martes, 30 de octubre de 2007

¿Acaso tienes algo mejor que hacer?

Cuenta la leyenda que esa tarde, libre de preocupaciones, decidiste revisar tu correo electrónico. No encontraste gran cosa. Cadenas, mensajes publicitarios y ofertas de empleo francamente deprimentes. Hasta aquí todo normal, o casi todo de no haber sido por una invitación a desayunar.

El correo no daba muchos datos. Una reunión de viejos amigos y compañeros un domingo por la mañana. La idea te resultó atractiva, y en un principio te mostraste convencido de asistir sin remordimiento alguno. La vida es así, te basto un descuido visual para que tu atención se centrara en los nombres de las personas (todas conocidas) que como tú, fueron invitadas. Y fue aquí dónde dudaste, pues digan lo que digan, el nombre de ella te sigue inspirando el respeto de aquello que sabes, invariablemente puede destrozarte. Un simple nombre, sí... pero de ella.

Confundido apagaste la computadora y tontamente hiciste el intento de distraerte con algún programa de variedades en la televisión. Percibías que el conductor de aquel bodrio decía quien-sabe-que-cosa. Era de esperarse, tú mente ya estaba en otro lado, peleando su propia batalla por no dejar asomar a los recuerdos. ¿Ir o no ir?, ¿Qué tan valido sería enfrentarse al pasado? Mentalmente reconstruiste posibles escenarios de cómo podría llegar a ser aquel reencuentro que hasta hace unos días creías imposible, pero te diste cuenta de que era una posibilidad real, que efectivamente podrías cruzarte una vez más con esa señorita a la que no ves desde hace poco más de un año. Y a la cual, por cierto, quisiste con el alma.

Consideraste que a pesar de que han pasado muchos meses desde la última vez (más no la única) que te rompió el corazón, el peligro seguía latente. Sí, ella ya esta en el olvido. Sí, por fin pudiste dejarla de lado y continuar tu vida. Sí, sí, sí. Saliste vivo de sus garras, aunque casi te cuesta el volverte loco. En estas circunstancias, ¿Qué tanto valía la pena emprender esta aventura llena de masoquismo?. A ratos jurabas que irías, tan sólo para cambiar de decisión inmediatamente, y de nuevo volvemos a empezar en este juego de las divagaciones que tanto daño te hacen.

Y paso la semana. Y era sábado en la noche y tú sin tomar una decisión. Sentado en un café en plena colonia del Valle, escuchabas a un par de trovadores cantándole al olvido, e irónicamente pensabas que tú al ‘olvido’ estabas a punto de mandarlo al demonio. Doce de la noche, caminabas por el cruce de Universidad y División del Norte ¿por qué decidiste salir aquella noche sin auto? y un gélido viento citadino te dio la respuesta que tanto anhelabas. Finalmente, decidiste darle en la madre a tus deseos de buscar a esos ojos celestes que de repente perdiste.

¿Acaso tienes algo mejor que hacer?, te preguntaste a ti mismo en la mañana del domingo... Alguno de tus amigos algún día te preguntó que si ella era el ‘amor de tu vida’. Muy seguro respondiste que no, a pesar de que hubieras dado cualquier cosa porque la respuesta fuera afirmativa; aunque para ti, desde siempre lo único y realmente importante sería la respuesta de ella, y aquí, sabes que lógicamente sales perdiendo. Aun así, ese domingo en la mañana cualquier pretexto era tonto en comparación con lo que podrías ganar, o más bien, perder.

¿Acaso tienes algo mejor que hacer?, te preguntaste a ti mismo justo a las once de la mañana, hora en la que supuestamente daría inicio la reunión. ¿Acaso tienes algo mejor que hacer?, te preguntaste a ti mismo cuando te diste cuenta que el medio día estaba próximo y tú en cambio estabas en el parque de tu colonia, haciéndole al futbolista, aunque tu mente estaba a varios kilómetros de ahí. Se supone que como portero de tu equipo tenias que estar cien por ciento concentrado, y en cambio, por distracción o descuido terminaste aceptando un par de goles infumables.

¿Acaso tenias algo mejor que hacer?, te preguntaste a ti mismo tres horas después, mientras el agua de la regadera intenta volverte a una realidad menos cruel, pero igualmente injusta. ¿Valía la pena renunciar a la chocarrera propuesta que te hizo el destino de unirte en tiempo y espacio con ella?. Entonces admitiste con cierta vergüenza (y para ti mismo) que en realidad no fuiste por cobarde, porque hace mucho te diste cuenta que el amor también hace daño y por lo tanto, a veces no es tan descabellado huirle. Tenias miedo de encontrarla de nuevo tan encantadora como siempre, de sentir que el tiempo sin ella no vale nada. Sin más rodeos, te daba pavor la idea de enamorarte una vez más. Aunque, también temías no volver a verla jamás... y eso no te lo podías permitir. ¿Acaso tienes algo mejor que hacer, que no sea ir en busca de un amor perdido? ¡Claro que no! te respondiste. Y estas simples palabras fueron suficientes para desatar una extraña energía que te puso de pie.

Sorprendido de tu súbita valentía, te pusiste lo primero que encontraste (un atuendo bastante pasado de moda, digno de cualquier domingo) y decidido escapaste en tu automóvil a toda velocidad. Una a una recorriste las calles y avenidas que te separan del centro de Coyoacan, sabiendo que cualquier demora innecesaria podría ser fatal. Batallaste para encontrar donde estacionarte. Después de varias vueltas infructuosas y de alejarte un par de cuadras por fin lograste aparcar en un callejón abandonado. Ni siquiera apagaste el radio del automóvil, y apenas pusiste un pie en el suelo comenzaste a correr en dirección de aquel Restaurante-Bar en el que con un poco de suerte, la reunión de tus amigos y compañeros continuaría. Chocaste con una señora, casi te atropellan y te torciste un pie, detalles en los que no reparaste pues tu conciencia se encontraba ocupada en tejer historias en las que ella y el resto de los invitados al desayuno decidieron prolongar la reunión. Quizá la charla esté muy interesante, talvez no todos fueron puntuales y apenas están decidiendo que bebidas pedir, o quizá, el mesero es novato y se tarda tanto en servirles que aun siguen ahí. Pretextos para engañarte de la realidad. Lo más probable, es que ya no estén ahí.

Te descubriste bañado en sudor al entrar en aquel restaurante. La gente miraba con rareza tu apariencia cuando recorrías mesa por mesa, rostro por rostro... y ella no está, demasiado tarde... ‘Talvez se acaba de ir’ pensaste con tristeza. Ya más calmado, saliste y recorriste la pintoresca plaza que a esas horas ya esta llena de gente y comerciantes. Pasaron una, dos, tres horas y la noche se hizo presente.

Ya en tu casa intentaste dormir sin éxito. El insomnio siempre viene a ti cuando más desearías desconectarte del mundo. ¿Acaso tenias algo mejor que hacer?, la verdad no. Lamentablemente los mounstros de la duda y la indecisión volverán durante varias semana para recordártelo... hasta que la olvides, y si Dios y el destino quieren, recibas otra invitación a desayunar.

Una cosa es cierta, a ella la miras con distancia y respeto, tal y como se hace con el Mar. Supongo que por eso, ni siquiera ahora te atreves a escribir su nombre.

sábado, 27 de octubre de 2007

Estoy gordo

Fue mi abuela la que desató todo, cuando hace unas semanas la visité y lo primero que me dijo fue:
- Como que te ves más gordo.

