viernes, 27 de junio de 2008

Huésped indistinguido

No sé si llamarlo calma, preocupación o nostalgia. Vaya Dios a saber si es añoranza o alivio, lo cierto es que aún en estos momentos, no puedo dejar de voltear obsesivamente hacia el piso de las diversas esquinas de la casa, esperando verlo ahí como hace más de una semana.

Martes 16 de junio. Aproximadamente a las 22:30 horas. En mi cuarto, luz apagada, metido ya en mi cama. Veo la televisión, específicamente el programa “Los Simuladores” en canal 5. La trama del capitulo, quizá esté de más decirlo, me trae de un hilo. De repente, proveniente de la sala, un grito de mi hermana interrumpe la calma de la noche. Me exalto pero me contengo restándole importancia al grito mediante la teoría de que mil y un tonterías pudieron ser sus causantes. No han pasado muchos segundos cuando un segundo grito ahora sí me pone alerta. Después mi mamá me llama pidiéndome que baje.

- “Se acaba de meter una rata. Ven a matarlo”, dice ella, confiada en que el hombre de la casa solucionará el problema de inmediato. Lo que ella no sabe es que el ‘hombre de la casa’ no quiere despedirse de la excepcional historia que una de sus series favoritas esta noche le plantea. Mucho menos imagina que la sola idea de enfrentarme por primera vez en mi vida no me produce miedo ni temor, pero si mucho asco. El solo pensar en bajar y verme las caras con un roedor actúa en mi como un ancla que quiere impedir que baje, o mejor dicho, que quiero que me impida bajar.

Y otro grito de mi hermana.

Estúpidamente pienso que al hacer caso omiso, el problema de la rata se solucionará sólo. Que algo o alguien vendrá por el animalejo y me dejará seguir descansando. Para mi desgracia el milagro no ocurre y mi buena conciencia, siempre tan inoportuna, me obliga a ponerme unos tenis, (qué tal si tenía que aplastar o patear al visitante) salir de la comodidad de mi cuarto y dirigirme hacia la planta baja de mi hogar. El destino me alcanza tras bajar, lo más lento que puedo, las escaleras. Hermana y Mamá me ponen al tanto de la crisis: mientras veían la tele, vieron como por la puerta de atrás entraba una rata a la casa. Es negra y está escondida entre una maceta y una cortina. Tengo que sacarla o matarla, así de fácil. Lo malo es que no tengo ni la menor idea de cómo hacerlo, y mi único posible aliado en la guerra, Margarito el perro, está temblando.

Sin querer hacerlo voy por unas escobas, aunque sé que lo que menos me gustaría sería agarrar a palazos a un animal hasta matarlo. Agarrarlo me parece imposible, pues la sola idea de imaginarme agarrando una rata de la cola me hace sentir mareos. Nunca será lo mismo pensar una situación así y verla lejana, a vivirla de frente. Aun así, quiero pero no puedo agarrar valor. Un paso al frente y dos hacía atrás. Si yo fuera la rata, mi enemigo me daría risa.

Cuando mi escaso coraje me da para mover un par de muebles por fin veo al huésped. Es negro, sí, pero no es una rata, sino un pequeño ratón. Sin embargo es más rápido que yo y el tiempo en el que tardo en coordinar a al ratón le bastan para escapar y refugiarse detrás de otro mueble al tiempo en el que mi hermana sigue y sigue gritando. Le doy de palazos al mueble pero sin conseguir que el intruso salga de su refugio. Se me ocurre echarle fijador de pelo en forma de aerosol y para mi sorpresa logro que salga despavorido rumbo al siguiente mueble.

Una hora después, él y yo estamos exhaustos. Llamamos al vigilante de la calle ‘dizque’ para ayudarme a atraparlo… lo único que consigue es ponerse a dar golpes a lo tanto, destruyendo mi conexión telefónica y de internet. Me enojo más y de la manera menos atenta le pido al vigilante súper eficiente que se vaya. No obstante, dentro de mi enojo y desesperación alcancé a detectar que en cada huida, el ratón siempre buscaba llegar a la ventana. Después de ver lo exitoso que soy como cazador, mi mamá decide que lo mejor era irnos a dormir y al otro día buscar al roedor concienzudamente. Cerramos todas las puertas, colocando trapos debajo de ellas para evitar que el ratón se moviera hacía otro punto de la casa. Antes de retirarme, se me ocurre abrir de par en par la ventana con la esperanza de que el ratón se facilite y me facilite las cosas.

