jueves, 22 de diciembre de 2011

31 Minutos presenta: Mburu


Hasta hace no más de un año, apenas y sabía de la existencia del programa 31 Minutos. Si bien estaba enterado que era una serie chilena acerca de un noticiario presentado por simpáticas marionetas, nunca me sentí del todo atraído hacia ella. De vez en cuando escuchaba a niños y personas de mi edad hablando sobre lo maravilloso de esta emisión, imitando algún personaje o cantando alegres canciones. Ocasionalmente llegué a toparme con su transmisión en canal 11, pero nunca permanecí viéndolo más de cinco minutos. Después conocí a Tania, se hizo mi novia y me llevó a ver “31 Minutos, La Película”. Desde entonces me volví fan.

Hace más o menos un año, cada que puedo veo el programa. Aun no soy del todo experto y no reconozco ni a la mitad de los personajes, pero ya me identifico con el concepto y ritmo de la emisión. Una producción inteligente, dirigida a un público infantil, pero que resulta igual o más interesante para los adultos. Por eso, cuando nos enteramos que el elenco de 31 Minutos venía a México a presentarse con la obra de teatro ‘Resucitando una estrella’ no lo pensamos dos veces y adquirimos los boletos cuanto antes.

La puesta en escena superó nuestras expectativas. Siguiendo la esencia de la serie televisiva, la magia de ver a los personajes de 31 Minutos en directo fue sensacional e imperdible para cualquier fanático del programa. Antes de salir, en la tienda del teatro vendían un libro titulado ‘Mburu’, una especie de cómic-novela gráfica que forma parte de los libros que han sido publicados acerca del show televisivo. Obvio lo compramos de inmediato. Obvio, lo leí en menos de una hora. Obvio me encantó.

‘Mburu’ es un libro divertido y bien hecho. Además de estar ilustrado con un estilo que lo hace atractivo y original, la historia es una maravilla. Irreverente, aleccionadora, manejando de manera exacta el humorismo. Una joya para verse una y otra vez que tiene como protagonista a Juan Carlos Bodoque (mi personaje favorito, ídolo de toda la vida), quien en la búsqueda de un reportaje que lo haga recuperar su estropeada credibilidad como periodista de televisión, se topa con Mburu), el último conejo verde de la historia. Bodoque, sediento de fama, reconocimiento y dinero para pagar sus deudas contraídas por su adicción al juego, decide llevar a Mburu a la civilización, lo cual acaba por cambiar el destino de todo el elenco de todo el equipo de 31 Minutos.

Y ya, no quiero contarles más. La trama da varios giros inesperados en su historia y cada una de sus más de 50 hojas consigue sorprender al lector. Si eres fan de 31 Minutos no dejen de buscarlo. Es como ver un capítulo de larga duración, pero con las ventajas narrativas que ofrece una novela gráfica.

¡Yo nunca vi televisión…!


domingo, 18 de diciembre de 2011

Por el puro gusto de volverte a ver


Mi cena de graduación de la Universidad fue un 17 de diciembre del 2004. Justamente siete años después me volví a encontrar con varios compañeros y amigos con los que durante mi carrera compartí clases, fiestas y locuras. Dicen que el tiempo pasa y no perdona. Por fortuna a nosotros nos permite vernos como si todo éste tiempo sin vernos hubiera sido un suspiro. En esencia seguimos siendo los mismos.

Desvelado y jodido. En estas condiciones intento escribir éste post. Ya no estoy para éste tipo de fiestas ni para llegar a casa hasta las 7 de la mañana. Sin embargo valió la pena. Siempre será un gusto reencontrarse con la gente que se aprecia y descubrir que hay lazos tan fuertes que ni la distancia ni los años pueden quebrar.

- Gabriel, estás igualito, no has cambiado. Me dijo una amiga cuando me acerqué a saludarla. No sé que tanto lo haya dicho por compromiso o si en verdad me he conservado. Quizá esté más gordo, un poco arrugado y ya no tenga la jovialidad de antes, pero intento que el interior de mi corazón permanezca lo más incorruptible posible. Incluso sigo sin saber cómo o qué hacer cuando me ponen a bailar en las fiestas.

