sábado, 31 de mayo de 2008

Perdón por la noche (o cancionero para errores así)

Mortal. Inmensa y engañosa, llena de seductoras promesas que nadie en su sano juicio quiere perderse. Quién me puede asegurar que en algún momento de su vida no ha caído en alguna de sus trampas… supongo que nadie.

Por más que vayamos por la vida con una bandera de ‘seres racionales’, jamás estaremos exentos de que la noche y su aliada la luna se las ingenien para de vez en cuando meternos en uno que otro lío. ¿Cuántos de nosotros,sólo bajo el amparo de la obscuridad, nos atrevemos a cruzar la barrera de nuestros propios limites éticos y morales? ¿Qué tiene la noche que convierte lo imposible en posible, arrojándonos al azar de un solo golpe y sin consideración alguna?

Si por si misma, la noche es territorio de lo inimaginable, esta se vuelve aún más peligrosa cuando se alía con el amor, su demonio favorito. Cuántas noches de insomnio, interminables y eternas, han puesto en riesgo nuestra integridad mental al grado de poner de cabeza nuestras ideas y optar por las opciones más descabelladas en pos de acercarnos un poco más a le ejecución del verbo amar. Una llamada, un menasaje inoportuno, pasarnos la madrugada entera afuera de una ventana sin hacer ruido, o simplemente, renunciar al descanso con tal de sumirnos por horas en repasar y repensar la suavidad y encanto de un rostro de mujer.

Una vez que, sonsacados por la noche, cometemos la imprudencia de inquietar los mares de tranquilidad por medio de frases o palabras, sabemos que el volado está echado y que los vientos nocturnos se encargaran de magnificar cualquier error y acierto hasta dimensiones insospechadas, de cambiarte y volverte otro. ¿Cómo pedir disculpas, con la llegada del día, de aquello que hasta a nosotros mismos nos resulta incomprensible? Cuando el argumento verás no tiene ni pies para sostenerse, la suerte es lo único que nos queda, y para colmo, los designios de esta son tan caprichosos como el universo mismo (aquel que como el amor, aterra por infinito).

Horas después, negar nuestras acciones será imposible. La luna y ella bastan como testigos de nuestra debilidad y cobardía que significa actuar al amparo de las sombras. Conmigo la noche no ha sido del todo vehemente conmigo, una y otra vez se las ha ingeniado para mostrarme facetas que ni yo sospechaba tener. Hace poco fue la última vez, dije lo que pienso más nunca digo por ese temor a apresurar las cosas y echarlas a perder; al parecer me equivoqué. Por más que se nos diga que siempre se debe decir la verdad, hay ciertos sentimientos, ciertas ideas que no deberían quedar al descubierto. Por más que la idea sea decirle a la otra persona que al calor de la noche nuestro deseo de protegerla, amarla y hacerla feliz sigue igual, o con seguridad, mucho más fuerte que en la noche.

Estrategias nocturnas al vapor para la conquista, lección 1: lo impulsivo no deja nada bueno.

No dudo que precisamente, escribir esto de noche sea producto de la noche. Son casi la 1 de la madrugada, a estas alturas poco me importa mi pudor, tanto que me desnudo por medio de canciones que expresa mejor que yo lo que al menos hoy me tiene partido en dos. A ver si mañana no me arrepiento por haber escrito esto… como sea, el mensaje es el mismo:

“yo te invito a ese lugar, dónde el amor no se equivoca”.

lunes, 26 de mayo de 2008

... de cómo auto-mediqué a unos niños

Una vez más, otra ridícula historia de mi vida.

Cosa curiosa, el amor siempre me mete en problemas y esta historia no es la excepción. Por ahí de mediados de los ochenta, tenía unos 4 años, cursaba el 3er año del Jardín de Niños (o kinder, pa’ la gente de mundo) y estaba enamorado de una niña llamada Martha Patricia. Siempre hacía todo lo posible por estar cerca de ella y lo demás poco me importaba con tal de lograr mi objetivo. Lo malo es que ella, demasiado ocupada en jugar a las muñecas y a la comidita, poco o nada reparaba en mis constantes esfuerzos por hacerme notar.

No recuerdo por qué, pero una mañana el grupo en el que iba se dividió en dos bandos y estalló la guerra. Seguramente era una tontería la que causó la confrontación, es más, casi apostaría a que fue sólo un vago pretexto para ‘jugar’ con toques de seriedad, porque eso sí, aquel conflicto inter-alumnos para nosotros era la cosa más sería del mundo. Tampoco sé porque la batalla se pactó para el otro día… ya ven, el mundo de los niños rara vez da explicaciones.

Aquél día, antes de la hora de la salida, los integrantes de mi bando nos reunimos para planear las estrategias que usaríamos para alcanzar la victoria. A cada uno nos tocaría traer cacerolas, ollas, palos y demás artículos que sirvieran para golpear, atontar y dejar fuera de combate a los enemigos. Entonces, yo tan consciente de que la guerra genera heridos, me auto-propuse como voluntario para traer las medicinas con las cuales atenderíamos y curaríamos a nuestras probables bajas bélicas.

