lunes, 29 de julio de 2013

Mis nuevas redes sociales



Hace unos años, yo era un adolescente feliz cuya única preocupación era encontrar el amor y comer cosas ricas. Mi vida era simple y la computadora sólo la usaba para hacer la tarea y jugar solitario. Ahora en cambio, estoy preso del internet y esas maravillosas porquerías llamadas Redes Sociales.

O bueno, tampoco crean que soy adicto o algo así. Más bien no tengo llenadera en cuanto a redes sociales se refiere. No me basta con tener Hi5 y MySpace (ambos abandonadísimos), Facebook, Twitter, Pinterest, Instagram, Google +, Linked In y este blog. Siempre qué sale una nueva red acabo entrando por curiosidad y de ahí todo se va al carajo. Como ejemplo de esto, los tres espacios en los que acabo de enrolarme en los últimos quince días.

Creo que no aprendo o de plano soy masoquista. A pesar de no contar con mucho tiempo libre que digamos, todavía sigo abriendo perfiles en distintas plataformas por aquello de que me gusta estar en todos lados y ser un chavo de onda. Así que por favor, no me juzguen y mejor síganme en mis tres nuevas aventuras en el mundo del internet:

About Me

Es una especie de página en la que describes brevemente qué haces en la vida y a la que puedes enlazar el resto de tus redes sociales. Podría decirse que es como una tarjeta de presentación on-line.

Hasta el momento no le he visto gran utilidad, pero bueno, ya tengo una y eso es lo que importa. Si quieren visitarla para ver cómo quedó, den clic aquí.

Ask.Me

Es un sitio qué le permite a los demás usuarios preguntarte cualquier cosa. Algo muy similar a lo que hace tres años era Formspring. Hasta el momento ni me han pelado en esto de la preguntadera, pero yo nomás les digo, si luego me vuelvo famoso y ya no los pelo, no se anden quejando y aprovechen ahora que tienen la oportunidad de que les responda.

En fin, si quieren preguntarme algo o saber más sobre mí, no dejen de mandarme sus preguntas dando clic aquí.

Tumblr

Mucho pensé sobre abrir o no mi Tumblr. Básicamente no entiendo un carajo para qué sirva, así que me registré pero sin tener una idea clara de qué hacer con él. Sé que es una plataforma de blogs, pero su dinámica es muy diferente a la de Blogger o Wordpress, y tiende a estar más próxima a Instagram o Pinterest.

En mi caso subiré una que otra imagen cotorra, y textos breves que sean demasiado pequeños como para ocupar una entrada de este blog, pero a la vez que sean tan extensos como para no tener cabida en Twitter. Aquí tampoco me pela nadie, así que no sean gachos y síganme, igual y el resultado está bueno.

Par ir a mí Tumblr den clic aquí.

Si me ven más ojeroso de lo normal, pues ya saben por qué es. ¡Como si aparte de todo esto, no tuviera que dedicar tiempo al trabajo, a leer, a escribir, a la novia, al Atlante, a la Selección, a comer, a dormir, etc! Eso sí, el Rey de mi vida virtual (y también muy importante en mi vida real) es y seguirá siendo este blog. Nos estamos leyendo por todos lados. 

miércoles, 24 de julio de 2013

P-Chan


La primera vez que escuché hablar de él, fue una noche de enero del 2009. Fue su dueña quien risueñamente me comentó que tenía dos perros e incluso me describió con lujo de detalle cómo se escribían sus nombres: P-Chan y K-Milo (así, con todo y guión).

Meses después, esa compañera de trabajo a la que entonces le daba un aventón a su casa, se volvió mi novia. Fue por esa fecha cuando conocí a esos dos perritos de los que tantas cosas había escuchado: K-Milo, era un hermoso perro salchicha golondrino que iba a cumplir dos años, regordete y amigable, juguetón y muy cariñoso; en contraparte, P-Chan era un perro de tamaño pequeño, con el cabello chino, muy tranquilo y sereno que rondaba los 11 años de edad.

Sobra decir que me encariñé con ellos. Verlos por lo menos 4 veces a la semana, hizo que los estimara y me hiciera amigo de ambos, aunque confieso que siempre sentí un especial aprecio por P-Chan. Algo había en él que me inspiraba ternura y además mucha paz. Bastaba con verlo para sentir ganas de acariciarlo y pasar largo rato junto a él; costaba trabajo creer que en un cuerpo tan pequeño y frágil se encontrara un alma tan pura.

K-Milo murió en el 2011 a causa de un tumor en el cerebro. Su partida fue triste, aunque no se comparó con el sentimiento de pérdida que aun siento mientras escribo estas palabras, dos días después de que P-Chan dejó este mundo para ir a un sitio mejor en el que podrá seguir conquistando corazones.

Mi vida y la de P-Chan coincidieron durante más de cuatro años. Varias veces salí a caminar por las calles con él, lo vi dormir, comer y asustarse por los cuetes que tronaban en la calle. No era raro que al llegar a casa de su dueña, P-Chan se me acurrucara como buscando saludarme. Nunca importaban las circunstancias, el estado del clima o el entorno, P-Chan siempre se mantenía ecuánime y eso lo transmitía a quienes lo rodeábamos.