No sé cómo me vieron los demás, pero yo percibí a todos como si 7 años en realidad hubieran sido un segundo. Las mismas risas y personalidades de antaño. La misma camarería, las mismas miradas cómplices, el mismo sentimiento de estar en familia al platicar o abrazar a esos que por mucho tiempo fueron tus aliados en la batalla. Ya no corrió como antes el alcohol. Tampoco fue una jornada maratónica de baile o de ver quién se ligaba a quién. Más bien fue una celebración por el puro gusto de compartir de nueva cuenta el mismo espacio. Porque al juntarnos redescubrimos quienes fuimos y recobramos fuerzas para seguir adelante.

Quizá nuestros temas de conversación hayan cambiado un poco. Ahora el futuro parece mucho más importante que la inmediatez del presente, ese que tan seductor nos parecía hace años. La noche se nos fue mezclando recuerdos de lo vivido con ponernos al día con nuestras vidas. Y hoy, casi veinticuatro horas después del reencuentro sólo puedo decir que 'vaió la pena’. Fue un placer hacer éste breve viaje a mis días universitarios y sonreír al saber que esos recuerdos están más vivos y presentes que nunca. Por los que fueron a la reunión, por los que no pudieron ir pero no por eso se van de la mente, por todos los que conformamos el mismo destino y que en parte son los culpables de lo que hace y piensa éste que hoy escribe. Gracias generación UVM Ciencias de la Comunicación, generación 2000-2004.

Vuelvo a brindar por ustedes.



domingo, 11 de diciembre de 2011

Crónicas de Tamagotchi 4: La Derrota

Ayer murió mi Tamagotchi, y no me siento ni un poquito culpable. Cuando me di cuenta en la pantalla había un platillo volador balanceándose, señal de que las mascotas virtuales decidieron marcharse debido a mis malos tratos. Y es que durante día y medio no le presté ni tantita atención. Qué si el trabajo, qué si la reunión con los amigos, qué si el cansancio, qué si había que llevar a Margarito a su cita con el veterinario... y aquí es donde entra el verdadero protagonista de éste texto.

Margarito (o Margaro, como ustedes prefieran) es el nombre de mi perro. Algunos dicen que es de raza maltés, pero en realidad es producto de una extraña mezcla, por lo que clasificarlo sería un tanto difícil. Tiene 12 años y vive en mi casa desde que tenía un mes de nacido. Fue comprado por mi madrina en el mercado de La Lagunilla como regalo de cumpleaños para mi hermana. Desde entonces no hay día en el que éste perro no me alegre la vida.

En febrero del 2007 Margarito fue atropellado. Su cadera quedó rota en tres partes. Tuvo que ser operado para que le pusieran una placa en sus huesos y pudiera volver a caminar. Durante esos días de angustia supe lo que era el amor hacia un animal. Después de semanas muy duras Margaro se recuperó y volvió a ser el mismo. Sociable, ocurrente, inquieto a pesar de su edad, saltarín, siempre intentando correr, con un hambre voraz, y unas ganas de vivir y querer que no le caben en el cuerpo. Así es mi perro, que por si fuera poco, también derrotó a mi Tamagotchi.

Así es, si en parte no le puse mucha atención a las garrapatas virtuales de mi celular fue porque en estos momentos Margarito necesita mucho más de mí. Debido a su edad y a la placa en su cadera ha tenido varios problemas de salud. Quizá tengan que operarlo de nuevo o tener un largo tratamiento para que vuelva a estar 100 por ciento bien. Por eso ayer preferí llevar al Margaro a su cita con el veterinario en lugar de atender las peticiones repetitivas de un Tamagotchi. Es más, ni me lo llevé a pesar de que el artefacto electrónico cabe en mi bolsillo. Hasta en las mascotas hay clases y para mí, Margarito ocupa el puesto más alto.

Tener un Tamagotchi podrá ser divertido y hasta una experiencia interesante, pero jamás comparada con tener un perro. El Tamagotchi siempre llevará las de perder ante un ser que es capaz de entenderme y darme el amor más puro que pueda conocer. Basta comparar la frialdad y opacidad de una pantalla, con los ojos castaños de canica de mi perro para saber que el Tamagotchi pierde el duelo por paliza.