Al otro día revisamos la casa y no hayamos nada. Quiero creer que el intruso fue tan mal recibido que decidió aceptar mi oferta y marcharse en cuanto pudo. Tras 10 días, las trampas sembradas en distintos puntos de la casa no han atrapado nada. No hay excrementos ni cosas roídas, mucho menos lo hemos vuelto a ver.

Es el segundo ratón que se mete en casa. El primero lo hizo hace 28 años (yo ni había nacido) y mi papá se encargó de matarlo. Creo que no heredé las habilidades para pelear contra esa especie de animales. Supongo es lo mejor, pues no me concibo descargando varios golpes violentos en contra de una cosa peluda. Desconozco hasta cuándo seguiré mirando los rincones de mi casa con cierta desconfianza, rogando no ver algún bulto negro moviéndose. Espero que la tranquilidad vuelva pronto, y que el ratón se quedé en dónde quiera que esté.

martes, 24 de junio de 2008

Lo difícil de tener un blog (2da parte)

Muy a menudo, uno de los motivos más poderosos que hace que algunos mortales sintamos la necesidad de vaciar parte de nuestra vida en palabras es, precisamente, deshacernos de todo un arsenal de ideas y sentimientos que de a poco se van acumulando en nuestro interior. Como si fuéramos una olla expréss a punto del cataclismo, hay veces en que liberarnos un poco de nuestros propios pensamientos es lo único que puede salvarnos de la locura.

Habemos gente así, extrañas por convicción y convencidas de que tal modo de vida, además de ser el correcto, es el único concebible. Hablamos, sin embargo, de un estilo de vida que dista mucho de la tranquilidad, todo lo contrario, entregarse a la escritura es firmar un contrato de matrimonio con la intranquilidad. Además, en el caso del blog, se tiene que lidiar con la infalible duda de qué si va y que no va a ser publicado.

- ¿Todo lo qué escribes en el blog es real?

Me preguntó vía Messenger una de las lectoras de éste espacio hace unas semanas. Yo, aunque que de antemano sabía la respuesta, jamás pensé que ese simple cuestionamiento me interrogara tanto sobre mi manera de escribir, particularmente en el blog. Obviamente, develar que es y que no es real es algo que jamás haré, pues tal como a los magos les está prohibido revelar sus trucos, a los escritores se les concede el derecho de guardarse para sí que partes de un texto surcan los límites de la realidad y cuales los de la irrealidad, tratando siempre de ocultar al verdadero yo detrás de las propias historias, pues como he comentado muchas veces, en la vida real soy un aburrido.

No se crea por esto, que el autor de este blog carece de cosas interesantes que contar, al contrario. A fuerza de ser franco confesaré que justo en estos días mi cabeza está llena de una gran cantidad de ideas que tan sólo esperan la autorización de mis manos para volverse escritos. Y ahí, como dicen, está el detalle, en que las palabras, además de llevarse parte de nuestras vidas, cometen la imprudencia de llevarse entre las patas parte de otras existencias, que sin deberla ni temerla, el día menos pensado pueden aparecer expuestas entre ficción y realidad, entre comas, puntos y acentos ¿Hasta dónde un escritor tiene derecho, en pos de contar parte de su existencia, de revelar otras existencias que se cruzan con la suya? ¿Trasgrede la libertad de expresión el limitarse por respeto, o cómo en la guerra y en el amor, todo está permitido en pos de la historia?

Antes lo dudaba, ahora sé que es cierto. Peor que el bloqueo de escritor, es el bloqueo de la autocensura, misma que no ha dejado impune el contenido de un blog que en sus inicios, pensé que sería mi válvula de escape ante cualquier interrogante de la vida, y que para mi infortunio, terminó por sólo ser un filtro que siempre deja fuera lo mejor. Hay veces que la tentación de postear todo lo que realmente deseo no me deja en paz, pues seguramente es en lo inconfesable, en dónde aguardan las mejores anécdotas, las mejores historias, lo increíble de lo creíble.

Lo difícil de tener un blog es aguantarse las ganas de no revelarse ante los lectores. Resistir el impulso de salir de la obscuridad pues el trabajo del escritor en gran parte consiste en pasar desapercibido hasta niveles de invisibilidad. En mi caso me cuesta mucho lograrlo, sigo sin hallar un traje camuflageado a mi medida.