En una ocasión se perdió durante una semana. Nadie sabe cómo se las ingenió, pero al cabo de una semana volvió sano y salvo. De esa aventura todos aprendieron lo mucho que lo querían.

Si yo, que apenas conviví con él durante poco tiempo, aprendí a quererlo, no puedo imaginar lo mucho que lo amaron quienes estuvieron presentes a lo largo de toda su vida. Varias veces su dueña me contó cómo P-Chan se volvió su confidente, su paño de lágrimas en momentos difíciles y a quien le contaba todo sobre su vida. En cierta forma ambos se mimetizaron y adquirieron personalidades tan parecidas, que hasta hace unos días imaginármelos separados era algo inconcebible.

Desde hace unos meses la salud de P-Chan comenzó a menguar. No es que estuviera propiamente enfermo, sino que la edad comenzó a pesarle. A sus 15 años comenzó a perder fuerzas, aunque no por eso cambió su forma de ser. Las últimas semanas marcaron aun más esta tendencia. El fin de semana pasado, Tania ya no quiso separarse de su P-Chan. Cuidó de él y le entregó un poco más de ese amor que por años ambos se tuvieron. El domingo incluso les tomé varias fotos juntos. Finalmente, el lunes 22 de julio tomó una de las decisiones más difíciles y valientes de toda su vida: dejó ir a su amigo de toda la vida.

Fue un momento triste para todos quienes conocimos a P-Chan. Ahora estoy convenido que no hay amor más noble y desinteresado que aquel que una persona puede sentir por su perro y viceversa. Presenciar lo ocurrido la pasada noche del lunes me rompió el corazón, de hecho, aun no logro reponerme emocionalmente.

Escribo estas palabras porque de alguna u otra forma tenía que despedirme de P-Chan. Si bien estuve presente durante sus últimos suspiros, no tuve la oportunidad de decirle que lo voy a extrañar y que le doy las gracias por haberme considerado su amigo.

Tania nunca consideró a P-Chan como un perro, sino como un igual. El compañero de gran parte de su vida, su compañero de mil batallas. Hoy sé que movida por un gran amor hizo lo correcto: renunciar a él antes de que sufriera más. Sé que volverán a encontrarse en un futuro lejano, y cuando eso ocurra, ambos permanecerán juntos durante la eternidad.


Sólo quien tiene un perro sabe el amor que puede llegar a sentirse hacia ellos. Estoy a punto de ponerle punto final a este texto y algo hizo que desviara mi mirada hacia donde se encuentra mi perro Margarito. Me ve con sus ojos grandes como de canica, le doy un gran abrazo y siento nostalgia. Por cierto, lo noto un tanto triste desde el pasado lunes por la noche.

En memoria de P-Chan
Dedicado con mucho cariño a la familia Muñoz Méndez. 

sábado, 20 de julio de 2013

Las Muertas


“Las Poquianchis”. Por años escuché ese nombre en algunas pláticas ‘de grandes’ que mis papás tenían con sus amigos y con otros familiares. Erróneamente pensaba que las dichosas “poquianchis” eran cantantes o artistas pasadas de moda. Hace unos días descubrí que no era así.

A mediados de los años sesenta quedó al descubierto una serie de asesinatos orquestados de 1954 a 1964 por Delfina González Valenzuela y sus hermanas, dueñas de varios burdeles ubicados en los estados de Guadalajara y Jalisco. Fueron acusadas de prostitución, lenocinio, tráfico de personas, aborto, corrupción de menores, inhumación ilegal de restos humanos, privación ilegal de la libertad, soborno, y de la muerte de más de 80 personas (la mayoría sexoservidoras, aunque también hubo clientes y bebés de las prostitutas esclavizadas). Estas asesinas seriales fueron conocidas como “Las Poquianchis” y su caso escandalizó a la sociedad mexicana hace 50 años.

Si descubrí y ahondé más en la historia de “Las Poquianchis”, fue por un libro que acabo de leer: Las Muertas, de Jorge Ibargüengoitia. De esa obra trata este post.

Comenzaré diciendo que desde hace mucho quería leer a Ibargüengoitia. Tantos comentarios favorables había escuchado no sólo en cuanto a su obra, sino también respecto a su peculiar personalidad, que su nombre constantemente aparecía en mi lista de autores por descubrir. Cuando una tarde me encontré un ejemplar de “Las Muertas” en casa, no resistí a la tentación y lo devoré en unos cuantos días. Mi primer encuentro con Ibargüengoitia no pudo ser más afortunado. Quedé plenamente satisfecho con su estilo literario, con lo ameno de su narrativa y ni qué decir de la maravilla de historia que relata en las 150 hojas que conforman este libro (al menos en la edición de Joaquín Mortiz, que es la que yo leí).

Pero vayamos por partes. Previo al inicio de esta novela, el propio Ibargüengoitia nos advierte lo siguiente: “Algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios”. En base a esta concesión, el autor se toma las libertades necesarias para hacer suya la historia de Las Poquianchis, y torcerla a su completo antojo, convirtiendo lo que fue un hecho sangriento y despiadado, en una narración entrañable y desarrollada con maestría, en las que las acontecimientos funestos ocurren hasta bien avanzada su lectura.  


