“Hay muchas maneras de vivir. Hay muchas maneras de morir.
Pero eso no tiene ninguna importancia. Al final sólo queda el desierto”
En apariencia, “Al sur de la frontera, al oeste del Sol”
es una novela sencilla. En sus poco más de 260 cuartillas encontramos una
historia sencilla, contada de una manera amena que permite leerla rápida y fácilmente.
Pero te deja pensando. Minutos, horas, incluso días después de que uno la
termina, hay ciertas escenas e interrogantes que no abandonan tan fácilmente nuestro
pensamiento.
Así fue mi experiencia después de leer esta obra de
Haruki Murakami.
Mi primer acercamiento a este renombrado autor japonés fue
en el 2009 con Tokio Blues. Esa novela, mucho más elaborada que esta, me dio la
pauta para saber lo qué se puede esperar de una novela de Murakami: Una
narrativa absolutamente emocional, cargada de sexualidad, en donde los
personajes están extraviados y desorientados en el mundo. Eso mismo encontré en
“Al sur de la frontera, al oeste del Sol”, sólo que en esta ocasión, la
estructura de esta novela es como un torbellino devastador, ese que en la base
es pequeño y en apariencia inofensivo, pero que una vez que te atrapa, te eleva
y te lleva a su zona más rápida y violenta.
Se inicia esta novela sorprendido de lo fácil que se lee.
Las primeras diez, veinte, treinta hojas, pasan sin que uno se dé cuenta,
envuelto en una atmósfera hasta cierto punto inocente. La trama entonces va
cambiando sutilmente sin que uno lo perciba. La lectura sigue siendo muy ágil y
su ritmo es vertiginoso, pero la calma inicial deriva en un conflicto que se va
tensionando hasta estallar y dejar tras de sí un vacío insostenible y
angustioso.
“Al sur de la frontera, al oeste del Sol”, trata sobre
cómo el pasado en cualquier momento puede desbalancearnos el presente. Como el
intempestivo regreso de alguien a quien creíamos ya sólo un recuerdo es suficiente
para llenar nuestra mente de cuestionamientos y dudas, que al final no hacen
más que decirnos “¿creías que eras feliz… entonces, ¿qué es todo ese vacío que
siempre acompañó tu existencia?”.
Esto le pasó a Hajime, protagonista de esta novela. Hijo
único cuyo destino se torció desde que en la primaria conoció a Shimamoto,
también hija única. Por un par de años, ambos vivieron una amistad muy cercana
en la que compartían música, lecturas y aficiones. Una relación de esas que
sólo pueden darse una vez en la vida. Sin embargo los años pasaron y los dos se
perdieron la pista. Hajime se mudó a Tokio para estudiaren la universidad, tuvo
algunas novias y un trabajo mediocre. Finalmente se casó, tuvo dos hijas, abrió
dos bares exitosos y la vida parecía sonreírle. Entonces, en una noche de
lluvia Shimamoto volvió a reencontrarse con Shimamoto, y todo se tambaleó.
¿Es posible que casi 20 años después, el regreso de una
persona sea suficiente para hacer cimbrar nuestro universo y estar dispuestos a
dejarlo todo por ella?
Recuerda tus años de adolescencia… ¿qué pasaría si esa
persona que tanto te marcó durante esa época, de pronto apareciera en tu vida? ¿Qué
hacer si por más que quieres aferrarte a lo que tienes, el destino se empeña en
hacerte ver que siempre viviste anclado al pasado?
Y es que Hajime jamás se desapegó por completo de
Shimamoto. Durante esos años de obscuridad en los que el protagonista vivía sin
encontrarle sentido a su existencia, la imagen de Shimamoto siempre lo acompañó.
Su extraña cojera al caminar, su cálida sonrisa, su forma de reír, la forma de
entrecerrar los ojos al hacer ciertos gestos y la complicidad que vivió con
ella. Jamás los olvidó del todo, e inconscientemente, quizá sabía que en algún
momento terminaría volviendo a ellos.
Las páginas finales se recorren con el corazón triste y
adormecido. Con una confusión semejante a la que vive Hajime y que nos sitúa en
un melancólico callejón sin salida donde los espejismos y la realidad se
confabulan para hacernos entender que al final sólo somos gotas de lluvia que
caemos en la inmensidad del mar.
Han pasado unas cuantas horas desde que terminé “Al sur
de la frontera, al oeste del Sol”. Aun no sé si siento pena, odio, ternura o compasión
por el protagonista. Inevitablemente me pongo en el papel de Hajime. Intento
vislumbrar el nivel de su obsesión e intento imaginar las posibles alternativas
que tuvo para no verse atrapado por el torbellino. Concluyo en que no tuvo otro
camino. Que el amor a veces puede ser la trampa más despiadada, y que una vez
que uno cae en sus garras, es imposible salir ileso.
Aun así, esta novela tiene pasajes bellamente narrados.
Frases y atmosferas que, en contraste con la desolación y confusión que puede
imperar en sus páginas, dan lugar a momentos amorosos y entrañables. Puede que
la historia deje varios cabos sueltos, pero tras darle varias vueltas al
asunto, concluí que esto quizá obedezca a que Murakami desea dejarnos la misma sensación
de confusión e irrealidad que se apoderó de Hajime.
Mi segundo acercamiento a la obra de Murakami no pudo ser
mejor. Ahora dejaré pasar unos meses antes de leer otra de sus novelas, y es
que si algo he aprendido después de leer a Murakami, es que uno se sale maltrecho
y con el corazón triste.