domingo, 29 de abril de 2007

El solitario recital del maestro



Siempre pensé que ir a un concierto solo era cosa de perdedores. Creía que uno necesitaba estar acompañado para que un recital musical pudiera ser considerado como perfecto. Una vez más me equivoqué.

El jueves pasado, fui por segunda vez en una semana, al concierto de Alejandro Sanz en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México. Dichas presentaciones forman parte de su gira mundial ‘El Tren de los momentos’. Al primero de los dos conciertos fui acompañado por cuatro amigos. Al segundo, el del jueves, fui sólo, pero ¡oh sorpresa! en primera fila gracias a la astucia de una gran amiga que hizo hasta lo imposible por conseguirme el envidiable boleto.

Al enterarme que iría solo sentí muchas dudas.
No es lo mismo ir solo a una librería, un partido de fútbol, una tienda o una fiesta, que ir solo a un concierto; sobre todo si éste es de música romántica y el ambiente invariablemente, se encontrará densamente cargado de amor. Después de minutos de divagar decidí ir. No todos los días uno tiene la oportunidad de ver a su cantante y compositor favorito en concierto... mucho menos en primerísima fila. Y es que desde hace muchos años he seguido la carrera de Alejandro. Lo admiro como persona y como cantante, pero sobre todo como escritor. Estoy seguro de no exagerar al decir que es todo un poeta cuyas frases y canciones forman ya parte del soundtrack de mi vida. Por eso siempre que entre amigos habló de Sanz me refiero a él como ‘el maestro’.

Eran las 19:35 hrs cuando descendía de mi auto y caminaba por el estacionamiento del Auditorio Nacional. Como faltaba poco más de una hora para el inicio del concierto, me dediqué a recorrer minuciosamente cada uno de los puestos ambulantes que ofrecían playeras, chamarras, tasas, encendedores, ceniceros, destapadores, llaveros, gorras, posters y cuanto objeto en el que fuera capaz estampar la imagen del cantante español. Como nunca me ha gustado ‘ser tan fan de algo’ no compre nada. A las 20:00 hrs entré al mezanine del Auditorio y cinco minutos después me compré un Sprite en lata que me costó veinte pesos. Creo que fue a las 20:09 cuando hablé por celular con una amiga. Después vi una exposición artística de portadas de discos y dieron la primera llamada. Me terminé el Sprite. Fui al baño. Por ahí de las 20:21 vi otra exposición, ahora de objetos de artistas que se han presentado en aquel lugar (incluido un cajón de flamenco del maestro). A las 20:30 hrs ya estaba ocupando mi butaca: Fila A... en medio, vamos, ni en mis sueños más guajiros. Yo, rodeado de gente ‘nice’.

20:50hrs. Las luces se apagan. Gritos de cientos de mujeres. Sonidos de trenes. Imágenes. Luces. Y ahí está él. El maestro. Ese que en tantos dolores me ha acompañado. Ese que ha vestido tantas veces mis sentimientos de canción y que ahora, vestido casualmente y tocando una guitarra interpretaba los primeros acordes de ‘El Tren de los Momentos’. Más luces. Ritmo. La locura.

Cómo me gusta corazón, los caramelitos de tu boca. Cómo me gusta ese vapor. Cómo me gusta pero no me da.

Alejandro termina la primera canción. Inmediatamente se apagan las luces y su voz se vuelve más lenta y pausada. En la planta de tus pies, traes arena de otro mar, te los limpio y me hago el loco, y como si esto fuera poco, antes roto que doblarme, antes muero que dejarte. Y así canción tras melodía tras poesía tras obra de arte. Enséñame las manos porque el camino se hace andando sí, pero un desierto es un desierto.

Ahora no sé si lo que más me impactó fue la fuerza de las canciones o la desgarradora forma en la que el Maestro Sanz interpretaba de manera magistral aquellas poesías. Fueron más de dos horas de confirmarme que aquel es un artista en toda la extensión de la palabra.

