martes, 29 de mayo de 2007

Censúrenme si pueden



Alo Presidente Chávez, ¿qué hará usted cuándo lea este texto?... ¿mandará a cerrar mi blog, para poner uno en el que sólo se hablé bien de usted? Gracias a Dios su tiranía tiene fronteras y puedo extenuar mi opinión sobre su gobierno, por cierto, indignísimo para la nobleza de un pueblo como el venezolano.

Con todo y que no considero demasiado ético meter mis narices en los asuntos internos de otras naciones, pues en parte, no me gustaría que lo hicieran con el mío, hoy hablaré de Chávez, pues su accionar trasciende más allá de la política de estado para coartar uno de los principales derechos de los seres humanos: el de la libre opinión.

El domingo pasado, la emisora Radio Caracas Televisión transmitió por última vez después de más de cuarenta años de ser la televisora particular más importante en Venezuela. Obligada por el gobierno bajo el argumento e implementación de ‘medidas democráticas y bolivarianas’ para tener un nuevo canal con un contenido orientado a la exaltación de los valores nacionales. Así se lee y hasta se oye muy bonito, la verdad es otra.

Vamos reconociendo que al señor Chávez le incomoda que se piense diferente. No tolera que haya personas capaces de sostener y debatirle que sus puntos de vista, y modo de concebir el mundo, no son siempre los correctos. Son innumerables la cantidad de desaparecidos, detenidos y perseguidos durante los últimos años en Venezuela, debido a la poco tolerancia del gobierno a la libre expresión. Para un dictador (sí señor, eso es lo que Chávez es desde hace ya mucho tiempo) un medio de comunicación particular no puede ser sino un polvorín que en cualquier momento puede estallar en contra de sus intereses.

Al final, como un amante celoso que impide que su novia tenga contacto con alguien más por temor de que ‘la haga pensar’, así Chávez es, desde hace mucho, celador de la información que su pueblo recibe. Para su desgracia, los venezolanos no son tontos. Basta ver como ante cada medida autoritaria del mandatario cada vez más ciudadanos protestan, provocan disturbios, manifiestan su inconformidad. No estoy a favor de la violencia, pero a veces no hay otro camino para los cabeza dura.

Gracias a Dios su pueblo no es el único que hace corajes con su despotismo. Miles de personas en el mundo hemos sido testigos de los atropellos que usted, en nombre de su estúpida ideología ha cometido. ¿Quiere pasar a la historia?, ¡felicidades, lo está logrando! Tanto odia a Bush que está compitiendo directamente con él, pero por el título del más necio. Ambos censuran a sus medios. Ambos cometen actos atroces en nombre de un derecho divino y de sus pueblos que, dicho sea de paso, cada vez los apoyan menos.

El cierre de Radio Caracas Televisión es decirle a la población ‘no necesito que piensen’. Es cerrarles entretenimiento, oportunidades de trabajo, debate, libertad. Es atentar contra la dignidad y los derechos. Pisotear la individualidad para obligar a todos a una misma pluralidad. ¡Qué asco! Gracias a Dios vivo en un país en el que puedo opinar lo que quiera, sin temor a que al otro día me desaparezcan.

Definitivamente Venezuela no merece tales atropellos. Aguanten, no hay tiranías que sobrevivan mil años. Podrán quitarles los medios, pero la libertad de pensamiento ni con la muerte se acaba.

Censúreme si puede.

domingo, 27 de mayo de 2007

Vuelvete tormenta

La noche no puede dormir, está inquieta.

La noche se volvió madrugada y ni cuenta te diste. Obsesionado por ella, por imágenes que te laceran la conciencia, el corazón y la esperanza.

Cae una tormenta. Rayos, truenos, mucha agua. La madrugada se transformó en tus sentimientos para no dejarte sólo en tu inútil lucha por volver de lo imposible un milagro. Hoy la verdad no te deja dormir, quieres que amanezca ya, aunque el día de mañana será aun peor.

Por más tormentas y noches de verdad estrujante que haya, seguirás siendo un necio del amor.

viernes, 25 de mayo de 2007

El sismo que me dejó vestido y alborotado

Hoy escribo desde la ‘No zona de desastre’ que debería ser la Ciudad de México. Si los cientos de mails y rumores que circularon los últimos meses por varios medios de comunicación y de boca en boca hubieran sido ciertos, el día de ayer debería haber temblado.

No es que la falta de movimiento sísmico me desilusionara, al contrario, pero ya me había preparado para el catastrófico 24 de mayo que no fue sino un día común y corriente. Pero comencemos desde el principio, cuando casi un mes atrás me enteré que en la universidad, una maestra de mi hermana le habló del inminente e inevitable sismo de cerca de ocho grados que nos sacudiría en la mañana de ayer jueves. Días después fue una amiga quién me habló de la predicción, y para rematarla, decenas de mails con el mismo tema empezaron a meter duda a mi escepticismo. Cuando el asunto se mencionó en algunos programas de Televisión y Radio, pensé seriamente en mejor irme a Francia. Así, bastaron unos pocos días para que éste que hoy escribe, se tomara muy en serio el asunto del dichoso temblor y se volviera un emisario más de la noticia.

Por eso, cuanto vecino, amigo, familiar o extraño me topara, mi único tema de conversación era el temblor que estaba a punto de hacernos añicos y las medidas que debíamos de tomar para prevenirlo. Claro, no faltó quién me tachara (y hoy con justa razón, me tache) de loco, pero en su mayoría mis interlocutores se tomaban el asunto muy en serio y mínimo, se quedaban con un poco de mi ya mucha angustia.

