sábado, 20 de julio de 2013

Las Muertas


“Las Poquianchis”. Por años escuché ese nombre en algunas pláticas ‘de grandes’ que mis papás tenían con sus amigos y con otros familiares. Erróneamente pensaba que las dichosas “poquianchis” eran cantantes o artistas pasadas de moda. Hace unos días descubrí que no era así.

A mediados de los años sesenta quedó al descubierto una serie de asesinatos orquestados de 1954 a 1964 por Delfina González Valenzuela y sus hermanas, dueñas de varios burdeles ubicados en los estados de Guadalajara y Jalisco. Fueron acusadas de prostitución, lenocinio, tráfico de personas, aborto, corrupción de menores, inhumación ilegal de restos humanos, privación ilegal de la libertad, soborno, y de la muerte de más de 80 personas (la mayoría sexoservidoras, aunque también hubo clientes y bebés de las prostitutas esclavizadas). Estas asesinas seriales fueron conocidas como “Las Poquianchis” y su caso escandalizó a la sociedad mexicana hace 50 años.

Si descubrí y ahondé más en la historia de “Las Poquianchis”, fue por un libro que acabo de leer: Las Muertas, de Jorge Ibargüengoitia. De esa obra trata este post.

Comenzaré diciendo que desde hace mucho quería leer a Ibargüengoitia. Tantos comentarios favorables había escuchado no sólo en cuanto a su obra, sino también respecto a su peculiar personalidad, que su nombre constantemente aparecía en mi lista de autores por descubrir. Cuando una tarde me encontré un ejemplar de “Las Muertas” en casa, no resistí a la tentación y lo devoré en unos cuantos días. Mi primer encuentro con Ibargüengoitia no pudo ser más afortunado. Quedé plenamente satisfecho con su estilo literario, con lo ameno de su narrativa y ni qué decir de la maravilla de historia que relata en las 150 hojas que conforman este libro (al menos en la edición de Joaquín Mortiz, que es la que yo leí).

Pero vayamos por partes. Previo al inicio de esta novela, el propio Ibargüengoitia nos advierte lo siguiente: “Algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios”. En base a esta concesión, el autor se toma las libertades necesarias para hacer suya la historia de Las Poquianchis, y torcerla a su completo antojo, convirtiendo lo que fue un hecho sangriento y despiadado, en una narración entrañable y desarrollada con maestría, en las que las acontecimientos funestos ocurren hasta bien avanzada su lectura.  


En las primeras páginas de “Las Muertas”, Ibargüengoitia nos pone al tanto de la complicada relación amorosa que por años sostuvieron Simón Corona y Serafina Balandro. A uno le cuesta trabajo creer que ese pasaje sencillo pero hipnótico tiene algo que ver con la trata de personas o la prostitución. No se vislumbra asesinato alguno o indicio de que aquella historia pueda torcerse. 

Así uno va conociendo a otros personajes como Arcángela Balardo, El Escalera, La Calavera, Ticho o El Capitán Bedoya. Inevitablemente el lector se encariña con cada uno de ellos por medio de sus peripecias, las cuales muchas veces tienen un toque humorístico que le da a los protagonistas y su historia un aire inocente e ingenuo que no se pierde. Por eso, conforme se avanza en la novela, el golpe psicológico que se recibe es aun más fuerte. El momento en el que la suerte de los implicados se va torciendo es imperceptible. Tampoco se advierte el instante preciso en el que esa historia pueblerina de amor se transforma en la representación de uno de los casos criminales más famosos e impactantes de México.

A pesar de su breve extensión, en Las Muertas pueden leerse varias voces. Los acontecimientos están acomodados de tal forma que la narración dista mucho de ser lineal. Por momentos hasta parece que se lee el guión de programa televisivo gringo de investigación, de esos donde los implicados en el caso van narrando con testimoniales su propia participación en lo sucedido y así enriquecen la reconstrucción de los hechos.

Contar más, sería un desacato para aquellos que no han leído aun esta novela. Basta decir que si este libro logra ser tan certero y preciso, es también por el uso de lenguaje y el empleo de mexicanismos que le otorgan a esta novela un toque más íntimo y realista. De inmediato uno se traslada a una atmósfera pueblerina con un ritmo envolvente en donde se pasa sutilmente de tonos claros a obscuros. Además, en sus páginas queda implícito un interesante retrato del mexicano y su sistema de gobierno y justicia. Esa forma de actuar tan nuestra ante ciertas situaciones de la vida: Siempre buscando el beneficio propio, pero sin dejar de lado las buenas formas aunque el fin que se persiga no sea del todo honesto.

Al final, los hechos presentados en “Las Muertas” son menos fuertes que los ocurridos en el caso de Las Poquianchis. Ni las victimas ni lo sucedido en la novela alcanzan los niveles crueles de la realidad, y sin embargo, Ibargüengoitia hace de este libro una pequeña obra maestra compacta pero muy completa.  Se lee en un par de días pero su reflexión nos puede llevar semanas enteras.

No dejen de conseguir este libro, es toda una lección literaria que se disfruta totalmente. Y sí… quedé fascinado y a la vez horrorizado con las hermanas balandro. Dicen que esa sensación tiene uno al salir de un buen burdel. 

1 comentario:

Carlos dijo...

" ubicados en los estados de Guadalajara y Jalisco." qué onda con esto??