martes, 31 de julio de 2007

Kryptonita



Es verano en la Ciudad de México. Camino por sus calles y me encuentro con mucha gente sin nada que hacer. Contrario a los veranos madrileños, aquí la llamada Ciudad más grande del mundo es un hervidero de gente. Ya sea en las mañanas llenas de calor o en las tarde-noches acompañadas de tormentas estrepitosas, siempre hay movimiento. Gente en los cines, en las plazas comerciales y hasta en los museos.

Vengo llegando de la calle. No vi nada nuevo ni digno de contar de no haber sido por el extraño comportamiento de los niños. La niñez de hoy ya no es como en mis tiempos. Antes, bastaba que llegarán los añorados meses de julio y agosto para que escudados en el pretexto de las vacaciones, pusiéramos de cabeza por lo menos dos kilómetros a la redonda.

En mis tiempos, atreverse a entrar en un parque cualquiera significaba poco menos que desafiar a la muerte. Balones disparados de un lado a otro; niños gordos corriendo de un lado a otro sin el menor cuidado de no arrollar algún pobre cristiano en su camino; patinetas, bicicletas y avalanchas que salían volando de cualquier sitio; niños aventándose globos de agua y tierra; balas de goma de un lugar a otro; y así, podría pasarme la tarde entera describiendo un paisaje que dejaría a la ciudad de Bagdad como una guardería de bebes.

Pero con todo y todo, uno era feliz en esos días eternos. E interrumpo la narración para decir que acabo de preocuparme, pues siempre consideré un síntoma de ‘envejecimiento’ comenzar a rememorar la época que uno vivió como la mejor, y, ¡oh sorpresa!, lo estoy haciendo. Y aprovechando, ya que me desvíe de la idea central del texto, les diré que si ustedes son susceptibles, conservadores, les da asco todo o simplemente están comiendo mientras leen esto, mejor será que no continúen. Tampoco lo hagan todos aquellos que hasta el momento, gracias a lo que han leído en éste blog tengan una buena imagen, o cuando menos aceptable de mi, pues es muy probable que después de este post me consideren un marrano asqueroso. ¡Tan bonitas que me quedaron las entradas anteriores, para literalmente ‘embarrarlas’ con mis porquerías! Sobre advertencia no hay engaño.

De vuelta al texto. Ahora que vengo llegando de mi caminata vespertina, sigo pensando en el panorama que vi: muy pocos niños. Algunos ocupaban la resbaladilla y los columpios del parque, dos pateaban un balón (nada comparado con los partidazos de antaño), unas niñas peinaban a sus Barbies, un bebé con traje de Spiderman corre lentamente sin entender que es lo que hace, otro grupito estaba sentado en la banqueta hablando de videojuegos... ¡y ya!. Digo, para ser niños están demasiado tranquilos, demasiado bien peinados, demasiado limpios, demasiado preocupados por lo que pudieran decir los demás. Que me perdonen los niños de hoy, pero yo me estoy divirtiendo más escribiendo estas líneas.

Jugar es tomar otros roles, sentir la adrenalina de ser atrapado en tu escondite, hacer travesuras que le pongan a los adultos los pelos de punta. Es gritar todo el día, creerse Batman y darle sus batigolpes a quién se atreva a dudarlo. Ser niño es encontrar en cualquier cosa el mayor de los juguetes. Díganmelo a mí, que hice hasta del excremento la mayor de las diversiones.

Excremento. A partir de ahora empieza mi complicación para nombrar a tan singular materia, y no porque le tema a lo escatológico o tema nombrar a las cosas por su nombre, sino porque hay tantas formas de llamarle a la caca, que simplemente no sé si referirme a ella como popo, mierda, mojón (creo que así se le llama en sudamérica), cake, desechos fecales o los ya referidos excremento y caca.

Ya hasta me dio hambre.

Bueno, optaré por llamarle popo a la caca, pues se oye agradable y hasta infantil (Dios mío, que estoy escribiendo).

Entonces, y como mi contribución a la niñez, les explicaré un juego que junto con un primo inventé por ahí de finales de los ochenta. Dicho juego surgió una tarde veraniega de sábado en casa de mi abuela paterna por el barrio de San Lorenzo Tezonco, en el oriente de la ciudad. Entonces aquellas calles acababan de ser pavimentadas y muchas de las casa estaban en construcción. Obviamente, había demasiado polvo, pobreza y perros callejeros por aquella zona que hoy, sin embargo, a cambiado mucho.

El juego de la Kryptonita sólo pudo haber sido inventado por dos seres perversos, y que para colmo, se llaman igual Así es, en el mundo hay otro Gabriel Revelo aparte de mí: mi primo, sólo que su segundo apellido es Villegas, y yo soy González. El es un año más grande que yo. Actualmente está casado y tiene dos hijos. Yo en cambió, estoy soltero y escribo sobre popo.

Pues esa tarde salimos a jugar con algunos de sus amigos del rumbo. Como yo en esa época me creía superhéroe, traía mi pijama de Superman como ropa de vestir (sí y qué, tenía siete años, sean comprensivos) y creo, era la envidia de los otros niños que seguramente también se creían Superman, pero que no se parecían ni tantito. Bueno, yo tampoco, pues en esa época era niño gordo.

Entonces, como el tema del día era Superman decidimos jugar a que todos éramos nativos de kriptón, planeta al borde de su destrucción. Como sólo queda una nave para escapar de la catástrofe, los kryptonianos (nosotros) debíamos batirnos a muerte por el transporte que salvaguardaría nuestra vida y nos daría el titulo único e irrebatible de Superman.

La nave no era más que una cubeta. Alcanzarla habría sido lo más sencillo del mundo si no fuera por el detalle de la Kryptonita. Como todos saben, dentro de la historia de Superman la kryptonita es un elemento sólido del universo que debilita y puede llegar a causar la muerte de cualquier kryptoniano. Llegamos a la conclusión de que la kryptonita no podrían ser piedras, botellas o una pelota, pues no significaría ningún reto o miedo andar esquivando algo que ‘no nos daba miedo’. Entonces, algún niño enfermo de los que nos acompañaba propuso usar la popo de perro que había en la calle como kryptonita.

Lejos de darnos asco, nos dio risa, además de que la idea tenía todo el sentido del mundo. Nadie querría tener contacto con ‘la kryptonita’ ni estar cerca de ella, a sabiendas de que además de desagradable, quedar marcado (o embarrado, que para el caso es lo mismo) significaría quedar fuera del juego.

Comenzó la contienda, y ahí estábamos los cinco niños, cada uno dot
ado de ramitas, papeles y bolsas para tomar la kryptonita (que había de sobra) y arrojarla a los demás. En unos minutos, la popo volaba por todos lados y ¡pam!, que le dan a uno de los kryptonianos, quien por cierto se fue mentando madre a los otros concursantes.

El juego era una asquerosidad, ni como negarlo, pero honestamente, ha sido uno de los juegos más divertidos de mi vida. Esa adrenalina de estar corriendo a sabiendas de que algo tan tóxico como ‘la kryptonita’ podría caernos encima, y a la vez, esa diversión de ver a los demás sufrir la desgracia de quedar embarrados es única.

Cayeron otro dos kryptonianos, quedando únicamente los dos Gabriel Revelo como sobrevivientes, quienes decidimos perdonarnos mutuamente y escapar en la nave espacial. En eso estábamos, llenos de orgullo de ser los únicos dos jugadores que no recibimos el impacto de ‘la kryptonita’ en alguna parte del cuerpo cuando uno de los adultos salió de la casa para indicarnos que la comida estaba lista.

La comida en casa de mi abuela, reunía a varios de los hermanos de mi papá, alguna tía, mi abuelo y algunos primos en una pequeña cocina. Llegamos y nos sentamos platicando emocionados nuestra proeza, pues no todos los días se escapa uno de kriptón. Entonces, como si una maldición o un virus extraterrestre hubiera entrado en la cocina, todos comenzaron a torcer las caras y hacer gestos de asco. Nadie decía nada, pero era evidente que algo no estaba bien. Poco a poco las miradas se centraron en mi tocayo y en mi.

- Huele raro. ¿Pues qué estaban haciendo?.
- Jugando a la kryptonita
- ¿Y qué usaban como kryptonita?.


