miércoles, 27 de julio de 2011

Examen psicológico

Pues ya ven que ando desempleado ¿no? (por cierto, editores, denme una columna ahora que no cobro tan caro), pues bien, parte de andar en la búsqueda de trabajo es ir constantemente a entrevistas de trabajo. Aunque la mayoría de ellas son sólo eso, entrevistas, hay otras ocasiones en las que uno se ve sujeto a la aplicación de diversas pruebas y test de diversas índoles. Desde los psicométricos, hasta los de conocimientos, pasando por los de idiomas. Pues bien, hace poco acudí a una de estas citas laborales, en las que se me hizo un curioso examen psicológico: dibujar en una hoja en blanco, a una persona de sexo masculino bajo la lluvia, y detrás una historia que explicara mis trazos. Me dieron otra hoja, y me pidieron que hiciera lo mismo, pero ahora el sujeto tenía que ser de sexo femenino. Como acabé y se tardaban mucho en pasarme a la siguiente fase de la entrevista, les tomé foto a las dos hojas, mismas que les comparto, nomás por el gusto de hacerlo:


FIGURA MASCULINA




Pensamiento Circular

El sujeto del dibujo, el más grande, es Gabriel. Fanático de los blogs, se refugia de la lluvia con un pedazo de lámina que encontró en la calle. Para pasar el rato, Gabriel piensa en el Monito Feliz, un muñeco feo que viste de shorts. Luego pensó que aquel atuendo no era el adecuado para las lluvias. Entonces pensó que el Monito Feliz, debajo de la lluvia pensaría en ser más apuesto y tener un suéter. Lo malo es que el joven apuesto no pensaba en la lluvia, sino en lo libre que se sentiría si fuera una Orca. A esa Orca no le gustaba tanto su libertad, y se preguntaba que se sentiría ser una máquina, de esas que usan los humanos. A la computadora, seguramente le desagradaría saber tanto y ser tan mecanizada. Lo que en realidad quisiera, sería ser un señor gordo sin preocupaciones. El asunto es que al señor gordo le gustaría tener una sombrilla para poder salir a distraerse, a pesar de que la lluvia caía. Y así Gabriel volvió a darse cuenta de que en realidad, la lluvia no era impedimento para disfrutar el día.




FIGURA FEMENINA



Alpha y su gato pardo, a las 6

A las 6, Alpha tenía que llevar a su gato al veterinario.
A las 3 comenzó a llover. No importa, Alpha esperaba que la lluvia pasara.
Las 4 y la lluvia no paraba. Sapo Botija, su gato, pensó que se libraría de la consulta.
4:30. Alpha recibe una llamada de Gabriel. Él le dijo que viendo llover pensó en muchas cosas, pero más en ella. La invitó a tomar un café.
A las 4:50. Alpha, que ya había pensado en cancelarle la cita al veterinario, sonrió al pensar que ahora, tanto su gato como ella, tendrían una cita.
A las 5:30 Alpha salió guapísima. No importaba la lluvia. Se divertiría ella, protegería a su gatito con un paraguas y nada le echaría a perder la tarde.
En algún momento, su pensamiento y el de Gabriel convergieron.



Bueno, después de que vieron y leyeron mis pachequeces, díganme… ¿qué significa? ¿Alguien por ahí sabe interpretar estas pruebas y decirme que es lo que en realidad pensó el reclutador de mi? Aunque, en honor de la verdad, y antes de investigue lo que supuestamente transmití, debo aceptar que en el caso del dibujo de la figura masculina (que supuestamente, sería la femenina pero me quedó muy machorra) empecé a dibujar a un hombre pero no me gustó como quedó, luego empecé con otro y luego con otro. Ya casi, cuando había acabado, volví a recordar lo de la lluvia, por lo que lo agregué como pude. Como pueden ver, no soy muy buen dibujante, y por eso mismo, cada línea o cosa trazada, era para corregir un error o hacerlo ver más o menos coherente.

No dudo que estas pruebas sirvan mucho, pero creo que si quieren saber si estoy loco o no, deberían pedirme que hiciera otra cosa, porque dibujando, nomás nunca voy a parecer cuerdo. Por cierto, no me han hablado de ese trabajo…

jueves, 21 de julio de 2011

Diamante Márquez

Diamante

Tenía años sin incursionar en esa región de Acapulco. Es más, para ser honesto, nunca le había dedicado el tiempo suficiente para conocerla. Por eso, me pareció buena idea dirigirme hacia la que supuestamente, es la zona más glamurosa del rumbo: Acapulco Diamante.