Dicen que hombre prevenido vale por dos, así que comencé a dejar las cosas en orden por si Dios y el destino decidian que mi tiempo en el mundo de los vivos llegara a su fin. Le pedí perdón a todos aquellos que alguna vez ofendí e intenté recuperar un par de amistades. Por dos semanas me dediqué a comer todo aquello que me apetecía sin moderación alguna. Si el temblor me iba a llevar, poco importaría que yo estuviera más gordo de lo normal.

También hice un testamento y le saqué varias copias que coloque en lugares estratégicos por si acaso. A mi perro Margarito le dejé todas mis colchas, sabanas y almohadas. Mis playeras de fútbol a mi amigo Ángel, los pocos centavos que me quedan a mi hermana (herencia que perdería en cuanto se casara) y a cada uno de mis amigos y familiares uno de mis libros... obviamente, a cada quien le tocaría un titulo acorde a su personalidad. Eso sí, en caso de que mi casa se viniera abajo, no habría regalos para nadie.

Tres días antes de la supuesta desgracia, armé mi ‘Sismo-Kit’. Una pequeña maletita con botellas de agua, alimentos enlatados, un par de cobijas, una muda de ropa, un radio con pilas, una lámpara sorda, mi revista Maxim en la que salió Irán Castillo, mi ejemplar de Diablo Guardián, un balón de fútbol, chicles y las escrituras de mi casa.

Un día antes del sismo, ósea el miércoles, decidí que viviría una noche de pasión con la mujer que más amo en la vida y a la que por miedo no le he pedido que sea mi novia. Esa era mi intención, pero en cambio, pase la noche como todas las de mi vida: viendo la televisión y comiendo frituras. Me fui a dormir con la incertidumbre de no saber si vería un día más. Desperté. Me pellizqué. No era un sueño, seguía vivo. Aun así sabía que faltaban muchas horas para que el 24 de mayo fuera cosa del pasado.

Decidí no salir de casa. Pendiente de todo movimiento o ruido y la puerta de mi casa abierta por si acaso, pase uno de los días más largos de mi vida. Cerca de las tres de la tarde sentí ganas de ir al baño. La sola idea de encerrarme y hacer mis necesidades me causaba temor ¿y si a la tierra se le ocurría temblar justo en el momento en el que yo me encontrará ocupado en otros enceres?. Cuando ya no podía más, fui y regresé de aquella inevitable aventura biológica en un tiempo record de 49 segundos.

Es justo reconocer que a pesar del miedo, la idea de un temblor me tenía emocionado. Un acontecimiento así vendría a romper la monotonía de éste mayo. Sin embargo, ya en la noche, como novia plantada, me puse de mal humor. ¿Quién se creía ese temblor para no presentarse y dejarme esperando?, ¿acaso piensa que puede jugar así con mi tiempo? Por eso hoy escribo un tanto decepcionado. Nada está en ruinas, ni hay sirenas sonando por ninguna parte. Todo en calma y lo peor, yo quedé con fama de farsante que a ver quién me quita (lo malo, es que ya predije el fin del mundo para el 2012).

Aunque como dato cultural, les diré que ayer si tembló en un pequeño poblado en Veracruz, el movimiento no fue nada fuerte y no hubo ningún daño material que lamentar. Después de todo, los rumores no eran del todo falsos.

martes, 22 de mayo de 2007

Recuerdos de una noche de viernes

Una vez más, otra historia de mi vida.

Creo que nunca antes me había afectando tanto atravesar éste parque después de una sutil lluvia. Paso tras paso me doy cuenta que quizá no es el parque lo que me tiene así, sino el pequeñísimo pero a la vez infinito detalle, de que las bancas se encuentren llenas de parejitas que sin disimulo alguno se devoran con la mirada. Se acarician, se besan, se dicen frases inimaginables con sus voces llenas de tesituras melosas. Camino pues, en medio de un ambiente al que no pertenezco. Aspiro el aroma a tierra húmeda. El acordarme de una historia que quisiera ficticia lejos de ayudarme me revuelve el estomago.

Me niego a contarla, pero lo que sucedió esa noche me obliga no dejarla morir en el olvido y soledad de la memoria. Sólo tú la entenderías pues fuiste la otra mitad del cuento. Aunque seguramente la leerás sé que no dirás nada, pues ni siquiera merezco tus palabras después de haberme portado como un patán.

Aquella noche de viernes también había llovido. Eran casi las once de la noche y mientras atravesaba Avenida Insurgentes Sur recibí en mi celular uno de tus mensajes. Decías que ya querías verme, que por favor no tardara. No te contesté. Tampoco aceleré. Al contrario, bajé más la velocidad, como queriendo postergar lo inevitable. En el radio, mi disco de Panda sonaba sin que le pusiera mucha atención. Las manos me temblaban y el estomago sentía el vacío propio de quién se sabe condenado a lo desconocido. Y ahí iba yo. Preguntándome cómo o por qué diablos me metí en ese lío del que quería escapar desesperadamente.