Pasé la tarde hurgando en el botiquín de emergencias y en el cajón de medicinas de casa. Tomé unas vendas, cinta adhesiva, gasas, un montón de cajas de diversos tamaños y unos frasquitos que quién sabe qué traían. Según yo, entre más rimbombante el nombre, más efectiva la medicina. Guardé todo mi arsenal de medicinas en mi cuarto y rogando que mis papás no se dieran cuenta, me dormí deseando que el próximo día llegara lo más rápido posible y poder tener así, la posibilidad de lucirme ante Martha Patricia y ser algo así como su héroe. Porque la verdad, si no fuera por ella ni loco hubiera entrado en una pelea que ni motivo tenía (curioso, como las guerras de los grandes) y menos me hubiera arriesgado a recibir una buena reprimenda por andar hurtando medicamentos.

Llegó el día esperado. Aunque los hechos tendrían lugar a la hora del recreo, desde las primeras horas de clase una ansiedad bañada de emoción envolvía el ambiente. No sé si la maestra de preescolar estaba ciega o de plano fingía demencia, pues no me explicó cómo no veía que dentro de aquellas loncheras más cargadas de lo habitual, se encontraban mal guardados decenas de objetos de contrabando destinados a impactar en otro cuerpo infantil. Cuando el sonido de la campana rompió el silencio y anunció el inició del receso, los niños y niñas participantes de la futura gresca salimos en silencio y nos dirigimos a la parte más lejana del patio.

De repente comenzó todo: tierra por todos lados, gritos, cosas volando por aquí y por allá, niños llorando, niños que se caen. Yo como buen niño gordo que era (¿y qué soy?) avanzaba tirando a cuanta criatura me encontraba enfrente. Obviamente, la buscaba a ella, quién por cierto, cuando la encontré, lejos de compartir mi preocupación por su integridad física, disfrutaba de lo lindo estar en medio de esa tierra de nadie. Tras comprobar que el objeto de mi afecto estaba a salvo, recordé las medicinas, me paré debajo de un árbol y entonces grité: “todos los heridos vengan, aquí está el hospital de la guerra”. Y fue un éxito, unos niños llorando, llenos de tierra y con golpes muy, pero muy leves llegaron con la esperanza de encontrar una rápida cura a su dolor y regresar cuanto antes a la batalla. Yo, como todo un profesional, sacaba pastillas, daba jarabes, ponía curitas, vendas y untaba substancias en las zonas golpeadas. Los heridos seguían llegando y yo, con singular alegría los despachaba de vuelta a sus obligaciones militares. Cuando de reojo observé que Martha Patricia seguía con atención mi debut como médico militar, me sentí orgulloso de mí. Aquella guerra, a diferencia de las reales, había valido la pena.
Las maestras nunca se dieron cuenta del zafarrancho que se armó, que por cierto, llegó a su fin junto con el recreo. Que yo sepa, en mi casa jamás se enteraron del robo de medicinas, las cuales volvieron a su lugar esa misma tarde. Al otro día todos los que participaron en la guerra asistieron al Jardín de Niños y tan amigos como siempre. Ninguno, que yo supiera, fue regañado por llegar untado en merteolate u oliendo a medicamentos raros. Nadie se intoxicó o murió envenenado, lo cual, dadas las circunstancias fue un milagro. ¿A qué mente enferma se le ocurre medicar a su antojo a niños de cinco años?... exacto, a otro niño de cinco años.

Seguramente ese recreo quedó en el olvido para todos aquellos que participaron en la revuelta. Para todos menos para mí, que la recuerdo con una sonrisa en los labios gracias a que por primera vez obtuve la atención de la mujer (ejem… niña) por la que me desvivía, y sobre todo, por salir bien librado de la posibilidad de haber acabado con el resto de mis compañeros de clase.

viernes, 23 de mayo de 2008

Licencia por corazón roto

Pensemos un momento en Japón.

Tamagochis, Geishas, Nintendo, Godzila destruyendo Tokyo por lo menos tres veces al año; Nissan, caricaturas que causan epilepsia, kimonos, la siempre sexy Sailor Moon, los luchadores de sumo, Oliver Aton, sanitarios de un metro cuadrado, Seiya, Sushi y por supuesto, Gokú, son algunos de los gloriosos inventos que le debemos a los nipones. Sin embargo, cada que uno piensa que en el Sol Naciente ya no hay cabida para una innovación más, terminamos sorprendernos a causa de una nueva ‘ocurrencia’. En está ocasión tan exótica, que cuesta trabajo creer que sea real.