De la Costera de Acapulco, tomé dirección hacia Revolcadero. El camino es alucinante. Una carretera llena de curvas peligrosas, atraviesa acantilados que dejan ver paisajes espectaculares de la Bahía de Acapulco y de Puerto Marquéz. Es precisamente en ese camino dónde ocurren los hechos de
"Un buen hombre... que no soy yo", cuento que escribí hace unos ayeres. Una vez que se llega a Revolcadero, es fácil ubicar la entrada a un camellón lleno de palmeras y pasto bien cuidado. Al girar y entrar en esta pequeña avenida, es como si se entrara en otro mundo. Hoteles y conjuntos habitacionales lujosos, campos de golf, edificaciones soberbias. Circular en auto por ahí, a mediana velocidad una soleada tarde de verano equivale a tomar meses de terapia. Kilómetros más adelante, visitamos La Luna, un importante centro residencial que cuenta con un bello centro comercial, el cual incluso tiene canales con agua y góndolas muy al estilo veneciano, fuentes y tiendas exclusivas, todo en un ambiente de elegancia y estilo único. Uno de los socios de éste sofisticado complejo arquitectónico es el cantante Luis Miguel.

Definitivamente uno se siente en otra dimensión. Acá unas fotos que tomé durante mi recorrido:




Márquez


Casi a lado de Revolcadero y la parte denominada “Acapulco Diamante”, se ubica una pequeña bahía llamada “Puerto Márquez”. Playa populachera y tradicional de Acapulco. Cuando uno llega a dicho poblado se ve rodeado de hombres que intentan llevarte al “mejor restaurante de la zona”. El espectáculo comienza cuando comienzan a desacreditarse entre ellos con tal de ganar clientela. Una vez que se elije un local, no queda más que disfrutar de la mesa que nos asignen en plena arena y disfrutar de alguna comida o bebida. A los pocos minutos, vendedores se acercan a ofrecerle al turista collares, aceite de coco, tatuajes temporales, masajes, playeras, frituras de harina y un grandísimo etcétera. A veces tanta gente y la playa atiborrada puede resultar fastidioso, pero es parte del encanto del lugar. La música viva y la alegría del lugar, hace que la pobreza y miseria circundante sea más llevadera. Un lugar para pasar la tarde. Aunque si me preguntan, no me gustó que comercialicen con Tortugas, cocodrilos e iguanas. Se ve que la Secretaria del Medio Ambiente no ha pasado por aquí, o de plano no quieren ver nada.

Por cierto, me enfermé del estomago por una mojarra que me comí, y que sospecho, no estaba en muy buen estado.





Diamante-Márquez

Parece mentira que ambas realidades estén tan sólo separadas por unos cuantos kilómetros. Si me preguntan, diría que me siento mucho más a gusto en lugares como Puerto Márquez, aunque también me agrada que en mi país haya desarrollos turísticos a la altura de los mejores del mundo. Finalmente, lo opuesto de Puerto Márquez y Acapulco Diamante es una muestra del encanto de un país que conserva tradición pero accede a la modernidad, claro ejemplo de que las diferencias siguen siendo representativas no sólo en esta zona, sino en general de todo México. Podía satanizar las diferencias y decir que la desigualdad es grande y además injusta. Pero saben, en ambos universos vi cosas buenas, ambos parajes me sedujeron. Por una vez en la vida quiero disfrutar los dos lados de la moneda.


21 de julio de 2011
Acapulco, Guerrero

miércoles, 20 de julio de 2011

Mi primer huracán



Horas antes de salir rumbo a la ciudad de Acapulco, estando aun en la Ciudad de México, escuché hablar por primera vez de Dora, la cual, apenas era una tormenta eléctrica con dirección incierta. Ya en éste puerto guerrerense, la tarde del lunes y mañana del martes, el clima era caluroso y soleado. Nunca imaginé que horas después, escribiría la siguiente bitácora sobre el primer huracán que me toca vivir en mi vida de manera más o menos cercana.



Martes 19 de julio de 2011

19:45 hrs. Salí a caminar por la Costera Miguel Alemán. De la nada, una intensa lluvia arreció sobre la bahía de Acapulco. La cual no se detuvo en un buen tiempo, y fue la culpable de que llegara al cuarto de mi hotel empapado.


20:30 hrs. Investigando en Twitter descubro que Dora, la tormenta tropical ubicada cerca de los estados de Oaxaca y Guerrero está a punto de convertirse en huracán.

21:15 hrs. Comienza a circular esta imagen de "Dora en Acapulco" en las redes sociales. Se vale burlarse hasta en estas circunstancias, por eso somos mexicanos:



22:00 hrs. Arrecia la lluvia y el cielo truena de manera implacable. Según informes, Dora ya es huracán categoría 1.

22:15 hrs. Informaciones encontradas. Desde las que hablan de un estado de peligrosidad inminente, hasta los que descalifican toda preocupación por la llegada de Dora.

22:40 hrs. Joaquín López Dóriga informa en su noticiero que Dora es huracán categoría 1 y que su centro se encuentra a 390 km del sur de Acapulco, y cuyos vientos alcanzan los 120km por hora. Aunque se estima que Dora no tocaría costas mexicanas, éste si correría en dirección paralela a las playas de Guerrero, Michoacán y Jalisco. A estás alturas es oficial, viviré mi primer huracán. Si bien no de forma directa, si estaré más cerca que nunca de uno de ellos. Lejos de sentir miedo, me emociona la posibilidad de escribir sobre ello.

