miércoles, 29 de junio de 2011

Y tú, ¿qué eres?



No hace mucho, aun era fácil clasificar al prójimo con dos calificativos que englobaban a quienes no eran como nosotros: fresas y nacos. No digo que estuviera bien, al contrario, pero uno podía adivinar sin mayor problema a cuál de estos dos extractos pertenecían los diversos individuos que nos encontrábamos por la vida. Aunque claro, desde entonces todo depende del cristal con que se mire, pues si para unos puedo ser un naco en toda la extensión de la palabra, para otros soy pesadamente fresa.

Sin embargo, a últimas esta clasificación se ha vuelto más complicada, y no sólo por la aparición de las mentadas ‘tribus urbanas’ como los emos, darketos, punks o hippies, sino por el nacimiento de nuevos estereotipos más modernos, y enfocados e incluso definidos por las redes sociales. Términos como Hipster, chairos, mirreyes, lobukis, los forever alone, blogstars y twitstars, poetas twitteros, o godinez, aunque desconocidos aun para el grueso de la sociedad, son el pan nuestro de cada día en plataformas como Twitter o Facebook. Por supuesto, en nuestra percepción nosotros NO pertenecemos a ninguna de estas denominaciones. Los raros, extraños y freaks son los otros, nosotros somos lo más normal del mundo, faltaba más.

Antes yo juraba que era hipster, y así se lo hacía saber a los que me rodeaban. No tardé mucho en ser desmentido y en que la sociedad me hiciera saber que al menos yo, de hipster, no tenía nada. Obviamente tampoco soy chairo, eso me quedó claro después de ver un vídeo grabado por Plaqueta (blogstar), aunque por supuesto conozco varios (los identifico por decir ‘goooei’ y arrastrar las frases al hablar). De ser un Mirrey ni hablar, esos jóvenes antreros, preocupados por su belleza y vestir artículos de marca son mi antítesis. Lo mismo las Lobukis, mujerzuelas que rodean a los mirreyes. Quizá lo más cercano a mi forma de ser sean los ‘Forever Alone’, pues a veces me da por tirarme al drama, pero entonces recordé que tengo novia y amigos, lo cual me descalifica inmediatamente. Si siguen mi cuenta de Twitter verán que de poeta no tengo nada, pero un buen ejemplo de twittera poeta lo encontramos en Aleida Belem, cuyos tweets incomprensibles la hacen creerse la última Coca-Cola del desierto. Con los Godinez aun no tengo bronca, mientras no me convierta en un oficinista con horario de 9 a 7 quedo libre, por ahora, de ser uno de ellos.

Esto de etiquetar es divertido mientras a nosotros no nos toque. O mejor dicho, mientras el lugar asignado nos resulte adecuado. Solemos creernos originales, únicos, hechos a mano casi casi. Lo único cierto es que todos tenemos más semejanzas que diferencias. Lo cierto es que éste tipo de prejuicios sirven para soltar un par de carcajadas y después reflexionar. ¿Acaso no sería mejor ver nuestras virtudes, defectos y cualidades? ¿De qué sirve agruparnos como reses, si al final, cohabitamos el mismo tiempo y espacio? ¿Y si me da la gana ser muchas cosas (bloggero, Twittero, intento de escritor o atlantista), y además me permito seguirme burlando de la situación?

Puedo ser un mirrey, un godinez o un Forever Alone, lo que sea, menos un amargado. Detestaría tomarme el mundo en serio, aunque tampoco deseo ser racista. Así de delgada es la línea que separa todo esto. El que se lleva se aguanta, y yo, como dicen, aguanto vara.

¿Y tú quién, o más bien, qué eres?

Atte,
Su rrey.

jueves, 23 de junio de 2011

Escribí en "El último libro del mundo"



Se dice que uno, antes de morir, debe hacer tres cosas en la vida: escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. Pues bien, ya planté un pino en mis años de estudiante de primaria; el hijo algún día lo tendré; y el libro, bueno, ese tardará aun un par de años (espero), pero por lo pronto, puedo presumir que un pequeño escrito de mi autoría se encuentra ya impreso y circulando dentro de la compilación “El Último Libro del Mundo”.