Siempre será así. Amo escribir, pero más amo mi mundo aparte y la intimidad de varias personas que se han vuelto importantes en mi vida. Es por eso que, si algún día no sucumbo ante las ganas, esos relatos fantásticos (y aquí sí) interesantes que guardo en el personalísimo blog de mi mente, de dónde es muy probable que nunca salgan.

domingo, 22 de junio de 2008

Caí en la tentación

“… no les veo el menor chiste. Jamás tendré uno, pues además de caros, se me hacen innecesarios y aburridos; aparatitos al fin y al cabo, desechables”. Eso pensaba de los iPods, hasta que el Diablo y la tentación se cruzaron en mi camino.

Cada que alguien me sugería comprar uno, solía alegar que con la memoria de mi celular walkman me bastaría, 70 canciones eran más que suficiente. No obstante, por ahí me dijeron que “tener un iPod es otra cosa”.

No sé qué otra explicación darle al repentino impulso que en un par de horas me llevó a tomar la decisión de comprarme un iPod. Lo de menos era el modelo o la suma que gastaría, pues al fin y al cabo, a las obsesiones asuntos así poco le importan. Que si el nano, que si el shuffle, que si el touch… que 1,2,4,8 GB… que negros, verdes, plata, lila… precios de los 500 a los 8,000 pesos, eran algunas de las variantes que debí considerar para al finar decidirme por un iPod Nano color plata de 4GB.


El resto es historia… regresé a casa imaginando que canciones le metería al aparatillo, lo conecté en la Mac de mi hermana y no hubo compatibilidad, mente madres, intenté con mi lap, bajé un iTunes nuevo, por fín funcionó y desde entonces llevó días hipnotizado por el maldito iPod. Lo oigo a todas horas y me la paso imaginando que canciones de mis discos me falta por meterle. Parezco autista pues las decenas de canciones que se suceden una a otra, ajeno a cuanto sonido sucede fuera del par de audífonos que ya parecen parte de mi cuerpo. Vamos, he descuidado la lectura de una buena novela y hasta éste blog ha sufrido las consecuencias al haber estado medio abandonado.

Lo chocante de todo no es tanto el haber gastado lo que no tengo o el haber tenido que tragarme mis palabras y propia voluntad al adquirir algo que ni necesitaba, sino más bien, el descubrir que dentro de mi habita un ser materialista que se preocupa por cosas así. Eso de andar cuidando un artilugio de la modernidad para que no se raspe, no se descomponga, no se maltrate es fastidioso, pero lo hago. Para colmo no es la primera vez, me pasa idéntico con mi lap, mi celular y hasta el coche. Y si bien, en mi defensa podría decir que lo hago porque las cosas cuestan y sería tonto no cuidarlas, algo me dice que un aspirante a contar historias debe preocuparse más por vivir la vida que por cuidar sus pertenencias.

¿Será? La verdad es que así ni las cosas disfruto. Me angustia pensar en la cantidad de memoria que estoy usando al guardar tantas canciones en el iTunes, me preocupa que me asalten y me quiten mis cosas, pero sobre todas las cosas, me asusta de sobremanera el que esta fiebre por el iPod no se me pase rápido. Este texto es una prueba fehaciente de lo mal que puedo hacer las cosas, pues en honor de la verdad debo confesar que lo estoy escribiendo lo más rápido que puedo para poder seguir ocupándome en el apasionante mundo de tener casi mil canciones en una cajita de tamaño casi risible.

La pregunta no es por qué el Diablo me tentó, o el por qué de mi debilidad hacia los 4 GB, sino si seré capaz de volver a mi vida antigua, con todo y blog incluido… aun así me veo en la obligación de decirlo: no me arrepiento ni tantito.

Nos estamos leyendo, si es que el iPod me deja.

martes, 17 de junio de 2008

Hundida en el caos, pero hermosa

Quién sabe desde cuándo me enteré de la existencia de la película “El fin de los tiempos” (The Happening). Lo cierto es que, si bien, la trama del film desde un principio me pareció interesante, jamás llamó totalmente mi atención; hasta que hace poco me topé con el siguiente espectacular en una parada de camión:


Si mis ojos no me engañan (y vaya que no es así), la de la fotografía es Avenida Reforma, y el monumento del fondo se trata de El Ángel de la Independencia. No es normal que el poster de una película internacional tenga como eje central la ciudad en la que uno vive. Menos aún, si la imagen presenta un emblema de la ciudad abatido por la desolación.

