martes, 18 de septiembre de 2012

El bosque de Aokigahara



Cuando era niño, mi papá siempre me contaba que mi mamá descansaba en el claro de un bello bosque, justo en las faldas de volcán Fuji, a unos kilómetros de Tokio. Yo la pensaba entonces recostada en una cama de piedra, intacta al paso del tiempo, como dormida en medio de aquella vegetación apacible.

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Todavía no cumplía los 5 años cuando dejé de ver a mamá. Desde entonces mis abuelos callan cada que les pregunto por ella. Se limitan a decir que murió en Tokio. Aunque han pasado quince años sus respuestas siguen siendo esquivas, al igual que las de mi padre, quien sólo se limita a mencionar el bosque al pie del Monte Fuji.

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Me llamo Santiago Valdez Chang. Mis papas se conocieron hace 23 años en Okinawa. Mi papá, que entonces estudiaba en Tokio, se enamoró de ella durante un viaje que hizo al interior del Japón, en un de sus periodos vacacionales. Fue tan intenso su amor, que cuando papá regresó a México le juró que volvería un año después y se casaría con ella.

Al año cumplió su promesa. Se unieron en matrimonio y vinieron a vivir a México. Años después, fascinados por las cosas que mi madre les contaba de su nueva patria, llegaron mis abuelos maternos quienes también se instalaron en este país. Poco después nací yo. Fueron años felices.

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Nunca supe por qué mi mamá no tiene una tumba en dónde poder visitarla. A veces me haría tan bien poder llevarle flores. Fui creciendo y fui creyendo menos esa historia del bosque donde descansa mi mamá, o quizá sólo dejó de importarme.

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Cada vez me asfixia más el mundo. A mis veinte años he perdido interés en estudiar. El amor no ha sido hecho para mi y en casa tengo cada vez más problemas. No me encuentro cómodo en ningún lado y cada día que pasa me pesa más estar vivo. No sé lo que me pasa, pero cada día se me hace un infierno. Nadie entiende que esta tristeza me quema por dentro.

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Esta tarde quedó marcado mi destino. Parece idiota que todo me haya cuadrado de esta manera: leyendo el periódico. Así me enteré de la existencia del bosque de Aokigahara y de lo que desde hace siglos pasa ahí. Ante mi papá y mis abuelos haré como si no supiera nada. Juntaré dinero, ordenaré mis documentos, y en unos meses me iré a Japón en busca de mi madre. Quiero encontrar la paz como ella hizo.

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Una mañana de junio Santiago no volvió de la Universidad. Arturo lo esperó toda la tarde y parte de la noche. Cuando comenzaba a preocuparse, Pablo, el mejor Amigo de su hijo, llegó hasta su casa y le entregó un sobre cerrado.

- Es de Santiago, me pidió que se lo trajera a esta hora.

Sin decir nada más Pablo se retiró.

Arturo se sentó en el sillón. Si su hijo le había mandado una carta quería decir que estaba bien. Quizá tenga algún problema y le de pena tratarlo de frente conmigo, pensó. Abrió lentamente el sobre, leyó la carta y sintió una profunda opresión en el pecho. Comprendía lo que pasaba, y la urgencia de tomar el primer vuelo hacia Tokio. Tenía el tiempo en contra.

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Mientras volaba en el avión y transcurrían lentas las horas, Arturo leyó una y otra vez la carta de Santiago. Tantas que hasta la memorizó. 

Papá:

Finalmente entendí porque la melancolía se dibujaba en tu rostro cuando en mi infancia me hablabas de aquel bosque ubicado en las faldas del monte Fuji. Leyendo un reportaje supe por qué este sitio es tan tristemente celebre. Me enteré que cada año acuden a él decenas de personas con la intención de suicidarse, que es común encontrar personas ahorcadas en las ramas de los árboles, envenenadas por una sobredosis de pastillas o auto mutiladas.

