miércoles, 28 de septiembre de 2011

El extraño placer de arrojarle pájaros a los puerquitos verdes



Solía ser feliz con mi BackBerry. Con ella me sentía el rey del universo. Poder tuitear, mandar correos electrónicos, revisar mi Facebook y hacer consultas online con sólo mover un par de botones con mis dedos me hacían sentir invencible. Según yo, podía hacerlo todo. Entonces me enteré de la existencia de un juego demoniaco y de moda. Adictivo como el tabaco y divertido como programa de Chespirito. Lo malo es que está maravilla estaba disponible para la mayoría de las plataformas de smartphones… menos para BlackBerry. Así me volví anticuado, infeliz y pasado de moda.

El dichoso jueguillo lleva por nombre Angry Birds. Su trama es sencilla pero ingeniosa. Sucede que a un grupo de simpáticos puerquitos verdes se les ocurre robar los huevos de un nido. Esto desataría la furia de unos pájaros maniáticos y con instintos suicidas, que con la ayuda de una resortera gigante, deciden lanzarse e impactarse contra las construcciones de los pobres marranitos para matarlos y recuperar los huevos hurtados. Sé que es una idiotez, pero me moría de ganas por experimentar ese bizarro placer de arrojar pájaros, y destruir cuanta estructura fuera posible. Por meses busqué la manera de poder jugar Angry Birds. Al no tener éxito, comencé a olvidar la idea de ser parte de la moda.

Afortunadamente, cuando eres de buenos sentimientos y corazón puro ocurren milagros, y así me pasó cuando sin mayor propósito googleé Angry Birds. El primer link que me apareció decía ‘Angry Birds Chrome’. Yo, que desde hace un par de meses dejé de usar el horrible Internet Explorer para emplear Google Chrome, no cabía en felicidad de sólo imaginar la posibilidad de por fin poder jugar en mi PC, el juego para móvil más exitoso de todos los tiempos. Dejé de hacer lo que estaba haciendo. Le di click… y fue la locura. Durante horas no me despegué de mi laptop. Mi mundo fue esto:



Efectivamente, Angry Birds (al menos la versión para Google Chrome) es lo más adictivo que puede haber en el universo. Uno comienza por curiosidad, con el deseo de pasar uno o dos niveles ‘nomás por no dejar’, y terminé obsesionado en cuestión de minutos. La música es envolvente, los personajes medio neuróticos son comiquísimos, los sonidos de los pájaros al estrellarse o las cosas al derrumbarse son realistas y divertidos. Vaya, incluso el ritmo y precisión que se maneja cuando las guaridas de los cerdos comienzan a derrumbarse están tan bien planeados, que uno no puede sino entregarse al delirio colectivo. Podrán decirse muchas cosas, pero uno no puede entender lo que es el fenómeno Angry Birds hasta que no avienta el primer pájaro, y descubre así que las posibilidades con cara tiro son infinitas. El tener éxito en el triunfo de la enfurecida parvada depende a veces de la estrategia, otras de la suerte, o de lo mucho que llevemos practicando.

El colérico pajarillo rojo, el efectivo y más fuerte amarillo, los pequeños azulillos que en conjunto son capaces de la peor de las destrucciones, los gordos blancos que arrojan huevos y los negros explosivos. Todos entrañables. No sólo quiero aventarlos. También quiero poseer cuanta chuchera venden con su imagen. Y claro, también están los villanos de la trama, los pobres puerquitos verdes a los que tarde o temprano se les termina teniendo estima. Así es el universo Angry Birds, aquel del que por cierto, es casi imposible escapar. Quizá la única manera de hacerlo y volver a recuperar con ello la vida, sea terminar con todos y cada uno de los 70 niveles, y salvar así los huevos robados. Fue lo que hice, después de dos días logré acabar el juego. No lo podía creer. De pronto los chillidos de los pájaros y sus gritos de guerra, la música adrenalinica, las caras de puerquitos golpeados y el sonido de las cosas al caer y romperse cesaron. Y así, dio paso la depresión post Angry Birds.

Días después sigo buscando la manera de continuar éste idilio. Miro aun con más envidia a quien posee algún Smartphone en el que sí se puede disfrutar de Angry Birds. Vuelvo a jugar la versión para Google Chrome en mi lap, pero sin el reto de sortear nuevos niveles ya no es lo mismo. Vuelvo a estar pasado de moda, y lo peor, es el ansia (mezclada con una vana esperanza) de encontrar una nueva alternativa para vivir nuevas aventuras junto a mis amigos alados. Por lo pronto estoy en plena recuperación, así que si me ven cerca y sus teléfonos tienen instalada cualquier aplicación referente a Angry Birds, aléjenlos de mi. No me hago responsable.

Si leen estoy y aun no conocen Angry Birds y les parezco exagerado en mis apreciaciones, les dejo las ligas para que lo jueguen bajo su propio riesgo. Les recuerdo que es necesario que tengan instalado el navegador Google Chrome.
Para descargar Google Chrome den clic aquí.
Para jugarlo online, den clic aquí.
Para descargarlo en su PC y jugar sin necesidad de estar conectados, den clic aquí.