23:30 hrs. Cesa la lluvia. Un viento no muy fuerte mueve las palmeras y en el cielo de vez en cuando, a lo lejos se ven rayos alumbrar el firmamento. Se enciende la alerta por probables lluvias de intensidad considerable en Guerrero y estados aledaños.

23:40 hrs. De nuevo llueve continua e intensamente. El viento aumenta significativamente su velocidad. Me retiro a dormir sin saber qué o cómo encontraré la ciudad en la mañana.


Miércoles 22 de julio de 2011

06:57 hrs. Despierto por el sonido del viento. Salgo al balcón y percibo un fuerte viento a mi alrededor. Árboles y palmeras se mueven al compás del caprichoso aire. Sigue lloviendo.

08:40 hrs. Sigue soplando el viento, aunque no con mucha fuerza. El cielo continúa un poco nublado. Dicen que el huracán ya pasó lo más cerca posible de Acapulco, pero que habrá que estar de atentos a la cola del mismo.

09:30 hrs. Sale el sol y el viento poco a poco va cesando.

Al final, no hubo nada que lamentar. Por fortuna Dora no tocó tierra. Mi primera experiencia con un huracán quizá no fue tan extrema como pude haber pensado, y que bueno. Sólo estuvo ese cosquilleo que toda aventura trae consigo. Esa sensación que nos hace recordar que estamos vivos.



Julio 2011
Acapulco, Guerrero

martes, 19 de julio de 2011

Corresponsalía de guerra, en el paraíso



Nuevamente éste blog se vuelve viajero. Escribo estas palabras desde el cuarto de un hotel en pleno Acapulco. Si llego a encontrar una red inalámbrica abierta, subiré esta entrada éste mismo lunes. Si no, mañana por la mañana tendré que ir al Starbucks más cercano y desde ahí publicarla. Lo haría desde la BlackBerry, pero temo que el resultado no sería el mismo, y para qué negarlo, tratándose de mi blog soy muy estricto. En fin, tecnicismos sin importancia.

Pues acá estoy. Después de tres horas en la carretera en la que me llovió fuertísimo llegué a un soleado y reverdecido Acapulco. Como cada año, apenas llego a estas tierras me siento como en casa. Conozco cada esquina de esta ciudad como la palma de mi mano y aun así, en cierto momento me llegué a sentir dudas sobre venir o no hacerlo. Para nadie es una novedad lo mucho que durante los últimos meses se ha dicho sobre la inseguridad en éste puerto del Pacífico mexicano. Noticias de balaceras, decapitados, ejecuciones y secuestros ya no sólo en los cerros contiguos, sino también en la misma zona turística (tanto en la Condesa como en el corredor Diamante). Acapulco, por desgracia, ya no es tan atractivo para el turismo nacional, ni que decirlo del extranjero. Bajo todo ese halo de peligrosidad rodeando la imagen de esta bahía, me aventuré a venir. Por necio, aventurero, o por no querer perderle la fe a éste destino turístico es que estoy aquí.

Y no. No he visto sangre. Ni una cabeza cortada o algún cuerpo colgado en la carretera del Sol. Mucho menos me he topado con gente temerosa o replegada en sus casas. Todo lo contrario, gracias a las lluvias de los últimos días, me he topado con una vegetación más exuberante de lo normal, un clima maravilloso y el reconfortante mar peinando el horizonte. Llevó más de doce horas en Acapulco y el desencanto aun no viene a presentarse. Decidí traer mi laptop para poder postear sobre mí viaje, sospechoso de que quizá el narco y las bandas delictivas del lugar, harían que estuviera replegado la mayor parte del día en las instalaciones del hotel. Y pasa lo contrario. A lo lejos, el sol me invita a salir y comprobar que en realidad las cosas no están mal. Acapulco tendrá sus problemas, sí, pero no está sumido en la paranoia y el terror. Pensé que éste bloguero se convertiría en una especie de corresponsal de guerra, y con agrado veo que hablaré de todo, menos de balaceados. Éste año no será. Al menos a mí, Acapulco me ha recibido con los brazos abiertos. Si quiero escribir sobre violencia, tendrá que ser en otro lugar: Bosnia, Irák, Libia… y eso quién sabe, ya ven que eso de los estereotipos no es bueno.

Hablo (y escribo) bien sobre Acapulco porque es lo que quiero. Porque me duele no ver tanta gente en la calle como en ocasiones anteriores, a pesar de ser temporada vacacional. Tengo muchos recuerdos y apegos a esta bella bahía, que ni en sus peores momentos deja de tener esa costumbre tan suya de deslumbrarme. Vamos, ya se habrán dado cuenta que llevo toda mi vida enamorado de la que para mí, sigue siendo la Bahía más hermosa del mundo. Y que alguien me pruebe lo contrario.