No hace falta que me mientan, recuerdo que mis abuelos solían referirse a la tristeza de Mamá, esa que ahora sé, fue a ponerle punto final al bosque Aokigahara. Lo peor es que ahora me siento igual que ella. Simplemente quiero dejar de vivir. Algo atormenta mi interior, una angustia de la que sólo me libraré en ese bosque. Después de todo, no puede hacerse nada contra los genes. Perdóname papá, no hay nada que puedas hacer para ayudarme a salir de esta obscuridad que también venció a mamá. Por favor, no vayas en mi búsqueda, no llegarás a tiempo, y en el caso de que lo hagas, no me encontrarás.

Confórmate con saber que mamá y yo viviremos en el mismo bosque. Cuídate y cuida a los abuelos.

Te quiere, Santiago.

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Cuando Arturo llegó a Tokio era medio día. El clima estaba nublado  No perdió tiempo. Rentó un automóvil y salió con rumbo al bosque Aokigahara. Bastaron un par de horas para que llegara a su destino. Gracias a los años de convivencia con sus suegros, dominaba a la perfección el japonés, y pudo preguntarle a los pocos lugareños por su hijo. Nadie lo había visto.

Cerró bien el auto y se internó en el bosque. Durante un par de horas deambuló entre árboles, subiendo y bajando por pequeñas colinas y rocas volcánicas, encontrando la vegetación cada vez más cerrada. De vez en cuando se topaba con letreros que le pedían a los posibles suicidas reconsiderar el quitarse la vida. Arturo rogó que Santiago hubiera leído esas palabras. También se cruzaba con cinta de aislar y advertencias policíacas de no avanzar, mismas que ignoró para seguir su desesperada búsqueda.

Después de proseguir una hora más, la atmósfera comenzó a llenarse de una densa niebla. Arturo, ya cansado, caminaba con dificultad. A lo lejos vislumbró lo que parecía ser una persona de pie. Al acercarse vio con terror que se trataba de un hombre ahorcado. No era Santiago. Pasó de largo. Se toparía otras tres veces con el mismo espectáculo. Ninguno de ellos era su hijo, pero todos conservaban el mismo rostro de dolor en sus rostros cadavéricos.

Comenzó a caer la noche cuando se topó con otros restos humanos. Desesperado por no dar con su hijo rompió a llorar en ese bosque maldito, el mismo en el que un día su esposa se quitó la vida, y en donde ahora él y su hijo estaban perdidos.

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El bosque de Aokigahara, también llamado 'Bosque de los suicidas' tiene una extensión de 35 kilómetros cuadrados. En el siglo XIX, la hambruna y pestes por las que atravesaba Japón hacia que los y niños y ancianos de las familias más pobres y sin recursos para mantenerlos, fueran abandonados a su suerte en el bosque. Desde entonces este sitio ha sido marcado por la desgracia. Se dice que en el habitan demonios de la mitología japonesa. En los últimos setenta años, centenas de personas se han suicidado en su interior.

Cada año, el gobierno designa patrullas especiales para que entren al bosque en busca de los cadáveres olvidados.

10 meses después de que Arturo entró al bosque fue encontrado su cuerpo. Estaba colgado por medio de una cuerda formada por los cordones de sus propios zapatos y trozos de ropa. A su lado fue hallado otro cadáver que no mostraba señas de suicidio y según los médicos forenses debió haber muerto de hipotermia y desnutrición varios días después del deceso del hombre ahorcado.

Después de varios tramites, el consulado mexicano identificó ambos cuerpos.

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Santiago nunca tuvo el valor de sus padres.

Gabriel Revelo
Septiembre del 2012 

jueves, 13 de septiembre de 2012

Historias de Gimnasio



Vengo llegando de ponerme "mamado".

No, no se rían. Es verdad, de hecho, si hace unos meses me hubieran dicho que escribiría algo así simplemente no lo creería. Y es que durante años, varios amigos intentaron sin éxito convencerme de inscribirme al gimnasio. Solía ser de los que juraban que nunca en la vida se enrolarían en uno de estos lugares. ¿Y qué creen? que más pronto cae un hablador que un cojo, aunque yo me tardé en caer más de 10 años.