Nunca sabré por qué me contactaste por medio del Hi5. Me diste tu correo electrónico y tu número telefónico. Un poco divertido y un mucho intrigado te contesté. Se supone que ese tipo de cosas no me suceden a mí. Que una chica sólo por mis fotos y mi información de contacto me busque y me diga que parezco ‘interesante’ es algo tan ajeno a mí, que terminé por sucumbir a la duda. Entré a tu perfil de Hi5 y vi tus fotos. En tu mirada se guardaba un toque de misterio, algo en ti me decía que podrías ser la coincidencia más afortunada de mi vida. Así comenzamos a platicar por medio del messenger, de mensajes de celular y correos electrónicos. Comencé a coquetearte por medio de palabras, y aunque varias veces planeamos vernos, el día que me lo pediste en serio no pude inventar más pretextos y accedí.

Esa noche era tu cumpleaños. Lleno de nervios llegué al Ocean´s Drive y dejé mi auto en el Valet Parking. Te mandé un mensaje y te esperé en la entrada de los baños. Y tú que no llegabas. Y yo que te veía en cada una de las chicas que bajaban y subían por la escalera. Y yo que me desesperaba. Y mi celular sonó de repente. Y no. No eras tú. Era mi amigo Isaac al cual hubiera querido gritarle que me sacara de ahí, que sólo era un niño tonto jugando a las citas a ciegas.

- ¿Gabriel?

Bastó escuchar mi nombre pronunciado por una voz de mujer para darme cuenta que al menos en aquel lugar, yo ya no era un desconocido. Giré y te miré. Muy diferente al rostro de tus fotos pero igual o más interesante pronuncié tu nombre con todas las ganas de que me confirmaras que eras tú, la chica del cumpleaños, mi cita a ciegas.

Eras tú. No recuerdo que tonterías sin sentido alcancé a balbucear ni lo que me dijiste después. Iba como flotando detrás de ti, mientras nos dirigíamos a la mesa en la que se encontraban tus amigos. A ciencia cierta nunca supe que impresión causé en ti, menos en tus amigos. Cuando llegué a la mesa me senté junto a ti, justo en la orilla. Pedí una cerveza y tímidamente comencé a platicar contigo. Me ayudó mucho el que vivieras muy cerca de mi casa y tuviéramos como tema de conversación el mercado de La Rodeo, Plaza Oriente y la construcción del nuevo Metrobús de eje 4. Y así, de tema en tema la conversación cada vez fluía más. Éramos como punto y aparte del resto del restaurante bar. Por un lado la música, las pantallas con videos musicales y tus amigos, todos hombres, platicando entre ellos; y por otro, tú y yo, hundidos en platicas que no nos llevaban a ningún lado pero que al menos a mi, me hacían sentir vivo en las últimas horas de un viernes que pronto cambiaría a sábado.

Media hora después todos tus amigos se despidieron. Tú decidiste regresarte conmigo... y un amigo tuyo que se nos unió. Bajo el argumento de que aún era temprano te sugerí ir a otro sitió. Iba manejando y tomaste mi mano izquierda. Así, tomados de la mano y jugando con nuestros dedos salimos del rumbo de San Ángel. Era difícil manejar un auto estándar con una sola mano, pero ni loco te hubiera soltado. En Coyoacán no encontramos nada abierto. Tomé la decisión de dirigirme a un Oxxo y comprarte un café. Finalmente tu amigo hizo el comentario más sensato de la noche y nos pidió que lo lleváramos a su casa. Finalmente y por primera vez en la noche éramos dos.

Ya no quería hablar. Supongo que tú tampoco. Por eso detuve mi auto en un parque. Vigilados de cerca por una iglesia supusimos que bajo el amparo de los santos nada nos pasaría. Después de minutos que se me hicieron eternos me besaste (después dirías que fui yo quien lo hizo, yo te contestaría que eso ya no importaba). Y así pasamos un rato que de momento y para siempre soy incapaz de calcular, pues sigo sin saber si todo aquello fue real. Me hundí en ti, en otro sabor que de tan nuevo y espontáneo me golpeaba como la ausencia de gravedad en el espacio. Flotando en la nada, queriendo rebasar fronteras, esquivando asteroides con todo el cuidado de no estrellarme con alguna estrella.

Casi a las cinco de la mañana te llevé a tu casa. Tu mamá salió a recibirte y minutos después, ya en mi cuarto, la confusión de lo que acababa de pasar me impidió dormir inmediatamente. ¿Por qué todos aquellos supuestos amigos tuyos, no se conocían entre sí, y también los contactaste vía Hi5? ¿Qué te orilló a irte conmigo, besarme y dejarme plantado de dudas? ¿Qué pensarías ahora de mi? ¿Qué pasaría al otro día, y después, y después?

Horas después me mandaste otro mensaje. Querías que nos viéramos. Por una u otra cosa quedamos que mejor otro día. Y así, poco a poco dejé de tener contacto contigo. A veces me mandabas un mensaje, a veces un mail, a veces nada. Y por eso te pido perdón. Por no volverte a buscar, por no repetir la experiencia de aquella noche de viernes y que pudo habernos llevado a una aventura mucho más profunda e interesante. Perdona por haber matado el amor naciente de tajo. Por tener miedo de quererte y entregarme a ti por estar esperando un sueño que a ratos se me antoja imposible.

Quiero que sepas que esa noche me sentí bien. Que apareciste para salvarme de un abismo, y que mi única forma de agradecerte fue desapareciéndome de ti para no causarte daño con mi forma de ser. Por eso, casi tres meses después de haberte conocido me confieso y te digo que hay días en los que me arrepiento de haber dejado ir la oportunidad de convertirnos en ‘nosotros’. ¿Cómo te explico que no puedo pasar por el mercado de La Rodeo o por un Block Buster sin sentirme culpable y a la vez mala persona? ¿Alguna vez te besé, me recuerdas... o será que ni siquiera sirvo para recuerdo?