Discúlpame Acapulco, no debí desconfiar de ti, hasta ahora no me has dado motivos. Dejo el casco de guerra en el cuarto y me llevo mis lentes. Seguiré aquí un par de días más, documentando lo que veo, y con lo que me encuentro, en éste paraíso.

Martes 19 de julio de 2011
Acapulco, Guerrero.

jueves, 14 de julio de 2011

Mi árbol (pinito), y yo

¿En qué momento nuestro pasado reciente es relegado al olvido? Esta pregunta siempre me aterró. Se va caminando por la vida sin darnos cuenta lo que dejamos atrás, sin percibir el momento exacto en el que conocimientos, nociones, sensaciones o recuerdos se despiden fugitivos de nosotros. Después, casi siempre su destino es la nada. A menos, claro, que un día cualquiera y de la nada, vuelva alguna imagen fugitiva y nos despierte la nostalgia. Así me pasó a mí, cuando caminando bajo la lluvia recordé que hace mucho planté un árbol.

Se trataba de un pino. Chiquito y regordete pero bonito, frondoso. Fui a comprarlo con mis papás, pues en la primaria “Carlos Sandoval Sevilla” había una campaña de reforestación en la escuela. Cada alumno llevaría una planta o un árbol, y lo sembraría en la parte trasera de su salón. En aquel entonces estudiaba apenas el segundo grado. Tenía 7 años y nula experiencia en la agricultura. Como pude (y con ayuda de papas y maestros), cavé un hoyo algo profundo y coloqué ahí aquel pequeño ser vivo. Le puse con cuidado tierra alrededor y lo regué. Las siguientes semanas trataba de estar al pendiente de él. Iba en los recreos, y a veces a la salida a revisar que mi pequeño pino estuviera bien. Para mi sorpresa, las demás plantas y árboles de mis compañeros no crecían tanto, ni se veían tan saludables ni llenos de vida como el mío.

Poco a poco fui creciendo y dejé de visitar a mi árbol. Terminé la primaria y no volví a entrar en las instalaciones de la escuela. Aun así, en años posteriores, cuando pasaba caminando por afuera de ella, podía ver mi pino, que seguía verde, a través del alambrado. Un día, de buenas a primeras quitaron la reja metálica y en su lugar levantaron una pared de concreto, que hacía imposible la visión hacia el interior del colegio. Esté fue el inicio de nuestro mutuo abandono.

Dejamos de ser conscientes del otro. Pasé de la secundaria a la preparatoria, y de ahí a la Universidad. Murió mi papá. Me titulé. Me enamoré y un par de veces me rompieron el corazón. Han pasado 22 años desde que planté mi árbol. Hace unas semanas me acordé de mi pino y sentí ganas de verlo. Sabía que la proximidad de la clausura del curso escolar de mi ex primaria me daría el pretexto perfecto para entrar en sus instalaciones y ver si mi viejo amigo estaba donde lo dejé la última vez que nos vimos. Así lo hice. Acudí al festival de fin de curso. Entré por la puerta principal sin dar mayor explicación. Atravesé el viejo patio en el que tantas ceremonias a la bandera presencié. Las perspectivas cambiaron radicalmente. Ahora veía todo mucho más pequeño de cómo lo percibí en mi infancia. No sólo el patio principal se encogió, también las banquitas, las canchas deportivas, el área de la cooperativa y hasta las áreas verdes. La portería en la que anoté el primer gol de mi vida había sido removida. Recorrer aquellos escenarios fue como viajar a una época en la que yo era otro. Tiempos casi prehistóricos e irreconocibles en los todo me resultaba enorme y nuevo. Dentro de aquella primaria cabía un universo de posibilidades. Los problemas que ahora me parecerían ridículos eran complejos e imposibles, y lo que hoy me resulta complejo e imposible, en esa época ni siquiera lo imaginaba.



Mientras estudiantes, maestros y padres de familia seguían con atención el desarrollo de la clausura del curso, yo me deslizaba como sombra melancólica. En la confusión de un viernes nublado caminé por los pasillos (el pasto en medio de ambos lucia maltratado y enlodado, ya no verde y cuidado como antes). Me asomé a las ventanas de un par de salones y vi que las bancas para dos alumnos cada una, fueron sustituidas por pupitres individuales. El salón de usos múltiples, dónde alguna vez participé con mis amigos haciendo un playback de una canción de Queen luce igual de lúgubre de cómo lo recuerdo, pero infinitamente más angosto. Con emoción me dirigí a la zona en la que debería estar mi pino. Aquel espacio entre la parte trasera de los salones y el muro estaba flanqueado por una reja metálica que estaba cerrada. Intenté abrirla pero fue inútil. Entonces me invadió la tristeza. Aquel callejoncito, lleno de adoquines viejos, estaba abandonado. Sentí coraje. Muy pocos arbustos y algunos céspedes que se niegan a morir se esforzaban por llenar el paisaje con un poquito de su alegría. Entonces, justo en donde recordaba haberlo plantado vi un árbol. Aun hoy, y después de ver mucho la foto que a lo lejos tomé, no sé si aquel fue el mismo que hace veintidós años sembré. Me sorprendió su altura. Ya era más alto que yo. Había cambiado mucho y aunque su forma me resulta algo distinta, son sus hojas las que no dejan de parecerme familiares.




