martes, 24 de febrero de 2015

El misterioso y perturbador caso de la popó embarrada en las casas de los vecinos

En la calle en la que vivo ocurren cosas raras: Un chavo se suicidó en una vivienda de la esquina; amarran servilletas de forma misteriosa en las puertas de las casas; amenazan de muerte a los perros; hay una casa en la que viven unos santeros que continuamente tiran gallinas y otros animales muertos en el parque de la esquina; y un sinfín de rarezas más. 

Sin embarco, hace unas semanas ocurrió una hecho que jamás se había presentado, al menos por estos rumbos: Sin motivo alguno, algunas casas y autos de los vecinos amanecían llenas de excremento. 

¡Qué asco!
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Al principio fue un caso aislado. Una vecina se topó con una de las paredes del exterior de su casa embarrada de popó. Claramente se veía que el chiste fue obra de otra persona pues entre la suciedad había huellas de dedos. 

El hecho comenzó a repetirse de forma habitual por las noches, tanto en esa como en otras viviendas de la calle. Después fueron los autos. No era raro que un vecino saliera y se encontrara con su parabrisas embarrado de caca. Lo peor es que los vecinos afectados comentaban que aquellos desechos fecales eran humanos. 

¿Cómo le hacían para saberlo con sólo mirar la popó a simple vista, y olerla? 

Lo ignoro, a lo mejor tomaron un curso de identificación de heces o es una sabiduría que la vida les fue dando con los años. 

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De inmediato comenzaron a surgir teorías sobre lo sucedido. Unos culpaban a los santeros, otros decían que era cosa de brujería, que eran los extraterrestres, el chupacabras, que había unos vándalos, o bien, que se trataba de un perro callejero. 

La única de estas hipótesis que se descartó fue la del perro callejero. Obvio, nadie creyó que hubiera un perro capaz de embarrar las paredes a una altura considerable y dejar entre las manchas las huellas de unas manos. 

Por suerte esto ocurría únicamente en las casas ubicadas en la parte central de la calle en la que vivo, y no en las que se encuentran en las orillas, como la mía. Aunque supongo que el no sufrir ninguno de estos ataques nos volvía sospechosos. 

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Desesperado por el asqueroso batidillo que debía limpiar por las mañanas, un vecino revisó las cámaras de seguridad que tiene instaladas afuera de su casa. Lo que descubrió fue perturbador. Quién había provocado todo fue… La momia. 

No, no es choro. 


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Sí, una momia. Pero no de esas egipcias que usan vendas. Tampoco de Guanajuato. Cuando digo “momia” me refiero a una vecina solterona de unos 65 años que vive en una casa de mi calle. Ese apodo se lo pusimos unos amigos y yo, debido a su aspecto demacrado y terrorífico. 

Una vez nos regañó porque volamos un balón a su casa, y aunque no lo devolvió, su cara horrible casi nos causaba un infarto. Así se ve más o menos, pero en vieja: 


Antes salía de su casa para ir a trabajar y regresaba por las tardes (sí, con su cara de momia). Después se jubiló y casi nunca sale al exterior. Bueno, sólo para embarrar popó en las otras casas, como se demostró en el video. 

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En los videos examinados se veía a la momia salir de su domicilio con su propia caquita en sus manos, para después embarrarla en los autos y en las fachadas de las casas cercanas. Al otro día varios vecinos la encararon, y al decirle que habían descubierto su asqueroso secreto, la pusieron a limpiar la popó que había embarrado.

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Desde entonces no se han presentado nuevos actos vandálicos perpetrados con popó humana de momia. Aunque la amenaza de que una vez más se le bote la canica a esta señora sigue latente. 

Unos dicen que fueron cosas de la edad, otros que la momia enloqueció o que realizó un extraño ritual maligno. Nunca sabremos la verdad.

jueves, 19 de febrero de 2015

Entrevisté a Martín Hernández, sonidista de Birdman


Parte de las satisfacciones que nos da un trabajo, además de dignificar nuestra vida y hacernos sentir útiles, es la posibilidad de conocer a gente importante y exitosa de distintos ámbitos.