El chiste es que desde hace una semana voy al gimnasio. Ni me pregunten cómo acepté inscribirme porque ni idea tengo, o más bien sí. Si acabé metido en este lío fue porque hace un par de meses anunciaron la próxima apertura de un gimnasio en el centro comercial que está por mi casa, y cuyos precios de las mensualidades, dicen los que saben, son una ganga.

Primero fue mi hermana la que se inscribió. Días después lo hizo mi novia. Ambas me presionaban para inscribirme, y pues caí. No crean que lo hice porque me dejo mangonear por las mujeres, al contrario, pero hice un análisis que me hizo replantear la situación: en primer lugar, después de que bajé varios kilos , pensé que lo correcto sería tonificar un poco mis brazos flacos. En segundo lugar, hacer ejercicio quizá le caería bien a mi maltrecha salud. Y bueno, además del poco dinero que gastaría, estaba la cercanía del gimnasio: a 5 minutos caminando.

Así, un mes antes de su apertura, y viendo aun lejana la su inauguración, me inscribí por primera vez en mi vida a un gimnasio. Y ha sido una experiencia bien extraña.

Cuando uno llega por primera vez al gimnasio el choque visual es complicado. Hombres fortachones y mujeres en forma por todos lados. Muy metidos en lo suyo. Todos haciendo sus ejercicios con cara de sufrir, como si fueran Rocky Balboa y en cada levantada de pesas se les fuera la vida. Todos caminando con los brazos semicurveados, como si fueran 'los meros meros' y viendo su reflejo en cuanto espejo encuentran. A mi, esa faramalla, lejos de motivarme o causarme admiración, me causa risa. Y también está la música que ponen. Bien animada 'tipo antro de Mirrey' pa' que uno haga ejercicio más motivado.

A mi esa música moderna ni me da emoción. Por eso llevo mi iPod en donde escucho canciones de Emmanuel, Armando Manzanero, Alejandro Sanz y demás románticos con los que me identifico. Otra cosa fea que me pasó fue la primera vez que entré al vestidor. ¡Puro señor encuerado, aquello hasta parecía campanario!  Como comprenderán, eso es lo último que quiero ver. Por eso, cuando tengo que ir al baño y pasar por ahí, prefiero hacerlo con los ojos viendo al techo. Espero un día no me vayan a dar un llegue por error.

Aun ahora, a una semana de asistir al gimnasio sigo sintiéndome como un turista en el extranjero. ¿Estoy mal por ver todo aquel circo como un gracioso monumento al narcisismo, antes que como el lugar en donde esculpiré mi cuerpo?

Esto último, por cierto, no creo que ocurra, pues mi objetivo al meterme al gimnasio no es ponerme musculoso, sino sólo hacer ejercicio. Tener mi cuerpo lleno de bolas (a menos que sean las de unas muchachas) nunca me ha llamado la atención.

Además hago muy mal los ejercicios. En parte porque soy torpe, tomo todo a chiste y por si fuera poco, los instructores son pésimos. Salvo un amigo que se ha tomado la molestia de explicarme cómo funcionan los aparatos y de qué manera hacer correctamente los ejercicios, estoy convencido que la gran mayoría de los instructores sólo van al gimnasio a lucirse. Se pasean de un lado a otro presumiendo sus músculos, si eres mujer se pasan horas ayudándote y explicándote los ejercicios, pero si eres hombre que un caballo te haga popo encima. No te pelan, y cuando se dignan a ponerte un poco de atención, lo hacen al 'ay se va' y muy superficialmente. Creen que uno entra sabiendo los nombres de los ejercicios y hasta parece que les cae gordo que uno les pregunte sobre la rutina que ellos mismos te ponen.

Como ya mencioné, si no fuera por mi amigo Ramses, que me explicó pacientemente cómo respirar y qué onda con cada ejercicio ya me hubiera roto algo. Y no se crean, aun así sigo siendo un fiasco. Debe ser algo bastante divertido verme hacer diariamente el ridículo en esos aparatos del demonio.

