jueves, 28 de abril de 2011

Wojtyla y yo




Tú eres mi hermano del alma, realmente el
amigo

(…) aunque eres un hombre, aún tienes el alma de un
niño,
(…) Recuerdo que juntos pasamos muy duros momentos,

Y tú
no cambiaste por fuertes que fueran los vientos.

(…) Tú eres
realmente el más cierto en horas inciertas.”


Varias veces intenté escribir éste texto. Quería que fuera sublime y lleno de datos valiosos; idea que en sí misma, resultaba un atrevimiento. ¿Cómo pretender hablar de uno de los líderes espirituales más importantes en toda la historia sin quedar a deber? Borrar todo, empezar una y otra vez para al final comprender que para hablar del papa Juan Pablo II, en días de su beatificación, lo mejor sería hacerlo desde el corazón.

El mundo entero lo conoció como Juan Pablo II. Lo vi sólo un par de veces, pero seguí su rastro toda la vida. Supongo que comencé a ser consciente de lo que éste hombre representaba, durante su segunda visita a México en Mayo de 1990. Recuerdo una cobertura mediática sin precedentes que a mis ocho años me ayudó a conocer un poco del magnetismo que el papa ejercía sobre los creyentes mexicanos. Me impactó tanto que durante esos días jugaba a oficiar misas en un balcón que me fabricaba con los cojines del sillón. Leía pasajes de la biblia infantil que me habían regalado por motivo de mi primera comunión. Yo era el papa, mi hermana una monja y mi primo Luis era un obispo. Salió a la venta un comic con la vida de Juan Pablo II que me sirvió para conocer más a fondo su vida, y maravillarme. Conocer su difícil juventud, las peripecias que tuvo que sortear en los años de guerra, la humildad de un hombre con una fuerte inclinación a las artes, su calidad humana, la forma en la que sobrevivió al atentado que sufrió en 1981 y como posteriormente perdonó a su agresor. No sé si sea normal que un niño tenga como héroe a una figura religiosa. Quizá no era el único, quizá buena parte De la humanidad fue sucumbiendo ante la bondad de quién supe, antes de ser el Sumo Pontífice, respondía al nombre de Karol Wojtyla.

Mi impacto no encontraba saciedad. Como pude averigüé lo que fue aquella primera visita de Juan Pablo II a México, mismo que fue el primer viaje de su pontificado. Había escuchado que las imágenes de aquella primera visita habían conmocionado no sólo al mundo, sino hasta al mismo corazón del papa, quien a raíz de ese viaje decidió el estilo con el que desarrollaría su papado. Desde ese momento surgió un hermoso romance entre Karol Wojtyla y México. Una relación que se acrecentaría con un total de cinco viajes en los que el pueblo de México se entregó como ninguno otro lo haría. Se dice que dos países fueron los grandes amores de Juan Pablo II, su natal Polonia y México. No sé que tanto tenga en común nuestro cálido país con la fría Cracovia. Quizá se deba a que ambos pueblos siempre han sorteado retos, depresiones, problemas internos y son dueños de una fe inquebrantable por parte de sus pobladores.

Fui testigo de esa empatía, de ese cariño reciproco varias veces. En sus discursos en los que con entusiasmo se refería a los mexicanos. Frases como "Antes decía: ‘eres polaco’, hoy debo decir: ‘Tú eres mexicano’" (Estadio Azteca, 1993); "México siempre fiel" (Basílica de Guadalupe, 1979); “¡México sabe cantar… México sabe bailar… pero sobre todo México sabe gritar!” o “¡México…yo estaré con ustedes, todos los día, hasta el final del mundo!”. El 24 de enero de 1999 tuve la oportunidad de asistir a una misa multitudinaria que dio en el Autódromo Hermanos Rodríguez. Desde una noche antes llegué acompañado de mis amigos Mario Peralta y Rodrigo Salcedo. Dormimos en medio de la tierra, pasamos un fuerte frío invernal y al final valió mucho la pena. Cuando Juan Pablo II irrumpió en el lugar la emoción simplemente fue indescriptible. Al momento de pasar a mi lado en el Papamóvil, a sólo un par de metros de distancia, sentí la energía más intensa de toda mi vida. Lo que aquel hombre irradiaba era simplemente sobrenatural, incomparable. Fueron sólo unos segundos los que estuve tan cerca del papa, pero suficientes para inundarme de una fe que sigo sin poder explicar. Algo que envolvió mi corazón, calmó mis miedos y reconfortó mi esperanza. Me arriesgaré a decir que ese instante es lo más próximo que he estado de Dios.

