viernes, 30 de noviembre de 2012

Mis aventuras en la FIL, parte 1: Jonathan Franzen y el trabajo sucio de un escritor



Parte del encanto de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, es la posibilidad de toparnos frente a frente con grandes figuras de la literatura internacional. Una de ellas es Jonathan Franzen, novelista estadounidense que el pasado 25 de noviembre encabezó la apertura del Salón Literario.

Si en ediciones anteriores de la FIL, el Salón Literario fue engalanado por escritores legendarios como Orhan Pamuk, José Saramago, García Márquez, Nadine Gordimer, Jaime Sabines o Mario Vargas Llosa, en esta ocasión el encargado de hacerlo no demerita tal honor.

Jonathan Franzen, escritor nacido en Illinois en 1959, es considerado uno de los mejores novelistas estadounidenses de la actualidad. Autor de Ciudad veintisiete (1988) y Movimiento Fuerte (1992), alcanzó fama y notoriedad gracias al talento narrativo que mostró en Las Correcciones (2001), con la que obtuvo el National Book Award y el Premio James Tait Black Memorial.

Nueve años después, su consagración a nivel mundial llegó con Libertad, novela aclamada por los críticos y expertos de un gran número de países.

Con estos antecedentes se presentó Franzen en Guadalajara, donde fue condecorado con la primera Medalla Carlos Fuentes. Presea que recibió arrodillado ante Silvia Lemus, viuda de Fuentes.

“Es un honor el ser el primer ganador de esta medalla, realmente me complace (…) se trata de un reconocimiento a mi entrañable amigo”


Ya en la charla moderada por Jorge Volpi, Franzen profundizó durante hora y media sobre el sucio trabajo del escritor. Señaló que la magia de una obra literaria se desata cuando los lectores creen que lo narrado a modo de ficción es real.

“Digamos que si cuento que me he acostado con dos mil prostitutas en los últimos quince años, eso causaría un efecto poderoso en mi interlocutor, pero el secreto está en lograr ese mismo efecto desde un personaje ficticio, que no tiene inmediatez pero sí más posibilidades de universalizarse por no ser concreto”.

Guiado por Volpi, Franzen habló sobre los personajes de Las correcciones y Libertad sus dos novelas más recientes. El proceso de inspiración y creación que el novelista sigue es primero crear la voz en su mente, para después darle la apariencia y modelarlo de acuerdo a la situación política del momento.

Y es que si algo afecta la literatura de Franzen, es precisamente la política. En ese aspecto, confesó que durante la administración de George Bush sufrió de soledad y depresión, sentimientos que dieron origen a Libertad, palabra por cierto, muy usada en esos días por el entonces mandatario estadounidense.

“En 2004 estaba tan enojado por la guerra y la administración Bush, que no podía desarrollar la novela que quería. El momento político influyó en mis historias”.

Walter, protagonista de Libertad, viene de Minnesota. Se supone que los habitantes del Medio Oeste estadounidense tienen la costumbre de ser buenas personas. Cuando Walter llega a Nueva York y entra al metro se da cuenta que los demás abusaban de su buena voluntad. Dejaba a todos subir al vagón y cuando él quería abordar ya no se lo permitían.

Para Franzen, algo así sucedió con la sociedad estadounidense durante el mandato de Bush: se estaba abusando de quienes eran buenas personas. Walter es ese personaje que tras años de abuso explota. Esto termina siendo una apología de lo que pasó con los estadounidenses.

El novelista dejó ver algunos de sus gustos personales: le gusta escuchar música en el gimnasio y observar aves, también ve las redes sociales como una adicción moderna que funciona como paliativo para soportar la soledad.

Cuando un asistente del público le preguntó qué se sentía ocupar un sitio tan importante en la literatura mundial, Franzen contestó: “Ser escritor es un trabajo sucio, estás demasiado expuesto. Uno nunca debe tener una opinión demasiado elevada de uno mismo”.

Así finalizó una charla enriquecedora y muy interesante, prueba de que un buen novelista siempre tiene mucho que contar sobre lo ya escrito.


*** Nota de mi autoria, publicada originalmente en Sopitas.com

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Despertando del sueño guadalajarense




Adormilado, más ojeroso que de costumbre y con la sensación permanente de estar sin estar. Así he pasado las últimas horas desde que un avión me trajo de vuelta a la Ciudad de México esta madrugada.