En las primeras páginas de “Las Muertas”, Ibargüengoitia nos pone al tanto de la complicada relación amorosa que por años sostuvieron Simón Corona y Serafina Balandro. A uno le cuesta trabajo creer que ese pasaje sencillo pero hipnótico tiene algo que ver con la trata de personas o la prostitución. No se vislumbra asesinato alguno o indicio de que aquella historia pueda torcerse. 

Así uno va conociendo a otros personajes como Arcángela Balardo, El Escalera, La Calavera, Ticho o El Capitán Bedoya. Inevitablemente el lector se encariña con cada uno de ellos por medio de sus peripecias, las cuales muchas veces tienen un toque humorístico que le da a los protagonistas y su historia un aire inocente e ingenuo que no se pierde. Por eso, conforme se avanza en la novela, el golpe psicológico que se recibe es aun más fuerte. El momento en el que la suerte de los implicados se va torciendo es imperceptible. Tampoco se advierte el instante preciso en el que esa historia pueblerina de amor se transforma en la representación de uno de los casos criminales más famosos e impactantes de México.

A pesar de su breve extensión, en Las Muertas pueden leerse varias voces. Los acontecimientos están acomodados de tal forma que la narración dista mucho de ser lineal. Por momentos hasta parece que se lee el guión de programa televisivo gringo de investigación, de esos donde los implicados en el caso van narrando con testimoniales su propia participación en lo sucedido y así enriquecen la reconstrucción de los hechos.

Contar más, sería un desacato para aquellos que no han leído aun esta novela. Basta decir que si este libro logra ser tan certero y preciso, es también por el uso de lenguaje y el empleo de mexicanismos que le otorgan a esta novela un toque más íntimo y realista. De inmediato uno se traslada a una atmósfera pueblerina con un ritmo envolvente en donde se pasa sutilmente de tonos claros a obscuros. Además, en sus páginas queda implícito un interesante retrato del mexicano y su sistema de gobierno y justicia. Esa forma de actuar tan nuestra ante ciertas situaciones de la vida: Siempre buscando el beneficio propio, pero sin dejar de lado las buenas formas aunque el fin que se persiga no sea del todo honesto.

Al final, los hechos presentados en “Las Muertas” son menos fuertes que los ocurridos en el caso de Las Poquianchis. Ni las victimas ni lo sucedido en la novela alcanzan los niveles crueles de la realidad, y sin embargo, Ibargüengoitia hace de este libro una pequeña obra maestra compacta pero muy completa.  Se lee en un par de días pero su reflexión nos puede llevar semanas enteras.

No dejen de conseguir este libro, es toda una lección literaria que se disfruta totalmente. Y sí… quedé fascinado y a la vez horrorizado con las hermanas balandro. Dicen que esa sensación tiene uno al salir de un buen burdel. 

lunes, 15 de julio de 2013

Karla con "C"


Dándole a ésta historia, una última oportunidad de ser contada

De haberse concretado su escritura, ésta novela se habría llamado ‘Prados soleados de Marzo’, y su protagonista Karla, pero con ‘C’.

Hubiera tratado de Carla, hija de un rico hacendado en la sierra guerrerense, cerca de Chilpancingo. Hija única, desde pequeña viviría rodeada de lujos, en una rica hacienda construida con piedras rojas y finas maderas, entre jardines, palmeras y cultivos. Todas las tardes pasearía acompañada por dos mujeres de su servidumbre por la plaza del pueblo, sembrando a su paso suspiros y deseos en todos los hombres del lugar. Desde niña sería hermosa, de piel blanquísima, cabello castaño claro y ojos verdes.

También habría más personajes. Uno de ellos hubiera llevado por nombre Miguel y sería hijo de un humilde matrimonio de dos campesinos de la sierra. Miguel nunca iría a la escuela, pero aprendería a leer y escribir gracias a las enseñanzas de su madre. Todas las tardes, para ayudar a su familia, Miguel bolearía zapatos en la plaza del pueblo. Sería allí dónde tras una puesta de sol en marzo, conocería a Carla. Él, de once años, le bolearía sus zapatos frente al Palacio Municipal. Ella, de catorce, divertida le haría preguntas sobre su vida. Él vería en el brillo de sus ojos la paz del mar; ella, vería en él la pureza que no encontraba en los compañeros de su exclusiva y lujosa escuela secundaria. Esa misma noche, Miguel se sentiría raro; sin saberlo caería enamorado. La verá muchísimas veces más en la plaza, sin atreverse nunca más a hablarle ni a ofrecerle sus servicios de bolero.

