Parte del encanto de un blog es el relatar lo extraordinario de la cotidianeidad. No recuerdo con exactitud las veces que en algún post he empleado la palabra ‘ya sé que no me van a creer’ antes de relatar algo y heme aquí, apunto de hacerlo una vez más. No sé si lo que están a punto de leer se pueda catalogar como historia sobrenatural, de terror, estúpida o cómica.
Anteriormente, el Atún era de esas comidas que me daban igual. No me gustaba mucho pero tampoco me desagradaba. Se diría que es un alimento sin chiste y hasta cierto punto simplón. A pesar de poder combinarse con infinidad de alimentos nunca me ha parecido la octava maravilla y aún así no tenía problema alguno en degustarlo ocasionalmente. Es más, mi favorita era mezclarlo con un poco de mayonesa y comerlo con galletas saladas. Del Atún también de puede decir que es barato, bajo en grasas y nutritivo... ah, y también que me odia.
La historia es la siguiente. A una calle de las oficinas donde trabajo se ubica una panadería de la línea “El Globo”. Mis compañeros y yo rara vez vamos por pan a ese fino expendio de pan, pues los precios son algo altos y nosotros pobres, sin embargo (sobre todo después de la quincena) hay veces en las que compramos rollitos de queso o empanadas de queso, que dicho sea de paso, saben muy bien. Uno de esos días en los que nuestro bolsillo así lo permitió, una compañera decidió ir a la dichosa panadería y traer nuestros encargos. Todos pidieron empanadas de diferentes sabores, yo no me iba a quedar atrás y pedí una de jamón con queso. Regresó, dejó la bolsa con las empanadas y nos dijo que agarráramos la nuestra. Obediente como soy, tomé la mía, fui a calentarla al horno de la oficina (para que según yo, el queso se derritiera) y regresé a mi lugar a comerla junto a mi computadora. Empecé a comerla y aunque tenía un saborcito un poco raro, estaba rica. Ahí estaba yo, feliz comiendo cuando comencé a sentir la mirada de mi compañera y escuché su amable comentario: “Gabriel, con razón desde hace rato me llegaba el olor... ¡Te estás comiendo mi empanada de Atún!, la tuya es esa de allá”. Y pues sí, después de agudizar mis sentidos mis papilas gustativas percibieron el característico sabor del atún. Para ese momento ya no sabía que era peor, si la pena de comerme la comida ajena, el sabor del atún caliente o el tufo a pescado que poco a poco se iba apoderando de toda la oficina. Al final me terminé de comer la empanada con el consentimiento de su propietaria original, claro que a cambio, ella se comió la de jamón con queso.
La anécdota hubiera quedado ahí, como uno de tantos ridículos si no hubiera sido porque dos días después decidí darle otra oportunidad a mi gusto de saborear una empanada de jamón con queso de El Globo. Por supuesto que tomé mis precauciones y en lugar de encargársela a alguien más, decidí ser yo quién en está ocasión bajaría a la panadería. Ahí estaba yo, feliz con mi charola y mis pinzas de pan surtiendo los pedidos de mis compañeros de la oficina cuando llegué a la zona de las empanadas. Pulcramente organizadas, las empanadas estaban clasificadas en diferentes charolas con letreritos de acuerdo a su contenido y sabor. Había de jamón con queso, rajas, carne, mole, atún y piña. El letrero con la leyenda ‘Jamón con Queso’ y la charola no podía mentir. Tomé una. La pagué junto con el resto del pan. Regresé a la oficina. Saqué mi empanada. La calenté de nuevo. Como niño gordo hambriento le di una mordida impaciente y.... ¡¡¡era de atún!!!. De nuevo el maldito atún (y caliente, para terminarla de fregar) frustraba mis anhelos gastronómicos. Por supuesto, la oficina de nuevo comenzó a apestar a Atún; por supuesto, mis compañeros se burlaron de mi mala suerte; por supuesto, ya qué, me quedé con las ganas y me comí el resto de la empanada.
Esa tarde advertí en mi casa que ya no quería saber nada del Atún. Que si bien no tenía nada en contra de esas pobres criaturas marinas, su aparición en los momentos menos esperados en mi comida ya estaba tomando tintes de broma macabra. Pedí que por favor, que al menos en un mes, el atún estuviera fuera de cualquier menú familiar.
