sábado, 27 de abril de 2013

Mi primera y colorida carrera


Desde hace mucho tiempo tenía ganas de participar en una carrera. Pero pues soy flojo y nunca me animaba. Pasaba meses viendo como algunos amigos (sobre todo mujeres) subían a Facebook y Twitter varias imágenes sobre las competencias en las que iban participando, y de las cuales se expresaban como una gran experiencia. Yo, que veía sus tuits y publicaciones desde la conchudez de mi cama los domingos por la mañana, me moría de envidia de que ellos sí pudieran vencer a la decidía.

Siempre me decía que algún día participaría en una carrera, pero nunca hacía ni el más mínimo intento por emprender el reto en serio. Fue hasta que mi novia me convenció de que nos inscribiéramos a una carrera. Serían 5 kilómetros, una distancia eterna y casi imposible de lograr para alguien que como yo, tiene mucho tiempo sin hacer actividades físicas en serio. Sin embargo la carrera tenía un plus: seriamos bañados en pintura durante el recorrido.

Me explico. El nombre de la carrera es 5Kolors, y su peculiaridad es que en cada kilometro, los participantes son bañados con pintura de diferentes colores. Así, al llegar a la meta los competidores terminarían todos pintarrajeados. Eso de que mi primera carrera tuviera su parte divertida y no fuera “tan en serio” me pareció un buen punto de partida en esto de mi relación con las carreras.

Un mes antes de la carrera ya estaba inscrito, ahora el problema era la preparación. Volví a ir al gimnasio al que me inscribí hace más de medio año y al que tenía en el abandono. Obviamente no hacia pesas ni cosas para ponerme fortachón, sino que me centré en adquirir un poco de condición física. Usaba la corredora para ir aumentando poco a poco la velocidad e intensidad con la que trotaba. Al principio caminaba poco tiempo. Después fui aguantando más y más tiempo, hasta que fui capaz de correr por más de media hora seguida, algo que semanas atrás aun consideraba imposible.

Terminaba agotado, pero satisfecho de saber que poco a poco me estaba demostrando que era capaz de enfrentarme a una de esos retos que antes me parecían imposibles.

Me di cuenta de lo importante que es el mantener la calma mental mientras se corre. El no desesperarse en los momentos en los que los pies o la mente empiezan a rondarnos la cabeza con ideas como ‘ya me cansé’, o ‘ya no puedo’. También aprendí que a la hora de enfrentarse a una carrera la música que se elije es de vital importancia. Una buena selección de temas puede hacer que te animes y mantengas el ánimo alto, o por el contrario, contribuir a que el bajón físico y mental se presente más rápidamente.

Por su parte mi novia también se entrenó, pero en su gimnasio más lujoso y para gente burgués.

Una semana antes probé mis avances en la pista del Autódromo Hermanos Rodríguez. Corrí los casi 5 kilómetros que la conforman y aunque me cansé, supe que mi objetivo había pasado de ser un imposible, a estar a mi alcance.

Llegó el día de la carrera. Fue el pasado domingo 21 de abril a las 8 de la mañana, por el rumbo de Ciudad Satélite. Tuvimos que levantarnos muy temprano y atravesar toda la ciudad. Tenis, short, la playera de la carrera, una muñequera, lentes, bolsa cangurera y mi iPod. Además de una emoción que no sé cómo describir.

Llegamos un poco tarde y no salimos junto con el contingente principal de la carrera, cosa que poco importó pues me encontraba en esa competencia para probarme que podía ser capaz de llegar a la meta, no para hacerlo en primer lugar. La carrera no fue extenuante, de hecho sospecho que la ruta fue menor a 5 kilómetros. Además estaba el detalle de los colores. En cada uno de los kilómetros éramos recibidos  con una lluvia de polvo de distintos colores. Ver a los demás competidores pintarrajeados e imaginarte tu aspecto igual o peor que el de ellos hacia de correr algo divertido, y no un tormento como pensé que sería mi primera competencia.

Terminamos menos de media hora después. No cansados pero sí muy satisfechos. Recibimos nuestra medalla de participación e inmediatamente sentí deseos de participar en otra carrera y recibir otra medalla y así seguir eternamente. Mi novia tenía la misma sensación.