Por eso les pediría a sus padres que lo metieran a la escuela. Pero no a cualquiera, claro está. El hubiera querido ir, sin permitir otra posibilidad, a la secundaria particular del pueblo. A ese instituto al que sólo tienen acceso los hijos de los políticos, caciques y empresarios del lugar. Al ver que sus padres no contaban ni remotamente con el capital necesario para cumplir su nuevo sueño, Miguel se haría amigo de Jerónimo Liverman, alumno del instituto e hijo del dueño de las hectáreas de tierra que el padre de Miguel cultiva. Tras meses de amistad, juegos y aventuras, Miguel le confesará a Jerónimo el extraño amor que siente por Carla y le pedirá ayuda para poder conquistarla.

Carla ni sospechará que el bolerito que alguna vez lustro sus zapatos, y al que cada tarde sorprende mirándola a lo lejos, está enamorado de ella. Mucho menos pensará que aquellos anónimos con frases románticas provengan de alguien externo a su colegio. Carla soñara todas las noches en su dormitorio con la figura de aquel enamorado que sin cuerpo, ni voz definida que la hacen sentir especial. En realidad, eran depositadas a escondidas por Jerónimo, quien aprovechaba los recreos, las clases de deportes o cuando ella estaba en su taller de cocina. Así llegaban a su enamorada las frases escritas por Miguel, cuyo contenido no son más que párrafos de novelas de amor y poemas que todas las mañanas copiaba al pie de la letra en la biblioteca estatal.

Un día, cerca del fin de curso, Carla descubrió a Jerónimo mientras colocaba una carta en su pupitre. Instintivamente lo besó pensando que por fin había descubierto a su príncipe azul. Él la rechazó y le contó lo sucedido a Miguel, quién lo llamaría ‘traidor’ y se trenzaría a golpes con él. De nada sirvieron las muchas explicaciones de Jerónimo para detener la furia de Miguel. Su amistad quedaría rota momentáneamente. Carla, desconcertada por la suspensión de la correspondencia, indagaría sobre el origen de éstas con sus amigos. Al enterarse del pleito de Jerónimo con el bolero decidió hablar con él esa misma tarde. Mientras él boleaba sus zapatos blancos de broche y se hacía el desentendido acerca de las causas de su pelea con Jerónimo, sopló un aire primaveral que abrió el viejo cuadernillo Scribe forma Italiana en el que Miguel apuntaba sus frases románticas. Carla descubrió que esa era la misma letra de aquellos anónimos que la habían enamorado. Miguel no se dio cuenta que su secreto había sido descubierto.

Desde entonces Carla se dedicó cada tarde a provocarlo. A enloquecerlo con sutiles coqueteos y comentarios, a divertirse viendo cuanto tiempo podía sostener sus mentiras aquel humilde bolero. Carla no hubiera creído, pues esa no era su intención, que al final el diario convivir con él haría que entre ambos el amor fuera tomando forma. Tras meses de coqueteos, ella le confesó en una noche lluviosa que sabía toda la historia de los anónimos y del profundo enamoramiento de Miguel hacia ella. Le confesó que ella también se sentía confundida por sus sentimientos. Aquella noche se besaron por primera vez. Al otro día Miguel y Jerónimo hicieron las paces.

Carla y Miguel iniciaron un fugaz pero intenso noviazgo secreto. Al saberse tan diferentes no querían correr el riesgo de una prohibición por parte de sus padres, amigos o de la sociedad. Convertirían a Jerónimo en su cómplice y pretexto para poder salir a diversas horas de sus respectivas casas.

* * * * *

La intenté escribir muchas veces. Desde 2003 hasta el 2007. A veces escribía muchas páginas y sentía que una historia así sería posible, tan sólo para que un par de párrafos más adelante la incertidumbre me ganara la batalla y decidiera que una historia así no sería creíble por nadie.    

Si hubiera continuado la historia, hubiera escrito que el noviazgo de Carla y Miguel duró tres años más, y a pesar de la clandestinidad con el que nació, se convirtió en un secreto a voces que nadie en el pueblo se atrevía a confirmar como verdadero. Incluso, para sus mismos padres, la noticia de una posible relación entre ambos se volvió un tema incomodo, pero en el cual no estaban dispuestos a intervenir. Fue entonces cuando el destino los separó sin avisarles.

Ella estaba a punto de cumplir la mayoría de edad. El, ya de quince años, comenzaba a escribir sus primeros versos y a trabajar como colaborador en la sección de cultura de un periódico local. Entonces llegó la devaluación económica, y con ella el estallido de diversos movimientos armados a lo largo del país. La sierra guerrerense no fue la excepción, y en cuestión de meses diversos grupos rebeldes comenzaron a sembrar el pánico en los pueblos aledaños “en nombre de la igualdad nacional”. Muchos campesinos perdieron su trabajo, entre ellos el padre de Miguel. De Jerónimo y su padre no se supo más. Por su parte, Don Bonifacio, padre de Carla, decidió mandarla a ella y a su madre a la capital del país, en espera de que los tiempos cambiaran y fueran más seguros. Don Bonifacio, que aun pensaba que la problemática tendría una solución rápida, disfrazó la emergencia argumentando que ese tiempo fuera, serviría para que Carla estudiara en una buena universidad en el Distrito Federal.