Viajes al pasado así de abruptos deberían estar prohibidos. Ante mi, aquel árbol extraviado en soledad, pero a la vez fuerte y hermoso contrasto mi presente y pasado. De pronto ya no era una, sino dos personas. El niño que comenzaba lleno de ilusiones la vida, y el hombre que ahora redacta las palabras. Al igual que mi pino, en aquel lejano 1989 me sentía protegido, lleno de seguridades y un entorno del todo favorable. Ahora en cambio, soy más fuerte pero el entorno no es tan alentador como quisiera. Mi árbol y yo teníamos el paisaje de una calle llena de personas, niños. En el presente estamos en un callejón que sólo permite que divisemos un muro frío y sin color. Casi iguales pero diferentes. Él sigue en pie, y no lo veo ni tantito derrotado. Yo lucho porque el presente me deje respirar y vea que hay un mañana.

Dicen que los amigos están ahí para darnos la mano en los momentos difíciles. De ser así, mi amigo verde esa mañana hizo lo suficiente. Dentro de toda la marea nostálgica de haberme dado cuenta de todo lo que he mutado con las décadas, el mensaje me llegó y claro: las cosas cambian, pero el destino siempre nos deja unos pilares firmes e inamovibles a los cuales volver y rectificar el camino. Un amigo, la familia, algún logro, un escrito… o un árbol. Tesoros invaluables y muy personales que nos explican a nosotros mismos. No es casualidad, por lo tanto, que aquel pino y esa escuela hicieran que brotaran decenas de recuerdos y anécdotas. Como si alguien llegara y me contara algún libro que leí hace mucho. Sólo un empujoncito, y aquel mundo lejano volvió. ¿Quién dice que no se puede vencer al olvido?

Tras segundos de mirarlo me despedí con la promesa de volver algún día en el futuro. Quiero pensar que aquel es mi árbol, que por lo menos he dejado algo bueno en la vida. También elijo creer que ha estado esperándome por años para transmitirme lo que hoy necesito saber: nunca es tarde para reverdecer.

lunes, 11 de julio de 2011

El día que México ganó el Mundial (de nuevo)



“El día que México ganó el Mundial”, pensé que nunca llegaría, y mira como es la vida, pasó ayer. El día que México ganó el Mundial amaneció nublado, nervioso, y sin embargo, un sol alumbró el medio día como diciéndonos “todo es posible”. El día que México, mi México, ganó el Mundial, llovió antes, durante y al terminar el partido, porque también de alegría se llora. El día que México gano el Mundial, de nuevo, hubo más de un motivo para celebrar, no sólo el deportivo, sino el aunque sea por unas horas, por unos días, sentir que somos mucho más que noticias malas. El día que México ganó el Mundial, me pellizqué bien fuerte para darme cuenta que no estaba soñando. Ese día, fue histórico.

Por azares de la vida no pude conseguir boletos para estar la tarde de ayer en el Estadio Azteca. Por quinta vez en su historia, éste recinto deportivo recibía una final de Copa Mundial, pero por primera ocasión, una Selección Nacional jugaría en ella. Me deprimí por no poder estar ahí, gritando, apoyando, festejando. Pase buena parte del domingo con un coraje reprimido por no ser partícipe del juego que esperé ver toda mi vida. Afortunadamente el futbol es para todos. Si no sería uno de los afortunados 103 mil aficionados que presenciarían el histórico partido, si sería uno de los millones que igual lo sufriría a distancia. Sentí los nervios, la emoción, la adrenalinica sensación de saber que cada jugada podía acercarnos o alejarnos de la gloria. México y Uruguay escenificaron una digna batalla deportiva por quedarse con el ansiado Campeonato Mundial Sub-17. Como toda final fue cerrada, con aproximaciones de ambos conjuntos en los que nadie quería regalar nada. Juego tenso, de lucha. Partido acompañado por el imponente y vibrante grito de ‘¡México! ¡México! ¡México!’, que no sólo cimbraba los muros del Coloso de Santa Úrsula, sino a todo el país entero.

