jueves, 30 de septiembre de 2010

Tlacotalpan, 4 años después.


El 14 de abril de 2006, publiqué el siguiente post en mi antiguo blog:

Tlacotalpan sigue siendo ese lugar en el que hasta el aire huele a pasión y el paisaje, en cualquiera de sus puntos cardinales, se vuelve arte.

Pasando el poblado de Alvarado, a unos 60km del puerto de Veracruz se encuentra Tlacotalpan. Hasta esa tarde, la ultima y primera vez que había ido fue hace doce años. Declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO, me habían contado que era un lugar de ensueño, aunque la verdad, no creía recordarlo así.

Por eso aproveché esa tarde de abril. Tenía unas horas de haber llegado al siempre cautivante puerto de Veracruz y tenía tiempo de sobra antes de dirigirme a Catemaco, mi destino final. Surgió así la idea de desviarnos a Tlacotalpan. El día estaba radiante, el auto corría como nunca lo hace en la ciudad y francamente me encontraba de buen humor (ingrediente necesario para animarse a correr cualquier aventura). Media hora después, mi humilde automóvil tomaba la desviación hacía el pintoresco poblado. Para quienes no tengan el placer de conocer este lugar, bastará con decirles que la magia comienza desde la carretera. Un caminito de dos carriles (que por cierto estaba en reparación) rodeado de vegetación, manglares y el río Papaloapan, que por momentos te da la sensación de ir flotando sobre aguas de un azul cielo impecable.

Cuando finalmente llegas a Tlacotalpan, comprendes que todos los comentarios acerca de su belleza se quedan exageradamente cortos. Basta caminar por su plazuela principal para que a uno se le encoja el alma. Gracias a Dios he visitado muchos poblados de mi México, pero ninguno se compara a Tlacotalpan, cuyas calles medio vacías nos dan tranquilidad total. Su iglesia, su parquecito cálido y acogedor, su kiosco y su capilla, todo en armonía.

Caminé por sus calles. Me deleité con sus casitas de una sola planta, todas pulcramente pintadas con colores brillantes. El pueblo es pequeño, y sin embargo me perdí entre tanto paisaje ensoñador. Sin saber cómo, llegué a la casa en donde, según una placa, había nacido Agustín Lara. ¡Con razón el ‘flaquito de oro’ le cantaba a la vida y al amor de ese modo! Cualquiera que tuviera esos paisajes inspiradores no podría hacer menos que enamorarse con cada atardecer. En una banquita, frente a la estatua de unos jarochos bailando, tomé un refresco a la orilla del Papaloapan, mientras pensaba en lo bello de este estado. Veracruz tiene algo, eso es definitivo. Gracias a Dios vivo en un país como México, siempre sorprendente, siempre amable. No importa cuánto más escriba, tendrían que estar ahí para que me entendieran del todo.

Tiempo después dejé Tlacotalpan y continúe mi camino. El radio sintonizaba una estación local, misteriosamente la canción
'Arráncame la vida' (del maestro Lara) comenzó a sonar, guiándome amorosamente por la carretera. A lo lejos, en mi retrovisor, Tlacotalpan se perdía.

Quisiera que el tiempo se detuviera en mis palabras. Volví otras tres veces a Tlacotalpan, encontrando siempre una infinidad de razones para inscribir sus paisajes en la memoria de mis momentos perfectos. Por desgracia hoy Tlacotalpan, mi Tlacotalpan, se encuentra en situación de emergencia. Las constantes y torrenciales lluvias que han azotado gran parte del país hicieron que varios ríos (entre ellos el Papaloapan) en el estado de Veracruz se desbordaran y causaran estragos e inundaciones. Por unas semanas buena parte de Tlacotalpan estuvo bajo el agua, incomunicado y en condiciones precarias. Su gente fue evacuada mientras las casas y templos del poblado soportaban estoicamente las corrientes de agua que amenazaban con doblegar sus estructuras.

