miércoles, 30 de julio de 2008

El destino y sus faltas de ortografía

La otra vez íbamos en la calle, cuando de la nada una señora nos regalo unas extrañas galletas chinas, de esas que dicen, predicen la fortuna. Uno a uno, fuimos rompiéndolas, ansiosos de saber que nos depara el destino. Según aquellos textos proféticos, Rosalía próximamente se cambiará de casa, Claudia debe mantener la calma pues tiene la capacidad para lograr cualquier cosa, y Ángel se encuentra más cerca de lo que él cree del amor.

Todos mensajes que a mis amigos les agradaron y hasta gustaron. Sin embargo el mío fue el que más nos sorprendió:

Es la segunda vez que como una de estas galletas, la primera vez no entendí muy bien el mensaje, pero ahora el mensaje es demasiado claro, sobre todo para alguien que ama la escritura y cuyo mayor sueño en la vida es el escribir una novela.

¿Será el destino o una afortunada coincidencia? Aunque ahora que lo pienso bien, no sé que tanto deba fiarme de una galleta que se come la preposición ‘la’ en la frase ‘amante de la palabra’ y que en lugar de escribir inventa y antepone el verbo ‘escreibir’. ¿Acaso no hay peor colmo que precisamente esa palabra esté mal redactada?

De cualquier manera, con el destino no hay que ponerse rejego por más analfabeto que éste sea. Decido creerle y de paso ponerme a trabajar muy fuerte para que esa galleta no se equivoque.

lunes, 28 de julio de 2008

Lo difícil de tener un blog (3ra parte)


Sucede que ya abriste un blog. Bien que mal las ideas comienzan a fluir de manera más o menos constante y lo que es mejor, comienza a hacerte de tus lectores. Meses después sacarlo de tu vida se vuelve impensable. Pasas horas pensando cuál será tu próximo texto y la forma en la que éste será estructurado. Mentalmente lo construyes y destruyes hasta que el resultado final en pantalla sea el que imaginaste. Y así una y otra vez en un círculo que se antoja eterno. El asunto con las letras ya está resuelto, vayamos ahora con otro dolor de cabeza: el diseño.

Seguramente, la gran mayoría de los millones de bloggeros que hay en el mundo manejan a su antojo la presentación visual de su blog. Cientos de aplicaciones, combinaciones de colores y estructuras que hacen que de a poco, su espacio en línea vaya adquiriendo su propio estilo. Sin embargo, existen unos cuantos despistados que como yo, no tienen ni la menor idea de cómo hacerlo y que tienen que conformarse con una de las plantillas que Blogger ofrece y que tienen la desventaja de con el tiempo, volverse aburridas.

Últimamente veo la plantilla que uso en muchos blogs, y aunque podrán decirme que lo importante en estos casos es el contenido y no la imagen, es absurdo negar que un diseño original le da más personalidad e identidad. Por eso, al autor de este blog decidió dar un cambio radical en la imagen de éste espacio y lanzarse a la aventura de rediseñarlo. Visité varias páginas con cientos de plantillas y diversas opciones para poner un blog al último grito de la moda. Dos horas después estoy casi al borde del suicidio pues hacer estos cambios es más difícil de lo que pensaba.

Tengo que saber de lenguaje HTML, de programación, pegar códigos, cuidar resoluciones y las medidas de la pantalla. Y adivinen qué: no tengo ni la menor idea de nada de eso. Ahora, supongamos que decido intentarlo y termino por desconfigurar todo. No me perdonaría ser el asesino de mi propio blog, pero tampoco quiero pasarme otro año viendo el mismo diseño de siempre. Supongo que la idea de remodelar seguirán dando vueltas obsesivamente en mi mente hasta que lo logre, o el hastió y otra idea o problema ocupe mi pensamiento.

Quizá, tener un blog sea fácil, lo difícil es estar conforme con él.

sábado, 26 de julio de 2008

La única vez que gané

No sé, a veces mi vida es así...
entre confusa y apática;
una continua lucha contra la soledad...
Y una vez más, pierdo

Debería de acostumbrarme
a siempre estar contra la pared,
a pugnar por un destino mejor,
ese que siempre se añora entre la desesperanza.

Una y otra vez caigo,
me repito que será la ultima vez,
para después volver a probar la derrota.