Duda existencial

¿Por qué, si los Angry Birds están tan desesperados por rescatar los huevos de la parvada, los pájaros blancos usan sus propios huevos como proyectiles? Mueren más huevos en la batalla, que los que intentan salvar… interesante apología de una guerra real.

lunes, 26 de septiembre de 2011

El Incomprensible Mundo de Gabriel Revelo, para llevar



Una vez más, éste su blog de confianza da un paso más hacia la modernidad y se pone al último grito de la moda. Consciente de las nuevas necesidades y del ritmo ajetreado de muchos que tienen muchos de los lectores de éste espacio, es para mí un placer anunciarles la existencia de la versión móvil de “El Incomprensible Mundo de Gabriel Revelo”. Así es, ahora puedes leer el contenido de éste blog desde tu Smartphone. Sólo necesitas estar conectado a alguna red y teclear en el navegador la siguiente dirección: http://gabrielrevelo.blogspot.com?m=1

¡Y listo! Así de fácil podrás leer mis tonterías desde cualquier lugar en el que te encuentres. En el baño, en el microbús, en la cama, mientras manejas, cuando cocinas, mientras juegas futbol con los cuates, a la hora de las clases, etc. Horas y horas de sana diversión y para llevar en una interfaz rápida y agradable. Así que ya saben, a menos que se encuentren en una isla desierta, ya no hay pretexto para no leerme.

*** Tip para bloggeros en blogger (valga la redundancia)
Por cierto, como soy muy buena persona, ahí les va el tip de cómo habilitar la versión móvil de sus blogs. Lo primero que tienen que hacer es acceder a su cuenta de blogger. Entren a la opción Diseño y de ahí habiliten la función ‘Móvil’. Y ya quedó. Lo único que tienen que hacer es agregar a la dirección de su blog la terminación ?m=1 en el navegador de su Smartphone.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Tula, ciudad de gigantes (parte 2 de 2)



El niño con collares de muerte

Tenía como una hora que lo había mirado a lo lejos. Su atuendo me llamó la atención: Huaraches, traje de lino blanquísimo, pañuelos atados en una muñeca y en la otra una gran cantidad de pulseras, collares de piedras multicolores, un sombrero lleno de diversos tipos de plumas que en mi vida había visto, un palo grueso a modo de bastón. Un niño escurridizo que iba y venía entre las ruinas con una destreza envidiable. Varias veces pensé en seguirlo, pero en segundos desaparecía sólo para topármelo cuando pensaba que su presencia había sido tan sólo un espejismo.

Después de casi chocar con él fue cuando noté que las piedras de uno de sus collares estaban talladas con la forma de calaveras. Como excusa y para comenzar a platicar con él le pregunté por su collar. No lo había comprado en ningún lado, al contrario, él mismo busco las hermosas piedritas (de un brillo morado natural) y las talló con maestría. Impresionante si tomamos en cuenta su edad: ¡10 años! Dijo llamarse Gonzalo, y ser nieto de uno de los cuatro vigilantes de la zona arqueológica, el cual le permitía acompañarlo en cada periodo vacacional.

Este niño posee tal cúmulo de conocimientos y sabiduría, que cualquier historiador le envidiaría. Habla varios dialectos, sabe de jeroglíficos prehispánicos y de teología del México precolonial. En no más de media hora me platicó que las ruinas de Tula y sus alrededores son tierra sagrada en la que ocurren cosas fuera del entendimiento humano. Las plumas de su sombrero, comentó, han sido regalo de diversos ancianos de la región y cada una de ellas tiene diversos mensajes sobre el futuro. Al preguntarle sobre qué tipo de mensajes, él se limitó a decir ‘tú destino, el mío y el del universo está en estos mensajes. Algo muy grande está por pasar’. Quisiera haber indagado más en aquella respuesta, pero Gonzalo ya me estaba contando más maravillas. ‘Los Toltecas no se han ido, siguen vigilando sus templos’. Dice que los escucha. Que están presentes en cada uno de los rincones de Tula. Se disfrazan de viento, de hormigas, de polvo, de piedras. Quizá sea verdad. Por lo menos yo le creo. En cuanto uno llega a Tula le invade una extraña sensación de perpetrar en un mundo inentendible, en el que los protagonistas son los templos y el medio ambiente. Ellos hablan. Ellos deciden. Todos los demás somos simples intrusos.

Gonzalo mira entre fastidiado y resentido como unos jóvenes de mi edad corren entre las ruinas haciendo comentarios despectivos hacia el paisaje, y sin el menor respeto hacia la tierra que comienzan a aventarse unos a otros. ‘La gente no entiende en dónde está. Deberían dar gracias por poder pisar esa tierra que se arrojan como si nada’. Mucho más cosas increíbles e interesantes salieron de la boca de ese niño. Éste texto podría extenderse enormidades si me abocara a la tarea de narrar con detalles todas sus palabras. Quizá lo haga en otra ocasión. O mejor aún, quizá (y seguramente) volveré en un futuro próximo a buscarle y pedirle que por favor me siga develando secretos de nuestros antepasados.