Todos los días he terminado con el cuerpo medio adolorido. No tanto como me decían, pero si siento mi pecho muy maltrecho y los brazos me pesan. Espero que al igual que ocurre con las heridas de amor, el malestar vaya pasando poco a poco.

Y en esas ando, haciéndole al deportista nomás para convivir. Ignoro cuanto dure en este show o si acabe por gustarme, me vuelva adicto al ejercicio y en una de esas si me pongo bien mamado y me vuelva el objeto del deseo de la muchachas. El tiempo lo dirá.

Con su permiso, me voy a echar cual res, es que ando cansado. 

domingo, 9 de septiembre de 2012

Histéria Colectiva



Si alguien me hubiera comentado que la zona en la que vivo sería el epicentro de la cobertura noticiosa, y  lo más mencionado durante horas en las redes sociales, simplemente no lo hubiera creído.

Y sin embargo pasó. Todo comenzó la noche del pasado miércoles 5 de septiembre. En las redes sociales se reportaban enfrentamientos, balaceras y disturbios en distintas zonas de Ciudad Nezahualcoyotl, municipio del Estado de México, ubicado a una media hora de mi casa. En Twitter y Facebook se mencionaba que los comercios del lugar habían sido cerrados, y que había camionetas negras pasando y lanzando disparos. En los noticieros sólo se decía que a pesar de los rumores no había datos concretos sobre violencia en esos rumbos. La policía local dijo lo mismo.

Al otro día, muy temprano revisé las noticias. Salvo un enfrentamiento que hubo en la mañana del miércoles, entre miembros de dos sindicatos por el control del servicio de mototaxis (y del cual sí había fotos y vídeos), no había reporte de otros actos violentos en Neza. Esta versión era muy diferente a las que seguían circulando en redes sociales, donde se hablaba de muertos, amenazas, individuos que pasaban por las calles gritando que nadie saliera 'porque hay venían los que andaban matando gente', también mencionaban a hombres encapuchados que irrumpían en las casas sembrando terror.

En internet la polémica se centraba en cuestionar a los medios de comunicación por ocultar lo ocurrido en Neza, e informar que "no había registros de ningún acto vandálico". Fue ahí cuando se manejó por primera vez el termino 'psicosis colectiva'. Debo confesar que para ese momento (mañana del jueves 6 de septiembre) no tenía una postura sobre lo que ocurria, por un lado sentía que todo lo que se decía sucedia en Neza era exagerado. Por el otro, me inquietaba que hubiera tantos tuits y testimonios diciendo que la tarde y noche del día anterior distaban mucho de ser normales.

Durante toda la mañana seguí puntualmente los reportes vía Twitter de lo que ocurría en Neza. Contacté a mi amigo Julio, quien vive en la zona de conflicto. Me confirmó que en esas horas se habló de gente que pasaba gritando que nadie saliera de sus casas pues 'ya venían los encapuchados', que hubo mucho miedo entre los vecinos, pero que de ahí en fuera, no pasó nada más. Más tarde un compañero del trabajo que también vive en Neza comentó que le costó mucho trabajo llegar hasta su casa, pues los transportes dejaron de prestar servicio de repente. Cuando logró llegar, se topó con las calles vacías, como si se tratara de un pueblo fantasma. Además de eso, no vio nada más.

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Horas después salí del trabajo y me dirigí a mi casa. Al llegar comí algo y entonces llegó mi mamá diciéndome que pusiera las noticias en la televisión, pues en la calle había oído que los de Antorcha Campesina ya estaban soltando balazos en la colonia Agrícola Oriental (ubicada ya en la Ciudad de México, a unos 10 minutos de distancia en auto de mi casa). Debido a toda la información que había checado horas antes, le dije que ni se molestara en sintonizar algún noticiero, pues la noticia (fuera real o falsa) no estaría ahí.