Más allá de las controversias sobre sus casi 26 años al frente de la iglesia católica, queda la obra de un hombre que se sobrepuso a la adversidad, las enfermedades, los impedimentos políticos y sociales. Un papa diferente, viajero, que reía, joven, dispuesto a llegar a los fieles y quitar esa imagen que dictaba que los papas eran inalcanzables. Leí alguno de sus libros, cada que me topaba con alguna nota periodística que lo mencionara la leía, seguía atento sus enseñanzas, sus visitas a mi México eran motivo de fiesta, de subir a la azotea y hacerle señales con la luz del sol mientras el sobrevolaba la ciudad en avión. Salir a las calles y correr detrás del papamóvil , echar porras, escuchar atento sus palabras. Aquel hombre que venció cualquier convencionalismo y hasta en sus últimos días dio muestras de una entereza ejemplar ante el dolor.

El día de la muerte de Juan Pablo II iba rumbo a una tienda cuando dieron el anuncio por radio. Resultó paradójico que después de estar pegado a la televisión por horas, siguiendo la transmisión desde el Vaticano, el único momento en el que salí haya sido justo el que el Santo Padre eligió para partir a la casa de su padre. Aquella tarde lloré mucho. Desde entonces lloro al escuchar canciones como ‘El Rostro del Amor’, ‘Pescador’, o ‘Amigo’.







Mis sentimientos no pueden escapar a cualquiera de sus imágenes, de sus letras, de las crónicas de sus viajes y forma de vida. Sus amigos más cercanos le apodaban cariñosamente Lolek. A unas horas de su beatificación quisiera llamarle así. Un amigo, un guía, un salvador. Podrán atribuírsele cientos de milagros en adelante, pero el ya hizo el principal con millones de nosotros: revitalizarnos la fe, hacernos creer de nuevo en la bondad de los hombres. Me gustaría hablar más de ti Lolek, pero la emoción me gana. He llorado y sonreído al teclear estas palabras. Sonreí y me sentí dichoso de ser mexicano y haber gozado del cariño que siempre nos tuviste. Acabo de escuchar de nuevo las últimas palabras que pronunciaste en nuestro país. Me quedé sin aliento, pero contento de entender el mensaje:

"¡Me voy, pero no me voy, me voy pero no me ausento, pues aunque me voy, de corazón me quedo...!

lunes, 25 de abril de 2011

DF bajo el agua


Debería estar acostumbrado: vivo en la ciudad en la que a los imposibles les da por volverse realidad. Epidemias, sismos, aviones que caen del cielo, olimpiadas, marchas, mundiales de futbol. Todo esto acompañado de un grandísimo etcétera hace que en esta ciudad todo, absolutamente todo, sea perfectamente verosímil. Al igual que los otros millones de habitantes de esta orbe pensaba que ya lo había visto todo. Entonces fui sorprendido una vez más.

Sábado 16 de abril de 2011. Tenía varios días que no llovía en el DF, y si bien el cielo nublado presagiaba lluvia, nadie imaginaba que cayera semejante tromba. Esa tarde apenas tenía media hora de haber llegado a casa, cuando recibí una llamada de la única persona capaz de sacarme de casa en una noche que se anunciaba tormentosa, y en la que además, pasarían el juego del Atlante por televisión. El hermano de mi novia celebraba su cumpleaños y quería ver si pasaba por ella y de paso me quedaba un rato en la fiesta. Acepté, pues así somos los hombres que amamos. Mientras me preparaba, se soltó una intensa lluvia con granizo. Tomé una sombrilla. Me guardé bien el celular y salí corriendo hacia mi Chevy (pues era el carro que estaba afuera). Un par de metros fueron los que corrí, suficientes para dejarme empapado. Aun así, la lluvia no dejaba de ser como tantas otras. Encendí el auto y comencé mi trayecto. Entonces comenzó a granizar.