Ya no hizo falta explicar nada. Según nosotros no olía a nada. Según nosotros ninguna popo tuvo contacto directo con nosotros. Fuimos sacados inmediatamente de la cocina y comimos en el patio. Los demás también se salieron de la cocina y comieron en otro comedor, cuenta la leyenda, que el olor a popo en la cocina duró dos días más.

El regreso a mi casa fue igual de raro. Mi papá bajó todos los vidrios del auto, cubrió el lugar en el que me sentaba con plástico y manejaba a toda velocidad (no sé si para que el aire ventilara el interior del vehículo, o para que yo tomara un baño cuanto antes).

Jamás volví a jugar a la Kryptonita, pero atesoró ese momento como uno de los mejores (y más olorosos) de mi vida. Seguramente, si le mencionan lo ocurrido a mi primo lo negará, pero yo, que ya perdí la vergüenza aceptó mi culpabilidad. Digan lo que quieran, que es antihigiénico, que las bacterias, que las enfermedades, etc... pero yo era Superman, y ninguna infección iba a impedir que me saliera con la mía.


Mil perdones a todos aquellos que se imaginaron el olor de la cocina. Les juro que después de ese día me he bañado unas 544,235,784 veces.

sábado, 28 de julio de 2007

El final de la historia


Continuación de la entrada ‘El mejor novelista del mundo’
publicada el 14 de junio en éste blog.

Lo contradictorio es que fue el personaje, y no el escritor, quién redactó aquel texto en una hoja de papel cuadriculada, y fue también él quién cargó aquel escrito en su cartera durante 11 días. Si el título de ‘El mejor novelista del mundo’ era atractivo y original, su contenido no era más que una súplica de quién apenas puede hilar más de tres letras con sentido, hacía aquel que se supone ‘todo lo puede’.

Una semana estuvo esperando que lo imposible se hiciera realidad. Como si se pudiera presionar a Dios por medio de un sacrificio que a nadie le importaba. El personaje diario recorría el mismo insignificante kilómetro que dividía su casa de aquel rustico altar que los vecinos del lugar dedicaron a la Virgen de Guadalupe y a Jesús Sacramentado. Una vez ahí rezaba e imploraba que el final de su cursi e incompleta historia de amor tuviera un final favorecedor.

Si el amor no le sonreía, el personaje al menos tenía la seguridad de que la fe jamás lo abandonaría. Al rezar, con el afán de tranquilizar su impetuosa ansiedad, se tomó el atrevimiento de darle a Dios la profesión de ‘novelista de su vida’.

El escritor se dio cuenta de que los días fueron erosionando la ilusión, no así el personaje. Aquella hoja de papel no tuvo el poder esperado y al décimo día, después de noches de insomnio, el personaje se dio cuenta de que ni Dios no es novelista, ni su vida alcanzaba para que un simple escritor le diera vida a una historia ‘apenas interesante’.

La noche del onceavo día el personaje cayó preso de su ilusión fallida. Ahogado entre las ilusiones de años y la esperanza muerta de los últimos días, naufragó en aquella desesperación que sólo conocen aquellos que han caído en la tortuosa adicción de amar rabiosamente a una mujer inalcanzable.

No fue el escritor, sino el personaje aquel que escapó del silencio infernal de su cuarto para salir a las calles y recorrer la fresca madrugada en su automóvil. Escuchando la misma canción una y otra y otra vez hasta el cansancio, recorriendo las calles de siempre, temblando por dentro, repitiendo una y otra vez el texto que de tanto leerlo terminó memorizando.

Atravesando sin rumbo Churubusco, Insurgentes y Periférico a toda velocidad el personaje intentaba descifrar lo que venía. Sólo el escritor era consciente de que el punto final de la historia se acercaba, y que por eso, en unos segundos comenzaría la tormenta.

El personaje veía por el retrovisor como un trueno anunciaba que aquel cielo lleno de nubes negras estaba a punto de llorar estrepitosamente. Comenzó a llover cuando el vehículo cruzó un puente y las luces de la ciudad consolaban la mirada de los ojos llorosos del personaje.

Un vació en el estomago. El escritor sabía que se llama miedo. El personaje, en cambio, sabía lo que es sentirlo.

A las 4 de la mañana, después de horas de vagar en medio de la tempestad, el personaje detuvo el auto justo frente al altar de siempre. Descendió sin que le importara mojarse con los cantaros de agua que no cesaban en su batalla contra el suelo. Vio su patética imagen reflejada en el empolvado cristal del altar y decidió, por última vez, llorar por ella casi tan fuerte como la tormenta. Ahogó sus lágrimas hasta confundirlas con las gotas de lluvia que resbalaban por su rostro.

Otro trueno iluminando de azul eléctrico la oscuridad y un tronido seco pero potente. El escritor lo imaginó, el personaje lo vio. Una oración a Jesús Sacramentado y a la Virgen de Guadalupe ya no pidiendo amor, sino suplicando olvido. Aceptando la derrota e implorando resurrección. El escritor sabe que es hora de matar esta historia, quiere cortar ideas y acabar con años de repetirse él y repetir a la ironía en infinidad de cuentos. El personaje, al contrario, pide que ésta agonía de su amor más profundo, pero también más irrealizable se extienda al infinito.

‘Tú no puedes fabricar un milagro’ sentencia una de las canciones favoritas del escritor; y a su personaje le queda el saco. Es el personaje el que esa última y tantas noches sufrió por amor hasta niveles intolerables. Es por él que esta historia se ha plasmado siempre a medias pues ‘algo le falta’.

Entonces el personaje recordó aquella hoja en la que alguna vez dejó plasmada su vida. Sin importarle que la lluvia corriera la tinta de aquellas letras mal trazadas, y lentamente leyó aquellas frases que después de tanta vida se encontraban ya muertas. Con cuidado la dobló en cuatro, la depositó por debajo de la puerta del altar y la miró. Ahora la hoja de papel que por días fue su amuleto contra el desamor estaba fuera de su vida y dentro de aquel altar.

El personaje sabía que no es lo que pidió, pero al fin y al cabo es el final de su amor por ella. El escritor se justifica de corazón y cargado de pena responde que ‘hizo lo que pudo’. El personaje se retirara de vuelta a su cuarto, dónde pasará la noche en vela, rogando que una nueva ilusión llegue cuanto antes a su vida.

Después,cuando esta historia quedó en el olvido, una tarde cualquiera el escritor encontrará un altar vecinal dedicado a Jesús Sacramentado y a la Virgen de Guadalupe. Respetuosamente se asomará y vera en el interior una hoja de papel mal doblada e ilegible. El escritor entonces se pondrá triste y sabrá que ese dolor solo puede tenerlo aquel que a falta de imaginación, protagoniza sus propias historias.

Se jurará no volver a escribir sobre ella. Pondrá punto final.

miércoles, 25 de julio de 2007

Monólogo con El Amor

La noche podría volverse infinita, y no me importaría. De todas formas no podría dormir.

Por más que escriba de ti, empiezo a creer que no existes. A estas alturas podría darte cualquier nombre: espejismo, ilusión, fantasía o engaño; cualquiera, menos Amor. ¿Estás ahí? porque por más que digo conocerte y necesitarte te he visto tan pocas veces que ya ni te recuerdo.

¿De que le ha servido a un sonámbulo como yo pasar noches enteras dando vueltas entre sabanas y sueños imposibles, tratando de idealizerte?. Precisamente ahí esta mi error: Idealizarte, subirte al pedestal y llamarte motor del mundo. Al menos está noche te me antojas una perdida de tiempo. Hoy no te veo, no te escucho, no te siento. Hoy me tienes mas abandonado que de costumbre.

Te llamas Amor, aunque a veces, también te daba por llamarte como ella. Y yo en la ignorancia y confianza excesiva te brinde mi alma y mi tiempo. Te llamas Amor, te llamas ella. Mejor llámate llama y déjame de engañar con cuentos ciertos para todos, menos para mi.

De una vez por todas deja de hacerme creer que en ti la raza humana se realiza. A mi me hiciste volar de tu mano, y me soltaste cuando más alto volaba. Me hiciste conocer a la mujer perfecta (por más que ella se niegue en aceptarlo) para después arrojarme a mi suerte en la oscuridad de tu ausencia.

Yo creía en ti con la fe inquebrantable de un santo. Te construí templos de oro y altares de cristal en lo más profundo de mi. Sabes, me están dando ganas de declararme pagano y derrumbar desde los cimientos lo que en tu nombre levanté. Con el cólera que tu ausencia provoca en mi debe bastar para dinamitar tu casa deshabitada en el costado izquierdo de mi pecho. Perdona, pero no del todo mi altanería. Yo no quería odiarte Amor, tan sólo quería que algún día te posaras en mi. Tan sólo quería que me dieras la fuerza para sonreír, no como ahora, que me cuesta tanto.