Una gran competencia,
sólo eso y nada más es el amor.
Triunfas,
o condenas tu alma a un eterno sufrimiento.

En el tablero del destino, soy un simple peón,
Aquella pieza que se sacrifica,
y es, fácilmente imprescindible,
¿O será mejor decir, imperceptible?

En fin, cosas sin importancia.

La única vez q no perdí,
fue cuando el destino me cruzo contigo...
Te ví, y el mundo recupero su orden natural,
Un universo que se transforma alrededor,
eso era tu compañía.

Hubo una ocasión en que todo salió bien.
Nuestras almas unidas por el simple imán de una mirada.
¿Acaso fue un beso que congeló el tiempo?,
o ¿un suspiro cargado de amatistas delirantes de pasión?,

Contigo no conocí la derrota de la rutina,
sólo estelas en el cielo que anunciaban días de sol.
Estrellas perdidas en la noche, eso éramos tú y yo.

En toda mi vida, la única vez que gané
fue cuando conjugué tu nombre llorando de alegría.
Y te descubrí tan mujer y a la vez tan niña,
tan delicada que juré dar mi vida por tu risa cristalina.

Esos días valieron toda una vida.

¿Qué más quieres que te diga linda mía?
Contigo gané, vencí, triunfé,
Y también, creo que te ame...

Después todo cambió...


Gabriel Revelo
Febrero 2006

martes, 22 de julio de 2008

Payaso

Es domingo

Tiene casi dos horas que estoy jugando fútbol en el parque de la colonia en la que vivo. Soy el portero de mi equipo, y aunque mi posición exige concentración absoluta, no puedo evitar distraerme con cualquier cosa: Un perro parecido al mío cruza corriendo la calle de enfrente, dos niños juegan en una resbaladilla, una chica guapa atraviesa coquetamente una de las vereditas del verde jardín que nos rodea, un auto blanco se estaciona en un extremo del parque… y casi me anotan un gol. El balón pasó a unos centímetros del poste derecho de la portería. Debo estar más atento en la próxima jugada y poner los cinco sentidos en el juego. Así lo intento. Veo los movimientos de los jugadores y camino de acuerdo a la ubicación de la bola en la cancha.

Un minuto después, vuelvo a estar en todo, menos en el juego.

Del auto blanco baja un payaso. Traje color lila chillón y una boina morada en la cabeza. La cara maquillada con tonalidades que van del negro al blanco, pasando por el rosa. Complementan el atuendo una gran sonrisa pintada y una nariz redonda y puntiaguda. Es muy delgado. Un ser irreal en la explanada de ese parque llena de jóvenes futboleros. Mi equipo anotó gol, o al menos eso creo por los gritos de júbilo de mis compañeros y el lamento de nuestros oponentes. No me molesto ni en voltear, prefiero seguir con la mirada los movimientos de la hipnotizante figura del payaso, en medio de la explanada del parque, soportando heroicamente, sin moverse, los rayos del sol de las dos de la tarde.

Ese partido lo ganamos. Perdimos el siguiente. Él continúa ahí, con la mirada fija en los árboles. A lo lejos se aproxima otro joven. Despeinado, desalineado en su vestimenta y con cara risueña. También atraviesa la cancha. Indiferente, como si ninguno de nosotros existiera. Viene a verlo a él. Él lo reconoce. Se saludan. Payaso y joven atolondrado se dan un abrazo, caminan unos metros y se detienen en una esquina de la explanada que comparten con nosotros. Se detienen cerca de mi, a la sombra de un gran árbol. Movimiento gracias al cual puedo percibir sus voces, aunque sin comprender mucho. El Payaso también es joven, su voz lo delata. Habla con mucho interés sobre algo que acaba de recoger en Estados Unidos ‘buenas, bonitas y baratas’. La platica se interrumpe cuando nuestro balón accidentalmente llega hasta dónde están Payaso y Atolondrado. Uno de mis amigos va por el balón. Al llegar ambos lo saludan de mano afectuosamente. Aunque le cayeron bien, mi amigo después me confesaría no conocerlos.

Continúan hablando. El Atolondrado le da al Payaso unos billetes de alta denominación. Éste toma la mitad y rechaza el resto. A cambio, de su saco lila de lentejuela, saca unos pequeños paquetes envueltos en hojas de papel blanco y se los da al joven.

