Y de pronto se pusieron de moda los barbones, causando que las muchachas suspiren por ellos. Antes estos hombres eran considerados mugrosos, hippies sin oficio ni beneficio, o de menos unos fodongos. Ahora son galanes hipsters
El problema es que no todos podemos acceder a una barba de leñador canadiense para estar a la moda. Por eso, una vez más romperé el silencio: Soy uno más de los mexicanos que tengo barba de Conde. Sí, de condenado indo. Pues aunque no me considero lampiño, mi barba dista mucho de crecerme cerrada.
El drama comenzó cuando iba en la Universidad, que fue hasta que empecé a considerar dejarme la barba (hasta antes, me rasuraba cada dos días usando los rastrillos que mi papá dejaba en la regadera).
La primera vez que consideré probar suerte con este look dejé pasar cuatro días sin pasarme navaja. Ya me sentía muy grande, pero cuando observé mi rostro frente al espejo topé con la decepcionante realidad: No me veía como galán de película, de hecho, mi incipiente barba ni siquiera se notaba a lo lejos, o bien, parecía cochambre. Y de cerca era todo un desastre, pues solamente contaba con algunos pelos tiesos repartidos de forma poco uniforme en mi rostro.
Desde entonces he tenido una relación amor-odio con mi barba. Normalmente me rasuro un día sí, otro no. Sin embargo, a veces me gana la emoción y me da por dejarme crecer el vello facial algunos días. Esto lo hago porque pienso que de la nada mi barba ahora sí crecerá de forma adecuada, o porque quiero sentirme más maduro o aparentar una actitud más desfachatada.
Pero pus no. Llevó más de una década esperando que ocurra el milagro y no pasa nada. Cierto es que la barba ya no me sale tan pichurrienta, he incluso si dejo de afeitarme por varios días se nota, pero aún no es para echar campanas al vuelo.
A veces hasta me valí del Photoshop para verme barbón. Esta foto la subí hace un par de años a mis redes sociales “pa despistar”, y si ponen atención, verán un ojo humano en la boca de la rana:
Y ya que hablaba de rasurarme, justamente ese es otro asunto donde la vida me demuestra su odio pues soy de esos pobres diablos que acaba siempre con la piel irritada y el rostro lacerado como de Santo Cristo. Además, pocas veces quedo satisfecho con el resultado final pues por más que me pase las hojas filosas siempre me quedan varios pelos. No importa cuántas marca pruebe, el resultado pocas veces varía. Conclusión, no sé ni rasurarme.
Hasta ahora, el mayor tiempo que he pasado sin rasurarme han sido 9 días, y fue con motivo del Movember, esa campaña a la que muchos hombres le entran cada noviembre como una forma de concientizar a la gente sobre el cáncer de próstata. El chiste es cumplir todo el mes barbón, pero nunca aguanto tanto. Los pelos de la cara me pican y al poco tiempo siento que me veo como pordiosero (aunque claro, sin que la barba me cierre completamente).
No niego que me da envidia cuando convivo con mis amigos barbones, o veo actores y cantantes que usan la barba para resaltar su hombría y verse más interesantes. Aunque claro, también se da el caso contrario, pues tengo familiares y amigos a los que de plano les fue peor que a mí en la repartición de barbas.
No vaya a creer el lector que este asunto de mi barba fallida es un trauma de vida. Incluso podría decir que la mayor parte del tiempo estoy satisfecho con ella. De hecho, si escribí esto no fue para quejarme (bueno, poquito) sino para mostrar mi desacuerdo de que los estándares de belleza actuales le den tanto valor a los barbones
Y es que los no barbones, o mejor dicho, los barbones a medias, también somos bien chidos. Eso me quedó claro hace unos días, cuando Javier Chicharito Hernández (que es muy católico y buen chavo) jugó con el Real Madrid y lució una barba igual o más gacha que la mía.
Y la barba hizo que se pusiera loco y hasta mentara madres. Vean:
Conclusión: Las barbas son cosa del diablo. Por eso mejor no se la dejen, a menos que se quieran sentir un poco malos. Pero nomás un ratito, recuerden que todo abuso es malo.
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