jueves, 31 de enero de 2008

El chico del Burger King (siempre miércoles)

- Así es mi querida Noemí, no sé ni por qué me gusta meterme en tantos líos. Supongo que es el aburrimiento de las vacaciones, las ganas de vivir algo más ó vete tú a saber. Ya me lo decía mi mamá ‘Bethzabé, tú comportamiento siempre deja mucho que desear. Bethzabé, ¿por qué dejaste de estudiar?. Bethzabé, no siempre la vida te dará todo’. Por eso, amigocha de mi alma, antes de confesarte mi última fechoría, te pido me jures y perjures por tú vida que no le dirás nada a Diego. Ya ves, él cree que le soy fiel hasta con el pensamiento.

Todo comenzó hace un mes, digo, más o menos ¡que chingados importa la fecha exacta!. Tampoco creas que me importa mucho, como te dije, fue una travesura, y como tal, no tiene mucha importancia. Resulta que paseaba en mi adorado Peugeot azul celeste. Si Noemí, ni me pongas esa cara, aunque sepas que coche tengo me gusta repetirlo mil veces: Tengo un P-E-U-G-E-O-T azul marino, y es sólo mío. ¡Además Wüey, cuando presumes tu Beattle nadie te dice nada!. En fin, te decía, has de cuenta que era miércoles y yo manejando en pleno periférico con unas ganas enormes de darme un piquete de cocaína, pero pues ni modo de pararme en plena vía rápida para hacer mis porquerías ilegales. La desesperación hizo que me fuera metiendo en calles que ni conocía. Al final fui a dar por un rumbo horrible en el oriente de la ciudad. La calle se llama ‘Ermita Iztapalapa’. El chiste es que me paré en una especie de centro comercial, naquisimo por cierto, donde lo primero que vi fue un Burger King. Hubiera preferido inyectarme en el baño de un Italiannis o de perdida en el de un Starbucks, pero parece que por esos rumbos ni los conocen. Dos minutos después, ahí tienes a tu amiga Bethzabé, entre olores de miados inyectándose y sintiéndose cool de nuevo.

Al salir me dio pena y no sabía qué hacer. Imagínate llegar a un lugar como ese, entrar al baño y salirme muy gatamente sin consumir nada. ¡Iban a creer que soy una pobretona!, y ya sabes que antes muerta a dar lástimas. Digo, no es que me importara mucho la opinión de los nacos del Burger King, ¡pero una tiene su orgullo!. Así que fingiendo una modestia que francamente no tengo, me instalé en una mesa de la orilla. ¡Y no mames, fue ahí cuando lo vi wüey! Un chavito cagado con una cara de pendejo que no puede con ella, mirándome embobado. Supongo que a lo mucho tiene dieciocho años, igual y todavía ni es mayor de edad. Por eso, cuando decidí comprarme cualquier cosa en la caja decidí que fuera él, y no la gorda barrosa de al lado quién me atendiera. El escuinclito empezó a tartamudear cuando me acerqué y apenas pudo darme la clásica bienvenida ‘recitada’ de estos restaurantes de comida rápida. Le sonreí porque me dio risa su nerviosismo. Le ordené la primera porquería que se me vino a la mente. Eso sí, tamaño grande, yo seré todo menos miserable. Gracias a su placa de empleado supe que el pobre se llama Carlos Honorio.

Me atendió rapidísimo. Se supone que el chiste de estas fondas gringas es que a una la atiendan en chinga, pero bueno, supongamos que igual y el pobre señoriíto Honorio se apuró porque lo puse nervioso. Regresé a mi mesa sintiendo que la cois ya hacía efecto en mi organismo. Y pues ya pachequeada y con la mente en quién sabe qué dimensión me puse a tragar las papas como marrana. En eso, has de cuenta que volteo y miro al chamaquito con sus ojos bien clavados en mi. ¡El pobre desvió la mirada en friega!, y pues aquí fue donde todo valió pa’ puras madres. Decidí, por mis calzones y porque tú me conoces: soy una chingona, empezar a provocar al aprendiz de vouyeur. De repente me sentí muy cachonda y empecé a comerme las papas, una por una, lentamente, mirándolo provocativamente. Él pobre se puso todo rojo. Y bueno, me dio un poco de pena que mucho de los presentes, todos unos gatazos, se dieran cuenta de mi actitud ‘chenchualona’. Me paré en friega, me salí del Burger y me fui rapidísimo. Por supuesto en mi Peugeot azul marino.


* * * *

- En toda la semana no volví a recordar lo que pasó... ni al chavito éste. Con los pasones que me doy, y la de galanes que además de Diego tengo babeando tras de mi, poco tiempo me queda para pensar en otras cosas. Y él, mi naquito, es poca cosa. ¡Osea Wüe... quita esa cara de asco y aburrimiento atroz que traes! Obviamente no todo acaba ahí. Has de cuenta que una semana después fui de compras a Polanco. Me pasé toda la mañana y parte del medio día comprándome unas cosas bien ‘cutes’ que luego te presumiré. Y has de cuenta, que ya iba para mi casa y que sin querer paso por un Burger King ¡y qué me acuerdo del chavillo y de la calentada que le di!. Sentí que un diablito en mi interior me provocaba e invitaba a seguirme metiendo en líos. Y pues ya te imaginaras. Que le hablo a mamá para avisarle que no iba a llegar a comer y que me lanzo a la avenida horrorosa esa, en la que había un tráfico impresionante. Casi dos horas después, con un genio de la pinche madre llegué al King-Burger con un poco de hambre y con muchas ganas de ver de nuevo a mi víctima. Ocupé la misma mesa, y me quedé ahí, pensando cómo iba a fregarle a éste pobre la existencia. Carlos Honorio ni cuenta se había dado de mi presencia. Sutilmente me deslicé hasta tomar una servilleta corrientísima con el logo del establecimiento y me puse a escribir.

¡Exacto Noemí!, pura cursilería. La dichosa servilleta que luego doble en cuatro y se la dejé a un lado de la caja mientras atendía distraídamente a una señora y a sus horrendos escuincles, estaba llena de frases empalagosas. Obviamente puras mentiras. Has de cuenta que le puse ‘hola, me llamó Bethzabé, el otro día vine, ¿te acuerdas?...’ ‘me da pena decírtelo, pero estas súper guapo, tienes un no sé qué que me fascino...’ ‘... me encantaría conocerte más, me gustas’ ‘... pero soy muy tímida y no sé cómo acercarme a ti, además de que no quiero que pienses que soy así con todos’, ‘creo que podrías ser mi amigo, y quizá, algo más...”. Después de dejarle la nota me fui. Creo que ni me vio.