Regresé después de pasar cuatro días en Guadalajara, o mejor dicho, en la Feria Internacional del Libro Guadalajara 2012. Decir que estuve en Guadalajara sería tanto como mentir, pues lo cierto es que la Ciudad a penas y la visita ya que la mayor parte del tiempo me la pasé en este que es el festival literario más importante del idioma español.

Y qué les digo… quienes me conocen saben que ese es uno de los eventos que más puedo disfrutar en la vida. En el 2010 fui por primera vez y quedé fascinado, ahora que volví le agarré aun más gusto a esta feria que ya se me hace imprescindible. La primera vez vine por placer. Ahora igual, pero también fui a trabajar.

El medio para el que trabajo me mandó a cubrir el evento, y por supuesto no desaproveché la oportunidad. En parte por eso dejé de escribir estos días en este mi siempre adorado blog. Ahora que estoy de vuelta, aprovecharé los próximos días para ir posteando parte del material que estuve publicando estos días. Textos pequeños pero significativos, escritos en mi cuarto del hotel por las noches y en los que intenté plasmar lo emocionante que me resulta ir a este festival de las letras.

La FIL de este año me dejó muy cansado (y gastado por tanto libro que compré). Fueron días caóticos de ir y venir de una conferencia a otra. De recorrer pasillos interminables llenos de libros, de escribir notas en las noches y por las mañanas, y de dormir muy poco.

Sin embargo la experiencia lo valió… los próximos días les iré compartiendo lo que viví. Por lo pronto, les dejo esta reflexión que escribí cuando acababa de llegar a Guadalajara:

Basta haber sido seducido alguna vez por un buen libro para que este evento se nos antoje imperdible. Ver de cerca a esos escritores cuyas letras nos han hecho viajar a los lugares más lejanos, estar en las presentaciones de los nuevos títulos que seguramente llenarán los estantes de las librerías durante los próximos meses, intercambiar impresiones con otros locos que también ven en los libros una maravillosa oportunidad de ampliar los propios horizontes. A una Feria del Libro como esta se viene a perderse entre millones de obras, mientras esperamos el milagro de encontrar la próxima historia que capture nuestro entendimiento.

En mi caso, ignoro en qué momento caí preso de esta dulce adicción que es la lectura. Supongo que todo comenzó cuando empecé a leer fascinado el “Capulinita”, un pequeño cuentito que narraba las aventuras del personaje interpretado por Gaspar Henaine. Años después, me dio por devorar cómics. Superman, Los Hombres X, Batman o Spiderman, daba igual quién fuera el súper héroe, lo importante era vivir más vidas, estar ante la perspectiva de ser otra persona y vivir aventuras inimaginables sin necesidad de salir de mi cuarto.

Un salto aun mayor se dio cuando una profesora de la prepa nos habló con pasión de la “La Divina Comedia”, novela de Dante Alighieri. La leí fascinado, en cuestión de días aquella formidable historia sobre un hombre que recorre los infiernos buscando a su Beatriz me cautivó. Desde ese momento no he dejado de leer y de adoptar ídolos que no son actores ni músicos famosos, sino escritores.

Kundera, García Márquez, Murakami, Fuentes, Hesse, Rulfo, Cortazar, o Kafka, por citar una injusta minoría, son algunos de los constructores de esos universos en los que he habitado. Un mundo construido en hojas de papel, y que me resulta mucho más vasto y coherente que el real.

Ya veremos que me deja esta FIL Guadalajara, que por lo pronto me recibió con los brazos abiertos.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

La Reina del Sur



“Sonó el teléfono y supo que la iban a matar”

Así de envolventes y cautivantes son las primeras líneas de “La Reina del Sur”, novela escrita por Arturo Pérez Reverte. Y justamente en esa tónica se desarrolla el resto de las páginas que la conforman. Sin dar descanso a los lectores, que fascinados atestiguamos la vida de uno de los personajes femeninos más cautivantes de la literatura hispana de los últimos años: Teresa Mendoza.