No tengo ni cara para ahora escribir esto. Aunque quizá este sea mi mejor y único regalo que te puedo dar. Renuncie a ti y no sé, a veces pienso que hubiéramos formado un lindo presente de no ser porque la imagen de otra persona no abandona mi mente por más esfuerzos que hago. Es una tontería pedir amor a gritos y despreciarlo cuando éste llega. Espero que el tiempo no me haga pagar con soledad la tontería de ‘dejarte para una mejor ocasión’.

Lo lastimoso del asunto no eres tú. Encontrarás a alguien mejor que yo. Lo triste soy yo, que he amado mucho, pero que como una verdad más lacerante que cientos de cuchillos, me doy cuenta que en realidad no he sido amado. No he despertado en nadie la pasión suficiente. Nadie me ha querido como yo lo he hecho, desinteresadamente. ¿Existe algo más triste que yo, solo en el parque?.

Comienza a llover de nuevo. Las parejitas del parque aprovechan para acurrucarse y darse calor. Soy el único al que las gotas le provocan escalofrío.

sábado, 19 de mayo de 2007

Envidia de la buena





“Lo difícil no es encontrar el tiempo para escribir,
sino toparse con la inspiración”


Mi amigo y vecino Jonathan Chande, un año menor que yo, estudió Cibernética en la Universidad La Salle. Al parecer trabaja por el rumbo de Santa Fe y vive con su mamá a unas casas de distancia de la mía. Además, en sus tiempos libres, tiene un par de blogs en los que escribe acerca de mil y un temas interesantes con bastante regularidad y atino.

Hace un par de meses, por motivo de su cumpleaños tuve la oportunidad de asistir a una comida en su casa y enterarme de que mi buen amigo escribe, además de sus blogs, un diario. Y lo hace a la vieja usanza, en una especie de cuadernillo de pasta negro, cuyas páginas blancas llenas de caligrafías finamente trazadas por bolígrafos de tinta negra y azul, le dan un toque de elegancia y distinción a los escritos.

Me impresionó saber que lleva años escribiéndolo. No crean que lo hace ocasionalmente, al contrario, por las fechas uno se da cuenta de que el autor lo hace de manera bastante constante y detallada, de tal manera que cualquier acontecimiento en su vida está registrado por su propio puño y letra.

Originalmente, la intención del ‘Jony’ era mostrarme sólo un escrito de su diario, correspondiente al día de la muerte de mi padre. Y obviamente, un servidor no se quedó quieto y empezó a hojear aquel cuadernillo de apuntes en el que con sólo una miradilla pude enterarme de chismes, secretos, anécdotas, pensamientos, y de más pormenores de la vida de mi amigo, quien un poco irritado me pidió en repetidas ocasiones que me limitara a leer lo que me había señalado.

Siempre ocurre que termino por desesperar a la gente. Después de unos minutos de sana lectura de lo que ‘no me importa’, Jony me quitó el cuadernillo y la comida siguió sin novedad alguna. Obviamente (y sé que la victima lo leerá), me enteré de muchas cosas que de seguro el autor preferiría quedaran en el anonimato “ñaca ñaca” (eso pretendía ser una risa maléfica). Pero como soy tan bueno, no las comentaré hoy, sino hasta el próximo año bisiesto (saquen sus cuentas, y verán que no falta mucho).

Ya en serio, saco el tema del diario por la simple y sencilla razón de que yo siempre he querido tener uno. Eso de escribir el día a día de nuestras vidas e irlo guardando para la posteridad y satisfacción personal me parece delirante. Durante mi infancia varias veces intenté escribir uno, pero siempre la desidia y la falta de ganas terminaban por abortar mis buenas intenciones.

Por eso, el que Jonathan haya logrado ser constante por años me da envidia, pero de la buena, pues no conforme con llevar un registro casi perfecto de su vida, redacta de una manera tan interesante que uno podría pasarse la tarde entera leyendo. Encuentros, desencuentros, romances, enamoramientos, vida cotidiana, sentimientos, etc. Todo cabe en un diario sabiéndolo acomodar.

Dirán algunos respetables lectores, que al poseer yo un blog de cierta forma aspiro a tener una especie de diario electrónico. La verdad es que no. Mientras yo escribo regularmente, tres veces por semana en éste espacio de temas variadísimos y sin relación (lo que alcanzo a escupir, a veces con mucho trabajo de mi cabeza), Jony en cambio, con mucho menos tiempo libre que yo, lo hace siempre de forma ordenada y coherente cada que algo significativo ocurre en su vida, eso sí, sin descuidar sus blogs que de tan diferentes y variados, parecen escritos por diferentes personas.

Por eso mi amigo me da envidia, recalco de nuevo, ‘de la buena’. Él es capaz de escribir sobre diferentes cosas en un día, y siempre le suceden cosas interesantes. Parece que siempre tiene la inspiración de su lado y la originalidad del otro. En cambio yo, que supuestamente me considero un intento de escritor, carezco de toda consistencia. Escribo diario, sí, pero casi todo termina en la basura. Sufro, con una constancia aterradora, de bloqueo del escritor, y para colmo, en mi vida nunca ocurre nada interesante.