Todo comenzó cuando en enero del 2011, cuando Librerías Gandhi lanzó la convocatoria para escribir una página del último libro del mundo, con éste vídeo:




La dinámica era la siguiente. Cualquier persona podía escribir anécdotas, reflexiones, historias o testimonios, sobre lo que vivieron como seres humanos en éste mundo. Al final, de todos los escritos recibidos, un grupo de escritores y expertos elegirían los mejores textos, y estos serían publicados en un libro que los reuniría, y que desde hace un par de días, ya está a la venta en todas las Librerías Gandhi del país.

El sueño de cualquier aspirante a escritor es ver su nombre publicado, quienes ya lo han vivido no me dejarán mentir, es una experiencia única, satisfactoria. Después de publicar en revistas como DF por Travesías y Picnic, nuevamente vuelvo a sentir esa sensación después de enterarme que uno de mis textos fue elegido como uno de los ganadores, con lo cual, otro de mis anhelos se cumplen: ver mis letras en la hoja de un libro. Mayor sería mi sorpresa, al darme cuenta que Oralia Sierra, una de mis más entrañables amigas y autora de la novela "Cruel", también se encuentra dentro de la lista de autores seleccionados. Un honor compartir un libro con ella.

“Inventario Final”, es el nombre de mi colaboración en “El Último Libro del Mundo”. Ahora me va cayendo el veinte de que en parte, se escribe para trascender, para sobrevivir al tiempo, para ‘estar’ después de partir de éste mundo. Ignoro si algún día me alcanzaran las fuerzas para darle vida a una novela en forma, pero por lo pronto puedo decir: misión cumplida, aunque sea en parte.



domingo, 19 de junio de 2011

Rocky Balboa, el boxeador que somos todos



“Después de ver alguna película de Rocky, salía uno de la sala de cine con ganas de comerse al mundo”, dijo en un programa deportivo de ESPN Heriberto Murrieta, periodista deportivo, mientras comentaba la incursión del actor Silvester Stallone, al Salón de la Fama del boxeo, debido a la difusión que dio a éste deporte con la serie de películas en las que interpretó a Rocky Balboa. Qué curioso, yo siento lo mismo después de ver cada una de las seis partes que conforman la saga de uno de los personajes más entrañables, y recordados en la historia de la cinematografía mundial.

No recuerdo si empecé con la 4ta, o la 2da, o la 3ra. Da igual. Sólo sé que aun no cumplía los diez años y ya había visto las primera cuatro partes (que tenía en videos de formato Beta) una infinidad de veces. Lo mismo pasó cuando años después hicieron su aparición la quinta parte, y hace un par de años, la sexta, que por cierto, fue la única que vi en el cine. Fui, por supuesto, uno de esos niños gordos que se enamoró de aquellas historias y se creía Rocky. En secreto usaba la bata de baño de casa, un short, y me imaginaba caminando rumbo al ring, en busca de enfrentarme a terribles oponentes y escenificar así, peleas dramáticas tal y como las veía en mis películas. Crecí, pero nunca dejé de creerme Rocky, por el contrario, cada vez que repiten alguna de las seis partes en televisión me quedó viéndola sin importar que me sepa cada dialogo, cada escena, cada grito o golpe de memoria. Si antes sólo apreciaba el valor y la acción en las escenas de entrenamientos y peleas, con el paso del tiempo voy descubriendo más y más elementos que me mantienen igual o más enganchado que la primera vez.

