Una vez más, otra historia de mi vida.
Creo que nunca antes me había afectando tanto atravesar éste parque después de una sutil lluvia. Paso tras paso me doy cuenta que quizá no es el parque lo que me tiene así, sino el pequeñísimo pero a la vez infinito detalle, de que las bancas se encuentren llenas de parejitas que sin disimulo alguno se devoran con la mirada. Se acarician, se besan, se dicen frases inimaginables con sus voces llenas de tesituras melosas. Camino pues, en medio de un ambiente al que no pertenezco. Aspiro el aroma a tierra húmeda. El acordarme de una historia que quisiera ficticia lejos de ayudarme me revuelve el estomago.
Me niego a contarla, pero lo que sucedió esa noche me obliga no dejarla morir en el olvido y soledad de la memoria. Sólo tú la entenderías pues fuiste la otra mitad del cuento. Aunque seguramente la leerás sé que no dirás nada, pues ni siquiera merezco tus palabras después de haberme portado como un patán.
Aquella noche de viernes también había llovido. Eran casi las once de la noche y mientras atravesaba Avenida Insurgentes Sur recibí en mi celular uno de tus mensajes. Decías que ya querías verme, que por favor no tardara. No te contesté. Tampoco aceleré. Al contrario, bajé más la velocidad, como queriendo postergar lo inevitable. En el radio, mi disco de Panda sonaba sin que le pusiera mucha atención. Las manos me temblaban y el estomago sentía el vacío propio de quién se sabe condenado a lo desconocido. Y ahí iba yo. Preguntándome cómo o por qué diablos me metí en ese lío del que quería escapar desesperadamente.
Nunca sabré por qué me contactaste por medio del Hi5. Me diste tu correo electrónico y tu número telefónico. Un poco divertido y un mucho intrigado te contesté. Se supone que ese tipo de cosas no me suceden a mí. Que una chica sólo por mis fotos y mi información de contacto me busque y me diga que parezco ‘interesante’ es algo tan ajeno a mí, que terminé por sucumbir a la duda. Entré a tu perfil de Hi5 y vi tus fotos. En tu mirada se guardaba un toque de misterio, algo en ti me decía que podrías ser la coincidencia más afortunada de mi vida. Así comenzamos a platicar por medio del messenger, de mensajes de celular y correos electrónicos. Comencé a coquetearte por medio de palabras, y aunque varias veces planeamos vernos, el día que me lo pediste en serio no pude inventar más pretextos y accedí.
Esa noche era tu cumpleaños. Lleno de nervios llegué al Ocean´s Drive y dejé mi auto en el Valet Parking. Te mandé un mensaje y te esperé en la entrada de los baños. Y tú que no llegabas. Y yo que te veía en cada una de las chicas que bajaban y subían por la escalera. Y yo que me desesperaba. Y mi celular sonó de repente. Y no. No eras tú. Era mi amigo Isaac al cual hubiera querido gritarle que me sacara de ahí, que sólo era un niño tonto jugando a las citas a ciegas.
- ¿Gabriel?
Bastó escuchar mi nombre pronunciado por una voz de mujer para darme cuenta que al menos en aquel lugar, yo ya no era un desconocido. Giré y te miré. Muy diferente al rostro de tus fotos pero igual o más interesante pronuncié tu nombre con todas las ganas de que me confirmaras que eras tú, la chica del cumpleaños, mi cita a ciegas.
Eras tú. No recuerdo que tonterías sin sentido alcancé a balbucear ni lo que me dijiste después. Iba como flotando detrás de ti, mientras nos dirigíamos a la mesa en la que se encontraban tus amigos. A ciencia cierta nunca supe que impresión causé en ti, menos en tus amigos. Cuando llegué a la mesa me senté junto a ti, justo en la orilla. Pedí una cerveza y tímidamente comencé a platicar contigo. Me ayudó mucho el que vivieras muy cerca de mi casa y tuviéramos como tema de conversación el mercado de La Rodeo, Plaza Oriente y la construcción del nuevo Metrobús de eje 4. Y así, de tema en tema la conversación cada vez fluía más. Éramos como punto y aparte del resto del restaurante bar. Por un lado la música, las pantallas con videos musicales y tus amigos, todos hombres, platicando entre ellos; y por otro, tú y yo, hundidos en platicas que no nos llevaban a ningún lado pero que al menos a mi, me hacían sentir vivo en las últimas horas de un viernes que pronto cambiaría a sábado.