Me siento a escribir y las ideas no llegan. Imaginemos entonces, que haría yo con el propósito de escribir un diario personal. ¡Claro!, lo de siempre: tirarlo por la borda. Lo mismo sucede con éste blog, no público diario no porque no quiera, sino porque no siempre salen textos medianamente aceptables, y a veces, ni el intento hago. Digamos que escribo para curarme el corazón, más por necesidad que por vocación. Generalmente, cuando un texto nuevo aparece en éste espacio es porque algo pasó, que me hizo refugiarme en la escritura. Sí, ya lo sé, estoy ya muy mal.

En fin. Todas estas palabras para decir que mi amigo y vecino Jonathan Chande nació con ese don de tener siempre que decir y de volver su vida la más interesante. Y eso, me provoca envidia de la buena.

jueves, 17 de mayo de 2007

Ahora mismo, todo menos esto

Ahora mismo estaría bien tomar un avión rumbo a Nueva York, caminar por alguna calle en Singapur o simplemente, sacar un balón y ponerme a jugar fútbol. Podría también comerme un hotdog, con mucha catsup pero sin mostaza. O salir en la noche y buscar una muchachita con la cual hablar.

Salir y pelearme con cualquiera. Tomarme un refresco con hielos. Comerme un durazno. Buscar lombrices de tierra. Hacerme el amor solito. Reciclar latas vacías. Viajar a Punta del Éste. Besar ranas. Masticar pasto. Pasármela hablando de Dios como aquellos que van a morir. Donar sangre. Comprarme un halcón.

Jugar canicas tampoco estaría mal. Ir a la papelería, comprar un álbum de estampitas y llenarlo. Leer toda la tarde, asaltar un banco, dormirme un rato. Platicar con un amigo, lavar el auto, oír música, conseguir trabajo y renunciar. Todo eso y más podría estar haciendo justo ahora. Componer una canción de amor, subirme al metro sin dirección, andar en bicicleta, comerme un dulce chamoy. Infinitas posibilidades para esta tarde. Infinitas decepciones.

Y es que podría hablar con Dios, pasear a mi perro y subir un cerro. Ver la televisión toda la tarde o pasarme horas en el baño. Nadar en el tinaco, prepararme un taco. Cortarme el pelo, decir groserías, jactarme de macho, sentirme poeta. Podría poder querer. Querría querer poder.

Si quisiera estaría en una fiesta. Aprendería a bailar, me iría a Teotihuacan. Y así, estaría por aquí y por allá. Qué no haría, qué no disfrutaría, qué de oportunidades y caminos se abrirían ante mí.

Ahora mismo todo estaría bien. Todo menos está enfermiza costumbre de pensarte y que me hace necesitarte, que me hace amarte.

martes, 15 de mayo de 2007

Atlante, ¿qué te están haciendo?



Me han quitado la mitad del corazón. El Atlante, equipo de mis amores se muda a Cancún, Quintana Roo, después de años de malos manejos de sus directivos que cómo siempre, culpan a la falta de afición del cambio de sede de los Potros de Hierro.

No me había dado cuenta de lo doloroso de la situación, hasta hace unas horas que hubo una pequeña reunión de aficionados atlantistas afuera de las instalaciones de Televisa Radio. Y fue entonces, al estar entre ellos que la pesadez de perder a mi equipo favorito me cayó con todo su peso. No se trata sólo de ya no apoyar religiosamente a mi equipo en el estadio cada quince días, ni de darse cuenta de que aquella pasión que durante toda mi vida me ha acompañado de pronto se acabe. No. Se trata de darse cuenta de que con el anuncio de la salida del Atlante del Distrito Federal, se acaba una de las tradiciones más entrañables del fútbol mexicano. E incluso, me atrevo a decir que esta salida, culturalmente hablando también es una perdida para la ciudad.

91 años de historia. 2 campeonatos. Varios descensos. Buenos momentos. Sufrimiento. Irle al Atlante es un estilo de vida, una tradición que se transmite de generación en generación y que al menos yo, no cambio por nada. Pero, ¿qué pasa cuándo los directivos que desde hace años le han hecho daño se deciden a darle la estocada final?

Para mí el Atlante murió hoy. Aquel que a partir de agosto jugará en Cancún (por cierto, la ciudad más lujosa y elitista de México) no es el equipo del pueblo del que me enamoré perdidamente desde mi infancia. Atlante es Distrito Federal, no playa. Atlante es afición humilde, pero fiel. Se llevan un muerto. El verdadero atlantismo se queda vivo en el corazón de sus aficionados que siempre estuvimos ahí, por difíciles que fueran los tiempos.

Ahora podría hablar de los muchos errores que nos llevaron a éste punto lamentable, pero eso no remediara el sentimiento de luto en mi corazón. Esta tarde vi llorar a varios hombres y mujeres que sienten que con la partida del equipo, pierden una parte de su corazón, de sus vidas. Sólo se trata de fútbol, sí, pero si alguien ha amado, sabe lo que duele dejar ir al amor de tu vida. Jamás imaginé que escribiría estas líneas que de paso sepultan un poco (¿o un mucho?) de mi.

Las leyes de éste blog prohíben escribir groserías o palabras con mala intención. Sin embargo, no duden que ésta tarde dirijo todas las que sé a los directivos que operan sólo por dinero, aunque pisoteen los sentimientos de sus aficionados.