Y es que Rocky Balboa no es sólo un boxeador que desafió y venció a los mejores de su tiempo. Es un hombre quela mayor parte del tiempo luchó contra la vida. Que vino de muy abajo y casi siempre contracorriente. De corazón noble. Inocente, tonto y torpe al principio. Enamorado del amor, de su Adrian, la mujer que no encarnaba ni a la más bonita ni simpática, pero sí a una mujer común, de esas que nos ayudan a salir adelante. Resulta aleccionador ver la evolución de Rocky y Adrian a lo largo de las películas. Lo mismo pasa con la relación de Rocky con Apolo Creed, su rival en las dos primeras entregas, su entrenador en la tercera y el mayor motivo de Rocky para vengar su muerte vengar su muerte en la cuarta parte.

Ser fanático de Rocky es tener el corazón a flor de piel cada que se recuerdan las enseñanzas de Mickey y su posterior muerte, la épica pelea contra Ivan Drago, la imponente música, los esfuerzos de los entrenamientos, el amor a su hijo, las vueltas del destino y la pérdida de la fortuna, la aceptación de la vejez y el retiro, las agallas de volver y acallar las voces interiores que aun piden seguir en el combate. Momentos sublimes, bien logrados, emocionantes y conmovedores que hacen imposible ver esta película sin ser tocado en lo más profundo del alma.

Dicen que previo a los partidos de la Selección Mexicana, en el Mundial de 1986, Bora Milutinovic les proyectaba el final de las películas de Rocky a los jugadores para motivarlos. Hasta hoy, esa es la mejor actuación nacional en una Copa Mundial. No soy mucho de leer o ver cosas motivacionales, de hecho, para mi Rocky Balboa hace mucho más que motivarme. Me muestra como una vida simple puede convertirse en algo extraordinario. Soportar los embates del destino, caer derrotado, prepararse hasta los límites de lo humano y volver por la victoria. Estar bien con uno mismo, ser fiero e imbatible contra los obstáculos, pero sin perder el amor por respirar.

Pocas cosas me levantan de la lona como ver las secuencias de entrenamiento de Rocky. No sé si Stallone dimensionó el alcance que tendría el personaje que el mismo inventó hace más de tres décadas. Lo cierto es que ya no le pertenece. Rocky pertenece al colectivo popular. A los perdedores que esperamos una oportunidad y sentimos como propias sus victorias, a los deportistas, a esas personas que no tiran la toalla jamás, a los enamorados que dan todo por quien aman. Rocky somos todos.


miércoles, 15 de junio de 2011

Diario de un desempleado




Levantarme más o menos temprano (después de las 7:30, antes de las 9), desayunar, lavar los trastes, tender mi cama, algunos días barrer y sacudir la casa, sacar a pasear a mi perro Margarito y darle de comer, una vez a la semana lavar mi ropa, preparar algo de comer, mandar currículos, ir a entrevistas de trabajo… y esperar, esperar, y esperar más.

Han pasado ya varios meses desde que me quedé sin empleo. Desde entonces mi rutina diaria se ha convertido en un mucho de nada. Aparentemente se cuenta con tiempo, pero la incertidumbre se encarga de ahogarnos en dudas y paralizarnos. No es fácil ver como el resto del mundo camina como si pareciera habernos olvidado. Todos tienen compromisos, horas de entrada, de salida. Uno no. Se le pierde el sabor a los días. Los lunes valen absolutamente lo mismo que un jueves. Cuando el viernes en la tarde la ciudad se sume en ambiente festivo, la sensación de no merecer participar de él es inevitable. Lo mismo sucede con las merecidas vacaciones, que en un desempleado llegan a volverse motivo de vergüenza. Que descansen los que tienen derecho a hacerlo, mientras, yo seguiré cumpliendo mi función: estar fuera de lugar.