Si bien, nunca es agradable escuchar que a uno le dicen que tiene sus ‘kilitos de más’, traté de no darle demasiada importancia al comentario de mi abuela, el cual por cierto, atribuí a la vestimenta que aquella tarde traía. Hoy la situación volvió a repetirse, sólo que el familiar que hizo alusión a mi aumento de peso no fue mi abuela, sino mi padrino Fernando, quién en la reunión familiar de este día, amablemente comentó:

- Ya embarneciste, te pusiste ‘mas macizo’. Mira nada más que brazotes.

¿Más macizo?, ¿pues qué soy un caramelo o qué?. Lo molesto no es que la tan sutil observación la haya hecho a la hora de la comida, mientras me servía un par de tacos, como pa’ que todos escucharan, no, el verdadero problema es que comienzo a sugestionarme y a estas alturas ya no sé si en verdad estoy más gordo que de costumbre. Porque eso sí, delgadito, lo que se dice delgadito, nunca he sido, pero tampoco soy una albóndiga. Acepto que fui niño gordo, situación que en ese momento no comprendía , pues durante mi infancia solía quitarme la playera, verme frente al espejo y pensar que el volumen de mi panza de luchador, en realidad era sinónimo de musculatura. Así que en aquellos años, lejos de pensar que padecía de sobrepeso, mi mente de escuincle idiota deducía que era afortunado por ‘estar tan fuerte’.

Por un misterio que aun no descifro (pues en esos años ha sido cuando más he comido en mi vida), al entrar en la adolescencia adelgace. No al punto de ser un fideo, pero si lo suficiente como para decir que tenía un cuerpo promedio. Y podría decir que así me he mantenido durante los últimos siete años de mi vida. A veces, según las circunstancias, subo o bajo un par de kilos, pero siempre volviendo a mi peso ‘promedio’. Honestamente, siempre me agrado no estar flaco, pero tampoco ser el más gordo, poderme comprar la misma ropa que el resto de las personas, y no tenerme que preocupar en lo más mínimo por la bascula.

Así de feliz era, hasta que mi abuela y mi padrino llegaron a meterme la duda. Además, confesaré que yo sí me siento más pesado, siento que la ropa no me queda tan bien como antes y por ejemplo, uno de mis pantalones me aprieta un poco. Para colmo, fui a comprarme un par de prendas y al mirarme en el espejo del probador me deprimí al mirar lo mal que esos atuendos se me veían. Elegí lo que ‘se me veía menos peor’ y salí directo a encerrare en casa, a meditar sobre mi gordura.

Antes de perder la cabeza y someterme a una liposucción, analicemos un poco el contexto de mi súbita marranes:

Puede ser que ni esté más gordo. Que un pantalón me apriete (y hasta eso, muy poco) no dice nada, además el resto de mis pantalones siguen igual. Otro detalle a mi favor es que conozco infinidad de personas (todos gordos, por cierto) que afirman que los espejos en los probadores de las tiendas están embrujados y que ‘absolutamente nadie’ se ve bien en ellos. Por último, quizá el día de la visita a mi abuela, y hoy en la comida familiar, la ropa que elegí no era la más favorecedora. Hoy por ejemplo, traía una camisa tipo polo de rayas horizontales, y todo mundo sabe que precisamente las rayas horizontales hacen que las personas se vean más anchas.

Osea que probablemente no, pero ¿y si sí?. Si realmente engordé ¿qué voy a hacer?. Igual y es cosa de la edad, y estoy pasando por esa etapa en la que a los hombres el cuerpo se les ensancha y efectivamente ‘embarnecen’, lo malo es que yo no quiero parecer señor, pues nada me aterra más que eso. Me importa un cacahuate que sea un procedimiento natural, no quiero, no quiero y no quiero.

En otras épocas de mi vida, culparía a la comida, pues como leyeron dos posts atrás, en una ocasión junto con un amigo me comí casi ochenta tacos, pero eso ya tiene como cinco años y en la actualidad, como normalmente, es más, el estar trabajando me ha quitado bastante tiempo de ocio, ahora que estoy laborando me mantengo más en movimiento. Lo malo, es que me pego unas desveladas de miedo y suelo dormir en las tardes, casi siempre después de comer, pero a cambio, cada domingo juego futbol por horas y desde la semana pasada, cada miércoles participo con mi equipo en una liga de fútbol nocturno.

Así que vuelvo al punto de partida. A no saber si en realidad estoy engordando, si es una mala apreciación, si estoy sugestionado o embarneciendo. Qué diablos, ni siquiera sé si me importa mi apariencia o no, por momentos me parece importante lucir bien y dos segundos después pienso en el tema como algo superficial y sin importancia. Me veo en un espejo y hasta me encuentro atractivo, otras, las más, me veo hecho un desastre. Podría hacer dieta, pero sé que lo dejaría inmediatamente. Lo que sí puedo hacer, pues me ha funcionado en otras ocasiones, es tomar un poco más de agua, aunque estar visitando el baño cada cinco minutos me resulta molesto y desagradable. ¿Y si salgo a correr en las tardes o desempolvo la bicicleta y la uso un poco?. Podría, pero a qué hora voy a leer, escribir y meterme en problemas.

No tengo ni idea de qué, pero tengo que hacer algo (además de cerrar la boca).

miércoles, 24 de octubre de 2007

Estambul al atardecer

Tendría que ser al revés. No me duele lo suficiente, o quizá no tanto como debería. De cualquier manera esta tarde la mítica ciudad de Estambul es un poco más húmeda y fría. Grandes suburbios se mezclan con antiguos palacios. Un puerto medio nostálgico, ancianos que venden todo tipo de artilugios de dudosa procedencia, niños turcos corriendo tras un balón. Olores de comida llena de condimentos, hombres platicando en cualquier esquina, nubes surcando el cielo gris. Eso y más es ésta lejana ciudad. Tu ciudad mi querida Katarinka. Ese espacio que siempre añoraste y defendiste. ¿Recuerdas como hablabas de las tradiciones ancestrales de tu familia? Siempre fuiste así, o querías que pensáramos en ti como alguien diferente. Apenas hablabas español, apenas nos entendíamos. Apenas, siempre apenas, pero lo suficiente para haberte amado locamente y en secreto durante años. Lo suficiente para saber que ésta tierra, mitad asiática, mitad europea, te dolía en el alma. Por eso llorabas cada que hablabas de ella, porque ese exilio que, si bien fue para buscarte un mejor futuro, jamás te permitió sentirte plenamente feliz. Por eso, saber que de cualquier manera esta tarde me alegra el corazón que esta tarde regresas a ésta Turquía tuya, patria más saludable y esplendorosa que al momento de tu expatriación. Me duele en el alma, querida Katarinka, conocer a tu amada Estambul, justo el día en el que traigo tus cenizas bajo el brazo.

Se cumplirá tu última voluntad. Volverás a las aguas de este inmenso mar de oriente. Mientras, comienza a caer la noche.


Gabriel Revelo
Abril 2006

domingo, 21 de octubre de 2007

De Luna


Si se congela te impacientas.
Si la miras te atormentas, le cantas, le rezas versos de cometas.
Hoy es roja. Te serena,
rodeada de estrellas que refleja... y volvemos a empezar.

Cada noche prisionera de un mundo que da vueltas,
no te deja en paz.

Novia y compañera del marinero,
luz del vagabundo, guía de mi vida,
no me dejes más que me muero.
No sólo yo, también el cielo.