Pasé Eje 3. Entré a Viaducto. Apenas unos cuantos metros después me vi siendo parte de un denso tráfico que avanzaba de a poquito. Eran las 7 de la noche, mientras la tormenta seguía cayendo yo me distraía escuchando por radio el juego de mi Atlante contra el Necaxa. Bajé el primer desnivel y el carril de la derecha ya estaba inundado. Veinte minutos después descendí por el segundo desnivel, esta vez, los carriles inundados eran los de la derecha, el centro y parcialmente el de la izquierda. Los autos se aventuraban a pasar de uno en uno. Cuando llegó mi turno aquello ya era una laguna. Intenté cruzar con una velocidad media. Mi carro era frenado por la misma fuerza del agua y como se balanceaba debido al oleaje debajo de éste. A pesar del estrés que significa manejar en estas condiciones, me di tiempo para tomar un par de fotos, y de vez en cuando ir posteando mis peripecias en Twitter.



Llevaba unos 40 minutos en el tráfico. Me encontraba a unos metros del siguiente desnivel, cuando escuché mucha agua correr y un olor un tanto fétido. Entonces giré y vi cómo el canal que corre en medio de los dos sentidos de avenida Viaducto comenzaba a desbordar, formando una gigantesca fuente cuyos litros y litros de agua hacia que la cantidad de agua aumentara a una velocidad vertiginosa y los tripulantes de varios autos ubicados en los desniveles decidieran salir de sus vehículos ante la inminente posibilidad de quedar atrapados en ellos. Uno de mis pesadillas y temores más recurrentes es quedar o caer sumergido en un carro. Cuando veía noticias de inundaciones así me preguntaba qué haría si en alguna ocasión yo estuviera en una situación así. Aquella noche aprendí que de poco sirve tener planes para cierto tipo de eventualidades.



Tomar del auto las pertenencias más importantes, y abandonarlo para ponerme a salvo, parecía la opción más sensata. Por delante y por detrás me encontraba flanqueado de autos, a mi costado izquierdo el agua no dejaba de salir a cantaros. Fue entonces cuando percibí que un par de autos intentaban salir a la lateral pasando por las áreas verdes que delimita la avenida de esa zona. Parecía una buena opción hasta que un vochito, y luego una camioneta quedaron atascados por que el exceso de agua convirtió ese jardín en lodazal en cuestión de minutos. Aun así había que intentarlo y pronto. Quedarme ahí significaría resignarme a perder mi auto. Nervioso intenté llegar lo más pronto posible al carril de la derecha. Apagué el radio. La mayoría de los autos que aun no estaban varados por el agua intentaban salir a las laterales, y en su intento, muchos quedaban detenidos por los restos de un jardín que ya tampoco se veía. Todo era una laguna con autos y los espacios para salir airoso eran cada vez menos. A la distancia, los policías de una patrulla veían todo con impotencia. Después de una eternidad alcancé el carril derecho y me la jugué. Más valía quedar atascado que ahogado. Aceleré lenta pero firmemente y sentí cuando subí a la banqueta, luego el fango debajo de las llantas, avancé entre un par de árboles, aceleré un poco más al final y bajé de la banqueta. Ya estaba en la lateral, la cual por cierto, también se comenzó a inundar.

Manejé unas cuantas calles hacia adentro. Alejándome del ruido, del caos y del agua. Estacioné el auto, respiré profundo y le marqué a mi novia para explicarle lo sucedido y avisarle que llegaría tarde. Revisé Twitter y vi que gran parte de mis contactos defeños batallaba en algún punto de la ciudad con las inundaciones y el granizo. De Viaducto se decía que una tubería se había roto y que en esa vialidad había autos debajo del agua. Me armé de valor y seguí mi camino por otra ruta. Volví a prender el radio y escuché el resto del partido. A lo largo del trayecto la constante fue la misma. Charcos, embotellamiento y mucho granizo, tanto que parecía nieve. A ratos los paisajes de calles completamente blancas, autos llenos de hojas y casas sin luz era un espectáculo raro, extraño, adjetivos que por cierto, cada vez usamos más seguido.