Por años estuvo en mis planes leer esa novela de la que cada vez hablaba más gente. Sin embargo, admito que en un principio (por ahí del 2003-2004) el tema del narcotráfico no me interesaba demasiado, quizá porque aun lo sentía como algo ajeno y muy alejado de mi vida cotidiana.

Durante los últimos años esto cambió. Quizá por la edad o porque la situación del país ha cambiado considerablemente, el caso es que a últimas fechas todo lo que rodea al narco ha llamado poderosamente mi atención. Algo tienen esas mafias y su modus operandi que cada vez hacen que busque más y más información al respecto.

Por eso, cuando un ejemplar de La Reina del Sur se cruzó en mi camino, no dudé en leerlo. Así fue como conocí a Teresa Mendoza, o mejor dicho, a las varias “Teresas” que a lo largo de la historia se nos van presentando. Y es que esta novela no habla propiamente del narco, sino de la capacidad de reinvención y transformación de una mujer a lo largo de 12 años emprende una loca huida através de tres continentes distintos.

Una carrera por preservar la vida, y en la que queda demostrado que son las circunstancias las que nos van moldeando. Uno no elije ser quién es, sino el resultado de lo que deciden que seamos quienes nos rodean.

Pero empecemos por hablar de la construcción de esta historia. La Reina del Sur nos muestra un soberbio manejo de los tiempos y técnicas narrativas al servicio de los personajes. Por un lado, atestiguamos cómo un escritor va reuniendo las piezas que ayuden a explicar cómo una joven sinaloense común y corriente, hasta cierto punto tímida, termina convertida en la legendaria Teresa Mendoza, una mujer llena de dinero, poder y dueña de una determinación y coraje que hace temblar al más feroz de los narcos. Por otro lado, se nos narra justamente esos puntos intermedios que ayudaron a que esta ‘La Mexicana’ se ganara el respeto de mafias y autoridades por igual.

Todo comienza cuando Teresa Mendoza recibe una llamada en la que le comunican que su novio, el “Güero” Dávila, un piloto de avionetas dedicado al traslado de drogas para un cártel, acaba de ser asesinado. Entonces ella sabe que sus horas están contadas y que debe escapar antes de que los enemigos de su pareja den con ella y corra la misma suerte. Así, desconfiando de todo y de todos, sintiendo la proximidad de ‘la situación’, finalmente pone a prueba su destreza y valor (atributos que jamás se imaginó tener), e inicia una persecución que terminará de forma espectacular años después.

La Reina del Sur es una historia de corrupción y narcotráfico con sabor muy sinaloense, pero también está impregnada del mediterráneo, de las lejanas costas marroquíes en donde el mar es escenario de un eterno juego de policías y ladrones. Este libro habla de que hasta en el mundo del contrabando hay reglas no escritas, que no se puede confiar en nadie, pero por contradictorio que parezca, también habla de lealtades.

Corridos, un lujoso yate blanco, cigarros y tequilas, una cárcel cuyo tiempo pasa entre libros, barquitos de madera a escala cuidadosamente tallados, una cueva con un autentico tesoro, un ruso y su peculiar amistad, un pistolero a prueba de todo, una roca inmensa cerca de la orilla del mar, un bar en Culiacán donde un hombre bebé solo y triste en las tardes, el miedo al gris de los amaneceres… eso y aun más existe en este lujo de narración

Reconstruir una vida a base de fotografías, de testimonios, de momentos significativos. Sorprenderse de la agilidad mental de quien supo construir un imperio a base de nada y esperó el momento exacto para cobrar venganza. Maravillarse por su capacidad de aparentar frialdad y seguridad, a pesar de estar muriendo de dudas y miedos por dentro. He ahí el encanto de esta novela maravillosa que por semanas me mantuvo con el alma en un hilo.

Terminé de leer este libro y aun dudo sí Teresa Mendoza existió o no. Hasta en eso Pérez Reverte ha sido un genio. Nos sembró una duda que muchos aun tenemos dándonos comezón en la cabeza. Para ser honestos, me encantaría que la leyenda de La Reina del Sur fuera real, sería un desperdicio si una mujer así no hubiera existido…

Pa’ que les digo que no, si sí. 

sábado, 17 de noviembre de 2012

La muela del juicio que ya se fue

Escribo estas palabras desde la convalecencia. Medio dopado por las medicinas, con el cachete inflamado y la boca algo adolorida. Y es que hace dos días me operaron para sacarme una muela del juicio.