Si te vas se acaba un verso.
No habrá otra ridícula canción de amor.

Dime que volverás.
Si decides romper el ciclo de tu desfilar.
la noche no será más que un profundo huracán,
que arrastra nuestras vidas a naufragar.

Amor, soledad y desamor, sin tu amparo nada son,
porque esperando tu llegada al anochecer,
convierto en consuelo fingido mi desolación,
dime luna, ¿qué haré?, cuando decidas no volver.

Hoy eclipsaste, ayer menguaste.
Siempre enamoraste al sol,
que te sigue muy deprisa,
y siempre llega tarde cuando no estas.
Llora amargamente si no te puede ni mirar,
sufre intensamente tu elegante despreciar...
Celoso de que el mundo se enamoré de ti,
que te hablé, que te mire, que se amen frente a ti.

Y sigues ahí...

Ya sólo quiero cerrar los ojos e imaginarte como hoy,
roja, reflejada por tu pretendiente infinito, el Sol;
que te hace ver más bella, más soñada,
y que hoy, te eclipsó para consolar mi corazón.


Gabriel Revelo
Marzo 2007

miércoles, 17 de octubre de 2007

45 cosas

45 cosas del autor de este blog que talvez no sabías
(y muy probablemente ni siquiera te importen):

1. A los ocho meses de edad se comió una esfera de cristal del árbol de navidad. Increíblemente, no le paso nada.
2. Apretó tanto a un pollo con las manos, que lo mato. Ese fue su primer asesinato ¡y eso que sólo tenía 1 año!
3. Practicó (sin éxito) karate durante dos años. Su única participación en un torneo fue mediocre, pues ganó su primer combate y perdió el segundo.
4. Se enamoro por primera vez en la pre primaria de una niña llamada Martha Patricia.
5. Actualmente tiene una mascota: ‘Margarito’, un perro maltes de ocho año.
6. El primer concierto al que asistió fue al de Michael Jackson en el estadio Azteca (Septiembre de 1993).
7. En quinto de prepa reprobó cinco materias y fue el último lugar de su grupo (el 42).
8. Se ha peleado a golpes en cuatro ocasiones.
9. Lloró la primera vez que vio la película ET. Esto fue en la escena final, cuando el extraterrestre se despide de Eliot.
10. Fue Scout de 1990 a 1998. Aunque el jura que el día menos pensado volverá a enrolarse en esta organización.
11. Sólo ha sido operado una vez. De las anginas a los siete años.
12. Jura y perjura que una noche, cuando era niño, vio moverse a una serpiente de plástico de su ‘montaña tenebrosa’ de He-Man.
13. Su primer regalo a una mujer fue un gato Garfield de chocolate a su amiga Betty con motivo del catorce de febrero de 1994.
14. Todos los viernes jugaba a la lucha libre con su Papá.
15. Su primera borrachera fue a la tardía edad de 18 años en Puerto Vallarta.
16. Intento escribir por primera vez a los 16 años. Su intento de novela se llamaba ‘4 días de vida’ y trataba sobre el impacto de un cometa gigante en la tierra. Desistió cuando se entero que ese año saldrían dos películas con ese mismo tema.
17. Tiene una cicatriz en la barbilla, que se hizo cuando era niño en la alberca de pistolas de agua del CICI en Acapulco.
18. No fuma. La única vez que lo intento no le encontró el menor chiste, además de que termino ahogándose.
19. A los 17 años actuó, dirigió y escribió junto con sus amigos Daniel Vázquez y Armando Díaz un cortometraje (bueno, ni tan corto, duraba casi cincuenta minutos) llamado ‘Nostalgía’.
20. A los 15 años le dispararon con una pistola de balines mientras caminaba en la calle con su familia. Hasta el momento no sé sabe quién es el culpable.
21. Hace como 18 años salvó a su hermana de ahogarse en una alberca.
22. La primera vez que fue a un partido de fútbol, el Atlante, equipo de sus amores, perdió 3-0 con el América en el estadio Azulgrana.
23. Se agarro a ‘panazos’ con su papá en una Comercial Mexicana, destruyendo así una
docena de baguettes (que no pagaron).
24. Se cae de la cama, mínimo 3 veces por mes.
25. Desde pequeño, su papá Mario Revelo le enseño algunos trucos mágicos. De echo, en su familia paterna hay varios magos.
26. Sólo ha chocado una vez en su vida.
27. Durante una celebración navideña, entre él y su amigo Ángel Vázquez se comieron más de 80 tacos al pastor.
28. Tiene dos pies izquierdos, por lo que el baile no se le da. Aunque cuando era niño siempre bailaba en las reuniones familiares.
29. Sólo ha tenido 3 looks diferentes en su cabello: Raya de lado (1982-1996), Raya en medio (1996-2005) y ahora, que ni forma tiene.
30. La única vez en su vida que fue asaltado tenía 15 años. Gabriel regresaba de la escuela y fue abordado por dos tipos que lo despojaron de ochenta pesos y de un reloj que su tío Miguel le había traído de Australia.
31. Sólo ha visto un fantasma en su vida.
32. Varios años padeció de insomnio.
33. Junto con su amigo Ángel, en una ocasión hizo llorar a una maestra en la Universidad.
34. En la secundaria fue uno de los pocos estudiantes en obtener la ‘Corona de dieses’. (Este reconocimiento se entrega en el Instituto Don Bosco a las mamás de aquellos alumnos que durante dos meses no reprueban ni una materia, obtienen un promedio superior al 8.5, no tienen ningún retardo ni falta de asistencia y por supuesto, no obtienen reportes)
35. Aunque rara vez se enamora, podríamos decir que las tres veces que lo ha logrado ha sido una autentica locura.
36. Conoció los placeres de irse de pinta durante su último año en la preparatoria. Tuvo casi 100 faltas a clases en todo el año.
37. Inventó y organizó con su amigo Alejandro la llamada ‘Gira del Adiós’. Evento que consistió en tener una fiesta cada semana durante su último semestre en la Universidad.
38. El momento más impactante de su vida fue cuando vio al Papa Juan Pablo II y sintió una energía incomparable.
39. Su color favorito es el negro.
40. El regalo más especial que ha recibido en su vida, fue un pequeño ramo de gladiolas que hace cuatro años le dio la chica que le gustaba (después fue su novia y después lo abandonó... ¡que triste!)
41. Su primera cita con una mujer fue un autentico desastre.
42. Es el encargado de escribir las pastorelas familiares en Navidad.
43. Cada domingo juega fútbol con sus amigos (actividad que desempeñan desde 1996) en el parque de su colonia.
44. Ha tenido varios apodos a lo largo de su vida: Garfield, Pif, Gabo, Chaps, Gaviota, La Trucha Revelo, etc.
45. No ha vomitado desde hace un año.

domingo, 14 de octubre de 2007

Escritores vemos, delitos no sabemos

A simple vista, el sujeto de la foto no es nada especial, y podría pasar desapercibido en cualquier lugar. José Luis Calva Zepeda, de 38 años, es, además de escritor y poeta mexicano, el presunto asesino y descuartizador de tres mujeres.