Se despiden. Payaso se dirige alegremente a su vehículo. Sube y por breves segundos su mirada y la mía se encuentran. Su rostro y facciones ya no me parecen inocentes ni divertidas, sino llenas de maldad y de un gozo tétrico que no comprendo. Enciende su auto y se aleja casi tan misteriosamente como apareció. El joven atolondrado, mientras tanto, se sienta en una banca. De uno de los paquetes saca algo, se lo lleva a la nariz; de otro lo que saca es una especia de cigarrillo pequeño y gordo que enciende. Comienza a fumarlo. Muy pronto el ambiente se llena de un extraño olor. Me anotan gol. Fue mi culpa por no atender lo que sucedía en el terreno de juego. El joven atolondrado termina de fumar su extraño cigarrillo. Se levanta y lentamente se pierde en las calles aledañas al parque, con la mirada y el caminar más perdidos que cuándo llegó.

Sigo jugando.


Es jueves.

Nunca, ni de niño, me gustaron los payasos. Éste domingo de nuevo iré a jugar fútbol. Espero no encontrarme con aquella figura alargada y psicodélica. Termino de escribir. Sigo sin creer que no sea ficción.

sábado, 19 de julio de 2008

A unas horas del Show


No es nada correcto escribir sobre algo que no nos apasiona. Cuando en el estomago un cosquilleo ansioso es mucho más fuerte que las ganas de jugas con las palabras, por simple dignidad, uno debería de mejor abortar la intención de darle vida a un texto que seguramente dejará mucho que desear. Y sin embargo aquí estoy, esperanzado a que el ejercicio de escribir mitigue un poco el nerviosismo que minuto a minuto recorre mi cuerpo. ¿Voy a presentar un examen, a perder un trabajo, a hacer una presentación ante cientos de personas? Para nada. Sucede que el autor de este blog está a unas horas de salir de fiesta.

Es sábado en la noche y nada de extraño debería haber en el hecho de salir a desvelarse a voluntad con los amigos. Para las personas de mi edad ir a algún lugar de moda, tomar algo y por qué no, conocer gente interesante es de lo más común y hasta excitante; para mí es indicativo de que mañana al despertar quizá no seré el mismo y que la cruda que sufriré no será física, sino interior.

Las salidas de fin de semana y yo nunca nos hemos llevado bien. Ya sea en fiestas, bares, antros, reuniones o cenas, las cosas nunca salen como deseo; o peor tantito, las cosas casi siempre salen como menos quiero. Además, detalles como el de mis dos pies izquierdos que me hacen un pésimo bailarín, el que no fumo o mi nula resistencia a la bebida, me hacen ser el clásico personaje que ‘quiere pero no se divierte’. Aun así, no se confundan, he tenido noches maravillosas en las que todo sale bien, pero para mi desgracia, esa no es la constante.

Entonces llegamos a lo contradictorio. ¿Por qué seguir haciéndolo, por qué seguir retando a un rival que a todas luces nos queda enorme? No lo sé, pero supongo que en mi caso es por la posibilidad que la noche le brinda a cada valiente que se aventure a adentrarse en ella. Porque es la noche, en conjunción con el magnetismo de la luna, el hipnotismo de las luces y la siempre alcahueta música, los que puede hacer posible lo imposible y hacer que dos miradas se crucen en una ecuación perfecta. Porque la noche es amor, aventura, misterio y sobre todo incertidumbre es por lo que esta noche saldré, porque igual y ni pasa nada, o igual y los astros se alinean y con ellos un momento pase a inmortalizar un sueño. Por eso, dentro de dos horas saldré de mi casa pidiéndole a Dios que me cobije en la noche y me la haga breve, pues esa será la señal de que realmente valió la pena. Y es que las noches eternas, esas de las pesadillas constantes y la impotencia inmóvil son un tormento. Me lastiman, por lo tanto les temo.

Con todo quiero jugármela y ver qué pasa esta noche. Los minutos pasan rápido, la incertidumbre crece y las ilusiones (por más que no quiera) van haciéndose grandes de a poquito. Detrás del telón puede estar el amor, o una gran camarería, o un corazón roto; puede haber risas y diversión, o todo, o nada. O mínimo ganaré historias.