Los días subsecuentes pensé que tan bueno era o no seguir atormentando al pobre chico del Burger King. A veces sentía un poquito de remordimiento, ¿tú crees?, hasta me dieron ganas de ya dejarlo en paz, ¡y así hubiera sido si no me hubiera peleado con el imbécil de Diego! Es que no manches, ¡está bien teto! Sí, ya sé que es mi wüey pero no mames, de que empieza a tomar se pone bien loco e impertinente. Siempre me pone de malas. Pues has de cuenta, hace como tres días llegó por mí para salir y traía el hocico apestando a puro alcohol y la verdad eso me encabrona mucho. Diego borracho me da miedo, por eso ni modo de decirle nada. Así que quién pago los platos rotos sería mi chamaquito del Burger King. Pobre de él.

* * * *

- Recuerdo que volví el miércoles. Entré y me dirigí a la zona de cajas. El pobre diablo apenas me vio se enderezó y trató de forzar un gesto adulto en su cara de niño. En cambió, tú me conoces Noemí, yo traía una cara de ‘femme fatale’ que a cualquiera haría suspirar. Y sin más, con la voz más sexy le pedí un helado de chocolate. Nervioso, cagándose de los nervios casi me tira el helado encima. Y aquí fue cuando valiéndome madres que su compañera gorda nos estuviera viendo, le di un beso en su mejilla, y antes de marcharme sin dar explicaciones en su mano deposité una pequeña nota dónde lo cito el próximo miércoles en un café de la Condesa a las 9 de la noche. Dudo que algún camión lo dejé directo, pero bueno, si te soy sincera espero que llegué. Como también llegará Diego. ¡Y se va a armar la grande!. Dime Noemí, ¿no es cierto que a mis veintiséis soy una perrita desgraciada?.

* * * *

- Un mes después, querida Noemí, sigo sin entender qué paso esa noche de miércoles. No por favor, no te vayas. Sé que conoces la historia a la perfección pues la has oído miles de veces. ¿De verdad soy tan mala?

Llegué a las nueve y cuarto. Carlos ya estaba ahí y para mi sorpresa lucia impecable. Sin necesidad de usar un traje elegante o de grandes marcas, se veía bien. Y ahí fue cuando lo ví a los ojos y me di cuenta de lo estúpida que fui: en sus ojos había amor. Sí, ya sé que es una tontería, pero eso fue lo que me transmitieron. Y entonces preferí salir, dejarlo ahí y ahorrarle el trago amargo de la trampa en la que lo había metido. Di media vuelta queriendo escapar y me prendió de la cintura. Fui una pendeja por dejar que me besara. Y más pendeja todavía porque me gustó y no me quité inmediatamente. Hasta que llegó Diego y nos vio besándonos. Venía borracho, me jaló del pelo diciendo que era una ramera y empujó a Carlos. Y ambos se prendieron a golpes. Y Diego tomó un cuchillo de una de las mesas, se lo encajó a Carlos y hubo sangre y, después se dirigió a mí, y... creo que me desmayé, o eso quiero creer. Nadie quiere decirme que pasó. Ni siquiera tú Noemí, que sin hacer caso de mis suplicas te retiras creyendo que dejándome unas flores consuelas y arreglas mi dolor. Te vas, y me dejas sola en esta tumba, justo cuando cumplo un mes de muerta.

Gabriel Revelo


-porque esta historia se lee de muchas maneras, se tuvo que contar dos veces.

sábado, 26 de enero de 2008

Seco fin de semana

Originalmente éste post iba a tratar de otro tema, pero las circunstancias me obligan a cambiar el plan.

Acostumbraba ir por la vida presumiendo de no tenerle miedo a nada hasta que las cosas más sencillas, pero a la vez más complejas, de la vida me hicieron darme cuenta de que eso de andar ‘de temerario’ no era lo mío. Perdería tiempo y probablemente los aburriría si les relatara la de lecciones y ridículos que he pasado en la vida por hacerme el valiente. Ahora acepto gustoso (aunque con una buena dosis de vergüenza) que hay cosas que me provocan algo de temor, entre otras podría mencionar: las cosas filosas, las lombrices de tierra, los señores que en la noche se aparecen con un brazo levantado en los ríos, que me roben el coche, quedarme sin internet, que la Selección Nacional pierda otra vez contra EE.UU. y sobre todo, quedarme sin agua en casa por varios días. Es justo esto último por lo que estoy pasando.

La rutina de mi semana acontecía sin el menor sobresalto. Dedicaría la tarde del viernes a descansar de la semana laboral y al otro día (hoy) iría a una fiesta por la noche. Como cada día al caer el sol, prendí la bomba del agua para que subiera agua al tinaco de la casa, vaciando así la cisterna que está en el patio y que como siempre, se supone se iría llenando en el transcurso de la noche. Efectivamente, el tinaco se lleno. Lo malo era que a la cisterna ya no le llegaba ni una gota de agua de las tuberías de la calle.

Como joven salesiano moderno universitario alivianado ex-scout que soy, perdí el control inmediatamente. ¡¿¡¿¡¿Por qué malditos diablos demonios infernales no caía agua?!?!?!. Después de gritar un montón de majaderías, que por respeto a ustedes no transcribo, procedí a culpar a Dios por mi mala fortuna, hasta que algo en mi interior me dijo que El Señor Todopoderoso estaría muy ocupado en intentar salvar a Britney Spears de una condena eterna como para ocuparse de las tuberías de mi vivienda.

Por la mente me pasó la sensata idea de buscar alguna falla en la instalación, pero después me di cuenta que no sé nada de fontanería y que no sabría ni destapar algún tubo tapado. Momentos después, tras realizar un breve sondeo con algunos vecinos me enteré de que a nadie en mi calle le llegaba agua, lo cual provocó mi consuelo y felicidad. Llámenme desgraciado, ambicioso o mediocre, pero el saber que no sería el único que sufriría por falta de agua me tranquilizo. Por cierto, pensamiento bastante idiota si tenemos en cuenta que el agua seguía sin llegar.

En la noche, en el Noticiero de Joaquín López Doriga encontraría la respuesta a todas mis dudas: el servicio de suministro de agua había sido suspendido en casi toda la ciudad y área conurbana desde las cinco de la tarde. El motivo, según las autoridades, es que uno de los conductos que surten de agua al Distrito Federal sufrió una avería y necesitaba ser reparada, por lo que el agua sería cortada de 5 de la tarde a 5 de la mañana del 25 al 29 de enero (de viernes al martes). Finalmente, las autoridades exhortaban a los habitantes de la ciudad a extremar precauciones y reducir el uso del vital liquido en cada uno de sus hogares.