Oriundo de la Ciudad de México, Calva Zepeda gustaba de escribir novelas de terror. Se sabe que antes de su detención, vivió por años en el departamento 17 del edificio 198, en Eje 1 norte, en la colonia Guerrero. Trabajaba en un café Internet ubicado sobre la misma calle y se le consideraba un sujeto seductor, aunque solitario. Se presentaba como poeta, escritor de novelas y curandero. Varios vecinos del lugar comentan que no era nada extraño que ‘El poeta’ llevara diferentes mujeres (mayores de 30 y divorciadas) a su apartamento- Generalmente conocía en salas de chat en la red, a las que solía seducir con su vestimenta elegante, su voz vaporosa y su carácter amable. Después del primer contacto, solía mandar poemas y una rosa diaria a sus conquistas.

“La diferencia entre la vida y la muerte es blanca, se evapora en un instante y pesa... sólo un gramo, ahí estaba yo sentado frente a mi única opción”.

Este es un fragmento de uno de los poemas que las autoridades encontraron en su departamento la semana pasada, además de fragmentos del cuerpo, de Alejandra Galeana de 32 años, empleada de una farmacia, a quien el inculpado convenció de asistir a una cita en un café internet. El cuerpo fue descubierto en el closet. Una pierna en el refrigerador, un brazo en el congelador, y dos cuchillos y un cúter ensangrentados en el piso completaban el macabro escenario. Los peritos en criminología analizan si alguno de los trozos que encontraron en un sartén pertenecieron a Alejandra. También se halló, dentro de una caja de cereal, un hueso y dos extraños mensajes:

“Froylán Mauricio López Lavan eres mío te ordeno venir a mi”.
“Héctor Daniel Gutiérrez Hernández te ordeno yo, Elia Guadalupe Calva Zepeda, que sólo pienses en mi, primero en mi”.

La línea de investigación más lógica establece que Calva Zepeda se inspiraba para escribir en las mujeres que se presume, descuartizaba, debido a que antes de su detención se encontraba escribiendo la que sería su nueva novela de terror: Instintos caníbales.

“Era amable, carismático, bien parecido, pero me daba mala espina, porque era extraño y no permitía que conocieran a su familia”, declaró Judith, mamá de Verónica Consuelo Martínez Covarrubia, otra de sus posibles victimas. José Luis conoció en el 2004 a Verónica (divorciada, madre de tres hijos y también empleada de una farmacia). Se relacionaron sentimentalmente y en marzo de ese año, comenzaron a vivir juntos, hasta que se separaron porque el poeta se volvió golpeador.

Judith narra que su hija “salió a comprar medicinas el 25 de abril de 2004 y jamás la volvimos a ver...” “...asfixió a mi hija, la descuartizó, la metió en bolsas negras y la tiro”. Tuvo que pasar un año para que en un baldío de Chimalhuacán apareciera el cuerpo destazado de Verónica. Además, en la Procuraduría existen otras investigaciones a Calva por mutilación y homicidio, como el ocurrido en Tlatelolco en abril del 2007, a una sexoservidora conocida como ‘La Jarocha’.

José Luis Calva será arraigado por 30 días, mismos que servirán para continuar las investigaciones y tener los resultados de las pruebas. Actualmente es custodiado por dos judiciales en la Cruz Roja de Polanco, dónde está hospitalizado después de ser atropellado por un Taxi, mientras intentaba huir de los agentes que se presentaron en su casa para investigar el paradero de su pareja.

Y vaya que la noticia ha dado de que hablar. Todos hablan del caníbal de la Ciudad de México, de lo terrorífico que fue encontrar partes en descomposición en el departamento de un sujeto ‘aparentemente normal’. Que yo recuerdo, es el primer caso de canibalismo por parte de un asesino serial en mi país, pero al contrario del grueso de la opinión pública, para mi lo impactante fue que el asesino fuera escritor y poeta, sufriera de soledad y su vida cada vez se fuera pareciendo más a sus textos.

Con frecuencia se habla de los escritores como seres dotados de una sensibilidad que los hace estar en conflicto con su entorno, qué si son depresivos, qué si son personas difíciles de tratar. También se carga con el estigma de ser una persona ‘interesante’ y seductora. Tal combinación me resulta incoherente, pero innegablemente cierta. Yo, que me considero escritor (desconocido, de mala calidad si ustedes quieren, pero escritor al fin y al cabo) podría afirmar que mi personalidad es un completo caos. Además, mis continuos e impredecibles cambios de animo, me hacen ir del exhibicionismo a la timidez, de la seriedad a la inmadurez, de escribir sobre temas románticos e importantes, hasta de abusar de las palabras para derrocharlas en idioteces. Con tal cuadro esquizofrénico, me pregunto a dónde me llevarán mis manías y si algún día me llevarán a hacer daño.

Hace dos años escribí “Con miedio al tiempo” . En este cuento largo, o novela larga (como usted guste llamarlo, uno de mis personajes asesina a otro. Recuerdo que al escribir esa escena tuve la extraña sensación de revanchismo mezclada con miedo. Plasmar un asesinato que nació de mi inventiva es tan fuerte, tan estremecedor, que terminé con un hueco en el estomago. Aquel fue mi primer asesinato literario y no me resultó fácil.

Por eso ahora que conocí la historia de José Luis no dejó de pensar en mi. Estoy seguro que la mayoría de las personas no me conocen del todo. A través de las letras se puede transmitir parte de la personalidad del autor, pero siempre queda un resquicio en el que se esconden mis perversiones, mis miedos, mis pasiones más personales. Ahí, en ese espacio se encuentra un alma que para bien o para mal, es capaz de lo peor. Si ni yo me conozco, de qué argumento se pueden agarrar los demás para considerarme una buena persona. Supongo que en ocasiones, he sido capaz de seducir y tocar corazones, la pregunta es si yo realmente soy lo que se ve, o simplemente porto un disfraz.

Mi mente sigue invadida e inquieta gracias a una historia de la vida real que leí en los periódicos. La del caníbal de México, la del poeta maldito, el novelista asesino, o simplemente la historia de José Luis Calva, no importa que nombre se le de, aun así es la historia de alguien como yo, apasionado de la escritura, romántico pero tímido por naturaleza, enamorado siempre del mismo prototipo de mujer; decidido a llevar sus historias al máximo nivel de realismo y viceversa. La diferencia es que el cometió un crimen horrible dentro de una novela bien contada. Y yo, ni he matado a nadie, ni creo, para mi desgracia, escribir esa novela bien contada, ni en papel, ni la vida realidad, como José Luis Calva.

(La historia “Con Miedo al Tiempo” está disponible para quién quiera leerla, solo pídamela y con gusto se las mando por correo electrónico)

jueves, 11 de octubre de 2007

No es lo mismo, Chávez

La última vez que hablé de usted en éste blog,
mi (mal) querido Chávez, terminé asqueado, razón suficiente para preguntarme qué demonios hago de nuevo, escribiendo sobre su desagradable persona.

Si bien mi racionalidad me indica que sus siniestros ojos jamás me leerán, algo me dice que no sería nada raro que, en medio de su característica paranoia por detectar fuentes de pensamiento diferentes a la suya, alguno de sus servicios de inteligencia bolivariana detectara éste escrito, lo cual, ahora que lo pienso, no sería del todo trascendente para alguien como usted, tan acostumbrado a oír que medio mundo (literalmente) de dictador no lo baja.

¿Ya nos podemos hablarnos de tú, Hugo?

