jueves, 14 de junio de 2007

El mejor novelista del mundo

Cuando se comienza a escribir una historia, uno tiene una idea del final, pero no siempre está del todo claro. En parte por eso se narra, para descubrir en que acaba todo ese conflicto que inicialmente nos planeamos en la cabeza.

El final.
Siempre lejano e infranqueable, fuera de él ya no hay nada. Los personajes parten al anonimato, sus vidas se vuelven recuerdo, o en el peor de los casos, olvido. Los finales son grandiosos porque después de ellos todo cambia. Para bien o para mal, pero cambia. Después de un final, queda un mar de tiempo para pensar en el pasado pero con la asfixiante certeza de que ya nada podrá alterar el curso de las cosas. A veces emocionan, a veces dan miedo.

Ahora vuelve esa sensación que no me deja ser. Siento que se acerca el final de una historia que acaso ahora, sigo dudando que tuvo un comienzo. Lo veo venir como un huracán que se adivina aun en los días soleados y cuya capacidad de devastación desconozco, de modo que no puedo asegurar a ciencia cierta si sobreviviré.

La historia que está a punto de terminar es de amor. No es muy buena, pero es mía. Como protagonista dejo mucho que desear, y lo peor, a unas páginas de que termine el libro sigo sin entender en que va a terminar toda esta trama. Si el escritor de mi historia puede oírme, le suplico desesperado me dé un final digno, y que no me deje como el pobre diablo que hasta el momento he sido.

Como personaje, desconozco el por qué de muchas cosas en ésta novela de amor. Si acaso, me queda la leve esperanza de que mi historia está a cargo del mejor novelista del mundo. Él ha escrito millones de historias, a todas horas decide circunstancias, mueve personajes, mezcla tramas de un libro a otro. Parecería mucho, pero no es así, escribir e imaginar destinos no es tan complicado para quién creo el mundo, dicen, en tan sólo siete días.

Le llamaría Dios, pero al menos por hoy prefiero referirme a él como mi novelista. Aquel que está escribiendo la historia de Gabriel Revelo y cuya intrincada trama comenzó hace ya varios años. El protagonista quería una novela romántica, que fuera tierna como un beso en un marzo lluvioso y dolorosa como un adiós de mayo. El novelista se lo dio, y mejor aun, le regaló a la mejor heroína de la historia para volverlo loco, enamorarlo hasta extremos inconcebibles y llenar página tras página de esa esencia que al lector le deja un hueco en el estomago y unas ganas imparables de llorar.

Ha sido una gran historia. Casi se me va la vida en ella, pero de ser yo el lector, estaría más que enganchado. A veces me gustaría ser sólo testigo mudo de las vueltas cíclicas que doy por el amor de la protagonista.

Aquí estoy, como un personaje cuestionablemente real, hablando al cielo. Sé que se acerca el final de mi historia con ella, y presiento, será de esos en los que todo acaba mal. Lo cierto es que no puedo seguir repitiendo los mismos patrones, recorriendo las mismas calles y buscándola dónde siempre. No puedo y no debo, por el bien de la trama, seguir siendo el mismo. Los lectores se aburrirían y dejarían la lectura a medias. Estoy seguro de que todo eso lo sabe el Novelista, y allí reside mi esperanza, la última y a la que me aferro como idiota. Apelo a su ingenio, a que le dé un apretón de tuercas a la trama y de la nada surja un giro inesperado para todos. Ya te voy a tutear, si eres coherente con tu oficio debes hacerlo. En todas las grandes epopeyas siempre se le complican las cosas al héroe (en mi caso, antihéroe), siempre todo parece perdido y triste, no hay esperanza y el día es gris, hasta que de la nada pasa ‘algo’, un milagro que cambia la suerte del bueno y en las últimas páginas recobra el coraje que lo saca adelante. Así es en la épica, en la novela romántica, en el teatro. Así debería ser también en la vida. En mi vida.

Ahora mismo yo también veo todo perdido. La veo a ella, pero se aleja tanto que su imagen es cada vez más difusa. No me queda nada que me haga recuperar las fuerzas y salir tras mi princesa a luchar contra dragones y mounstros temibles, no encuentro el coraje que la desesperanza de muchos años me ha quitado. Sigo en el suelo, derrotado, esperando que venga el gigante de la resignación y me coma de una vez por todas. Espero la muerte de mi historia con ella o el milagro, ese que sólo puede salir de la pluma del Mejor Novelista del Mundo. En una ocasión me escribió capítulos llenos del más puro amor, ¿qué te cuesta escribir uno más?

Aquí estoy, lleno de miedo, esperando el milagro.

Novelista, háblale de mi en el viento, llénala de mis recuerdos, mueve tormentas, llena su sendero y el mío de casualidades, desafía las leyes de la lógica y escribe el mejor capítulo de esta historia. Que sea inolvidable, lleno de frases y escenas eternas. Sé que está a punto de acabar, dale un final de novela... quedan unas cuantas páginas y el protagonista, aunque agonizando, sigue vivo.


Cuando se comienza a ser parte de una historia, uno tiene una idea del final, pero no siempre está del todo claro. En parte por eso se vive, para descubrir en que acaba todo ese conflicto que inicialmente nos planteo el corazón.

1 comentario:

Gonzalo Del Rosario dijo...

Cuando empiezo una historia intento no pensarla mucho, porque sino nunca la llego a escribir, ya que es tan pero tan buena dentro de mi cabeza que a la hora de plasmarla deja mucho que desear.
Así que cuando aparecen las ideas, las dejo fluir frente a la computadora, o en su defecto las escribo en una libretita, pero en esta última sólo pensamientos, no cuentos ni nada, porque odio escribir con lapiceros.