Como sea, es una promesa abierta, y ya me voy que se me hace tarde.

miércoles, 16 de julio de 2008

Soy Wall-e

Como seguramente voy a terminar hablando de otras cosas, lo mejor será comenzar por hablar de la trama de Wall-E, la nueva película de Disney-Pixar: Se supone que en un futuro no muy lejano, la raza humana decide abandonar la tierra por un par de años, debido a que la cantidad de basura vuelve inhabitable el planeta… lo malo es que con las prisas, se olvidaron de apagar a Wall-e, un robot encargado de recoger y ordenar la basura. Por más de 700 años, Wall-e se dedica a cumplir sus labores y a desarrollar una conciencia propia que a veces lo hace sentirse un poco solo. Añorar el amor y la compañía sin conocerlos; un día cualquiera llega Eva, una linda y moderna robot de exploración de la que Wall-e se enamora a pesar de las diferencias entre ambos. A partir de ese punto Wall-e emprenderá un sinfín de aventuras para lograr estar con Eva, y de paso, regresar a la raza humana a la tierra.





Podría hablar de sus lecturas ecológicas, de sus similitudes con algunas obras literarias, pero no quiero perder el tiempo en lo menos y dejar lo más importante de lado. Tiene 48 horas que salí de la sala de cine y esa sensación de corazón roto aun no desaparece. Varios de mis amigos me dijeron que me identificaría mucho con la historia de Wall-e, que parecía, estaba basada en mi vida, yo mismo lo sospechaba cuando en los posters veía la imagen de un robot que inevitablemente me provocaba ternura ; sin embargo, nunca me imaginé que las imágenes y la historia misma me sacudiría de tal manera. En efecto, la película es una maravilla visualmente hablado y los personajes una maravilla, pero la simple historia basta por si misma. Podrá ir dirigida a los niños, pero yo la goce (y sufrí) como nadie en la galaxia.

¿Qué diablos me pasa? Obviamente no es nada normal que mientras toda la sala reía con las desventuras de Wall-e, el autor de este blog estuviera al borde del llanto. Y no exagero, en verdad tuve que contener varias veces las lágrimas, tendencia que no me abandonó en las horas siguientes. Ojos rojos, rojísimos y un vacio que de verdad duele en el pecho y la cabeza dándome vueltas, repitiendo aquellas escenas tan tiernas en las que Wall-e se desvive por Eva sin que nada más le importe. Supongo, pues si no es así no le veo chiste, que eso es el amor verdadero.

De poder hacerlo, quisiera redactar todo el cumulo de emociones que desde entonces tengo atrapado en la garganta, y que sólo logra escapar por medio de sollozos y suspiros. Ahora, cada que veo una imagen de Wall-e, es imposible no encontrarme en esos ojos tristes pero esperanzadores. Sus deseos son idénticos: perdidos en la inmensidad de un universo que resulta más enorme por la falta de un camino específico, esa forma de amar sin condiciones y solo procurando el bien de la otra mitad de nuestro corazón (o circuito, en el caso de Wall-e).

Cuando llega Eva el mundo de Wall-e sufrió una convulsión. La vio volando, surcando el espacio y recorriendo la tierra con la elegancia de un ser celestial. Tan perfecta, tan funcional, tan cautivadora. Y él dejó todo por seguirla, por intentar acercársele, hacerla reír y no separarse nunca más de ella. Así me pasó a mi. Si Wall-e titubeaba cada que quería acercarse y parecerle interesante a su amada, yo no me quedo ni tantito atrás; si no se dio nunca por vencido yo tampoco debería hacerlo pues somos tan parecidos, que la única diferencia es que el ama a una robot y yo a una mujer.

Película romántica + Romántico empedernido = Suspiros cursis e improductivos.
(las películas así deberían estar prohibidas para tipos como yo)

Ni que decir de la música amorosa, que es el complemento perfecto para una cinta que ya es de mis favoritas y cuya huella tardará mucho en borrarse. Sigo tocado en el alma. Sigo acordándome de esas escenas llenas de romanticismo en el que las palabras sobran y no puedo hacer más que derretirme de la envidia de que al menos a Wall-e las cosas le salieron bien, y que bueno, no hubiera aguantado que el también fracasara.