El regreso a casa fue un tanto complicado. De nada sirvió sacudirnos cuanto pudimos en la calle. Seguíamos pintarrajeados. Para no ensuciar las vestiduras del auto colocamos en los asientos unas bolsas de tienda departamental. Ya en nuestros rumbos, nos lavamos las manos (parecían de indigente) unas 5 veces antes del desayuno. Aunque no queríamos, andábamos pintando todo con lo que nos topábamos. Fue hasta que me bañé cuando más o menos pude quitarme el arcoíris que traía encima. Me sorprendió estar pintado por TODOS lados. Hasta en el cicirisco.  

En mi primera carrera no gané. Ni siquiera estuve cerca de hacerlo. Pero me divertí mucho y me quedó el gusanito de hacerlo una vez más. Ahora mi plan es seguir entrenando (si es que la flojera no me vence) y participar en un par de competencias más. Si lo hago, el otro año intentaré correr los 10 kilómetros.

Por lo pronto le pongo punto final a este texto, con la satisfacción que uno más de los pendientes que tenía en la vida ya lo cumplí. Ahora sé lo que es competir en una carrera. Por ahora, el sentimiento de envidia hacia quienes corren carreras los domingos por la mañana ha desaparecido. 

martes, 23 de abril de 2013

De cuando recibes más de lo que mereces

La semana pasado no escribí en este blog… es que fue mi cumpleaños y anduve muy festejado. Precisamente de esto trata este post.

No tenía planeado celebrar mi cumpleaños, ni hacer nada al respecto. Es más, ni siquiera quería que nadie se enterara. Por alguna razón soy un Grinch de mi propio cumpleaños. Sin embargo, las personas que me rodean se encargaron de hacer que este año todo fuera muy diferente. Dicen que las mejores cosas de la vida llegan cuando uno menos lo espera, y en esta ocasión así fue.

El mero día de mi cumpleaños, osea el jueves 18 de abril, gracias a un tuit de mi novia, mi jefe (al cual no veo realmente como mi jefe, sino como un amigo) me felicitó en la mañana en su programa de radio. Horas después, en la oficina me hicieron un pastel y entre todos me cantaron las mañanitas. Por la tarde, encontré mi auto con mensajes de mi novia escritos en las ventanas y un globo de feliz cumpleaños.


Dos días después la sorpresa fue mayor. Mi novia (que se supone, se había ido a Veracruz en un viaje) me organizó una fiesta sorpresa que no esperaba. Llamó a gran parte de mi familia, consiguió unos ricos tacos de canasta y hasta karaoke hubo. No sólo yo me la pasé bien. Todos los invitados se divirtieron de lo lindo y aquella fue una tarde fenomenal. Tanto que aquel sábado lo considero uno de los mejores días de mi vida.


El remate fue un álbum de fotografías proporcionadas por todos los miembros de mi familia acompañadas por unos recados que cada uno de ellos escribió para mí.

Dos horas después de aquel cumulo de emociones ha comenzado a caerme el veinte. Y además de sentirme profundamente agradecido por lo que mi novia, amigos, compañeros de trabajo y familia hicieron por mi durante los últimos días, también tengo un cierto sentimiento de vergüenza. Y es que no me considero tan especial como muchos creen que soy. Al menos yo me veo como una persona llena de defectos y hasta cierto punto egoísta. La mayor parte del tiempo estoy sumido en mis propios pensamientos y suelo ser bastante distraído y desapegado a los demás.

Por supuesto, no me considero una mala persona, pero disto mucho de ser una maravilla. Por eso, tantas muestras de cariño hacen que tenga miedo a no estar a la altura de las expectativas o imágenes que los demás tienen de mí. Darme cuenta que soy tan querido me hacen sentirme obligado a intentar ser una mejor versión de mi mismo.

¿O será que nunca nos creemos los elogios ajenos? No sé.

Por lo pronto soy un afortunado por tener a tanta gente tan maravillosa mi alrededor. Si alguno de ellos lee estas palabras, les doy las gracias desde lo más profundo de mi corazón.

Y ya, sólo quería presumirles y contarles la manera en la que pasé mi cumpleaños. Ahora sí, este blog vuelve a su normalidad.  

domingo, 14 de abril de 2013

Mis 5 minutos de fama


Dicen que todos alguna vez en la vida tendremos nuestros cinco minutos de fama. Un instante en nuestra existencia en el que salimos de la cotidianeidad y pareciera que el mundo entero nos presta atención. Hay quienes trabajan toda su vida por vivir algo así, y también habemos  a quienes nos ocurre de chiripa.