A las 23:00hrs salgo del auditorio. Ir a un concierto solo en definitiva no es vergonzoso, al contrario, tiene muchas ventajas. Puedes llegar a la hora que quieras, comprarte lo que quieras sin necesidad de preguntarle a tu acompañante femenina si quiere (con lo cual, terminamos gastando el doble). Vas al baño cuando quieras. A la hora del concierto no tienes que estarte preguntando si es el momento para besarla, decirle una frase romántica o guardar silencio. Si quieres te paras y bailas. Si quieres cantas. Si quieres te quedas sentado. Si quieres dejas escapar una lágrima en una canción. Si quieres te paras al baño. Todo esto, sin dar explicaciones de ningún tipo.

Gracias al maestro, por haber hecho de mi primer concierto solo y en primera fila, algo inolvidable.

“hasta ahora, no he aprendido a decir México sin gritar”
- Alejandro Sanz.

sábado, 28 de abril de 2007

El por qué de mi blog

No tengo ni una pizca de educación. Llevo ya varios días escribiendo en éste sitio y no me había presentado. Bien, mi nombre es Gabriel Revelo y tengo 25 años, vivo en la Ciudad de México y soy Licenciado en Ciencias de la Comunicación, aunque más bien, me dedico a hacer el ridículo y a creerme, ocasionalmente, escritor. Me apasiona la literatura, el fútbol y la comedia televisiva. Soy adicto a la Coca Cola. Tengo un perro ‘maltes wannabe’ llamado Margarito. Vivo con mi mamá y mi hermana. Mi papá murió hace cuatro años, pero estoy seguro, algunas veces viene a la tierra a jugarme bromas. He publicado en un par de revistas, junto con varios amigos tuvimos un programa de radio y nunca he probado el sushi.

Soy romántico por naturaleza, aunque creo que más bien es una desventaja. En la historia de mi vida han habido tres mujeres de las que he estado locamente enamorado (u obsesionado), por lo general este aspecto de mi vida es bastante complejo y podría escribir tomos enteros de mis vivencias en dicho rubro, aunque por supuesto, cabe aclarar que en su inmensa mayoría los tomos serían dedicados al desamor. Me gusta cocinar (pero no limpiar la cocina). Manejar (pero no lavar el auto). Irle al Atlante (pero no verlo perder).

Podría seguir hablando sobre mí, pero estoy seguro de que lo que vaya escribiendo lo hará mejor que yo. Ahora, ¿por qué abrí éste blog? La verdad es que ya tenía uno en MSN Spaces, pero su funcionamiento no siempre fue el ideal, y terminé por desesperarme y mudarme a éste. El blog anterior, cuyo nombre es el mismo que éste, lo tuve más de un año, y puedo decirles que valdría la pena que ocasionalmente se dieran una vuelta por él, pues aunque hay algunas entradas fatales, lo cierto es que también hay otras (las menos) que valen mucho la pena. Así que como material de consulta, cuando quieran puedan darse una vueltecita por
http://gabrielrevelo.wordpress.com/ dejando muy en claro, eso sí, que el blog al que a partir de hoy le dedicaré toda mi atención será a éste.

Ahora, fuera de formalismos les comentaré que si tú que ahora lees estas palabras decides (bajo tu propio riesgo) seguir ocasionalmente las entradas de mi blog, podrás encontrar algunos versos, comentarios sobre los temas de actualidad, cuentos, historias de mi pasado, anécdotas de mi vida diaria, rarezas literarias, comentarios de libros y muchas cosas más que ni yo sé.

Siempre se me ha hecho muy complicado eso de presentarme. Sólo quiero decirles que éste Incomprensible Mundo es más mío que suyo. Siéntanse libres de hacer suyas las palabras que aquí encuentren y adáptenlas a su vida diaria. Nada le hace tan bien a un solitario que saberse leído, saberse comprendido. Léanlo con paciencia.

Esperando no defraudarlos. Su ya servidor, y contador de historias:


Gabriel Revelo

viernes, 27 de abril de 2007

¡Qué ganitas!

Qué ganitas tengo, mira niña de mi corazón,
de bailar tu cinturita abrazado a éste son.
Qué ganitas de comer de tu boquita,
y perderme en ella mientras dices una oración.