Tres horas después llegué a la fiesta en av. Revolución. Conté lo que me había sucedido y me mostraron un par de fotos que en internet ya circulaban de la inundación. Cerca de la medianoche volví a casa. Reabrieron Viaducto hasta el otro día y se negó que se haya roto alguna tubería. Ahora que escribo esto me parece que hubiera pasado hace mucho, o lo hubiera soñado. Confirmo lo que sabía desde hace mucho, vivo en la ciudad donde nunca dejas de sorprenderte, pues todo, absolutamente todo, es posible.

domingo, 17 de abril de 2011

Feliz cumpleaños Atlante, feliz cumpleaños Gabriel

Los rumores decían que aquella placa se ubicaba en la esquina que forman las calles de Sinaloa y Valladolid, en plena colonia Roma, en la Ciudad de México. Desde su develación y existencia en el 2006 siempre quisé ir, deseo que fui postergando a causa del estúpido ritmo de vida, que a veces tiene la manía de hacernos dejar de lado lo verdaderamente importante.

Hace unos días decidí darme un tiempo, e ir en busca de esa placa que, sin temor a equivocarme, llevaba esperándome cinco años. Después de batallar con el tráfico, dejé el auto estacionado ilegalmente en la entrada de un edificio (tras media hora de dar vueltas por el rumbo, nunca encontré ni un maldito espacio desocupado). Después caminé y luego corrí la distancia que me separaba de un estrado de mediana altura que ya había visto a lo lejos. Llegué en segundos y sentí un calambre de emoción recorrer mi cuerpo. Ante mi estaba la placa de fundación del equipo Atlante.


El Club Atlante es uno de los más longevos y tradicionales del futbol mexicano. La idea de su creación se dio precisamente en el cruce de las calles Sinaloa y Valladolid. Desde entonces, el llamado equipo del pueblo ha ido forjándose como una leyenda. Triunfos, derrotas, batallas épicas, una afición de hueso colorado que agüanta todo y que siempre está ahí, apoyando los colores azulgrana contra viento y marea. Los años amateur, Horacio Casarín, el antiguo parque Asturias, el título de la temporada 1946-1947, el apodo de 'Los Prietitos', Fernandón, los juegos contra Necaxa que se convirtieron en el primer clásico del futbol nacional, el General Núñez, Cabinho, la época del seguro social, Rafa Puente, el amor a la camiseta, los llenos en el Azteca, la final perdida contra Tigres a principios de los ochenta, Ricardo La Volpe, el exilio a Querétaro, los dolorosos descensos a la segunda división, Félix Fernández, los heroicos ascensos, el campeonato de 1993, la vuelta olímpica en el Tec, el estadio azulgrana, José Antonio García, Miguel Herrera, el estadio Neza 86, los años de Chamagol, playeras Garcís, la porra Tito Tepito, Federico Vilar, la triste mudanza a Cancún, el campeonato en el invierno de 2007, el título de campeones de la Concacaf, el Mundial de Clubes, las idas al estadio dejando todo de lado, llorar de impotencia en las derrotas, gritar las victorias, portar la camisa con orgullo a pesar de cualquier resultado negativo. Todo eso y mucho, pero mucho más es el Atlante.


Por ridículo que parezca, en esa placa no sólo está contenida una pequeña parte de la historia de mi equipo favorito, sino también la mía propia. El Atlante nació un 18 de abril de 1916. Yo lo hice el mismo día, pero de 1982. Pocas personas, o quizá ninguna, puede presumir haber nacido el mismo día que el equipo de sus amores. Cuando hace unos 7 años me di cuenta de esta feliz coincidencia, no pude sino confirmar lo que de alguna forma ya sabía: el Atlante y yo estamos ligados desde siempre. Atlante cumple 95 años, yo mucho menos. Los Potros de Hierro han forjado con letras doradas su historia en el balompié nacional. Yo intento hacer algo en mi hoy confusa vida. Presiento que volveré a esa placa cuando me sienta confuso y quiera recuperar parta de mi identidad, esa que sólo las pasiones de verdad te permiten recuperar.


Finalmente casi nada, o poco tengo seguro en mi presente. Sin embargo, esas certezas me hacen sentir más fuerte con respecto al porvenir. Al fin y al cabo, lo más sencillo es lo que nos hace sonreír. Quería escribir un poquito sobre el Atlante y un mucho sobre mí, pero como siempre que escribo en mi blog la idea original me salió al revés. Todo esto para decir: Feliz cumpleaños glorioso Atlante, feliz cumpleaños a mí. Y que la vida nos depare aun muchas aventuras juntos.

martes, 12 de abril de 2011

¡Publiqué en la revista Picnic!