Salí rumbo a Parque Tezontle, un centro comercial ubicado en mi colonia un centro comercial ubicado en mi colonia para comprar algo y hacer unos pagos. Todo se encontraba en calma, o eso parecía, pues en el trayecto vi a una señora salir muy espantada de mi casa y subir a su auto mientras decía 'me dijeron que ahí vienen los de Antorcha Campesina'. En el centro comercial las puertas de los bancos ya estaban cerradas, y sólo dejaban entrar a quien haría alguna operación en la sucursal. Había seguridad privada en cada uno de los accesos y varios locales estaban cerrando. Aproveche para darle una checada a lo que se decía en Twitter, y entonces me llevé la sorpresa: se hablaba de balaceras y violencia no sólo en mi colonia, sino en las colonias de alrededor. Más fascinado que con miedo, regresé a la calle. Todo se veía normal, no se escuchaba ni alboroto, ni disparos, ni había indicio alguno de que algo raro estuviera ocurriendo.

Estar cerca de las noticias o hechos relevantes siempre me resulta apasionante. Seguramente eso explica que la curiosidad me hiciera cometer la imprudencia de emocionarme y salir en auto cuando por medio de las redes sociales se mencionaban más tiroteos en zonas cercanas. Mi idea era dirigirme a todos los puntos en donde decían ocurrían estos hechos, y ver con mis propios ojos si de verdad había grupos provocando el caos, o si como decían medios y autoridades, todo se trataba de histeria colectiva.

Antes de salir, el vigilante de mi calle dijo que tuviera cuidado, pues le habían avisado que había grupos violentos causando destrozos en la colonia. Creo que eso último me emocionó más. Recorrí mi colonia. Todos los comercios estaban cerrados, incluso las tiendas Oxxo. Pero ni un rastro de violencia.

De ahí me dirigí al mercado de La Rodeo, donde decían había un tiroteo. Y nada. Nuevamente comercios cerrados, muy poca gente en la calle y nada más. Gente rumorando en la calle pero nada más. Hasta me tomé una foto:


Así anduve, de un lado a otro, siguiendo el rastro de los sitios en donde se rumoraba había encapuchados soltando balazos y causando pánico. El escenario siempre fue el mismo, casas y negocios cerrados… y ya. Así llegué a la Agrícola Oriental, donde se rumoraba que los enfrentamientos eran peores.


Y nada.

Cada vez había más gente en la calle, que calmados comenzaban a hacer su vida normal. Según averigüé, todos se enteraron de los rumores porque 'les dijeron', pero a ciencia cierta nadir había visto nada. Incluso, la versión de cambiaba constantemente. Unos culpaban a los de Antorcha Campesina, otros a Los Zetas, a la Familia Michoacana, a grupos criminales y hasta elementos de partidos políticos.  

Casi una hora estuve así, dando vueltas sin encontrar el caos prometido. Entonces comencé a desmentir los rumores por medio de mis cuentas de Twitter y Facebook, subiendo las fotos que tomaba y contando lo que iba viendo. No fui el único, otros usuarios hacían lo mismo. Y es que el rumor hablaba ya de disturbios en varias delegaciones de la zona Sur-Oriente del Distrito Federal. Por un buen lapso de la tarde,  las redes sociales se vieron convulsionada por quienes estaban convencidos de que la violencia tenía a la ciudad de cabeza, y quienes lo negábamos.

Me habló una tía diciendo que la situación de rumores era la misma en San Lorenzo Tezonco. Mi abuela luego nos reportó que todo estaba cerrado por Viaducto y Calzada de Tlalpan. Muchos 'me dijeron', ni un 'yo vi'.

Solamente una persona fue la que me dijo que vio disturbios por la zona del mercado de San Juan, en Neza, en donde comentó que hubo ensangrentados. Fuera de eso, nadie más pudo darme una referencia certera, algo que no fuera el típico 'dicen'. Además, contrario a lo que ocurre con otros eventos semejantes, no había ni una foto ni un video sobre lo que ocurría. En estos tiempos, en los que una gran cantidad de la población trae celulares con cámaras, me parece inverosímil que no haya prueba alguna tras casi 24 horas de reportes. Curiosamente, las pocas pruebas que iban surgiendo correspondían a otras fechas y lugares, siendo desmentidas casi de forma inmediata.