Las imágenes de los noticieros mostraban aquellas calles en las que tantas veces he caminado convertidas en un río incontrolable. Los desastres naturales adquieren otra dimensión cuando los sentimos más cercanos y ocurren en lugares que amamos. Poco a poco y con el paso de los días el nivel del agua bajó. La población volvió a su pueblo querido y empezó la reconstrucción y limpieza de esas casas que no cedieron ante la fuerza del agua. Por desgracia en estos momentos, ante la amenaza de nuevas lluvias, esta gente noble y trabajadora han sido desalojados de nuevo ante el riesgo de más precipitaciones e inundaciones.



Escribo esto porque me duele lo que pasa. En mi caso es Tlacotalpan, pero seguramente muchos tienen lazos afectivos con los diferentes pueblos y regiones que hoy se encuentran en desgracia. Algo estamos haciendo muy mal como personas, como humanidad, para que la naturaleza se desequilibre así. No pretendo decirles que ayudemos en centros de acopio pues todos somos conscientes de nuestras responsabilidades. Lo aterrador de que ocurran estas cosas no es tanto lo que oímos o vemos en los medios de comunicación, sino el imaginar que algún día los vulnerables seamos nosotros. Ayudar desde nuestra trinchera, es lo único que puede quitarnos la impotencia de ser tan pequeñitos ante la fuerza de la naturaleza.

Volveré a ese rinconcito de sueños en la primera oportunidad. Todo esto que está pasando sólo es para que resurja más bello que antes. Espérame, prometo regresar.

lunes, 27 de septiembre de 2010

La Insoportable levedad del ser


Fue el mero destino el que hizo que una tarde cualquiera me topara con esta novela en una librería. Aunque su titulo ‘La insoportable levedad del ser’ me resultaba conocido, siempre pensé que era un libro completamente cargado a la filosofía. Idea, por cierto, compartida ‘erróneamente a medias’ por muchas personas. Después de leer la reseña del libro me aventuré a comprarlo. Fue mi primer novela de Milan Kundera. Autor que muchos me habían recomendado pero que no había tenido la oportunidad de revisar. Ahora me parece poco menos que un genio. Sí, como García Márquez, Vargas Llosa, Kafka y una lista de plumas maestras que podría seguir enumerando. ¿Será malo tener tantos autores favoritos?

Los hechos de ‘La Insoportable levedad del ser’ ocurren en la antigua Checoslovaquia, principalmente en la ciudad de Praga, en medio del drama de la invasión soviética. No obstante, la fascinante trama hace que la acción narrativa también se desarrolle en otras ciudades del mundo, como las suizas Zurich y Viena, la melancólica París, el enigma de Bangkok en Tailandia y hasta en Nueva York, del otro lado del Atlántico. Todas ambientadas con el talento de un autor maestro en el manejo del tiempo y circunstancias.

-Un gran circulo. Perfecto- Así defino esta historia en apariencia simple. Dos parejas relacionadas entre sí. Por un lado, está el amor entre Teresa y Tomás. Marcado irremediablemente por los celos de ella, y la pasión de él por otras mujeres. En el otro extremo (no por esto, necesariamente opuesto), la pintora Sabina y el profesor Franz, pareja de amantes que, salvo la cama en distintos hoteles europeos, no comparten nada. Sabina, además de ser también amante de Tomás, vive obsesionada por el deseo de traicionar a todos, incluso, a sí misma. Quiere escapar de la pesadez y encontrar la levedad del ser. Contrariamente, Franz se encuentra convencido de que el idealismo en el que habita (y que lo orilla a la casi adoración de su musa) es la única forma de vivir. Todo esto fluyendo en una estructura de repeticiones que lejos de aburrirnos nos interna cada vez más en cada uno de los personajes y en sus complejas psiques, como un remolino del que el lector no podrá escapar.