La noticia salió hace más de una semana: La empresa japonesa Hime & Company ofrece como prestación a sus empleados la posibilidad de incapacitarse si estos atraviesan por una decepción amorosa. Dicha firma de relaciones públicas, considera que un corazón roto requiere, al igual que un embarazo, un duelo, o un matrimonio, de cierto tiempo fuera de las actividades laborales, pues según Miki Hiradate, director de la empresa, los trabajadores que sufren una ruptura sentimental, bajan considerablemente su rendimiento y terminan, tarde o temprano, haciendo cosas extrañas.

Los simpatiquísimos directivos de Hime & Company consideran que suspirar cada tres segundos, leer y releer una y otra vez cartas llenas de cursilerías de tiempos pasados, o llorar al escuchar ciertas canciones, aumenta la posibilidad de de sufrir algún accidente.

La llaman “Licencia por corazón roto”, y si bien, cualquier empleado de la compañía tiene derecho a solicitarla, tiene el ligero inconveniente de que el tiempo de recuperación concedido es demasiado breve: un día para los recién llegados a sus veintes, dos días a los mayores de 25 y tres para los treintañeros.

En un principio la nota me pareció una tontería. Después consideré que la medida tomada por el consorcio japonés es justa y después, hasta insuficiente. Quienes hemos tenido el corazón roto (dudo que alguien mayor de 13 años pueda excluirse de esta categoría) sabemos lo insufrible que se vuelven esas tardes en los que hasta respirar se vuelve un asunto espeso. No se está en sus cabales, vamos, ni siquiera en este mundo; en parte porque en tales circunstancias el resto del mundo poco nos importa, y en parte porque reconozcámoslo, nos gusta tirarnos al drama. Pero… ¡¿un día?!... Cualquiera, con un mínimo de conciencia y un poquitísimo de experiencia en la vida, sabe que un corazón dañado no se repara de la noche a la mañana. Pueden pasar semanas, meses o hasta años para que ciertas heridas en el alma cicatricen; eso sin contar el riesgo, siempre latente, de que en el momento menos pensado nos desangremos a la mínima provocación.

Otra incoherencia es que se le den más días de incapacidad a los empleados de más edad, cuando la realidad por lo general, es a la inversa: se sufre más por amor cuando se es más joven y la inexperiencia y falta de madurez hacen que se ponga todo en una relación. Con los años uno aprende que después de un ‘adiós’, por duro que parezca, siempre habrá más, aunque claro, quién soy yo para catalogar los sentimientos, cuando ni siquiera soy capaz de controlar los míos, y en asuntos del corazón, ando más perdido que Hansel y Grettel en el bosque.

Si la “La licencia para corazón roto” llegara a México, seguramente pasaría más tiempo incapacitado que trabajando. Y no por gusto, sino porque honestamente, considero que un amor que de tanta intensidad llega a doler, simplemente no es amor. Mi forma de enamorarme es profunda y llena de entrega, por desgracia, mi proceso de olvido es aun más agudo.

Sigo sin entender, que esto del amor es un juego. Para colmo, ni las reglas me sé. Sólo incapacítenme, y no pregunten más.

martes, 20 de mayo de 2008

Cuando la vida se va

Cierro los ojos, la imagen sigue allí. Tan nítida y aterradora como hace un par de horas, cuando iba por la calle y de la nada apareció aquella escena.

Supongo que pocas cosas provocan el mismo efecto impactante que causa ver a un atropellado. Si he de describir la sensación, diría que es un escalofrío con tintes de tristeza que nace en nuestro pecho y va recorriendo cada uno de nuestros nervios. Eso mismo sentí hoy. Eran casi las dos de la tarde y manejaba por uno de los camellones que bordea la zona de centros comerciales de mi colonia. Un montoncito de gente y dos patrullas llamaron mi atención. Al pasar a lado de la escena la entendí por completo: un auto Sentra azul atravesado en la calle; a unos metros del cofre, una mujer tirada e inconsciente es atendida por tres ciudadanos; en la banqueta, dos señoras consuelan y revisan cuidadosamente a una niña de unos cinco años; los cinco policías, para variar, no hacen nada.

Pasé a lado de aquel cuadro y no reaccioné. Quería retroceder, ayudar. Lo pensé dos segundos más y caí en la cuenta: no haría más que estorbar. ¿O será el morbo? Algo en la idea de regresar me atraía, me seducía y claro, me laceraba la razón. Estacioné el auto a unos trescientos metros del lugar del accidente. Mientras me dirigía al banco escuché a varias personas hablar de lo que minutos atrás había pasado. Al parecer, el conductor de un coche azul arrolló a una señora. Una niña que la acompañaba apenas fue tocada por el auto. El conductor fue detenido por varios testigos de los hechos. En el banco intentaba, sin mucho éxito, contarme una historia diferente a la que la realidad acababa de mostrarme. Más que el cuerpo inerte de esa señora o lo que pudiera pasara con el conductor, era la cara de esa niña la que no dejaba (y aun a estas horas, no deja) de proyectarse en mi imaginación cada que cierro los ojos.