No me consta, pero dicen que Paseo de la Reforma es una de las avenidas más hermosas del mundo, más las múltiples veces en las que he transitado por ella me dicen que es cierto, quizá por eso el efecto es más impactante. Generalmente los carteles promocionales de las películas de caos, muestran a la ciudad de Nueva York o Tokyo, como escenario de diversas catástrofes, pero no a la Ciudad de México, que dicho sea de paso, luce hermosa aún con todo el dramatismo que la imagen le imprime. Pensar que en ese mismo escenario que muestra el poster he festejado triunfos de la Selección Nacional, caminado y disfrutado un sinfín de veces, hizo que por lo menos sintiera un cierto desconcierto al pensar que el fin del mundo podría agarrarme más cerca de lo que uno, gracias a las películas gringas espera.

Después de mi desconcierto inicial por ver un espacio tan emblemático de la ciudad, me sentí (una vez más) orgulloso del lugar en el que vivo. Y es que quienes me conocen sabrán que estoy perdidamente enamorado de mi ciudad. Ya después, investigando un poco por el interne’, averigüé que la historia no se desarrolla en la capital mexicana. Por eso me sorprendió encontrar estos otros dos carteles:


Las ciudades de Guadalajara y Monterrey también aparecen en la publicidad de “El Fin de los tiempos”. La Minerva y el Cerro de la Silla aparecen respectivamente, como elementos representativos de ambas ciudades. Están como para coleccionarlos, aunque la verdad el de la Ciudad de México sigue siendo el que más me gustó, tanto que ya estoy pensando la manera de cometer el acto vandálico de robarme uno de cualquier parada del camión. No sé si en cada país en el que se exhiba la película esta se promocione igual, vamos, ni siquiera he visto la película (¡invítenme!), pero de que el método de usar imágenes inherentes a cada lugar se me hace ingenioso y altamente efectivo.

No me queda más que ir al cine algún día de estos, la publicidad ha logrado su efecto comigo.

sábado, 14 de junio de 2008

¿365 días más?

Ya lo decía yo: nada de normal y sí mucho de particular, tenía el que ayer a primerísima hora, una compañera del trabajo me pidiera que le regalara una moneda.

La denominación era lo de menos, por eso no me costó mucho obsequiarle una reluciente moneda de 50 centavos. Intrigado le pregunté para qué la quería. Ella, valiéndose de cualquier tipo de artimañas, se las ingenió para cambiar de tema. Mi desconcierto creció cuándo vi que a otros compañeros de trabajo (todos hombres) les pedía lo mismo: una moneda. Varios pensamos que quizá nuestra compañera había olvidado su dinero en casa, quería comprarse un desayuno o simplemente quería ver cuánto podía obtener de nosotros; sin embargo, cesó de pedir monedas cuando juntó 13 y corrió a comunicárselo a sus amigas, las cuales le hicieron fiestas y festejaron con ella como si algo increíble hubiera pasado.


Esta mañana, al comentar la anécdota, otra compañera del trabajo develó por fin el misterio de las mondas: ayer fue 13 de junio, día de San Antonio, patrono de las causas románticas, encargado de ponerle remedio al mal de amores y a la odiosa soltería. Según me contaron, la tradición dicta que aquellas mujeres que deseen encontrar pareja, deben reunir 13 monedas regaladas por 13 hombres diferentes, guardarlas en una bolsita roja, llevarlas al templo de San Antonio y ofrendárselas con el fin de que San Antonio les haga el milagrito. Sin olvidar, claro, poner una imagen del santo volteada en casa En el caso de que el devoto y solicitante sea hombre, el procedimiento es el mismo, sólo que en lugar de pasadores, tendrá que juntar 13 pasadores.

Lo malo es que hoy es sábado y la “promoción” ya pasó. No soy supersticioso ni creo en estas cosas, pero mínimo pudieron avisarme. Ahora tendré que esperar todo un año, lo cual en mis condiciones es una eternidad. Quizá hubiera sido mejor no saberlo, así me hubiera evitado el sentimiento de impotencia por no haber hecho nada de lo mucho que se supone, los que andamos en busca del amor debemos hacer el 13 de junio. Porque claro, lo más probable es que tras haber juntado los pasadores (lo cual ya hubiera sido una proeza, pues no imaginó a 13 mujeres sacrificando su peinado, sólo para que un pobre diablo haga tratos dudosos con un santo) no hubiera pasado nada… pero ¿y si San Antonio nos regalaba el milagro? ¿Quién puede resistirse a la posibilidad de recibir del mismo cielo, el regalo del amor?