‘Ten paciencia’, ‘ya te llegará algo mejor’, o ‘tú sigue mandando curriculums, ya te hablarán’, suelen ser algunas de las frases de cajón que los desempleados oímos todo el tiempo. Paradójicamente, estas van terminándose para dar paso a insinuaciones como ‘busca trabajo pidiéndole a Dios no encontrarlo’, ‘es que no has buscado lo suficiente’ o en el peor de los caos, aparece el horrible calificativo de ‘NiNi’ (personas que ni estudian, ni trabajan). Pues bien, ya que éste es mi blog y puedo poner en él lo que se me venga en gana, aprovecho para aclararle a la sociedad y a quienes han llegado a considerarme así: no soy ningún Nini, estudié por años para obtener un título universitario, y el que quiera buscar un mejor empleo, para forjarme un mejor futuro no me convierte en un holgazán, mucho menos en un mantenido. Así que Nini su abuela.

Piensan que al no estar laborando, a uno le sobra el tiempo para todo, y cualquier favor, pago, entrega, o actividad recae inmediatamente en nuestra persona, pues ‘no está haciendo nada’. Ojalá la gente, esos que critican se dieran cuenta que conseguir un empleo hoy en día requiere de muchas horas de estar mandando curriculums, checar posibles lugares en los cuales pedir una oportunidad, y sobre todo, mantener la serenidad en una pelea con nosotros mismos, pues lo que menos podemos permitirnos es perder la cabeza.

A veces me gana la tristeza. Muy dentro de mí aun conservo ese deseo de comerme al mundo. Quiero recorrer la muralla china, ver con mis propios ojos las pirámides de Egipto, caminar por la Plaza Roja de Moscú, recorrer maravillado La Patagonia y Tierra de Fuego, admirar la aurora boreal en los países nórdicos, disfrutar todo mi México, comer en Barcelona, terminarme rollos y rollos fotográficos en Atenas, sentarme una tarde apacible en medio de la Plaza de San Pedro, tomar el sol en Rio de Janeiro, abandonarme al encanto de la Casa de la Opera en Sydney, sentir el vértigo de estar en una tierra tan lejana y mística como la hindú. En fin, que soy una aspiradora por vocación, deseo absorber todo, estar aquí y allá mientras la vida me lo permita. Viajar, escribir, madurar y llevar adelante mi proyecto de vida no pasará si las cosas siguen como hasta ahora. Me queda escaso, escasísimo dinero para sobrevivir a lo mucho un par de semanas. Necesito que ocurra algo, o si no, mataré al escritor viajero quién sabe si para siempre.

Así las cosas, desde éste pequeño infierno…

Por cierto, estoy a su disposición para elaborar textos de cualquier tipo. Ojo editores, aprovechen antes de que alguna editorial venga y me vuelva exclusivo.

miércoles, 8 de junio de 2011

Tequila Sunrise




“…It's another tequila sunrise, this old world
Still looks the same,
Another frame, mm..”
- Tequila Sunrise, The
Eagles


En la singular e inolvidable lista de mis primeras veces, pocas tan memorables, deliciosas y divertidas, como aquella en la que conocí el sabor del tequila. Experiencia tardía pero inolvidable debido al contexto y a lo qué obtuve de ella: el probar un trago que a la postre, se convertiría en uno de mis favoritos.

Sucedió en Acapulco, en pleno viaje de graduación al terminar mis estudios universitarios. En la primera noche los graduados comenzamos la fiesta en uno de los bares del hotel. De pronto el cuento de hadas tomó forma. La chica que me gustaba estaba sola en una de las barras. Llevaba semanas soñando con un momento así, y de la nada, la suerte me sonrío. No lo pensé dos veces. Me acerqué fingiendo un total autocontrol de mi tembloroso cuerpo y me senté a su lado. Intercambiábamos dos palabras cuando el imprudente barman se acercó a mí y me preguntó qué deseaba tomar. Hasta ese instante, era un ignorante en cuanto a licores se refiere. Tomaba cualquier cosa, muchas veces sin saber distinguir aromas o apreciar sabores. Un ignorante que casi echa a perder su velada, al verse como un niño tímido e inexperto, que veía decenas de nombres en la carta de bebidas y no encontraba ninguna que le sonara amigable, y apropiada con el lugar y la situación.