Después llegó su abuelo. Además de vigilante vende algunas figuras de barro y collares (aunque ninguno como los de Gonzalo). ‘Siempre lo traigo en sus vacaciones. Le gusta. Es bueno que los conocimientos de nuestra gente sean transmitidos, que no se pierdan’. Era la hora de ir a comer en su humilde vivienda ubicada a veinte metros de la plaza principal de las ruinas. Emprendí el camino de regreso y los acompañe en el camino. Sin saber ni por qué, giré la cabeza a uno de los nopales que tiene la terregosa vía y un reflejo me atrapo. En lo más alto de aquella planta, entre tres espinas, había una especie de collar diminuto, hecho de cuentas negras y moradas atravesadas entre sí por un hilo muy grueso, formando un círculo del ancho de mi dedo meñique. Sacarlo sería tarea difícil y de menos significaría llevarme dos o tres piquetes. Aun así me paré de puntitas y sin saber cómo lo saque fácilmente de aquellas púas. ‘Consérvalo. Si ésta tierra sagrada te da un regalo aprovéchalo, es por algo’, me aconsejo alegremente Gonzalo. Desde entonces aquel adorno pende de mi cuello. No sé si sea de buena suerte ni de dónde provenga. Sólo sé que aquellos dioses, fuerzas o energía que posee Tula me lo entregaron. Espero algún día descifrar el motivo. Me despedí de Gonzalo y de su abuelo. Recorrí el kilómetro que me separaba del estacionamiento. Vi por última vez el paisaje, subí al auto y me enfile al centro del actual Tula.


Carnero, Cruz y Laguna

En veinte minutos llegué al centro de aquella ciudad. Tenía hambre y quería comer algo típico de ésta zona de Hidalgo. Un lugareño me recomendó que comiera en el mercado de cualquier establecimiento, donde sería bien atendido y saldría satisfecho. Le hice caso. El mercado del centro de Tula no es muy diferente al de cualquier otra provincia. Cuenta con su zona de verduras, de carne, de abarrotes y de locales destinados a la comida. Algunos ofrecían tacos de guisados, otros comida corrida o barbacoa. Siendo éste tipo de carne uno de los platillos hidalguenses por excelencia, tome la nada difícil decisión de sentarme para pedir algunos tacos y un rico consomé de barbacoa. Si usted, lector, lee esto a la hora de la comida, es necesario que sepa que la barbacoa estuvo deliciosa. Varios tacos después, salí con el estomago contento.

Ya de regresó, cometí el agradable error de tomar otro camino diferente al de ida. Y digo agradable, porque la nueva ruta también me llevaría a la autopista y a México, pero por unos paisajes que dudé, pudiera encontrar tan cerca del Distrito Federal. Este trayecto era el de Tepeji del Río y atravesaba la Ciudad Cooperativa Cruz Azul, y una enorme laguna que estoy seguro, muy pocos conocen. Llegué a la Ciudad de México cerca de las seis de la tarde. Maravillado por éste descubrimiento, volví a prometerme volver no sólo a esa Laguna, que de seguro tiene cientos de historias que contar, sino también a comer barbacoa, a platicar con Gonzalo, a visitar a los Atlantes y seguir descubriendo un trocito de éste maravilloso país en el que tuve la suerte de nacer.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Tula, ciudad de gigantes (parte 1 de 2)




“están presentes en cada uno de los
rincones de Tula. Se disfrazan de viento, de hormigas, de polvo, de piedras”

Ok then back to basics!

Por alguna extraña razón la vida se me está repitiendo. En más de una ocasión me he dado cuenta de que tengo la tendencia a regresar al inicio de las cosas. Uno de los recuerdos más lejanos y claros que tengo, es el de mi visita a las ruinas arqueológicas de Tula en el estado de Hidalgo. Tenía tres, a lo mucho cuatro años. Fui con mis padrinos y mis abuelos. Por alguna razón que no me viene a la memoria mis papás no pudieron ir. Me acuerdo que los llamados ‘Atlantes’ me impresionaron tanto, que tuvieron que comprarme un pequeño ídolo a escala de aquellos enigmáticos gigantes prehispánicos. Pasaron los años, y si bien jamás dejé de remembrar aquella visita, cada vez sentía más lejana aquella mañana en la Ciudad de Tula.

Hace un par de años decidí emprender el viaje a Tula. Así, sin haberlo planeado saqué el coche, llené el tanque de gasolina, y por ahí de las diez de la mañana salí enfilado hacia el estado de Hidalgo. Una hora después tomé la desviación que hay en la autopista rumbo a Querétaro. La entrada a Tula se está modernizando, prueba de ello son los tres carriles de cinta asfáltica que unen ésta ciudad con el resto del país.

Alguna vez mi abuelo me contó que la Tula de hace treinta años era muy diferente. Sumida en la pobreza de su paisaje árido, esta población (en aquel entonces no era ciudad) sufría hambre y era considerada una zona improductiva. Ahora hay un sin fin de comercios, calles pavimentadas, fabricas y plantas industriales que han desarrollado notablemente todo el entorno. A las 12:00 de la tarde entré a la zona arqueológica.


Sobrevivientes del tiempo

Antes, desde la entrada se alcanzaban a ver los Atlantes y las pirámides. Ahora no. Desde que entras te topas con un amplio estacionamiento. Al descender del auto unas amplias escaleras me llevaron hasta las instalaciones del INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia), dónde antes de entrar al museo de sitio me registré. Mi emoción comenzó justo en el interior de ese inmueble en el que vasijas, ídolos de piedra, armas confeccionadas con piedras y códices me daban la introducción al mundo de los Toltecas, antiguos habitantes de Tula. Todas las reliquias del museo cuentan con una placa descriptiva, por lo que el recorrido se hace mucho más interesante aun para los propios mexicanos, que se supone, ya estamos acostumbrados a la admiración de las culturas del México Antiguo. Gracias estas placas aprendí que la Ciudad de Tula fue posterior a la de Teotihuacan, pero que guarda muchas influencias de aquella urbe. Así mismo, Tula, influencio de alguna manera a las construcciones mayas que siglos después se establecerían en el sur de México y Centroamérica.