Salir de casa después de tomar un refrescante baño por la mañana. Cruzar uno de los muchos parques de mi colonia. Llegar al centro comercial y atravesarlo hasta una de sus tiendas departamentales. Dirigirse a la sección de libros y revistas. Ver por fin esa revista en cuya portada está tu nombre y sonreír. Aguantarse las ganas de gritarle al mundo que dentro de esa afamada publicación, hay un texto tuyo. Hoy no es un día cualquiera. Hoy salió a la venta el número de Picnic en el que colaboraste.

No importa cuántas veces se viva la experiencia. Ver impreso nuestro nombre en algún medio escrito siempre genera una especie de cosquilleo emocional mezclado con orgullo. Hace unos meses empecé en éste blog con una especie de reto personal llamado 'Quiero ser escritor' cuyo objetivo era publicar regularmente en periódicos y revistas. Pues bien, en lo personal el colaborar en el más reciente número de Picnic es el permitirme subir un gran escalón hacía lo que pretendo. Aparecer en las páginas de una revista así para mí es muy importante, todo un logro personal.

Quiero agradecer públicamente a Ingrid Constant, coeditora y a todo el equipo editorial que hace posible la existencia de Picnic por la oportunidad brindada. Espero haber estado a la altura de una de las mejores publicaciones sobre imagen y creatividad del país. El diseño y contenido hacen que cada entrega se vuelva coleccionable y de culto.

El número 39 de la revista Picnic está dedicada a los Cromáticos. A cada uno de los colaboradores se nos pidió desarrollar alguna idea o concepto en torno a un color. En mi caso, el texto que presento lleva por nombre 'Gema y su incongruente verde', una historia de amor obsesivo-compulsivo engendrada (valga la redundancia) desde, por y para el color verde. Me encantó como quedó el diseño final no sólo de mi escrito, sino el de toda la publicación.

No dejen de comprarla y checar mi texto. Para mí sería un honor que lo hicieran. Picnic ya está a la venta en tiendas Sanborns, Liverpool, El Palacio de Hierro, aeroboutiques y en otros locales cerrados del país. Si nunca se han acercado a esta revista, aprovechen esta oportunidad, les aseguro que no se arrepentirán.

Esta es la portada:


jueves, 7 de abril de 2011

No más sangre, pero tampoco dejar de luchar


El pasado miércoles 06 de abril, el escritor y poeta Javier Sicilia convocó a una marcha para exigir un alto a la violencia en el país. Esto como respuesta al asesinato de su hijo Juan Francisco y seis personas más en el estado de Morelos, el pasado 28 de marzo. Aunque el epicentro de estas protestas fueron Cuernavaca y el Distrito Federal, decenas de plazas en el país, e incluso ciudades en el extranjero como Nueva York, París, Buenos Aires o Barcelona se unieron a las protestas generalizadas por la inseguridad en México.

No es la primera vez que ocurren manifestaciones sociales de éste tipo en México. Quizá la última de tal cobertura mediática, fue la que se suscitó en agosto del 2008 con motivo del asesinato de Fernando Martí, hijo del empresario Alejandro Martí. En aquella ocasión asistí a la marcha convencido de que las exigencias eran justas. Junto con miles de personas pedí justicia y mayor seguridad para los mexicanos. Tres años después la sensación es diferente. No asistí a las marchas convocadas hace dos días. Tengo sentimientos encontrados con respecto a la percepción de inseguridad que sigue privando en el país. Respeto, pero no comulgo con las ideas de un importante sector de la opinión pública. Uno de los ejes centrales del movimiento encabezado por Sicilia es el buscar un pacto con el crimen organizado y terminar así la guerra contra el narcotráfico.

En mi opinión, cambiar de estrategia en materia de seguridad sería un grave error. Intento entender el dolor de los familiares de las víctimas y el terror que seguramente sufren los habitantes de algunas ciudades y poblados azotados por los carteles y grupos delictivos, pero también por ellos es que hay que mantener la lucha. Si algo nos llevó a la situación actual, fue la pasividad con la que gobiernos y autoridades actuaron en el pasado. El dejar que el narcotráfico operara con toda libertad, que se apropiara de rutas de distribución y que se infiltrara en distintos organismos del poder provocó que se entretejieran las redes de corrupción que hoy cuesta tanto trabajo deshacer. Retroceder significaría hacernos idiotas. Se reduciría la violencia, sí, pero esos grupos seguirían ahí, operando con total libertad en la ilegalidad, y encontrando rutas para llevar la droga a la población.