Cabría aclarar que La Insoportable Levedad del Ser es mucho más que una novela. También es un tratado filosófico –razón por la cual, en el primer párrafo de ésta entrada utilicé el término ‘erróneamente a medias’- acerca de la ideología política socialista de los años 60´s, acompañada por planteamientos sólidos sobre la libertad del hombre y su relación con el amor. Milan Kundera tuvo la sapiencia de construir una obra de alcances infinitos en la que cada personaje nos parece familiar. Mientras leía, a ratos y en diversas circunstancias me sentí Tomas, Teresa, Sabina y Franz. Verte reflejado de tantas formas, como en una gigantesca casa de espejos da miedo, pero también es adictivo.

Amor, desamor, infidelidad, traición, ternura, casualidades, amor por los animales, el arte como remedio contra el sistema, la idealización, la lucha por los ideales, el saber rendirse ante el otro. Todos temas de una novela llena de simbolismos que se repiten igual, pero diferentes. La vida es una, no hay oportunidad para el error ni ensayos. Todo sale en una toma.

Háganse un favor y léanla, es una orden.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Quitarse la verde


Antes de los once años poco me importaba el futbol. Me aburría verlo por televisión y nunca había ido a un estadio. Poco después la Selección Nacional de Mejia Barón jugó la eliminatoria para el Mundial del 94 de forma brillante y tuvo una gran Copa América llena de brillantez. La entrega y pasión con la que los jugadores defendían aquella playera verde me contagió. Así me hice aficionado al futbol y me volví un incondicional de la Selección Mexicana. Algo tenía ese equipo que me hacía sentirme orgulloso de verlo jugar. Desde entonces lo supe, vestir los colores de México debía ser algo maravilloso, un privilegio al que sólo acceden los mejores. Recuerdo que cuando me compré mi primera camisa de la Selección y me la puse me sentía feliz, no quería quitármela. Aunque suene exagerado, portándola me sentía capaz de cualquier cosa.

18 años después sigo usando aquella playera y otros modelos más recientes. Aunque no sea nada barato; he ido al estadio infinidad de veces para apoyar a México en sus partidos; falté a clases e incluso al trabajo por ver algunos juegos; he llorado y reído en derrotas y victorias; grité goles hasta quedarme afónico; maldije frente al televisor y celebré cosas históricas en el Ángel de la Independencia. Por desgracia, a lo largo de éste tiempo la Selección sigue ahí, pero sin corazón.

Quién sabe cómo se ha ido devaluando tanto el ser seleccionado nacional, pero lo cierto, es que alcanzó su hecatombe la noche del pasado miércoles 8 de septiembre, cuando después de jugar un partido amistoso contra Colombia, algunos jugadores se vieron envueltos en una escandalosa fiesta que se prolongó hasta altas horas de la noche, y en la que se dice, hubo prostitutas y hasta un travesti. Mucho se habrá hablado ya de esta dichosa celebración y de las multas de 50 mil pesos y la suspensión de Efraín Juárez y Carlos Vela del equipo por seis meses, que la Comisión de Selecciones Nacionales de la FMF dio a varios integrantes de la Selección.

Podrá decirse que el castigo fue leve, que 50 mil pesos para jugadores de estas características es risible y que incluso, el no ser convocados a juegos amistosos es un descanso. Lo que en verdad tiene en jaque a los jugadores sancionados es que se les haya exhibido públicamente. Se dicen dañados moralmente, tristes por el manejo que se le ha dado a los acontecimientos y que tenían derecho a reunirse pues oficialmente ya estaba rota la concentración. Que digan misa si quieren. A mí su actitud me da vergüenza.

Soy joven y me divierto, algunas veces se me han pasado las copas y he participado en fiestas nada santas. Aun así, soy un convencido de que todo tiene su tiempo. Juzgo a los seleccionados no por lo que hicieron, sino por lo que representaban cuando lo hicieron. Qué carajos importa que la concentración ya hubiera terminado, su imagen como seleccionados los obliga a tener un comportamiento integro. No sé si esos que hoy se quejan por haber sido sancionados sepan que el sueño de miles de personas es estar en su lugar, teniendo el privilegio de llevar el nombre de su país hasta lo más alto posible. Es increíble que una distinción tan grande sea tomada tan a la ligera por supuestos profesionales. Me da coraje escuchar a Rafael Márquez, Nery Castillo, Guillermo Ochoa, Cuauhtémoc Blanco y a otros muchos, indignados porque después de muchos años se tuvo la acertada decisión de ubicarlos en tiempo y espacio.