Y cayó el primer gol. Y todos nos veíamos las caras, como queriendo encontrar en los otros la confirmación de que estaba pasando lo imposible, aquel sueño que como aficionados recreamos en nuestra mente decenas de veces. Soñar es bonito, ver como una ilusión de esta magnitud se materializa simplemente es indescriptible. Pero también estaban los uruguayos, con su garra y pundonor de siempre, con toda la entrega para quitarnos el aliento en más de una ocasión y mandar sendos disparos al poste que hacían que toda una ilusión se tambaleara. Así transcurrieron minutos a veces eternos, a veces fugaces. Al tiempo, le gusta ser caprichoso en una final de Copa del Mundo, y por eso mismo es tan especial ver a tu país en una justa de estas, por eso vale la pena el desgaste anímico y emocional que se tiene. Si los jugadores en la cancha aguantan la presión de un estadio majestuoso a tope y tienen la cabeza fría para intentar vencer al rival, ¿cómo no iba a soportarlo mi corazón, que para esas alturas latía al compas de cada toque del balón?

Cuando el juego llegaba al final medio país ya celebraba, había quienes aun aguardábamos prudentes a que el destino no nos tendiera una mala pasada. Y vino entonces el segundo gol de México. Entonces todo se salió de las manos. Ya no se pensaba, se reía, se sentía un orgullo muy profundo salir de nuestro interior. Silbatazo final. México Campeón del Mundo Sub-17. Y estalló la fiesta, no sólo en el estadio sino en todo el país, y más allá de nuestras fronteras. Momentos mágicos, difusos, en los que se siente más de lo que se actúa. Instantes en los que todos fuimos uno, en el que (bendito seas futbol) cualquier problema desapareció para dar paso a la felicidad desbordada. Cuando el capitán de la Selección recibió finalmente la Copa algo pasó en cada uno de los mexicanos. Una especie de energía que vino a recordarnos que no estamos tan mal, que si un grupo de adolescentes puede enfrentarse a los rivales más temibles de su categoría y salir avante, entonces todos podemos hacerlo. Porque al final no es ganar un trofeo, ni hacer de un día algo histórico, sino de estallar en carcajadas y volver a ser ese pueblo alegre y unido, aquel que ha pasado por pruebas terribles y sigue en pie. Somos mexicanos y somos Campeones del Mundo. Hoy tenemos un motivo más para sonreír, para saludar al vecino, para caminar por las calles de sus ciudades y poblados y sentir el orgullo de sabernos en pie como nación. Por más que unos cuantos se empeñen en hacer de nuestro presente una pesadilla, ahí estamos los millones que aun amamos con todas las fuerzas a México.

El 2 de octubre de 2005 México ganó el Campeonato Mundial Sub-17 en el Estadio Nacional de Lima, en Perú. Muchos pensaron que ese hecho memorable quedaría aislado en la historia de nuestro deporte. Seis años después vuelve a suceder. De nuevo la gente se volcó en las calles para celebrar, para expresar lo que con palabras no se puede. El día que México ganó el Mundial ya pasó dos veces, y estoy seguro, se repetirá en algún momento no muy lejano. Mientras a gritarlo bien fuerte: Somos Bicampeones del Mundo.

viernes, 8 de julio de 2011

México vs. Alemania. Crónica de una épica batalla




“¿Cuántos millones de mexicanos estaremos emocionados, con el corazón contenido, con ganas de saltar al campo y defender esa playera verde?”


Soy aficionado al futbol por momentos como éste. Porque a pesar de las decenas de partidos infumables, de las decepciones, de la grilla federativa e intereses que lo contaminan, al final siempre queda la esencia deportiva, aquella en la que por cierto, de vez en cuando se escriben páginas llenas de brillantez, de humanismo. Por historias dramáticas como la que desde ayer tiene vuelto loco a todo mi país, es por lo que amo el futbol.

Hace unas semanas, México es sede del Campeonato Mundial Sub-17 de la FIFA. 24 equipos nacionales lucharon para conquistar el trofeo que los avale como el Campeón del Mundo en esta categoría. Uno siempre sueña en ver a su país en lo más alto, máxime cuando éste importante evento se lleva a cabo en nuestro país, pero lo que ha pasado en los últimos días, raya en un cuento fantástico, en un guion inverosímil que aun cuesta creer. En la fase de grupo, se le ganó a Corea del Norte (3-1), al Congo (2-1) y a Holanda (3-2). En los octavos de final, se pasó sobre Panamá (2-0) y en los cuartos de final, derrotó a Francia (2-1). Hasta esta última instancia, se había jugado bien. Esta ya era una hazaña. Nunca antes una Selección Mexicana había ganado cinco juegos consecutivos en un Mundial de cualquier categoría. Sin embargo, el rival en semifinales sería nada más ni nada menos, que el equipo que mejor venía jugando: Alemania.

