martes, 29 de abril de 2014

El dilema del policía


Sucedió hace un par de semanas, un martes de abril alrededor de las 3 de la tarde, para ser más exactos. Me encontraba atorado en el tráfico, acompañado de mi novia, quien dormía apaciblemente en el asiento del copiloto después de un día de trabajo. La idea era ir a comer a un restaurante. 

Quizá sea correcto dar mi ubicación, para que aquellos que conozcan la Ciudad de México puedan darse una idea de dónde ocurrió lo que estoy por relatarles: Me encontraba en la calle Xola, también conocida como Eje 4 Sur o incluso como avenida Te, a la altura de la estación de Metrobús Upiicsa, en la Colonia Granjas México. Estaba en los carriles de la derecha, un tanto atontado por el sol, mientras esperaba que el semáforo se pusiera en marcha y poder avanzar un poco más. 

En esas andaba cuando de pronto escuché algunas groserías y mucho alboroto. Al levantar la mirada ví que de un Tsuru que estaba dos autos delante del mío, bajaron dos hombres que amenazaban a otras dos personas que se echaron a correr. Las dos personas que huían traían pistolas, las dos personas que las perseguían también. 

Los hombres que escapaban y quienes los seguían venían en dirección hacia dónde nos encontrábamos. En medio de la carrera los segundos intentaban apuntarle a los primeros. Sabiendo que pasarían a lado nuestro y temiendo que algún disparo se le escapara a alguno, tomé la cabeza de mi novia (que seguía dormida) y la incliné hacia mí, tratando de anteponer mi cuerpo sobre el suyo para protegerla, mientras con una de mis manos intentaba subir el vidrio de su puerta. Ella despertó por lo inesperado de mis movimientos y enojada me preguntó qué me pasaba, lo único que pude responderle fue que no alzara la cabeza. 

Los cuatro hombres pasaron corriendo a nuestro lado y se metieron en una de las estrechas calles de esa colonia, alejándose de la avenida en la que estaba. Lo anterior sucedió en apenas un 

Como si todo se tratara de una sincronía planeada, el semáforo cambió a verde y los vehículos comenzaron a avanzar. En ese momento, el Tsuru del que habían bajado los dos hombres dio vuelta en “U” de forma temeraria e imprudente, circulando en sentido contrario a toda velocidad y adentrándose en la calle en la que momentos antes habían entrado perseguidos y perseguidores. 

Entonces, corriendo detrás de todos ellos, atravesando la calle sin importarle los autos que comenzaban a transitar, iba un policía, quien iba desenfundando su pistola y también entraba en la calle antes mencionada. Llegó mi turno de avanzar y me alejé de ahí. 

* * * * *

Minutos después entramos a un Vips. Después de explicarle a mi novia lo que había ocurrido ambos formulábamos posibles teorías sobre lo que habíamos visto. ¿Un asalto donde los delincuentes no esperaban que sus victimas estuvieran armadas? ¿Un pleito personal? ¿Ajuste de cuentas entre narcomenudistas? Nunca lo supimos. A decir verdad, lo que en realidad nos inquietaba era la suerte de aquel policía que había decidido cumplir con su deber e ir detrás de aquellos sujetos armados. 

Seguramente el policía se encontraba cubriendo su turno en la estación del metrobús y cuando vio lo sucedido decidió intervenir y a toda prisa abandonó su puesto para ver qué sucedía. 

Por más que busqué en las noticias y en redes sociales no encontré ni una sola mención sobre lo ocurrido, por lo tanto, tampoco supe la suerte de aquel policía cuya acción me pareció heroica. Sea cuál sea el motivo de aquel pleito, se requiere mucho coraje para ir corriendo detrás de cuatro sujetos armados que sabrá Dios a que estaban dispuestos. Muchos en su lugar hubieran preferido no arriesgar su vida ni meterse en problemas, total, su responsabilidad era lo que ocurre dentro de la estación de Metrobús, no fuera de ella. 