Osea, tomen sus precauciones... ¡¡¡¡ya que los dejamos sin agua!!!!.

Hoy por la mañana, efectivamente, caía agua, pero muy poca. No eran ni las once de la mañana cuando nuevamente se cortó el suministro. La cisterna apenas se llenó a la mitad y yo estoy que me lleva el carajo, y no exagero. No quiero ni comer o tomar líquidos para no ir al baño ni ensuciar trastes (en estas circunstancias, una diarrea sería catastrófica), no lavé el auto como suelo hacer cada mañana de sábado y ya ni hablemos de bañarme, pues tengo más de 24 horas sin hacerlo y si no fuera porque más tarde iré a una fiesta, consideraría esperar hasta el martes.

Puedo no tener luz eléctrica, gas o teléfono, pero el agua no y no y no puede faltarme. La presente situación me hace concluir dos cosas: en esta ciudad las cosas se hacen con las patas y sin planeación alguna y dos, no debería quejarme por un problema que tiene solución y que en nada se compara con la extrema falta de agua que miles de personas sufren en diversas partes del mundo.

Si usted, amable lector, no vive en la Ciudad de México, disfrute su agua y dese un baño en mi nombre. Por lo pronto yo sigo encerrado en mi casa y asombrado de que la gente en la calle, si bien toma sus precauciones no está para nada preocupada. ¿Estaré enloqueciendo?. Primero los ventarrones y rayos que desquiciaron la ciudad entre semana y ahora esto ¿se acerca el fin del mundo?. Faltan tres días para el martes y no sé si llegué hasta ese día sin que mis nervios acaben destrozados.

Seguiría escribiendo, pero escucho que alguien en el piso de arriba esta usando el agua para lavarse las manos. Ahora mismo voy a regañarlo.

martes, 22 de enero de 2008

Piérdeme el respeto

Historias así debe de haber miles y aun más interesantes en esta ciudad. Aunque quizá, para empezar el problema esté precisamente en nombrar ‘historia’ a una narración a la que sigo sin encontrarle pies ni cabeza. ¿Qué de especial tuvo la tarde del viernes pasado, para que se me haya quedado grabada en los sentidos, y peor aun, me sienta obligado a contarla?.

4 de la tarde. Algunos compañeros de trabajo y yo vagando sin rumbo entre las estrechas calles de alguna colonia por el rumbo de Mixcoac. Queríamos tomar un par de cervezas, por lo que uno de nosotros sugirió ir a cantina cercana que decía, era de ‘mala muerte’. Y es que fue justo el termino ‘mala muerte’, el que despertó en mi las ganas de llegar a ese lugar y comprobar que tan grande le quedaba aquel calificativo. Quién sabe por qué, pero entre más extraño y menos común sea un lugar más atractivo me resulta; ‘obsesiones de narrador’ me dirán algunos. Tras sentidos contrarios y un par de mentadas de madre después, logramos estacionar los dos autos en los que viajábamos en un estacionamiento que más bien era bodega de microbuses. Caminar por esas calle llena de pobreza, vida y desolación era ya bastante excéntrico e interesante como para atreverse siquiera a regresar rápidamente. Si el rostro de las dos compañeras que nos acompañaban reflejaban en sus rostros un poco de angustia e incomodidad, el mío seguramente daba a entender lo mucho que disfrutaba estar ahí.

No recuerdo el nombre de aquella cantina, es más, ni siquiera recuerdo que tuviera alguno. Su fachada humilde y descuidada en exceso era como un adelanto de lo que los 6 aventureros encontraríamos adentro. Pocas veces visito alguna cantina y menos de ese tipo, quizá por eso el ambiente que sentí apenas puse un pie en el interior me sedujo tanto: un pequeño, pequeñísimo espacio escasamente iluminado en el que las varias mesas y sillas desiguales se acomodaban a los lados de las paredes, dejando en medio un pequeño pasillo por el que apenas y se podía caminar con libertad.

¿Qué se busca al entrar a una cantina?... Supongo que el sentirse sólo en medio de una gran familia. En cuanto nos sentamos en aquella mesa y pedimos la primera cubeta de la tarde comencé a fijarme en el resto de los clientes que tendríamos por vecinos durante las próximas dos horas: hombres solitarios, algún grupo de amigos, obreros, comerciantes, etc. Casi todos borrachísimos y en silencio, compartiendo sus mutuas soledades y angustias pero sin contarlas. Se puede tomar y caerse del dolor o de las preocupaciones de la vida, pero jamás debe hacerse solo.

Aquella cantina ‘mala muerte’ transpiraba nostalgia por todos lados. Sus paredes verdes percudidas por mugre de décadas, su antiguo televisor sintonizado en un programa de chismes al que absolutamente ninguno de los presentes le presta atención, un par de anuncios en los que por medio de groserías se deja muy claro que en ese establecimiento ‘no se fía’, un pequeño altar a la Santa Muerte, platitos de unicel con chicharrones de harina en cada mesa, una sábana que sirve de entrada a los sanitarios, un piso irregular y pegajoso, cajas de cerveza amontonadas en un extremo, un sin fin de detalles pintorescos y en una de las esquinas del fondo, una vieja Rockola. La historia comienza verdaderamente aquí, cuando nuestras dos compañeras (las únicas mujeres en la cantina) se dirigieron entre nervioso-curiosas al destartalado aparato melódico y depositaron los cinco pesos que les daba derecho a seleccionar dos canciones del repertorio musical.

“Basta ya de tonterías
no más vueltas al asunto
se que quieres tú conmigo,

no me gustan las mentiras
para que voy a negarlo
yo también quiero contigo...”

Fueron las primeras frases de aquella canción de Paquita la del Barrio que comenzaron a romper el silencio de la cantina sin nombre. No sé por qué motivo eligieron esa canción, pero lo cierto es que a partir de ese momento el ambiente se volvió aun mejor. Quién sabe si fue por las cervezas que ya habíamos tomado, por el mero gusto de estar entre amigos, la emoción de estar en un lugar que nos es ajeno o lo gracioso que puede ser la letra de la melodía; lo cierto es que comenzamos a reír y sentirnos bien. Valía la pena de estar en ese ambiente que poco a poco comenzaba a transformarse en ‘buena muerte’.