Qué estos jugadorcitos digan lo que quieran, que amenacen con abandonar el barco si quieren. ¿Qué se creen? No han ganado nada y están lejos de estar entre los mejores futbolistas. A la hora buena no han dado el estirón y aun así se creen inalcanzables, necesarios, únicos. Por mí que se vayan, total, no serán eternos. Me duele que le hagan esto al equipo de futbol que me representa. Si pudieran sentir la ilusión y ganas de comerse al mundo, que un aficionado siente al ponerse la playera que ellos desdeñan con su actitud, probablemente valorarían lo afortunados que son.

Se dice que estás fiestas tienen años llevándose a cabo. Que en esta y otras ocasiones, hay historias inimaginables y escabrosas de indisciplinas en torno a la Selección Nacional. La novedad es que ahora se tomaron cartas en el asunto. Néstor de la Torre, director de Selecciones Nacionales decidió poner en juego su puesto y se echó encima a federativos, jugadores y parte de la prensa. Probablemente su cabeza ruede injustamente pero el antecedente de disciplina ahí está, con todo y cobardones sumisos que se niegan a que el futbol en México dejé el oscurantismo y sea tomado en serio. Néstor le es incomodo a muchos, pero su actitud es ejemplar.

Basta de jugadores comodinos e intocables. Que se larguen todos los mafiosos de la Federación Mexicana de Futbol cuyos intereses económicos nos están llevando al demonio. Justino Compeán y Decio de María, a ustedes también debería darles vergüenza. Gracias por hacer de mi Selección una pachanga.

Me quito la playera que ustedes representan. Me quedó con el corazón que ustedes desecharon, con eso me basta y sobra.

lunes, 20 de septiembre de 2010

El peor día de mi vida (hasta los ocho años)


¿Cuántas veces no hemos escuchado la frase ‘éste ha sido el peor día de mi vida’? Todos la hemos dicho al menos una vez. A veces exagerando las cosas, a veces como una triste afirmación. Todos tarde o temprano tendremos ese dichoso día, sin saber si será la última vez que afirmemos tal cosa.

Pues bien, qué pensarían si les dijera que la primera vez que dije ‘éste ha sido el peor día de mi vida’ fue cuando apenas tenía ocho años y era un niño gordo. Aquí estoy, listo para contar otra historia ridícula y sin chiste de mi vida en la que la constante es, como siempre, demostrar que para hacer el ridículo me pinto solo.

No recuerdo bien ni el día, ni el mes en el que ocurrieron los hechos. Lo cierto es que cursaba el tercer año de la primaria y que esa mañana tenía educación física. No sé en las demás escuelas públicas, pero en las mía, hacíamos unos ejercicios de correr, tocar una base, darle una vuelta y regresar. La dichosa base era una lata de leche grande llena de cemento para que pese y con un palo de escoba en el centro. Llegó mi turno y al girar tiré la dichosa base, provocando que el palo de esta se rompiera. De inmediato se hizo silencio. Todos voltearon a verme y el maestro de educación física (se llamaba Paco y ahora que hago memoria era igualito a Ari Telch) me mandó a llamar. Mientras caminaba hacía el sentía miedo y vergüenza, hasta ese entonces había sido un niño ñoño que en nunca en su vida se había metido en problemas, por lo que toda esa situación era nueva e indeseable para mí. Me dijo que al otro día tenía que reponer el material que había roto y sin hacer más comentarios continuó dando clase.