Seguramente tienes que ir a grabar una emisión más de tu progama ‘Aló Presidente’, como debe ser agotador hablar más de seis horas de cuentos que ya casi nadie te cree (salvo un viejito incoherente que gobierna Cuba) trataré de ser breve. Te decía Hugo, no era mi intención hablar de ti, y mira que con las barrabasadas que haces y mis ánimos de criticarte tuve que hacer un gran esfuerzo. Sacaste un disco con canciones rancheras (en México estamos que no cabemos de orgullo por prestarle a ‘nuestra música’, esa magistral voz y porte de charro que tienes) y no dije nada. Dizque homenajeaste, cuando en realidad usaste, a la decrepita e ideológicamente confundida escritora, Elena Poniatowska, y tampoco escribí ni dos líneas al respecto. Ya se que te da igual, total, siempre terminas haciendo, como buen niño berrinchudo que eres, lo que se te da la gana.

Entonces ¿por qué provocarme arcadas literarias hablando de ti?. En primer lugar, porque tu ‘nuevo chistecito’ es bastante risible y ejemplifica los niveles a los que la censura enfermiza puede llegar; y en segundo lugar, porque el censurado en cuestión es uno de mis cantantes favoritos.

A Alejandro Sanz tuve la oportunidad de verlo en abril de éste año,
en dos de los conciertos de su gira ‘El Tren de los Momentos’ que ofreció en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México. Intuyó, señor Chávez, que a usted el compositor español no le cae nada bien y que en su vida, se ha detenido a escuchar completo alguno de sus discos. Relájese. Ninguno tiene mensajes en su contra, pero como este post si los tiene, hágame el favor de seguir leyendo, sirve que experimenta un poquito lo que es oír hablar y hablar a alguien de un tema que no le interesa. ¿En qué estábamos?, es que ya ve, se me va el avión cada que empiezo a hablar pestes de usted.

¡Ah ya me acordé!. De su amigo Alejandro Sanz. Pues fíjese que lo considero (a Sanz, no a usted, ni se me haga ilusiones) un artista en toda la extensión de la palabra. Muchas de sus composiciones las considero magistrales, a tal grado de que escuchando ‘al maestro’ he reído, llorado, enamorado, recordado historias de amor, y muchas sensaciones humanas más, que dudo, usted (bueno, tú) hayas vivido. Al fin de eso se trata el arte. En abril, mientras veía al señor Sanz cantar con todo el sentimiento humanamente posible ante miles de personas que como yo, sentían romper su corazón al unísono de frases poéticas, ni por la cabeza me pasaba que usted, loco de poder, censuraría medio año después a Alejandro, impidiéndole cantar en el Poliedro de Caracas.

Hugo, Hugo, Hugo, para dejar en claro tú nivel de idiotez, ¿te parece si recordamos lo que dijo el malvadísimo y enemigo de la democracia bolivariana, Alejandro Sanz y que provocó que su censura en Venezuela?. ¿No?, ni modo, se aguanta y lo lee:

(Sanz en tono jovial)
"Su presidente (Chávez) no me gusta. Tampoco me gustan los de otros sitios, y el mío tampoco (el español José María Aznar) me parece que lo haya hecho bien".

¡¡Y ya!!!!.... Si tomamos en cuenta que esas declaraciones fueron hace más de tres años, concluimos que usted, además de ardido, está demente. En aquel 2004, usted llevó a cabo en Venezuela una dudosa consulta sobre la posibilidad de su reelección y terminó sacando un referéndum en el que según usted, las mayorías en Venezuela lo aman, quieren, veneran y desean sexualmente. Al buen Sanz, que como buen romántico, tiene la cabeza en la luna, se le ocurrió declarar que si tres millones ¿eran más o menos? de personas firmaban para que dejará de cantar, él se retiraría de la música. Según algunos sitios de Internet, dicha cifra ya se alcanzó (yo lo dudo), aunque eso es lo de menos, si usted, a pesar de la inconformidad de su pueblo sigue gobernando, no veo porque un artista no siga cantando.

Los argumentos que dio su gobierno, son los de un necio que no piensa, pero que cree firmemente que tiene la razón: Porque sí. Así de patética fue la declaración de Luis Acuña, ministro de Educación Superior de Venezuela, quien recientemente tomó la administración del Poliedro de Caracas, que remató con el bellísimo comentario de "Los habitantes de este país que respondan: si algún artista viene a Venezuela a despotricar del presidente Chávez, del proyecto bolivariano, si ellos tuvieran en la posición de prestarle el Poliedro para que lo haga, si ellos se lo prestarían o no. El concierto se puede llevar a cabo en Venezuela porque nosotros no tenemos aquí limitaciones de que nadie visite el país, pero revisaremos cada evento que se vaya a realizar en el Poliedro de ahora en adelante. Sería contradictorio que el espacio de una universidad (El Poliedro como parte del Ministerio de Educación Superior) sea utilizado para ensalzar valores contrarios a la educación”.

Pues señor Chávez, si Sanz agotó desde hace meses más de 15,000 entradas para el concierto en Caracas el 1 de Noviembre, quizá su pueblo no este tan enojado con él. Otra cosa, qué casualidad, que la resolución la de dos semanas antes del concierto. ¿Así o más déspota? Además, ¿usted cree que a Alejandro le preocupa?, si acaso él estará interesado en dar los conciertos por sus fans (que no tienen la culpa del tiranazo que los gobierna), pero créame, que si acaso, los preocupados son los empresarios venezolanos que en mala hora, decidieron contratar el espectáculo de Sanz. La censura, al fin y al cabo, es para SU pueblo, que de cualquier modo, con o sin su consentimiento

Me despido, no sin antes decirle que ni Sanz se va a volver más pobre por un concierto no dado, o va a dejar de componer tan magníficamente. No crea, pedazo de idiota, que con esto se le va a dejar de criticar. Yo, no tengo nada en contra de Venezuela, pero a usted y a su ‘proyecto bolivariano’ me los paso por la cola. Y de paso, también a Fidel Castro y su socialismo primitivo, tirano y deshumano. Hugo, espero no volver a escribir de ti.

Y el alma al Aire...

lunes, 8 de octubre de 2007

Cuándo volar no es lo más importante


1.
‘The Beatles, en vivo y en directo’. Así decía la marquesina de aquel viejo teatro de la ciudad, que de paso, lo anunciaba como un espectáculo nuevo y sorprendente. ¿Cómo le harían los productores de ese espectáculo para hacer real la promesa de tener en aquel lugar al famoso grupo musical, disuelto hace casi treinta años?, ni idea, pero por nada del mundo me perdería un evento así.

Me sorprendió haber alcanzado a comprar un boleto. Como el espectáculo estaba a unos minutos de empezar, yo, fanático empedernido de The Beatles entré cuanto antes para alcanzar un buen lugar. Era de esperarse, los asientos de hasta abajo ya estaban abarrotados, pero aun había localidades bastante aceptables en las butacas de la parte media. Cuando por fin visualicé y me dirigí hacía la que sería mi luneta, un niño gordo de unos ocho años paso a mi lado gritando, me empujo y se sentó en dónde yo tenía planeado. Repentinamente se apagaron las luces del escenario, la gritería del público me anunciaba que el concierto estaba apunto de comenzar. Desesperado le rogué al engendro endemoniado que se quitara y me dejara sentar. Al darme cuenta que del mocoso aquel no recibía más que burlas, decidí sacar mi ira y propinarle un ‘coscorrón’ de mediana intensidad en la cabeza. El escuincle infernal, contrario a su apariencia y acciones malvadas, comenzó a llorar tan fuerte, que su llanto se escuchaba (y hasta sobresalía) de entre los alaridos de la audiencia. Como no quería perderme nada, me alejé de la escena del crimen en busca de otro lugar, además de que también lo hice como preocupación, pues lo que menos deseaba en esos momentos era ser golpeado por algún padre de familia.