Y no es que me espante el tema de las drogas. Mucho se habla de que otra solución sería el legalizarlas. Si bien considero que la elección de consumirlas depende de cada quién, y que esto depende mucho de cuestiones de valores y principios, también es cierto que la posibilidad de que niños, jóvenes y personas con escaso nivel educativo se enreden con estupefacientes será mayor. Hoy en día sé que aunque tenga la oportunidad jamás me drogaría, pero que pasaría con aquellos que por edad o condición no tienen la suficiente información como para discernir sobre lo que más les conviene.

¿De verdad creen que se puede pactar con personas capaces de matar, decapitar, descuartizar y cometer atrocidades semejantes? Lo dudo. Cuando un alma humana es corrompida por el hambre del poder y la intimidación no distingue entre niños, mujeres e inocentes. Actúan con odio, no reconocen las reglas y poco les importa el daño que se provoque a la sociedad. Perdón si alguien opina diferente, pero a estos malditos desgraciados hay que aniquilarlos. Por eso celebro que las fuerzas armadas y diversos cuerpos policiacos combatan enérgicamente al narco. La respuesta violenta es lógica. Siempre he puesto de ejemplo a las hormigas. Si uno las deja arman sus nidos, se expanden territorialmente y van apoderándose de todo. Cuando se le echa agua al hormiguero estás salen enojadas y en grandes cantidades, hacen un alboroto, pero tarde o temprano se van cuando el hormiguero es destruido. Eso está pasando ahora mismo. A los delincuentes no les gusta que su zona de confort se venga abajo. Será una lucha de años. De sucesión de criminales. Si cae uno, ya está otro listo para ocupar ese puesto. Pero tarde o temprano el cáncer se irá terminando. Dejar de lado la batalla contra el narco y ocupar nuestra propia zona de confort hablaría muy mal de nosotros como país. Prefiero sentirme orgulloso por vivir en un país que afronta los problemas, a vivir en uno que sólo ‘se hace güey’.

‘No más sangre’ es una de las frases más populares en contra de la lucha que el gobierno emprende contra el narco. La sangre disminuirá en la medida en la que todos hagamos lo que nos corresponde. Nada ganamos viendo al gobierno como el enemigo. Llevo días escuchando reclamos absurdos en contra del presidente y demás autoridades, cuando ellos no son los que mutilan ni trafican drogas. Que haya furia, sí, pero contra aquellos delincuentes y capos que atentan de una u otra forma contra los mexicanos. Entendamos que gobierno, militares, policías, medios de comunicación y sociedad somos más fuertes si estamos del mismo lado. Antes que dividir y reclamar, tenemos que estar en el mismo frente. Sin partidismo político, sin decir ‘estaríamos mejor con fulanito de tal’.

Gran parte de la responsabilidad depende de las personas comunes y corrientes. Sonará absurdo pero lo primero es perder el miedo. Cada vez menos personas se tragan las llamadas de extorción, incluso habemos quienes nos burlamos cuando recibimos una llamada de estas. Lo mismo hay que hacer en todos los ámbitos de nuestra vida. No dejar de salir a las calles. Caminar nuestras calles y parques, ir a las plazas públicas de nuestras ciudades en las noches, que haya gente en todos lados. Lo que busca el crimen organizado es tener a la población en sus casas y a las calles vacías. Así se les facilita todo. Salgamos, vayamos a eventos culturales, deportivos, reunámonos en familia. Que las autoridades federales investiguen y arrasen con esos desgraciados. Nosotros a reír, a trabajar, a pasear y a sonreír. Como dicen varios anuncios y campañas. Somos muchos, pero de verdad mucho más las personas buenas. México es más que un grupo de tontitos sin cerebro queriendo hacernos daño.

No fui a la marcha del miércoles pero en el fondo quiero lo mismo, un mejor México. Lleno de paz y tranquilidad. Tarde o temprano venceremos. Recuerden todo lo bueno que han vivido en esta tierra, toda la gente buena que nos rodea y la calma que les brinda estar en su hogar. En eso creo y por eso hay que luchar.

Mi México lindo y querido, si tú no tienes miedo yo tampoco. Vamos a estar bien.

martes, 5 de abril de 2011

Conociendo la Otra Ciudad (mis años en la radio)



9 de septiembre de 2006.