En la noche volví a salir. Los comercios ya estaba abiertos y había mucha gente en la calle. La vida volvía a su ritmo habitual y así como los rumores y el pánico fue esparcido, la calma y el descubrir que no pasaba nada fue llegando de oído en oído.

El mismo jueves se dio a conocer que varias personas fueron detenidas por andarle gritando a la gente que no saliera y que se escondieran "pues ahí venían los antorchistas en camionetas y soltando de balazos". Confesaron que les pagaron 400 pesos por hacerlo, pero no se ha dado a conocer quién lo hizo.

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Definitivamente lo ocurrido fue la repetición de un rumor que alcanzó dimensiones inimaginables, pero que por fortuna quedó en eso. La pregunta importante es quién y con qué fin contrató a personas para que comenzaran a esparcir estas falsas versiones. Alguien quiere que la población tenga miedo y se quede en sus casas. Y eso es precisamente lo que no se debe hacer. Si bien las redes sociales en un principio contribuyeron a que esta bola de nieve creciera, también ayudaron a que entre todos nos diéramos cuenta de que en realidad no pasaba nada.  

Salir a la calle y no tener miedo fue lo que el jueves hizo la diferencia. La fuerza del crimen organizado y el narco radica en su capacidad de tenernos controlados y encerrados. Si se los impedimos entonces les quitamos gran parte de su poder.

También cabe la posibilidad de que lo sucedido tenga como finalidad forzar que se regule el contenido de las redes sociales 'para que no vuelva a ocurrir lo mismo', pero vamos, tener bajo la mira lo que dicen y hacen millones de usuarios en internet es casi imposible.

La psicosis colectiva de hace dos días nos deja claro que se necesita más que un par de gritones para someter a la Ciudad de México. Desde entonces los comercios están abiertos y la gente sigue saliendo a la calle.

Aunque la verdad, estuvo suave la vaciada del jueves.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Rodeado de la chaviza, me sentí viejo en el concierto de Panda



Si en el concierto de Emmanuel me sentí extremadamente joven en medio de tantos ñores, en este me pasó todo lo contrario.

Sucede que a mi amiga Rosalía y a mi nos gusta la música del grupo Panda. Sí, ya sé que es un grupo pa' la juventud y que ya estamos grande para oír esas cosas, pero qué quieren, los gustos musicales son como el amor: a veces uno no los entiende.

No crean que los seguimos por moda. De hecho ya llevamos como 5 años o más al pendiente de lo que hace este grupo de rock. Sí, ya sé que para muchos la música de Panda no es rock, que ya se volvieron comerciales, que son chafas y de más. Me vale, para mi sus canciones están bien suaves, y como es mi blog hablo de lo que yo quiera.

Pues sucede que Panda dio un concierto el pasado domingo en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México. Meses atrás compramos nuestros boletos. De hecho, esta sería la segunda vez que los veríamos en vivo. La primera fue en noviembre del 2009, en el mismo lugar. Aquella vez estuvimos en primera fila y la verdad la pasamos muy bien. El recital se me hizo bastante completo y en general salí bastante satisfecho. Aunque la verdad, me sentí un poco fuera de lugar al estar rodeado de un público que en su inmensa mayoría era más joven que yo.

Este domingo, llegamos cuando faltaba un poco más de media hora para que iniciara el espectáculo. Cosa curiosa, el estacionamiento estaba casi vacío, y es que por su edad, muchos de los asistentes aun no están en edad de manejar o los pasaron a dejar sus papás.  Contrario a lo que ocurre en otros eventos celebrados en el mismo recinto, en cuanto los fans de Panda llegaban inmediatamente ingresaban al auditorio. No se quedaban a platicar en el lobby, ni tomaban ninguna bebida. Algo a mis ojos un tanto incomprensible, pues los asientos en el Auditorio Nacional están numerados. En fin, nosotros preferimos no correr prisas. Rosalía pidió una cerveza (estaba un poco cruda) y el autor de este blog una Coca Cola en lata. La verdad, el poder comprar alcohol sin que nos pidieran nuestra credencial de elector nos hizo sentir superiores.