Diez minutos después regresé por el mismo camino. La ambulancia aun no había llegado, la niña ya no estaba y el cuerpo yacía en el mismo lugar, sólo que ahora cubierto por una sábana.

La primera vez que vi un muerto fue un 6 de abril. A mis diez años ver el rostro de aquel anciano, también tirado en la calle, con los ojos abiertos y sin vida, perdidos en la nada, me atormentaron por años. Esta noche, los dos cuerpos atropellados se superponen y enrarecen mi estado de ánimo. Las decenas de preguntas que acompañan esta sensación lejos de ayudar me revuelve aun más el estomago. ¿Servirá de algo saber, o es mejor vivir en la incertidumbre del desconocimiento? Nunca sabré si la muerte rondó y tuvo éxito aquel medio día en el lugar del accidente, ni si aquella niña era su hija, ni mucho menos, las cosas que pasaban por la mente del conductor que en cuestión de minutos se convirtió en villano quizá sin merecerlo.

Cuando una vida se va uno se siente tocado, no tanto por el ser que abandona el mundo como por el baño de cruda realidad que significa el darse cuenta de lo frágil que somos. Dudo que por un buen tiempo lo olvidé, me basta cerrar los ojos para volver a ver ese cuerpo inerte, a la expectativa del destino.

domingo, 18 de mayo de 2008

Escribí de ti

Siento ansias en los dedos y envidia por las hojas en blanco que dentro de minutos serán universo. Una fiesta en mi alma, sonrisa en mi mirada. Todo es bello, todo es bueno: Me dispongo a escribir sobre ti.

Sobre ti, pequeña armonía de mi atardecer. Apareces y todo se vuelve de cristal. El aire se llena de ti. Me parece más puro y respirable. Perfumado de mujer en plenitud. Si estoy contigo, estoy tranquilo, estoy bendito. Porque ahí donde estás tú, está mi paz. ¿Qué otra cosa puedes ser para mí?. Cuando te pienso me vuelvo tiempo lento. Me sorprendo y te quiero un poco más.

Oír tu voz es un susurro del mar que infinitamente se pierde y se recrea. Te vuelves primavera en el mediterráneo si de tus labios escapa cualquier palabra. Y si callas, entonces transmutas en escultura de porcelana y marfil. Ni que decir de tus labios, caramelos de fresa, extensión del cielo en la tierra. Me desarma tu perfección. Por eso cuando te veo no resisto y me dejo llevar por el manantial de vida que eres tú. ¿Serás consciente de la belleza de tu arrebatadora ternura?. Simplemente y por no dejar te pregunto: ¿en qué momento te volviste embajadora de las estrellas en la tierra?. Yo soy tierra. Tú, manto cósmico que desde mis adentros veo tan lejano, pero a la vez tan necesario para subsistir.

No hace falta ser un genio, estoy muriendo por ti. Soy como esos jardines de uvas que Dios hace reverdecer de inspiración. Me desgasto las ganas dibujando tu cuerpo de oro que no se cansa de brillar; o tu cabello, tan diferente, tan perfecto, empeñado en hacerme suspirar. Se detiene el día, al diablo mis problemas y angustias. Si estas en mi mente, yo te juro que el mundo, de celos, puede estallar. Que llore el cielo, la tierra se estremezca y nos azote un huracán si cualquier mortal te llega a lastimar. Quiero decirte la verdad: tu nombre debería ser ‘eternidad’. Tras tu caminar dejas huellas impregnadas, imposibles de olvidar.

Ahora siento profundamente no tener los adjetivos para completar este texto que no te hace ni la menor justicia. Yo quería hablar de tu esencia y de esa belleza sólo comparable a la de una lágrima de amor. Cosas así, como el susurro del amanecer apenas y serían comparables contigo. Eres la princesa de mi vida, y nada ni nadie me quitará el brillo de pensarte cada tarde como desde hace tanto.

Y ahora vuela libre y mézclate con la misma vida. Llena esta ciudad de ti, y cúbrenos con tu manto de amor. Llega a las nubes. Diviértete. Ríe. Que si estas bien me sienta mejor la rutina. Si ríes, sonrío.

¿Qué más puedo decir sobre ti?
-Una oración, quizá...

jueves, 15 de mayo de 2008

Smile Shutter

Suena a cliché pero es cierto: La tecnología va a pasos agigantados. Seguirle el paso a los adelantos es tan imposible como no sentirse maravillado cada que algún producto nuevo y modernísimo irrumpe en el mercado (lo cual aproximadamente ocurre cada 3 segundos).

Recientemente una de estas ‘invenciones novedosas’ hizo que literalmente me quedara con la boca abierta y derramando litros de baba: un comercial en televisión de la nueva cámara digital Cybershot de Sony, cuyo mayor atractivo radica en tomar las fotos justo en el momento en el que las personas sonrien. Así, automáticamente y como por arte de magia. La función se llama ‘Smille-Shutter’ y hace ver a todas las demás cámaras como unas completas y obsoletas antigüedades. Desconozco cómo o qué diablos (igual y él) hace que un pequeño artefacto distinga una sonrisa y dispare en ese preciso instante.