Reiniciaré mi aparatito japonés. Vendrán otros tres seres virtuales y los cuidaré en la medida de mis posibilidades. Sin embargo, la prioridad la tiene mi amigo peludo y abrazable, el cual ya me espera para dar uno de sus paseos en el parque. Y a seguir peleando con él para que muy pronto se cure.

Aun nos quedan muchas aventuras por delante.

Fin de las Crónicas de Tamagotchi.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Crónicas de Tamagotchi 3: El retorno

Pasaron catorce años desde que tuve por última vez en mis manos un Tamagotchi. Mis días con aquel artefacto ya sólo eran un recuerdo que muy pocas veces se hacía presente. Dos años después de la destrucción de mi primer Tamagotchi, llegó a mi vida mi perro Margarito, con lo que cualquier vacío por tener alguna mascota quedó cubierta. Paulatinamente los Tamagotchis y demás aparatos de su tipo fueron desapareciendo hasta que se volvió prácticamente imposible encontrar alguno a la venta. La moda así como llegó se había ido.

Lo malo de las enfermedades y enamoramientos es que a veces quedan secuelas, y eso me pasó (guardando las distancias) con los Tamagotchis. Hace unas semanas, mientras buscaba aplicaciones para mi smartphone se me ocurrió buscar si existía alguna que fuera similar al Tamagotchi, o por qué no, una adaptación oficial. No encontré nada. Aquella idea repentina no se fue de mi mente, no podía explicarme cómo algo que había tenido tanto éxito no hubiera evolucionado hasta nuestros días.

Hace casi quince días, en una reunión casual para jugar videojuegos (materia en la cual me declaro pésimo) comenzamos a platicar sobre juguetes de nuestra niñez. Mencioné al Tamagotchi. Mi novia completó el comentario diciendo que ella también había tenido uno, pero a diferencia del mío que era azul, el suyo fue verde. Curiosamente también se lo destruyeron. Otra amiga también fue dueña otro. De pronto nos preguntábamos dónde podríamos conseguirlos de nuevo. Dos días después, de manera inesperada mientras compraba una revista en un Sanborns, mi novia me mostró lo que pensé jamás volvería a encontrarme: Un tamagotchi.

Quise comprarlo de inmediato, pero el modelo no era muy bonito, así que decidí esperar a ver más modelos en otras tiendas. Al otro día visité dos centros comerciales, una juguetería, tres tiendas, un supermercado y dos Sanborns más. No encontraba Tamagotchis por ningún lado. A punto estaba de ir a donde lo había visto el del día anterior, cuando por fin encontré lo que buscaba. Un Tamagotchi azul marino decorado con motivos cinematográficos. Lo tomé y pagué de inmediato los 370 pesos que costaba (casi lo mismo que 14 años atrás, con la diferencia de que en esta ocasión pagar esa cantidad no me afectó en lo absoluto).


Llegué a mi casa, y como una manía tonta que tengo, antes de abrir mi nueva adquisición me puse a hurgar en internet sobre mi compra. Así descubrí que en realidad los Tamagotchis no desaparecieron, sino que siguieron haciéndose en Japón. Qué había varias versiones y que la que yo me había comprado correspondía a la ‘Tamagotchi Connection V5 – Family’, el cual es de los más nuevos y tiene la particularidad de que crias no sólo una mascota virtual, sino varias, después puedes hacerlos amigos, novios o incluso generar nuevas generaciones de Tamagotchis. Según los comentarios que leí en varios portales, cada nueva edición de estos aparatitos era mejor y más adictiva que la anterior.