Te hablo de frente Amor: Gracias por ser tan generoso con todos y olvidarte de mi. Debería darte vergüenza atreverte a venir y espantarme el sueño, debería darte vergüenza usarla a ella, que no tiene culpa de mis inseguridades, como carnada para flagelarme. Si sabías que la historia siempre sería igual, porque te empeñas en repetírmela.

Amor, tengo algo atorado que me impide llegar a ti: el miedo a que alguien (que no sea ella) me lastime y de paso, me haga comprobar que en cualquier comparación ella saldrá victoriosa.

Te hablo a ti, sentimiento inútil que no has hecho más que inspirarme para escribir las más bellas palabras que siempre quedan huérfanas. Esta noche, como tantas otras me has fallado.

Por más que seas un sentimiento universal, no mereces llamarte Amor. Pensé que llegarías algún día. Ahórrate disculpas, fuera de la estocada final, ya no espero nada de ti.

domingo, 22 de julio de 2007

Paulina a destiempo

Creo que me estoy enamorando; de nuevo a destiempo y de la persona equivocada. Una vez más, para variar, estoy actuando impulsivamente y sin pensar en las consecuencias que ésta entrada pueda tener.

Me siento un poco estúpido ¿por qué estas cosas sólo me pasan a mi?. Llevo media hora viendo una y otra vez las fotos del Hi5 de una chica. Su nombre es Paulina López Lacorte y tiene mi edad. Aunque hoy en día somos casi desconocidos en algún momento nuestras existencias coincidieron durante tres años, cuando estudiábamos la preparatoria en el Instituto Don Bosco (IDB), escuela de padres salesianos.

Cada uno por su lado fuimos parte de la generación 1997-2000. Yo sabía que ella existía, le decían ‘La Polla’ y formaba parte de ‘las gemes’, uno de los grupos femeninos más populares de la prepa. Yo, en cambio, era un tanto solitario, que todo el tiempo traía un libro bajo el brazo en lugar de un balón o el brazo de una chica y siempre andaba muy aparte de los estándares de la popularidad y la vida social ‘normal’ de aquella institución educativa. Lo cual era una tontería, pues ya en la universidad me di cuenta que uno no tiene que cambiar nada para encajar perfectamente dónde sea. Como ya he comentado en varias ocasiones en este blog, apenas me estoy reconciliando con el yo del siglo pasado.

Ella... o... ¿él tiempo me dará la licencia suficiente para tutearme con ella? ... mejor dicho, Paulina, a la distancia siempre me cayó bien. Pocas veces la vi malhumorada, siempre rodeada de amigos y con la risa en los labios. A todas horas simpática ella, a sus 17 años no me atraía mucho que digamos, aunque, debo reconocer que ya era guapa.

No describiré mis tres años en la preparatoria del IDB, pues de esos tiempos podría escribir como cien entradas diferentes y ¿cuál es la prisa?. Resumiré todo en que dediqué los tres años a estar enamorado en secreto de María Esperanza (si sigo poniendo nombres a diestra y siniestra, un día de estos me meteré en un problema). Por supuesto, dicha tarea me mantuvo tan ocupado, que ni tiempo de ver a otras compañeras tenía. O más bien si lo tenía, pero por esos tiempos convencí a escribir... ¡exacto!... sobre Esperanza.

Llegó el nuevo milenio, el mundo no se acabo y yo terminé la preparatoria, salvo honrosas excepciones (ellos saben quienes son) sin haber hecho grandes amistades. A Paulina, junto con casi el total de mis compañeros salesianos casi inmediatamente les perdí la pista.

Siete años después el destino me ha llevado de manera casi fortuita a encontrar a algunos de ellos por obra y gracia de la tecnología, principalmente, por cortesía del sitio Hi5. Y es que, al menos en este sitio, lo que hace que uno termine por registrarse y subir sus propias fotos es el morbo. Morbo por ver que hacen las amistades de uno, morbo por ver quienes son las amistades de estas, morbo por encontrar viejos conocidos y ver si a ellos les ha ‘ido tan mal’ como a uno, etc. Si ese morbo por el morbo de los demás crea una retroalimentación, entonces no tendría porque sentirme del todo extraño aquellas noches en las que en altas horas de la noche me sorprendí buscando a mis compañeros salesianos que algún día dejé despreocupadamente a su merced.

Fue en uno de tantos desvelos en el que encontré el perfil de la señorita López Lacorte. Después de meditar unos segundos, a modo de ‘haber que pasa’ le mandé una invitación para que me aceptará como amigo de su perfil. Pasaron uno, dos días, tres semanas, un mes y nada. Lo gracioso era que otros compañeros de generación si me agregaban sin problema alguno. Pensé que como era de esperarse Paulina ni se acordaba de mi.

Más tarde que temprano me agregó a sus contactos, pero por decidía no revisé su perfil ni las fotos de éste ¡Gravísimo error!.

Hace un par de mañanas, para matar el tiempo me puse a explorar mis contactos de Hi5 y entré al de Paulina. Alguien debía de haberme prevenido de lo que vería, por lo menos el impacto hubiera sido menos sorpresivo. Resulta que ahí estaba ella, congelada en fotografías que ella misma selecciono, ignoro si a propósito, para que incautos como yo naufragaran en ellas.

***

Es ella, pero no es la misma. Está convertida en toda una mujer, su rostro refleja mucha más inocencia y ternura que a sus diecisiete. Vamos, la encontré radiante, bella, irresistible. Vi sus cinco primeras fotos y no lo podía creer, tenía tiempo que una mirada no me cautivaba así. Mucho menos a través de un monitor. Veo la séptima, la octava, la novena foto y no le encuentro defecto alguno, lo cual es preocupante si lo analizamos fríamente: Repentinamente siento una gran atracción por una mujer que para empezar, es encantadora. No la veo desde principios de siglo y para colmo, cuando la veía a diario nunca crucé más de diez palabras con ella. ¿Así, o más jodido el asunto?.

A lo anterior, podemos agregar la problemática del desconocimiento. Lo único que sé de ella son datos que cualquier fan puede obtener de su perfil Hi5: Es Ingeniera Bioquímica Industrial, acaba de ser su cumpleaños y no hace mucho tiempo viajo a las Vegas y Vancouver. Eso sé. Ignoro, en cambio, si tiene novio (pretendientes seguro) o está enamorada; y lo más importante, no sé si se acuerda de mi.

Algo en mi interior me dice que no, que mejor deje de estar haciendo el ridículo y dando lastimas públicamente. No así esa mirada de las fotos que me exigen que haga algo, que no vuelva a ser el indiferente que hace años la dejó pasar de largo. La veo inalcanzable, como quién ve a su actriz hollywodense favorita sin atreverse a nada más que ver su foto en un espectacular tan grande como mis dudas. Pensar que pensaría ella si leyera esto me produce mareo ¿se reiría?, ¿diría, pobre wey, qué se cree?, o ya de plano, ¿y éste quién es?. Muchas posibilidades, aunque esa luz de su mirada me dice que ella es incapaz de pensar así y mínimo se tomaría la molestia de leer este texto completo.

No sé que hacer. Conociéndome nada. Cuando mucho le mandaré un mensaje por Hi5 para que lea esta entrada. Es un enamoramiento, de una imagen, tan invisible e intangible que esta muy lejos del amor real, pero que importa estar más lejos o más cerca del sol, si de todas formas éste nos brindará su calor.

Igual y me meto en un problema pero no me importa. Alguien tenía que decirle, aunque sea a destiempo, lo hermosísima que estos años la han puesto.


*** la foto la tomé prestada de su hi5 (espero no se moleste). Es del día de su cumpleaños. Aparece con DJ Max.

jueves, 19 de julio de 2007

Notas de Acapulco

¡Santa Claus, Santa Claus, viejo barrigón… le pedí una vieja y me trajo un maricón!

La frase anterior, corresponde al estribillo de una canción que varios niños cantan a los turistas en la playa de Puerto Márquez, en Acapulco. Junto con Caleta (playa a la que me dirigiré después de publicar éste post) son dos de las playas más populares de la zona.