En tiempos en los que la policía goza de tan poca aceptación social, y a menudo son poco respetados por la gente, ver a uno de ellos arriesgar su vida por el bienestar de los ciudadanos es algo que me hace confirmar que no todo está mal en este país y en sus instituciones. Hay gente buena y dedicada que día a día salen a dar lo mejor de sí mismos y a cumplir su chamba con creces. 

Probablemente ese policía jamás leerá esas palabras, pero seguramente lo hará alguna persona que de una u otra forma haga algo por sus semejantes, para ellos va este texto. 

martes, 22 de abril de 2014

De qué hablo cuando hablo de correr


Hace un año corrí mi primera carrera de 5 kilómetros, desde entonces, en la medida de lo posible me he dedicado a esta práctica deportiva. Primero corría por mi cuenta, después me lesioné, estuve unos meses inactivo y finalmente me integré a un club de corredores, en donde he comenzado a entrenar de forma continúa, he mejorado bastante tanto en tiempos como en técnica y en unas semanas espero correr un 12k.  

Poco a poco, correr ha ido volviéndose parte de mi vida, al grado de que justo ahora, cuando una nueva lesión amenaza con interrumpir esta pasión no puedo sino sentirme un poco angustiado. En fin, de eso les contaré en otra ocasión, el chiste, y lo que realmente quiero dar a entender, es que ahora relaciono muchas cosas de mi vida con correr, y leer no es la excepción. 

Hasta hace un par de años jamás hubiera pensado en leer un libro dedicado completamente al arte de correr; si bien me encanta devorar libros, sobre todo novelas, nunca pensé que un libro sobre el tema llegaría a parecerme atractivo y aleccionador. 

Y es que hace unos días terminé de leer De qué hablo cuando hablo de correr, libro del escritor japonés Haruki Murakami, de quién he leído otros títulos como Tokio Blues y Al sur de la frontera, al oeste del Sol. Sin embargo, nunca había leído algo de este autor que no fuera ficción. 

Para nadie es un secreto que Murakami es un escritor muy celoso de su vida personal, al que no le gusta figurar públicamente y por consiguiente, saber detalles sobre su vida se vuelve algo complicado. Eso quizá sea lo primero que vuelve a este libro interesante, pues como nunca, este reconocido escritor brinda un texto con tintes autobiográficos: por más que hable de correr, nos deja entrever gran parte de su pensamiento y del proceso creativo que sigue en sus obras literarias.

¿Qué hacia Murakami antes de dedicarse a la literatura? ¿En qué momento especifico decide aventurarse a escribir? ¿Cuál es su rutina diaria? ¿Qué considera que debe tener un aspirante a novelista? 

Durante las más de 200 páginas que integran este libro, el lector descubre aspectos desconocidos de la mente que está detrás de varios de los libros más vendidos y elogiados de las últimas décadas a nivel mundial. Por eso, si algún lector al que le agrade el estilo narrativo de Murakami, pero no se ha acercado a este libro porque no le gusta correr, comete un gran error. 

Pero, si quién lee este libro es alguien que alguna vez en su vida se ha sentido inclinado por correr o lo ha hecho aunque sea de forma esporádica, entonces la experiencia es redonda. 

Contrario a lo que ocurre con la mayoría de las personas, Murakami comenzó a correr cuando ya estaba entrado en su tercera década de vida, como una forma de mantenerse saludable para poder vivir muchos años escribiendo. Esto paulatinamente se fue volviendo parte de su existencia, hasta que un día, se dio cuenta que había pasado más de dos décadas corriendo de forma ininterrumpida. Supongo que este proceso no es muy diferente al que vivimos todos aquellos que nos apasionamos por correr: comenzamos por curiosidad y cuando nos damos cuenta se nos hace indispensable para sentirnos completos. 

Sí, deben decir: pinche Gabriel exagerado, si a duras penas llevas unos meses corriendo, pero de verdad así ocurre. 