No necesité leer más. Abrí mi Tamagotchi de inmediato e inicié el juego. En la pantalla aparecieron tres huevecillos moviéndose. Mientras esperaba que se rompieran leí fugazmente el instructivo. Para cuando las tres pequeñas criaturas salieron del cascarón ya tenía una ligera idea de cómo usar las opciones que da el dispositivo. Alimenté a los bichos electrónicos, jugué con ellos un rato y a las 8 de la noche se durmieron. No reaccionaron hasta el otro día, justo a la hora en la que entré a trabajar, donde confieso, no les hice el menor caso. Fue hasta que salí cuando vi que las pobres se encontraban dándome la espalda, con hambre, tristes y llenas de excremento. Me sentí culpable. Desde entonces trató de darme un par de escapadas fugaces de mi horario laboral para ver ‘qué se le ofrece’ a mis pulgas digitales. Escribo estas palabras a 10 días de tener de vuelta un Tamagotchi en mi vida. Las tres garrapatas electrónicas no se me han muerto a pesar de que les dedico mucho menos tiempo que a sus antecesoras hace 14 años. Cada una de esas criaturas, que van de un lado a otro de la pantalla tenían personalidades propias: uno era un faraón, otro un mago y la niña era una rosa. Ayer sin avisarme se transformaron en una horrible familia paparazzi (no tengo ni idea de por qué). Se supone que en unos días llegarán tres nuevas mascotas virtuales a las que también criaré y después podré hacer que interactúen con las tres primeras, y de ahí hasta el infinito.

Cada vez que juego con ellas ganó dinero que puedo usar para comprarles cosas. Debo procurar que tomen clases e incluso puedo conectar mi Tamagotchi con otro (aun no me he topado con alguien más que tenga otro). Incluso puedo conectarme a internet y descargar objetos para mis mascotas virtuales (cosa que no hago porque no le entiendo nada a la página). Lo malo es que no tengo tiempo y a veces se me hace un poco idiota estar cuidando a un llavero electrónico.

Hasta ahora mi reencuentro con los Tamahotchi ha sido raro. Por un lado me emociona, por el otro me siento tonto. Saldé la deuda con el Gabriel que hace 14 años le fue arrebatado el suyo, pero el Gabriel de ahora me reclama que gastar en un juguete fue una tontería. A veces me divierte, a veces me aburre. Podría decir que en realidad el Tamagotchi me ha desilusionado pues no evolucionó casi nada y actualmente luce obsoleto, pero entonces me preguntó ¿si no te gustó, qué diablos haces dedicándole unos post de tu blog?

Por ahora tengo y cuido un Tamagotchi. Mañana no sé…

Estoy en el punto medio entre la adicción y el abandono, ya veremos quién gana.

En la próxima entrada...
Crónicas de Tamagotchi 4: La derrota

martes, 6 de diciembre de 2011

Crónicas de Tamagotchi 2: La Pérdida

Tenía 15 años en ese otoño de 1997. Recuerdo bien esos días con mi Tamagotchi. Me la pasaba contemplándolo a todas horas. Llevándolo de aquí para allá, alimentándolo cuando era necesario y presumiéndoselo a todos. Aun así nunca conseguí que uno llegara a la edad adulta. Por "X" o por "Y" se me morían. En otras ocasiones, cuando la mascota virtual en cuestión crecía en forma de bicho feo y dejaba de ser agradable ala vista, reseteaba el Tamagotchi.

Sin embargo ese mes con Tamagotchi me la pasé bien. El aparatito superó mis expectativas hasta el punto de volverme un enajenado. No fui el único. A menudo me encontraba en la calle con otros dueños de Tamagotchis que tampoco se apartaban de ellos ni un minuto. Incluso salieron a la venta una gran cantidad de copias piratas. De pronto casi todo mi entorno se vio rodeado de aparatitos parlanchines. Y digo "casi todo" porque en mi prepa (tenía unas semanas de haber entrado) parecía que el único emocionado con el tema era yo.