Podría decirse que a ellas va todo tipo de turismo, pero principalmente la gente más humilde (por eso voy yo). Para que se den una idea, imagínense una pequeña extensión de mar y arena, y muchísima, pero muchísima, pero muchisisima gente. Todos amontonados en sillas y sombrillas para el sol. Música de cumbia o salsa por todos lados, niños corriendo, bolsas de frituras por todos lados y un calor de más de treinta grados. Gran parte de las señoras (no sé por qué) acostumbra meterse en estas playas con ropa. Principalmente lo hacen las señoras ‘ya mayores’ y pasadas de peso (dígame don varita de nardo, pensarán los lectores) que entran al mar en brassiere, camisón, fondos y demás ropa interior desgastada y transparente, haciendo de lo que debería de ser el paraíso, una imagen de la entrada al infierno de ‘La Divina Comedia’. Total, que a ese lugar pintoresco, pero muy mexicano voy en unos momentos.

Ayer, además de ir a Puerto Márquez y comer un delicioso ‘Pescado a la Talla’ (pescado asado con un rico picor, acompañado de papas y arroz) di un paseo por Acapulco Diamante (zona más lujosa de aquí, alejada del centro de la ciudad). En esta zona, se están levantando interesantes y modernos complejos arquitectónicos entre los que se encuentran hoteles de gran turismo, el estadio sede del Abierto Mexicano de Tenis, tiendas y restaurantes exclusivos, edificios que albergan condominios y penthouses de ensueño, etc. Adornado con jardines, campos de golf y palmeras, recorrer está avenida en Punta Diamante es una delicia. No es por causarles envidia, pero imagínense a su servidor en su auto, con los vidrios abajo justo a las seis de la tarde, manejando a unos 30km/h en medio de estos edificios que no le piden nada a ningún destino turístico del mundo. Ah, y por si fuera poco, con una Coca Cola en lata bien fría.

Otros años, me he dedicado a caminar Acapulco, principalmente en la zona de la Costera (el principal corredor turístico de la Bahía), en el que lo mismo encontramos hoteles, bares, restaurantes, parques, playas o centros comerciales. Pero este año decidí variar. Manejar las carreteras que llevan a Píe de la Cuesta, La Quebrada o Revolcadero es maravilloso. Sentir la brisa del mar mientras uno surca esas curvas en lo alto de los cerros que rodean Acapulco y mirar los paisajes de un mar azul intenso y un cielo despejado es lo mejor. Tan maravillosa es la vista que mejor detuve el auto en un mirador (no fuera a ser que por andar viendo el paisaje me saliera del camino).

Hablé de La Quebrada. Es un acantilado en el que lugareños se arrojan al vacío, desde una altura considerable, calculando caer al agua justo en el momento en el que la ola esta llegando. Un retraso sería mortal, pues el fondo está lleno de rocas.

Quisiera seguir escribiendo más y más de Acapulco, pero sería casi un pecado quedarme aquí escribiendo en lugar de ir a disfrutar del sol que en estos momentos cae a plomo.

Son muchos Acapulcos. Lo contradictorio es que entré Puerto Márquez y Punta Diamante sólo haya un par de kilómetros de distancia. Tantas realidades, tantas diferencias y sin embargo, todas encajan dentro de un concepto. Como piezas de un rompecabezas, se complementan y forman una maqueta a escala de la realidad latinoamericana.

Para concluir, del alarmante número de ejecuciones que ha habido en el Estado de Guerrero a manos del narco y principalmente en Acapulco ni sus luces. He caminado sus calles de día y de noche (con un poco de precaución, eso sí) sin encontrar indicio alguno de violencia.

Mi próxima entrada la publicaré ya (me lleva el demonio) en la Ciudad de México.


Costera Miguel Alemán.
Acapulco, Guerrero
12:30hrs

martes, 17 de julio de 2007

Regreso a la Bahía


Chipi chipi lluvioso toda la mañana… apenas ahora, tímidamente y casi al atardecer salió el sol.

Desde ayer, estoy en Acapulco. Y no tendría por qué, pero me encuentro incomodo. Estoy y no estoy, camino y me siento extraño aun en este sitio que decía conocer ‘como la palma de mi mano’. Hoy no sólo Acapulco sino yo mismo me siento desconocido. Ubicado a unos 360 kilómetros de la Ciudad de México, dicen que es ‘La Bahía más hermosa del mundo’. Sus grandes hoteles, sus elegantes restaurantes, sus discos ahora conocidos como antros, sus preciosos paisajes y sus playas bañadas por el Océano Pacifico hacen que cualquiera se enamore de este destino turístico.

He venido más de veinte veces en mi vida. Desde que tengo memoria mis veranos estuvieron anclados en Acapulco. Fue mi papá quien me presentó con este lugar y me dejó para siempre esa facultad de querer este pedacito de México. Siempre volvía, año con año, con la emoción de quién regresa a su casa. De quién visita a un amigo.

Sin embargo, ahora, tras casi tres años de ausencia este regreso me dolió y mucho. No obstante que intenté postergarlo una y otra vez, el destino de volver me alcanzó y me trajo casi a rastras, aun a sabiendas de que me volvería a sangrar la herida.

Dos son los dolores. Uno agradable y con sentimientos dulce-salados como la brisa del mar. Otro en cambio triste como un atardecer solitario en Pie de la Cuesta. El primero es una enciclopedia de momentos, lugares y sonidos. Sentimientos que podré evocar hasta mi muerte. El segundo es sólo un par de imágenes congeladas. Pequeños vidrios que por su tamaño se clavan como astillas microscópicas y estarán ahí, sacándome pus por quién sabe cuánto tiempo.

El primero, como siempre, eres tú Papá. Mario Revelo alias ‘pa’. Volver aquí y no recordarte cada tres segundos se me antoja imposible. ¿Cómo voy a olvidarme de aquellas mañanas en las que despertabas a las 7 y bajábamos a correr en la playa desde la Condesa hasta el Papagayo?. Los paseos a playas remotas, a restaurantes exquisitos, a lugares que estoy seguro ni los lugareños conocen. Veníamos cada año, y tú, más mi héroe que nunca, te las ingeniabas para que siempre pasara algo nuevo, para que a la distancia, cada rincón de la costera tuviera al menos un recuerdo contigo.

Seguramente tuviste muchos y buenos recuerdos con mamá y con mi hermana, pero sin ánimos de leerme ególatra diré que no disfrutaste tanto Acapulco como conmigo. Aquí aprendí a admirarte. A decirle a los demás: muéranse de envidia, ese señor que siempre sonríe y a todos les cae bien, que se ve más joven que los demás, que le gusta hacer ejercicio, sabe manejar a la perfección, juega bien fútbol, nada mejor y más rápido que nadie, me cuenta historias y es, en pocas palabras, capaz de convertir lo imposible en la más sencilla de las tareas por mi, ese es mi papá.
En julio del 2003, a escasos cinco meses de que te fuiste, venimos por primera vez sin ti. Era martes en la noche, caminábamos por la Costera y te sentí junto a mi, como siempre, y una ráfaga de bienestar invadió mi corazón. Me hiciste sentir tan bien, que desde ese día sé que no estoy sólo. Gracias por dejarme esté lugar para volver y refrescarme de recuerdos sobre ti cuando la sed de la rutina me agobia. Gracias a ti conozco cada rincón de Acapulco. Gracias a ti, mañana muy temprano saldré a caminar por la playa con la certeza de que no voy sólo. Seguiré tus pasos en la arena, aquellos que ni las olas más intempestivas han podido, ni podrán borrar.

El segundo recuerdo, aunque me gustaría, no es tan bello. Es acerca de una historia de amor inconclusa que también ocurrió en Acapulco pero que encontró su final en el calido invierno. En esa ocasión nada me salió bien. Luché por reconquistarla en ese viaje de graduación. Pensé que sería posible. Días antes planeé qué decirle, cómo sorprenderla. Fueron
 dos días de apostar por ella, de hacer que años de idas y vueltas finalmente encontraran descanso en sus brazos. Al final murió el amor, o mejor dicho, ella lo abortó en una noche de viernes.

De esa historia con múltiples consecuencias me quedaron muchos instantes. Imágenes que hoy mismo me siguen doliendo. Una banquita frente a un centro comercial, la barra del bar de un hotel, un ascensor, una playa, un balcón, una tienda de flores, etc. Lugares en los que mi esperanza renació por unas horas, sólo para suicidarse de tristeza.

