“Las Poquianchis”. Por años escuché ese nombre en algunas
pláticas ‘de grandes’ que mis papás tenían con sus amigos y con otros
familiares. Erróneamente pensaba que las dichosas “poquianchis” eran cantantes
o artistas pasadas de moda. Hace unos días descubrí que no era así.
A mediados de los años sesenta quedó al descubierto una
serie de asesinatos orquestados de 1954 a 1964 por Delfina González Valenzuela
y sus hermanas, dueñas de varios burdeles ubicados en los estados de Guadalajara
y Jalisco. Fueron acusadas de prostitución, lenocinio, tráfico de personas,
aborto, corrupción de menores, inhumación ilegal de restos humanos, privación
ilegal de la libertad, soborno, y de la muerte de más de 80 personas (la
mayoría sexoservidoras, aunque también hubo clientes y bebés de las prostitutas
esclavizadas). Estas asesinas seriales fueron conocidas como “Las Poquianchis”
y su caso escandalizó a la sociedad mexicana hace 50 años.
Si descubrí y ahondé más en la historia de “Las
Poquianchis”, fue por un libro que acabo de leer: Las Muertas, de Jorge
Ibargüengoitia. De esa obra trata este post.
Comenzaré diciendo que desde hace mucho quería leer a
Ibargüengoitia. Tantos comentarios favorables había escuchado no sólo en cuanto
a su obra, sino también respecto a su peculiar personalidad, que su nombre
constantemente aparecía en mi lista de autores por descubrir. Cuando una tarde
me encontré un ejemplar de “Las Muertas” en casa, no resistí a la tentación y
lo devoré en unos cuantos días. Mi primer encuentro con Ibargüengoitia no pudo
ser más afortunado. Quedé plenamente satisfecho con su estilo literario, con lo
ameno de su narrativa y ni qué decir de la maravilla de historia que relata en
las 150 hojas que conforman este libro (al menos en la edición de Joaquín
Mortiz, que es la que yo leí).
Pero vayamos por partes. Previo al inicio de esta novela,
el propio Ibargüengoitia nos advierte lo siguiente: “Algunos de los
acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son
imaginarios”. En base a esta concesión, el autor se toma las libertades
necesarias para hacer suya la historia de Las Poquianchis, y torcerla a su
completo antojo, convirtiendo lo que fue un hecho sangriento y despiadado, en
una narración entrañable y desarrollada con maestría, en las que las
acontecimientos funestos ocurren hasta bien avanzada su lectura.
En las primeras páginas de “Las Muertas”, Ibargüengoitia
nos pone al tanto de la complicada relación amorosa que por años sostuvieron
Simón Corona y Serafina Balandro. A uno le cuesta trabajo creer que ese pasaje
sencillo pero hipnótico tiene algo que ver con la trata de personas o la
prostitución. No se vislumbra asesinato alguno o indicio de que aquella
historia pueda torcerse.
Así uno va conociendo a otros personajes como Arcángela
Balardo, El Escalera, La Calavera, Ticho o El Capitán Bedoya. Inevitablemente
el lector se encariña con cada uno de ellos por medio de sus peripecias, las
cuales muchas veces tienen un toque humorístico que le da a los protagonistas y
su historia un aire inocente e ingenuo que no se pierde. Por eso, conforme se
avanza en la novela, el golpe psicológico que se recibe es aun más fuerte. El momento
en el que la suerte de los implicados se va torciendo es imperceptible. Tampoco
se advierte el instante preciso en el que esa historia pueblerina de amor se
transforma en la representación de uno de los casos criminales más famosos e
impactantes de México.
A pesar de su breve extensión, en Las Muertas pueden leerse
varias voces. Los acontecimientos están acomodados de tal forma que la narración
dista mucho de ser lineal. Por momentos hasta parece que se lee el guión de programa
televisivo gringo de investigación, de esos donde los implicados en el caso van
narrando con testimoniales su propia participación en lo sucedido y así
enriquecen la reconstrucción de los hechos.
Contar más, sería un desacato para aquellos que no han
leído aun esta novela. Basta decir que si este libro logra ser tan certero y
preciso, es también por el uso de lenguaje y el empleo de mexicanismos que le
otorgan a esta novela un toque más íntimo y realista. De inmediato uno se traslada
a una atmósfera pueblerina con un ritmo envolvente en donde se pasa sutilmente de
tonos claros a obscuros. Además, en sus páginas queda implícito un interesante
retrato del mexicano y su sistema de gobierno y justicia. Esa forma de actuar tan
nuestra ante ciertas situaciones de la vida: Siempre buscando el beneficio
propio, pero sin dejar de lado las buenas formas aunque el fin que se persiga
no sea del todo honesto.
Al final, los hechos presentados en “Las Muertas” son
menos fuertes que los ocurridos en el caso de Las Poquianchis. Ni las victimas
ni lo sucedido en la novela alcanzan los niveles crueles de la realidad, y sin
embargo, Ibargüengoitia hace de este libro una pequeña obra maestra compacta
pero muy completa. Se lee en un par de
días pero su reflexión nos puede llevar semanas enteras.
1 comentario:
" ubicados en los estados de Guadalajara y Jalisco." qué onda con esto??
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