“...No me vengas con el cuento
que eres todo un caballero
que conozco bien tu modo.
No te hagas el educado
si estas queriendo conmigo
atáscate ahora que hay modo...”


La tercera cerveza de la tarde se me fue al corazón. Nunca he sido bueno para tomar y cualquier cantidad de alcohol, por pequeña que sea, me afecta de algún modo. No necesito saber a ciencia cierta que mecanismo fue el que hizo que precisamente me acordara de ella. Si dicen que alcohol cura momentáneamente las heridas de amor, en mi caso fue todo lo contrario: hizo que su imagen se volviera más nítida, más certera.

“Piérdeme el respeto” es el nombre de esa canción que con gritos mexicanos disfrutamos y entonamos. “Piérdeme el respeto”, con todo y su letra medio vulgar-provocativa fue el pretexto que mi mente estaba buscando para conectar con mis sentimientos y empezar a evocarla. Porque al final, eso es lo que uno busca cuando visita a una cantina, darle vueltas a esa imagen de mujer que no nos deja en paz, y por el que uno acepta estar dulcemente condenado. Por azares del destino, que me falten al respeto es justamente lo que quiero, pasar la barrera del conocido, del amigo, del compañero, para aventurarse en los terrenos inhóspitos del amor. Tal como entrar en una cantina lleno de nervios, para una vez dentro descubrirse en la mayor de las felicidades.

“...piérdeme el respeto
déjate de cosas ,
y hazme te lo ruego
las proposiciones mas indecorosas.

Piérdeme el respeto
mi querido amigo
que muero de ganas
por que se apapachen
tu cuerpo y el mío..”.

Tres horas después, ya manejando de regreso a casa, la letra de aquella canción seguía retumbando en mi cabeza hasta el grado de tener que apagar el radio para concentrarme en la recurrente melodía que mi cerebro tocaba una y otra vez. Nunca me había gustado ‘Paquita la del Barrio’ y ahora hasta escribo sobre una de sus canciones. Puede ser que sólo buscaba un pretexto para recordarla a ella y la necesidad en la que poco a poco se me va transformando. Necesitarla sabiendo que su imagen ya me sigue hasta en las cantinas.

Fue un viernes raro pero divertido, de esos sobre los que vale la pena escribir.

“...¡me estas oyendo inútil!, piérdeme el respeto”

domingo, 20 de enero de 2008

Mi héroe es una chava

“Hay personas que ven las cosas como son y dicen ¿por qué?... y habemos personas que soñamos con cosas que nunca han sido y decimos ¿porque no?”

Querida Ana Gabriela Guevara:

Comparar sentimientos, además de ser de mal gusto, resulta imposible; por eso no soy capaz de catalogar lo que algunas tardes me hiciste sentir. Decir ‘esta vez fue más intensa que la otra’ nunca se estipula en momentos de felicidad y menos cuando se trata de ti.

Podrán ser infinidad de momentos, pero en especial, aquel mediodía de un verano del 2004 paralizaste por 49 segundos mi corazón y el de todos los mexicanos. Esa tarde corrías la final olímpica de los 400 metros en Atenas. Miles de personas en el estadio, y millones siguiéndote por televisión. Para esa ocasión decidí faltar a un par de clases, nada ni nadie impediría que disfrutara aquella épica batalla contra T. Williams y otras cinco corredoras que como tú, ansiaban llegar a los niveles del atletismo mundial. Seguramente, el resto de los habitantes de éste país se las ingeniaron para estar cerca de algún televisor a la 1 de la tarde.

Llegó la hora y los principales canales y medios informativos se enlazaron en vivo hasta el Estadio Olímpico de la capital griega que adornado con el pebetero encendido le daban al entorno el escenario perfecto con el que sólo pueden vestirse los momentos históricos. Me recuerdo temblando cuando tu imagen calentando aparecía y se alternaba con algunas tomas a las tribunas en las que siempre sobresalía alguna bandera mexicana. Te despojaste de tu chamarra de entrenamiento y al igual que tus rivales te acomodaste en tu carril de salida. Seguramente en esos momentos sentías la energía y orgullo que todo un país irradiaba por ti, si era emocionante verte, no puedo ni siquiera hacerme una idea de lo que era estar en tus zapatos en esos momentos (aunque para serte honesto, creo que todo México cabía ahí).

Entonces el sonido local empezó a presentar a cada una de las corredoras y al llegar a ti el grito de México-México-México fue ensordecedor apenas apareciste en las pantallas gigantes del estadio. Parecía que jugaba la Selección, parecía el estadio Azteca antes de un partido ante Brasil, parecía que en ese momento Atenas era una sucursal de México. Fue una sensación tan estremecedora que no me dejó otra opción que ponerme a temblar mientras toda la piel se me enchinaba y un choque eléctrico recorría mi cuerpo. En cambio tú, querida Ana, lejos de inmutarte o ponerte nerviosa, demostrarte el gran auto control y seguridad que posees: Lo único que hiciste fue sonreír y pedirle al público con un gesto amable que guardara silencio.... y todos lo entendimos, estabas tan concentrada en ser la mejor que no querías que nada te desviara del objetivo.

No lo recuerdo bien, pero creo que rezaba segundos antes de la señal de salida. En el momento que se dio la señal de ‘fuera’ no respiré. Te seguía en la pantalla sin permitirme parpadear, tragar saliva o moverme. A los pocos metros de carrera tú y Williams habían dejado atrás al resto de competidoras y se enfrascaban en un duelo de poder a poder por alcanzar la meta. Paso tras paso, mientras Williams se desinflaba y perdía gas, a ti te sentía más próxima al objetivo, tu rostro siempre tan seguro ahora denotaba que te esforzabas al máximo por mi, por tu familia, por todo un país que nunca dudo en converirte en su hija prodiga y que esa tarde, cuando en un final explosivo llegaste en segundo lugar (de haber habido 20 metros más, sin duda habrías ganado).

Ver como recorrías la pista con la bandera de México y la de Grecia a tus espaldas, como dabas infinidad de entrevistas a medios nacionales y extranjeros, escucharte tomar una llamada del Presidente y verte intacta y hasta cierto punto insatisfecha por el segundo lugar me dio una gran lección de vida, pues mientras todo México festejaba tú ya tenías la mente puesta en el siguiente año, en la próxima competencia, en la próxima carrera.