Originalmente tenía programada esta cirugía para hace un mes, pero se canceló a última hora. Como no me agradó ni se me hizo profesional el que se suspendiera la operación minutos antes ‘porque no llegó el anestesista’, pues busqué otro consultorio en donde me quitaran la muela.

La mamá de Tania me recomendó un dentista, amigo suyo desde hace años y con el que me aseguró, no me dolería nada. Esto último fue lo que me convenció casi de inmediato. Así, después de una cita de valoración, mi cirugía quedó programada para el 15 de noviembre a las 3 de la tarde.

Ese día llegué puntual al consultorio en donde ya me esperaba el dentista, su enfermera y una cirujana máxilofacial. Después de hacer mi show y unas cuantas bromas estupidas sobre mi operación (suelo hacerlo cuando estoy nervioso), la cirujana me preguntó si me sacaría una o las dos muelas que tengo. Decidí que de momento sólo me extrajera la que me había estando lata, pues la otra podía esperar unos meses más.

Lo anterior no fue solamente por marica, sino porque detectaron que la muela que me había estado dando lata estaba infectando la encia y la muela vecina. Hasta mencionaron que ya me salía pus, por lo que había que ponerle especial atención al problema. En esas circunstancias, prefería primero lidiar con esa muela del juicio y el desastre que estaba causando, y luego centrarme en la otra. Como dicen ‘un problema a la vez’.

Para quienes no los hayan operado por una muela del juicio, les explicaré cómo esta la cosa.

Primero te aplican varias inyecciones en la encia y zonas cercanas a la zona en la que se encuentra la muela. A diferencia de otras veces que me han puesto inyecciones semejantes, esta vez la anestesia fue más  potente, y en cuestión de minutos ya tenía adormecida la encia, la lengua y los labios. No sé cuantos piquetes me pusieron, pero el objetivo había sido alcanzado: ya no sentía nada.

Entonces cubrieron mi rostro con una especia de manta que sólo tenía un orificio por dónde salía mi boca. A partir de entonces no vi nada más. Me pusieron una base de hule para detener mis dientes y la cirujana comenzó a trabajar. De pronto mi boca se llenó de liquido. Sospeché que acababan de abrirme la encia con un bisturí, y aquella humedad era sangre. Por fortuna no sentía dolor alguno.

Mientras todo eso pasaba, la cirujana (a la cual le calculé menos de 40 años y me cayó a todo dar) platicaba con el dentista y la enfermera de temas muy diversos: lo que se compraría en el Buen Fin, cuál era su coche favorito o sobre su ex novio con el que volvía una y otra vez. La verdad todas esas conversaciones ayudaron a que me distrajera y el trámite de la operación se me hiciera más rápido.

En algún momento escuché que la muela del juicio era demasiado grande, por lo que mejor convenía partirla en pedazos. Entonces, con una herramienta que sonaba a taladro, comenzaron a destruir la muela. Salió un pedazo, luego otro, y finalmente, tras batallar mucho, desprendieron el trozo faltante. Con cada jalón aquel diente infernal tronaba, pero no sentí dolor alguno.

Todo esto lo hicieron con mucho cuidado, pues la muela de a lado se encontraba muy cerca y no querían lastimarla más de lo que ya estaba.

Después de revisar que no hubiera quedado alguna raíz, cocieron mi herida. Sentía un hilo ir y venir, pero nuevamente nada me dolió. Así terminó todo. Me recetaron medicamento, me dieron indicaciones y me retiré.

Aquí la maldita desgraciada:


Desde entonces me la he pasado dopado. Tomo analgésicos cada 8 horas, y un desinflamante y antibiotico (por eso de la infección) cada 24 horas. Debo comer nieve continuamente y ponerme hielo en el cachete. Tengo que dormir semi sentado, no hacer esfuerzos físicos ni asolearme. No me he sentido tan mal como pensaba, pero sí un poco incomodo. En esos momentos tengo inflamación y los medicamentos me tienen con mucho sueño y dolor de cabeza. Pero bueno, dijeron que era cuestión de unos 5 días para estar mejor.