Nos sentamos en una mesa a degustar nuestra bebidas y estuvimos charlando un buen rato, viendo cómo los espectadores pasaban corriendo 'porque ya iba a empezar el concierto'. Nosotros, viejos lobos de mar en este tipo de eventos, sabíamos que los conciertos de Panda generalmente los abre una banda invitada, por eso los anuncios de 'tercera llamada' de los altavoces no nos inquietaron.

Vean que relajados estábamos (Rosalía traía unas orejas de oso panda que prenden en la oscuridad pa' sentirse más juvenil). Atrás de nosotros, los ‘chavos’ ingresan apresuradamente y con emoción:


Cuando decidimos entrar y fuimos llevados hasta nuestros asientos, descubrimos que en realidad habíamos elegido unos buenos lugares. En la zona de balcón, a un costado del escenario que se veía relativamente cerca. Fue cuando nos percatamos de nuestra realidad. Y es que mi amiga y yo, nos vimos en medio de muchos adolescentes, pubertos e incluso hasta uno que otro niño. Dada nuestra edad, calculé que sin problema varios de los presentes podrían ser nuestros hijos.

Entonces reparé en mi vestimenta: camisa de vestir abotonada. La juventud que me rodeaba vestía playeras negras alusivas al grupo. Algunos traían gorros en forma de osos panda, o el logo del grupo pintado en la mejilla o vestían de forma rockera y contrastaría.

Cuando el grupo invitado o alguno de los técnicos del auditorio entraba en el auditorio la chaviza se deshacía en ovaciones y gritos. Lo mismo si prendían o apagaban alguna luz, u ocurría algún indicio de que el show estaba por comenzar. Rosalía también se percato de que la diferencia de edad entre nosotros y el público era notable. Incluso hicimos varias bromas al respecto en lo que iniciaba el concierto.

Cuando Panda finalmente pisó el escenario todo fue histeria. La juventud saltando, la juventud gritando, la juventud cantando, la juventud de pie desde ese momento y hasta que terminó el concierto. En cambio, Rosalía y yo, que formábamos parte de 'la gente grande' comentábamos entre canciones que el concierto se vería mejor si todos estuvieran sentados. Es más, en un par de ocasiones hasta preferimos ocupar nuestras butacas y escuchar, en lugar de seguir de pie.  Ese no fue el único detallito que impedía nuestro disfrute. Y es que unos extraños aromas llegaban hasta nosotros. Sudor, alguien que se estaba echando puns, y otros olores feos nos atormentaban constantemente.

En algún momento el concierto fue interrumpido, pues personal de seguridad quería quitarle una manta a unos jóvenes del primer piso. Mi amiga y yo comentábamos divertidos el asunto e incluso nos burlábamos, entonces una gordita que teníamos a lado nos dijo muy preocupada que ella era de ese club de fans, y que ojalá no les quitaran el trapo ese. Hasta pena nos dio, pero por ella, hagan de cuenta que se le iba la vida.

La verdad el concierto estuvo bueno. Tocaron las canciones que queríamos escuchar y por momentos nos emocionamos. Hay que reconocer que Panda tiene sus buenos momentos en el escenario y es capaz de prender hasta a los señores como nosotros. Para mi gusto quizá debió haber durado un poco más, pero aun así valió la pena.

Mientras salíamos vimos a varios papás dirigirse al exterior en compañía de sus hijos. Al parecer no éramos las únicas ‘personas grandes’ en el auditorio. Otros padres de familia esperaban a sus pequeñines en la parte de afuera.  

Subimos al auto y nos retiramos a descansar porque 'ya no estamos para estos trotes'.

- Yo creo que este fue nuestro último concierto de Panda. Me dijo Rosalía.

- No sé, no sé. Respondí.

