sábado, 25 de julio de 2015

Masaje del mal


De unos años para acá en muchos centros comerciales del país han sido colocados varios sillones masajeadores, a los que basta con echarle unas monedas para disfrutar de 5 minutos de un supuesto masaje relajante y terapéutico.

Muchas veces llegué a pasar junto a esos artefactos y con curiosidad veía a varias personas haciendo uso de ellos, mientras en sus rostros se dibujaba una extraña expresión de placer y tranquilidad. Toda esta experiencia por sólo 10 pesitos. 

Confieso que me daba curiosidad saber qué se siente usar estos sillones masajeadores, aunque también pena, pues en mi opinión, eso de sentarme y poner cara de placer mientras un montón de gente desconocida se me queda viendo es como de changuito exhibido en zoológico. 

Yo juraba que NUNCA iba a usar uno de esos objetos malignos. Pero como suele pasar, cualquier historia cambia cuando en la ecuación entra una mujer. En este caso fue mi novia la que tuvo la ocurrencia de que –nomás por cotorrear- probáramos la experiencia de usar uno de estos masajes. 

Sucedió hace varias semanas en el centro comercial Patio Universidad. Habíamos comprado boletos para el cine pero faltaba una hora para que empezara nuestra función. Buscábamos la manera de matar el tiempo y nos topamos con un par de estos sillones masajeadores, así que decidimos a ver qué tan efectivos son. 

No lo hubiéramos hecho… 

Por sólo 10 pesos estos artefactos del diablo prometían unos minutos de paz y relajación. El resultado fue todo lo contrario. Para quienes aún no viven la experiencia, les cuento que el dichoso sillón tiene unas raras piezas metálicas en su interior, las cuales comienzan a moverse de forma rara y siniestra en cuanto uno deposita el importe por el masaje. 

Primero cada una de tus piernas son aprisionadas, después ocurre lo mismo con tu cabeza, al mismo tiempo que en la espalda comienzas a sentir un golpeteó intenso y poco agradable (como si te estuvieran agarrando a batazos). Y lo peor, es que cuando más descuidado y vulnerable te encuentras, sientes una de estas piezas explorando de forma poco gentil tu trasero. Aquello parece examen de próstata. 

No sé qué gestos hacía mientras el dichoso sillón me violaba, pero me imagino el extraño espectáculo que le estaba dando a quienes pasaban por ahí y veían mi cara de sufrimiento y placer. Oficialmente me sentía chango exhibido en circo. 

Los minutos que duró aquel masaje se me hicieron eternos e insufribles. Para cuando todo acabó me sentía como si hubiera recibido una golpiza.

Giré la cabeza para ver a mi novia, quien también lucía como si acabara de correr un maratón. Comenzamos a platicar nuestra experiencia y coincidimos en lo raro que fue sentirse estrangulado, atacado y violado por un sillón maligno. La única diferencia fue que, a pesar de también sufrir los embates del sillón luchador, ella estaba dispuesta a volver a repetir la experiencia. Algo a lo que por supuesto me negué. Ni saliendo del cine ni otro día he querido sentarme nuevamente en uno de esos sillones de tortura. Es más, no sé cómo hay gente que es fan de usar esas cosas. 

Temo que en algún momento de mi vida tendré ir a un psiquiatra y contarle sobre los maltratos que recibí por parte de este sillón de masajes. Si ustedes no han tenido el infortunio de usar uno, no lo hagan. Si respetan su integridad mental y física huya de ellos, véanse en el espejo de este triste tipo que sigue traumado por la experiencia, y que para superarla tiene que escribirla en su blog.

domingo, 12 de julio de 2015

Netflix llegó a mi vida


Nunca le había visto chiste al Netflix, ese servicio de streaming por internet donde pueden verse series, películas y programas de televisión a la hora que uno quiera. 

- ¿Para qué si tengo televisión con cable?, pensaba. 

Sin embargo, de unos meses para acá comencé a sentirme fuera de onda cuando en varios programas de radio y televisión que suelo escuchar, o en sitios web que frecuento, se hacía referencia al contenido de las series que en exclusiva podían ver por Netflix. 

La cosa se complicó cuando en la oficina mis compañeros comentaban con mucha emoción sobre series con historias maravillosas a las cuales yo no tenía acceso. Poco a poco, escuchar nombres como Orange is the new black, House of cards o Daredevil se me hacía más común. Entonces tuve esa terrible sensación de estarme perdiendo algo importante para mi generación, como si hubiera una fiesta fenomenal y yo fuera el único que no estuviera invitado. 

El punto crítico ocurrió cuando estrenaron Sense8 en Netflix, una serie de los hermanos Wachovski cuya historia es todo un debraye, pues trata sobre 8 personas altamente sensibles que viven en distintas partes del mundo (uno de ellas en la Ciudad de México) y que están interconectadas entre sí. 

Ya no me aguanté las ganas y un lunes finalmente saqué mi cuenta. Pensé que hacerlo era poco menos que venderle mi alma al Diablo, pues siempre que hago trámites con tarjetas de crédito siento que me estoy condenando al infierno. Aunque en honor de la verdad, todos los sentimientos antes descritos desaparecieron en cuanto comencé a ver todas las series y películas que podría ver por medio de Netflix. 

Luego me puse a ver Sense8, los capítulos que no he visto de Hora de Aventura y el documental Hot girls wanted. Fue cuestión de días para que mi punto de vista sobre Netflix cambiara, y ahora opino que este sistema de streaming es lo mejor que le ha pasado al mundo. 