Me queda bien claro que en parte se sufre porque se quiere. Ningún trabajo me hubiera costado ir por una empanada de Jamón con Queso al súper que está casi a lado de donde trabajo. O comprarla en algún expendio de pan cercano a mi casa. Al contrario, seguramente hubiera pagado menos y no habría lugar para el error. Sin embargo, cual enamorado mal correspondido tomé a la necedad y al orgullo como mis banderas y decidí que esos cadáveres horneados de unos malditos pescados desgraciados infernales dentro de un pan no se iban a burlar de mi. Sin avisarla a nadie (no quería testigos de mi aguerrida lucha) volví a la panaderia. Una, y otra, y otra, y otra vez, verifiqué que el letrero y la charola de las empanadas correspondiera. Ahí estaba yo, feliz y seguro de que la empanada que elegí era la correcta regresé al trabajo. Está vez decidí no calentarla hasta estar seguro de que el contenido de aquel pan era jamón y queso. La mordí...
...
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Quise llorar, aventar el pan y preguntarle a Dios por qué a mi. No era posible que por tercera vez el atún estuviera allí, burlándose de mi suerte y atormentando los límites de mi raciocinio. Aun así, volví a tragarme mi orgullo y de paso al resto de la empanada.
Pase varios días queriendo saber qué es lo que pasaba. Buscando una teoría lógica a mi desgracia. Finalmente una compañera del trabajo (la misma que era la propietaria de la primera empanada) me dio una explicación más o menos coherente: No se trata de la charola o del sabor el letrero de estas señale, sino la letra marcada en la misma empanada. La de atún tienen una A, las de Jamón una J, y así respectivamente. ¿Será?. ¿Tan distraido soy que mi ansiedad y el miedo al Atún me impidió notar aquellas marcas? Sé que es una idiotez; real, pero idiotez al fin y al cabo.
Hoy volví a la panadería. En efecto, las marcas estaban ahí. Con miedo tomé una empanada grabada con la letra J y apenas salí del establecimiento le di una mordida. Y el alma me volvió al cuerpo. Lo mejor no era el sabor del Jamón con queso sino la ausencia de Atún en mi bocadillo. Fui feliz. Terminó la maldición pero no mi miedo. No quiero saber nada que tenga que ver con Atún
Anteriormente, el Atún era de esas comidas que me daban igual. No me gustaba mucho pero tampoco me desagradaba. Se diría que es un alimento sin chiste y hasta cierto punto simplón. A pesar de poder combinarse con infinidad de alimentos nunca me ha parecido la octava maravilla y aún así no tenía problema alguno en degustarlo ocasionalmente. Es más, mi favorita era mezclarlo con un poco de mayonesa y comerlo con galletas saladas. Del Atún también de puede decir que es barato, bajo en grasas y nutritivo... ah, y también que me odia.
La historia es la siguiente. A una calle de las oficinas donde trabajo se ubica una panadería de la línea “El Globo”. Mis compañeros y yo rara vez vamos por pan a ese fino expendio de pan, pues los precios son algo altos y nosotros pobres, sin embargo (sobre todo después de la quincena) hay veces en las que compramos rollitos de queso o empanadas de queso, que dicho sea de paso, saben muy bien. Uno de esos días en los que nuestro bolsillo así lo permitió, una compañera decidió ir a la dichosa panadería y traer nuestros encargos. Todos pidieron empanadas de diferentes sabores, yo no me iba a quedar atrás y pedí una de jamón con queso. Regresó, dejó la bolsa con las empanadas y nos dijo que agarráramos la nuestra. Obediente como soy, tomé la mía, fui a calentarla al horno de la oficina (para que según yo, el queso se derritiera) y regresé a mi lugar a comerla junto a mi computadora. Empecé a comerla y aunque tenía un saborcito un poco raro, estaba rica. Ahí estaba yo, feliz comiendo cuando comencé a sentir la mirada de mi compañera y escuché su amable comentario: “Gabriel, con razón desde hace rato me llegaba el olor... ¡Te estás comiendo mi empanada de Atún!, la tuya es esa de allá”. Y pues sí, después de agudizar mis sentidos mis papilas gustativas percibieron el característico sabor del atún. Para ese momento ya no sabía que era peor, si la pena de comerme la comida ajena, el sabor del atún caliente o el tufo a pescado que poco a poco se iba apoderando de toda la oficina. Al final me terminé de comer la empanada con el consentimiento de su propietaria original, claro que a cambio, ella se comió la de jamón con queso.