Las siguientes horas de la mañana las pasé preocupadísimo pues no tenía la menor idea de cómo podría hacerle para reponer lo que había roto. El único que podría ayudarme era mi papá, pero no estaba seguro de cómo tomaría la noticia de que su hijo en lugar de estudiar se la pasaba rompiendo el material de clase. Tanto era mi nerviosismo e incertidumbre que me olvidé de ir al baño, situación que derivó en unas ganas incontenibles de hacer pipí a la hora de la salida. En cuanto sonó el timbre fui derechito al baño, el cual para mi desgracia estaba cerrado. Otro compañerito de mi grupo llegó con la misma urgencia. Era tanta nuestra urgencia que tuvimos la ocurrencia de ir a las jardineras que están detrás de una hilera de salones. El lugar estaba tan solitario que pensamos no habría ningún problema si nos ‘echábamos una firma’ en las plantitas. Y pues ya saben que pasó después... lo malo fue que no nos dejaron terminar nuestras labores orinativas pues un escuincle morboso se asomó en una ventana de los salones y gritó “miré maestro, dos niños están miándose en las plantitas”.

Intentamos escapar, pero el maestro de ese grupo (5to de primaria) salió con todos sus alumnos (yo creo que querían verme) salieron e impidieron nuestra fuga. Fuimos llevados a la dirección como delincuentes. La directora dijo que al otro día tendrían que ir nuestras mamás a hablar con ella, o de lo contrario nos negarían la entrada. Salí deprimido. No sólo porque todavía me andaba de la pipí, sino porque en un día había cometido dos cosas muy graves. Nunca habían recibido queja alguna de mi en casa y de un día para otro llegaría con dos castigos. Mi primaria y mi casa estaban a una distancia de 5 minutos caminando (sólo había que atravesar un parque), pero esa tarde dilaté más de media hora en llegar. No quería enfrentarme a mis padres y recibir más castigos por mis errores del día. Aquel terror psicológico era tan intenso que inclusive llegué a imaginar que me correrían de casa. No sabía que había sido peor, si romper el palo de la cubeta o haberme orinado en las plantas. Aquel en definitiva era el peor día de mi vida.

Cuando hice mi aparición en casa decidí tomar valor y contar de una vez lo ingrato de mis acciones. Seguramente mis papás me notaron preocupado pues me preguntaron que tenía. Respiré hondo y confesé mis delitos. Primero el del palo que rompí, luego del de la pipí. Justo cuando esperaba los cinturonazos y los castigos represores ocurrió lo que menos esperaba. Mis padres ni se inmutaron. Ningún rastro de enojo se asomó en sus rostros. Con una calma tranquilizadora me dijeron que no había problema, que mi papá iría a comprar un poco de cemento con el que rellenaría una lata de leche vacía y en su interior pondría un palo de escoba para que al otro día lo llevara a cambio del que había roto. Mi mamá por su parte iría a platicar con la directora al otro día y solucionaría el problema. Dicho esto comimos y la tarde transcurrió como si nada.

La historia termina en que mi mamá y la de mi compañero de orina hablaron con la directora, la cual (vieja desgraciada, ojalá ya esté muerta) les dijo que como castigo a nuestra acción tendrían que pintar los muros de la fachada de la primaria. Mi mamá indignada le dijo que ella no tenía tiempo pues también era maestra y a esa misma hora daba clases. No sé si fue por complicidad o de plano manejo de influencias, pero al final la directora le perdonó la penitencia a mi mamá. No así a la mamá del otro niño mión, que por la marranada de su hijo tuvo que pasar varias mañanas pintando.

La moraleja es que por más obscuro que se vea nuestro horizonte siempre saldrá el sol. Quizá ese día mis problemas eran insignificantes, pero a lo largo de mi vida he aprendido que las cosas siempre se solucionan. Tomarse la vida tan en serio casi nunca ayuda.

Y ya. Pueden dejar de leer.
¡Hasta la próxima!

lunes, 13 de septiembre de 2010

Felices 200 años México


No amo mi patria.
Su fulgor
abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por
diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques, desiertos,
fortalezas,
una ciudad desecha, gris, monstruosa,
varias figuras de su
historia,
montañas
- y tres o cuatro ríos".

Alta traición, José
Emilio Pacheco.