Eso lo viví hace unos días, cuando debido a mi chamba -para quienes no lo sepan trabajo escribiendo para Sopitas.com, uno de los portales de Internet más leídos en México- y tuve la oportunidad de entrevistar a Martín Hernández, mítica figura de la radio mexicana y sonidista de varias películas nacionales e internacionales, ganador de varios reconocimientos y recientemente nominado al Oscar por su trabajo en la cinta Birdman.

¿Cuántas veces se tiene la oportunidad de entrevistar a un mexicano nominado a un Oscar, días antes de esta ceremonia? Supongo que muy pocas, por eso en cuanto surgió la posibilidad de tener esta conversación con Martín Hernández acepté inmediatamente.

¿Me dieron nervios? Sí, pero ni modo, si no lo hubiera hecho seguramente me hubiera arrepentido durante mucho tiempo.

¿Cómo se prepara uno para entrevistar a una persona cuyo trabajo está siendo reconocido a escalas internacionales? Pues la verdad no sé, sólo me puse a investigar un poco más sobre la vida de Martín y me puse a pensar en lo que me gustaría saber de su trabajo como sonidista de una película tan importante y reconocida como Birdman.

La entrevista se llevó a cabo en Astro LX, unos estudios de audio con instalaciones impresionantes, únicos en México y que no le piden nada a los grandes estudios hollywoodenses.

Precisamente es ahí dónde Martín realiza varios de sus trabajos. Amablemente nos concedió alrededor de 50 minutos de una charla en la que ahondó sobre el proceso que se sigue para sonorizar una película, los secretos detrás de Birdman y varios aspectos muy interesantes de su carrera en cine y radio, como por ejemplo, su reciente regreso a la radio en el programa Así las cosas, que se transmite por las mañanas en W Radio.

Bastaron unos minutos para dejar los nervios de lado y comenzar a disfrutar de la entrevista.

Sin duda escuchar a Martín es aleccionador y motivante. Más allá de lo interesante de sus respuestas, lo mejor de esta entrevista fue haber conocido a una persona que a pesar del éxito es muy sencilla, amena y siempre dispuesta a seguir buscando superar los nuevos retos que le impone la vida.

Al final fue un honor haberlo podido conocer. 

Para leer la nota en Sopitas.com den clic aquí.

domingo, 15 de febrero de 2015

Pinche Adidas ¿y la playera verde?

Desde hace años (incluso desde que era niño gordo) siempre me ha causado ilusión cuando se lanzan nuevos modelos de playeras de la Selección Mexicana. O bueno, eso era antes porque ahora cada que anuncian que un nuevo diseño se acerca lo que siento es pánico. 

Ese temor viene desde que Adidas es la marca que viste a la Selección Mexicana de futbol, pues desde hace varios años esta firma deportiva se ha divertido de lo lindo faltándole el respeto a la tradición de nuestro equipo nacional. 

Y la verdad es gacho porque desde hace un buen tiempo soy fan de esta marca alemana, sobre todo de sus diseños de la vieja escuela; las playeras que hizo para la Selección Mexicana en el Mundial del 86 también me parecen una maravilla. Además soy miembro del Adidas Running Team, el equipo de corredores auspiciado por esta marca, y la verdad, la ropa que hacen para practicar este deporte está padre (aunque no hagan tenis para corredores pronadores). 

Sin embargo, mi relación de amor con Adidas se transforma cada pisotean la historia de nuestra Selección. Me explico, primero sacaron una playera negra como segundo uniforme (previo a Sudáfrica 2010), diseño que en su momento a todos nos gusto pero que comenzó a usar mucho más que el tradicional y bello primer uniforme -playera verde, short blanco y calcetas rojas-, con el que nos identifican en todo el mundo. 