El viernes falté al trabajo, y debido al puente me presentaré en la oficina hasta el martes. Espero estar más repuesto para esa fecha.

Y así fue la operación. La verdad esa cirujana hizo un buen trabajo, al final, este calvario está resultando menos pesado de lo que creí. Lo malo es que la otra muela del juicio sigue ahí, amenazante. No esperaré a que me de lata, por lo que en unos 4 meses programaré mi próxima cirugía.

Por lo pronto seguiré recuperándome, espero que la próxima vez que escriba en este blog esté aun más repuesto.

martes, 13 de noviembre de 2012

El eterno Miguel Bosé


Este año ha sido el más “conciertudo” de mi vida: Paul McCartney en el Zócalo, La Oreja de Van Gogh, Emmanuel, Panda, Alejandro Sanz, y Serrat y Sabina.

Bueno, quizá no sean tantos, pero para alguien huraño como yo, acostumbrado a ir a uno o dos conciertos por año, pues la cifra sí fue alta. Igual y ustedes piensan "pues sí, pero ha visto a puro artista para gente grande y aburrida", y puede que tengan razón, pero son mis gustos y me vale si les gustan o no.

Me faltaba un último concierto para cerrar bien el 2012: Miguel Bosé. Muchos y muy buenos comentarios había escuchado respecto a sus presentaciones, sin embargo muchas veces pensé que exageraban, y que en cierta forma, el español vivía de glorias pasadas.

El pasado viernes comprobé que un concierto de este cantante es todo un espectáculo. Como parte de su gira "Papitwo", Miguel Bosé está teniendo una serie de presentaciones en México. A mi me tocó verlo en el Auditorio Nacional el pasado viernes. Al igual que en la mayoría de los conciertos a los que he ido este  año, fue Tania la que me convenció de ir.

Si alguno de ustedes nunca ha visto a Miguel Bosé, no sabe de lo que se está perdiendo. Su espectáculo es simplemente una maravilla en el que uno canta y se emociona de principio a fin. No sé con sus giras anteriores, pero al menos en esta ocasión, su concierto tuvo la belleza y complejidad de una obra teatral. Eso percibí desde que uno ingresa al Auditorio Nacional y ve el escenario cubierto por una inmensa lona, la cual, durante todo el evento fue cambiando de ubicación y forma, dando a la escenografía la sensación de ser un ente viviente que en cada interpretación se renovaba ofreciendo un matiz diferente.

Esta gran manta no es el único elemento que le da vida a la coreografía. Una gran pantalla gigante detrás del escenario proyecta imágenes, vídeos y animaciones elegidas correctamente para acentuar emociones y remarcar momentos. Todo perfectamente planeado. Ni que decir de los juegos de luces que en esta ocasión dan la impresión de estar vivos e intuir el momento adecuado para causar un impacto visual y emotivo. Los músicos y coristas tampoco están estáticos, sino que todo el tiempo se mantiene de un lado a otro, conformando un gran número de coreografías que aportan mucho a la presentación. Todos estos elementos, más algunos más que sorpresivamente van apareciendo, están coordinados con una precisión matemática. Imagino que montar algo así requirió muchas horas de ensayo y sobre todo, una concentración sobre el escenario para que todo salga de acuerdo a lo planeado.

Y en medio de toda esa compleja maquinaria, Miguel Bosé, ese cantante mítico que tantas veces he escuchado y cuyas canciones han marcado a varias generaciones. Ese hombre de quién tengo varios discos y que con sus melodías se grabó en momentos claves de mi vida. Ese al que considero tan polifacético estaba actuando ante mí y otras 9 mil personas, quienes en ese momento comprobamos que estábamos presenciando a un ícono que seguramente en un futuro será conocido como leyenda.

Lo acepto. Me emocioné mucho durante el concierto. Y es que hubo de todo, momentos de mucha energía y alegría, otros nostálgicos y llenos de recuerdos. Cálido con el público pero a la vez atrevido y dueño del escenario. Desparramando un dinamismo sin descanso que pocos podrían aguantar. Todo un showman que no tiene nada que demostrar y sí mucho que brindarle a los espectadores.


