domingo, 17 de junio de 2007

¿Cuál es la prisa?

La otra tarde escuchaba en el radio uno de mis programas favoritos cuando una mención publicitaría de los conductores llamó poderosamente mi atención. En ella se promocionaba un método buenísimo e infalible de técnicas para mejorar la comprensión y aumentar la velocidad de lectura.

Según los representantes de la empresa (no doy el nombre para no hacerle mala reputación), su método puede ayudar a cualquier persona mayor de ocho años a incrementar considerablemente el número de palabras leídas por minuto. De tal modo, que uno puede leer un libro de 200 hojas en poco menos de una hora y comprenderlo en su totalidad. Bajo el argumento de que la vida cada vez nos deja menos tiempo para todo, y ante la necesidad de estudiantes, amas de casa y profesionistas de leer textos por necesidad, el método anunciado parecería una autentica maravilla.

Puede ser que funcione, o quién sabe. No hace mucho, en mis años en la preparatoria, un amigo se inscribió en uno de éstos cursos y entre clases era común verlo entrenando su vista con algunos de los ejercicios en los que invirtió y que para ser honestos, jamás le sirvieron de mucho, pues mi amigo sigue, hasta la fecha, sin tener el menor interés en abrir un libro. ¿Para qué aprender a manejar si no te gustan los autos?. Por necesidad, dirán algunos. Yo diría que por necedad... y aquí llega mi molestia.

Sin querer parecer un Grinch de la superación personal diré que a estos cursos de lectura rápida no les veo la menor utilidad. Apresurar una lectura sólo por acabar cuanto antes y tener más tiempo libre es algo que no me cuadra, sobre todo si lo que leemos es una obra literaria, en dónde apresurar las lecturas se me antoja hasta grosero y de mal gusto.

Quienes vemos en las letras el prodigio del arte, y encontramos en cada enunciado, en cada renglón un manjar exquisito de formas, ritmo y disfrutamos de las construcciones gramaticales ingeniosamente logradas, el que lleguen a decirnos ‘ahora las leerás cinco veces más rápido’ se me hace un crimen. Se trata de disfrutar un texto y volver a las palabras, encontrarles nuevas metáforas y sentidos, no de volver el asunto algo mecánico y trivial.

Cuando se lee lo que menos debe importar es el reloj. ¿Qué importa si disfrutamos una y otra y otra vez un mismo párrafo de Julio Cortazar en una hora?. Si la vida se trata (o se trataba, pues ahora no lo sé muy bien) de disfrutar las cosas a nuestro propio ritmo, para qué quiero correr. No es lo mismo disfrutar una buena comida con calma y tranquilidad, saboreando cada bocado, que tener que comernos todo en cinco minutos y terminar indigestados sólo porque ‘hay prisa’. Pues al carajo la prisa, que al fin y al cabo no trae más que preocupaciones.

Muchos conocidos creen que leo demasiado y siempre comentan que cada que me ven traigo un libro diferente bajo el brazo. Creen que me paso tardes enteras leyendo y la verdad es que no, hasta para leer soy bastante irregular y diría que hasta lento, pues mi promedio de lectura es de 15 paginas o menos por día... pero eso sí, lo hago diario, de manera que no importa la velocidad, sino la constancia. Aunque la constancia también me debería de importar un pepino, pues la literatura es un arte y como tal sólo hay que disfrutarla.

Leo porque no hay nada en el mundo comparable. Uno vive, se cuestiona, ama, sufre, se encuentra. Lo hago porque me apasiona y no creo tener la necesidad de dar más explicaciones. Si usted ya ha tomado estos cursos y lee con la velocidad de un rayo, felicidades, seguramente leerá todo el contenido de éste blog en unos 9 minutos. Si en cambio, le importan poco las prisas lo invito para que siga leyendo mis tonterías como debe ser: despacito, encontrándole el sabor.

1 comentario:

Gonzalo Del Rosario dijo...

Jamás podría meterme a alguno de esos cursos para leer de una manera veloz, ya que a mí me gusta leer pero de una manera tranquila y pausada, o mejor dicho, cuando me vienen las ganas.
Maldito mundo globalizado que merma del placer de la lectura a los que solíamos ser adictos. Felizmente no es mi caso.
Pero sí el de mi flaca, ella, fanática de Alfredo Bryce Echenique, dejó de leer sus obras hace unos años, desde que empezó a trabajar.
Yo la jodo, sé que soy cruel, pero me gusta que lea los libros que le regalo.
Si bien yo también soy profesor, no de idiomas, sí de literatura, siempre he sido y seré un relajado, así que si de leer se trata, es la forma de "perder el tiempo" que más me gusta, sobretodo si tienes que esperar que la flaca se cambie antes de salir.