18:30 hrs. Tuvimos nuestra última junta. Ángel hacía bromas. Claudia y Rosalía revisaban las canciones que pondrían. Isaac hablaba con el operador. Yo repartía y explicaba las escaletas que un día antes había redactado. 18:55 hrs. Entramos en cabina. 19:00hrs. El programa de radio “Conociendo la Otra Ciudad” salía por primera vez al aire.


Así como me ven. Yo fui guionista, y hasta locutor, de un programa de radio. Estudie Ciencias de la Comunicación. Si bien la escritura es lo que más me apasiona, algo hay en el mundo mediático que siempre me ha llamado la atención. Además de los medios escritor o electrónicos, la televisión y el radio no me son para nada indiferentes. Cualquier comunicólogo que niegue haber soñado alguna vez con formar parte de un proyecto en cualquiera de esos dos medios miente. En cierta forma, la universidad nos permite jugar y experimentar con la adrenalina que la TV y el radio conlleva. Precisamente fue en mi época de universitario cuando tuve mi primera experiencia en radio, en el 2002.

La Universidad del Valle de México, campus Tlalpan, entonces tenía una estación de radio interna llamada ‘Radio Fusión’. Junto con mis amigos Isaac Rocha y Ángel Vázquez, conducimos durante un par de semestres un programa llamado ‘Pasión y Locura por el futbol’. Era los lunes a las 4 de la tarde y la verdad era un relajo. Hablábamos de futbol, sí, pero a lo que realmente nos dedicábamos durante esa hora era a ventanearnos unos a los otros. Dedicábamos canciones a las chicas que nos gustaban, y obvio, así menos nos pelaban. Nos ganaba la risa. Seguido decíamos groserías y tonterías indecibles al aire. Unas compañeras entraron al proyecto, se apoderaron de nuestra idea, nos regañaron y terminamos por correrlas. Seré honesto, no era un buen programa ni estaba bien hecho, pero nos divertíamos como enanos. El semestre siguiente nos presentó un horario de clases complicado y decidimos ya no continuar con el proyecto.

Salvo algunas clases en las que grabábamos capsulas o escribía guiones. No volví a tener mucho contacto con el mundo radiofónico. Terminé la carrera y un año después, de la nada surgió la oportunidad de tener un programa real, en el cuadrante de la Ciudad de México. La conexión con ese maravilloso mundo fue así: El tío de mi amigo Isaac tenía un programa en el 560 del AM, Radio Chapultepec (hoy llamada La Mejor), en donde lo dejaban colaborar de vez en cuando leyendo notas deportivas. Isaac indagó y averiguó los requisitos para tener un programa en la estación. Un sábado por la tarde, recibí la llamada de Isaac, en la que emocionado me contó de la posibilidad de tener una emisión. Acepté. Días después, tuvimos nuestra junta para ir armando el proyecto.

Tener la oportunidad de trabajar con nuestros mejores amigos es un privilegio que pocos tenemos. El que un sueño, como el tener un programa de radio se me presentara junto a mis cuatro mejores amigos era simplemente excepcional. En éste caso, emprender esa aventura con Ángel Vázquez, Isaac Rocha, Rosalía Campillo y Claudia Ramírez fue un honor. Con el tiempo encima empezamos una serie de reuniones en las que los descontentos y desacuerdos no se hicieron esperar. Para empezar, definir el corte del programa fue un tanto complejo. Ni que decir del nombre. El concepto original era hablar del DF. Sus lugares ocultos, aquellas leyendas pocas conocidas o secretos muy bien guardados. Tras horas de conceso llegamos al nombre que queríamos: La Otra Ciudad. Lo malo es que cuando Isaac fue a Derechos de Autor, le dijeron que aquel nombre ya estaba registrado, por lo que eligió uno un tanto extraño y no tan armonioso: Conociendo La Otra Ciudad.


Somos los mejores amigos, pero eso no evitó que Claudia, Rosalía, Ángel, Isaac y yo tuviéramos ideas muy diferentes del tipo de programa que queríamos. Isaac quería meter deportes, Rosalía y Claudia insistían en dar espectáculos y consejos de belleza, Ángel prefería estar en la parte operativa y no frente al micrófono, y yo insistía en la parte cultural. Distintos modos de concebir un programa de una hora en la que además de todo lo anterior, también debíamos tener tiempo para meter canciones y llamadas del público.