Saliendo del pequeño museo uno sale directamente a un camino de tierra que se abre paso en medio del árido paisaje. El imponente sol de mediodía que bañaba el entorno no fue impedimento para emprender ese recorrido que me llevaría a la zona arqueológica. Con frecuencia, en algunos tramos del camino están instalados varios puestos de artesanías y souvenirs. Piezas de piedra, collares, playeras con motivos aztecas en sus estampados. Un mundo de recuerdos que alguno de los extranjeros que también hacen el recorrido no dudan en adquirir. Los encuentran originales, atractivos, hermosos. Me da gusto que se lleven un pedacito de México a sus países.

Después de caminar durante más de un kilómetro por fin divisé las siluetas de quienes fueron objeto de mi viaje: Los Gigantes de Tula. A cada paso iban cruzándose nuevas construcciones antiquísimas en mi círculo visual. Y llegué. No sé cómo se explica o qué palabras le harán justicia a la sensación de estar en unas ruinas como estas. Lo primero con lo que me crucé fue con el Juego de Pelota. Una especie de Mini Estadio que en el interior tiene una explanada de pasto en la que se desarrollaba el juego, que como todo mundo sabe, tenía implícitos una gran cantidad de simbolismos religiosos y místicos. Y uno lo recorre sintiendo que está en esos días. Tratando de darse una idea de la cantidad de historias, hazañas y muertes que guardan esos muros de piedra. Me acuerdo y siento un hueco en el estomago. Y apenas era el comienzo.

A unos pasos del Juego de Pelota se encuentra la llamada ‘Pirámide B’, la cual, y de acuerdo a los señalamientos del propia INAH comencé a recorrer por su parte trasera inferior. La finalidad de recorrer así estás ruinas es para poder apreciar mejor los grabados de Guerreros y Jaguares en las paredes. Después recorrer la parte frontal de la pirámide. Al verla de frente es inútil contenerse a las ganas de subir por los empinados escalones de piedra y llegar a la cima donde están los tan citados Atlantes. Para quién no los conozca o jamás haya oído hablar de ellos, los Gigantes de Tula son enormes representaciones de guerreros Toltecas de más de tres metros de altura. Yo, con mi 1.70 de estatura no les llegaba ni a la cintura. Están hechos de piedra, y la precisión y cuidado con la que fueron labrados son sorprendentes. Uno quiere pero no puede explicarse como en la antigüedad estas impresionantes figuras fueron llevabas hasta esa altura. Son cuatro gigantes. Antes pensé que eran mucho más. Gracias a ésta visita supe que en realidad los Atlantes eran cuatro soportes del techo de una sala exclusiva para los sacerdotes de la pirámide a la que nadie más tenía acceso. Esto quiere decir que en el tiempo del esplendor de Tula, la población jamás pudo ver aquellas esculturas de piedra. Además, de los Atlantes, otras cinco columnas a sus espaldas fungían como soporte del techo que ya no existe.




Además de la ‘Pirámide B’, y de otra más ubicada a la izquierda, la Plaza principal de lo que antes era el Centro Ceremonial de Tula está rodeado de un par de construcciones. Estas servían como el Centro de Reunión de los consejos de ancianos, sacerdotes y clase real tolteca. Aquí también se pude apreciar una gran cantidad de columnas, signo inequívoco de que tan bien esas ruinas estuvieron techadas en alguna época lejana. Una cosa es ver estos vestigios que de por sí ya son impresionantes, y otra, mucho más alucinante, imaginarse la ciudad habitada, viva.

Después de ésta zona aun ahí otro mini museo con representaciones y simulaciones de cómo era antes la ciudad. Precisamente fue ahí en dónde supe lo de los techos que acabo de contarles. Y fue precisamente ahí, mientras regresaba cuando me topé de frente con Gonzalo.

Continuará…

jueves, 15 de septiembre de 2011

Cocineros al Límite 2 (mi primo en un reality show)



Si de algo puedo jactarme en esta vida, es de tener una gran familia. Tanto en calidad como en número, mis estirpes materna y paterna son mi gran tesoro. Entre abuelos, tíos, primos y sobrinos, hay de todo: amables, inteligentes, sangrones, talentosos, guapas, feos, maestros, aburridos, divertidos, despistados, bloggeros, americanistas, enojones, atlantistas, profesionistas, magos, y mucho más. Poco a poco les iré hablando de ellos, pero en esta ocasión quiero escribirles sobre mi primo Juan José y su próximo debut en un Reality Show de corte internacional.

Su nombre completo es Juan José González Macías. Vive en Irapuato, pero varias veces al año viene al DF de visita. Toda nuestra vida hemos convivido juntos, incluso alguna vez su familia amablemente me invitó a Orlando. Podría mencionar una infinidad de anécdotas a lado suyo, y aunque en la actualidad nos hemos distanciado un poco, siempre le tendré un gran cariño. Así, cada que recibo una noticia sobre el suelo recibirla con alegría. Así fue cuando a principio de año me enteré que Juan José había sido seleccionado para participar en la segunda temporada de “Cocineros al Límite”, el Reality Show transmitido por en sistemas de cable por el canal Utilísima.

