martes, 17 de marzo de 2015

Mi primer Vive Latino


El pasado fin de semana fui a mi primer Festival Musical Vive Latino. Y estuvo bien chaka, aunque no tanto. 

Me explico. Como muchas otras cosas en la vida, también llegué de forma tardía al mundo de los festivales de música. De hecho hace apenas un par de años fui a mi primer Corona Capital, y de esta forma, el pasado fin de semana asistí a mi primer Vive Latino. 

Mi experiencia en el Corona Capital 2013 la disfruté mucho, sin embargo, cuando preguntaba si el Vive Latino era lo mismo, casi todos me decían que el segundo es más ñero, osea más populachero, con otro tipo de gente y que definitivamente era una experiencia diferente. 

Por cuestiones de chamba tuve que ir el sábado a cubrir el Vive Latino, y saben, me la pasé bien suave. Aunque claro, es distinto al Corona Capital. 

Todo es más pintoresco. Ves más borrachos, venden cerveza por todos lados, hay un montón de cosas para comer (todas engrodadoras), una gran oferta de vendimia de chacharas traídas del Museo del Chopo y más escenarios. El ambiente huele a marihuana y hay borrachos por todos. 

En cuanto a la música, confieso que no conocía casi a ninguno de los exponentes. Al ser un evento de rock esperaba encontrarme con Maná, Alejandra Guzmán o Cesar Costa, grandes figuras de este género musical. 

Pero no, días antes chequé el cártel del evento y creo que desconocía al 85%. Eso me pasa por haber crecido escuchando a Juan Gabriel, Gloria Trevi, Fey, al maestro Alejandro Sanz y cosas así. Por eso, llegué al Vive Latino sin saber muy bien qué esperar. 

Total que ese día vi a Monseiur Periné, a Tropikal Forever, a los Enjambre, a Columpio Asesino, a los Fresones Rebeldes y a Nortec. Todos me gustaron, aunque confieso que me puse bien loco durante la presentación de Enjambre (de hecho, la foto de este post me la tomaron en ese momento). No sé si fue por sus canciones o porque tanto olor a marihuana a mi alrededor me puso risueño. 

Mi novia me alcanzó en la tarde, por lo que no me la pasé tan aburrido. También nos subimos a una rueda de la fortuna como de pueblo, vimos a un hip-hopero vacilador llamado Tino el Pingüino, comimos unas hamburguesas bien corrientes y vimos algunos fragmentos de cintas documentales. 

Cuando cayó la noche fue cuando la cosa se puso más extraña. Aumentaron los briagos que caminaban como zombies, los baños se convirtieron en territorio de nadie pues el piso terminó lleno de líquidos raros y las mujeres entraban por igual al baño de los caballeros, además de que se soltó un frío infernal. 

No crean ustedes que todo fue risa y diversión. Como dije, fui a trabajar y terminé bien cansado. Algo tienen estos festivales que le roban la vitalidad a uno. 

Como dicen todos finalmente "sobreviví al Vive Latino". Frase que me parece una exageración, pues muchos hablan de ese evento como si fuera tan desgastante como un maratón. Yo ya corrí un maratón y fui a un Vive Latino, y créanme, no hay punto de comparación en el cansancio. 

Pero lo acepto, me la pasé bien. Sí, el Vive Latino está más chaka que el Corona Capital, pero igual uno termina feliz después de un pasar todo un día rodeado de música "pa' chavos contestatarios". 

martes, 3 de marzo de 2015

Mi barba de Conde


Y de pronto se pusieron de moda los barbones, causando que las muchachas suspiren por ellos. Antes estos hombres eran considerados mugrosos, hippies sin oficio ni beneficio, o de menos unos fodongos. Ahora son galanes hipsters

El problema es que no todos podemos acceder a una barba de leñador canadiense para estar a la moda. Por eso, una vez más romperé el silencio: Soy uno más de los mexicanos que tengo barba de Conde. Sí, de condenado indo. Pues aunque no me considero lampiño, mi barba dista mucho de crecerme cerrada. 

El drama comenzó cuando iba en la Universidad, que fue hasta que empecé a considerar dejarme la barba (hasta antes, me rasuraba cada dos días usando los rastrillos que mi papá dejaba en la regadera). 

La primera vez que consideré probar suerte con este look dejé pasar cuatro días sin pasarme navaja. Ya me sentía muy grande, pero cuando observé mi rostro frente al espejo topé con la decepcionante realidad: No me veía como galán de película, de hecho, mi incipiente barba ni siquiera se notaba a lo lejos, o bien, parecía cochambre. Y de cerca era todo un desastre, pues solamente contaba con algunos pelos tiesos repartidos de forma poco uniforme en mi rostro. 

Desde entonces he tenido una relación amor-odio con mi barba. Normalmente me rasuro un día sí, otro no. Sin embargo, a veces me gana la emoción y me da por dejarme crecer el vello facial algunos días. Esto lo hago porque pienso que de la nada mi barba ahora sí crecerá de forma adecuada, o porque quiero sentirme más maduro o aparentar una actitud más desfachatada. 

Pero pus no. Llevó más de una década esperando que ocurra el milagro y no pasa nada. Cierto es que la barba ya no me sale tan pichurrienta, he incluso si dejo de afeitarme por varios días se nota, pero aún no es para echar campanas al vuelo. 

A veces hasta me valí del Photoshop para verme barbón. Esta foto la subí hace un par de años a mis redes sociales “pa despistar”, y si ponen atención, verán un ojo humano en la boca de la rana: 


Y ya que hablaba de rasurarme, justamente ese es otro asunto donde la vida me demuestra su odio pues soy de esos pobres diablos que acaba siempre con la piel irritada y el rostro lacerado como de Santo Cristo. Además, pocas veces quedo satisfecho con el resultado final pues por más que me pase las hojas filosas siempre me quedan varios pelos. No importa cuántas marca pruebe, el resultado pocas veces varía. Conclusión, no sé ni rasurarme. 

Hasta ahora, el mayor tiempo que he pasado sin rasurarme han sido 9 días, y fue con motivo del Movember, esa campaña a la que muchos hombres le entran cada noviembre como una forma de concientizar a la gente sobre el cáncer de próstata. El chiste es cumplir todo el mes barbón, pero nunca aguanto tanto. Los pelos de la cara me pican y al poco tiempo siento que me veo como pordiosero (aunque claro, sin que la barba me cierre completamente). 

No niego que me da envidia cuando convivo con mis amigos barbones, o veo actores y cantantes que usan la barba para resaltar su hombría y verse más interesantes. Aunque claro, también se da el caso contrario, pues tengo familiares y amigos a los que de plano les fue peor que a mí en la repartición de barbas. 

No vaya a creer el lector que este asunto de mi barba fallida es un trauma de vida. Incluso podría decir que la mayor parte del tiempo estoy satisfecho con ella. De hecho, si escribí esto no fue para quejarme (bueno, poquito) sino para mostrar mi desacuerdo de que los estándares de belleza actuales le den tanto valor a los barbones

Y es que los no barbones, o mejor dicho, los barbones a medias, también somos bien chidos. Eso me quedó claro hace unos días, cuando Javier Chicharito Hernández (que es muy católico y buen chavo) jugó con el Real Madrid y lució una barba igual o más gacha que la mía. 

Y la barba hizo que se pusiera loco y hasta mentara madres. Vean:



Conclusión: Las barbas son cosa del diablo. Por eso mejor no se la dejen, a menos que se quieran sentir un poco malos. Pero nomás un ratito, recuerden que todo abuso es malo.