Qué ganitas puedes darme cuando hablas mi amor,
y de tus labios escapan frases inflamadas de pasión.
Qué ganitas puedes darme, si te conviertes en tarde,
yo me haría pintor y te regalaría una puesta de sol.

Tienes que saberlo, que cuando te veo,
siento temblorcitos,
mi alma es el epicentro,
con cada mirada sacudes mi interior.

Qué ganitas tengo de ya no ser ganas.
Ganitas de volar. Ganitas de cantar.
Ganitas de pensarte. Ganitas de soñarte.
ganitas de amarte y nada más.

Pero al fin y al cabo me vas a hacer llorar.
¡y yo con mis ganitas e ilusiones te he de extrañar!
Porque derrotado, triste y desolado,
así me quedó cada que te veo.
Me congelo asustado, de las ganitas que me duelen,
al no poderte abrazar.

Qué ganitas de escribirte,
volverte un poema y recitarte.
Así te leería y cada tarde
entrarías viva a mi habitación.

Qué ganitas tengo,
de que estas letras se convirtieran en son.

Son,
reflejo y alegría de mi corazón.



Gabriel Revelo

Abril 2007

jueves, 26 de abril de 2007

Amarte

Quererte no debería ser así.

Supongo que es porque siempre hago las cosas al revés. Debe ser por eso que el verbo ‘amar’, aplicado a ti me resulta imposible. Incomprensible, complicado y abstracto, así es el juego de ecuaciones de tu corazón que cada noche intento descifrar. Que cada noche intento resolver para recuperarme a mí mismo.

En mi caso querer amarte no es la conjunción de dos verbos (querer y amar), sino la imposición de uno sobre otro. Y aquí voy de nuevo. A escribir con todas mis limitaciones del mundo que estoy loco por ti. Ansioso de todo. Con ganas de verte, de platicarte, de soñarte. Ganas de volverme oro para ser digno de ti. Ganas de salir y dirigirme a una montaña, subir hasta la cima y gritar con todas mis fuerzas que te amo con la rabia congelada de tantos años de ser tu sombra fiel. Ganas de volverme brisa marina para desaparecer y volverme lluvia de abril, llegar hasta tu ventana y derramarme de envidia en el vidrio que te protege de mí.

Pero amarte es contarme la más bella historia, en la que la perfección se encarna en heroína. Saberme enamorado de ti, perfección del cielo, es volar en el aire y volverse luz. Ir muy rápido de aquí para allá sin temor a estrellarse con un cometa. Estar loco por ti es saberte ajena y aun así darte mi corazón envuelto entre diamantes.

Por eso amarte me vuelve frágil y hace que vea con ojos de esperanza la peor de las tragedias. Quizá también por eso tengo los sentimientos a flor de piel. Amarte es sentir que el mundo respira y se mueve al ritmo de tu respiración.

Amarte es sentirme derrotado y prisionero de tu voluntad. Amarte es el tener la belleza del universo concentrado en una fotografía tuya y observarla a todas horas. Quererte es sonreír al recordarte, amarte es buscar que la que sonrías seas tú.

Amarte es ponerme de rodillas ante ti y jurarte que si un día me lo permitieras haría realidad tus más profundos anhelos... y viviría solo porque tú, que eres todo, existes.

Amarte tampoco debería ser así, pero es lo mejor que me ha pasado, aunque a veces se me vaya la vida en el intento.

martes, 24 de abril de 2007

Periférico Beach

Por desidia, no fui al viaje de graduación de mi primaria. En lugar de asistir con mis compañeros de generación, preferí irme de vacaciones (como cada año) con mi familia a Acapulco. Todos esos días, y aun durante semanas enteras, me la pasé arrepentido por la posibilidad de perderme una significativa cantidad de vivencias y momentos que nadie me devolvería. Desde aquel sin sabor del ‘qué hubiera sido si...’, me prometí que en adelante sólo me arrepentiría por ‘acciones’ y no por ‘posibilidades’.