Juan José estudió Gastronomía un par de años en Argentina y en la actualidad es un gran chef, motivo por el que decidió audicionar para formar parte de “Cocinero al Límite”. Tiempo después nos confirmó que había sido elegido y viajaría a Colombia para participar en el proyecto. Desde entonces, toda la familia ha estado al pendiente y ansiosos porque el programa salga al aire, cosa que por fin sucederá el fin de semana.

Independientemente de que mi primo participe en él, el concepto de “Cocineros al Límite” se me antoja por demás interesante. Los chefs (y hermanos) colombianos Jorge y Mark Rausch compiten entre sí, cada uno tendrá a su cargo un equipo conformado por participantes procedentes de toda Latinoamérica, los cuales irán cumpliendo complicados retos gastronómicos y se irán eliminando hasta obtener un ganador. ¿Interesante no? Por eso, los invito para que el próximo domingo 18 de septiembre sintonicen el canal Utilísima en su sistema de cable local a las 20hrs (tiempo de México) y disfruten de éste reality show en el que participa mi primo. Más les vale apoyarlo. Las repeticiones son los domingos a las 23 hrs, y los martes a las 20 y 23hrs. Cualquier duda, consulten la programación del canal.

Les dejo una foto que me tomé hace poco con Juan José (al centro) y con Luis Felipe (izquierda), otro de mis primos.


martes, 13 de septiembre de 2011

El futbol y los blogs nos unen

Una de las cosas maravillosa que deja el tener un blog y participar regularmente en las redes sociales, es la posibilidad de hacer amigos. Así me pasó con el buen Raúl V. Ortíz. Teníamos años de leernos. Sin habernos topado nunca de frente, pues yo vivo en el DF y él en Saltillo, por medio de nuestros respectivos blogs sabíamos más o menos como iban nuestras vidas. Desde los primer intercambios de mensajes hicimos empatía, máxime cuando descubrimos que además de ser bloggeros compartimos una pasión más: le vamos al mismo equipo de futbol, el Atlante.

Hace una semana, precisamente en un comentario en éste blog, Raúl me preguntó si asistiría al encuentro entre el América y nuestros adorados Potros de Hierro, pues el vendría a la Ciudad de México para asistir al partido y quizá podíamos saludarnos. Finalmente, el pasado domingo fui al Estadio Azteca. Durante lapsos del juego busqué sin éxito a Raúl entre las gradas. Como era de esperarse el Atlante le pegó un baile al América y se llevó la victoria por 1 a 0. Fue hasta que abandonaba el estadio, acompañado por decenas de aficionados atlantistas, cuando se dio el encuentro. Amable y sencillo el buen Raúl se acercó a saludarme. Nos dimos un abrazo, tuvimos una breve charla, saludó a mi amigo Ángel y a mi novia, nos tomamos la foto del recuerdo y nos despedimos.

Todas las veces que me he topado con personas a quienes leo, me leen o no leemos han sido sumamente especiales. Ahora no fue la excepción. Sus letras y el haberlo conocido me confirman que Raúl es una persona íntegra y noble, la sinceridad se le escapa por los ojos. Éste blog me sigue dando muchas satisfacciones, como el poder hacer amigos a los que de otra forma nunca habría llegado. Fue un gusto conocerte Raúl, espero sea el primero de muchos encuentros. Mientras tanto lean su blog, no se arrepentirán, es genial:
http://raulvortiz.wordpress.com

Acá la foto del recuerdo:

domingo, 11 de septiembre de 2011

Mi recuerdo del 11 de septiembre





Una de las características de un día histórico, es la de quedarse grabado en nuestra propia existencia. Instantes que uno recuerda no tanto por haberlos vivido de cerca, sino por la manera en la que nuestra rutina se vio afectada por algún acontecimiento que cambio el rumbo de un país, o incluso, de la humanidad misma. Todos recordamos, o hemos oído historias de lo que cada quién hacia, cuando el 19 de septiembre de 1985 un sismo de gran intensidad devastó una parte de la Ciudad de México. Lo mismo sucedió con la muerte del Papa Juan Pablo II en el 2005. Habrá varios ejemplos de estos momentos que se tatúan en el imaginario colectivo, y hacen que el mundo contenga por segundos el aliento, pero ninguno como el del 11 de septiembre del 2001. Éste es mi recuerdo de ese día.

Sucedió exactamente hace diez años. Un martes para ser más preciso. En ese entonces tenía 19 años y estudiaba el tercer semestre en la carrera de Ciencias de la Comunicación en la UVM Campus Tlalpan. Me levanté cerca de las 7 de la mañana, tomé un desayuno ligero, me di un baño y preparé los últimos detalles para partir rumbo a la Universidad. A lo lejos, del televisor me llegaron los ecos del noticiero matutino. Reportaban fuego en una de las Torres Gemelas de la ciudad de Nueva York. No le di la menor importancia, la imagen de un edificio lleno de humo me resultaba intrascendente. Justo salía de casa cuando en el mismo noticiero escuché que el incendio había sido ocasionado por el impacto de un avión comercial en uno de los edificios más altos de Manhattan.