El pasado fin de semana tuve la oportunidad de participar en el 3er Rally de la Ochö Store, una competencia entre ocho equipos en la que por medio de pruebas a lo largo de la ciudad, se promovía a la moda mexicana. En él participaron conductores de televisión, cantantes, gente de la socialité, artistas visuales y personalidades del mundo de la moda. Uno de estos equipos estuvo conformado por su servidor y otros tres compañeros de la oficina.

Para la competencia nos dieron un lujoso automóvil Cadillac, nos uniformaron y nos pusieron a seguir pistas para ir a cumplir diferentes retos alrededor de la ciudad. Cocinamos tacos de mariscos, inventamos tragos con mezcal y Jack Daniels, modelamos, preparamos café, cantamos, inventamos una canción, bailamos como Michael Jackson, y otras curiosas pruebas.

Al final nuestro equipo no ganó, pero cómo nos divertimos. Además, supe más o menos lo que es ser famoso. Por todo un sábado sentí lo que era ser parte de la crema y nata de la sociedad. Rodeado de gente importante y dándome vida de rey. A todos lados nos seguían miembros de la prensa. Fotos por aquí y fotos por allá. La gente común viéndome con cara de “quién sabe quién es ese, pero seguro es un famoso”.

Aquí nos ven en el lujoso Cadillac que manejé (confieso que fui muy prepotente al hacerlo, me sentía el ‘muy muy’):


Y aquí preparando bebidas alcohólicas bien finas:

O café…



Incluso salí de colado en una foto de artistas (Claudia Lizardi y uno de los que concursó en el reallity de La Voz México).



Pero si quieren ver mi momento de mayor fama, les dejo el video en donde posamos para una foto modelando ropa carísima y bien popof. En un momento, teníamos decenas de cámaras disparando sus flashes hacia nosotros. Vean lo que fue el Ustream, adelántenle al minuto 27, que es cuando aparezco con un short amarillo y soy el centro de atención. Antes también salgo, pero poquito y a ratos:



Al final creo que ningún medio publicó esa foto, pero bueno, lo importante es que en ese momento me sentí la última Coca Cola del desierto.

Y ya, nomás quería presumirles la vida de alcurnia que a veces tengo. Es que soy muy humilde.  

miércoles, 10 de abril de 2013

De cuando mi cuarto se transformó en el antro de Ella-Laraña (Gabriel vs. la araña gigante)



Como les conté, hace poco más de una semana volví de unas mini vacaciones. De ese viaje a Catemaco, Veracruz, me traje recuerdos, experiencias, vivencias… y otra desagradable sorpresa.

Una mañana de esta  semana veía la televisión encuerado en mi cuarto mientras esperaba que se me secara el desodorante para no manchar la ropa. Entonces en una de las paredes la vi... una araña negra inmensa (bueno, como de unos 4 centímetros) que caminaba muy quitada de la pena.

Me pasmé por el horror. En cuestión de segundos recordé que días atrás, en Catemaco, vimos varias arañas negras de ese tipo e incluso alacranes. Por alguna extraña razón en aquella zona este año abundaron los insectos y alimañas ponzoñosas. Entonces hile las ideas: ese bicho me lo traje desde allá. Rápidamente agarré una chancla. Cuando intenté aplastarla, la muy desgraciada me saltó encima. Como pude la esquivé pero ya no pude ver donde cayó. Moví varios muebles decidido a darle muerte, pero no di con ella.

Me seguí vistiendo. 5 minutos después la vi pasar por el piso. Nuevamente me abalancé sobre la arañota, pero se me escapó a una velocidad que aún ahora me aterra. Esa cosa se movía rapidísimo, hasta parecía que corría.

La hubiera seguido buscando pero ya tenía que irme a trabajar. Pasé el resto del día preocupado por la araña. Pensaba en cómo le había hecho esa criatura horrible para sobrevivir tanto tiempo. ¿Se vino en la maleta, en el auto, en una de mis ropas? ¿Y cómo le había hecho para  sobrevivir tantos días? ¿Y si tenía crías? ¿Y si me picaba? ¿Y si es radiactiva?