Esos momentos de mi vida en los que siento de más jamás los cambiaría. ¿Y sabes?, no fue la única vez. Contigo se me hizo costumbre decir ‘vamos a gANAr’, observar imágenes tuyas con medallas, trofeos, en un podium, con la bandera y festejando se hizo tan común que cualquiera pensaría que ser la mejor del mundo es cosa fácil. No fue sólo la medalla de Atenas la que desde hace mucho hizo que te lleve en mi corazón, también son culpables las medallas que ganaste en Juegos Centroamericanos, Panamericanos, tu triunfo en la Golden Leauge, Copas del Mundo, el récord mundial que rompiste y sobre todo, el día que ganaste el campeonato mundial de Atletismo. Dejando en claro que desde hace mucho, eres la deportista mexicana más grande de todos los tiempos.

‘Mi héroe es una chava’, así decía la campaña publicidad que Nike lanzó con tu imagen y que en mi caso describe lo que eres para mi. Ganaste todo en una disciplina en la que nadie se lo hubiera imaginado. Pusiste el correr de moda, llenaste un estadio en la Ciudad de México con más de 50 mil personas para ver una carrera de Atletismo. Hiciste respetar tu nombre y el de México en todo el mundo siempre de forma honesta y humilde. Nos demostraste que no hay rival invencible si se está convencido de que el trabajo y esfuerzo acaban con cualquier imposible. Siempre fuiste la excepción a la regla, ese punto que en un mar de inseguridades y complejos no se cansó de alzar la voz y convencernos de que ser mexicanos es sinónimo de ser capaces de todo.

Sigues siendo diferente. Hace cuatro días anunciaste tu retiro definitivo del Atletismo a unos meses de los próximos Juegos Olímpicos después de que no obtuviste respuesta ante los reclamos que le hiciste a las autoridades deportivas de éste país sobre el pésimo manejo de recursos y preparación. Era una lucha que no te correspondía y que sin embargo emprendiste con valentía no en tu nombre, sino en el de todos los deportistas que debido a la ineptitud de la política ven mermados sus sueños de prepararse adecuadamente. Dijiste que la estructura del deporte mexicano ‘es una porquería’ y tienes razón.

Es una lastima que situaciones así hagan que te retires tan prematuramente, pero a la vez es un orgullo saber que mi héroe tiene convicciones y que lucha porque el deporte mexicano salga adelante. Es una lastima que el Presidente Felipe Calderón no tenga tiempo para recibirte, pero te aseguró que si hubieras ido a Beijing hubiera sido el primero en llamarte cuando ganarás la primer carrera. Es una lastima que Carlos Hermosillo y demás dirigentes del deporte nacional digan que tu renuncia en realidad fue porque tu carrera va a la baja... Y yo preguntó: ¿colarse en todas las finales mundiales y olímpicas de Atletismo de los últimos cinco años es ir a la baja?. Es una lastima que algunos periodistas y medios de comunicación, que en tus victorias se peleaban por entrevistarte y firmar contratos contigo, ahora te lancen duras criticas. Es una lastima, y decir esto me duele mucho, que las autoridades el país al que tanto le diste te trate así y dejé que te vayas sin hacer el mínimo esfuerzo por retenerte a ti que sin lugar a dudas eres la mejor y nadie, pero nadie, tiene el derecho de recriminarte nada.

Pero la verdad está afuera Ana. Podrán lanzar mentiras y calumnias sobre ti, pero de nada servirá cuando desde hace muchos años le robaste el corazón al pueblo mexicano. Somos nosotros y no los imbeciles dirigentes quienes vibramos, lloramos y nos sentimos parte de ti. Nosotros jamás olvidaremos que tu legado a muchos nos da la fortaleza para seguir adelante pensando que todo se puede y porque con tus triunfos engrandeciste a México.

Sé que tu carrera en las pistas terminó y que no soy nadie para pedirte que regreses. Eres una triunfadora, harás lo mejor y sé que jamás traicionaras esos ideales que tanto me hacen respetarte. Sé que nunca pararás.

A nombre de México, te doy las Gracias.

miércoles, 16 de enero de 2008

SMS

Solía pensar que eso de obsesionarse con la tecnología y sus avances nunca me iba a pasar. Orgulloso veía como amigos y conocidos sucumbían lentamente a diversos artilugios tecnológicos (igual de interesantes como idiotizantes) tales como videojuegos, figurillas electrónicas, transmisores, aparatos de sonido, etc. Mi orgullo radicaba en afirmar que ‘jamás de los jamases’ una máquina controlaría mi vida, que podría ir, venir y hacer de mi vida un papalote sin que ningún aparatejo me creara dependencia.

Después conocí Internet, abrí un blog y tuve que tragarme mis palabras. Sin embargo, con cierta vergüenza admito que tener ‘acceso a la red’ no es la única subordinación tecnológica que sufro. Muy a mi pesar confesaré que desde hace días dedico mi tiempo libre a mirar incansablemente mi teléfono celular.

¿Soy un presumido superficial por dedicar un post para hablarles de mi Sony Ericsson modelo ‘quién sabe qué’?. En realidad lo que menos me importa es parecer o no presuntuoso, es más, para ser honesto, haber empezado hablando de tecnología fue sólo un pretexto para llegar al único tema que desde siempre me ha intrigado y quitado el sueño: El Amor; sentimiento obsesivo que a lo largo de los años se ha puesto el traje de actor principal en mi vida hasta el grado de, como fantasma mortal, aparecerse en todo lo que hago y torcer cada uno de mis planes.

Al amor no se le puede combatir por la sencilla razón de ser inmune al tiempo. Como el más avanzado de los virus se adapta a su entorno y muta hasta convertir al entorno enemigo en aliado. No importa que tanto los sociólogos se quiebren la cabeza diciendo que el excesivo desarrollo de la tecnología traerá el distanciamiento en las relaciones humanas, al amor ni una pantalla, un cable o un aparato receptor podrá frenarlo.

Al igual que muy temprano, hace un par de minutos mandé un mensaje, y seguramente en la noche, antes de acostarme a dormir lo haré una vez más. Intento hacer cómo si no lograra descifrar dónde está el atractivo de escribir un pequeño texto y mandarlo hasta otro teléfono. De cualquier manera no es la acción, sino el motivo lo que me tiene como nunca, preso de ese aparatito que no mide ni 10 centímetros pero que significa mi contacto las veinticuatro horas con ella. Por más que lea los grandes clásicos de la literatura, ignoro como le hacían los enamorados de hace años para lograr salir vivos a las horas en las que el destino los privaba de estar junto al objeto de su afecto. Ignoro además, lo angustioso que se volvía la espera por una carta y los días de exasperación en que la otra persona reciba su respuesta. Supongo que por eso encuentro consuelo en sentir que el alma se me va en cada uno de los mensajes que le mando cada día esperando hacer de la tecnología una poderosa aliada.