Antes de que mi heroína de cuento advirtiera mi desconcierto, el ahora oportunísimo y discreto barman señaló con la mirada la sección de tequilas. Comprendí la indirecta y di un reojo a mis posibilidades: Margarita, Charro Negro, Lupita o Submarino, por mencionar algunos, pero si un nombre me llamó la atención, fue el de tequila Sunrise. Lo pedí sin titubear. ‘Excelente decisión señor’ fue la respuesta de mi cómplice. En cuestión de minutos, tenía ante mí un vaso cocktelero cuyo líquido amarillo-naranja invitaba a probarlo con urgencia. Una bebida refrescante de agradable presentación, Acapulco y ella. Di un sorbo y mi paladar quedó enamorado. Enfiesté mi corazón y dejé de preocuparme por aparentar algo que no era.

El resto de esa noche es historia. Una de aquellas que al principio raspa, pero al final termina siendo un dulce elixir para el alma, y hasta cura las heridas. Si bien las cosas no salieron del todo bien y nuestro amor llego a su fin, aprendí que el valor de la vida es esperar la llegada de la mañana y la noche con alegría. Aquella fue la primera (más no la última) aventura en la que fui acompañado y rescatado por un vaso de tequila Sunrise.

Un tequila Sunrise no sólo es la exitosa y suculenta mezcla de jugo de naranja, tequila, granadina y hielos; o una
canción de The Eagles; ni el título de una película
protagonizada por Mel Gibson y Michelle Pfeiffer, que en México conocimos como ‘Conexión Tequila’. Para mí es parte fundamental de un importante pasaje en mi educación sentimental y de vida, cuando meses después supe que a esta variedad de tequila también se le conoce como ‘Acapulco’. El flechazo entre trago y degustador se concretó al instante con aquella feliz coincidencia. Han pasado años desde entonces, pero volver a probar uno es como viajar al pasado, a esos años en los que todo era nuevo, refrescante y de vivos matices… como un buen Sunrise.

miércoles, 1 de junio de 2011

Revista de colección

Soy un sinvergüenza exhibicionista. No me bastó con haberles confesado en mi anterior post que fui un niño ratero, ni en otras ocasiones haber escrito sin pudor alguno como de pequeño jugaba con popó; mucho menos he sido precavido a la hora de contarles la forma en la que automediqué a mis compañeritos en el kinder, la ocasión en la que 'me hice' en plena clase de natación, o cómo me iba de pinta en la prepa. Hasta cierto punto, si bien me daba pena poner al descubierto tanta indecencia y marranada, nunca como hasta el día de hoy.

Redacto estas líneas y aun no estoy seguro de hablar de un negro pasaje de mi vida. Tan obscuro que muy, pero muy pocas personas conocen. Pero bueno, allá voy, pues si no me puedo arrepentir: una vez compré a escondidas una revista corriente, nomás porque en ella salían fotos de un señor encuerado. Se lee feo ¿verdad?, pues lo fue, pero eso no impidió que buscara dicha publicación por toda la ciudad hasta encontrarla. Seguramente ya piensan lo peor de mí, y tienen toda la razón, sin embargo, les cuento la historia completa para que me juzguen como un viejo puerco y pervertido.

Seguramente, a mis lectores mexicanos ni falta hace decirles quién es Fabián Lavalle, pero para quienes nos visitan de otras partes del mundo, se los presento:



También llamado ‘Fabiruchis’, éste señor dice ser periodista de espectáculos. Sale en la tele, tiene un programa de radio y además, dicen, le gusta mucho tomar. Hasta hace un par de años, las señoras fodongas y fanáticas de ‘los artistas’ lo admiraban y hasta autógrafos le pedían. Lo malo es que en noviembre del 2007 su vida (y ya ni qué decir su dignidad) dio un (re)vuelco de 180 grados cuando fue encontrado golpeado y ensangrentado en un hotel de mala muerte de la colonia Roma. Dicha agresión, se debió a que ‘Fabiruchis’ se negó a pagarle por sus servicios amatorios, al sexoservidor Alfredo Cervantes Landa. La noticia conmocionó a todo el país, pues NADIE, repito, NADIE, imaginó, y mucho menos sospecho, que el señor Lavalle fuera gay.