Varias preguntas, bastante idiotas por cierto, invaden mi mente cada que entre mis programas favoritos veo el anuncio:

¿La cámara distingue todo tipo de sonrisas o sólo las humanas?, ¿cómo hacerle para las sonrisas de un perro, o una jirafa o un pez espada?

¿Y si vamos a un show cómico en el que todos ríen… cuantas fotos puede tomar en segundos antes de colapsarse?

¿y si la sonrisa es fingida e hipócrita la imagen se toma de todas formas?

Preguntas tontas al fin y al cabo sin importancia, pues lo que realmente ha ocupado mi mente desde hace días es el siguiente pensamiento filosófico: ¿esta cámara funciona con los emos que siempre están tristes y deprimidos? Imaginemos que a uno de ellos se le regala la Smille Shutter ¡nunca va a servir?... ¿y si voy a una reunión de emos, me paro en medio y sólo yo sonrió?…. qué va a pesar más ¿las caras largas o mi sonrisa deslumbrante?.

Si algún emo lee esto, le agradeceré que en primer lugar no se moleste, y en segundo, que responda a mis dudas que no me dejan conciliar el sueño. Ojalá y algún ejecutivo de Sony lea estas humildes líneas y con el fin de evitar alguna demanda por mal funcionamiento, etiquete las cajas de las cámaras con alguna etiqueta o leyenda que advierta que el producto y los emos, simplemente no son compatibles.

En cosas así pienso en este medio día caluroso mientras ‘dizque’ trabajo. Aunque la verdad, debería emplear mi mente en resolver lo que ella quiso decir ayer, cuando en un mensaje de celular me escribió:

“haz de un limón una limonada”

… y creo saber a que se refiere, aunque, tratándose de ella nunca, pero nunca se sabe. Y a mi que me encantaría saber. Y eso me encanta de ella. Y ya me voy.

lunes, 12 de mayo de 2008

Buen viaje Sr. Potter

“El último enemigo que será derrotado es la
muerte”

No deja de ser un escenario común, entre los asiduos a la lectura, lamentar la llegada de un cuento o novela a su fin. Apenas se pasa la última página y ya se extraña a varios de los personajes que tras la barrera de aquellas hojas ya no podrán existir más. Tras semanas de ser mudos testigos de las vidas intensas y llenas de peripecias de los protagonistas, es inevitable sentir el vacío que deja su partida y extrañarlos durante los días, y a veces semanas, subsecuentes.

Si así pasa cuando se lee una historia apasionante ¿cómo no evitar sentir añoranza por una historia y sus personajes que nos tardamos siete años en leer? ¿Acaso un adiós así no puede sino cuando menos, cimbrarnos las entrañas? ¿Cómo no dedicarle, cuando menos unas líneas, a la saga de Harry Potter y agradecerle a él, y a JK Rowling, su creadora, por darme a conocer su universo?.

Uno de mis regalos de cumpleaños en abril del 2001 fue “Harry Potter y la Piedra Filosofal”. Hasta entonces, mi única referencia sobre aquella serie de libros era que se trataba de una historia infantil cuya adaptación estaba siendo llevada al cine. Con cierta curiosidad pero sin grandes expectativas emprendí la lectura, sin sospechar que desde las primeras páginas aquella historia se apoderaría de mi entendimiento. Fue tanto el impacto que en menos de un año y sin interrupciones, leí la segunda, tercera y cuarta parta de la saga. Para ese entonces ya casi tenía veinte años pero ese no fue impedimento alguno para que aquel mundo de magia y fantasía me pareciera creíble y bien estructurado. Pasaban las paginas y los libros de aquel mago, lejos de perder interés, progresaban y maduraban en sus diversas tramas, volviéndose más intensas, oscuras y elegantemente entrecruzadas en una arquitectura ilusoria casi perfecta.

Tras un par de años de ausencia, en el 2004 para ser exactos, “Harry Potter y la Orden del Fénix”, el quinto libro de la saga fue publicado y vino a confirmarme que aquella historia monumental no era sólo un fenómeno mediático, sino que nos encontrábamos ante una de las mejores obras de la literatura fantástica de la historia.

Todavía recuerdo la fecha: 22 de febrero de 2008. Eran casi las siete de la noche y en mi cabeza sólo cabía el llegar a mi casa y comenzar la lectura del libro número siete, aquel en el que todo terminaría y en el que finalmente quedarían develados todos los misterios que por años rondaron a los fieles seguidores de la historia. Me tardé casi tres meses en terminar de leer “Harry Potter y las Reliquias de la Muerte”, y no precisamente por falta de tiempo o lentitud al leer, sino porque no quería llegar al final. Me rehusaba a creer que aquella aventura que cada día me ponía los nervios de punta y tanto me emocionaba llegaría a su fin. Por más que intenté posponer lo inevitable, hasta llegar a los niveles ridículos de leer diez hojas diarias cuando mucho, éste fin de semana llegué al punto final, no sin antes interrumpir en repetidas ocasiones la lectura para respirar, contener la emoción o ser conmovido hasta las lagrimas. Siempre valdrá y mucho la pena una novela que logre tocarnos de tal manera.