¿Sospecha que cada mensaje que recibe fue escrupulosamente planeado... qué cada una de las palabras que aparecen en su pantalla fueron borradas y acomodadas hasta dar con la formula exacta?. A veces maldigo el que la tecnología aun no me permita ver la expresión en tu rostro cada que vez mi nombre y un icono de un sobrecito aparecen en su teléfono. Si antes la agonía era no poderse comunicar, ahora es el ignorar si ella se sonroja y sonríe, o si por el contrario, lo recibe con la más fría indiferencia. Y he ahí lo apasionante en este juego, que por mucha tecnología el amor siempre se las ingenia para que la incertidumbre y el cosquilleo en el estomago esté siempre presente y aumente a la octava potencia cuando de repente, el sonido de mi propio teléfono me saca de la rutina indicándome que ella ha respondido a su llamado.

No lo hace siempre, y eso hace que mi atracción por ella crezca desproporcionadamente. No sé que juego macabro esté jugando, el chiste es que por más que intentó no puedo dar con la formula que hace que a veces conteste y a veces no, que a veces sea fría y otras tan cariñosa que el mensaje SMS se convierte en una flecha directa a mi entendimiento.

Ya no sé si sirve decirle que me gusta, lo maravillosa que es, o lo nervioso que me pongo en su presencia, pues de seguro ella lo nota. Está en todos lados, en la música que escucho, en los libros que leo, en mis sueños y ahora también en mi teléfono celular, ese que ahora estoy viendo inerte sobre el escritorio y que en cualquier momento podría traerme una pequeña parte de su hermosa esencia y de paso, arrojarme al abismo del encanto en el que ya no me importa morir.

Ver el celular entre mis manos y preguntarme si será mucho o poco las frases llenas de mis ganas por ti que con gran timidez le mando. No me basta con verla de vez en cuando, ni con platicar cara a cara con ella. Necesito más de ella y no sé hasta cuando me duré ese extraño sentimiento que me hace despertar ilusionado y con ganas de vivir lo que sea. Mi corazón está a nada de ser vencido. Yo le ayudo.

Con permiso, tengo que mandar un mensaje.

domingo, 13 de enero de 2008

Feliz Cumpleaños dear blog

A dos años de esta locura... sigue siendo igual de excitante.

Hace justamente dos años, para ser exactos un 13 de enero de 2006 escribí la primera entrada de “El Incomprensible Mundo de Gabriel Revelo”, seguro de que el jueguito no me duraría más de un par de meses. En aquel tiempo veía a los blogs con cierto desprecio, solía criticar a las personas que los leían y más aun, no me cabía en la cabeza que hubiera gente capaz de atreverse a dejar su vida plasmada en un espacio público. Lo contradictorio en mi, era estar enamorado de las palabras y las historias, pero cometer la discriminación de sólo venerarlas si venían impresas en papel.

Hasta la fecha sigo sin saber que fue lo que me impulso en ese Enero, a de buenas a primeras, abrir un Space de MSN y centrar mis energías en el blog que este tipo de espacios ofrece. Quizá era el desempleo, la depresión por la que pasaba, el estar alejado de mi mejor amiga, el no saber a dónde o qué hacer cada día. El chiste es que aquel día 11 comencé a trabajar en lo que sería mi primer sitio de Internet: subí fotos, agregué listas de música y le puse un tapiz azul marino que le daba un toque de elegancia y sobriedad. Subí un par de escritos como prueba, y finalmente, después de dos días de no moverme de la computadora, publiqué mi primer escrito que ni era la gran cosa, pero que en ese momento me pareció que debía ser leído por todo el mundo (como si todos tuvieran acceso a Internet).

Los primeros días fueron caóticos. Llegaba a subir hasta tres entradas al día pues estaba convencido de contar con un público cautivo que entraba cada hora a ver si había algo nuevo. Después descubrí que mi Space tenía un contador de visitas y que no tenía más que veintitantas... justamente el número de veces que entré en los primeros días. Decepcionado por haber hecho el ridículo casi mando todo al demonio. Situación bastante estúpida si analizamos lo improbable que resultaría que en su primera semana un blog se vuelva popular.

Dos cosas me salvaron la vida: el primer comentario de un lector diciéndome que le gustaba lo que hacía y la imperiosa necesidad de escribir aunque fuera para mi solo. Desde que tengo memoria he jugado a crear historias. Constantemente tenía pleitos con mis amigos de infancia pues siempre tendía a complicarle la vida a los buenos y enredar la trama de una aventura que a los seis años sólo debería ser ‘llega el bueno, pelea con el malo, gana fácilmente y todos felices’. Después el juego era extender mis series favoritas, agregarles más personajes, más historias, más capítulos. Desde entonces sueño a todas horas, me es imposible pasar más de una hora sin que mi cabeza transforme mi entorno en alguna historia y reordene todo hasta volverlo satisfactorio o por lo menos, más interesante. Redescubrir la vida, narrarla, hacerla más viable.

Desde la adolescencia fui guardando apuntes, pequeñas historias, poemas e ideas en una vieja caja de zapatos convencido de que algún día todas esas piezas formarían la gran historia. Hasta la fecha sigo esperando esa gran historia, y también, hasta la fecha sigo guardando diversos escritos, sólo que ya no están encerrados en aquella vieja caja, sino aquí, a la vista de todos en este blog.

Esa fue la seducción, el ser leído. Ya que de todas formas iba a seguir escribiendo, que mejor que aquellas palabras encontraran algún eco y fueran retroalimentadas en su infinito viaje por la red. Finalmente le agarré el gusto y desde entonces, he convertido a este espacio en una de las cosas que más me llena en la vida. Las visitas y los comentarios fueron aumentando poco a poco y se incrementaron aun más cuando hace nueve meses tomé la decisión de mudarme de MSN Spaces a Blogger, cambio que en un principio emprendí más por hartazgo de las fallas técnicas de MSN que por buscar otros horizontes. Y desde entones estoy aquí, emprendiendo la aventura de querer contarles cosas interesantes o que cuando menos les provoquen sensaciones.

Si sumo las visitas de mi primera etapa en MSN Spaces y las que hasta el momento llevó aquí, me da la cifra de más de 9, 500 visitas en dos años. Sé que estoy lejos de tener esas cifras estratosfericas de los blogeros estrella, pero al final eso es lo que menos importa, sobre todo cuando pienso que 9, 500 veces este blog ha sido abierto y que mis pensamientos en forma de frases han llegado a diferentes partes del planeta. Y eso, por si sólo, ya es alucinante.