Cuando regresé a casa tenía miedo entrar a mi cuarto, y sólo lo hacía para lo estrictamente necesario. Ya en la noche del lunes me resultó complicado conciliar el sueño. Despertaba continuamente con miedo a de pronto sentir un piquete mortal o unas patas malignas recorriendo mi cuerpo.

Después pensé que era ridículo que le tuviera miedo a un animal tan pequeño, por lo que al otro día, ya cansado de tener miedo, se roció mi cuarto desde muy temprano con insecticida y se cerró la puerta. Por unas 10 horas mi dormitorio fue una auténtica cámara mortífera. Me fui a trabajar y hasta en la noche que regresé, abrí nuevamente el cuarto para que se ventilara y no me hiciera daño dormir ahí.

* * * * *

Seguramente la araña ya debe estar muerta. Aunque debo reconocer que una parte de mi aún teme que ese insecto gigante sea inmortal y regrese cuando menos lo espere. Aún hoy cada que entro a mi cuarto me siento un poco inquieto. Al igual que Harry Potter y Ron cuando se internaron al bosque donde vive Aragog, o Frodo y Sam cuando llegaron al antro de Ella-Laraña, no estoy tranquilo y temo por mi integridad.

Según yo no les tenía miedo a las arañas, ya vi que no es así. Si muero a causa de una extraña picadura, ya saben por qué fue.

sábado, 6 de abril de 2013

Sonreír en los tiempos difíciles (Atlante, nuevamente en una final)



Este texto habla de un gran amor, y también de futbol. Palabras que al fin  y al cabo, se complementan.

No estamos en nuestra mejor época, incluso podríamos decir que vivimos uno de los peores momentos de nuestra historia. Y sin embargo, en medio de la tempestad siempre habrá un momento para sonreír. Así pasa con la vida, así pasa con los grandes amores… así pasa con el futbol.

Los últimos años han sido particularmente difíciles para quienes como yo, optaron por hacer del Atlante "el equipo de sus amores".  Tras el título de Liga en el 2007, el de la Liga de Campeones de la Concacaf en el 2009, y la participación en el Mundial de Clubes  ese mismo año y donde se llegó hasta semifinales, vinieron los tiempos difíciles, muy difíciles.  

Malas decisiones administrativas y deportivas hicieron que el viejo y emblemático Atlante se fuera desdibujando. Torneo tras torneo los resultados obtenidos eran francamente malos y esto fue haciendo que el equipo se metiera en líos con la tabla porcentual, ese mentado e infernal mecanismo que sirve para definir que escuadra pierde la categoría y deja de formar parte de la elite de equipos de la Primera División del futbol mexicano.

He pasado las últimas semanas angustiado. Viendo como el Atlante cae derrotado semana tras semana y la amenaza de un descenso, que al principio era un lejano espejismo cada vez se va materializando más. Es en medio de este tobogán cuando por contradictorio que parezca, el Atlante nos regaló a sus aficionados un motivo más para reír y ponernos esa playera que en tantas férreas batallas hemos portado.

Nuevamente jugaremos una final. Nuevamente tendremos la oportunidad de ser campeones. Nuevamente volvió la alegría y el recordatorio de que este equipo, pese a continuamente estar envuelto en problemas, siempre nos da motivos para no darle la espalda y seguir fieles a su causa.

El Atlante accedió a la final de la Copa MX, torneo en el que participan los equipos de la Primera División y la Liga de Ascenso, y tras un par de duelos complicados que se definieron en penales, contra Atlas en los cuartos de final, y contra Puebla en la semifinal, llegamos una vez más a la antesala de un nuevo título.



Es cierto que se gane o no la final, el Atlante seguirá hundido en los últimos sitios del torneo de Liga, y con la amenaza de un descenso cuestas. Sin embargo la posibilidad de olvidarnos de la realidad y disputar un campeonato puede ser el impulso que, Dios quiera, nos ayude a salir adelante.  El rival será Cruz Azul, y aunque lograr el triunfo se vea difícil, la ilusión de ver a mi equipo ver levantar otro trofeo está ahí.



Toda mi vida he sido atlantista: Lo fui en las muy buenas, en los campeonatos y en los momentos de gloria. Pero también he sufrido las derrotas, las golizas en contra, la mudanza del equipo a Cancún, la partida de figuras emblemáticas y los malos tratos y decisiones de la directiva. He reído y sufrido, también sonreído y llorado por el Atlante, ese equipo tan mío, tan del pueblo. Ahora se conjugan ambos escenarios: el apocalíptico en la Liga, la posible gloria en el torneo de Copa. Así de contradictorio, y la vez apasionante, es irle a este equipo.

