“Decreto que eso de decretar es una idiotez”, escribí un
día en mi cuenta de Twitter, medio harto de ver que varios amigos y conocidos
se volvieron afectos a eso de creer que con decir algo con convencimiento, eso
se cumplirá.
Es como una epidemia. No sé quién fue el que empezó a
profesar esa mafufada de que “si decretas algo con mucha convicción, el poder
de la palabra hará produzcas o consigas lo que deseas”. “El universo conspirará
para que alcances tus deseos”, dirían los fans de Paulo Coelho (escritor que por cierto, me cae muy gordo). El caso es que
de un tiempo acá, esa filosofía ha sido adoptada por muchos conocidos, quienes
juran y perjuran que funciona.
No lo niego. En algunas ocasiones llegué a considerar que
eso de decretar quizá sí funcionaba. Un par de veces me sorprendí “decretando”
en las mañanas. Lo hacía con toda la ilusión y toda mi fe puesta en que aquel
teatrito realmente serviría. Pero nada. Estar como merolico por las mañanas equivalía
a una pérdida de tiempo pues mi vida seguía igual. Concluí así que, una de dos:
o decreto muy feo o de plano le caigo gordo al Dios de los decretadores.
Empecé a guardarle resentimiento a la decretadera. Al
mismo tiempo, le puse más atención a mis amigos y conocidos decretadores. Su
vida también seguía igual, y todo eso que decretaban casi nunca pasaba. Lo cual
no implicaba que dejaran de hacer la ridiculez de diario decir, pensar y hasta escribir
en sus redes sociales tonterías como:
“Decreto que esta semana me irá muy bien”
“Decreto que esta tarde será una de las más felices de mi
vida”
“Decreto que ese trabajo será para mi”
Oigan… ¡no manchen! Si eso del decreto funcionara todos
estarían sanos, enamorados, con un buen trabajo y sin problema alguno. Y pues
no. O a ver, les pongo otro ejemplo: Hitler. Él ponía toda su fe en demostrar
que la raza aria era superior. Lo creía con todo su corazón y en cada discurso
reafirmaba sus creencias con todo el poder que su privilegiada oratoria le
daba.
¿Y cómo terminó? Derrotado, muerto, repudiado por
generaciones, y mencionado en el post de un blog chafón como éste.
¿Por qué Dios, el destino, la madre naturaleza y el
universo tendría que cumplir nuestros caprichos?. ¡Pues qué nos andamos
creyendo! Según yo lo mejor es enfrentar la vida cómo viene y buscar cómo salir
adelante. Al menos me suena más lógico eso que andar de pedinche.
En conclusión, decretar no le funciona a los buenos. No
le funciona a los malos. No le funciona a nadie. Ni al que inventó esa
tontería. Pero si ustedes se sienten felices con todo este numerito sin
fundamente, les tengo una pregunta. ¿Y si decreto que eso de decretar es una
idiotez? Sí decretar es real, entonces mis palabras harán real eso de que
“decretar es una idiotez” ¿no?, con lo que de paso la razón recaería sobre mí.
Pues entonces decreto aquí y ahora que eso de decretar es una tontería, que no
sirve ni servirá nunca, que cuando alguien lo hace el Niño Dios llora y la
virgencita también. Y además, por su culpa se están extinguiendo los ositos
panda.
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