Lo de las monedas es entendible, pues son tiempos difíciles y a nadie le cae mal un dinerito extra, pero sepa Dios para qué quiere Saint-Anthony tantos pasadores.

Lo único de lo que estoy seguro es que gracias a mi ignorancia me condené a la soltería durante los próximos 365 días (bueno, 364 si descontamos hoy). Mi última esperanza (ya muy desesperada e idiota) será poner de cabeza, una imagen de San Antonio en este blog, y no la voltearé hasta que el dichoso santo cumpla en mi persona con el deber que su envestidura de patrono del amor le confiere.


Si prefiere que durante el próximo año toda la sangre del cuerpo se le vaya al cerebro, allá él.

miércoles, 11 de junio de 2008

Siberia


Salí del teatro conmocionado, con el sentimiento de haber sido impactado por un golpe en lo más profundo de mi psique, aquel que por cierto, seguiría invitándome a la introspección de mis temores en los días consecuentes. No dejar en mi alma ni siquiera un momento de tregua. Muchas cosas pueden pasar en tu interior después de ver “Siberia”, menos la indiferencia.

Una noche cualquiera en la Ciudad de México, un médico asesina a una prostituta sin motivo alguno. Con un argumento así, aparentemente sencillo pero contundente, está obra de teatro es una invitación a lo más recóndito del sentimiento humano. Conforme el impacto de la escena inicial va pasando, la trama y los cuatro personajes principales se van desarrollando por tantas vertientes y juegos de planos reales e imaginarios, hasta alcanzar niveles de un laberinto perfecto, tan lleno de posibilidades como de salidas.

Y es que todo tipo de personajes caben en ese confesionario inmenso ante Dios llamado Siberia:

Una mesera que lee el futuro en cubos de hielo y que a la vez, es y no es un demonio interno, cuyo gemelo busca llegar a la razón primera del aislado crimen. Temerle y a la vez encontrar toda la gracia del mundo en sus comentarios, llenos de ironía e incómoda verdad. Una especie de Anti Pepe Grillo obsesionado más con las causas, que con los motivos; ó un médico confundido, sin motivaciones ni porvenir en la vida que un día, de la nada, es tentado por la semilla de la violencia, condenándose así al más duro de los exilios en la gélida Siberia; ó un triste, solitario y deprimente borracho cuyo mayor miedo es el amor y que paradójicamente, está enamorado como un idiota de una bailarina exótica, a la que rechaza y sin embargo, no puede dejar de verla y contemplar su belleza y frescura; precisamente ella, eje central de la historia, es la mismísima imagen de la sensualidad. Belleza apodada como un whisky ruso, dueña de un pez que tiene como mascota, inocente pero seductora… cualquiera podría caer loco por ella. Al menos, el espectador que ahora escribe en este blog quedó prendado de aquella heroína.

Por cierto, su nombre es Mariana Giménez, y por su sola presencia valdría la pena ver esta obra un infinito de veces.

De los tantos temas planteados en 90 minutos de puesta escénica, sobresale el de la purificación de los corderos que reivindican sus pecados por medio del sufrimiento. Y que quede claro, no estoy hablando de temas de índole religiosa, al contrario, el texto de la obra va mucho más allá. No se trata de que el texto se desarrolle en Siberia, sino que Siberia es ese interior frío e inmenso que todos llevamos dentro y en cuyas entrañas habita la más agua de las soledades, esa que nos impide movernos y nos llena de pavor, que nos trae la repetición constante y sin interrupciones de esos recuerdos que más nos duelen y que para nuestra desgracia, no podemos cambiar. ¿Cuántos de nosotros no hemos estado, o peor aún, seguimos atrapados en nuestra propia Siberia? ¿Cuántas noches de insomnio, o en su defecto llenas de pesadillas, tienen su refugio en este gélido paraje ruso en el que hasta la memoria se pierde?