Para mi sorpresa, el asiento que encontré no era malo. Finalmente comenzaron a sonar los acordes de ‘She love’s you’, el telón que cubría el escenario se levanto y allí estaban: George, Paul, Ringo y John como en sus mejores tiempos, tocando ante las poco más de ochocientas personas que nos encontrábamos ahí reunidas. Fue entonces cuando comprendí de lo que se trataba todo ese espectáculo; en realidad, no era que The Beatles estuvieran allí, lo que veíamos, más bien, era un gran despliegue de tecnología que proyectaba virtualmente y en tercera dimensión una actuación del legendario cuarteto, pero la sensación lograda era tan real, que cualquier despistado o persona menos atenta a los detalles hubiera dado por verosímil. Decidí vivir la experiencia y me dejé llevar con la idea de que aquel montaje era realidad y, salvo los espacios entre canción y canción, en los que escuchaba los lloriqueos del niño gordo, comencé a disfrutar las locuras que aquellos cuatro genios realizaban en el escenario.

La primera media hora se me fue como agua. Aquel espectáculo estaba diseñado de tal manera en la que había un intermedio. Cuando se prendieron las luces, comencé a pensar si ir al baño, a la dulcería o a darle otro golpe al niño gordo que a lo lejos seguía llorando. En esas divagaciones estaba, cuando el sonido local del teatro anunció que como ‘show de mitad de concierto’, uno de los espectadores viviría, completamente gratis, la experiencia de volar por los aires del teatro. Como la voz del anunciador no había dejado claro cual sería el método de selección para el espectador o a dónde deberían dirigirse los interesados, la mayoría de los presentes se quedaron en sus lugares a la espera de más indicaciones. Silencio absoluto, salvo los cada vez más pausados espasmos de llanto del niño gordo, nada se escuchaba.

Del techo del teatro salió una especie de cuerda que iba de un lado a otro con una gran rapidez. Aquella soga, que al principio vi hasta el otro extremo del teatro, se dirigía hacía a mi a toda velocidad. Todo lo demás paso de manera inexplicable, fueron cuando mucho un par de segundos los que le tomo a la punta de esa cuerda misteriosa atarse a la muñeca de mi brazo, y con gran fuerza, levantarme de la butaca a toda velocidad. Aun sin reponerme del vértigo inicial, temerosamente abrí los ojos y descubrí que todo a mi alrededor daba vueltas. A capricho de la cuerda subía, bajaba, giraba, volvía a descender muy cerca de las cientos de cabezas que me veían entre embobadas e incrédulas. Ante la idea de llegar a zafarme de esa cuerda y terminar ‘embarrado’ en alguna pared, apreté mi mano a la soga con todas mis fuerzas.

A esas alturas, comencé a sentir como mi teléfono celular amenazaba con salirse de la bolsa de mi pantalón. Rogándole a Dios que no se llegara a salir descubrí algo mucho más aterrador: Ya no estaba sujeto a ninguna cuerda. Fue ese el momento en el que me di cuenta que podía moverme por los aires a mi antojo. No tenía idea de qué tipo de tecnología era la que me permitía hacer todo eso, pero de que era divertidísimo y me sentía libre, no había ninguna duda. Pase unos dos minutos en los aires, siendo la envidia de los demás, probando descensos a gran velocidad, dando piruetas, sintiendo al aire sostenerme.

Hasta que, así como el milagro comenzó, de igual manera terminó. Afortunadamente no estaba muy alto cuando el encanto terminó y la fuerza de gravedad me hizo descender bruscamente y caer en uno de los pasillos de la orilla. Un poco adolorido me levante mientras escuchaba las risas de todo el auditorio sobre mi persona (las más intensas, eran las del niño gordo). Con dicha observé como las luces se apagaban de nuevo y comenzaba la segunda parte del concierto, haciendo que por fortuna su servidor dejara de ser el centro de atracción. Entre apenado y mareado me senté en una butaca de la orilla, sin saber porque, comencé a sentirme triste.

****
2.

No recuerdo que canción era la que estaban tocando los Beatles virtuales cuando percibí su aroma. Cuando escuche su voz muy cerca de mi oído me sentí estremecer. Ahí estaba ella, a mi lado, en un concierto rarísimo en el que ella normalmente no tendía que estar. No sé si fui yo él después de mi vuelo por los aires llegó hasta ella, o fue ella la que me vio y decidió acercarse. Lo cierto es que ahí estaba, la mujer a la que más he amado en esta vida, aquella a la que jamás, por más intentos que hago, logró sacármela de la cabeza. Aquella por la que siempre he muerto en ganas de llamarla ‘amor’. Ella, la siempre perfecta, la más bella, la más guapa, la más inteligente, la más simpática.

Entonces me sugirió que saliéramos de aquel teatro, que por favor la acompañara a cualquier lugar. Y eso fue lo que me venció, pues cualquier lugar, en su compañía, siempre ha sido la mejor aventura de la vida. Qué me importaba dejar ese concierto sin razón, para perderme en la sin razón de seguirla a dónde sea. Lo siento Ringo y compañía, ustedes pueden esperar treinta años más.

Salimos del teatro y soplaba un aire invernal, motivo suficiente para que te abrazaras a mi y volviera a sentir, como hace tiempo atrás, tu cuerpo pegado al mío. Sentir las formas de tu cuerpo femenino tan cerquita de mi, lejos de darle un toque de sensualidad me hizo sentir tanto amor que podría haberme muerto en ese instante. El terciopelo de tu mejilla rozando mi rostro, mis brazos rodeando la fragilidad de tu espalda. Sintiendo latir muy fuerte mi corazón y querer que lata al doble de velocidad. Tenerte así, ver tus labios tan cerca, las mariposas revoloteando mi estomago y ese nerviosismo de no querer moverme para no echar a perder las cosas.

Entonces sucedió el verdadero milagro, que no fue volar, sino volver a probar tus labios y comprobar que tus besos podrían llamarse perfección. A pesar del tiempo, la forma de entregarte a las mil sensaciones que el encuentro de nuestras almas provocaba era superior a la intensidad de millones de voltios eléctricos. Reconocerme en tu boca, volver a recorrerla y sentir que la inmortalidad eres tú en esos encuentros.

Después tu sonrisa. Comenzamos a caminar. Las hojas de los árboles caían sin piedad a nuestro paso y a mi no me importaba nada que no fuera caminar a tu lado prendido de tu cintura perfecta. Hacerte reír era el acto de amor más puro que en ese momento podía regalarte. Apenas me di cuenta de que el escenario por el que caminábamos, era una calle de la ciudad en los años 70s. Llegamos a una casa, después ya no recuerdo más.


****
3.Me resulta difícil precisar cuanto tiempo paso entre aquel sueño y el momento en el que sonó la alarma de mi celular y me desperté. Quién haya tenido un sueño intenso y casi real, sabe que no hay resaca más tormentosa que la que se siente después de que uno es sorprendido de golpe por la realidad.

Lo absurdo no fue haber sido trasladado de la nada a los años 70´s (década en la que ni siquiera había nacido), o la lluvia de hojas y el frío invernal, el concierto virtual o el haber golpeado a un niño gordo. De haber un poco de orden en el caos de la historia que mi subconsciente se fabricó, lo más importante del sueño tendría que haber sido que volé. ¿Acaso no ha sido volar, desde tiempo inmemoriales, el sueño del hombre?. Por eso me extraña que sea el vértigo de un beso y no el de surcar los aires, el que hoy me tiene con el animo caído.

