martes, 6 de diciembre de 2011

Crónicas de Tamagotchi 2: La Pérdida

Tenía 15 años en ese otoño de 1997. Recuerdo bien esos días con mi Tamagotchi. Me la pasaba contemplándolo a todas horas. Llevándolo de aquí para allá, alimentándolo cuando era necesario y presumiéndoselo a todos. Aun así nunca conseguí que uno llegara a la edad adulta. Por "X" o por "Y" se me morían. En otras ocasiones, cuando la mascota virtual en cuestión crecía en forma de bicho feo y dejaba de ser agradable ala vista, reseteaba el Tamagotchi.

Sin embargo ese mes con Tamagotchi me la pasé bien. El aparatito superó mis expectativas hasta el punto de volverme un enajenado. No fui el único. A menudo me encontraba en la calle con otros dueños de Tamagotchis que tampoco se apartaban de ellos ni un minuto. Incluso salieron a la venta una gran cantidad de copias piratas. De pronto casi todo mi entorno se vio rodeado de aparatitos parlanchines. Y digo "casi todo" porque en mi prepa (tenía unas semanas de haber entrado) parecía que el único emocionado con el tema era yo.

Como ya he mencionado varias veces fui a una preparatoria religiosa. Al venir de la sección secundaria en la que sólo había varones, la mayoría de mis compañeros buscaban cualquier pretexto para lucirse y hacerse los interesantes con nuestras compañeras de nuevo ingreso. Todo lo que tuviera que ver con juguetes, incluidas las mascotas virtuales, era cosa de niños inmaduros, y por lo tanto, su propietario blanco de burlas y señalamientos. Aun así me arriesgué. Diario lo llevaba al escuela, y con el atraía la atención de mis compañeras de clase, que se acercaban a conocer el novedoso aparatejo. A los hombres el Tamagotchi les valía un pepino, o eso creía. Un martes saqué mi Tamagotchi en plena clase para darle de comer. No era la primera vez, así que no esperaba que causara mayor sorpresa. Por desgracia, los típicos pesados que nunca faltan me lo arrebataron y amenazaron con no dármelo. No dije nada más para no ocasionar problemas y que el maestro en turno me castigara. En el descanso le pedí a esos pelafustanes que me lo devolvieran. Y nada. Uno a otro se echaban la bolita sin que me dijeran donde estaba mi juguete. Así hasta la salida.

Al otro día les pregunté y se hicieron los desentendidos. Empecé a creer que aquella broma iba muy en serio. En un intervalo me acerqué a un compañero que se llevaba bien con los malandrines y le pregunté si sabía quién tenía mi Tamagotchi. Por respuesta obtuve un "lo destruyeron" que sonó a disculpa. No pregunté ni quise indagar más. Me fui al baño a tragarme mi coraje. No podía entender en qué diablos les afectaba a esos niños estúpidos el que yo tuviera un Tamagotchi, mucho menos qué los llevó a romperlo. ¿Por qué carajos no respetar a los demás? Tanto ahorrar para nada... ¡Qué ganas de encontrarme a esos idiotas y ver si ahora se atreven a hacerme lo mismo!

No permití que ellos me vieran enojado. Fingí que no me importó. Al poco tiempo me enamoré de una de las chicas que chulearon mi Tamagotchi y un mes después la hice llorar. La pérdida de ese aparatito en cierta forma marcó el final de mi niñez. Nunca volví a interesarme ni a saber nada de mascotas virtuales en los próximos 14 años.

En la próxima entrada...
Crónicas de Tamagotchi 3: El retorno

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que triste :( recorde a las chicas que tambien me hicieron sufrir en primer semestre de cch... en fin asi tenia que ser para ser mas fuertes! Espero el retorno con ansias. Abrazo fuerte :) Angelica

gabriel revelo dijo...

angie: ¿qué te digo? La vida pone a todos en su lugar al final. Soy un convencido de que las cosas pasan por algo y que de todo se aprende. un saludo!!!