Después se les ocurrió eliminar las calcetas rojas del primer uniforme. Así por sus pistolas. La verdad sin ellas no era lo mismo pero bueno, los señores de Adidas pensaron que era una idea brillante (idiotas). La tercera aberración fue cuando previo al Mundial de Brasil 2014 sacaron una playera al estilo Power Rangers que a todos nos sacó de onda:


Ok, hasta yo la compré pero fue para no sentirme fuera de la fiesta mundialista. En esa ocasión la playera de visitante era roja con una especie de electrocardiograma negro en el pecho. ¿Era un diseño bien mafufo? Sí, pero bueno, era la playera del segundo uniforme y ahí sí se permite experimentar, aunque sin caer en los extremos. 

Ahora, Adidas nuevamente quiere verse innovadora (que vayan e innovar a otra Selección, o mejor aún, a su madre) y hace unas semanas presentaron las nuevas playeras para la escuadra mexicana. Y ahora sí la regaron y feo, pues... ¿¡¿¡No sacaron ninguna camisa verde?!?! Valiéndoles madre la historia, tradición e identidad del equipo mexicano sacaron una playera negra (que ni está tan chida) y una blanca con vivos fosforescentes. Y ya. El único verde está en los escudos y ese tono ni siquiera es el de nuestra bandera. 


Mínimo hubieran sacado una playera guinda, como la del mítico uniforme que México usaba antes del Mundial del 70. 

Al parecer ya sabían que a muchos no les gustaría que eliminaran el color verde y por eso la campaña de promoción usa los eslóganes: "La verde se lleva en el corazón" o "Los partidos se ganan con el corazón no con la playera"

Todo esto en aras de querer vender más, pues al fin y al cabo, para Adidas la Selección Nacional no es más que un negocio. Y viceversa, pues la Federación Mexicana de Futbol es parte de ello y mientras ingrese más dinero a sus arcas le importa un pito envuelto si viste al equipo con colores para hacer aeróbics. 

No veo que Adidas quite, nomás por cotorrear, los colores o diseño tradicional de las playeras de locales de España, Alemania o Argentina. Pero claro, como en México aguantan cualquier cosa, vamos a sacar dos jerséis nuevos pa' ganar el doble

Y no se vale. Está bien que esto sea un negocio pero no sean tan desgraciados. 

Cuando yo era niño veía las playeras verdes de la Selección en las tiendas y les juro que me daba emoción. Sentía orgullo ver el tradicional jersey color verde y ni se diga cuando me lo ponía. Pero ahora, con esos dos modelos pichurrientos, que podrán ser muy vanguardistas y modernos, no siento la menor identificación. Hace unos días vi ambos diseños y sí bien no están tan feos, no los siento míos. 

Huevos pinche Adidas. Ojalá les caiga el veinte y se den cuenta que visten a una Selección, no a un club europeo pedorro, de esos que juegan con los diseños de sus uniformes cada año. 

Lo peor es que en un año anunciarán con bombo y platillo: El regreso de la verde. Y a vender más. Malditos mercenarios.

martes, 10 de febrero de 2015

La pena máxima


En el 2006, movido por la pura intuición, compré y leí Abril Rojo, novela con la que el escritor peruano Santiago Roncagliolo ganó ese año el prestigioso Premio Alfaguara de Novela. 

Disfruté ese libro una enormidad, en primer lugar por la punzante historia sobre unos sangrientos asesinatos que tuvieron lugar en la semana santa del año 2000 en Ayacucho, Perú, y después, por su singular protagonista, el fiscal Félix Chacaltana, quien nunca hace nada malo… ni bueno… ni nada que esté fuera de los códigos civiles, y que de forma casi incidental va enredándose en esta trama de intrigas. 