He querido sacudirme las imágenes que a todas horas laceran mi memoria, sospechando que el verdadero problema, serán las sensaciones tan enfermizamente reales. Haber despertado con tu aroma impregnada en mi, con los brazos aun guardando la justa medida de tu cuerpo y con tus labios dibujados en los míos. Mi estomago aun está adolorido por el escuadrón de mariposas que con una intensidad suicida se estrellaban a causa del amor.

Todo el día me la he pasado ausente. Enamorado por un sueño que me trajo de vuelta tu cariño y que de tan intenso aun puedo revivirlo. Tuvo que ser, precisamente un sueño, el que me contará una verdad que incoherentemente intentó negar: sigo enamorado como un imbecil de ti, hasta hoy todos los intentos que he hecho para dejarte de lado han sido un fracaso.

El sueño alguna vez fue real, gigantesco detalle que hoy me mata al saber que el amor que siento por ti y las sensaciones que despiertas en mi no están nada alejados de la realidad, pero que por cosas de la vida, hoy casi se tornan imposibles. ¿Qué fuerza o afán silencioso me hace volver a vivirte en sueños?, ¿qué diablos esconde mi subconsciente, que no me deja soltarte?. Rescribir temblando aquel sueño, sentirme triste todo el día, no encontrar acomodo en ningún sitio. Miren que patético soy, estando despierto.

Volar no fue, ni de cerca, lo más importante.

sábado, 6 de octubre de 2007

Mi enojo con Dios

Los sábados suelo lavar mi auto. Casi como una regla escrita, cada que lo hago llueve. No importa si el día está soleado y sin nubes; me basta con enjuagar el vehículo para convocar tormentas y dejar como mentirosos a los meteorólogos. En broma siempre decía que Dios lo hacía a propósito. Empiezo a creer que es cierto.

Han sido dos semanas medio difíciles. De por si, cargar con mis soledades y desamores cotidianos ya es un fastidio, como para aguantar que el universo entero se pusiera de acuerdo para llenarme de problemitas por aquí y por allá, llenando de incomodidad el ambiente que me rodea: Me dio diarrea, se venció el seguro de uno de los auto (y no lo puedo usar, por seguridad, hasta que me llegué la póliza nueva), el otro visitó en menos de quince días tres veces el taller mecánico por ‘diversas descomposturas, mi perro Margarito se pasó una tarde entera vomitando, aumentó mi horario y la cantidad de trabajo y mi sueldo siguió casi igual, mi computadora cada día está más lenta y para colmo, no he tenido tiempo de leer. Y yo, cuando no leo, me pongo de un humor insoportable.

No sólo es eso, es el sentimiento de que todo me sale mal, y eso, para un obsesivo como yo, es un infierno. Me basta que no funcione bien algo para que la estúpida preocupación me dure todo el día y se quedé pegada a mi como una sanguijuela dispuesta a absorberme la calma.

Así que una tarde de rabia me atrevía a decirlo: Dios debe odiarme..., o, gracias por nada, o, estoy muy enojado contigo. Las palabras anteriores, han estado escapándose aleatoriamente de mi boca, aun sin saber si realmente siento cada una de esas palabras que por si mismas pesan muchísimo.

No sé si después de escribir esto me sienta culpable, o si al hacerlo, cometo alguna especie de sacrilegio o pecado. No es mi intención achacarle a Dios la culpa de todos mi problemas, y mucho menos hablar mal de él.

De antemano sé que no tengo razón, ni argumentos validos para tomar la postura cobarde y fácil de depositar mis errores en la inmaculada tercera persona del creador. Aunque a mi favor, debo decir que no comprendo porque ese Ser Superior a veces se ensaña con alguno de nosotros al agobiarnos con eventualidades. Sé que es un error compararme con los demás, pero a las personas de mi alrededor parece irles mucho mejor.

Estoy muy idiota. Cuando mi mamá se enteró de mi pleito con Dios me dio una regada, y me la merezco. Tengo casa, salud, amigos, seres queridos y en general, no tengo carencias... pero ¿acaso no los dolores e insatisfacciones del alma son más desgastantes?. Solo soy un inmaduro que no tiene donde esconder la cara por la pena que le causan sus estúpidos problemas.

Que alguien me diga que hay guerras, enfermedades y hambre, que me abran los ojos y me quiten esta superficialidad que sólo estorba. Que le dejé a Dios en paz y me ponga, mejor, a poner en orden el caos de mis ideas. Seguramente si me detuviera un momento a ver salir el Sol, entendería que todo es una orquesta perfecta.

Esta madrugada de sábado me siento mejor. Supongo que Dios no tiene nada que ver con mi incapacidad de ser feliz, y que a pesar de todo, este enojo se disolverá en vergüenza.

No sé cómo me atreví a publicar esto... perdóname Señor, es el vacío de amor el que me hace escribir tonterías como ésta.

martes, 2 de octubre de 2007

Yo (en calzones) vs los Rockstars

El domingo, en la explanada del Palacio de los Deportes, se realizó una tocada de Rock como parte de la promoción de los próximos Premios MTV Latinoamérica que precisamente se llevarán a cabo en la Ciudad de México.

Antes de seguir mi hasta ahora breve relato, considero oportuno aclarar que los grupos invitados eran ‘Mazapán’ y ‘Allison’, representantes del hoy tan de moda subgénero del rock conocido como Happy Punk. No sé qué tan justa sea esta categorización, o peor tantito, desconozco en mi calidad de no experto del tema, si es apropiado hacer divisiones en un genero ya tan manoseado como el rockero. Por eso, si Allison y Mazapán son o no dignos representantes de la rebeldía de estos tiempos, y si, ‘están o no en la onda’, no es algo que pueda responder. Como se darán cuenta, en este tipo de cuestiones soy un ignorante que de repente acabó presenciando aquel mini concierto.

Fue una amiga (fan de Allison) la que me invitó. Como aquel día tuve que trabajar en la mañana, quedé de alcanzarla en el evento. Después de apurarme como desquiciado para ‘llegar a tiempo’, salí de la oficina (si es que se le puede llamar así al lugar ese dónde trabajo) como alma que lleva el Diablo para encontrarme con ella. Aquí es importante aclarar que mi consigna durante el viaje de Avenida Universidad al Palacio de Los Deportes era cambiarme de ropa mientras manejaba, porque eso sí, no iba a llegar en pants y sudadera (look fodongo de domingo).

Ya se imaginaran, primer alto, y yo que aproveché para bajarme del auto, abrir la cajuela, sacar la bolsa con la ropa para cambiarme. Luz verde y a manejar más. Siguiente alto: me desabrocho el cinturón de seguridad, me quito la sudadera, la playera que traía y...¡qué se pone el siga!. Y ahí voy, manejando sin playera, mostrando el cuerpazo que tacos, refrescos y demás comida chatarra me han ayudado a mantener durante tanto tiempo.