Ayer, mientras manejaba por la Costera (avenida principal de Acapulco, que bordea la bahía) y me aproximaba al
 hotel donde sucedió todo sentí vértigo. Cada metro que recorría avivaba un dolor que creí dormido y que dos años y medio después me quema igual o más que antes. No quería avanzar, mucho menos detener el auto en una calle cercana y caminar hasta esos sitios en los que recibí el ‘No’ más doloroso de mi vida. ¿Será que en la playa de noche, y rodeados de estrellas está palabra duele más?. No lo sé. Lo único cierto a estás alturas es que después de regresar a ese hotel no me quedaron ánimos más que de escribir. Sacarme el dolor, aprovecharlo en pos de una historia que quizá sólo yo entienda, pero que como veneno en mi cuerpo me sigue haciendo daño. Tengo que expulsar ese invierno de Acapulco antes de que él me consuma a mí. Para mi desgracia, no tengo grandes vivencias amatorias, pero las pocas que he tenido las he sufrido tanto, que ha cambio me han dejado la oportunidad de escribirlas como cuentos inconclusos.

Por eso estoy ahora, sacándome los miedos en un café internet sobre la costera, preguntándome por qué diablos volver a éste sitio en común me pone tan melancólico. Escribiendo sin estar, estando sin escribir. Debe ser la falta de nuevas historias amorosas en la novela de mi vida. Ojalá, de no ser así no sabría que pensar de mi.

Caminar por dónde camine con ella mientras hablábamos de amor y soportar el dolor será la historia de estos días. Yo sigo aquí, en el mismo sitio dónde por última vez te abracé y hablamos como dos personas civilizadas. Aquí te escuché reír por última vez, sí aquí, en dónde yo estoy después de tanto tiempo preguntándome qué será de ti y si alguna vez, aunque sea con la imaginación, has regresado para ver aquellos vidrios de la copa de cristal que arrojaste al vació desde el balcón de un 13vo piso. Te aviso que los vidrios ya no están, ni tú tampoco.

Recorrer esas calles que tanto conozco y en los que dejé pedacitos de un corazón roto será mi misión estos días. Repoblar esos lugares de recuerdos. Reconstruirlos con remiendos mal hechos para que la próxima vez duelan menos y así, algún día, mi herida de amor sea sólo una cicatriz vieja que me prevenga de futuros accidentes del alma.

El sol ha vuelto. Después de un día nublado y tormentoso la gente sale de sus hoteles, unos rayos perdidos de sol surcan el cielo y todo a mi alrededor es esperanza. Todos a disfrutar de este paraíso. A mi, por lo menos, me gustaría sentirme normal y no fuera de órbita. Volver a hacer mío a Acapulco y caminar sin que en cada esquina se me salga el corazón de un suspiro.

Emprenderé el camino de regreso al hotel con una sonrisa mentirosa, que espero, con el transcurso de los días sea sincera. Ojalá en el trayecto no sea victima del asalto de demasiados recuerdos.


Acapulco, Guerrero.
19:13hrs.

sábado, 14 de julio de 2007

La Casa de Catherine

Sólo fui un par de veces a su casa. Suficientes para jamás olvidar aquel lugar de película.

En sus años de universitaria, recuerdo a Catherine como una estudiante popular, y a la vez, contradictoriamente solitaria. Aunque casi siempre estaba rodeada de gente (la mayoría del sexo masculino) no tenía, hasta donde supe, amigos de verdad. Ella también estudiaba Comunicación, pero debido a que iba adelantada un par de semestres nunca coincidimos en ninguna clase. El tiempo que la traté fue realmente breve, sólo un par de meses a principios del 2003. Ella era amiga (según) de un conocido. Según éste conocido, yo a ella le parecía interesante y supuestamente tenía interés en salir conmigo.

Obviamente a este tipo no le creí nada, pues no están ustedes para saberlo ni yo para contarlo, pero ella era (no sé si lo siga siendo) mi antítesis: le gustaba la parranda, no era muy estudiosa, alrededor de ella había muchísimas historias que le daban mala reputación, etc. El Gabriel Revelo (más desesperado) de hoy indudablemente hubiera hecho el intento, pero por aquellos años yo estaba enamorado y MUY obsesionado de otra persona... y ya estoy contando cosas que no tienen nada que ver con mi idea original de éste post, pero bueno, entonces, debido a este supuesto interés comencé a hablarle un poco más a Catherine. Tampoco crean que era mucho, sólo lo necesario. Como ya mencioné un par de renglones, otra persona ocupaba mi mente.

La primera vez que fui a su casa fue el 14 de febrero de aquel 2003. Sí, ya sé que es el día de San Valentín (día que por cierto, detesto). Era martes. Por aquello de celebrar ‘la amistad’ fui a comer a un Vips con algunos amigos y conocidos, entre ellos Catherine. Después nos fuimos a la Universidad y el resto de la tarde transcurrió entre la anormalidad cotidiana que un 14 de febrero ocasiona en una escuela de nivel superior: Globos de corazón por todos lados, vendedores de rosas, peluches gigantes, mantas de declaración y demás cosas repulsivas. Ya sé, de nuevo me estoy desviando, se supone que este texto debería hablar de cosas sobrenaturales y hasta el momento estoy lejos de lograrlo.

Como buen día festivo en México, nadie hizo nada. Las clases prácticamente no existieron, una vez que uno llegaba y pasaba lista, podía considerarse libre durante la próxima hora y media. Con tanto tiempo de sobra, comencé a planear con un par de amigos una broma bastante pesada que no comentaré porque la verdad fue una estupidez. Si la victima de aquel mal chiste está leyendo estas palabras: de verdad lo siento, la inmadurez a veces hace que uno actué como imbécil.

‘Volviendo a...’ Para esta broma movilizamos cerca de cuatro coches repletos de compañeros y compañeras, y una moto. Después de hacer la broma que fue buena, pero estúpida (si mi amiga que en esa época no era mi amiga, pero ahora sí, lo autoriza, se los cuento) nos preguntamos el típico ‘y ahora qué hacemos’. Por supuesto, la gran mayoría de las mujeres decidieron irse a pasar el resto del día con sus novios en turno, mientras que los que quedamos, en su mayoría hombres abandonados por el amor, comenzamos a debatir si irnos cada quién a nuestras casas o intentar alargar una tarde que al menos en el plano amoroso no pintaba nada bien.

Entonces el individuo amigo de Catherine (que en esa época vivía con ella porque a él lo habían corrido de su casa) propuso ‘vamos a casa de Caty un rato’. Como no teníamos nada que hacer, algunos aceptamos la propuesta. No me acuerdo muy bien, pero iba mi mejor amigo Ángel Vázquez (que estaba a escasos dos años y cinco meses de que el amor de su vida le hiciera caso), Alejandro Rueda (antes de que se convirtiera en el Chico Amistad), John Valdez (en su moto), creo que mi otro gran amigo Isaac Rocha (no recuerdo bien), y mis amigas Fernanda y Erika alias ‘Yoshi’. Perdón si omití a alguien (igual y ni les va a importar). Yo ni ganas tenía de ir, pero en vista de que la señorita dueña de mis desvelos de por aquella época se fue quién sabe a dónde con quién sabe quién, decidí ir y por qué no, encontrarme a Catherine y conseguir a última hora un 14 de febrero con un poquito de amor.

Por supuesto Catherine ni caso me hizo. Ustedes, si han tenido el estoicismo o masoquismo suficientes para llegar aquí se preguntaran dónde está lo bueno de éste relato. Les pido que no abandonen la lectura (a menos que sea para ir por un refresco y una silla más cómoda) porque ahora viene lo bueno. Intentaré, por lo mismo, tomar una narrativa más sería y no tan desparpajada y despreocupada como en los párrafos anteriores.

El centro de Tlalpan es un antiguo barrio estilo colonial ubicado al sur de la ciudad. Calles empedradas, grandes casas construidas con madera y piedra, una plazoleta con una iglesia barroca, bares y cantinas tradicionales. Justamente en esa zona, más provinciana que metropolitana, estaba ubicada la casa de Catherine. Llegamos cuando comenzaba a caer la noche. Por más que intento no alcanzo a recordar si llovía, pero el fuerte viento que soplaba y los relámpagos que iluminaban el cielo no se me olvidan.