Tengo mi soledad diaria, mi manía de estar enamorado del amor y desear con todas las fuerzas que el amor se materialice. Tengo mi mascota y una ternura que no puedo quitarme de encima. Tengo, dicen, esa mirada nostálgica y la misión de cuidar a mi Eva hasta el final, sin importar si la vida se me va en el proceso. Tengo mi inexperiencia amorosa y mi habilidad para hacer el ridículo. Espero tener también la suerte de mi lado, así tengan que pasar más de 700 años.

Wall-e soy yo.
Ella es Eva.
Su historia es nuestra historia, aunque ella no lo sepa.





domingo, 13 de julio de 2008

Lo que a gritos se niega a existir

Si a julio no le diera por llover tanto quizá escribiría cosas más alegres, aunque nunca se sabe. Agua corriendo por aquí y por allá, estancándose por acullá. Sigo con ese auto bloqueo que yo mismo me impuse. Mi corazón no está nada en calma y por eso mismo sentarme a escribir cualquier otra cosa es casi misión imposible. Me resulta increíble que a estas alturas de la tarde, no haya nada mejor que hacer que escuchar caer la lluvia. Podría leer, intentar escribir algo que medio valiera la pena o intentar dormir un poco, que buena falta me hace. Asomarme a la ventana y ver las imágenes trastornadas por el agua que burlona y hasta desfachatadamente deciden vestirse de tristeza. Si esta es una tarde en soledad, preferiría estar en compañía de quién sea. Si al mismo cielo le da por precipitarse, cómo evitar no sentir ganas de esta tarde sentirme infinitamente pequeño, inútilmente insignificante. Por más aburrido que sea el firmamento, debemos aceptar su inmensidad y consolarnos con la estúpida idea de que al no poder recorrerlo por completo, menos seremos capaces de entenderlo. Con todo no deja de ser inalcanzable, con todo no deja de ser aburrido, con todo y todo, no puedo escapar a las ganas de confundirme con las nubes. Condensar los miedos que por frágil y humano, no me dejan tres segundos en paz. Desconozco, infinidad, si los vacios en el alma puedan llenarse con cualquier cosa; ojalá a mi me rellenen con piedritas de rio. Perder la coherencia porque se la llevó el viento y la regó en el mar, es tan triste como ese niño abandonado que también quisiera confundirse con el vapor de nube, igual y al llover se recrea en la tierra y regresa e este mundo con mejor suerte, con un mejor destino al cuál no estarle reclamando cada catorce minutos el mal tino que tuvo. Y ahora dónde voy a esconder estás ganas de volver realidad lo que a gritos se niega existir, y cómo me explico a ‘mi mismo’ que sólo tengo una vida; cómo justifico que en lugar de vivirla estoy perdiendo el tiempo viendo llover. ¿A qué hora se le dará la gana a la risa pasarse por mis labios?, llevo toda la tarde esperándola aunque sin extrañarla realmente. Presiento que mañana me sentiré más confundido. Miéntanme y díganme que la melancolía me sienta bien.

jueves, 10 de julio de 2008

Perros Héroes

Un ambiente extraño pero a la vez, tremendamente compacto y definido. Aunque me sea desconocido, podría definirlo a la perfección gracias a un pequeño registro fotográfico y a una novela de apenas 74 páginas.

Gracias a una recomendación de mi amiga Oralia, a ‘Perros Héroes’ de Mario Bellatin le tenía ganas desde hace más de un año. “Trata de un Hombre Inmóvil que tiene 40 perros, léelo, conociendo tus gustos, te va a gustar”, me dijo. Tiempo después me topé con el libro en una librería y su subtitulo me intrigó aun más: Tratado sobre el futuro de América Latina, visto a través de un hombre inmóvil y sus treinta Pastor Belga Malinois. En aquella ocasión no lo compré, pasando a formar parte de mi ya interminable lista de libros pendientes que creo nunca leeré.

Sin embargo, no pude resistirme y terminé adquiriendo el libro en el remate “Salva un libro” que varias casas editoriales realizaron hace un par de semanas en el Auditorio Nacional. A penas lo vi en un estante no me lo pensé dos veces. Dicen que los libros que se leen lo escogen a uno, y en el caso de ‘Peros Héroes’ así fue. Pensaba encontrar una historia mal planteada sólo como el pretexto para hablar de la situación del continente americano. No podía estar más equivocado, apenas me bastó leer un par de hojas en el metro para darme cuenta que la narración de Bellatin (por fortuna) nada tenía que ver con mi idea inicial de la historia.