Siete libros, siete años de mi vida y más de 3,000 hojas resumen de manera parca el camino que recorrí a lado de Harry Potter. Y sin embargo, mirar esos siete libros sobre una de las repisas de mi cuarto es recordar batallas épicas, personajes entrañables, momentos llenos de tensión y otros tantos cómicos, momentos románticos y escenas llenas de ternura y esperanza.

No daré pormenores del final ni narraré la historia, pues para ello están los libros que son una maravilla. Muchos creen que Harry Potter no deja de ser un cuento infantil y no podrían estar más equivocados. Más allá del inicio rosa de la historia o de las películas, se encuentra un fondo más complejo del que se piensa. Salvó pequeños y a veces imperceptibles abusos deliberados del recurso de ‘la magia como solución a todo’, el final es impecable y lleno de una intensidad y vertigo que se mantiene desde el inicio del libro.

Es difícil decirle adiós a un libro así. No sólo extrañaré a Harry, Ron y Hermione. También echaré de menos esas tardes en las que mi mente viajaba, como un fantasma más, por los míticos pasillos de Hogwarts, siendo testigo de la más grandiosa historia que se pueda contar, aquella del niño que vivó.

viernes, 9 de mayo de 2008

Tus efectos secundarios

Salir contigo es cosa seria, tanto, que a veces pienso debería estar prohibido. Basta pasar unas horas a tu lado, para querer repetir la experiencia una, y otra, y otra vez, así hasta el infinito. Quiere el destino que hoy, viernes lluvioso y bañado de paz, aumenten los síntomas que mi deshidratado corazón a veces padece por ti. Tener sed de ti a penas es uno de los tantos efectos que provocas.

Ir muriendo de nervios en el auto, llegar puntual y esperarte, gozando esos minutos de retraso que saben a dulce tensión, promesa de vértigo de que cualquier cosa puede pasar. Entonces apareces. Más preciosa de lo que las horas previas a nuestro encuentro me pudieron sugerir, dueña del entorno que vuelves tuyo y transformas en la más sublime escena de cine. Segundos después, tras cruzar las primeras palabras contigo se cae en la cuenta de lo inútiles y deficientes que resultan los planes y tácticas de conquista. Tan espontánea que con tu mirada y voz serías capaz de desarticular cualquier ejercito. A esas alturas la pregunta deja de ser ‘qué hacer’, y sede la prioridad a cuestionarnos ‘cómo hacerle’ para sobrevivir sin perder la cordura en los minutos venideros.

Lo que sigue es una vorágine de sensaciones y momentos que carece de tiempo y espacio. Todo cambia, desde el color de las cosas hasta el clima frío que se viste de calidez. Más que transcurrir en un espacio lineal, los sucesos se van encapsulando en diferentes estampas de momentos. No me creo que sea yo el que está sentado frente a ti en aquel lugar. Menos que un comentario tonto logré hacer que sonrías y hasta rías. Alguna mirada, un pequeño dialogo, un silencio cargado de cien palabras sordas. Te vuelves mujer-fotografía y yo que para esos momentos caigo intoxicado de tu encanto no puedo sino almacenar esas diapositivas de ti entre el espacio que deja el alma y el corazón que se va hidratando de a poquito.

Y con eso me quedo. Ya de regreso, en la oscuridad de mi cuarto conciliar el sueño es imposible. Entonces caigo en la cuenta: los efectos secundarios por salir contigo comienzan. Una vez que dormite el sueño serás tú. Una vez que despierte la resaca de ti será total y comenzará así la sed y las ganas de retroceder el tiempo y volver a llenar cada uno de mis pensamientos de ti. Buscar en la tarde el rincón más silencioso para comenzar a torturarme por placer mientras una cascada de instantes y momentos me ahoga bajo el peso de la incertidumbre de saber que seguramente las cosas pudieron haber sido mejor. Recorrer lenta y minuciosamente los diálogos y actitudes personales para darme cuenta que dije muchas tonterías, guarde muchos silencios y no me comporté a la altura. El ‘¿Qué hubiera pasado si...?’ me aturde y antecede al cosquilleo de querer saber qué piensas tú, y si de casualidad logré llamar tu atención aunque sea la mitad de lo que tú hiciste conmigo.

Desconozco cuántas tardes de sed me esperan ni cuando volverá a repetirse el sueño de pasar unas horas contigo. Cuando el milagro se vuelva a dar, y vuelva a temblar de miedo por tu angelical presencia saciaré mi sed por unos momentos. Y luego las horas sin ti volverán. Y así hasta que poco a poco mi nombre se grabe en tu corazón o muera de sed.