Como las calles de ese barrio son tan angostas, batallé un par de minutos en encontrar un sitio seguro en el que poder estacionar mi auto. La fachada de la casa era de color lila (creo) y tenía una gran puerta de madera. Al entrar lo primero que nos encontramos fue un inmenso garaje, justo cuando lo atravesábamos para llegar a la recepción de la vivienda el cielo se iluminó de azul, el potente sonido de un trueno invadió el silencio y todo quedo en tinieblas.

Por bien de mi raciocinio, hubiera querido creer que el apagón se debió a una falla eléctrica provocada por las ráfagas del viento, pero nadie me quita la sensación tan extraña que tuve al entrar en aquella casa. ‘Tensión’. No hay mejor manera para llamarle a esa sensación de frió gélido que me recorrió la espina dorsal en cuanto irrumpí en el portal de aquel hogar. El aire y la soledad repentina se volvieron tan espesos que tuve que voltear y forzar la mirada en la oscuridad para convencerme de que no era el único desconcertado. Cruzamos la puerta y nos encontramos con la sala de estar. Entonces dos personas aparecieron de una de las entradas del fondo. Cada una sostenía una vela en su mano. Eran Catherine y su mamá que amablemente nos invitaron a tomar asiento.

Le pidieron a la muchacha de servicio que trajera un par de velas más, botanas, refrescos y cervezas para quién gustara. Mientras tanto, la sensación de ‘no comodidad’ seguía presente. Una especie de hueco en las tripas me molestaba y hacía que definitivamente no me la estuviera pasando muy bien, pues sin tener motivo me sentía preocupado y hasta deprimido. Mentalmente intentaba convencerme de que todo aquello era un malestar físico cuando las luz de las velas que acababan de traer, y que colocaron sobre la mesa de centro, reveló ante mí un entorno surrealista en toda la extensión de la palabra.

Sucede que todas las paredes de aquella casa estaban llenas de imágenes de ángeles y santos. De diferentes tamaños, algunos con marcos de madera, algunos con mirada perturbadora, otros sufriendo, pero todos reales y un poco tétricos en aquellas sombras. No sólo aquellas pinturas, que seguramente superaban las cien, cubrían los muros. También otros objetos de arte sacro como crucifijos, rosarios, palmas, figuritas de vírgenes, apóstoles y santos, además de un Cádiz hacían imposible encontrar más de un metro cuadrado de pared desnuda. Recipientes de cristal con sustancias y polvos irreconocibles, además de Cirios de Ángel (cirios que crecen en forma circular) estaban por cada uno de los rincones de la vivienda.

Tratando de aparentar mi creciente intranquilidad miré de reojo a mis amigos, tropezándome con la misma cara nerviosa que seguramente yo también proyectaba. Definitivamente, aquello parecía todo, menos día de San Valentín (cuya imagen, no dudo, debería de estar colgada por ahí). La plática comenzó sin algún tema en específico.

- Y la luz que no vuelve, para mí que ya nos van a empezar a espantar. Comenté en plan de broma.
- No te creas hijo. No sería nada raro. Respondió la mamá de Catherine.

Entonces entramos de lleno en el tema de lo sobrenatural. No sé si era porque once días antes había muerto mi papá, y estaba sensible al tema, pero el ambiente se volvió aun más pesado. Según Catherine y su mamá, en aquella casa siempre ocurrían cosas extrañas. La vivienda la adquirieron los abuelos de Catherine. Según vecinos del lugar, a principios del siglo pasado, a causa de la revolución, en aquella zona hubo muchos hechos violentos y algunas muertes. Otra versión es que los antiguos dueños de esa casa llevaban a cabo ritos de santería.

Lo cierto, es que desde entonces la casa quedó ‘tocada’ por vibras extrañas, mismas que con el tiempo fueron intensificándose y que encontraron escape cuando un familiar llevó una Tabla Ouija con la que se jugó durante varios días en el interior de la vivienda. Dio inició así el calvario para la familia de Catherine. Fueron muchos los hechos sobrenaturales que su mamá nos contaba como si nada. Nos decía que al anochecer era común que se fuera la luz (imagínense, sudé frió en cuanto escuché esto). Otras veces los aparatos electrónicos se prendían o movían de su sitio sin motivo alguno. Esto, por supuesto, era lo de menos comparado con las personas que ‘habitaban detrás de los espejos’, y que uno al verse en el espejo podía observar. Al voltear para buscar el rostro desconocido no había nada. También decían que en el corredor que llevaba a las habitaciones ocasionalmente se aparecía un hombre harapiento que no tenía pies y flotaba. Mi espanto llegó al máximo cuando Catherine nos contó sobre la ocasión en la que vio a una especie de soldado... sin cabeza.

A lo largo de la conversación, surgieron infinidad de terroríficas anécdotas más.

Fueron muchos años los que la familia de Catherine soportó bajó el poderío de fuerzas ‘sobrenaturales’. Charlatanes fueron y vinieron de la casa, sin que hubiera resultados satisfactorios. Hasta que una conocida de la prima de una vecina (así es en México) les recomendó que buscaran a una curandera de magia blanca, la cual iba diario hasta la misteriosa casa para rezar. Además de extraños rituales, la hechicera le pidió a todos los habitantes de la casa que se acercaran a Dios, que llenará la casa de imágenes de santos bendecidas y que pusiera la mayor cantidad de cirios de Ángel en jarrones con agua bendita.

Un par de años duró aquella batalla invisible. Los extraños acontecimientos y apariciones se fueron volviendo más y más esporádicos conformé la casa se iba llenando de figuras sacras.

- Desde hace dos o tres años ya no ha vuelto a ocurrir nada en esta casa, volvió la paz. ¿A poco no se siente una gran paz? Concluyó la Mamá de Catherine.

Yo por mi parte no sentía esa paz, al contrario. Pero al menos era muy tranquilizador saber que desde hace mucho no pasaba nada en aquel sitio en el que me encontraba. Catherine se retiro a su habitación para arreglarse, pues ella sí tenía con quién pasar el 14 de febrero (no como yo, que nada más fui a hacer el ridículo a esa casa). A nosotros nos dejó conversando con su mamá, que fuera del miedo que nos metió con sus historias, se me hizo muy agradable.

Entonces la cerveza que me había tomado comenzó a hacer efecto. Necesitaba ir al baño. Al principio había creído que podría aguantarme, pero las ganas eran tantas que decidí (esperando que no fuera muy lejos) preguntar dónde estaba el baño. La respuesta me dejó helado ‘el baño está bajando esas escaleras de allá, hasta el fondo del pasillo’; ‘¿el corredor dónde se aparecía el hombre que flotaba?’; ‘ese mismo’. Hubiera jurado que una sonrisita entre burlona y divertida se asomó en los labios de la dueña de la casa. De nada me sirvió decir que ya no tenía ganas de ir al baño. Todos me decían que fuera, que no podían creer que fuera un miedoso. Todos me decían cobarde, pero nadie se animaba a acompañarme.

Terminé por ir solo. Iluminando mi andar con una velita sentía como a cada paso me internaba en un mundo de oscuridad y frío, mucho frío. Llegué al corredor rezando un ‘Padre Nuestro’ a voz baja pero con toda la fe del mundo, pues es en esto casos cuando uno se acuerda de Dios. Ya no me importaba parecer un mariquita, sino llegar al baño, hacer lo que tenía que hacer y regresar sin que me diera un paro cardiaco en el trayecto.

En el baño ya las cosas fueron más fáciles. Dejé la vela en el lavamanos mientras mi cuerpo cumplía la función corporal que me había llevado hasta ahí. No sé cuánto me tardé, pero recuerdo que el tiempo que pasé esperando a que el chorrito terminara de salir se me hizo eterno. Justo estaba a punto de lavarme las manos cuando me di cuenta que frente a mi tenía un espejo. En un esfuerzo desesperado por agarrar la vela sin mirar al cristal (vaya a ser que a uno de esos ‘seres detrás del espejo’ se le ocurriera hacer su aparición justo en ese momento) moví bruscamente la flama y esta se apagó. Me quedé en tinieblas. En un instante, todas las historias que nos contaron Catherine y su mamá pasaron por mi mente, infundiéndome un miedo que pocas veces he sentido.

Ya no me importó nada más. Dejé la vela ahí y salí sin lavarme las manos (sí, que asco, pero en esos casos la higiene es lo que menos importa). Corrí como nunca en la vida hasta llegar a la sala. Obviamente, al llegar frente a todos actué como si no me hubiera pasado nada. Aunque seguramente mi rostro pálido y el sudor frío delataron mi miedo.