En este concierto hasta se antojó jotearle. Y así lo hice pero nomás poquito, tampoco quiero que se me haga costumbre. Después salió Ximena Sariñana y con emoción canté la famosa frase de "Cashi sin querer". También salió Ana Torroja, la pelona que cantaba en Mecano.

En estos momentos, el autor de este blog se encuentra contrariado. A esta altura del texto no sé qué tanta justicia le he hecho a una presentación de casi tres horas en el que cada canción merecería ser nombrada. Sólo quiero decir que al salir de este concierto la figura de Miguel Bosé me parece más grande, más indispensable para la música contemporánea de nuestro idioma. 

Y es que si el concierto duró tanto, fue porque la gente no dejaba que Bosé se marchara. Aunque sospecho que él tampoco quería que aquella noche acabara.

Un loco excéntrico, un poeta cuya belleza en sus letras radica en la autenticidad. Un artista en toda la extensión de la palabra. Un Miguel Bosé al que sólo se le puede definir como Miguel Bosé. Ya lo vi en concierto, ya se puede acabar el mundo. 

jueves, 8 de noviembre de 2012

Yo sufrí de bullying



Este es uno de esos textos que siempre quise escribir, pero siempre lo posponía. Quizá por cobardía o porque nunca será agradable confesar que uno fue víctima de un problema tan común pero a la vez vergonzoso para quien lo padece. Fue a raíz de que vi la película "Después de Lucía" cuando vinieron a mi mente algunos momentos de mi vida que sí bien, forman parte del pasado y ya están superados, en su momento me provocaron varios dolores de cabeza.

Así pues, sin rodeos lo digo y rompo el silencio: yo sufrí bullying.

No a niveles extremos, ni siquiera fue algo que me impidiera hacer mi vida normal, pero sí de una forma recurrente y molesta. Nunca supe por qué durante años fui víctima de burlas. Tampoco cómo comenzó ni el momento en el que terminó. Un día el problema estaba ahí, y por mucho tiempo me acompañó como una sombra que de vez en cuando se las ingeniaba para recordarme que siempre andaba tras de mis pasos.

Inició en la secundaria y en parte de la prepa. Venía de una escuela de gobierno cuando ingresé al Instituto Don Bosco, colegio particular en el que al principio me sentí fuera de lugar. Con el paso de los meses me hice de algunos amigos, pero también le caí mal a varios compañeros que a ocasionalmente comenzaron molestarme. Me insultaban, y a veces me jaloneaban por motivos que ni yo entendía. A veces cuestionaban mi orientación sexual, o se burlaban de algunos de mis gustos. No todos, ni tampoco siempre, pero sucedía. Para ser honesto, creo que ser diferente a la mayoría era lo que me hacia blanco de bromas y comentarios hirientes. Y es que nunca tuve reparos en llevar mis cuentitos del Gato Garfield a clase o mi Tamagotchi (el cual me destrozaron un día), confesar que me gustaba la música de Fey, o que veía Sailor Moon. Si a eso le agregamos que nunca he sido muy sociable, entonces tenemos como resultado que era un blanco propicio para las burlas.

Algunas veces me defendí y terminé agarrándole a golpes con uno que otro malandrín que me colmaba la paciencia. Casi siempre con resultados nefastos para mi persona, pero con la satisfacción de que al menos los demás veían que el tonto que veían en mi a veces le daba por hacerse valiente.

En prepa, al ser una sección mixta (secundaria era varonil) el hostigamiento bajó un poco, aunque siguió por algún tiempo. Haberme enamorado en ese tiempo no me ayudó, al contrario, me volvió más torpe y hacia que me sintiera más confundido. No entendía por qué la chica de mis sueños no me hacía caso, ni por qué no era aceptado por los demás en la escuela. Mis calificaciones también se fueron a pique. Por fortuna, mi familia y los amigos con los que crecí en la calle donde vivo siempre me hicieron sentir querido. Fuera de la escuela sí podía ser yo con mis gustos, mis tonterías y sin temor al qué dirán. Nunca confesé lo qué me pasaba. No quería que supieran que era un dejado o descubrieran que el yo que ellos conocían simplemente se esfumaba cuando ingresaba al escuela.