Un viejo dicho futbolero dice que “el futbol es un deporte en el que juegan once contra once, y donde siempre gana Alemania”. Fuertes y disciplinados por tradición, los alemanes están dotados de una mentalidad ganadora a prueba de todo. Varias veces han puesto en jaque al futbol mexicano. Ellos, los siempre respetados alemanes, ya nos dejaron fuera de dos Mundiales en la categoría mayor (1986 y 1998). Ambos partidos épicos, luchas de igual a igual que siempre terminaban siendo desfavorables para el cuadro azteca. Crecí viendo a los teutones con cierto recelo futbolístico, con el coraje y sed de revancha que dan los grandes rivales, los que siempre saben el momento y el lugar adecuado para ganar. Los creía casi invencibles. Afortunadamente, los sueños siempre están ahí para enseñarnos que hasta los más grandes, los casi perfectos, alguna vez sucumben.

¿Cómo no haber estado pegado a la pantalla el día de ayer? ¿Cómo no desear con todas mis fuerzas que la de anoche fuera una de esas jornadas mágicas, en las que al destino le da por desbaratar la historia preestablecida? Los casi 30,000 aficionados en el estadio de Torreón, y los millones de mexicanos que veíamos el partido sabíamos que el juego sería durísimo, que el rival tenía calidad de sobra, que aquellos jóvenes alemanes son dignos herederos de la historia de éxitos futbolístico de su país. Con la duda acompañada de los fantasmas del pasado, pero llenos de esperanza, fuimos testigos de uno de los momentos más brillantes en la historia del futbol mexicanos.

El juego inició parejo, peleado, una paridad de fuerzas que desde los primeros segundos se hizo patente. Por eso fue sorpresivo que aun en los primeros minutos, México se fuera al frente con un remate de cabeza de Julio Gómez. Apenas nos hacíamos a la idea de ir arriba en el marcador, cuando los rivales aprovecharon un error en la zaga mexicana y empataron el marcador a 1 tanto. Llegadas alemanas, llegadas mexicanas. Mucha lucha. Un partido que no admitía errores. Así concluyó la primera mitad. Para el inicio del complemento, esa sensación de ‘estar muy cerca y a la vez tan lejos’ de la final, estaba latente. El juego se volvió una especie de pesadilla cuando al minuto 60’ Alemania marcó su segundo gol. ¿Cómo jugarle a los alemanes cuando estos tienen ventaja? Lo que siguió fue de ensueño, un drama que ni el cineasta más optimista hubiera aprobado como creíble. El tiempo agotándose de forma dramática. Llegadas que angustiosamente pasaban a un lado del marco alemán, jugando cruelmente con la estabilidad emocional de los aficionados. Entonces llegó un tiro de esquina. Pocas, poquísimas veces pueden verse goles olímpicos en juegos de esta importancia. La locura en el estadio, en cada lugar donde la televisión repitiera las imágenes de aquel portento de gol. Segundos después, aun eufóricos, descubrimos que en la jugada del gol uno de los jugadores mexicanos tuvo fuerte un choque de cabeza accidental con un defensa alemán. Descalabrado y casi inconsciente, Julio Gómez abandonó el campo de juego. El cuerpo técnico del equipo mexicano ya había realizado sus tres cambios, por lo que parecía, había que resignarse a jugar los últimos minutos del partido con un hombre menos. Sin importarle su estado físico, con un vendaje un tanto excesivo y cargado de un gran valor, Gómez volvió a la cancha. En los últimos segundos, cuando ya se pensaba en la definición por medio de tiros penales, llegó una jugada magistral. Una chilena que parecía imposible, del jugador cuya presencia en el terreno de juego era heroica. Julio Gómez mandó el balón al fondo de las redes, y fue la locura.

Cuando el árbitro del partido decretó el final, el país entero era una fiesta. Histórico, inolvidable. No todos los días se logra el pase a la final de un Campeonato Mundial. Aun cuesta creerlo, por más que sepamos que es una realidad: México jugará la final del Mundial en nuestro Estadio Azteca. En Septiembre del 2005, otra Selección Mexicana Sub-17 hizo lo imposible y se proclamo campeona del mundo en el torneo celebrado en Perú, el próximo domingo la historia puede repetirse. Aquella vez se le ganó 3-0 a Brasil. Ahora el rival será Uruguay, y sin saber cómo quedará ese partido, si puedo asegurar que será un encuentro para la posteridad.

México está cerca de otra hazaña, de otro de esos instantes que se tatúan en el corazón. A horas de que llegue nuestra cita con el destino, sólo sé lo que siempre he tenido claro, estoy con México a muerte. Que el domingo, todos seamos uno.

Para ver los goles del juego,
haz clic aquí.


martes, 5 de julio de 2011

Puedo Explicarlo Todo



“… el título de esta novela es una enorme mentira. Uno dice ‘Puedo explicarlo todo’ cuando ya lo descubrieron infraganti y no puede explicar nada. ‘Espérate mi vida, no es lo que tú piensas, ‘déjame que te explique...’ ¡no es cierto, son mentiras!, el personaje claro que no puede explicar todo, se metió en tal cantidad de problemas que pues, ese es un abierto pretexto, un pretexto mentiroso. Ya te cayeron en la mentira, y estás tratando de salir vivo del problema…”
- Xavier Velasco, hablando de su novela “Puedo explicarlo todo”.