De qué hablo cuando hablo de correr está estructurado a modo de diario, así podemos acercarnos a las angustias, inquietudes y pensamiento de alguien que se prepara para competencias de distintas índoles.

Cuando supe que además de escritor, Murakami era corredor (dos aspectos en apariencia poco compatibles), lo primero que hice fue mostrar incredulidad. Después con el libro en mano, descubrí que tal dualidad no sólo es posible, sino que además tiene cierta lógica. 

Aunque todo el libro vale la pena, las partes más emocionantes y mejor logradas son cuando el autor narra con lujo de detalles y con una técnica narrativa muy depurada, las experiencias que vivió en algunas de sus carreras más significativas, como la primera vez que corrió la distancia de un maratón, siguiendo la ruta de Atenas a la ciudad griega de Maratón (sí, de ahí viene el nombre de esta prueba); su participación en maratones como el de Boston o Nueva York; la extenuante ocasión en la que corrió 100 kilómetros en una ultra maratón; y hasta sus vivencias en algunos triatlones. 

Este libro viene acompañado con algunas fotografías que ilustran varios de los momentos mencionados a lo largo del libro. 

No fueron pocas las veces que durante su lectura sentí deseos de ponerme los tenis y comenzar a correr. Seguramente esta experiencia la tendrá cualquier corredor que tenga el acierto de acercarse este libro, y con un poco de suerte, este impulso se replique en aquellos que jamás han corrido, pero que gracias a la pluma del autor terminen contagiados, se pongan unos tenis y salgan a vivir por ellos mismos lo que tanta gente disfruta a pesar de los sufrimientos y las lesiones. 

De qué hablo cuando hablo de correr es un libro que habla de la vida misma, vista a través de un deporte apasionante.

domingo, 13 de abril de 2014

Mi Atlante descendió: la historia de un triste adiós


Uno no elige de quién enamorarse, lo mismo ocurre con el equipo al que seguimos. Sin planearlo, un día descubrimos que sentimos inclinación hacia ciertos colores, hacia un escudo y una idiosincrasia determinada. En mi caso no recuerdo el momento en el que decidí volverme atlantista, sólo sucedió. 

La familia de mi mamá es en su gran mayoría americanista, mientras que mi familia paterna le va al Atlante, aunque cabe aclarar que mi papá era aficionado al Guadalajara. Terminé inclinándome por los Potros, y ahora que lo analizó, creo que ningún otro equipo tiene tanto de mi personalidad como el Atlante. 

No es el club más ganador, tampoco el que tiene más afición o el que avasalla a sus rivales; tampoco se caracteriza por tener a las figuras del momento en el plantel o por poseer mucho dinero en sus arcas. Al contrario, el Atlante, mi Atlante, es un equipo de carencias y lo más común para sus aficionados son las derrotas y el sufrimiento, antes que los triunfos y los momentos de alegría. 

Y sin embargo, en este aparente masoquismo se esconde un hermoso idilio en el que equipo y aficionados se complementan. Los atlantistas en su mayoría son gente humilde, acostumbrada a luchar por salir adelante y a no rendirse a pesar de que todo esté en contra. De igual forma opera el Atlante, club al que se le suele complicar lo sencillo, pero que en contraparte, hace ver como algo fácil lo que para muchos es imposible. 

Todo lo que acabo de escribir podría parecer una tragedia, una especie de castigo o lastre con el que se debe cargar. Y no es así, aunque infinidad de veces la suerte nos ha resultado adversa, también hemos tenido la oportunidad de tocar la gloria de la mano de los colores azulgranas. 

De sus tres campeonatos de Liga, pude ser testigo de dos de ellos (el obtenido en la campaña 1992-1993 y el del Apertura 2007), también lo vi campeón de la Liga de Campeones de la Concacaf en el 2009 y fui testigo de su participación en un Mundial de Clubes en donde llegó hasta semifinales. 

Fui a cientos de partidos, ví grandes victorias, grité muchísimos goles y observé a los humildes prietitos plantarle cara a rivales más poderosos y con mayores recursos. Esta valentía de ir contra la corriente es la que me hizo sentirme cada vez más orgulloso de mi equipo.