Como ya he mencionado varias veces fui a una preparatoria religiosa. Al venir de la sección secundaria en la que sólo había varones, la mayoría de mis compañeros buscaban cualquier pretexto para lucirse y hacerse los interesantes con nuestras compañeras de nuevo ingreso. Todo lo que tuviera que ver con juguetes, incluidas las mascotas virtuales, era cosa de niños inmaduros, y por lo tanto, su propietario blanco de burlas y señalamientos. Aun así me arriesgué. Diario lo llevaba al escuela, y con el atraía la atención de mis compañeras de clase, que se acercaban a conocer el novedoso aparatejo. A los hombres el Tamagotchi les valía un pepino, o eso creía. Un martes saqué mi Tamagotchi en plena clase para darle de comer. No era la primera vez, así que no esperaba que causara mayor sorpresa. Por desgracia, los típicos pesados que nunca faltan me lo arrebataron y amenazaron con no dármelo. No dije nada más para no ocasionar problemas y que el maestro en turno me castigara. En el descanso le pedí a esos pelafustanes que me lo devolvieran. Y nada. Uno a otro se echaban la bolita sin que me dijeran donde estaba mi juguete. Así hasta la salida.

Al otro día les pregunté y se hicieron los desentendidos. Empecé a creer que aquella broma iba muy en serio. En un intervalo me acerqué a un compañero que se llevaba bien con los malandrines y le pregunté si sabía quién tenía mi Tamagotchi. Por respuesta obtuve un "lo destruyeron" que sonó a disculpa. No pregunté ni quise indagar más. Me fui al baño a tragarme mi coraje. No podía entender en qué diablos les afectaba a esos niños estúpidos el que yo tuviera un Tamagotchi, mucho menos qué los llevó a romperlo. ¿Por qué carajos no respetar a los demás? Tanto ahorrar para nada... ¡Qué ganas de encontrarme a esos idiotas y ver si ahora se atreven a hacerme lo mismo!

No permití que ellos me vieran enojado. Fingí que no me importó. Al poco tiempo me enamoré de una de las chicas que chulearon mi Tamagotchi y un mes después la hice llorar. La pérdida de ese aparatito en cierta forma marcó el final de mi niñez. Nunca volví a interesarme ni a saber nada de mascotas virtuales en los próximos 14 años.

En la próxima entrada...
Crónicas de Tamagotchi 3: El retorno

domingo, 4 de diciembre de 2011

Crónicas de Tamagotchi 1: La llegada

No estoy del todo seguro, pero habrá sido por ahí de 1997 cuando escuché por primera vez el término "Tamagotchi". Fue en una estación de radio en la que hablaban con emoción de estos aparatitos que funcionaban como mascotas virtuales a las que se tenía que alimentar, cuidar y limpiar para que siguieran vivas, de no hacerlo correctamente podía deprimirse, enfermarse y hasta morir. Vaya, incluso hacían popó.

Después de escuchar ese programa quería uno de esos aparatos. Pasaban los días y tanto en radio como en televisión empezaban a mencionar cada vez más a los mentados Tamagotchi. Decían que eran la sensación a nivel mundial, que en Japón la gente incluso llegaba a tener problemas en su escuela o trabajo por lo mucho que llegaban a distraerse cuidándolos. Hasta existía el rumor de que hubo quien llegó a suicidarse por la muerte de una de sus mascotas virtuales. A mis 15 años todo eso sonaba fascinante.

No paso mucho tiempo para que los viera en una tienda. Costaban 350 pesos. Una fortuna para alguien cuyo único ingreso eran los 15 pesos que recibía diario para gastar en la escuela. No sé ni cómo diablos le hice, pero entre ahorros y lavadas de auto junté esa suma en tiempo récord. En tres semanas cuando mucho (sábado en la tarde, me acuerdo bien) fui con mis papás a la sección de juguetes de un supermercado y elegí mi Tamagotchi. Una especie de llaverito en forma de huevo con una pantalla en el centro y tres botoncitos para seleccionar, elegir y cancelar funciones. Emocionado quité el cartoncito encendió por primera vez el dispositivo. Fascinado vi como en la pantalla apareció un huevo que en poco tiempo empezó a moverse hasta que de su interior surgió una criatura virtual semejante a un cuadrito con ojos y boca que se movía alegremente de un lado a otro.

La fiebre Tamagotchi me había atrapado.

Así inicio la primera de cuatro crónicas en las que los Tamagotchi me han acompañado a largo de mi vida.

En la próxima entrada...
Crónicas de Tamagotchi 2: La Pérdida