Nadie tiene el registro exacto, pero habrá sido a inicios de éste año cuando la palabra ‘Bicentenario’ se convirtió en la más repetida en éste país. De pronto, tanto los medios, los anuncios, las platicas casuales, los productos, los ideales y casi cualquier cosa con algo de tendencia mexicana pasaban a ser catalogables como bicentenarias. Sin querer pecar de oportunismo, éste blog tendrá su post Bicentenario. No por moda, sino porque me nace del corazón. No por sentirme parte del montón, sino porque dentro de mí nace un orgullo que satura cada una de mis células.

El próximo 16 de septiembre, a las once de la noche para ser más exactos, México celebrará el aniversario número 200 del inicio de la lucha de independencia que a la postre nos convertiría en una nación independiente. Como si no fuera suficiente, dos meses después (20 de noviembre) se cumplirán 100 años de la Revolución Mexicana. 1810, 1910, 2010, las cifras por si mismas estremecen. Sé que hay cientos de personas dirán que poco o nada hay que celebrar en medio de crisis económicas, altos índices de desempleo, inseguridad, desastres naturales y disputas políticas. Respeto su opinión, más no la comparto. El que mi país cumpla uno, dos o doscientos años de vida es motivo más que suficiente para sentirme feliz ¿no hay nada que festejar? Tenemos un portentoso pasado prehispánico, un bagaje cultural envidiable, paisajes hermosos, ciudades y poblados de una belleza sin igual, gente cálida y mujeres hermosas, un colorido y folklore muy especial en cada rincón.

Soy una simple partícula de México. Un pequeño ente viviente que sin embargo late y le da vida. Desde mi insignificancia le dedico estas palabras:

"Patria mía:


No sé a bien cuando comencé a quererte de esta manera. Sólo sé que desde muy pequeño, la palabra México estremece con alegría y honor mis cuerdas vocales cada que la pronuncio. Cumples 200 años y te encuentro joven, radiante, igual de misterioso que la primera vez que recorro cada uno de los muchos caminos que ofrece. Eres uno y muchos a la vez. Te amo por lo que eres y lo que me has dado. Esta pasión va más allá de tu bandera, tu himno y tu escudo. Valiente saco el pecho al saberme uno de tus hijos y tener el privilegio de llamarme mexicano. Para mí el decir ‘mi patria es primero’ no es una frase histórica, es un precepto, una obligación que va más allá de cualquier religión. Te respiro y más me enamoro. Definirte no es imposible, para eso está la música de mariachi, los boleros y los sones para cantarte; Paz, Sabines y Fuentes para escribirte; Siqueiros, Rivera y los códices para pintarte. Está Guanajuato, Zacatecas, Monterrey, Tlacotalpan, Los Cabos, la Ciudad de México, Acapulco, Campeche, Chiapas, Mazatlán, Guadalajara… refugios a los cuales volver una y otra vez. Mi hogar, mi fuerza, mi totalidad. Me siento estúpido felicitándote cuando el privilegiado soy yo. Saberme tan mexicano como el Popocatepetl, el Estadio Azteca, una tarde en la Alameda, una película de Pedro Infante, unos tacos, o un gigante de Tula. Podrán haber países más prósperos, más seguros, más estables, pero tú eres mío y aunque volviera a nacer no te cambiaría nunca, por nada. Cumples doscientos años y cualquier palabra sobra ya, felicidades México de mi corazón. Gracias por enamorarme una y otra vez. Cada día trataré de ser digno de ti".

Esto y mucho más es mi país. Si me ven llorar y sonreír como loco mientras grito ¡Viva México!, mañana en la noche, ya saben porque es.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Y hoy resulta


Y hoy resulta que todo sigue igual, el aire (parece) es el mismo.
Los niños juegan en la calle, nuestros ancianos caminan por la tarde.

El mundo sigue inerte en la parsimonia de la rutina,
y en la estresante realidad que nos consume,
desnuda y mata lentamente.

No te engañes, sigue siendo el mismo mundo.
El mismo en el que tus abuelos se conocieron,
en el que mis padres se entregaron al amor.
El mismo en el que te conocí.