Una semana después Carla partería al amanecer. Una noche antes de irse se entregó a Miguel. Entre la pasión se prometieron esperarse uno al otro, se juraron que por mucho tiempo que pasará, ninguno de los dos estaría con otra persona. Cuando las cosas se compusieran ella regresaría y se casarían. Él intentaría ayudar a sus padres económicamente, y si le llegaba a ir bien, iría antes a buscarla a la capital. Sellaron la promesa con un beso. De repente, Miguel se quedó sin su mejor amigo y sin la mujer de su vida.

En la Ciudad de México, Carla y su madre vivían en un lujoso departamento en Polanco. Fascinada por los diversos estilos de las construcciones de su hacienda y del país entero decidiría estudiar Arquitectura en la Universidad Anáhuac. Carla pasaría sus dos primeros años como universitaria, rodeada de regalos y pretendientes a los que siempre rechazaba. Su abrumadora belleza y ese acento costeño la volvían el centro de atención de compañeros y maestros. Pero ella sólo tenía en la mente a Miguel, y sus cartas y constantes llamadas así se lo reafirmaban.

Miguel, por lo tanto, fue contratado por un diario de circulación nacional como corresponsal de los conflictos armados de la zona, trabajo que le permitía tener más ingresos y ayudar así a sus padres que trabajaban como jornaleros en una rustica fabrica de cacao a las afueras del pueblo.

Hasta la Ciudad de México casi no llegaban noticias del conflicto en las sierras guerrerenses, situación que hizo pensar a Carla y su madre que las cosas iban mejorando. Cuando hablaban por teléfono, Don Bonifacio les ocultaba que la situación era cada vez más complicada, y que el antiguo pueblo en el que crecieron se había convertido en un sangriento campo de batalla en el que la ley había sido borrada.

Tras dos años de la aparición de los grupos armados, el conflicto se agudizó. Un grupo de policías del estado asesino ‘accidentalmente’ a un grupo de jornaleros de cacao en el intercambio de fuego con miembros del ejército insurgente. Cuando Miguel se enteró del trágico fallecimiento de sus padres, ya el grupo armado había tomado la hacienda de Don Bonifacio a la fuerza y él, en su calidad de corresponsal, asumió el riesgo de fotografiar los enfrentamientos. En un descuido, fue alcanzado por una bala en el brazo derecho y cayó inconsciente.

* * * * *

La primera vez que ésta historia vino a mi mente fue en una tarde lluviosa, mientras llevaba a la tocaya de la protagonista a su casa. Comencé a contarle los fragmentos de algo que hasta entonces, sólo aparecía como una idea difusa, pero sin orden alguno. Después de aclararle a mi acompañante que a diferencia del suyo, el nombre la heroína de la historia empezaba con ‘C’ y de mentirle diciéndole que la historia ya la estaba escribiendo, la dejé en su casa y regresé a mi hogar, con la obsesión de empezar a escribir cuanto antes todos los detalles que había recibido gracias a una inspiración fugaz y repentina.

Desde entonces pasé meses enteros intentando lograrla. Formándola, agregándole detalles. De haber tenido la suficiente seguridad en mí, hubiera escrito detalladamente que Carla, la de la historia, jamás se enteró de los acontecimientos de aquel sangriento día. Sino que comenzó a sospechar que algo malo había sucedido cuando pasaron más de dos semanas sin recibir noticias ni de su padre ni de Miguel. Movidas por la duda, madre e hija viajaron un fin de semana hacía su antiguo hogar sólo para encontrar la hacienda tomada por los grupos rebeldes. Tras días de angustia, finalmente encontraron a Don Bonifacio en un hospital de la ciudad de Iguala. Semiinconsciente, pero vivo, no pudo ocultar el terror bajo el cual se encontraba su tierra natal. Forzado por su familia, decidió mudarse definitivamente a la capital. Sin embargo, la aparente felicidad de Carla guardaba una profunda preocupación: el paradero de Miguel. Pasó días enteros en hospitales, cárceles y anfiteatros estatales sin encontrar señal alguna del de su amado.

Aun en la Ciudad de México, Carla siguió buscando información acerca de Miguel. Ni siquiera en la redacción del diario para el cual hacia la corresponsalía supieron darle datos concretos. Tras semanas enteras de llorar amargamente por su suerte, y de ver fotos de Miguel en medio de autenticas balaceras, Carla lo creyó muerto.       

* * * * *

Siempre que leía lo que llevaba escrito, y aun hoy, cuando intento resumir lo más que puedo ésta historia, la duda de su calidad siempre aparecía. Es como si en el proceso de gestación de la idea, las situaciones y los personajes te parecen fenomenales, y al momento de darle ya forma por medio de oraciones, descubres que la historia te cuesta. Te cuesta contarla, sostenerla, hacerla apasionante.

Quizá, de haberme dado más tiempo, finalmente hubiera podido vencerla. Pero hoy con el ansia de terminar con esto de una vez por todas, las últimas doscientas páginas de la novela que nunca será hablarían de cómo Carla poco a poco dejaría el dolor de haber perdido a Miguel, para en el transcurso de dos años ser cortejada por Manuel Ibarra Guerra, un joven maestro de Ciencias Políticas de su Universidad, y con quién tres años después contraería matrimonio.