De haberlo deseado, podría haberlo leído en menos de una hora, pero mi pudor que me hace degustar los buenos relatos a velocidades ridículamente tortuguiles me hizo tardarme días enteros. Suficientes para que ante mis ojos se describiera un microuniverso: inmenso como un continente, compacto como una casa. Sencillo pero a la vez lleno de significados que van más allá de la lógica común y que nos ofrece una complejidad psíquica en cada uno de los personajes que uno más añora entre más los desconoce. Y es que a ‘Perros Héroes’ se le puede atajar desde diferentes frentes; si para algunos la historia planteada simple y sencillamente es original y entrañable, para otros se trata de un planteamiento muy astuto e inteligente de un continente que es aun más complejo que un Hombre Inmóvil encargado de criar perros.

Sería ingrato hablar de más y vender la historia de una novela que de verdad recomiendo, pero más ingrato, y en buena medida injusto, sería dejar este texto sin hablar un poco de la parcialidad absoluta que en el relato es ese hombre inmóvil que no termina de sorprender mi entendimiento y que en su infancia conoció a un niño escritor que redactaba historias de perros héroes, o de su madre y su mamá que separan bolsas día y noche, o un halcón que cada tarde caza a un ratón, o el enfermero entrenador y su entrega a una vida destinada a nada, o unos periquitos canadienses, o a 40 perros Pastor Belga Malinois, o un mapa de América Latina o un viaje espacial. O un poquito de todo, o un poquito de nada, que de eso se constituyen los ambientes, y si de algo goza ‘Perros Héroes’ es precisamente de “ambientes”.

Seguramente lo releeré varias veces más. Seguramente buscaré más relatos de Bellatin y los disfrutaré de la misma manera. Me queda claro que es un autor total, preocupado por la estética y expansión de sus relatos, por simplificar relatos en los que caben infinitas posibilidades y que por lo mismo nos parecen propios. Tiempo inmóvil en el que no pasa nada pero que conforma un cuadro viviente y nunca igual.

Después de un intermedio así, continuaré con ‘Chiquita’ de Antonio Rodríguez, como siempre, lo leo y luego les cuento.

domingo, 6 de julio de 2008

Súper Gabriel

El martes amanecí mareado, me levanté de madrugada al baño y sentía que todo se movía, como si temblara... pero peor. Nunca me había pasado, pensé que era momentáneo y hasta cierto punto, algo sin importancia. Durante los próximos días he sentido el mismo mareo, la misma sensación de nauseas y vértigo acompañándome hasta en los momentos más inoportunos. Junto con estas extrañas sensaciones, aumentó mi irritabilidad. Por alguna extraña razón, todo mi entorno me parecía incomodo. No entendía que era, o es, lo que me pasa. Creí estar enfermo, padecer de presión alta y estar al borde de la andropausia.

Hoy, de repente entendí todo. No padezco ninguna enfermedad y ni siquiera estoy cerca de vivir una desgracia. Todos estos cambios e incomodidades se deben a que desde hace unos días mis sentidos están más desarrollados. Sucede, que desde hace unos días tengo superpoderes.

No sé describirlo, pues en estas cosas no hay lógica. Sólo sucedió. Y que bueno, porque ahora soy más rápido, más inteligente y más fuerte (musculoso). Resisto mejor el calor y el frío. Puedo saltar grandes distancias, ver cosas que nadie ve, y hasta si me lo propongo, (mediante un gran esfuerzo de por medio) volar.

Aunque hoy me divertí todo el día con mis nuevos poderes. Ahora estoy en medio de una paradoja. ¿Qué hacer con ellos? ¿Aprovechar que los X-Men, Superman y Batman están de moda para volverme famoso? ¿Comenzar una lucha en contra de la delincuencia y el crimen organizado? ¿Actuar en un circo?... ¿Qué haría Spiderman en mi caso? Supongo que lo primero será confeccionarme un traje para comenzar mis aventuras como paladín de la justicia. Un traje no muy guango, pero tampoco tan ajustado que parezca un mallón gigante; no muy cursi, no muy psicodélico. Un traje que me de autoridad. Sí, eso es. Negro con vivos rojos y capucha. ¿No está mal verdad? Falta el nombre. ¿’El Gavilán enmascarado’?, me gusta. ¿‘Súper Gabriel’?, demasiado soso y predecible.