Hoy resulta que este mundo (parece) es el mismo,
y no hay motivos para dudarlo.
¿Será que estoy loco? ¿por qué nadie lo nota?
Quizá mi pensamiento abandona toda razón.

Ya nada es igual,
lo noto en el tiempo que se ha detenido
en la imperfección de las almas.
Lo noto en este vacío que me provoca tu ausencia.

Y recuerdo mi delirio por ti.
Por lo que me profesaste, por la amorosa sabiduría
que aprendí en la cálida compañía
de tu mágica mirada azul cielo.

En la batalla del olvido, termino derrotado por el recuerdo.

Amor, ¿lo ves?,
el mundo, tu mundo, mi mundo.
La vida, tu vida y la mía sigue...
pero separados...

Ojalá y vuelvas algún día. Puedes hacerlo...
Vuelve, para ordenar el cielo,
curar el agua del tiempo y
pintar de nuevo los atardeceres...
mis atardeceres...

Y hoy resulta,
que tu presencia es lo único.

Gabriel Revelo
Enero 2004

lunes, 6 de septiembre de 2010

Mi primera vez en las luchas




Este texto es sobre sueños pendientes que llegan a cumplirse.

Siempre me sentí especialmente atraído por el mundo de la Lucha Libre (la mexicana, no la gringa). De pequeño no sólo leía revistas de luchas, también tuve mi ring de madera con cuerdas de liga, mis luchadores de plástico y hasta usaba caparas y máscaras de los ídolos del pancracio. Ya fuera en televisión o en video beta, no había nada mejor que ver alguna película del Santo. Incluso, uno de los recuerdos favoritos de mi infancia que guardo con más cariño ocurrió cuando un sábado en la noche pasaron en televisión abierta la pelea del Rayo de Jalisco Jr. (mi luchador favorito en esos tiempos) contra Cien Caras. Tengo grabada en mi mente el momento en el que el Rayo entró vestido de Mariachi a la Arene y como el rival le rompió una guitarra en la cabeza. Aquella lucha apocalíptica aun hoy es considerada como una de las mejores de la historia.

Bonus: Si andan en los 25-30.Vean la primera, la segunda y la tercera caída para que revivan como yo su infancia. La épica batalla entre Rayo de Jalisco Jr. y Cien Caras.

Pasó el tiempo pero no me alejé del todo de ese mundo. Quizá por eso, aunque al paso de los años dejé de ver las funciones en televisión o leer lo que pasaba en ellas, en mis años de Universidad acostumbraba a traer un luchador de plástico corriente en la bolsa de las camisas, pues según yo, iban a ponerse de moda. Lo aclaro: no era fanático del deporte en sí, sino de los luchadores convertidos en personajes arraigados en la cultura mexicana.

A pesar de lo anterior, nunca tuve la oportunidad de ir a la Arena. No es que no tuviera ganas de asistir, solo que nunca se me presentó el momento. Durante todo ese tiempo escuché todo tipo de cosas sobre las arenas de lucha libre, desde que era un espectáculo increíble, hasta que era un lugar al que sólo se iba a escuchar majaderías. Mi curiosidad siempre estuvo ahí, así como el deseo de algún día entrar a uno de esos lugares en dónde los hombres se vuelven leyendas vivientes. Aquel sueño de mi niñez, a pesar de no ser irrealizable ni mucho menos, se me había esfumado sin que me diera cuenta, en algún momento dejó de ser prioritario y se escondió en el rincón en donde guardo mis ayeres.

Una tarde cualquiera la idea de ir a una arena de lucha libre salió del baúl de los recuerdos, cuando un compañero de mi trabajo nos dijo que tenía la oportunidad de conseguir boletos para la función del 77 Aniversario de la Arena México. Sin mucho entusiasmo pedí encargué un boleto. Conforme se acercaba la fecha comencé a ver que en los periódicos le dedicaban cada vez más espacio a notas sobre aquella función en la que el plato fuerte sería un evento llamado “El Juicio Final”, en el que 14 luchadores pondrían en juego sus marcaras dentro de un ring enjaulado. Poco a poco fue naciendo en mí una especie de expectativa. No sabía exactamente por qué, pero sospechaba que esa noche sería especial.