Queridos amigos, qué decir de sus comentarios, de todas esas veces que además de su atención, se toman su tiempo y me dejan saber sus opiniones, pensamientos o criticas. Créanme que siempre las leo todas y cada que las recibo, ustedes dibujan una sonrisa en mis labios. Ahora podría intentar mencionar sus nombres, pero soy tan distraído que no me gustaría omitir un nombre importante. Gracias a la comunidad de blogeros mexicanos, peruanos, argentinos, colombianos, costarricenses, españoles, chilenos, dominicanos y venezolanos... a todos ustedes disculpen si a veces no los visitó con la regularidad que deseo, a veces la vida más pronto de lo deseable pero nunca me olvida de ustedes. Gracias quienes siempre comentan. Gracias a los que me siguen desde la etapa anterior. Gracias a mis amigos que sé que me leen. Gracias a esos que debido al blog, son mis amigos. Gracias a los que aunque nunca comentan, suelen visitarme constantemente. En parte, si llevó dos años escribiendo y más de 250 entradas es por ustedes.

No sé dónde vaya a terminar este blog, pero estoy seguro que falta mucho para ponerle el punto final. Si mi vieja computadora resiste ¿por qué yo no?. Como siempre y más que nunca.

¡Nos estamos leyendo!

jueves, 10 de enero de 2008

¿Doctor corazón?

Es común que la mayoría de las personas vean a un ser iluminado en la figura del escritor, lleno de inspiración las 24 horas del día y dueño de un conocimiento absoluto de cualquier tópico. Por eso, con frecuencia en foros, conferencias, asuntos de la política y hasta en programas televisivos, es común que uno o más de ellos sea invitado con la finalidad de escuchar una ‘opinión calificada e inteligente’ que descubra el hilo negro y deje contento a todo mundo.

La idea anterior, según he escuchado en diversas charlas y entrevistas, resulta incomodo para la mayor parte de los escritores. Si bien es cierto, nunca faltaran aquellos que ya sea por querer siempre figurar o sentirse ‘tocados por Dios’ aceptan gustosos el privilegio de volverse actores y no narradores de cada uno de los acontecimientos de moda, lo cierto es que los verdaderos escritores prefieren mantener su imagen y sus letras al margen de los reflectores y noticieros.

¿Qué tan valida es la opinión de un ‘escritor’, que a pesar del aura de cultura que su oficio le confiere no deja de ser una persona común y corriente?. No es una regla escrita, pero por lo general, quienes gustan de escribir se caracterizan por tener la cabeza llena de mucho más dudas que certezas. En parte escriben para darle un poco de orden a un mundo que no comprenden y que quizá por eso mismo, les apasiona. Se supone que así pasa con los escritores de verdad, aquellos de las grandes novelas, de los ensayos cultivantes o de las reflexiones llenas de profundidad. Pero entonces... ¿cómo debo actuar yo por más que me encantaría, no soy un escritor en toda la extensión de la palabra?

Llevó no sé cuantos minutos sentado frente a mi computadora, leyendo una y otra vez un mail al cuál no tengo ni la menor idea de qué responder. ¿En qué estaba pensando una de las queridas lectoras de este blog al escribirme un correo pidiéndome ayuda? ¿De verdad tengo la suficiente autoridad para dar consejos sobre un problema planteado?. No tengo la menor idea, y quizá por eso, desde hace dos días he pensado si responder o no aquel correo que lleva por titulo ‘ayuda gabriel’ y cuyo contenido sincero no me dejará en paz hasta que para bien o para mal de la interesada, lo responda.

Puse mi dirección de correo en este blog con la finalidad de mantener una relación más estrecha y personal con aquellos aventureros que me leen. Comúnmente en mi correi recibo con muchísimo gusto comentarios de varios lectores, recomendaciones de cualquier tipo, correos cadenas y hasta invitaciones para agregarlos a mis contactos de Messenger y conocer así a muchas personas interesantes. Por meses todo iba muy bien hasta que recibí el dichoso correo en el que una persona invierte su tiempo y confianza en contarme parte de su vida y pedirme una opinión.

El hecho de que su problema sea de índole sentimental no me ayuda ni tantito. No sé que tan conveniente sea contestar honestamente y decirle ‘no sé que puedes hacer’, pues además de ser la verdad, es lo mejor para ella. Si analizo fríamente mi pasado y presente amoroso, de inmediato concluyo en que soy un desastre en cuanto a temas del corazón. Suelo amar siempre mal: a veces a destiempo, a veces muy poco, a veces demasiado... el chiste es que nunca logro dar lo necesario, en el momento justo. Yo, que siempre repruebo la materia del amor, carezco de toda autoridad moral para responder ese mail y sin embargo sé que terminaré haciéndolo por más que desde hace horas la pantalla en blanco se empecine en decirme lo contrario.

Que ella me perdone. Seguramente ni mis letras ni yo no estaremos a la altura de la respuesta que espera. Trataré de ser sincero y decirle lo que yo haría en su lugar, aunque de ser ella, tendría el tino de hacer justo lo contrario, y así, con suerte las cosas saldrían un poco mejor.

Ignoró si soy un escritor de verdad, pero de momento me siento como uno más de ellos. Escribo para hacerme un lugar en el mundo o ya de perdida, fabricarme uno con miles de defectos pero un poco más cómodo. Por lo demás soy tan normal que no termino de creerme que alguien valore mi opinión.

Soy inseguro, como comida chatarra, veo caricaturas y a veces me enfermo del estomago. No me hallo ni tantito especial. Gracias a ella, que sin conocerme, considera lo contrario. Espero no decepcionarla... y comienzo a escribir el mail.

domingo, 6 de enero de 2008

¿Cuándo te volviste tentación? (de nuevo)


Y volverá a pasar, no importa cuantas veces te vea e intente verte sin mirarte. Para que sea diferente tendría que reinventar la historia de mi vida.

Abrí una puertita del pasado, tan pequeñita que la creí inofensiva. Me asomé y volví a encontrarte dentro. Habías cambiado un poco, pero para bien. Más mujer, más cautivante. Eres la viva imagen de la sensualidad y ni cuenta te das. Por eso al mirarte me arden los ojos, y quizá por eso también, esta noche estoy solo y esperando a que un rayo de la nada venga a sacarme de aquí. Solo, preguntándome cómo diablos poder escapar de tu embrujo que me consume en deseos y ganas de tener aunque sea una parte de tu esencia.