Me quedaré con el grato recuerdo de los triunfos. Con la fuerza de los colores azulgrana y su escudo sagrado. Con aquellos jugadores y aficionados que contribuyeron a grabar con letras doradas el nombre del Atlante. No sé qué haré mañana, si seguiré o no al Atlante Quintana Roo o esperaré a que desaparezca y renazca en el DF, o guardaré el recuerdo de estos años.

Sin embargo, lo único seguro es que nunca dejaré de ser atlantista, pues el verdadero Atlante soy yo y sus fieles aficionados. Lo traemos en el corazón.

sábado, 12 de mayo de 2007

Aquella hoja que se enamoró de ti

No se trata sólo de pensarte. Si fuera así, el momento de mirarte no sería tan mágico.

Tanto la vida, como el amarte, se tratan de volverse una hoja al viento. Viajar de acuerdo a la voluntad de Dios en sus caricias disfrazadas de brisa. Ir por aquí y por allá, por dónde el mundo decida. A veces volando alto, a veces a ras del suelo.

Sutil y lentamente. Sin prisas pero con elegancia. Si de todas maneras tarde o temprano todos caemos, quiero disfrutar el viaje... al final el otoño llegará y todos lo haremos.

Por fortuna es primavera y esto apenas comienza. Hasta las hojas secas hablan al volverse nuestro camino. Bendita tú, flor de mi corazón que no caerás. Bendito yo, que no soy una hoja y puedo tocarte con mis ganas. Benditos sean los aires que tarde o temprano me lleven a ti.

Que bueno que te quiero, de otra forma sería imposible explicar mi existencia; o el mundo de Dios; o una hoja de árbol que de tan enamorado se secó y partió en mil pedazos.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Gracias Adal



Querido Adal Ramones:



Recuerdo la primera vez que te vi. Fue un sábado en la tarde, yo tenía 13 años y sin querer sintonicé canal 9 y ahí estabas. Usabas gorra y vestías como cualquier muchacho de mi edad. Hablabas y hablabas de aeropuertos frente a la cámara, poco después supe que aquel monologo era la sección de apertura de un programa que llevaba apenas un mes al aire.

‘Otro Rollo’ era el nombre de aquella emisión que desde ese entonces se volvería mi favorita. Una semana después memoricé tu nombre sin imaginar que te volverías un referente en la historia de la historia de la televisión mexicana. Entonces Otro Rollo era transmitido los lunes por Unicable, y repetido los sábados en televisión abierta. Gracias a ti, le pedí hasta el cansancio a mi papá que instalara cable en la casa para poderte ver en vivo y no en una repetición.

Con el tiempo me volví fan de hueso colorado no sólo de ti, sino de Yordi, Mauricio Castillo y todo el concepto del programa. Y es que nunca antes había visto algo así en televisión: un espacio en el que hubiera humor, creatividad, inteligencia, grandes entrevistas y sobre todo, pasión por el entretenimiento. Sin saber cómo paso, me fui convirtiendo en un Adal a escala: usaba gorras, escribía mis propios sketches y monólogos, y hasta me imaginaba que era yo, y no tú, el conductor del programa.

No faltaba quién te criticara y dijera que aquel éxito en realidad era inmerecido, y yo te defendía diciendo que tu programa estaba bien hecho y tenía calidad, que tu programa pasaría a la historia como uno de los mejores. El tiempo me daría la razón y llegarías a canal 5, manteniendo siempre un gran rating, entrevistando a todos los grandes personajes de la vida pública nacional e internacional, e innovando siempre con divertidas dinámicas y retos. Desde entonces, concebir un martes sin ver Otro Rollo antes de irme a dormir era inconcebible.

Y así pasaron 12 años, hasta ayer, 8 de mayo, día en el que se transmitió el último Otro Rollo.

Contrario a la mayoría de los programas que salen del aire, el tuyo no se va por bajo rating, falta de patrocinadores o problemas internos, no, al contrario, se va porque tú mi querido Adal, eres un creativo por naturaleza, un hombre de retos. Se termina Otro Rollo pero te seguiremos viendo en tu nuevo proyecto y sueño ‘¿Y ahora qué hago?’, comedia de situación que seguramente será otro éxito en tu carrera.

Hoy ya no quiero ser tú, pero no puedo dejar de admirarte.

Casi apostaría que no leerás esta carta, pero de cualquier manera necesitaba escribirla, es lo menos que se puede hacer por alguien que por años me alegró la vida. Ahora mismo, mientras escribo no sé ni por dónde empezar pues son tantas las cosas por decirte que de seguro me quedaré corto. ¿Sabes que tú eres uno de los grandes culpables de que estudiara Ciencias de la Comunicación?, además, me enseñaste que uno puede amar la comedia y el humorismo a tal grado de volverlos un estilo de vida. Gracias, porque viéndote a ti me doy cuenta de que crecer no significa renunciar a tus sueños, ni dejar de jugar y ver lo divertido de la vida.

Ayer, mientras despedías tu programa acompañado de los otros conductores sentía que una parte de mi se iba con ustedes. Llorabas y no eras el único, varias veces yo sentí que las lágrimas se me escapaban y que un nudo se formaba en mi garganta. Y es que no sólo eres un icono de mi generación. Creciste conmigo. No importaba que se me cayera el mundo en pedazos, yo sabía que cada martes bastaba encender mi televisión para que me sacaras una sonrisa. Y eso mi querido Adal, no tiene precio. Tú eres la prueba de que las cosas pasan, y yo quiero creerlo.