Por eso ahora me gusta experimentar de todo. Aun a sabiendas de riesgos de muerte, ridículo o salud. Ahora prefiero correr riesgos, no ser tan calculador, y dejar que las cosas se den como al destino le parezca más conveniente. Toda esta filosofía de tres pesos, incluye también el no perderme de acontecimiento alguno en mi Ciudad. Por eso me urgía regresar de Veracruz antes de que el periodo vacacional llegara a su fin, pues no quería perderme la ocasión de visitar una de las cuatro playas instaladas en el Distrito Federal.

Hace dos días, la luminosidad de un día soleado terminó por darme los últimos empujoncitos para salir de mi casa y enfilarme hacía ‘Villa Olímpica’. Una hora después, un poco más acalorado y tras de haberme perdido en un par de ocasiones, estacioné el auto y me encontré ante una gran manta que me da la bienvenida ‘Playa Villa Olímpica’.

A partir de aquí las cosas comenzaron a suceder más rápido. Sin darme cuenta entré en un mundo surrealista que hasta hoy no consigo recordar detalladamente. Un letrero de ‘Entrada gratuita’, un par de mantas con cuerpos esculturales pintados y un agujero para que los visitantes asomen su rostro y sean retratados como recuerdo de aquella visita, salvavidas, albercas, etc. Pero sobre todo, gente, mucha gente. Niños, jóvenes, señoras, ancianos. Gordos, flacos, chaparros, altos. Con traje de baño y chanclas, con toallas percudidas, bolsas con refrescos de tres litros y tortas de jamón para ‘el lonch’. Algunos vestían ropa interior a falta de traje de baño, otros iban con lo primero que encontraron, pero todos, divertidos y ansiosos por hacer castillos de arena y sumergirse en el agua como si se encontraran en cualquier playa del caribe mexicano.

Sucede que es tanta la demanda de éstos ‘oasis del asfalto’, que los visitantes deben hacer fila y obtener un brazalete con el que podrán acceder a la ‘zona de playa’ y pasar dos horas de sano recreo. Al finalizar éste periodo, abandonan el lugar y un nuevo grupo de visitantes irrumpe. También por dos horas en la escena, y así sucesivamente. El primer pelotón, según me enteré, entra a las 8 de la mañana, y el último a las 4 de la tarde.

Antes de que los bañistas puedan entrar a las albercas, deben participar en la sesión de calentamiento que una preparadora física del gobierno les proporciona. Por cinco minutos (o más) fui testigo de una gigantesca clase de aerobics que con disculpas de los participantes, rayaba en la comicidad. Niños gordos, abuelitas en fondo, señores en bermudas y con calcetines de vestir y demás ejemplares curiosos movían sus humanidades al ritmo de una canción reggetonera. Y después, que Dios se apiade de aquellas almas que desbocadas se precipitaron en milésimas de segundos a la voz de listo, convirtiendo aquellas albercas en hervideros humanos y campos de cultivo para las bacterias.

Caminé un poco más y descubrí a un par de niñas jugando con la arena que a esas alturas de las vacaciones ya no era tan blanca como antes. Unos pasos más, y di con la zona de comida, dónde por una muy breve cantidad de dinero uno puede degustar un rico caldo de camarón, un ceviche, un cóctel de camarón y otras delicias del mar. Siendo fiel a mi nueva filosofía de vida, decidí correr el riesgo de pasar la noche sentado en la tasa del baño y pedí un filete de pescado. Hasta el momento, mi temeridad no ha tenido consecuencia.

Lo acepto, todo lo que vi en ese ‘baño del pueblo’ (en sentido literal y figurado) sobrepasó mis expectativas. Quizá me he vuelto demasiado ‘burgués’, o simplemente tantas muestras de populismo me marearon. Como de seguro ya estoy sonando pedante, diré que si bien, la noticia y posterior instalación de éstas playas artificiales en la Ciudad de México me pareció surrealista y hasta ridícula, después de visitarla me di cuenta que si un grueso de población disfruta de sus vacaciones y se olvida de sus problemas, entonces vale la pena (aunque no todos la comprendamos).

Desde ahora, le propongo al Jefe de Gobierno del Distrito Federal que para la temporada navideña instale en el Cerro de la Estrella una zona para esquiar, y en Churubusco una pista de patinaje.

<< “ (como el simbolito de las caricaturas japonesas de ‘continuará)