Luz roja de nuevo. Me pongo una playera blanca de manga larga, y encima, me hubiera puesto una camisa tipo polo negra, y digo ‘me hubiera’, porque inmediatamente la luz verde volvió a hacer de las suyas. Y ahí voy, manejando con una camisa a medio poner que se me había enredado entre la cabeza y el hombro, y que supongo me daban un aspecto de musulmán drogado. Luz roja de nuevo. Me acomodo la camisa y me quito los tenis para acomodarme las calcetas cuando... ajá, adivinan, luz verde. Aquí quiero hacer otro paréntesis, quienes no viven en México seguramente creen que exagero con aquello de que el rojo del semáforo me duraba muy poco. No es tanto eso, sino la precisión maquiavélica con la que los conductores comienzan a tocar los claxons de sus vehículos justo a las .23 centésimas de segundo después de que la luz cambia a verde. Esta desesperación (que todos los nativos de esta ciudad tenemos, pero que nadie sabe de dónde viene), es la que impedía que me tomara mi tiempo entre calle y calle.

Cierro el paréntesis, para abrir otro; ¿alguno de ustedes a manejado un automóvil estándar descalzo?, y con la pregunta anterior, me refiero a distancias largas. Además de raro ¡¡¡es horrible!!!. Los primeros minutos parece que uno está aprendiendo a manejar: saca mal las velocidades, el auto se le detiene al arrancarlo en primera, se tiene que pisar a fondo el cluch y el acelerador para que entren bien, etc. Después, a los cinco minutos la dureza de los pedales y la delicadeza de la piel de los pies (¿me quejó como niña?) comienza a tener resultados devastadores. Cierro el segundo paréntesis.

A pesar del valle de lágrimas que viví en el trayecto, manejé lo bastante rápido como para llegar en quince minutos.

Me estacioné lo más cerca posible y a pesar de que por aquella calle pasa bastante gente y que además me encontraba justo enfrente de una fonda, por comodidad y ahorro de tiempo decidí cambiarme el pantalón afuera del vehículo. Rápidamente me quité el pantalón deportivo y justo cuando giré para tomar el de mezclilla, ¡bam!, que sin querer empujo la puerta y cierro el auto. Lo preocupante no era haber dejado las llaves y mi teléfono celular dentro del carro, no, lo preocupante era ¡¡¡qué yo me encontraba en calzones a media calle un soleado domingo en el que al parecer a todo mundo le dio por salir a caminar por esa calle!!!. ¿Y ahora?. Si bien mi casa no estaba muy lejos de ahí (unos tres kilómetros), ni modo de dejar plantada a mi amiga, pero por otro lado, ni modo de llegar sin cartera, sin tenis y sin pantalón. En eso intentaba pensar cuando me di cuenta que en trescientos metros a la redonda, la atracción era yo. Aunque algunos fingían, todos me miraban. A algunos les ganaba la risa, otros se detenían divertidos por el espectáculo, otros murmuraban y yo, con mis boxers grises sin saber qué hacer. Fue entonces cuando una inspiración divina me hizo darme cuenta de mi estupidez... durante todo el tiempo que duró mi exhibicionismo, la puerta del copiloto tenía el seguro de la puerta levantado, al darme cuenta corrí hacía ese extremo del auto, abrí y me metí rapidísimo. Como ya no me quedaba ni tantita dignidad, terminé de cambiarme dentro, pero a la vista de todos, salí como si nada. Pero eso sí, con los pantalones bien puestos.

Bueno, después de contar puras cosas que ni al caso con el tema central de este post, ya les contaré como estuvo ‘el rock’. Al llegar a la explanada del Palacio de los Deportes ya estaba tocando Allison, y ante mis ojos, cientos de jóvenes bien jóvenes de entre 15 y 18 años (no es que yo sea viejo, pero comparado con los presentes si me sentía medio grande). En su mayoría enfundados con playeras negras (¿y yo de qué color iba?, si les digo que soy bien original), cantando y saltando de un lado para otra. En el escenario, los Allison tocaban con singular alegría y entre la letra de la canción, no perdían la oportunidad de soltar una que otra grosería que los presentes celebraban como si la Selección hubiera metido gol en la final del Mundial. Niñas muy guapas por todos lados, chavos que volaban sobre las cabezas y caían encima de los demás, decenas de cabezas afirmando al ritmo de la música y muchísimos incautos haciendo ‘cómo si tocaran’ guitarras invisibles.

Finalmente encontré a mi amiga. La saludé, comentamos un par de cosas y me quedé parado junto a ella. Me costó trabajo adaptarme al entorno, por eso, durante la primera canción que escuché me conformé con mirar lo que sucedía. Dos canciones más y comencé a ponerle atención a la letra de las canciones, que bueno, no son Shakespiere, Sanz o Lennon & McCartney, pero que para la edad de los Allison y el público para el que van dirigidos está bien. Después de mi brillante conclusión, comenzó la envidia que me provocaba que aquellos muchachos cinco años más jóvenes que yo robaran tantos gritos y suspiros por parte de todas las presentes. Digan que soy envidioso, celoso y mala persona, pero analizando a los cuatro integrantes del grupo ¿¡¿¡¿¡qué les ven?!?!?!. Digo, me dirán ustedes que el Rock es una actitud y esa rebeldía es lo que los hace más interesantes para el sexo opuesto. Pues bien, yo digo que ¡¡¡¡mis boxers grises recién salidos a la fama tienen más actitud!!!!.

Cantaron la última canción y todas las mujeres gritándoles que se acercaran a la valla que dividía el escenario del público. Ahí fue cuando me di cuenta que todos los hombres que estábamos ahí teníamos cara de ‘pocos amigos’, justo cuando sus amigas, novias, amantes o prospectas se abalanzaban para conseguir aunque sea ver más de cerca de los Rockstars. Por los demás sujetos que estaban en mi situación no sentía ni tantita pena, al contrario, al principio cantaban y saltaban de lo más felices, pero después, cuando vieron en sus héroes a sus peores enemigos, ya no sabían qué hacer para apartarlas de ahí.

Solidariamente acompañé a mi amiga a la valla para que ella pudiera ver más de cerca a ‘sus artistas’. Cuando los tuve a treinta centímetros de distancia me di cuenta de dos cosas: Una, lo fácil que hubiera sido asestarle un buen golpe a cualquiera de ellos y vengar así el orgullo de los otros hombres; y dos, lo tremendamente normales que son. Si no fuera por el glamour que les da una reja de seguridad y las guitarras eléctricas, los muchachillos esos podrían ser perfectamente unos cerillos del Wal Mart, unos chavos más de las retas de fútbol en el parque, cajeros de un McDonald’s o cualquier otra cosa normal. Según yo les eché mal de ojo, pero dudo que haya funcionado.

Así que no digan que es la actitud del Rockero, y que esa aura de inmaculados y atractivos se las da la lucha en el ambiente Underground (sepa la madre si se escribe así, ya me enojé). Igual sufren para saltar a la fama los cantantes de ranchero y nadie dice lo mismo de ellos. Voy a decir una idiotez (total, una más), pónganme una guitarra eléctrica, súbanme a un escenario y sepárenme de la gente por medio de cercas y verán cómo me vuelvo un símbolo sexual. Por eso, por medio de este post quiero anunciar que voy a formar mi propia banda de rock: Solicito baterista, guitarrista y un bajista; ofrezco: convertirse en un imán para las mujeres ¿quieren más?.

La realidad es que canto horrible, en la primaria no aprendí a tocar ni la flauta y mis composiciones, lejos de parecer rockeras sonarían a boleros. Así que no me queda de otra más que seguir muriéndome de coraje por la suerte que aquellos Rockstars tienen al llamar la atención de ellas siendo tan normales.

Por eso, les declaro la guerra.