Sólo quiero decirte, querido Atlante, que este miércoles estaré apoyándote, como siempre ¡No sería yo si no lo hiciera! El resultado quizá sea lo de menos, nuevamente me has emocionado con tus colores y he vuelto a sentir latir mi corazón a causa de un partido de futbol. Gracias por eso. 

 ***** ACTUALIZACIÓN 11 DE ABRIL 


 Ayer el Atlante cayó en la final ante el Cruz Azul, después de un 0-0 en tiempo reglamentario, en los tiros penales los Potros perdieron 4-2. Fue un partido peleado y en el que cualquiera de los dos pudo ganar. No siempre se gana, lo sé, y la forma en la que mi equipo fue derrotado peleando, me hace sentir orgulloso de ser atlantista. Vendrán mejores tiempos.

lunes, 1 de abril de 2013

Resaca post viaje


Dejé de escribir una semana en mi blog. No porque no quisiera ni tuviera sobre qué hablar. Sucede que salí de viaje y a veces (sólo a veces) es mejor dejar de lado la escritura y dedicarle unos días al saludable hábito de la aventura.

El problema viene con las horas y días posteriores a un viaje, cuando uno aun tiene la cabeza en un sitio, y el cuerpo en otro. El destanteo y confusión aumenta considerablemente si apenas un día después del regreso, inmediatamente uno se reporta a sus actividades cotidianas. Así me encuentro en estos momentos. Escribo estas palabras con una cara de cansancio y ojeras aun más notables de lo habitual, y con una nula orientación de dónde me encuentro realmente.

Todavía no me cae el veinte de que volví, ni que aquellos días en los que existía todo menos una rutina, quedaron para siempre en el pasado. En parte, redacto este post para ver si así me sacudo la resaca que traigo a cuestas.

Es cierto, únicamente estuve fuera tres días. Fui a Catemaco, sitio al que cada año sueño volver y que como he dicho en varias ocasiones, es mi segundo hogar. Aun así, son tantas las cosas que pasan en un viaje que lo normal es tardar en asimilar lo ocurrido. Cómo olvidar, por ejemplo, que no hace mucho recorría caminos selváticos en el auto, cobijado por sonidos de naturaleza y un aire tan puro que me resultaba deliciosamente extraño. O ¿de qué forma me saco de la cabeza la fantasmagórica visión que presencié cuando en el camino de ida me topé con un accidente que tenía segundos de haber ocurrido, y en el que uno de los tripulantes estaba vivo pero ensangrentado a media carretera, y el otro yacía muerto tras el volante de una camioneta?

Adentrarse en la selva para penetrar en una cueva llena de murciélagos y atravesarla “como Dios me dio a entender” mientras varias piedras filosas se interponían en mi camino; vencer el miedo y lanzarme a una poza de color azul esmeralda; volver a jugar futbol por el puro gusto de hacerlo; vivir una noche de terror en compañía de mis primos mientras nos sugestionábamos mutuamente con historias de miedo; caminar nuevamente hacia un altar ubicado en la orilla de una laguna; encontrar a un escorpión a lado de la cama en donde dormía; o visitar tumbas y a santos que no olvido; volver a la gran cascada… Momentos que cupieron en sólo tres días y que a estas alturas me tienen a 600 kilómetros de esta ciudad.

Se piensa mucho en los viajes. Sobre todo cuando se maneja por horas en medio de la carretera. Y quizá eso sea lo que más se extrañe: la facultad de encontrar momentos para encontrarse con uno mismo y platicarse de todo y nada. Reflexionar. Sentirnos libres. Vivir para luego contarlo. Para eso sirve esto de viajar.

Qué bueno, sin embargo, que estos escapes de la realidad sean esporádicos. Así, entre los meses “normales” uno tiene tiempo de comprender lo sucedido para aprender lo necesario, y añorar con fuerza la próxima vez en la que una nueva aventura toque a nuestra puerta. Por lo pronto sobrevivo a esta resaca como puedo. Aun así, es un precio mínimo a pagar. Estas borracheras siempre valdrán la pena.

Espero que para la próxima vez que vuelva a escribir en este blog, el resto de su autor ya haya regresado de la tierra de los brujos.