Media hora después todos tus amigos se despidieron. Tú decidiste regresarte conmigo... y un amigo tuyo que se nos unió. Bajo el argumento de que aún era temprano te sugerí ir a otro sitió. Iba manejando y tomaste mi mano izquierda. Así, tomados de la mano y jugando con nuestros dedos salimos del rumbo de San Ángel. Era difícil manejar un auto estándar con una sola mano, pero ni loco te hubiera soltado. En Coyoacán no encontramos nada abierto. Tomé la decisión de dirigirme a un Oxxo y comprarte un café. Finalmente tu amigo hizo el comentario más sensato de la noche y nos pidió que lo lleváramos a su casa. Finalmente y por primera vez en la noche éramos dos.
Ya no quería hablar. Supongo que tú tampoco. Por eso detuve mi auto en un parque. Vigilados de cerca por una iglesia supusimos que bajo el amparo de los santos nada nos pasaría. Después de minutos que se me hicieron eternos me besaste (después dirías que fui yo quien lo hizo, yo te contestaría que eso ya no importaba). Y así pasamos un rato que de momento y para siempre soy incapaz de calcular, pues sigo sin saber si todo aquello fue real. Me hundí en ti, en otro sabor que de tan nuevo y espontáneo me golpeaba como la ausencia de gravedad en el espacio. Flotando en la nada, queriendo rebasar fronteras, esquivando asteroides con todo el cuidado de no estrellarme con alguna estrella.
Casi a las cinco de la mañana te llevé a tu casa. Tu mamá salió a recibirte y minutos después, ya en mi cuarto, la confusión de lo que acababa de pasar me impidió dormir inmediatamente. ¿Por qué todos aquellos supuestos amigos tuyos, no se conocían entre sí, y también los contactaste vía Hi5? ¿Qué te orilló a irte conmigo, besarme y dejarme plantado de dudas? ¿Qué pensarías ahora de mi? ¿Qué pasaría al otro día, y después, y después?
Horas después me mandaste otro mensaje. Querías que nos viéramos. Por una u otra cosa quedamos que mejor otro día. Y así, poco a poco dejé de tener contacto contigo. A veces me mandabas un mensaje, a veces un mail, a veces nada. Y por eso te pido perdón. Por no volverte a buscar, por no repetir la experiencia de aquella noche de viernes y que pudo habernos llevado a una aventura mucho más profunda e interesante. Perdona por haber matado el amor naciente de tajo. Por tener miedo de quererte y entregarme a ti por estar esperando un sueño que a ratos se me antoja imposible.
Quiero que sepas que esa noche me sentí bien. Que apareciste para salvarme de un abismo, y que mi única forma de agradecerte fue desapareciéndome de ti para no causarte daño con mi forma de ser. Por eso, casi tres meses después de haberte conocido me confieso y te digo que hay días en los que me arrepiento de haber dejado ir la oportunidad de convertirnos en ‘nosotros’. ¿Cómo te explico que no puedo pasar por el mercado de La Rodeo o por un Block Buster sin sentirme culpable y a la vez mala persona? ¿Alguna vez te besé, me recuerdas... o será que ni siquiera sirvo para recuerdo?
No tengo ni cara para ahora escribir esto. Aunque quizá este sea mi mejor y único regalo que te puedo dar. Renuncie a ti y no sé, a veces pienso que hubiéramos formado un lindo presente de no ser porque la imagen de otra persona no abandona mi mente por más esfuerzos que hago. Es una tontería pedir amor a gritos y despreciarlo cuando éste llega. Espero que el tiempo no me haga pagar con soledad la tontería de ‘dejarte para una mejor ocasión’.
Lo lastimoso del asunto no eres tú. Encontrarás a alguien mejor que yo. Lo triste soy yo, que he amado mucho, pero que como una verdad más lacerante que cientos de cuchillos, me doy cuenta que en realidad no he sido amado. No he despertado en nadie la pasión suficiente. Nadie me ha querido como yo lo he hecho, desinteresadamente. ¿Existe algo más triste que yo, solo en el parque?.
Comienza a llover de nuevo. Las parejitas del parque aprovechan para acurrucarse y darse calor. Soy el único al que las gotas le provocan escalofrío.