Aun así el programa anduvo varios meses. Disfruté mucho esos días en los que por lo menos teníamos una junta entre semana (casi siempre en casa de Ángel) y en la que muchas veces acabamos de pleito. Poco a poco cada una de las emisiones fue mejorando. El vernos cada sábado, llegar hasta la estación, transmitir y salir sabiendo que estábamos siendo parte de algo que para bien o para mal, era nuestro. A veces recibíamos comentarios que nos motivaban a seguir. Por algún motivo que desconozco, el programa gustaba. Dentro de nuestro desorden, había un sabor de ‘estar entre amigos’ que hacía un tanto amigable escucharnos.

Lo complejo no era estar juntos, sino mantener el programa en pie. Mensualmente debíamos pagar cierto dinero a la estación de radio para asegurar nuestro espacio al aire. Decidimos obtener ese dinero de patrocinios y menciones al aire. Elaboramos nuestras tarifas, e inexpertamente nos lanzamos a cuanto negocio encontrábamos a tocar puertas y ofrecer nuestros paquetes de promoción. Si bien durante las juntas y la transmisión del programa todo era una fiesta, el reto de la semana sufríamos buscando como obtener los recursos que mantuvieran a ‘Conociendo La Otra Ciudad’ al aire. Me vienen a la mente esas mañanas en las que Ángel, Isaac y yo recorríamos calles y comercios buscando subsistir en el complicado mundo de los medios de comunicación. Nos fuimos endeudando. Cada que teníamos una entrevista con algún prospecto de cliente las cosas se tornaban complicadas. Carecíamos de experiencia en ventas, no sabíamos ofrecer servicios ni ser convincentes y nos arrebatábamos las palabras unos a los otros. Debió de haber sido un tanto cómico observarnos ahí, pretendiendo parecer algo más de lo que en verdad éramos. Aun así, y aunque no lo crean, llegamos a conseguir un patrocinio. Una empresa de suplementos alimenticios apostó por nosotros, y durante un tiempo fue nuestro sponsor.

Nuestros años en la radio se fueron terminando cuando vimos que por mucho que nos gustara tener un programa, sin más patrocinios no llegaríamos a ningún lado. Perdimos el patrocinio, inició el 2007 y las dudas comenzaron a surgir. Uno a uno los miembros que conformaban el equipo se fueron bajando del barco hasta que el último programa sólo fue conducido por Ángel y yo. Curiosamente esa emisión fue la que más nos gustó. A la semana siguiente no nos dejaron transmitir a causa del dinero que debíamos. Ángel y yo renegociamos la deuda con el jefe de la estación y tras soltar unas mentiritas (que Claudia y Rosalía siguen sin perdonarnos, pero que nos ahorraron un par de miles de pesos) y pintarnos como mártires, logramos reducirla significativamente.

Han pasado cuatro años desde entonces. A Isaac lo hemos vuelto a ver muy pocas veces. Sabemos que se casó y hasta tiene hijos. La verdad lo extraño. A los pocos meses de que terminó ‘Conociendo la Otra Ciudad’ Claudia abrió Chilangaradio, una muy buena estación de radio por internet que hoy ya no existe, pero desde la cual Rosalía tuvo 2 programas unitarios al aire (alguna vez fui invitado a un par de ellos). Ángel y yo entramos a otro trabajo que no tenía nada que ver con la radio y ahí estuvimos juntos casi tres años. Hace poco salimos de ahí. En la actualidad tratamos de frecuentarnos lo más posible, aunque a veces se nos torna un poco difícil. A veces la vida se empeña en que tomemos caminos diferentes.

A pesar del tiempo, hacer esos programas nos enseño que el mundo de los medios de comunicación no es tan sencillo. Que el verdadero trabajo no es la hora que dura la emisión, sino todo lo que se hace antes de él. También nos enseñó que no todo es color de rosa y que aun entre mejores amigos, pueden surgir pleitos por cuestiones profesionales. Supimos que a pesar de todo, fuimos capaces de mantener un programa radiofónico, y eso nadie no lo quitará nunca. Si por ahí existe algún incauto que nos haya escuchado, mil gracias. A mis cuatro compañeros en aquella aventura, bendiciones por regalarme varias de las semanas de la vida.

-- Breve vídeo de una de nuestras emisiones (noten la actitud seria de Isaac jaja, sentado a mi derecha) --