Caminé un par de calles y atravesé un parque. La mañana estaba soleada y el cielo carecía de nubes. Tras un poco de espera, abordé un microbús y alcancé lugar pegado a una ventana en los asientos traseros. El chofer sintonizaba en la radio una estación de música pop que súbitamente cortó su transmisión para dar la noticia de lo que sucedía en Nueva York, e informar que hacia menos de cinco minutos, otro avión se había impactado en la otra de torre. La indiferencia inicial de los pasajeros del camión en el que me encontraba cambió por murmullos de sorpresa. La hipótesis de un acto terrorista cobraba fuerza en los locutores. Información confusa iba y venía. Ni siquiera sentí la media hora de camino. No quería dejar de oír la narración de lo que parecía imposible. Algo verdaderamente insólito estaba sucediendo en Nueva York, la ciudad que en cientos de películas hemos visto destruida por grandes dinosaurios, naves extraterrestres y amenazas inimaginables se encontraba sumida en el caos. Aquel día todos nos sentimos inmersos en la trama de una película, en la que por desgracia no había efectos especiales ni superhéroe capaz de salvarnos.

Descendí del microbús, caminé una calle y bajé por un túnel de los que atraviesan por debajo Calzada de Tlalpan. Todas las televisoras de los comercios mostraban la imagen de ambas torres llenas de humo. Gente apilada en los comercios comentaba lo que sucedía. Más de una ocasión escuché la frase ‘no es posible’. Abordé un segundo camión en el que el conductor también sintonizaba en la radio otro programa informativo. La nueva noticia me hizo estremecer: en Washington, un tercer avión se había estrellado contra las instalaciones del Pentágono. En cuestión de minutos el país más poderoso del mundo estaba contra las cuerdas y el resto del mundo en vilo. Las notas seguían confusas y la información era muy poca, sin embargo, la teoría de los ataques suicidas era unánime, y se confirmaría cuando el rumor de un cuarto avión secuestrado se diseminaba en las redacciones de los medios informativos.

Bajé del segundo camión y caminé hacia mi universidad como autómata, tratando de procesar lo sucedido. Al ingresar al campus noté un ajetreo muy diferente al de un día común. Todos iban y venían. Las televisiones de los pasillos proyectaban la misma imagen que desde hace una hora venía persiguiéndome. Entré al salón antes de que comenzara la clase de las 10. Salvó algún despistado, todos comentaban en voz baja sobre los ataques. Alguien encendió el televisor y todos guardamos silencio. No es fácil que una treintena de jóvenes de veinte años permanezca quieta, y sin embargo, esa mañana sucedió. Cuando la maestra de periodismo entró, nos dijo que aprenderíamos mucho más de la materia viendo la cobertura noticiosa por televisión de lo que entonces calificó como ‘un hecho sin precedentes’.

Colapsó una Torre, después la otra. El Pentágono continuaba en llamas y el cuarto avión secuestrado se impactó en una zona rocosa. El presidente norteamericano se encontraba en el avión presidencial volando pues se decía, no había sitio seguro para él. Todos los edificios y dependencias norteamericanas, incluida la Casa Blanca fueron desalojados. Las imágenes de paranoia y terror contrastaban con las imágenes de celebración que tenían lugar en varios países del mundo árabe. Videos e imágenes cada vez más impactantes seguían saliendo a la luz. Diferentes ángulos de la colisión del segundo avión o personas lanzándose desesperadas de las Torres a punto del derrumbe me perturbaron el corazón. Ese día la instrucción en la Universidad fue simple: quién quiera puede irse. No sé por qué me regresé, tampoco hubiera sabido a qué quedarme. De vuelta en casa, mi papá seguía con asombro lo que sucedía. Intercambiamos algunos puntos de vista y seguimos viendo en vivo la película de terror. Aquella tarde y noche no hicimos más que aumentarnos los miedos y el abandono. Ese martes no hubo monologo de Adal Ramones en Otro Rollo, tampoco risas ni chistes. Ni falta hicieron. Alejandro Sanz suspendió la grabación de su disco MTV Unplugged y meses después lo haría iniciando con una canción dedicada a los acontecimientos del 11 de septiembre. Hasta la fecha, cada que la escucho siento un hueco en el estomago.

Antes del 11 de septiembre del 2001 no sabía que en Nueva York había dos Torres Gemelas, mucho menos que ambas formaban el World Trade Center. Por años me tocó presenciar guerras e intervenciones en las que Estados Unidos hacía y deshacía el mundo a su entero antojo, sin recibir castigo alguno. Entonces sucedió lo que acabo de narrar. Y el cazador se volvió la presa. Ver rendidos y llenos de pánico a los orgullosos norteamericanos transtornó a todos y nos untó la sensación de desamparo. ¿Si eso le pasó a la nación más poderosa, qué podemos esperar los demás?

Un cierto luto cubrió a todos esa semana y las venideras. Los análisis de lo ocurrido daban paso a más datos, cifras, videos y fotos que de poco valían cuando el mundo sólo quiere cerrar los ojos y dejar de pensar. Escenas impactantes. Una ciudad llena de polvo y ruinas. Cientos de víctimas, consecuencias funestas y tomadas al vapor que aun hoy siguen sin mostrar su verdadera utilidad. Eso y más dejaron estos atentados que cambiaron la historia para siempre. Héroes anónimos, historias increíbles, familias rotas, una sed de venganza enfermiza y el horror de comprobar los alcances de la intolerancia humana.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Abril Rojo, y vuelve mi angustia



Aunque la leí hace cinco años, nunca les hablé de ‘Abril Rojo’, novela que le valió a Santiago Roncagliolo, escritor peruano, el Premio Alfaguara de Novela 2006. La historia es fascinante y hasta cierto punto aterradora. Está basada en los sangrientos asesinatos que tuvieron lugar durante la semana santa del año 2000 en Ayacucho, Perú. Narrado a modo de diario, con algunos delirios intercalados, la novela es protagonizada por el fiscal Félix Chacaltana (que nunca ha hecho nada malo, ni bueno, ni nada que esté fuera de los códigos civiles), y sus desesperados intentos por resolver el enigma detrás de estos crímenes. Así, Roncagliolo recrea perfectamente el terror sembrado por el grupo terrorista ‘Sendero Luminoso’ en aquel país andino, por medio de una magistral narrativa llena de ritmo, terror psicológico, miedo e intensidad.