Media hora después bajó Catherine, se despidió de nosotros y se fue. Obviamente, el supuesto interés en mi era puro cuento. Cinco minutos después me retiré con mis amigos que aunque no lo confesaron, estaban igual de apanicados que yo.

Lo curioso es que al salir de la casa volvió la luz.

Volví en noviembre de 2004 a una fiesta. En esa ocasión no se fue la luz ni pasó nada fuera de lo normal. Aunque pensándolo bien, esa casa, con o sin apariciones es uno de los lugares con más energía en los que he estado jamás. Aun en mi segunda visita, la mirada de cientos de santos y ángeles me dicen que nada en esa casa ha dejado de ser extraño.

A Catherine no la veo desde hace más de dos años.

miércoles, 11 de julio de 2007

Servilleta


“Y es que aquí puedes pintar o limpiar. Escribir o corregir errores. Una servilleta no tiene otro motivo que el de mantener limpio su entorno. No importa si mojándose muere o se desintegra en el momento. De todas formas, nadie reparará en la ausencia de ‘una servilleta’.

Escribo en una servilleta pa’ matar el tiempo y ver si del cielo me llega una explicación divina y me aclare el por qué siempre tengo que terminar pintando en las servilletas los fines de semana, mientras en las mesas y sillas de alrededor todo es una fiesta.

Yo como siempre, con mi velorio andante que ya es más costumbre que otra cosa y que se acrecienta con toda esa música que invade el aire de éste sitio. Canciones en su mayoría, en la que el despecho encuentra eco en las voces de aficionados que afinan lo mejor que pueden sus gargantas y temerariamente se lanzan a las románticas interpretaciones de letras que a veces parecen poemas. A veces mis amigos toman valor y se lanzan al micrófono.

Canciones mentirosas. Dicen que es imposible vivir sin el amor de tu vida. Yo lo hago y es peor que estar muerto. Desde esta noche de sábado descubro que las canciones hacen mucho daño, tanto como tener a la persona que amas habitando una canción que te mueres por cantar. Pero la voz no me da, ni la vida, ni nada.

Úsame y tirame. Yo sigo llenando esta pobre servilleta de letras ilegibles. En la primaria me decían que debía mejorar la letra. ¿Para qué, si de todas formas esta noche, con o sin buena letra iba a ser igual?. A la única que le tengo que pedir perdón por hacerla participe de mis tristes y desesperanzados pensamientos es a la servilleta por convertirla en un pedazo de papel derrotado.”



- Escrito en la servilleta de la foto, en algún cantabar de la Ciudad de México.

lunes, 9 de julio de 2007

Inventario

Desperté deprimido y un poco triste. Quería escribir de eso para curarme la angustia de un imposible. Entonces recordé que aparte de mis tristezas, hasta cierto punto ridículas y repetitivas, tenía que hablar de otras cosas, pues el pasado fue un fin de semana bastante movido y habrá que comentarlo


Para empezar el Live Earth... Creo que fue un rotundo fracaso, y no porque la idea de hacer siete conciertos a nivel mundial, para concienciar a la población sobre la problemática del calentamiento global. Lo malo fue que el evento, a diferencia del Live Eight, estuvo pésimamente producido y no creo que haya llegado a las grandes masas. La transmisión de MTV Latinoamérica dejó mucho que desear, y la única manera de seguir los conciertos en vivo era por de medio de Internet. Así que díganme, en un sábado, quién va a tener animo de pasar horas enteras siguiendo estos conciertos en los que hay que decirlo, no estuvieron muchos ‘peces gordos’ de la industria musical. De cualquier manera, es mejor intentar a dejar pasar. Y propuestas así, por fallidas que parezcan, tendrán algún eco en intentar detener el asunto del cambio climático que de por si ya es bastante serio.

Por otro lado, el sábado 7 del mes siete del año 2007, en Lisboa se anunciaron las 7 Nuevas Maravillas del Mundo. La Muralla China, el Cristo Redentor Petra en Jordania, el Coliseo Romano, el Taj Mahal en la India, Machu Picchu en Perú y Chichén Itzá, en mi México lindo y querido.


Muchos dicen que está votación sólo es un negocio y que el nombramiento de estos monumentos históricos como monumentos del mundo no tienen valía alguna. ¿¿¿¡¡¡y qué!!!???. Si dicho nombramiento va a servir para acrecentar el turismo en la península yucateca y en las zonas arqueológicas de México. Además, el saber que cientos de personas a nivel mundial ven a Chichén Itzá como una maravilla y qua fue elegida de un grupo de 21 siempre será un orgullo. Los otros ganadores me parecen adecuados, salvo el Cristo Redentor, que en comparación de los otros monumentos participantes no me parece tan espectacular ni histórico. Me gustó que también Machu Picchu haya sido elegido y felicito a los muchos amigos peruanos que visitan éste blog. Espero algún día conocer esa maravilla que sólo he visto en fotos y por la que también vote.





El palacio de Kukulkán y todo Chichén Itzá es una maravilla, muestra del glorioso pasado mexicano y ejemplo de arquitectura, belleza y ciencia.

El fin de semana, además, trajo otros triunfos para México. Resulta que la selección nacional ya está en semifinales de la Copa América después de vencer en cuartos de final a Paraguay con un contundente marcador de 6-0. Debo confesar, en un principio pensé que el partido sería más reñido, sobre todo porque mes y medio antes, ambas selecciones se enfrentaron en el Estadio Azteca (yo fui) siendo los guaraníes los vencedores por 1-0.


La selección mexicana siempre ha tenido buenas actuaciones en Copa América, en poco más de diez años ha llegado a dos finales, y en otras dos ocasiones ha ocupado el tercer puesto. Sin duda alguna, el buen paso del equipo en sus primeros cuatro partidos ha ido de menos a más, recuperando la confianza después de la dolorosisma derrota ante EE.UU. en la final de Copa de Oro en junio pasado. A México lo veo bien, equilibrado, con buenos jugadores en cada una de sus líneas y con la frescura que Nery Castillo ha venido a imprimirle al ataque. Ahora viene Argentina, rival que nos dejó fuera en los octavos de final del mundial pasado después de un juego memorable que se prolongo hasta los tiempos extras. Contra Argentina siempre hemos jugado de tú a tú, esperemos que esta vez la suerte este del lado nacional.

Como si esto fuera poco, la selección sub-20 (generación Campeona del Mundo hace dos años en Perú, en el mundial sub 17) le ganó ayer a Nueva Zelanda y concluyó primera de grupo después de ganar sus primeros 3 partidos (2-1 a Portugal y 3-0 a Gambia). Ilusiona que se repita la historia, ilusiona que esta selección triunfadora sea la que juegue el próximo mundial en Sudáfrica. Sigue la selección del Congo en octavos de final, ya veremos que pasa.

No sé hasta donde lleguen ambas selecciones, pero si estuviera en el Estadio Azteca, en este momento el grito de sus ciento diez mil aficionados y de millones de mexicanos más en sus casas sería un imponente ‘Sí se puede’.

Esta entrada fue un inventario de muchas cosas que quería decir y que sinteticé. Por lo pronto, así fue éste fin de semana.
ACTUALIZACIÓN 14 DE JULIO DE 2007...
Finalmente la selección mayor perdió 3-0 en la semifinal contra Argentina. Hoy derrotó 3-1 a Urguay y se quedó con un merecido tercer puesto de la justa continental. Seguimos quedandonos en la orilla, pero ahí estamos, no dudo que muy pronto se dará ese paso.

viernes, 6 de julio de 2007

Mira si yo te querré


Desde que apareció Diablo Guardián de Xavier Velasco (mi libro de cabecera) en 2003 he seguido con detenimiento las obras ganadoras del Premio Alfaguara de Novela. Salvo El Turno del escriba de Graciela Montes y Ema Wolf, he leído Delirio de Laura Restrepo en 2004, Abril Rojo de Santiago Roncagliolo en 2006 y Mira si yo te querré de Luis Leante ahora en 2007.

Esta última la terminé de leer precisamente ayer, y al igual que las otras novelas ganadoras del premio me gusto. Mucha gente desconfía de la calidad de las novelas surgidas de éste tipo de certámenes y de su validez literaria, pero al menos a mi, los cuatro ‘Alfaguara’ que he leído me han dejado muy satisfecho.