El 3 de septiembre de 2010 quedará grabada en los registros de mi vida como la noche en la que pisé por primera vez una Arena de Lucha Libre. Ataviado con la playera del Santo que compré en su tienda-café acudí a mi primera vez en las luchas. Si bien la función empezaba a las 20:30, a esa hora apenas íbamos saliendo de la estación de metro Balderas. Desde calles atrás el ambiente ya era especial. Gente usando sus máscaras, la vendimia de los puestos ambulantes vendiendo montones de productos alusivos a las luchas, los claxonazos y aceras atestadas de todo tipo de personajes. Después de unos veinticinco minutos de hacer fila finalmente entré por una de las entradas principales. Mi primer pensamiento dentro de la Arena México es indescriptible. Recuerdo haber visto el techo, la enormidad de un lugar que me habían dicho ‘no es tan grande como parece’ y que me sorprendió. Mientras buscábamos nuestras butacas vi el ring, lo imaginaba más grande. Después, ya en mi butaca, reparé en más detalles como el escenario del que salen los luchadores y que no esperé que fuera tan amplio. Después los sonidos. Aquel lugar pletóricamente lleno tenía un ambiente que ni siquiera posee un partido de futbol. La pasión desbordada en cada rostro, en cada acción, las porras, las groserías llenas de ingenio y un respeto que me impactó. Todos respetándose entre sí. No importaba la diversidad de edades ni la diferencia de clases sociales. Todos convivían y profesaban una especie de religión mágica cuyo encanto comenzaba a seducirme. Todo esto pasó en cuestión de minutos. Tan hipnótico era el entorno que ni siquiera había reparado en que varias luchadoras ya estaban enfrentándose en lo que fue la primera lucha de la noche.

Entonces todo ocurrió rapidísimo. Una a una fueron pasando las peleas sin que me diera cuenta. Con mis propios ojos veía entregarse a varios personajes que antes ocupaban mis juegos. Ahí estaba Atlantis, el Blue Panther ya sin máscara, el Negro Casas y hasta el amado/odiado Místico. Finalmente saldaba con creces una antigua deuda conmigo mismo y entendía la razón por la que éste espectacular deportes es parte de la idiosincrasia del mexicano. En cada instante, en cada rincón, en cada golpe, se respira pasión.

Cuando la lucha final entre La Sombre y Olímpico transcurría, me ocupaba ya muy alejado de la realidad. Era uno más de los frenéticos aficionados que gritaban y ovacionaban cada llave, cada lance, cada golpe. Contenía el aliento cada que uno de los gladiadores ponía de espaldas planas al otro y el réferi comenzaban la fatídica cuenta de las palmadas de los tres segundos. Al final La Sombra venció a Olímpico y esté se despojó de su máscara. Se vivía un momento solemne que el público enmarcaba con una sonora ovación.


De cualquier manera fue irreal, adictiva… como ocurre en estos casos, lo único que deseo hacer es repetirla.


¿El momento exacto en el que nace un héroe?

Unos diez minutos después la Arena México comenzó a vaciarse. En algún momento giré mi cabeza y una escena llamó poderosamente mi atención. A tres filas de dónde estaba un niño de unos 14 años lloraba con rabia. ‘Es el hijo del Olímpico’ me comentó uno de mis compañeros. Algunos familiares a su alrededor también se mostraban abatidos, pero la mirada de coraje y sentimientos de revancha de aquel adolescente poseía una fuerza de voluntad que me dejó pasmado. Regresando a casa en el metro me pregunté si aquella mirada decidida no sería el inicio de la historia de una leyenda. Me imaginé diez años después, en alguna Arena del país viendo el debut de un joven luchador que una noche de septiembre de tiempo atrás juró vengar a su padre.