Con el paso de los años entendí que no le iba a un equipo cualquiera, al contrario, el Atlante es uno de los equipos más antiguos (fue fundado el 18 de abril de 1916) y tradicionales del futbol mexicano. Nacido en la Ciudad de México, es innegable que la historia de este club es parte de la cultura de la capital del país, por más que sus directivos se empeñen en otorgarle un carácter gitano y continuamente lo cambien de hogar (la última vez a Cancún). 

La gloria de este equipo ha sobrevivido de milagro a malas decisiones administrativas: Cuando se privilegia el tema económico en lugar del deportivo, las cosas tarde o temprano saldrán mal. Los diversos dueños y directivos del Atlante se cansaron de exprimir a la gallina de los huevos de oro, vendiendo a los jugadores que sobresalían y desarmando al plantel en múltiples ocasiones. Tomando esto en cuenta, no resulta tan sorpresivo que el Atlante finalmente finiquitó el cuarto descenso de su historia.

El golpe no llegó de improviso, de hecho fue una larga agonía la que poco a poco nos fue preparando para lo peor, tal y como ocurre cuando se tiene a un ser querido en terapia intensiva y en nuestro interior sabemos que el triste final será inevitable. 

Mentiría si dijera que no me duele, que no lloré de rabia y tristeza cuando se volvió un hecho que mi equipo no jugará el próximo año en la Primera División. Cuando tu equipo desciende es como si se muriera el amor de tu vida, y es que en cierto modo eso es lo que ocurre. Sabes que no es el fin del mundo y que tu vida cotidiana seguirá igual, pero aún así sospechas que las cosas no serán iguales; cuando tu equipo desciende sientes un hueco en el corazón, un vació que estará ahí hasta que las cosas vuelvan a la normalidad, y la normalidad es ver al club de tu predilección en el lugar que merece: compitiendo con los mejores del país. 

Cuando tu equipo desciende, y aunque suene contradictorio, lo amas más que nunca, como si todas esas victorias y derrotas épicas revivieran de golpe en tu corazón y lo blindaran con ese cariño a prueba de cualquier tragedia, de cualquier burla. 


Ahora mismo, mientras escribo estas palabras me vienen a la mente el nombre de grandes jugadores, autenticas leyendas del futbol mexicano que defendieron los colores del Atlante: El Trompo Carreño, Horacio Casarín, Rafael Puente, Sebastian Chamagol González, Ricardo La Volpe, Federico Vilar... una historia casi tan interminable como los muchos momentos que viví en un estadio apoyando a mi equipo sin importar el resultado. Ahora voy cayendo en la cuenta que pocas cosas me hacen tan feliz como ir a un juego del Atlante

Hoy el camino tiene dos vertientes: dejarte o seguir a tu lado. No tengo ni siquiera que pensarlo, elijo irme contigo, descender al mismo infierno y no soltarte. Si no me alejé en los momentos felices, mucho menos lo haré ahora que se viven horas inciertas. Sabrá Dios cuanto tiempo te tome volver al lugar que hoy dejas, lo cierto es que sabré esperar, pues sin ti la Primera División no será igual. 

Sólo espero que ningún federativo quiera revertir este revés a base de billetazos. Sería indigno y no creo equivocarme al decir que los atlantistas preferimos descender con dignidad y no permanecer de forma deshonesta. Ojalá tampoco mancillen tu historia con más cambios de sede o nombre, a menos claro, que sea regresar a tus orígenes en el DF. 

Se cerró un capitulo de tu casi centenaria historia. No es el fin, sólo el principio de un renacimiento que te fortalecerá más. Por siempre y hoy más que nunca, contigo Atlante.

“Les guste o no les guste…”

jueves, 10 de abril de 2014

Las Lágrimas de Shiva; y Totoro


Hay de regalos a regalos, si bien todos son apreciados, hay unos que son más significativos que otros; de eso trata este post. 