No tengo ni idea de cómo comenzar éste texto. Han pasado ya varias semanas desde que terminé de leer “Puedo explicarlo todo”. Para mi sorpresa, tampoco puedo explicar casi nada de esta novela. Después de recorrer las más de 700 páginas que la conforman, sólo tengo la certeza de abandonar un fascinante universo de personajes y situaciones que por meses, se volvieron parte de mi vida, hasta el grado de hacer que me olvidara del resto del mundo. Pocas veces, me tardo tanto en leer un libro que quisiera devorar lo antes posible. Tras llegar a la última página, quedé como tocado, hechizado. Ni siquiera he podido comenzar a leer algún otro libro. Algo en las páginas de ese libro me impide dejarlo de lado, desprenderme de él, pasar a otra historia. No es casualidad que retrasara hasta niveles absurdos llegar al desenlace.

A lo largo de los últimos años, en varias ocasiones he tenido la oportunidad de platicar con Xavier Velasco, la última de ellas en noviembre del año pasado, precisamente en la presentación de “Puedo explicarlo todo” en la FIL de Guadalajara. Sé de la gran dedicación y esfuerzo que para él significó terminar esta novela. A diferencia de "Diablo Guardián", cuya acción se centra en dos personajes (Pig y Violeta), “Puedo Explicarlo Todo” cuenta con una rica gama de personajes. Todos trascendentes, diferentes. Si tuviera que explicar está novela, diría que trata de Joaquín Medina Félix, un hombre con la vida destrozada, que a sus treinta años vive oculto en una casa, con la obligación de escribir un libro de autoayuda; aunque también trata de Dalila, una niña de nueve años que le da un toque luminoso a toda la novela y que se vuelve la cómplice perfecta de Joaquín. Habla de Gina Carranza, madre de Dalila, dedicada a organizar fiestas para solteros y cuyo pasado está trágica y amorosamente unido al de Joaquín. También está Imelda, mujer seductora, estafadora consumada, a veces amante y protectora de Joaquín, otras veces su mayor tormento. E incluso, Isaías Balboa, pícaro personaje y defraudador, que busca crear toda una filosofía de vida, y sueña con emular a Alfred Nobel. O qué tal Nancy Félix, la desenfrenada, bipolar y ambiciosa madre de Joaquín. Todos ellos, y muchos más, forman parte de todo éste mundo lleno de mentiras y falsedades. De jugarretas chuecas y travesuras imprudentes.

Una de las virtudes de esta novela, está en el ensamble perfecto de personajes, en dónde los demonios internos, y los muertos deambulan en toda la novela. Conforme se avanza en la lectura, uno va llenándose de preguntas que a cuenta gotas van resolviéndose. Así aparecen Manolo, Juan Pablo Palencia, Mauricio, Alejandrina Sanz Berumen, Domigo Balmacera y otros individuos que inquietan por no saber cuáles son las verdaderas intenciones de cada uno de ellos. Hablo de “Puedo explicarlo todo” y vuelvo a entrar en un tobogán de escenas y elementos memorables que vuelven a esta novela, una obra viva, entrañable, que duele pero divierte, que nos miente y hace que hasta lo disfrutemos. Un perro y un conejo rescatados y que viven con un mentiroso, trio de fugitivos; un falso profeta que acude con su discípulo a velorios para enredarse con viudas y vivificarlas por medio del acto carnal; un brazo humano abandonado en el Pedregal del Distrito Federal, un niño que enamorado que una vez espió a su vecina y quedó prendado de ella; unos secuestradores presos; unas cartas anónimas firmadas por el misterioso Capitán Urubú. ... Quisiera contarles todo, decirles los recovecos y conexiones afortunadas (y la mayoría de las veces, desafortunada), entre cada uno de los personajes, pero quiero que aborden cada uno de sus capítulos con la misma ansiedad detectivesca con que yo lo hice.

Soy una suerte de Joaquín, ese personaje un tanto imprudente en sus acciones, atado a los fantasmas del pasado, un especialista en meterse en problemas y hundirse en ellos, muchas veces por placer. Aquel que también puede ser el doctor Alcalde, o en casos especiales, el inquisivo maestro Basilio Laexus. No sé sí sea el destino, pero el que leyera “Puedo explicarlo todo” en este momento de mi vida ha sido una extraña fortuna. Hay novelas que nos marcan, que sentimos como nuestras. Quizá por eso no puedo dejar de hojear mi ejemplar, ni de traerlo de aquí para allá. Está novela está construida como los grandes clásicos. Una vez más un torrente de emociones me acompañaron a lo largo de mi travesía en sus palabras. Una vez, Xavier Velasco volvió a hacerlo.