Don Bonifacio, que nunca pudo recuperar del todo su salud fallecería ocho meses antes de la boda, siendo Carla, heredera universal de la fortuna de su padre, incluidas varias tierras y de la hacienda en Guerrero.

Todos estos acontecimientos serían seguidos de lejos por un poeta desempleado y sin su brazo derecho, que obsesionado por la fuerza de una promesa viajo a la Ciudad de México después de haber sido curado y cuidado por más de un año por los miembros de la guerrilla revolucionaria en la Sierra Guerrerense. Si Miguel fue atendido por aquellos hombres, que le amputaron el brazo para salvarlo de una salvaje gangrena, fue porque uno de los dirigentes de aquel movimiento era el ‘Teniente Víctor’. Es alías era empleado por quién años atrás había llevado el nombre de Jerónimo Liverman. Antes de retirarse a la capital, para buscar a Carla, el ‘Teniente Víctor’ le ofreció a Miguel un puesto dentro del movimiento que según el propio teniente “derrocaría al gobierno federal e instauraría un nuevo orden en el país”. Miguel rechazó la oferta, alegando que su sueño de ser poeta y casarse con Carla era más grande que cualquier anhelo de libertad política. Después de dar las gracias, Miguel se marchó.

En la capital siguió escribiendo poemas, que sumados a los que había escrito durante su año en la selva, llevó a distintas editoriales sin obtener éxito alguno. Tras meses de vender poemas en la calle, y pedir trabajo en una imprenta cómo corrector de ortografía, Miguel dedicaba todo su tiempo libre a encontrar a Carla. Cuando la encontró, más bella que nunca y comprometida con un profesor de la misma universidad se convenció que su mundo y el de ella ya no encajaban. Ella se convertiría en una renombrada arquitecta, su novio comenzaba a incursionar en la política y él, poeta desempleado que sin el brazo derecho apenas y podía escribir legiblemente con la mano izquierda, se conformó con seguirla. Se volvió su sombra y consideraba los momentos más felices de su podrida vida aquellos en los que podía verla por breves instantes.

Finalmente él no cumplió la promesa de volverse un poeta reconocido. Ella terminó la carrera y lejos de regresar a su pueblo natal, se casó. Miguel volvió a la Sierra, a unirse al movimiento de ‘Teniente Víctor’ para morir en la lucha, o en el desamor. Lo que ocurriera primero.

* * * * *

Se supone que ésta historia tiene un final. Mismo que a lo largo de los últimos años cambié constantemente. No sé porque, cada que repito la trama en mi mente acabo sintiendo que el final es apenas el clímax. Que los eventos están tan mal contados que justo cuando las cosas por fin se empiezan a tornar interesantes es cuando rondan el punto final. Como sea, ésta novela no existirá como tal. Jamás estará impresa en forma de libro, ni será vendida en alguna librería y mucho menos, será desarrollada tal cual es, pues cuando nació en mi mente (si es que algún día eso pasó) no sólo estaba formada por la trama central, sino que alrededor de ésta se entretejían otras sub tramas y personajes secundarios que nutrían de algún modo a los principales.

Al final, ‘Prados Soleados de Marzo’ narraría como muchos años después, el movimiento revolucionario de la sierra guerrerense se iría diluyendo por conflictos internos, quedando solamente una pequeña y mínima parte de sus integrantes, dirigidos por un ‘Teniente Víctor’ que obsesionado con los ideales de la guerrilla terminó enloqueciendo. Según el Teniente, la única manera de atraer la atención de la opinión pública de nuevo, sería por medio de un acontecimiento que sacudiera al país, algo así como la muerte del nuevo gobernador de Guerrero, Manuel Ibarra Guerra quién apenas dos meses atrás había tomado posesión del cargo.

Tanto ‘Teniente Víctor’ como Miguel sabían que la esposa de aquel gobernante era su conocida de la infancia, pero ninguno tocó jamás el tema. Como si fuera una desconocida, por semanas planearon el atentado que en una tarde de Marzo llevarían a cabo. Era jueves, el Gobernador y su esposa participaban en la inauguración de una clínica cerca de la sierra, cuando entre los prados soleados cerca de veinte hombres mal armados y con la leyenda de ‘Igualdad Social’ en sus mangas, irrumpieron en medio del evento. La mayoría fueron muertos por la policía local y la seguridad privada del gobernador.

Al final, ‘Teniente Víctor’ fue el único que pudo llegar hasta Manuel Ibarra Guerra.

Le apuntó.

Carla ahogó un grito.

El estruendo de un disparo.

‘Teniente Víctor’ cae muerto por un balazo en la cabeza.

A lo lejos la figura de Miguel, empuñando una pistola con la mano izquierda confirma que él fue quién disparó.

Días después, en un juicio sin precedentes, Miguel sería condenado a cadena perpetua por intento de asesinato. La única persona capaz de declarar a su favor y salvarlo era Carla. No lo hizo, a pesar de haberlo reconocido al instante.