La anécdota hubiera quedado ahí, como uno de tantos ridículos si no hubiera sido porque dos días después decidí darle otra oportunidad a mi gusto de saborear una empanada de jamón con queso de El Globo. Por supuesto que tomé mis precauciones y en lugar de encargársela a alguien más, decidí ser yo quién en está ocasión bajaría a la panadería. Ahí estaba yo, feliz con mi charola y mis pinzas de pan surtiendo los pedidos de mis compañeros de la oficina cuando llegué a la zona de las empanadas. Pulcramente organizadas, las empanadas estaban clasificadas en diferentes charolas con letreritos de acuerdo a su contenido y sabor. Había de jamón con queso, rajas, carne, mole, atún y piña. El letrero con la leyenda ‘Jamón con Queso’ y la charola no podía mentir. Tomé una. La pagué junto con el resto del pan. Regresé a la oficina. Saqué mi empanada. La calenté de nuevo. Como niño gordo hambriento le di una mordida impaciente y.... ¡¡¡era de atún!!!. De nuevo el maldito atún (y caliente, para terminarla de fregar) frustraba mis anhelos gastronómicos. Por supuesto, la oficina de nuevo comenzó a apestar a Atún; por supuesto, mis compañeros se burlaron de mi mala suerte; por supuesto, ya qué, me quedé con las ganas y me comí el resto de la empanada.
Esa tarde advertí en mi casa que ya no quería saber nada del Atún. Que si bien no tenía nada en contra de esas pobres criaturas marinas, su aparición en los momentos menos esperados en mi comida ya estaba tomando tintes de broma macabra. Pedí que por favor, que al menos en un mes, el atún estuviera fuera de cualquier menú familiar.
Me queda bien claro que en parte se sufre porque se quiere. Ningún trabajo me hubiera costado ir por una empanada de Jamón con Queso al súper que está casi a lado de donde trabajo. O comprarla en algún expendio de pan cercano a mi casa. Al contrario, seguramente hubiera pagado menos y no habría lugar para el error. Sin embargo, cual enamorado mal correspondido tomé a la necedad y al orgullo como mis banderas y decidí que esos cadáveres horneados de unos malditos pescados desgraciados infernales dentro de un pan no se iban a burlar de mi. Sin avisarla a nadie (no quería testigos de mi aguerrida lucha) volví a la panaderia. Una, y otra, y otra, y otra vez, verifiqué que el letrero y la charola de las empanadas correspondiera. Ahí estaba yo, feliz y seguro de que la empanada que elegí era la correcta regresé al trabajo. Está vez decidí no calentarla hasta estar seguro de que el contenido de aquel pan era jamón y queso. La mordí...
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Quise llorar, aventar el pan y preguntarle a Dios por qué a mi. No era posible que por tercera vez el atún estuviera allí, burlándose de mi suerte y atormentando los límites de mi raciocinio. Aun así, volví a tragarme mi orgullo y de paso al resto de la empanada.
Pase varios días queriendo saber qué es lo que pasaba. Buscando una teoría lógica a mi desgracia. Finalmente una compañera del trabajo (la misma que era la propietaria de la primera empanada) me dio una explicación más o menos coherente: No se trata de la charola o del sabor el letrero de estas señale, sino la letra marcada en la misma empanada. La de atún tienen una A, las de Jamón una J, y así respectivamente. ¿Será?. ¿Tan distraido soy que mi ansiedad y el miedo al Atún me impidió notar aquellas marcas? Sé que es una idiotez; real, pero idiotez al fin y al cabo.
Hoy volví a la panadería. En efecto, las marcas estaban ahí. Con miedo tomé una empanada grabada con la letra J y apenas salí del establecimiento le di una mordida. Y el alma me volvió al cuerpo. Lo mejor no era el sabor del Jamón con queso sino la ausencia de Atún en mi bocadillo. Fui feliz. Terminó la maldición pero no mi miedo. No quiero saber nada que tenga que ver con Atún
3 comentarios:
jajaja. bueno a mi sí me gustan esas empanadas de atún. pero lo que te pasó fue kinda funny...3 in a row.
greetings
dr. alvi: ah mi me gustaban... pero prueba el atún caliente y verás que no es del todo agradable... por cierto, ahora mi problema es que me he vuelto un adicto a las empanadas de queso con jamón del globo... ¡¡¡debo dejar de comerlas!!! (por salud de mi bolsillo je je)... ¡¡¡saludos!!!
jeje, las probaré entonces, me daré una vuelta al globo que está entre la delegación iztacalco y upiicsa.
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