Sucede que mi mamá y mi hermana se fueron de vacaciones por más de tres semanas al continente asiático. Visitaron Singapur, la India, Tailandia, Bali (indonesia) e hicieron breves escalas en Hong Kong y Tokio. 

Cuando fui por ellas a su regreso, ocurrió lo de siempre: los que se quedaron ponen al día a los que estuvieron ausentes, a cambio, éstos narran las muchas anécdotas que vivieron durante su viaje; y claro, después viene la entrega de los obsequios que tan amablemente trajeron las recién llegadas de tierras lejanas. 

La verdad no me puedo quejar, me fue bastante bien y recibí cosas muy suaves, sin embargo, en un momento de la repartición mi hermana muy seria dijo: lo que ahora les voy a dar (a mí y a su novio y amigo mío, el Diego Donas) es lo que más caro que costó y es algo que deben cuidar y no quitarse nunca. Entonces nos mostró dos collares que de entrada no parecían nada del otro mundo. 

Son unas lágrimas de Shiva, dijo. En seguida nos explicó que el collar estaba conformado por semillas de rudraksha, consideradas como sagradas por los hindús y a las que les confieren capacidades de protección. 

La historia cuenta que el dios Shiva se encontraba en medio de una profunda meditación en la que llevaba miles de años, aún así, su mente todavía no se encontraba del todo apaciguada. En algún momento del trance, su deseo por ayudar a los seres que habitan en todos los mundos fue tanto, que se conmovió de sobremanera y de sus ojos entrecerrados comenzaron a brotar las más bellas lágrimas que jamás se han visto. Cuando cayeron a la tierra, brotaron plantas de un árbol. 

Conmovido, Shiva otorgó una bendición a la humanidad por medio de las semillas de aquel árbol al que llamó Rudraksha, cuyo nombre está compuesto por Rudra (en relación al dios "Rudra", nombre original de Shiva) y "Aksha" (ojo). 

Los habitantes de la India consideran que las semillas de Rudraksha poseen facultades fecundadores, propician la buena nutrición, tienen poderes curativos (principalmente en el corazón) y le dan paz y serenidad a quien las porta. 

Aunque hay muchas imitaciones, las semillas genuinas son muy apreciadas en aquel país y se consideran como una medicina muy preciada con la que también se elaboran rosarios (mala), con los que se practica la invocación de mantras y se hacen remedios de la medicina tradicional Inda. Cada semilla posee un poco de micropoder de Shiva, y sus múltiples caras están vinculadas a un sistema muy complejo de correspondencias astrológicas, espirituales y terapéuticas. 

Mi hermana dijo que los collares con semillas de Rudraksha negras y genuinas eran los más apreciados y caros. Y precisamente los que nos había traído pertenecían a este grupo. 

Cuando me entregó el mío tuve miedo de romperlo mientras me lo ponía. Aunque al principio parecía que no cabría por mi cabeza, de algún modo cedió y desde hace más de una semana lo traigo en el cuello. Mi intención es jamás quitármelo hasta que se caiga sólo.   
Además de los efectos positivos que se supone, este collar tendrá en mi salud (sobre todo en mi corazón), de que evita el envejecimiento y de que puede aliviar el estrés, la ansiedad, la depresión y la falta de concentración de quién lo porta, está el detalle de que mi hermana haya pagado tanto por él y me lo trajera de tan lejos. 

Muchos sabios y santos que desearon llevar una vida sin miedo a las fronteras terrenales y que buscaban la liberación y la iluminación de sus almas han usado desde hace miles de años estos rosarios de semillas de Rudraksha. 

(Incluso Shaka de Virgo, en Los Caballeros del Zodíaco, posee uno de estos collares, y ya ven, era de los meros meros). 


Es raro pensar que poseo micropoder de Shiva y que del cuello traigo colgando un objeto hindú sagrado. No lo negaré, portarlo me reconforta y me hace sentir bien. Desde ya es uno de los objetos más preciados que tengo y me siento profundamente agradecido de que mi hermana me haya elegido para ser el destinatario de tan especial regalo. 

