Este texto habla de un gran amor, y también de futbol.
Palabras que al fin y al cabo, se
complementan.
No estamos en nuestra mejor época, incluso podríamos
decir que vivimos uno de los peores momentos de nuestra historia. Y sin
embargo, en medio de la tempestad siempre habrá un momento para sonreír. Así
pasa con la vida, así pasa con los grandes amores… así pasa con el futbol.
Los últimos años han sido particularmente difíciles para
quienes como yo, optaron por hacer del Atlante "el equipo de sus
amores". Tras el título de Liga en el 2007, el de la Liga de Campeones de la Concacaf en el 2009, y la
participación en el Mundial de Clubes ese
mismo año y donde se llegó hasta semifinales, vinieron los tiempos difíciles, muy
difíciles.
Malas decisiones administrativas y deportivas hicieron
que el viejo y emblemático Atlante se fuera desdibujando. Torneo tras torneo
los resultados obtenidos eran francamente malos y esto fue haciendo que el
equipo se metiera en líos con la tabla porcentual, ese mentado e infernal mecanismo
que sirve para definir que escuadra pierde la categoría y deja de formar parte
de la elite de equipos de la Primera División del futbol mexicano.
He pasado las últimas semanas angustiado. Viendo como el
Atlante cae derrotado semana tras semana y la amenaza de un descenso, que al
principio era un lejano espejismo cada vez se va materializando más. Es en
medio de este tobogán cuando por contradictorio que parezca, el Atlante nos
regaló a sus aficionados un motivo más para reír y ponernos esa playera que en
tantas férreas batallas hemos portado.
Nuevamente jugaremos una final. Nuevamente tendremos la oportunidad de ser campeones. Nuevamente volvió la alegría y el recordatorio de que
este equipo, pese a continuamente estar envuelto en problemas, siempre nos da
motivos para no darle la espalda y seguir fieles a su causa.
El Atlante accedió a la final de la Copa MX, torneo en el
que participan los equipos de la Primera División y la Liga de Ascenso, y tras
un par de duelos complicados que se definieron en penales, contra Atlas en los
cuartos de final, y contra Puebla en la semifinal, llegamos una vez más a la
antesala de un nuevo título.
Es cierto que se gane o no la final, el Atlante seguirá
hundido en los últimos sitios del torneo de Liga, y con la amenaza de un
descenso cuestas. Sin embargo la posibilidad de olvidarnos de la realidad y
disputar un campeonato puede ser el impulso que, Dios quiera, nos ayude a salir
adelante. El rival será Cruz Azul, y
aunque lograr el triunfo se vea difícil, la ilusión de ver a mi equipo ver
levantar otro trofeo está ahí.
Toda mi vida he sido atlantista: Lo fui en las muy
buenas, en los campeonatos y en los momentos de gloria. Pero también he sufrido
las derrotas, las golizas en contra, la mudanza del equipo a Cancún, la partida de figuras emblemáticas y los malos tratos y decisiones de la directiva. He
reído y sufrido, también sonreído y llorado por el Atlante, ese equipo tan mío,
tan del pueblo. Ahora se conjugan ambos escenarios: el apocalíptico en la Liga,
la posible gloria en el torneo de Copa. Así de contradictorio, y la vez
apasionante, es irle a este equipo.
Sólo quiero decirte, querido Atlante, que este miércoles
estaré apoyándote, como siempre ¡No sería yo si no lo hiciera! El resultado
quizá sea lo de menos, nuevamente me has emocionado con tus colores y he vuelto
a sentir latir mi corazón a causa de un partido de futbol. Gracias por eso.
Ayer el Atlante cayó en la final ante el Cruz Azul, después de un 0-0 en tiempo reglamentario, en los tiros penales los Potros perdieron 4-2. Fue un partido peleado y en el que cualquiera de los dos pudo ganar. No siempre se gana, lo sé, y la forma en la que mi equipo fue derrotado peleando, me hace sentir orgulloso de ser atlantista. Vendrán mejores tiempos.
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