Ya me aburrí de pensar tonterías. Mejor dejó esta idea de ser superhéroe público y encamino el uso de mis poderes en la única tarea que de momento me interesa: Tú.

Con estos poderes te escucharé más fácil y estaré al pendiente de tu bienestar sin importar las distancias. Llegaré más rápido si llegas a necesitar ayuda. Estaré dispuesto a usar mi inteligencia súper desarrollada para resolver cualquier problema que amenace tu calma. Los héroes son simpáticos y llenos de carisma, yo puedo ser eso y aun más por ti. No me importa luchar contra otros diez mil pretendientes que tengas, acabaría con ellos en segundos. Arriesgaré la vida por poseer tu corazón, aunque todo parezca ya perdido. No importa cuánto me hieran o ante que rivales me enfrente: al final, el bien siempre triunfa sobre el mal. Y si después de librar temibles batallas sigues ahí, entonces mi cansancio y heridas habrán valido la pena. No puedo esperar a tomarte entre mis brazos (musculosos, aclaro) y llevarte por los cielos para mostrarte las únicas cosas del universo cuya belleza es comparable a ti: las estrellas.

Los poderes siguen ahí. Muy útiles y yo desperdiciándolos en cosas triviales. No me importa, de todas formas dudo que me sirvan para entrar en tu corazón. Soy ‘Súper Gabriel’ alias ‘El Gavilán Enmascarado’, tengo superpoderes y no me importará usarlos para que te des cuenta que soy yo, y sólo yo, tu único héroe.

Espero seguir siendo mañana el mismo. Nadie me garantiza que así como estas habilidades llegaron sin avisar se puedan marchar de igual modo. Mientras sobrevuelo tu casa, recuerda que con o sin poderes, la verdadera fuerza para desafiar imposibles me la das tú.

martes, 1 de julio de 2008

Querer y no poder (ser y estar)

Aunque fuera un momentito, tengo ganas de no estar aquí, de no ser, de poder vivir sin memoria o mejor aún, sin precaución. Estar jodidamente enamorado, con el corazón hundido en la penumbra del propio ego. Estar todo el día, y peor tantito, toda la noche, con la mente anclada en la octava luna de Júpiter (si es que tal cosa existe). Querer ser astronauta para alcanzarte y no saberme ni lo más básico del reglamento vehicular. Eso sí que es angustia, igual que tu mirada, tu voz, tu risa y todo lo demás. Estar babeando y no querer reconocerlo por miedo a que la fuerza de un sentimiento incontenible termine por desbordarme una vez más. No, no y ocho mil veces no. No es miedo al amor, es miedo a ti, miedo a volver a perder mi soberana voluntad para convertirte en mi soberana reina. Dejar de pensar en función a mí para hacerlo en torno a ti. Si rompí mi promesa de no volver a escribir sobre ti es porque el miedo es mayor. Me aterra lo que siento, me da miedo volver a amarte con los niveles de desesperación que alcancé la última vez y que de milagro no me mataron de angustia.

¿De verdad, dentro de esta confusión de palabras sin aparente destino, estoy diciendo que no quiero amarte? ¿Soy tan iluso, como para no darme cuenta que jamás lo he dejado, ni lo dejaré de hacer?

Y ahora cómo salgo, cómo escapo y dejo de ser una triste caricatura que siempre regresa al mismo camino empedrado, ese que sólo da vueltas alrededor de ti, pero que nunca llega a su destino. Querer amarte pero no poder hacerlo, pues eres más letal que una espada de doble filo, y armas así, no se llevan bien con un cobarde como yo. Lo paradójico es querer escapar de ti, cuando tengo todas las ganas de caer preso de tus encantos. Lo ridículo es que lo que más busco es a lo que más rehúyo.

Y ahora dónde me pongo para no estorbarte ni a ti ni al libre flujo de las ideas. Siempre que se trate del amor, nunca me comprendo.