La trama de Mira si yo te querré podría parecer a simple vista sencilla: Montserrat Cambra, doctora de 42 años, descubre circunstancialmente una vieja fotografía en la que aparece su primer amor, muerto hace casi veinticinco años. Lo extraño es que la imagen de Santiago San Román, fue tomada en el Sáhara un año después de su supuesta muerte. Desconcertada, Montserrat decide abandonar su apacible Barcelona con el fin de saber que fue lo que realmente ocurrió con Santiago.

A simple vista, la trama es de una novela de amor. Lo es, pero también se trata de una novela histórica. Gracias al manejo que Luis Leante le da a la historia, además de la historia de la doctora Montserrat Cambra, otros escenarios se van interponiendo atemporalmente a lo largo de cada uno de los capítulos.

Es a lo largo de este ‘rosario’ de historias como a lo largo de la narración vamos conociendo a Santiago San Román, el otro protagonista de la historia, que después de un tormentoso romance de verano con Montse, cumpliendo su servicio militar decide, a fuerza de encontrar el olvido en la soledad del desierto, matricularse para servir a las fuerzas españolas en el Sáhara.

En su narrativa Mira si yo te querré es buena. Y aunque por momentos se vuelve un poco predecible y algunas anécdotas no terminan por ser tan fuertes como desearíamos, tiene el acierto de tenernos pegados a la trama.

Barcelona. El Sáhara. Parece que entre ambos lugares hay un mundo de diferencias. En el trayecto zigzagueante de la novela otros personajes surgen en el presente, en el pasado, en los paisajes desérticos, en la Barcelona de los setentas. Para mi, el leer sobre la última colonia española en África y la forma en la que Mauritania y Marruecos le disputaban a los europeos aquel pedazo de suelo ha sido todo un descubrimiento. En ese sentido, Mira si yo te querré, plantea el abandono que por décadas ha sufrido el pueblo Saharaui y la multitud de vejaciones que han sufrido después de un sin fin de guerras y conflictos, y que a pesar de todo, han logrado superar para vivir al día. Con sus extrañas costumbres, su hospitalidad casi exagerada y su modo despreocupado de ver la vida, no pude sino enamorarme de aquella gente y su tierra... porque como dicen por ahí, hasta el desierto puede ser la cosa más hermosa si se le mira con atención.

La novela cuenta además con acción, aventuras y hasta toques humorísticos por momentos. Sobre la historia de amor hay poco, o quizá mucho que decir, pues es tan parecida a cualquier romance intenso que cada uno de nosotros puede tener en algún momento: inolvidable, triste y con una melodía propia. En el caso de Mira si yo te querré, la melodía es el pasodoble español ‘Las Corsarias’, que a lo largo de la lectura retumba lo mismo en un baile de barrio, que en la base militar española de El Aaiún o tarareada torpemente en una tarde calurosa entre las jaimas de un campamento saharaui.

Que más les puedo decir. Mejor léanla. Su texto permite leerla de una manera tan fácil, que cuando menos lo esperen estarán llegando al final, que por cierto, es muy bueno.

Nos estamos leyendo.

martes, 3 de julio de 2007

La primera vez que me drogué

Escribo estas palabras frente a mi computadora, y debo confesarlo, estoy drogado. La verdad, siempre sentí curiosidad, y por fin, esta tarde el destino me dio la oportunidad de tener la experiencia.

Fue con gasolina, y la verdad no es la gran cosa. Digo, me siento mareado, como en otro mundo. Me lloran los ojos, la cabeza está a punto de estallarme y todo me da vueltas. A ratos todo me da risa. Después me quedo mirando al horizonte con la mente en blanco en medio de una paz total. Los sonidos a mi alrededor se multiplican y me da la impresión de que tengo los cinco sentidos más alerta que de costumbre. Intento hablar con mi hermana y pierdo el hilo de la conversación. Pensé que sería mejor y no como estar enfermo y con calentura.

La verdad es molesto. No me siento bien, al contrario. En estos momentos hasta escribir se me hace más difícil de lo normal. No logro concentrarme, y hasta hilar un par de palabras con coherencia en este texto me está costando un esfuerzo gigantesco. Me siento lento, espeso, tonto... Si esto es estar drogado, francamente no le veo lo maravilloso ni adictivo.

Antes de que mis amigos, familiares, conocidos y lectores comiencen a preocuparse de más déjenme explicarles el por qué de mi situación: No estoy así por gusto, es más, siempre he opinado que caer en problemas de drogadicción es la peor estupidez que uno puede cometer en contra de sí mismo. Para mí las adicciones son el sinónimo de estar muerto en vida, prisionero de una fuerza demoníaca incontrolable.

Entonces ¿por qué estoy así? Por idiota, la verdad. Sucede que hace un par de horas mi hermana llegó caminando a casa. Lo raro es que en la mañana se había llevado el coche. Al preguntarle por el auto me respondió que se le había detenido en la esquina de mi calle, así que inmediatamente salí a ver si podía ‘echarlo a andar’. Intenté arrancarlo y nada, apenas daba unos brinquitos que me hacían pensar en problemas de la batería. Apenado por mi falta de conocimientos sobre mecánica automotriz, empujé el auto hasta la entrada de mi casa, resignado a que al otro día a primera hora llamaría a un mecánico para que encontrara y arreglara el problema.

Estaba a punto de cerrar el auto cuando me di cuenta que el auto (imbécil de mi) no tenía gasolina. De inmediato hice memoria y recordé que desde el domingo pasado el nivel de combustible ya estaba en reserva y ningún miembro de la familia se molestó en recargar el tanque.

Solucionar el problema, pensé, sería facilísimo. Tomé un botecillo de plástico y caminé hasta la gasolinera más cercana. Media hora después regresé a casa dispuesto a arreglar el problema cuanto antes. Abrí el tanque de gasolina y me di cuenta que sólo podría insertar la gasolina con un trozo de manguera. Busqué y sólo encontré una viejísima y llena de polvo. Con mi navaja suiza de los scouts corté un pedazo y lo lave bien.

Sabía que lo que seguía era meter una orilla del conducto de plástico en el envase con gasolina, inhalar con la boca desde otro extremo y rápidamente depositarlo en la entrada al tanque del vehículo. Se supone que así es, pues en infinidad de programas y caricaturas lo he visto. Parecía tan fácil, pero tan fácil, que hasta un estúpido podría hacerlo sin problema alguno. Bueno, cualquier estúpido menos yo.

Mi primer intento fue el peor. No calculé bien y terminé por dar una profunda bocanada a los gases que por naturaleza desprende la gasolina. No conseguí que el combustible subiera pero si que el vapor tan oloroso y penetrante llegará hasta el último resquicio de mi cerebro. Desde ahí me empecé a sentir mareado.

Enojado lo intenté por segunda vez. Esta vez aspiré más fuerte, tanto que la gasolina subió tan deprisa que buena parte de ella terminó dentro de mi boca. Y déjenme decirles, sabe horrible. No la tragué, pero la sensación y los fuertes olores del líquido hicieron que éste segundo ‘golpe’ fuera más intenso que el primero. Eso sin contar, claro, que toda mi ropa terminó llena de gasolina.

Resignado a mi fracaso, opté por vaciar el contenido del envase plástico en el otro extremo de la manguera. A causa de mi alterado estado de la conciencia tiré más de la mitad en mis manos, mi ropa y el suelo, además de que el vaporcito de gasolina impregnaba el aire a mi alrededor. Tardé varios minutos así, hasta que los cuatro litros se terminaron. Cerré el tanque, encendí el auto y para mi alivio, el motor arrancó a la primera.

Guardé todo. Entré a mi casa y me recosté en la sala. Bastaron un par de minutos para que todo a mi alrededor careciera de sentido. Entré en un viaje de sensaciones tan extrañas y desagradables que inmediatamente me dio miedo. Por eso, luego de recorrer la casa sin explicar qué diablos me está pasando decidí sentarme y escribir.

Ya pasó casi una hora y aunque aun me siento ausente y atontado, el efecto poco a poco va pasando. Mis manos aun apestan a gasolina, pero mi cerebro comienza a permitirme raciocinios más elaborados. Algunos adictos dicen que se drogan para escapar de los problemas cotidianos y relajarse. Pues bien, yo en esta hora y quince minutos no he encontrado paz. Al contrario, estos ‘síntomas’, temblores y ansiedad no me hacen sentir nada bien; y mucho menos, me dan ganas de volver a repetirlo.

No fue mágico. Me la hubiera pasado mejor lavando el baño.