Y también Totoro… 

Otro regalo de los que recibí, fue un pequeño Totoro de peluche que compraron en el aeropuerto de Tokio. Quienes no ubiquen a Totoro, se trata del protagonista de la película Mi vecino Totoro de Hayao Miyazaki, y que también es usado como el logotipo de Estudio Ghibli. 

Totoro es tan popular en Japón, que su imagen se encuentra tan arraigada y está en todos lados en el país del Sol Naciente. Su impacto cultural es comparable al de Mickey Mouse en occidente. 

En la película Totoro es un tierno espíritu guardián de un bosque al que sólo pueden ver las personas con corazón puro. Recibirlo como regalo también lo interpreto de muchísimos aspectos que me guardaré para mis adentros, pero que al igual que el collar de Lagrimas de Shiva, me hace tenerlo como un articulo invaluable sentimentalmente. 

Y esta es la historia de dos de los mejores regalos que he recibido en mi vida.

sábado, 5 de abril de 2014

Wicked, el musical


- ¿Cuál es la mejor forma de mantener unida a la gente? Fácil, dales un enemigo en común.  

El año pasado, en este mismo blog les conté que hace varios años mi amigo Huriat me contó sobre una obra de teatro que estaba basada en la historia de la malvada bruja verde del Mago de Oz. Durante mucho tiempo quise saber más al respecto, hasta que me enteré que aquella puesta en escena estaba basada en un libro del mismo nombre, el cual leí en cuanto tuve la oportunidad. 

Justo cuando iba terminando su lectura (si dan clic aquí pueden leer mi reseña sobre el libro) se dio a conocer que esa obra sería montada en la Ciudad de México. Por supuesto hablo de Wicked, el musical más exitoso de todos los tiempos, mismo que tuve la oportunidad de ver hace unos días 

Quizá suene exagerado decir que cumplí un sueño, aunque en verdad llevaba años anhelando ver esta obra. Por eso, en cuanto se estrenó en nuestro país supe que no podía dejar de verla por más que los boletos tuvieran un precio tan elevado como los de Broadway. Pero para eso trabaja uno, para darse sus gustos de burgués aunque sea muy de vez en cuando. 

Total, que a pesar de tener dudas sobre si saldría satisfecho o no, compré mi boleto. Y saben, no me arrepiento ni tantito. 

Confieso que no me considero un conocedor del Teatro Musical, de hecho sólo he visto unas cuantas obras de ese tipo. En cambio, el universo literario de la novela Wicked lo ubico y muy bien. Escudado en esa premisa me atrevo a dar mi opinión sobre dicha obra (además, claro, de que es mi blog y yo hablo de lo que quiera). 

Debo ser justo y decir que la magia empieza desde que uno entra al teatro y ve en la parte alta del escenario al gran Dragón del Tiempo (quienes han leído la novela saben de su importancia). Llámenme cursi, pero para mis adentros me sentía como sí efectivamente estuviera ingresando en Ciudad Esmeralda cuando percibí tantos tonos verdes en el escenario. 

Y dan la segunda y luego la tercera llamada y comienza la acción: música fastuosa, bailarines ataviados de color verde y entonces, en una burbuja desciende una bruja buena de nombre Glinda, que le comunica de modo triunfal al pueblo de Oz que la malvada bruja verde del oeste finalmente ha sido derrotada y asesinada. A partir de ahí comienza un viaje al pasado que gira entorno a esa enigmática bruja de color singular a la que muchos consideran la mala del cuento. 

Este planteamiento de Wicked fue el que me sedujo desde un principio: la idea de que la odiada Bruja verde en realidad no es tan mala como pensamos, y que todas y cada una de sus acciones tuvo un por qué siempre me intrigó. Desde este punto parten tanto la novela como su adaptación teatral. 