No sé cuanto tiempo llevo viendo en mi cabeza las fotos de aquella vez. Me gusta pensar en ese instante como en una fotografía en la que la eternidad congela esa extrañísima sensación de saciedad que sólo contigo consigo.

martes, 6 de mayo de 2008

Por favor, no más Atún

Parte del encanto de un blog es el relatar lo extraordinario de la cotidianeidad. No recuerdo con exactitud las veces que en algún post he empleado la palabra ‘ya sé que no me van a creer’ antes de relatar algo y heme aquí, apunto de hacerlo una vez más. No sé si lo que están a punto de leer se pueda catalogar como historia sobrenatural, de terror, estúpida o cómica.

Anteriormente, el Atún era de esas comidas que me daban igual. No me gustaba mucho pero tampoco me desagradaba. Se diría que es un alimento sin chiste y hasta cierto punto simplón. A pesar de poder combinarse con infinidad de alimentos nunca me ha parecido la octava maravilla y aún así no tenía problema alguno en degustarlo ocasionalmente. Es más, mi favorita era mezclarlo con un poco de mayonesa y comerlo con galletas saladas. Del Atún también de puede decir que es barato, bajo en grasas y nutritivo... ah, y también que me odia.

La historia es la siguiente. A una calle de las oficinas donde trabajo se ubica una panadería de la línea “El Globo”. Mis compañeros y yo rara vez vamos por pan a ese fino expendio de pan, pues los precios son algo altos y nosotros pobres, sin embargo (sobre todo después de la quincena) hay veces en las que compramos rollitos de queso o empanadas de queso, que dicho sea de paso, saben muy bien. Uno de esos días en los que nuestro bolsillo así lo permitió, una compañera decidió ir a la dichosa panadería y traer nuestros encargos. Todos pidieron empanadas de diferentes sabores, yo no me iba a quedar atrás y pedí una de jamón con queso. Regresó, dejó la bolsa con las empanadas y nos dijo que agarráramos la nuestra. Obediente como soy, tomé la mía, fui a calentarla al horno de la oficina (para que según yo, el queso se derritiera) y regresé a mi lugar a comerla junto a mi computadora. Empecé a comerla y aunque tenía un saborcito un poco raro, estaba rica. Ahí estaba yo, feliz comiendo cuando comencé a sentir la mirada de mi compañera y escuché su amable comentario: “Gabriel, con razón desde hace rato me llegaba el olor... ¡Te estás comiendo mi empanada de Atún!, la tuya es esa de allá”. Y pues sí, después de agudizar mis sentidos mis papilas gustativas percibieron el característico sabor del atún. Para ese momento ya no sabía que era peor, si la pena de comerme la comida ajena, el sabor del atún caliente o el tufo a pescado que poco a poco se iba apoderando de toda la oficina. Al final me terminé de comer la empanada con el consentimiento de su propietaria original, claro que a cambio, ella se comió la de jamón con queso.

La anécdota hubiera quedado ahí, como uno de tantos ridículos si no hubiera sido porque dos días después decidí darle otra oportunidad a mi gusto de saborear una empanada de jamón con queso de El Globo. Por supuesto que tomé mis precauciones y en lugar de encargársela a alguien más, decidí ser yo quién en está ocasión bajaría a la panadería. Ahí estaba yo, feliz con mi charola y mis pinzas de pan surtiendo los pedidos de mis compañeros de la oficina cuando llegué a la zona de las empanadas. Pulcramente organizadas, las empanadas estaban clasificadas en diferentes charolas con letreritos de acuerdo a su contenido y sabor. Había de jamón con queso, rajas, carne, mole, atún y piña. El letrero con la leyenda ‘Jamón con Queso’ y la charola no podía mentir. Tomé una. La pagué junto con el resto del pan. Regresé a la oficina. Saqué mi empanada. La calenté de nuevo. Como niño gordo hambriento le di una mordida impaciente y.... ¡¡¡era de atún!!!. De nuevo el maldito atún (y caliente, para terminarla de fregar) frustraba mis anhelos gastronómicos. Por supuesto, la oficina de nuevo comenzó a apestar a Atún; por supuesto, mis compañeros se burlaron de mi mala suerte; por supuesto, ya qué, me quedé con las ganas y me comí el resto de la empanada.

Esa tarde advertí en mi casa que ya no quería saber nada del Atún. Que si bien no tenía nada en contra de esas pobres criaturas marinas, su aparición en los momentos menos esperados en mi comida ya estaba tomando tintes de broma macabra. Pedí que por favor, que al menos en un mes, el atún estuviera fuera de cualquier menú familiar.