Poco a poco fui librándome de estigmas. Durante el último año de prepa el niño abusado se transformó en una lacra mucho más vivaz que los abusadores. Me volví un malandro que se volaba clases y se iba de pinta, capaz de usar un permiso falso para entrar y salir del colegio, y que incluso alguna vez fue capaz (idiotamente) de darle yumbina a una de sus compañeras. Eso sin dejar de lado el que me armé de valor y le hice saber a la chica de mis sueños que me gustaba (otro día les cuento esa historia).

Cuando terminaron esos años en la prepa el bullying se esfumó y no volvió nunca más. Entré a la universidad y viví varios de los mejores años de mi vida. Hice amigos que aún conservo y siempre fui respetado por todos.

A la distancia, cuando recuerdo esos días en los que era molestado no puedo evitar sentir cierto coraje. Aún me sé los nombres de estos personajes, qué sabrá Dios por qué, me hacían la vida imposible. Qué ganas de encontrármelos ahora, que vean que ese niño gordo y timorato al que molestaban ya no es el mismo. Que se atrevan a molestarme y repetirme lo que me decían, y a ver de a cómo nos toca. Lo admito, me da curiosidad saber qué piensan ellos, si se sienten muy orgullosos o muy hombres por actuar como imbéciles. Ojalá y vieran que no me destruyeron, que fui capaz de tener amigos y de ser feliz a pesar de ellos.

Siempre fui diferente. Un tanto más sensible. Aficionado a la lectura, a las historias de amor, a escuchar música romántica, a actuar de forma un tanto inmadura y acostumbrado a la paz de mi casa y familia. Si eso les enojó o les pareció que era de homosexuales, haya ellos y su idiotez. Quiero creer que ahora han madurado y que así como yo cambié ellos también lo hicieron.

El fin de semana pasada escuché a varios familiares hablar a la ligera del bullying. Qué no existe, que no es tan grave. Eso es porque no lo han padecido. La indiferencia hacia este problema contribuye a que este se fortalezca.

Yo sufrí y sobreviví al bullying. Si estas palabras llegan a alguien que lo esté padeciendo le diré que sea fuerte, tenga confianza en sí mismo y no sé calle. Que denuncie a esos tontos, que siempre son cobardes disfrazados de villanos, pero cuyo papel les queda muy grande. Al final, el tiempo siempre nos pone a todos al mismo nivel. 

domingo, 4 de noviembre de 2012

Serrat y Sabina, por primera vez


Nunca me molesté en escuchar su música, o al menos eso pensaba. Sabía de la existencia de ambos, así como de la fama y prestigio del que cada uno goza, pero jamás indagué más allá de lo básico sobre ellos. Como un restaurante por el que uno pasa una y otra vez sin interesarse en entrar, y el día que por azares del destino lo hace, queda cautivado por la sazón de la comida, y justamente se recrimina el no haberse aventurado antes en aquella fiesta de sabor.

Así me pasó con Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, a quienes hace apenas unas horas vi en concierto, y por quienes quedé gratamente sorprendido.

Confieso que la idea de asistir a una presentación de ambos nunca me cruzó por la cabeza. Fue Tania (quien además de novia también cumple en mi vida la función de guía en los rubros del cine y la musical), la que me convenció de ir al show de Serrat y Sabina. El día que fuimos a recoger los boletos para el concierto de Alejandro Sanz , se enteró que aún había entradas para ver a las dos leyendas españolas y no se lo pensó dos veces. Las compró y hoy se lo agradezco.

Por cierto, la gira lleva por título "Dos pájaros contraatacan". No sabía sí aquello era albur u homenaje a los Angry Birds.

¿Cómo se va a un concierto del que uno sabe apenas nada (o eso cree)? Y es que salvo "El boulevard de los sueños rotos" o "Cantares" , a mi mente no venían otras canciones de ellos.  Reconocía sus voces, sí, pero no la historia ni las batallas que las precedían. Por lo tanto esa noche, para bien o para mal, sería un constante descubrimiento del que no sabía si saldría bien librado.

La velada comenzó con varias sorpresas. Para empezar, unos minutos antes de llegar al Auditorio Nacional, el hasta entonces muy fluido tránsito se convirtió de la nada en un embotellamiento mortal. Nunca antes, y miren que he ido a muchos conciertos en ese recinto, me había tocado tanto tráfico para poder entrar al estacionamiento. Nos llevó media hora recorrer unos cuantos metros. Por fortuna habíamos salido con tiempo y aquel retraso jamás previsto no mermó nuestros planes.