De esta experiencia me queda claro que ya estoy viejo, y que en cierta forma me gusta más mi forma de ser en la actualidad. Aunque eso sí, envidié un poco la emoción que tenían muchos de los asistentes. ¡Quien fuera adolescente para vivir así la vida, viendo en todo algo nuevo y excitante!

Por cierto, esta fue mi canción favorita de la noche (bueno, tardeada, porque el concierto fue a las 5pm):
  

sábado, 1 de septiembre de 2012

Bailo como Luis Miguel



El fin de semana pasado salí con unos amigos. Fuimos a una especie de bar en donde además de tomar tragos se podía bailar. Uno podía elegir entre ritmos modernos o las clásicas cumbias y música charangosa. Y ahí comenzó el problema, pues si ustedes  me conocen, saben entonces que no me gusta bailar ni los ojitos.

No sólo no me gusta ni le encuentro el chiste, sino que además no sé hacerlo. Soy pésimo. De hecho sólo lo hago cuando estoy borracho o cuando una mujer me lo pide. Hace años en este blog escribí sobre mis nulas habilidades pal' bailongo . Sigo igual, si no es que hasta peor.

Por eso, cuando la semana pasada mi novia me sacó a bailar una de esas cumbias jacarandosas acepté sabiendo de antemano que nomás haría el ridículo. Y así fue, mis piernas estaban tiesas, fui incapaz de hacer otro movimiento que no fuera dar vueltas en el mismo lugar, doblando de manera dispar y a destiempo las rodillas. Simplemente no sabía para dónde mover los pies, y si no fuera porque mi pareja de baile me guiaba y me ayudó a que ‘le diera’ un par de volteretas con mis brazos, aquella demostración hubiera sido lamentable.

Si el ritmo en cuestión hubiera sido de esos modernos que la chaviza baila en pareja (pero separados) otra cosa hubiera sido. Ahí sólo tengo que mover la cabeza y las manos con los puños cerrados, hacer cara de confianza y listo. El problema viene cuando además de preocuparme por mi torpe cuerpo, tengo que guiar el de alguien más.

Esa noche volví a pararme a bailar un par de veces más. Nuevamente lo hice con menos gracia que un costal de papas. Cada que me sentaba después de mis exhibiciones, veía como a mi alrededor había muchachos y señores que sí sabían bailar. No importaba que estuvieran más gordos y aparentaran tener menos agilidad que yo. ¡Todos lo hacían mejor!

En esas andaba, lamentando la discapacidad motriz que al parecer padezco, cuando entonces recordé un video que días antes había visto en la redacción de mi trabajo. En ese video se veía a Luis Miguel, ídolo de multitudes, modelo a seguir de los Mirreyes y afamado cantante, bailando en un tugurio llamado ‘El Floridita’, en Hollywood. En las imágenes se ve al Sol bailando alegremente con una rubia. O al menos eso intenta, pues se ve que no tiene ni la menor idea de cómo hacerlo.

¡Igual que yo!

Es más, podría hasta decir que copió mi estilo.

Por si nunca me han visto en una pista de baile, mirando el video de Luis Miguel pueden darse una idea muy cercana:



¡Quiubo!

Quizá no tenga ni idea de cómo bailar, pero pues es Luis Miguel, y con la pura actitud se le perdona todo. Así, sin proponérselo, el cantante me dio una lección de vida: Ya no me preocuparé por no bailar bien, total, lo hago como Luis Miguel, que de todas formas es triunfador con las mujeres y los hombres quieren ser como él. Todo es cuestión de ponerle actitud, presencia y estilo.

En el 2008, escribí un post comparando a Pedro Infante con Luis Miguel . Entonces dije que mi estilo era más parecido al del galán del cine mexicano de los años 50’s, y así me sentía bien. Sin embargo, ya cambié de opinión. Ahora que descubrí que Luis Miguel y yo compartimos el mismo estilo al bailar prefiero ser cómo él.

En la próxima graduación-boda-quince años a los que vaya, cuando empiece el baile me levantaré sin pena y bailaré. Ya no tengo que temer. Soy la onda porque bailo como Luis Miguel.

¿Alguien me presta unos lentes obscuros?