El problema de escribir cartas a alguien que tanto admiras es que siempre sientes que ‘te falta algo’. Son 12 años de recuerdo y no te digo adiós, sino hasta luego, pues en unos días estrenas programa y estoy seguro, Otro Rollo volverá. Con el corazón inundado de sinceridad te doy las gracias a ti y a todo tu equipo por haber hecho de mis martes Otro Rollo. Gracias por haber querido divertirme aun a costa de tu salud y problemas personales. Seguramente volveré a escribir sobre ti, hasta entonces, que Dios te bendiga mucho.

lunes, 7 de mayo de 2007

Una imagen desoladora

Es mediodía. Caminas por el andén de la estación Iztacalco esperando sin mucha prisa que llegué el metro y te dirijas, como cada día, al trabajo. Miras pero sin ver lo que sucede a tu alrededor, pues tu mente -lejos de encontrarse con las caras de quienes como tú, continúan su espera-, se encuentra absorta en la lectura de un libro de Vargas Llosa y en la música que sale de tu pequeño ipod.

No sabes, no te interesa saber ya cuántos minutos llevas ahí. Tampoco si por éste retraso (el cuarto del mes) te correran del trabajo, pues a tú edad y con tus padres asegurando tu futuro, el mañana poco importa. Notas que a tu alrededor la gente se desespera, y sin embargo, a ti te basta con escuchar ‘Let it be’ de The Beatles para tranquilizarte y ‘dejarte ser’.

Después llega el metro, siempre naranja, siempre igual. Subes. Apenas pones un pie dentro del vagón y el mundo se te cae pues ya viste al primero de ellos. Intentas esquivarlo con toda la habilidad que tu repentina sorpresa te permite. Y ahí está: un joven, casi un niño de no más de 16 años yace dormido en una de las esquinas, muy pegado a la puerta. Zapatos sucios, sin agujetas y casi en pedazos; pantalón descolorido, sucio y deshilachado; y en su rostro inconsciente y maltratado, lleno de costras de mugre la expresión de aquellos que no tienen nada, salvo los deseos de olvidar todo en el sueño.

Te preguntas si está drogado, borracho, aturdido o sólo dormido. Pronto descubres que no es el único. Cerca de él, dos niños más pequeños pero igual de descuidados juguetean, saltan se empujan. Son sus hermanos, y tampoco ocultan la pobreza que a estas alturas empieza a transformarse de incomoda a lastimosa. Junto a ellos va quién crees es su padre. Un hombre joven que según tus cálculos no rebasa los cuarenta y cuya imagen no sería tan desgarradora como la de sus hijos, de no ser por un pequeño detalle: una bolsa de diálisis que sale de su playera rota del América y que cuelga en uno de los extremos de su pantalón, sin que a su propietario le importe mucho que todos a su alrededor lo vean con una especia de asco mezclado con piedad.

Entonces caes en la cuenta de la fortuna de tu fortuna que siempre maldices. Pues ante un espectáculo así, ni Vargas Llosa, ni Los Beatles, ni tu ipod pueden quitarte la pesada sombra de tristeza que velozmente se apoderó de ti. Quieres decirte que aquello que hoy ves por descuido en realidad no existe, mientras te preguntas cómo esa familia tan peculiar soporta vivir en un mundo que más bien parece calvario.

Llegas a la siguiente estación. Sólo llevas un minuto contemplando aquel drama y ya quisieras salir a tomar aire y olvidar todo. Recobrar la alegría inicial de tu viaje. Pero no bajas. En esas cuatro personas hay algo que no te deja abandonarlas, un pudor por lo ajeno que te paraliza y que sólo te permite darles la espalda y caminar hasta el otro extremo del vagón. Cambias la canción del ipod por una más alegre de Black Eye Peas y no vuelves a voltear.

Tres horas después estás en el trabajo. No te despidieron. De tu recorrido en el metro ya ni te acuerdas.

De no haber volteado, te habrías dado cuenta que unas estaciones más adelante un vendedor entró ofreciendo un disco compacto pirata con canciones infantiles. De no haber volteado, hubieras visto como los dos hijos menores del hombre con la diálisis saltaban llenos de alegría y como éste, conmovido por la sonrisa de sus hijos, busca y saca de una de sus bolsas la única moneda que trae. Diez pesos, que de igual manera no le quitarán su problema de insuficiencia renal, ni le dará a sus hijos un futuro más brillante o al menos unos zapatos decentes. Diez pesos que sin embargo, los anestesiarán, al menos por esta tarde, de su triste y desolador futuro.

jueves, 3 de mayo de 2007

Mi triste historia con las Cheesy Pops

Esta tarde caí seducido por un anuncio de televisión. Supongo que si vives en México también lo habrás visto. Es de la cadena Pizza Hut, y en él aparece el grupo de música Belanova promocionando la nueva pizza Cheesy Pops. Básicamente, el encanto de dicha pizza radica en que la orilla está formada por pequeños bocadillos (como dedos) de pan, rellenos de queso. Por supuesto, en los carteles, propagandas y televisión todo se ve riquísimo. Motivo suficiente, para desde hace un par de semanas caer enamorado de aquel apetitoso bocadillo del que juré, algún día tendría la dicha de probar.