Para su suerte y nuestra tranquilidad, cuando se recuperó de sus heridas, aclaró lo sucedido. Joterias más, joterias menos, ‘Fabiruchis’ explicó que esa noche su agresor se acercó a él y lo invitó a una fiesta en la que habría ‘chicas buena onda’. Fabián hizo lo que cualquier persona coherente haría: lo dejó subir a su camioneta y se fueron al hotel en donde tendría lugar el festejo. Pasaron a un cajero por 500 pesos y por unas ‘Viñas’ (bebida alcohólica fina y elegante) para esperar a las muchachas. El Fabián se metió a bañar y cuando salió su compañero le ofreció una de las Viñas destapada. El periodista comenzó a sentirse mareado. El chichifo (perdón, el agresor) comenzó a golpearlo y exigirle dinero hasta dejarlo inconsciente. Pobrecito, la verdad.

Como persona culta y de actualidad que soy, seguí esa noticia con puro interés profesional y periodístico. Uno de esos días, escuchando el programa de radio La Taquilla me enteré que la supuesta existencia de imágenes de Fabián Lavalle madreado en el hotel no eran una leyenda urbana, pues acababan de ser publicadas en exclusiva por la revista Órale, publicación especializada en puras corrientadas y chismes baratos y vulgaridades sexosas. Según los locutores, aquella revista era de colección, y que estaba volando en los puestos de revistas. Sugerían comprarla pues, en unos años, esta edición valdría mucho dinero. Bajo un argumento similar, hace mucho compre el comic de
'La Muerte de Superman', y la verdad sí incrementó su precio. Por lo tanto, y como una inversión carente de toda morbosidad, me puse a buscar la revista.

En efecto, estaba agotada en todos lados. Pase una tarde entera recorriendo cuanto punto de venta de periódicos y revistas encontraba. Finalmente, tras horas de esfuerzo, la hallé:







Me dio pena pedirla, pero ni modo, todo fuera por los miles de dólares que esas hojas de papel corriente valdrían en un futuro. No sé ni qué le balbuceé al vendedor para justificar mi adquisición. Salí corriendo hacia el auto tratando de no dejar el menor rastro posible. El problema fue cuando llegué a casa. Obviamente no podía entrar feliz y campante de la vida con semejante cosa. Me la guardé debajo de la camisa y entré. Por azares desafortunados de la vida, mi mamá estaba parada casi junto a la entrada. Alcé el brazo para saludarla y en eso la revista cayó al piso. Se hizo un silencio incomodo. ¿Cómo explicar que su hijo varón, el hombre de la casa, tuviera en su poder una revista de dudosa reputación y con la imagen de un señor encuerado, más otras indecencias?

- ¿Y esa revista? Preguntó mi progenitora.
- Es de… de lo del ‘Fabiruchis’. Es la única revista con las fotos y está agotada en todos lados. ¡Es de colección, está agotada en todos lados! En unos años valdrá mucho. Respondí.

La levantó del suelo, la hojeó y creo, me dio el avión. No sé si me creyó, una parte de mí piensa que sospechó que compré esa revista por otros motivos, y que hasta sospechó de mi hombría. Días después, cuando perdí de vista mi inversión y le pregunté a mi madre sobre su ubicación, ella me contestó que la tenía guardada.

Ya es 2011. Hace poco me dio curiosidad el saber qué había sido de mi ‘Órale’. Quesque buscó y no la encontró. No sé si realmente la perdió o esa desaparición la hizo por mi bien. Según tengo entendido, ese número sigue costando lo mismo que cuando la compré, osea, unos 10 pesos. Menos mal, si realmente hubiera incrementado su valor estaría a punto del suicidio. Mejor escondo mi
vaso de colección, no le vaya a pasar lo mismo.