El público era otra cosa digna de resaltar. Si en el concierto de Emmanuel dije que había asistido a mi primer concierto "pa' ñores", la presentación de Serrat-Sabina superaba notablemente el promedio de edad del público. Mucha gente mayor, rozando o superando la tercera edad. También había adultos contemporáneos y algunos jóvenes. La mayoría con apariencia intelectual y con aspecto de pertenecer a la clase media alta. No podía sentirme más fuera de lugar. Algo dentro de mí insinuaba que la noche corría el riesgo de ser aburrida.

Basto que el concierto empezara puntualmente para descubrir que todos mis prejuicios habían sido erróneos. Pensé que Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina eran dos viejitos cagengues que saldrían solamente a cantar sus canciones, recitar algún pensamiento y San- Se-Acabó. Sin embargó, apenas se apagaron las luces, dos alegres pájaros animados aparecieron en las pantallas del escenario. Cada uno representaba a uno de los cantantes, quienes con sus propias voces, en un par de diálogos me robaron varias carcajadas a mí y al resto de los miles de espectadores presentes.

Entonces irrumpieron ambos en el escenario. Bienvenidos a mi vida, a mis oídos y a mis ojos señor Serrat y señor Sabina. Dueños del escenario ambos derrochaban una vitalidad y energía que no he visto en otros intérpretes más jóvenes. Esos dos locos bailaban, subían y bajaban. Improvisaban canciones en el acto, y se daban tiempo para interactuar con los asistentes.

Un día después sigo sin saber qué disfruté más del concierto, si las canciones o esos intervalos en los que juntos o separados, ambos intérpretes comenzaban a charlar y a criticarse mutuamente. Aquello era un festival de risas, de buen humor, de inteligencia y rapidez mental. Ni que decir de la letra de las canciones algunas tan poéticas y literarias que podrían encajar perfectamente entre los párrafos de una novela o poema entrañable.

Por una noche el Auditorio Nacional era una mezcla excelsa de un Stand Up Comedy de alto nivel con un recital literario. Una noche de tertulia entre dos artistas que antes de eso, son amigos. En el transcurso de la velada descubrí que aquellos dos no me eran tan ajenos. Algunas de sus canciones las había escuchado otras veces, incluso me vinieron recuerdos de mi niñez en las que esas mismas melodías eran puestas por mi papá algún sábado por la mañana mientras lavaba el auto o cuando viajábamos en carretera.

Escuché todo el concierto atento. Como quien no quiere perderse una sola frase dicha por miedo a que la genialidad le pase de largo. Gracias a Tania, que ocasionalmente me hacía comentarios sobre las canciones, aquel momento se hizo aún más disfrutable.

Otro detalle digno de resaltar fue la banda que acompañó a estos dos pajarracos. Entusiasta y virtuosa, intuitiva en los momentos clave y con un ‘punch’ que adornaba y vestía las canciones ya de por sí maravillosas. La escenografía también fue muy acertada, sin ser nada del otro mundo hacia que uno se internará aún más en la atmósfera de un mundo creado por la locura y sentimiento de un Serrat más meticuloso y calmado, y un Sabina que es un reverendo desmadre.

Uno se da cuenta que disfruta mucho un concierto cuando sin darse cuenta lleva tres horas presenciándolo y aquello apenas parece un instante. Esos desquiciados se despidieron varias veces del escenario, pero volvieron impulsados por un público que, vaya contradicción, tenía la vitalidad de unos quinceañeros. Algo pasa con este tipo de figuras longevas cuyas presentaciones son eternas y eso se agradece. Así fue con Paul McCartney en el Zócalo , así fue con Serrat y Sabina en el Auditorio Nacional (guardando las distancias, claro está).

Al final los pájaros quedaron desplumados y finalizaron la velada poco antes de media noche (el concierto comenzó a las 8). Vi a dos niños con alma de poetas divertirse en el escenario. Al final valió la pena haber estado en la última de esas siete presentaciones que cimbraron el Coloso de Reforma. En la literatura nunca es tarde para acercarse a los clásicos, en la música pasa lo mismo.