Esta tarde no había comida en casa, así que a petición popular de casi todos los integrantes de la familia (mi mamá nunca se mostró muy optimista que digamos) decidimos llamar a Pizza Hut y pedir una
Cheesy Pops
de peperoni, con todo y papás y refresco. Veinticinco minutos después, recibimos de manos del repartidor el tan anhelado alimento y nos dispusimos, literalmente, a tragar como animales enfermos. En apariencia, la pizza es idéntica a la de la publicidad. Aunque después de un buen rato de observarla, uno puede darse cuenta que la presencia de los bocadillos en la orilla, reduce considerablemente la superficie de la pizza como tal. Pero detalles como éste, cuando una está hambriento, pasan a segundo termino.

Ahora viene lo triste de la historia...

Fue mi mamá, la primera que notó algo raro en esa pizza. Su cara, completamente asqueada al darle la primera mordida denotaba que algo no estaba bien. Pueden ser cosas de la edad, igual y el paladar de su generación no está acostumbrado a sabores novedosos, pensé. Pero no. Justo en el momento en el que le di una mordida a uno de esos bocadillos comprendí todo: aquel dedo de pan y relleno de queso sabía exageradamente a ajo. Tanto que por momentos tuve la impresión de estar masticando un ajo entero. A pesar de que solo los había comido como condimento (y muy poco), los ajos nunca me han gustado. Total, que todos acabaron despreciando la que hasta hace unos minutos debería haber sido la maravillosa orilla de bocadillos. Bueno, todos menos yo, que decidido a encontrarle el gusto a los bocadillos opte por sólo comerme el queso de su interior, que por cierto, no sabía a ajo. Cabe señalar que el resto de la pizza estaba muy rica (bueno, normal).

Tres rebanadas después, decidí ir a mi cuarto y ver la televisión un rato (si, hasta yo necesito descansar de vez en cuando). Ya sé que esta acción, lejos de favorecerme me hará engordar, pero bueno, esa es otra historia y por el momento no quiero dar más lastima de la necesaria. Total que me encerré para que, en caso de caer dormido, nadie me molestase. Una hora después mi hermana irrumpió en mi habitación, nunca supe para qué pues apenas abrió la puerta su grito de ‘¡¡¡apesta un buen a ajo!!!’ rompió mi calma.

Al principio pensé que era broma y no le di la mayor importancia. Después fui al baño y al regresar a mi cuarto me di cuenta de lo insoportable que se había vuelto la atmósfera. Efectivamente todo apestaba a ajo. No crean que un poco, no, mi cuarto era una autentica cámara de gases mortíferos hechos a base de ajo. Abrí la puerta, la ventana, y nuevamente me salí con la esperanza de que todo fuera un error. Y no. Es más, el cuarto cada vez olía peor. De tanto entrar y salir mi hermana volvió a hacer acto de presencia tan solo para pedirme que me quedara quieto, pues de tanto moverme estaba propagando el olor por toda la casa. Lo peor de todo, es que iba a salir en la tarde. Así que decidí darme un baño. Obviamente, la ropa también la dejé oliendo a ajo.

Salí de bañarme, me perfumé y estaba dispuesto a irme cuando por mera precaución me encerré en la cocina de mi casa unos instantes. Salí. Volví a entrar. ¡Y ahí estaba el maldito olor a ajo!, igual de penetrante e intenso que la primera vez. Del olor de la ropa con la que supuestamente iba a salir, mejor ni hablo. Volví a bañarme. Me tallé casi con odio. Me perfume el doble y al oler de cerca mi brazo, de nuevo percibí el maldito olor que a estas alturas, sospecho que es cosa del diablo.

Cancelé mi salida. Nadie en su sano juicio querría pasar la tarde con un diente de ajo gigante. Hace unos minutos salí de bañarme por tercera vez, y aunque también masco entero el contenido de una caja de chicles de menta, el olor sigue ahí. Ignoró si se irá algún día, o quedaré condenado a estar encerrado en mi cuarto hasta que mi hermana se harte por el apeste y termine echándome de casa. Yo mismo empiezo a no soportarme. Como consuelo, me pregunto si todas las personas que tengan la mala suerte de comer una
Cheesy Pops olerán igual, o si sólo se trató de una pizza demasiado condimentada. Una cosa es segura, al menos en este momento, soy inmune a las mordeduras de vampiros.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Se me cae tu corazón

Se me cae un momentito, contengo el aliento, y ahí voy de nuevo por tu corazón. No quiero que se rompa, no quiero que se vaya, pero está claro que en mis manos no está cómodo, que quiere escapar.

Y despierto.

¿Qué haces apareciéndote en mis sueños?, y peor tantito, ¿por qué te tomas la libertad de aun en ellos, ser igual de inalcanzable? Me levanto y estoy vacío. ¿Tú dónde estás? Tiempo atrás era fácil encontrar las respuestas de mi alma sobre ti. Hoy mi ignorancia sobre ti hace que el pensarte sea como caminar en el vacío, con el riesgo siempre latente de desplomarme hacia la nada.

Yo hoy ya no tengo nada, pues hasta en mis sueños estás lejana...

Y aunque me digan papanatas, obsesionado e inmaduro sabes que todo es por ti. Que estas letras, estas ideas y este sufrir nace a partir de tu reír. Que aunque no quiero te pienso, cierro los ojos y te veo. Mi respiración combina con la palabra ‘corazón’.

De que sirve dormir, si al despertar estaré solo. De qué sirve soñarte, si aun así te vas.