Creo que nunca antes me había afectando tanto atravesar éste parque después de una sutil lluvia. Paso tras paso me doy cuenta que quizá no es el parque lo que me tiene así, sino el pequeñísimo pero a la vez infinito detalle, de que las bancas se encuentren llenas de parejitas que sin disimulo alguno se devoran con la mirada. Se acarician, se besan, se dicen frases inimaginables con sus voces llenas de tesituras melosas. Camino pues, en medio de un ambiente al que no pertenezco. Aspiro el aroma a tierra húmeda. El acordarme de una historia que quisiera ficticia lejos de ayudarme me revuelve el estomago.
Me niego a contarla, pero lo que sucedió esa noche me obliga no dejarla morir en el olvido y soledad de la memoria. Sólo tú la entenderías pues fuiste la otra mitad del cuento. Aunque seguramente la leerás sé que no dirás nada, pues ni siquiera merezco tus palabras después de haberme portado como un patán.
Aquella noche de viernes también había llovido. Eran casi las once de la noche y mientras atravesaba Avenida Insurgentes Sur recibí en mi celular uno de tus mensajes. Decías que ya querías verme, que por favor no tardara. No te contesté. Tampoco aceleré. Al contrario, bajé más la velocidad, como queriendo postergar lo inevitable. En el radio, mi disco de Panda sonaba sin que le pusiera mucha atención. Las manos me temblaban y el estomago sentía el vacío propio de quién se sabe condenado a lo desconocido. Y ahí iba yo. Preguntándome cómo o por qué diablos me metí en ese lío del que quería escapar desesperadamente.
Nunca sabré por qué me contactaste por medio del Hi5. Me diste tu correo electrónico y tu número telefónico. Un poco divertido y un mucho intrigado te contesté. Se supone que ese tipo de cosas no me suceden a mí. Que una chica sólo por mis fotos y mi información de contacto me busque y me diga que parezco ‘interesante’ es algo tan ajeno a mí, que terminé por sucumbir a la duda. Entré a tu perfil de Hi5 y vi tus fotos. En tu mirada se guardaba un toque de misterio, algo en ti me decía que podrías ser la coincidencia más afortunada de mi vida. Así comenzamos a platicar por medio del messenger, de mensajes de celular y correos electrónicos. Comencé a coquetearte por medio de palabras, y aunque varias veces planeamos vernos, el día que me lo pediste en serio no pude inventar más pretextos y accedí.
Esa noche era tu cumpleaños. Lleno de nervios llegué al Ocean´s Drive y dejé mi auto en el Valet Parking. Te mandé un mensaje y te esperé en la entrada de los baños. Y tú que no llegabas. Y yo que te veía en cada una de las chicas que bajaban y subían por la escalera. Y yo que me desesperaba. Y mi celular sonó de repente. Y no. No eras tú. Era mi amigo Isaac al cual hubiera querido gritarle que me sacara de ahí, que sólo era un niño tonto jugando a las citas a ciegas.
- ¿Gabriel?
Bastó escuchar mi nombre pronunciado por una voz de mujer para darme cuenta que al menos en aquel lugar, yo ya no era un desconocido. Giré y te miré. Muy diferente al rostro de tus fotos pero igual o más interesante pronuncié tu nombre con todas las ganas de que me confirmaras que eras tú, la chica del cumpleaños, mi cita a ciegas.
Eras tú. No recuerdo que tonterías sin sentido alcancé a balbucear ni lo que me dijiste después. Iba como flotando detrás de ti, mientras nos dirigíamos a la mesa en la que se encontraban tus amigos. A ciencia cierta nunca supe que impresión causé en ti, menos en tus amigos. Cuando llegué a la mesa me senté junto a ti, justo en la orilla. Pedí una cerveza y tímidamente comencé a platicar contigo. Me ayudó mucho el que vivieras muy cerca de mi casa y tuviéramos como tema de conversación el mercado de La Rodeo, Plaza Oriente y la construcción del nuevo Metrobús de eje 4. Y así, de tema en tema la conversación cada vez fluía más. Éramos como punto y aparte del resto del restaurante bar. Por un lado la música, las pantallas con videos musicales y tus amigos, todos hombres, platicando entre ellos; y por otro, tú y yo, hundidos en platicas que no nos llevaban a ningún lado pero que al menos a mi, me hacían sentir vivo en las últimas horas de un viernes que pronto cambiaría a sábado.
