a menos que fuera sumamente necesario. Obviamente no niego que estoy loco. Tengo muchos conflictos en mi interior y además soy muy inestable. Por eso, que mejor que analizarme yo mismo, ahora que sin querer me encuentro semi inconsciente. Con suerte y logro quitarme algún trauma de encima.

Me analizo fríamente: no estoy guapo, tampoco feo, sí despeinado. Supongo que es porque estoy dormido, y en esas circunstancias no pienso en agradarle a nadie. No ronco muy fuerte y babeo un poco la almohada, supongo que por eso huele raro en las mañanas. Ahora que me veo creo que esa pijama verde que me regalo mi abuelo me hace ver como señor. Y es que no me cambie de ropa en todo el día. Desde en la mañana hasta la noche no hice nada, ni siquiera salí de casa, y aunque despierto no lo admita, me fastidia que mi vida transcurra así. Creo que por eso mi expresión al dormir no es de entera paz, porque me falta ‘algo’. Lo jodido del asunto es que ni siquiera sé qué es. Me veo triste. Es francamente patética la imagen de alguien que a mi edad pasa un día entero sin bañarse, con barba de tres días y sin mayor ilusión que el que pase algo. Lo que sea. Ahora que me veo descubro lo mucho que me falta madurar, de mi inmensa melancolía y del miedo que la misma vida me transmite. Comparo mis sueños con la realidad; salgo perdiendo.

Que tonta es la vida, que ni siquiera en sueños le permite al pobre diablo que duerme y que soy yo, descansar aunque sea en sueños. Más tonto soy por permitir que mi vida sea así. Por eso mejor me voy. Flotaré con el viento y abandonaré esta pequeña habitación. No quiero seguir viéndome, al menos no en ese estado en el que no tiene lugar otra cosa que no sea la lástima que me lastima. Por eso escapo sin tapujos de mi cuerpo y del resto de mi. Ya no soporto el perdedor en el que me he convertido, aquel que se tira al piso para que lo levanten en actitud de autocompasión. Si por cualquier motivo llegó a despertar eso será lo primero que cambiaré. Me querré un poco más.

Yo alma me escapo de yo materia. Ignoro si lo logre o si este desprendimiento permanente me traiga la muerte. A estas alturas lo demás me importa un comino. Solo quiero escapar al sol, perderme en sus rayos que atraviesan las nubes y nutren a la tierra y las plantas. Quiero ser energía de vida y no materia muerta, inerte. Al menos como alma podré recorrer el mundo, tener la fuerza del rayo y la decisión de las olas que con la fuerza de la marea se estrellan contra la arena de una playa. Quiero estar aquí, allá, dónde sea pero en movimiento.

Atravieso el parque de la esquina a toda velocidad. Soy un ánima veloz. Veo a uno de mis vecinos paseando a su perro, lo espantaría si tuviera tiempo. Tiempo. Tiempo. Es lo que no quiero perder. Tiempo. Tiempo. Y vuelo sobre la ciudad. Tiempo y.... en eso despierto confundido. ¿Fue un sueño? ¿Realmente abandonaste tu cuerpo por un momento?

Miras tu aspecto: barba de tres días, ropa de dormir, la tele encendida en un canal de videos cualquiera. El reloj marca las siete de la tarde, de nuevo no hiciste nada. Te juras que para la próxima sí lograras escapar antes de despertar.