Todos cabemos en cualquiera de los reflejos siberianos. Sea uno como sea, algo lo identificará con la trama, en algún momento nuestra personalidad se verá reflejada en la historia. En mi caso el resultado de encontrarme fue devastador. En mi caso, aquel borracho solitario soy yo. Siempre escapando del amor por medio de pretextos tontos. Ponerle trabas al deseo de alcanzar lo que tanto se anhela. Auto boicotearme y echarle la culpa al destino, a las circunstancias, al tiempo o a los demás, total, el chiste es salir impune aunque en nuestra conciencia, el veredicto nos declarare culpables.

“Siberia” es de esas obras preguntonas. Esas que sales sin entender del todo, y que con el paso de los días te va mandando las respuestas a cuentagotas; armando lentamente un rompecabezas que en cada caso será diferente y por eso, más valioso. Llegué al Teatro el Milagro, ubicado en el número 24 de la calle Milán en la Colonia Juárez, buscando encontrar una historia y a cambio me descubrí de una manera que desconocía y que no estoy seguro que me agrade del todo. Que esa noche haya ido sólo, huyendo precisamente de ella, hace el impacto aun mayor. Que por alguna u otra razón ella no haya podido ir, o que no me atreviera a invitarla, o que prefiriera ir sin compañía (¿realmente importa cuál de estas versiones es la real?) acentuó la hipnosis que lleva un par de días, cientos de horas, miles de minutos, millones de segundos, sin dejarme en paz.

No dudo en recomendarla. Seguramente volverá varias veces. Necesito más respuestas, más noches así, conmigo mismo. “Siberia” es confusa, pero apasionante. Vamos, se sufre pero se disfruta. Así es el amor. Cálido y volcánico, pero a veces helado, como la tundra rusa.

Siberia, Teatro el Milagro.
Milán #24. Colonia Juárez. Cd. de México
Jueves y Viernes 21:00hrs.
Sábados 19:00 y 21:00hrs.
Domingos 18:00hrs.

domingo, 8 de junio de 2008

La suerte está en chino (o cómo llega la inspiración)

No tengo la menor idea de cuándo empecé a ver todo desde el punto de vista literario. Vamos, ni siquiera sé si es bueno o malo, eso de sentirme a todas horas dentro de una novela. Buscar coincidencias en todo y pensar que cualquier acontecimiento, por mínimo que sea, terminará por adquirir la categoría de “trascendente”, últimamente se me ha vuelto muy común.

Hoy no fue la excepción, ni siquiera por ser domingo familiar e ir a ese restaurante de comida china del Centro Histórico, del que tanto habló mi abuelo toda la semana. Yo, que rara vez consumo este tipo de comida, fui con más resignación que entusiasmo. Siguiendo la tradición de varios de esos establecimientos, la comida se sirve a modo de buffet, de manera que por el mismo precio, uno puede comer lo que quiera y cuanto quiera sin remordimiento alguno. ¿Qué hace alguien que al acercarse a la barra de alimentos no reconoce ni uno de los nombres de esos platillos?... fácil: comer de todo y rogarle a Dios que nuestro estomago resista estoicamente toda esa cantidad de condimentos y extrañas verduras orientales. Ya después, haré cuentas y me daré cuenta que comí nada más ni nada menos que ¡seis animales diferentes! (pez, pollo, calamar, cerdo, pulpo y pato), lo cual me convierte en un ser despreciable y blanco inmediato de Green Peace.

Mientras de cada charola tomaba una pequeña porción de alimentos, los aromas y decoración del lugar se apoderaron misteriosamente de mí. De la nada llegó esa idea que llevaba meses buscando, ese chispazo que me ayudará a reconstruir desde ahí la historia que siempre he querido escribir. Alejado completamente de la charla familiar, mi mente comenzó a borrar, hilar, crear situaciones, inventar vidas. Ya no estaba en un restaurante chino, sino en un gran bufet de ideas y personajes que se paseaban ante mí, rogándome ser parte de esa locura que sigo sin saber cómo emprender. El personaje ideal, con un pasado rico, cargando un conflicto sin solución y en medio de un ambiente que no le va.

El problema ya no era perderme entre esos sabores y texturas extrañas de la comida, sino averiguar cómo hacerle para encajar ese ser tan nítido, pero que tanto desentona, dentro de una novela que siempre imaginé, iría por otro rumbo.