Media hora después todos tus amigos se despidieron. Tú decidiste regresarte conmigo... y un amigo tuyo que se nos unió. Bajo el argumento de que aún era temprano te sugerí ir a otro sitió. Iba manejando y tomaste mi mano izquierda. Así, tomados de la mano y jugando con nuestros dedos salimos del rumbo de San Ángel. Era difícil manejar un auto estándar con una sola mano, pero ni loco te hubiera soltado. En Coyoacán no encontramos nada abierto. Tomé la decisión de dirigirme a un Oxxo y comprarte un café. Finalmente tu amigo hizo el comentario más sensato de la noche y nos pidió que lo lleváramos a su casa. Finalmente y por primera vez en la noche éramos dos.
Ya no quería hablar. Supongo que tú tampoco. Por eso detuve mi auto en un parque. Vigilados de cerca por una iglesia supusimos que bajo el amparo de los santos nada nos pasaría. Después de minutos que se me hicieron eternos me besaste (después dirías que fui yo quien lo hizo, yo te contestaría que eso ya no importaba). Y así pasamos un rato que de momento y para siempre soy incapaz de calcular, pues sigo sin saber si todo aquello fue real. Me hundí en ti, en otro sabor que de tan nuevo y espontáneo me golpeaba como la ausencia de gravedad en el espacio. Flotando en la nada, queriendo rebasar fronteras, esquivando asteroides con todo el cuidado de no estrellarme con alguna estrella.
Casi a las cinco de la mañana te llevé a tu casa. Tu mamá salió a recibirte y minutos después, ya en mi cuarto, la confusión de lo que acababa de pasar me impidió dormir inmediatamente. ¿Por qué todos aquellos supuestos amigos tuyos, no se conocían entre sí, y también los contactaste vía Hi5? ¿Qué te orilló a irte conmigo, besarme y dejarme plantado de dudas? ¿Qué pensarías ahora de mi? ¿Qué pasaría al otro día, y después, y después?
Horas después me mandaste otro mensaje. Querías que nos viéramos. Por una u otra cosa quedamos que mejor otro día. Y así, poco a poco dejé de tener contacto contigo. A veces me mandabas un mensaje, a veces un mail, a veces nada. Y por eso te pido perdón. Por no volverte a buscar, por no repetir la experiencia de aquella noche de viernes y que pudo habernos llevado a una aventura mucho más profunda e interesante. Perdona por haber matado el amor naciente de tajo. Por tener miedo de quererte y entregarme a ti por estar esperando un sueño que a ratos se me antoja imposible.
Quiero que sepas que esa noche me sentí bien. Que apareciste para salvarme de un abismo, y que mi única forma de agradecerte fue desapareciéndome de ti para no causarte daño con mi forma de ser. Por eso, casi tres meses después de haberte conocido me confieso y te digo que hay días en los que me arrepiento de haber dejado ir la oportunidad de convertirnos en ‘nosotros’. ¿Cómo te explico que no puedo pasar por el mercado de La Rodeo o por un Block Buster sin sentirme culpable y a la vez mala persona? ¿Alguna vez te besé, me recuerdas... o será que ni siquiera sirvo para recuerdo?
No tengo ni cara para ahora escribir esto. Aunque quizá este sea mi mejor y único regalo que te puedo dar. Renuncie a ti y no sé, a veces pienso que hubiéramos formado un lindo presente de no ser porque la imagen de otra persona no abandona mi mente por más esfuerzos que hago. Es una tontería pedir amor a gritos y despreciarlo cuando éste llega. Espero que el tiempo no me haga pagar con soledad la tontería de ‘dejarte para una mejor ocasión’.
Lo lastimoso del asunto no eres tú. Encontrarás a alguien mejor que yo. Lo triste soy yo, que he amado mucho, pero que como una verdad más lacerante que cientos de cuchillos, me doy cuenta que en realidad no he sido amado. No he despertado en nadie la pasión suficiente. Nadie me ha querido como yo lo he hecho, desinteresadamente. ¿Existe algo más triste que yo, solo en el parque?.
Comienza a llover de nuevo. Las parejitas del parque aprovechan para acurrucarse y darse calor. Soy el único al que las gotas le provocan escalofrío.
1 comentario:
Por la CONCHASUMARE OE!!! ta que no había leído una declaración de soledad tan alucinante.
Realmente me llegaste(s) al bobo tío.
Quien no se haya sentido así alguna vez no es ser humano, y no merece serlo.
"Es una tontería pedir amor a gritos y despreciarlo cuando éste llega" (...) "Nadie me ha querido como yo lo he hecho desinteresadamente. ¿Existe algo más triste que yo, solo en el parque?"
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