Me queda bien claro que en parte se sufre porque se quiere. Ningún trabajo me hubiera costado ir por una empanada de Jamón con Queso al súper que está casi a lado de donde trabajo. O comprarla en algún expendio de pan cercano a mi casa. Al contrario, seguramente hubiera pagado menos y no habría lugar para el error. Sin embargo, cual enamorado mal correspondido tomé a la necedad y al orgullo como mis banderas y decidí que esos cadáveres horneados de unos malditos pescados desgraciados infernales dentro de un pan no se iban a burlar de mi. Sin avisarla a nadie (no quería testigos de mi aguerrida lucha) volví a la panaderia. Una, y otra, y otra, y otra vez, verifiqué que el letrero y la charola de las empanadas correspondiera. Ahí estaba yo, feliz y seguro de que la empanada que elegí era la correcta regresé al trabajo. Está vez decidí no calentarla hasta estar seguro de que el contenido de aquel pan era jamón y queso. La mordí...
...
...
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Quise llorar, aventar el pan y preguntarle a Dios por qué a mi. No era posible que por tercera vez el atún estuviera allí, burlándose de mi suerte y atormentando los límites de mi raciocinio. Aun así, volví a tragarme mi orgullo y de paso al resto de la empanada.

Pase varios días queriendo saber qué es lo que pasaba. Buscando una teoría lógica a mi desgracia. Finalmente una compañera del trabajo (la misma que era la propietaria de la primera empanada) me dio una explicación más o menos coherente: No se trata de la charola o del sabor el letrero de estas señale, sino la letra marcada en la misma empanada. La de atún tienen una A, las de Jamón una J, y así respectivamente. ¿Será?. ¿Tan distraido soy que mi ansiedad y el miedo al Atún me impidió notar aquellas marcas? Sé que es una idiotez; real, pero idiotez al fin y al cabo.

Hoy volví a la panadería. En efecto, las marcas estaban ahí. Con miedo tomé una empanada grabada con la letra J y apenas salí del establecimiento le di una mordida. Y el alma me volvió al cuerpo. Lo mejor no era el sabor del Jamón con queso sino la ausencia de Atún en mi bocadillo. Fui feliz. Terminó la maldición pero no mi miedo. No quiero saber nada que tenga que ver con Atún

sábado, 3 de mayo de 2008

Respaldo

Su humilde servidor, éste que ahora escribe y que también es autor de éste blog se complace en anunciarles que se casa. Por increíble que parezca, y a pesar de que hasta hace unos días no veía ni por dónde algo así pudiera concretarse, aquellos miedos de volverme un viejo solterón han quedado sepultados para siempre gracias a que tengo ‘un respaldo’.

Cuenta la leyenda y las buenas costumbres que un ‘Respaldo’ es un pacto entre dos amigos o conocidos para contraer matrimonio si a determinada edad ambos continúan solteros. La primera vez que me enteré de que algo así existía fue gracias a la serie Friends, cuando en un capitulo Phoebe le pide a Joey que sea su respaldo teniendo como fecha marcada la llegada de sus 40 años. Los problemas empiezan cuando Joey descubre que Phoebe también se comprometió a ser el respaldo de Ross, lo que provoca la furia de Rachel al enterarse que su amiga cuenta con dos respaldos y ella con ninguno. Pero bueno, para que los hago bolas con algo que muy probablemente han visto.

El punto es que a pesar de nunca considerar tener uno, el ‘respaldo’ (¿o debería decir ‘la’?) llegó de repente, cenando entre amigos mientas cenábamos tacos en un localito de la ciudad una noche de viernes. Una amiga (no mencionaré su nombre, pues más de uno podría sentirse ofendido o peor tantito, intentar quitarme el respaldo) me lo propuso de la nada y yo alegremente y a bote pronto acepté. Con nuestros refrescos brindamos sellando el trato y en seguido acordamos la fecha en la que, de continuar solteros, contraeremos matrimonio. En un principio dijimos que sería en el 2012, pero se nos hizo muy pronto; el 2013 podría ser de mal agüero. Al final decidimos que de darse la boda, será en el 2014, pues el 14 es mi número de la suerte. Además es año mundialista y con esto solucionaríamos el problema del lugar de la luna de miel: Brasil.

Tendré 32 años. Edad más que adecuada para contraer nupcias y darle por fin un rumbo fijo a mi vida. Osea que tengo seis años para buscar el amor con la confianza de que al final la soltería será derrotada. Aunque la verdad el tener un ‘Respaldo’ no da la tranquilidad que creí, pues siempre estará latenete el riesgo de que nuestro Respaldo sí encuentre a su media naranja y nosotros no. Cosa, en mi caso, bastante probable.

Me he dado a la tarea de estudiar todo lo referente sobre Los Respaldos y encontré que la tradición va más allá del capitulo de Friends. Lo malo es que en ningún lado dicen que hacer cuando uno pierde su respaldo o si está penado por alguna Ley Celestial de los Respaldos el tener más de uno. Si para el 2014 el calentamiento global no ha terminado con el mundo, si mi Respaldo sigue libre y sobre todo, si el silencio sigue siendo la respuesta del amor, están todos invitados a mi boda.