Miguel el traidor a la rebelión, Miguel el traidor al país, Miguel sin brazo, Miguel el olvidado por Carla, Miguel el asesino, Miguel el bolero, Miguel el mal amigo, Miguel el poeta frustrado, pasaría las tardes encerrado en una celda fría y gris al oriente de la ciudad, recordando aquellos Prados Soleados de Marzo.

Carla se divorciaría decepcionada por la forma en la que la política cambió a su marido. Años más tarde, sería vista cada tarde, en la plaza de su pueblo recitando poemas de un autor desconocido.

Así llegaría a su fin la historia que algún día nació de una plática con Karla sin ‘C’. De alguna manera está novela que nunca fue publicada tiene un poco de ella, que me prestó a medias su nombre. Y como Miguel, ahora me pierdo en el olvido. Hagan con ésta historia lo que quieran, yo la aborté, la rechacé, le tuve miedo. Jamás fue mía, ni volverá.  

jueves, 11 de julio de 2013

Decreto que eso de decretar es una idiotez


“Decreto que eso de decretar es una idiotez”, escribí un día en mi cuenta de Twitter, medio harto de ver que varios amigos y conocidos se volvieron afectos a eso de creer que con decir algo con convencimiento, eso se cumplirá.

Es como una epidemia. No sé quién fue el que empezó a profesar esa mafufada de que “si decretas algo con mucha convicción, el poder de la palabra hará produzcas o consigas lo que deseas”. “El universo conspirará para que alcances tus deseos”, dirían los fans de Paulo Coelho (escritor que por cierto, me cae muy gordo). El caso es que de un tiempo acá, esa filosofía ha sido adoptada por muchos conocidos, quienes juran y perjuran que funciona.

No lo niego. En algunas ocasiones llegué a considerar que eso de decretar quizá sí funcionaba. Un par de veces me sorprendí “decretando” en las mañanas. Lo hacía con toda la ilusión y toda mi fe puesta en que aquel teatrito realmente serviría. Pero nada. Estar como merolico por las mañanas equivalía a una pérdida de tiempo pues mi vida seguía igual. Concluí así que, una de dos: o decreto muy feo o de plano le caigo gordo al Dios de los decretadores.

Empecé a guardarle resentimiento a la decretadera. Al mismo tiempo, le puse más atención a mis amigos y conocidos decretadores. Su vida también seguía igual, y todo eso que decretaban casi nunca pasaba. Lo cual no implicaba que dejaran de hacer la ridiculez de diario decir, pensar y hasta escribir en sus redes sociales tonterías como:

“Decreto que esta semana me irá muy bien”

“Decreto que esta tarde será una de las más felices de mi vida”

“Decreto que ese trabajo será para mi”

Oigan… ¡no manchen! Si eso del decreto funcionara todos estarían sanos, enamorados, con un buen trabajo y sin problema alguno. Y pues no. O a ver, les pongo otro ejemplo: Hitler. Él ponía toda su fe en demostrar que la raza aria era superior. Lo creía con todo su corazón y en cada discurso reafirmaba sus creencias con todo el poder que su privilegiada oratoria le daba.

¿Y cómo terminó? Derrotado, muerto, repudiado por generaciones, y mencionado en el post de un blog chafón como éste.

¿Por qué Dios, el destino, la madre naturaleza y el universo tendría que cumplir nuestros caprichos?. ¡Pues qué nos andamos creyendo! Según yo lo mejor es enfrentar la vida cómo viene y buscar cómo salir adelante. Al menos me suena más lógico eso que andar de pedinche.

En conclusión, decretar no le funciona a los buenos. No le funciona a los malos. No le funciona a nadie. Ni al que inventó esa tontería. Pero si ustedes se sienten felices con todo este numerito sin fundamente, les tengo una pregunta. ¿Y si decreto que eso de decretar es una idiotez? Sí decretar es real, entonces mis palabras harán real eso de que “decretar es una idiotez” ¿no?, con lo que de paso la razón recaería sobre mí. Pues entonces decreto aquí y ahora que eso de decretar es una tontería, que no sirve ni servirá nunca, que cuando alguien lo hace el Niño Dios llora y la virgencita también. Y además, por su culpa se están extinguiendo los ositos panda.

Listo. Está decretado. 

sábado, 6 de julio de 2013

La Biblia Vaquera


Tenía muchas ganas de leer algún libro de Carlos Velázquez. En primera porque había escuchado muy buenas críticas a su trabajo, y en segunda, porque leí un par de columnas suyas y me gustó mucho el estilo desfachatado y humorístico con el que estaban escribitas. Después de meses de posponerlo, finalmente me compré "La Biblia Vaquera".

Y fui feliz.

De verdad, no miento.

"La Biblia Vaquera (un triunfo del corrido sobre la lógica)" es un libro de relatos fuera de lo común, y por lo tanto extraordinarios. Tan diferentes entre sí pero que a la vez están sutilmente interconectados y cuya acción en su mayoría ocurre en PopStock!, un territorio muy norteño en el que lo chic se codea con lo tradicional, y dan origen a historias de ficción y no ficción revueltas entre sí (no es que me haya hecho bolas, es que realmente a uno le queda esa sensación después de haber leído este libro).