Ayacucho, en quechua, significa ‘Ciudad de los Muertos’. Gracias a esta novela, mi interés por la historia peruana y todo lo referente a Sendero Luminoso creció considerablemente. Dicen que leer es viajar. Con ‘Abril Rojo’ pude internarme en las tradiciones ayacuchanas de la semana santa, que dicen, son únicas en el mundo. Conocí la corrupción en las esferas militares, policíacas y políticas de un país que en los ochentas, sufrió uno de los mayores baños de sangre en Latinoamérica gracias al terrorismo. Me adentré en las ideologías y creencias de los senderistas, algunos de los cuales ahora purgan cadenas perpetuas. Aprendí mitos y tradiciones incas, pero sobre todo supe cómo vive la gente de ese país, al que ahora tengo unas ganas locas de visitar.

Al final la trama se va enredando. Como buen Thriller, uno termina sospechando de todo y de todos los personajes, y no quiere dejar de leer para saber qué sigue. Los asesinatos aumentan, los personajes enigmáticos y circunstancias se suceden una a otra. Por eso escribí estas líneas, para recomendarles esta maravillosa novela, y agradecerle de alguna u otra forma a su autor el maravilloso mes que pasé leyendo su historia.

Leí ‘Abril Rojo’ en 2006. Año electoral en un México que poco imaginaba verse inmerso en una guerra despiadada contra el crimen organizado. En ese entonces los terroríficos sucesos de la trama de la novela de Roncagliolo si bien me inquietaban, me parecían lejanos. Hoy tristemente resultan familiares y hasta cierto punto paralelos a la realidad mexicana. Por fortuna, la literatura también sirve para sentirse acompañado en los problemas y curarse los miedos.

Cuando termino de leer una buena novela como ‘Abril Rojo’, y la recuerdo tiempo después, vuelve mi angustia de siempre. No puedo evitar pensar que tal vez devorar libro tras libro no es tan bueno, pues en mi cerebro cada vez se van almacenando más y más historias, nombres, paisajes, situaciones y escenas que si bien guardo como tesoros, cada vez se me hace más difícil tenerlas frescas en mi pensamiento. Al menos no del modo como quisiera. A veces recapitulo e intento recordar la trama o algún nombre, y me doy cuenta que el tiempo comienza a hacer estragos.

A veces me gustaría ser una máquina para guardar datos sin temor a perder información alguna. Pero si fuera así, dudo que disfrutara tanto la literatura. Quisiera detenerme un año, decir alto y releer mis libros favoritos. Tampoco podría, sería perder tiempo y nuevas historias que esperan por mí. Quién fuera inmortal, para poder leer todas las novelas que valen la pena. Lamentablemente moriré sin leer todo lo que quiero.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Torre Latinoamericana y el show por comenzar

Vine al último piso de la Torre Latinoamericana, para ver el fin del mundo. Siempre creí que la primera vez que estuviera en éste mirador sería por un motivo especial, y no me equivoqué. Desde aquí, la Ciudad de México impone. Construcciones prehispánicas, edificios coloniales, construcciones modernas. Todos y cada uno de estos bastiones marcan una época, el inicio y final de eras que nunca volverán. Hoy, viendo el cielo de la antigua Tenochtitlán me da por alimentar la esperanza. Si esta ciudad y sus pobladores han aguantado lo indecible, quizá la buena fortuna nos sonría de nuevo.

Acá estoy, con mis chicharrones de harina bañados en salsa Valentina, mi refresco en bolsa y mi cámara de vídeo. Quiero documentar cómo el Apocalipsis nos hace los mandados, o cómo finalmente, alguien termina por extinguir a los combativos mexicanos. Qué emoción, algo tronó a lo lejos. Comienzo a grabar.



En junio de 2011, ediciones Gandhi publicó mi texto ‘Inventario Final', dentro de “El Último Libro del Mundo”. Éste escrito es el tercero de los tres que mandé y no fueron elegidos en la edición final. Quise aprovechar éste espacio para compartirlo con ustedes.

jueves, 1 de septiembre de 2011

La culpa la tienen Phineas y Ferb

Acá estoy de nuevo, en éste bonito espacio familiar para contarles una más de mis divertidas vivencias al buscar trabajo. No hace mucho les conté como en una entrevista laboral me pusieron a elaborar un examen psicométrico, pues bien, hace un par de semanas fui a otra y al parecer no me fue bien que digamos (sino ya me hubieran hablado ¿no?). Los culpables… unos dibujos animados.