Hoy, como tantas veces, cometí la imprudencia de asomarme a mis heridas del ayer. Hoy, como tantas noches, me iré a dormir con un hueco en el alma y una angustia por 'nada' en el corazón.

De nada sirve mirarte esta noche si siempre estás lejanísima, como en otra ciudad, como en otro mundo.

miércoles, 2 de enero de 2008

Centro comercial


La primera entrada del 2007 del blog la escribí en la enorme Librería José Vasconcelos. 365 días después, el post que inicia al 2008 nace en un lugar completamente diferente: un centro comercial. Podrá ser un espacio más frívolo o menos culto si se quiere, pero que también alberga cientos de historias cuyo encanto radica en su realidad, tan palpable como los motivos que llevaron a cada una de esas existencias a pasearse entre almacenes, tiendas y restaurantes esta tarde de miércoles.

Siempre he querido creer que en la vida hasta la cotidianeidad más simple está matemáticamente trazada. No creo que sea casualidad que después de un diciembre veraniego, los primeros dos días de enero nos reciban con un frío prácticamente gélido y un cielo nublado y que precisamente ese ambiente combine de las mil maravillas con mi estado de animo. Quién sabe por qué mi corazón amaneció aplastado.

Ya las bajas temperaturas deberían ser razón suficiente para que una persona normal y con un poco de aprecio por su salud decidiera quedarse en casa toda la tarde, ya sea viendo alguna película, tomando café o leyendo alguna novela, y no cometer la tontería de salir a caminar (para colmo, sin chamarra) y sentir como el frío se estrella contra el rostro. Pero como dije, esta vida esta construida de ‘chispazos’ que sin razón nos hace movernos y provocar situaciones. Si eso pasa con cada persona en la tierra, la cantidad de actividad energética generada cada segundo por estos movimientos debe crear algún efecto orquestal que rige al universo entero. De ser real, ésta babosada que se me acaba de ocurrir nos pondría a cada ente del planeta en el papel de actores de una gran puesta en escena en la que cualquier encuentro, movimiento o circunstancia es parte de un baile perfecto que dará como resultado una ‘novela de novelas’ tan infinita como llena de posibilidades.

Ya me desvíe del tema con algo que a lo mejor ni existe. Dejemos las cuestiones metafísicas de lado y dejemos el asunto en que prefería salir al frío a quedarme en casa. Tras caminar erráticamente por un breve tiempo, decidí dirigirme al nuevo centro comercial que abrieron a tan sólo unos minutos de mi casa. El espacio que ahora ocupa fue por años un extenso terreno baldío al que hace muchos años escapaba con mis amigos para jugar futbol en sus inmensos llanos. Lleno de montañas de tierra, hierbas y pasto, aquel lugar ofrecía un lugar idóneo para la aventura y un campo de cultivo inmejorable para leyendas y cuentos de terror. Yo llegué a internarme en su enormidad un par de ocasiones y siempre acompañado, pues como ya dije, la soledad de un sitio así suele imponer y más cuando uno apenas rebasa los diez años.

Con el tiempo la colonia en la que vivo fue creciendo y llenándose de pobladores, surgió un modesto centro comercial y el terreno enorme fue cercado por sus dueños. Por años el rumor de que en la zona del baldío se construiría un centro comercial mucho más grande rondó por años entre los habitante de colonias vecinas hasta que hace unos meses cientos de trabajadores, decenas de tractores, grúas y toneladas de material de construcción llegaron a romper la calma del lugar. Día y noche podía verse gente trabajando por las pequeñas rendijas que el enrejado dejaba al descubierto. Finalmente, y tras las protestas de los típicos ‘vecinos mitoteros’ que nunca faltan, el 11 de octubre del año pasado fue inaugurado el centro comerical ‘Parque Tezontle’.

Enclavado en la colonia Paseos de Churubusco (donde vive su servidor), Parque Tezontle es como un oasis en una zona aun en desarrollo. Cuenta con la mayor parte de las tiendas y franquicias a las que un lugar así aspire: Cinemark, McDonald´s, Sanborns, Starbucks, Liverpool, Martí, Mix Up, Toks, Italianis, Sears, Chillis, Zara, etc. En fin, podría decirse que en sus tres pisos hay todo lo que uno busque en un centro comercial respetable. No sé los demás vecinos, e incluso puedo sonar muy superficial, pero a mi el resultado me gustó y mucho.

Lo extraño de la aseveración anterior es que siempre he detestado los centros comerciales. Se me hacen fríos, llenos de banalidad y siempre atestados de gente y parejitas de enamorados, elementos que siempre pondrán melancólico a un solitario empedernido como yo. Por eso se me hace extraño que a unos meses de su inauguración disfrute tanto perderme entre sus tiendas y recorrerlo con el mismo asombro de la primera vez. Supongo que no es lo mismo caminar un sitio que nos es indiferente, a hacerlo en otro sitio que nos remonta a otra época en la que en lugar de sofisticadas tiendas de ropa había matorrales y animalejos. Me detengo en el tercer piso y veo mi colonia desde otra perspectiva. Todo es igual pero tan diferente que me maravilla que en tan sólo unos meses pueda estar viendo un paisaje que antes sólo las aves podían disfrutar.

Ya sea metido en el Starbuks mientras leo, viendo discos en Mix Up o libros en la Librería Porrua, hojeando revistas en el Sanborns o curioseando las playeras de los equipos de futbol en Martí, no es nada difícil encontrarme cualquier tarde esperando quién sabe qué cosa. Y eso es lo que me intriga... ¿qué diablos me lleva a Parque Tezontle tantas veces?.

Iba decidido a comprarme la revista Chilango y terminé comprando la Letras Libres gracias a que de la nada, descubrí que José Emilio Pacheco había escrito un articulo sobre el sentido de la vida. Partiendo de algunas ideas de ese texto decidí escribir este post... ¿no está todo dentro de una maquinaria perfecta de causa-efecto?. No tenía nada que escribir para hoy, llega el frío, me saca de mi casa y me lleva al lugar menos indicado para encontrar la inspiración.

Eso mismo es lo apasionante de un lugar como Parque Tezontle. La gente que está compartiendo un mismo lugar y tiempo, con motivos para estar ahí tan diversos como el mar. Historias que al fin y al cabo no se narran una a otra y que de paso, le dan su toque de tétrico: todo esta en el mismo lugar... pero aislado.

Igual que hace un año, no tengo ni la menor idea de que historias me lleve a protagonizar la sinfonía de la vida.