En cada narración aparece. A veces como personaje, otras veces como elemento físico y otras como algo intangible. Pero siempre está ahí, la famosa Biblia Vaquera, transmutada pero dispuesta a darle a la realidad ese toque extraño que haga que lo imposible parezca posible, y que lo ridículo se vuelva sublime.

Conforme avanzo en este post voy entendiendo lo difícil que es hablar de un libro como éste. Ya ni digamos definirlo. No tiene comparación a nada que haya leído anteriormente y sin embargo es ampliamente disfrutable. Como residente del centro del país agradezco enormemente este acercamiento al norte del país, ese que sólo sale en los periódicos debido a noticias trágicas, y que en este libro se nos muestra atractivo, inquietante y muy vivo.

No debe creerse que este libro se encasilla en lo norteño, y que aquellos que viven en otra zona del país no lo disfrutarán. Al contrario, "La Biblia Vaquera" cuenta con tantos elementos de la cultura popular mexicana de nuestros días, que no se necesita ser norteño o un erudito, para entender y botarse de la risa con varias de sus referencias de la realidad, que al ser colocadas en un contexto no ordinario, provocan hilaridad. Esta es la genialidad de los relatos de Velázquez, tomar lo elementos cotidianos y mezclarlos para darle vida a un universo nuevo en el que la lógica sin lógica impera.

Un luchador, una DJ, un hombre que busca frenéticamente acostarse con una gorda, un hombre desesperado porque no consigue unas botas genuinas de Biblia Vaquera, el Diablo que cumple deseos a cambio de almas, bailes de Valentín Elizalde, una pistola que busca díler, un concurso sobre quemar discos piratas, una cortadora de pelo que se vuelve leyenda, unos deliciosos burritos, y un sinfín de elementos que hacen de este pequeño libro, un pase de abordar a una dimensión divertida y frenética de la que uno sale con dificultad.


Cuando se termina su lectura uno se siente fuera de lugar en el ‘mundo real’. Todo se ve gris y aburrido. Se añora volver al PopStock!, el lugar en el que todo tiene el calificativo de hazaña y el menor asunto se transforma en aventura. Se entiende entonces, que la Biblia Vaquera no puede encasillarse ni definirse. Es una actitud, una forma de ver la vida, un objeto y un deseo, que cambia a todos los que tienen la fortuna o infortunio de toparse con ella. 

martes, 2 de julio de 2013

Guerra Mundial Z... ¡¿y México?!



*** Atención, este post puede contener spoilers. Si no has visto la película, entre tus planes está hacerlo y no quieres que te arruine el final, mejor regresa a leer esto ya que hayas ido al cine (o la hayas visto pirata).

El fin de semana pasado fui al cine a ver Guerra Mundial Z, cinta protagonizada por Brad Pitt y que trata sobre una pandemia mundial ocasionada por un extraño virus que transforma a las personas en zombis. Basta la mordida de un individuo enfermo, para que la víctima se infecte y en segundos pierda la razón y el control de sí mismo.    

Como en buena película gringa hay mucha destrucción, todo el mundo se colapsa y son los estadounidenses los que heroicamente sufren y se la pasan buscando cómo salvar a la raza humana. La verdad me gustó mucho, todo el tiempo estuve emocionado y la historia me pareció muy interesante.

Aun así, el motivo de este texto, es hablar de la curiosa relación de esta película con México. Siempre me ha llamado mucho la atención toda referencia que se haga de nuestro país en algún film de gran escala como éste. Así como en “El fin de los tiempos”, los posters promocionales distribuidos en México hacían referencia a la Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey hundidas en el caos, ahora en Guerra Mundial Z, el poster para su promoción en México muestra la avenida Reforma infestada de zombis.


¿Está mal decir que me emocionó ver a mi ciudad (que tanto quiero) destruida?

Luego me enteré que se hicieron posters similares para las principales ciudades del mundo. Aun así, creo que el mejor fue el dedicado a la Ciudad de México.

Pero esto no fue lo mejor. Resulta que cuando fui a ver la película, en una de las escenas finales se hace un recuento de la situación mundial tras la terrible invasión zombi. Entonces la voz en off que narra lo que ha pasado con la humanidad dice esta hermosa frase:

“La Ciudad de México quedó completamente destruida”.

En ese instante, toda la gente de la sala de cine exclamó un sincero, honesto y triste

“Aaaaaaahhh!!”

Y después comenzaron las risas nerviosas de todos. No sé si esto se debe a que: o nos da penita que piensen que en caso de cataclismo zombi seremos los únicos que de plano quedaremos destruidos; o bien, lo iluso de los productores de la película al creer que realmente podemos ser aniquilados, cuando ni sismos, manifestaciones, inundaciones, tráfico, influenza, y otras catástrofes lo han logrado.

Ignoro si dicen en cada país en el que se proyecta la película cambian el nombre de la ciudad destruida, o si en cualquier parte del planeta nos mencionan a nosotros.

En fin, tenía que contar este detalle que a me pareció de lo más pintoresco.  

Aunque nos den en la torre… ¡México, siempre presente en los grandes eventos!