La galleta china de la suerte, que recibí como postre, tampoco aclaró del todo mi situación:


Desconozco qué tanto se debe fiar uno de estas galletitas premonitorias, pero si gozan de fama internacional debe ser por algo. Aunque la verdad, eso de “Guarda tu cara a la luz del sol y nunca veas tu sombra” no es nada claro; para colmo, el resto de mis familiares recibieron mensajes claros y llenos de buenos augurios. Uno en cambio tiene que conformarse, como siempre, con hacerse miles de preguntas que nunca me llevan a ningún lado:

¿Debo dejar de lado ese trance y no darle tanta importancia, esperar que todo esté más claro dentro de mi cabeza o ponerme a escribir “ya” y dejarme llevar? Pero, ¿qué tal si el mensaje de la galleta china no tiene nada que ver con escribir y si con mi vida? (que al fin y al cabo es lo mismo, pero bueno). ¿Tendré que usar bronceador y cuidar por dónde piso? ¿Por qué los chinos no pueden ser más claros y me atormentan así?

Está en chino, y siempre he sido pésimo para aprender otros idiomas.

Ups, volví a hacerlo: otra vez estoy viendo todo literariamente.

viernes, 6 de junio de 2008

Juicio a los imitadores de Juan Salvador Gaviota

Me gusta ver a las aves peinando el cielo,
siempre más alto,
aunque a veces, algunas mueran de vanidad.

Al querer tocar el sol,
cometen el pecado de renunciar a lo que son....



Gabriel Revelo
Febrero 2006

martes, 3 de junio de 2008

Lo difícil de tener un blog


Escribo sin escribir, o al menos, sin poner mucha atención en lo que hago. Redacto estas líneas con la mirada más puesta en la televisión que en el monitor de la computadora. A unos minutos de que inicie la semifinal de la Copa Libertadores entre la Liga Universitaria Deportiva de Quito y el América de México. Que quede bien claro, NO LE VOY AL AMÉRICA, le voy al Atlante, pero la importancia del partido de esta noche me hace inevitable no estar al pendiente. Por eso, estar escribiendo para mi blog es algo que no estaba en mis planes.

Desde hace varios días tenía agendadísimo estar frente a un televisor sin hacer nada más. Según mis planes, en el transcurso de la tarde escribiría algo para éste espacio con toda la calma del mundo para poder así, estar desocupado y disfrutar del futbol como Dios manda: comiendo papas y refrescos aplastado en el sillón.

Lo malo es que por más que lo intenté “la maravillosa idea que me haría escribir un gran post” nunca llegó. Por más que pensé, medité y salí a caminar, nomás nada. Hay días así.

Dirán ustedes que mi problema es infundamentado, que no pasará nada si dejo de escribir por un día, pero quienes tengan un blog o compartan conmigo el vicio de escribir no me dejarán mentir: es tan necesario hacerlo, que cualquier otra cosa, pasa a segundo término. No importa si el tiempo se pasa y las palabras no llegan, el chiste es trabajar en ello o cuando menos, exprimirnos el cerebro una y otra vez. Esperar ese ‘chispazo’ que podría llegar en cualquier momento o morir en el intento.

En parte lo complicado de tener un blog es hallar de qué hablar y que esto resulte interesante a los demás. Que por momentos se tengan mil y un temas sobre los cuales escribir, y que paradójicamente, en otras ocasiones nuestra creatividad sea un desierto es una de esas bromas del destino que terminan por volverse una molesta astilla que no hacen daño, pero que vuelve insoportable. Se puede dejar de escribir por días y nadie morirá, pero el precio que se paga con la propia consciencia es aún, más insoportable que la astillita antes mencionada.

De modo que contrario a lo que muchos creen, mantener un blog más o menos no es nada fácil. La pelea es con uno mismo y aun así se lleva la de perder. Al igual que cualquier otro arte, la pasión de jugar con las letras no conoce la palabra ‘saciedad’. Un escritor (de cualquier ramo) que se encuentre satisfecho con lo que ha escrito y no sienta la urgencia de redactar ‘algo más’, simplemente debería pensar en otro oficio.

No podría dejar de ver el partido, que por cierto, ahora está en el medio tiempo; pero tampoco podía dejar de escribir. Qué importa si no disfruto plenamente del partido, seguramente el cargo de conciencia sería mucho peor si hubiera dejado este texto para después.

Pero eso se busca uno. Nadie dijo que tener un blog sería fácil.