Si como una vez mencioné, mi educación sentimental proviene de las caricaturas, qué de raro tiene que un par de personajes infantiles hayan frustrado uno de mis constantes intentos de conseguir empleo. Todo comenzó un martes cualquiera, cuando recibí una llamada de parte de editorial Notmusa, para citarme al día siguiente en sus instalaciones y presentar algunos exámenes para la vacante de redactor en el portal de un diario deportivo. Bueno, del periódico Récord. Llegada la fecha señalada, me presenté muy puntual en las oficinas de aquella editorial, que por cierto están a todo dar y tienen un agradable ambiente juvenil (no sean gachos si alguien lee esto y trabaja ahí, haga gestiones para que me contraten). Una de las encargadas de recursos humanos me pasó a una especie de sala de juntas en donde otro aspirante justo terminaba de contestar una prueba. Me dio un examen y me dijo que en cuanto acabara le avisara para que lo recogiera.

Examiné las hojas. Se dividía en conocimientos deportivos y gramaticales. Respondía tranquilamente. Disfruté de aquel espacio por unos 5 minutos hasta que la calma se rompió cuando en aquella sala irrumpieron dos muchachos acomodando una mampara que simulaba un remolino psicodélico. Después llegaron unos fotógrafos y detrás de ellos estos dos individuos:




Esos dos extraños seres, aunque no sabía quienes eran, me resultaban familiares. En cuanto me vieron se acercaron y comenzaron a molestarme. Uno simuló analizar mi examen y con la cabeza negaba como diciendo ‘todo está mal’. El otro de plano me quitó las hojas y las aventó. Al poco rato les aburrí y me dejaron en paz. Mientras esas dos ‘cosas’ posaban para la cámara, un trabajador de la editorial se acercó a preguntarme si no quería pasarme a un lugar más tranquilo para seguir con mi examen. Amablemente respondí que no, pues no había tanto ruido como para no concentrarme. Gran error. Un par de minutos después, por la puerta de aquella sala de juntas entraban varios muchachos y muchachas fascinados por tener ahí a esos dos personajes deformes que seguía sin identificar. Después de las fotos para el periódico, las botargas se quedaron ahí paradas, mientras uno por uno de los curiosos se tomaba fotos con ellos. Fue tal el éxito que hasta se formó una fila de trabajadores ansiosos por llevarse su imagen del recuerdo. Intentaba concentrarme, pero para mi desgracia la mayoría de los presentes eran mujeres, y muchas de ellas estaban sentadas en las mesas en las que yo intentaba por probar mis capacidades laborales. Entonces, no sólo luchaba contra el ruido y desorden, sino también contra las sentaderas que esas muchachonas ponían frente a mí. Así, entre pompas y flashazos pasaron unos veinte minutos.

La sala se fue vaciando. Antes de irse, esos dos muñecos cabezones nuevamente fueron hacia mí. Esculcaron el libro que traía, me despeinaban y de nuevo lanzaron mi examen por los aires. Justo al retirarse, uno de los fotógrafos alcanzó a decir –“pobre chavo, ni lo dejaron concentrar en su examen”. Y la verdad es que no. A pesar de que sabía casi todas las respuestas de índole deportiva, y en ortografía me defiendo bastante bien, el barullo ocasionado por esos dos visitantes pudo ocasionar que pasara por alto algún detalle. De cualquier forma, ya con aquel cuarto vacío y en total calma intenté darle un repasó más a mi prueba, pero no me quito la idea de que pude haberlo hecho mejor.

No me han hablado. Me da coraje porque en verdad me encantaría trabajar en un medio impreso. Mi coraje aumentó cuando un día, cambiando de canales en la televisión me topé con la imagen de esos dos desgraciados que en parte ocasionaron mi desgracia. Entonces supe sus nombres: Phineas y Ferb. Seguí viendo la caricatura y supe que eran medios hermanos. Sin darme cuenta, mi odio se fue transformando primero en curiosidad, después en simpatía. Supe que todo se había ido al carajo, cuando me descubrí buscando en la programación de cable los próximos horarios en los que podría ver más de esos episodios.



¡Que a toda madre, no me dieron el trabajo y me volví adicto a una serie animada! He visto no sé cuantos capítulos de Phineas y Ferb y no me cansó. Para quienes aun no hayan visto esta caricatura, les diré que es una maravilla. Divertida, inteligente, ágil y fresca. Trata de dos hermanastros que para no aburrirse en sus vacaciones veraniegas, se dedican a concebir como hacer de cada día algo divertido. Así llevan a cabo los planes más disparatados e increíbles, mientras su hermana Candace batalla sin éxito por acusarlos. Paralelo a esto, los capítulos se complementan con Perry el ornitorrinco, la mascota de Phineas y Ferb que en realidad es un agente secreto (del que soy bien, pero bien fans), destinado a frustrar los malévolos planes del Dr. Doofenshmirtz. Ambos contextos terminan complementándose hacia el final de cada aventura, dando como resultado un entretenido enredo. Con gags muy marcados y un humorismo lleno de creatividad, Phineas y Ferb ha logrado en muy poco tiempo reclutar a una gran cantidad de seguidores. Entre ellos yo.

Aquel día que fui a la redacción de Récord aquellas botargas promocionaban la próxima película de Phineas y Ferb. Sospecho que querré verla. Por lo pronto esta serie me sirve para aprender la moraleja: cada día puede convertirse en una nueva y maravillosa aventura, de eso también tienen la culpa Phineas y Ferb.