Minutos después ocurre el momento mágico en el que Elphaba, la protagonista de esta historia aparece en escena. Acepto que me emocioné ¿cuantas veces tiene uno la oportunidad de ver de frente a una de las protagonistas de uno de tus libros favoritos? Desde entonces inicié un viaje más que interesante; no sólo disfrutaba esa obra que anhele ver desde hace tanto tiempo, sino que además podía ir descubriendo las variaciones que hay entre libro y obra de teatro. 

Contrario a lo que pasa en otras ocasiones, estos cambios entre obra literaria y adaptación no me desagradaron, al contrario, ver cómo una historia que de antemano ya conocía muta ante mis ojos y se desarrolla por sí misma como sí se tratara de un ser vivo me pareció muy ilustrativo. 

Debo reconocer que libro y musical son muy diferentes entre sí. Aunque parten de la misma base y mantienen la esencia del mensaje central de la historia, hay momentos en los que tanto la trama como los personajes toman rumbos muy distintos. Lo destacable es que después de confrontar ambas versiones ninguna desmerece y ambas valen mucho la pena. 

Wicked, el musical, le da todo el peso de la historia a la relación entre Elphaba y Galinda, dos jóvenes tan distintas entre sí (una es verde, la otra rubia; una popular, la otra solitaria) cuando ambas estudian en el mismo instituto. Así, entre extraños sucesos en el colegio y vaivenes amorosos entre los alumnos, la amistad entre ambas florece. 

A la par de estas historias, vamos reflexionando sobre los mecanismos de manipulación que tiene el poder, siendo Wicked un interesante tratado acerca del manejo mediático y del sesgo informativo a conveniencia que sigue siendo un tema muy actual. En un marco así, resulta comprensible que las cúpulas de poder en Oz (encabezadas por el omnipresente Mago) se muestren interesadas en acallar a los Animales que hablan o en intentar contar con los favores de una bruja con poderes sobrenaturales. 

Por su estructura, la fuerza de esta obra recae en el personaje de Elphaba, una chica que a pesar de sus escasas habilidades sociales y de la difícil vida que ha tenido, posee un carácter fuerte y decido que la lleva a desafiar a todos mientras lucha contra las injusticias que sufren aquellos que como ella, son diferentes. En este caso, el papel fue interpretado por Danna Paola, una actriz de televisión muy joven de la que confieso tuve mis dudas en cuanto me enteré que sería la encargada de desempeñar tan importante papel. 


Esa tarde con su actuación y fuerza vocal Danna Paola me calló la boca. Con ella el papel de Elphaba y sus distintas personalidades se materializan en escena: Fuerte o vulnerable de acuerdo a lo que va dictando la historia, con una voz que varias veces hizo que la gente se pusiera de pie al escucharla. ¿Cómo atreverme a negar que casi lloró de emoción cuando interpretó Defying Gravity y se elevó por los aires en uno de los momentos estelares de la historia? 

Uno sabe que una representación artística nos dejó marcados cuando al ser testigos de su ejecución sentimos la piel chinita y un escalofrío nos recorre el cuerpo. Eso me ha pasado en poquísimas ocasiones al leer algún libro, escuchar alguna canción en un concierto, ver una película… o viendo Wicked

Las otras actuaciones y el desarrollo escénico también son una maravilla y no le piden nada a otras puestas teatrales de similar envergadura. Aunque en ellas no profundizo mucho porque ni soy experto y porque insisto, en Wicked lo primero que brilla es su historia, esa que nos narra la historia de una amistad que ni la magia más poderosa pudo romper; de un amor capaz de luchar contra todo; de injusticias por las que hay que luchar; de apariencias y de destinos que se entrelazan una y otra vez. Tal es la historia de la malvada bruja del Oeste, esa que me robó el corazón. 

Terminó la obra y no podía ocultar mi sonrisa. Al final valió la pena lo que pagué; es más, volvería a verla mil veces más. Lo aceptó, me enamoré de Ciudad Esmeralda. 

Wicked se presenta en el Teatro Telcel los viernes, sábados y domingos. ¡Vayan y chillen como yo!