Por años guardé un buen recuerdo de esa novela, y precisamente por ello, no pude ocultar mi emoción cuando en la mesa de novedades de una librería me topé con La pena máxima, el nuevo libro de Roncagliolo, y al leer la sinopsis vi que estaba protagonizada ni más ni menos que por Félix Chacaltana. Así es, uno de mis personajes literarios volvía con una nueva aventura. 

Eso sí, no hace falta haber leído Abril Rojo para disfrutar de La pena máxima, pues la segunda es una precuela de la primera. Ahora conocemos a un Chacaltana mucho más joven e inseguro, pero que ya poseía esa rectitud y decencia que tanto intriga y por momentos choca a quienes lo rodean. 

Además, esta nueva novela tiene un aire futbolero pues ocurre a la par de los juegos que la Selección de Perú jugó en el Mundial de Argentina 1978. La historia comienza en junio de ese año, cuando Perú se encuentra sumida en la euforia mundialista. 

Pocos peruanos escapan a esa fiebre, y uno de ellos es precisamente Félix Chacaltana, quien trabaja como asistente de archivo en el sótano de una oficina del Poder Judicial, donde se esfuerza por ser el más eficiente a pesar de la burocracia y la tediosa rutina gubernamental. Aunque claro, nadie nota su trabajo e incluso su jefe inmediato, le pide que no sea tan obstinado y se dedique más a vivir. 

Sin embargo, cumplir de forma ejemplar con su trabajo no es la única preocupación de Chacaltana, quien debe obedecer y lidiar (por no decir soportar) a su madre y sus ideas conservadoras, que muchas veces pone en predicamento su “relación amorosa” con Cecilia. 

En medio de este debate personal que vive el protagonista, su vida ordenada se desquebraja una tarde de viernes cuando su amigo Joaquín Calvo se apareció por el archivo y con un aspecto raro y enfermizo se despidió de él diciendo:

“Que te vaya bien. Todo saldrá bien”. 

Y pues no, nada salió bien. Joaquín desapareció y sin darse cuenta Félix se vio envuelto en una historia de intrigas policíacas, falsos culpables, dudas, peligros y muchas verdades que hubiera querido no saber. 

Además de las continuas dudas sobre el rumbo que tomarán los hechos narrados en esta novela, el lector acompaña su incertidumbre con una atmósfera muy futbolera. Sin ser una historia que gire alrededor del futbol, éste aparece como un personaje discreto pero constante, y es sin duda un elemento sonoro que brinda drama y tensión a los momentos de más impacto en la historia. 

Detrás del futbol, de la burocracia de una oficina gubernamental, de las elecciones que están por celebrarse en Perú, de los misterios que esconde el pasado de su querido amigo Joaquín y de la búsqueda de Chacaltana por liberarse de las ataduras maternas, hay otro elemento en esta compleja ecuación: La Operación Cóndor, que era el plan de coordinación de operaciones entre los regímenes dictatoriales de varios países sudamericanos para controlar y detener (a veces con métodos muy violentos e inhumanos) a los grupos subversivos. 

Por años se aseguró que el gobierno de Perú no formó parte de estas acciones, pero con este libro y la investigación que realizó para escribirlo, el autor intenta refutar esta idea y nos da una aproximación sobre la participación que tuvieron los peruanos en estos acontecimientos que sembraron el terror en la zona sur del continente durante los años setenta. 

Después de leer todo lo anterior, podría parecer que La pena máxima es una novela compleja o demasiado densa. Todo lo contrario, su escritura sencilla y clara, pero con mucho oficio, hace que uno avance por sus páginas con mucha soltura. 

Podría contarles más de esta interesante historia, pero hacer algo así con una novela negra sería casi un delito. Hay muchas más intrigas, más personajes y más elementos que enriquecen este libro, pero es mejor que sea el lector quien los vaya descubriendo. 

Hoy terminé de leer La pena máxima, te voy a extrañar querido Félix Chacaltana.