Ahora mi problema es que entre la chamba, mis entrenamientos para correr y la vida misma, no tengo tiempo para ver todas las maravillas que este sistema de entretenimiento me ofrece y sufro por ello. 

Escribiría más al respecto pero tengo una cita. Sí, con Netflix.

miércoles, 1 de julio de 2015

Tú, yo, y Valle de Bravo como testigo


Ocurrió un sábado de junio. Desde hace un par de años Tania y yo queríamos volar en parapente, pero por distintas circunstancias siempre terminábamos posponiéndolo . Finalmente los astros se alinearon, hicimos una reservación y nos lanzamos a vivir esa experiencia, que estaba destinada a ser una de las más importantes de nuestras vidas. 

Debido a que el vuelo sería en Valle de Bravo, tras un desayuno ligero salimos muy temprano desde la Ciudad de México hasta nuestro destino. Desgraciadamente una preocupación rondaba mi mente: El cielo estaba nublado al extremo y en ocasiones llovía en la carretera. Bajo esas condiciones, realizar un vuelo en parapente sería imposible por cuestiones de seguridad. 

Aún así decidí confiar en que el cielo se abriría al llegar a Valle de Bravo y llevar a cabo mi plan: Dar un anillo de compromiso. 

Llevaba meses posponiendo la entrega, no por falta de ganas sino porque no había encontrado el momento ideal para hacerlo. Por ello, que la lluvia obrara en mi contra para nuevamente retrasar mis planes se me hacía una mala broma del destino. Afortunadamente, en cuanto arribamos a Valle de Bravo tras dos horas de viajar, el cielo se despejó, permitiendo que el plan que mi plan siguiera en pie. 

Llegamos a las oficinas de la empresa que contraté para realizar el vuelo. Como aún teníamos una hora libre recorrimos un poco del malecón de este Pueblo Mágico, que entre sus muchos encantos, cuenta con un lago artificial que en realidad es una presa creada décadas atrás. 

Para matar el tiempo compramos unas papitas y nos pusimos a comerlas viendo al horizonte. Tania hablaba sin parar, yo apenas y decía dos palabras. Quería aparentar tranquilidad y sin embargo era un manojo de nervios, y como tic, una y otra vez tocaba la cangurera para asegurarme que traía conmigo la joya que cambiaría mi vida y la de ella para siempre. 

La hora llegó y junto con otras personas que también habían contratado el servicio fuimos llevados en camionetas hacia el cerro desde donde emprenderíamos el vuelo. En el camino Tania iba hablando con uno de los instructores. Tras tantos años de conocerla sé cuando está feliz y en esos momentos, su voz y sonrisa denotaban que estaba emocionada por finalmente poder cumplir su sueño de viajar en parapente. 


Llegamos a lo alto del cerro y nos dijeron que nos preparáramos porque en cualquier momento comenzaríamos a volar. Espontáneamente Tania pidió ser la primera y en cuestión de segundos ya le estaban colocando el equipo para hacerlo. Esto echaba abajo mis planes de salir antes que ella y esperarla abajo con el anillo. 


Ni hablar, habría que improvisar. 

Minutos después ella estaba en el aire y yo apenas recibía instrucciones para mi vuelo. 


Las cosas se retrasaron un poco más cuando mi instructor descubrió que el parapente estaba mal enredado y tuvo que acomodar todo nuevamente. 

Finalmente llegó la hora de la verdad y salí volando.

Ir en un parapente es una gran experiencia. La sensación de surcar los aires impulsado por el viento y la paz que se vive allá arriba mientras se disfruta de una vista soberbia es indescriptible. 

20 minutos después comenzamos el descenso, se acercaba la hora de la verdad… 

Aterricé en un terreno de un césped verde a un lado de la laguna. Ella estaba esperándome y se río de lo torpe de mi llegada. Mientras me quitaban el equipo con el que volé pensaba si era el momento adecuado de entregarle el anillo. Observé el escenario a mi alrededor (una inmensa presa, un día románticamente nublado, personas volando en parapente en el cielo) y me di cuenta que no habría otro momento mejor.

Le pedí a Tania que me acompañara a la orilla de la laguna y que me tomara una foto ‘pal feis’. Argumentando que tenía me quité la playera que traía. Entonces Tania vio la otra playera que traía abajo y que durante todo el día había estado ocultando, y que traía la imagen de una pareja casándose. Ella comenzó a llorar mientras yo sentía que se me iba la vida. Me puse de rodillas, saqué el anillo y le dije cuanta tontería llegó a mi mente y con las que intentaba explicar lo que sentía. Recuerdo haberle dicho que me había hecho correr, me había hecho volar, y que me había hecho tan feliz que quería pasar el resto de mi vida con ella

Entonces un abrazo, más lágrimas, un beso y todo el entorno se volvió mágico. Tania aceptó, no había más que decir. Por mi parte ya no estaba nervioso ni tenso, solamente feliz. 

El resto de la tarde fue perfecta: Fuimos por un café, tomamos un pequeño tour que nos llevó a conocer Avándaro y algunas cascadas de la zona, después comimos y al atardecer regresamos a la Ciudad de México, mientras en carretera veníamos escuchando muchas de las canciones que han marcado nuestra historia. 


Seis años después de conocernos decidimos comprometernos e iniciar una gran historia. Incierta pero emocionante. No sé que nos deparé el destino, pero tengo la certeza de que todo a su lado todo será más fácil.