jueves, 12 de febrero de 2009

Hoy soy un Pez Betta


Si pudiera definirme en algún estado de ánimo, en alguna circunstancia o en un animal, hoy diría que soy un Pez Betta. Si esta utopía fuera un sueño que de tan real agobiara mis sentidos, entonces me gustaría ser azul. Elegante y altanero con los otros peces de agua dulce que no se me acercan porque saben que, invariablemente, puedo matarlos. No por prepotencia. No por odio. Sino por mi condición de Pez Betta.

Es por eso que los vendedores y dueños de acuarios siempre nos tienen apartados en peceras redondas. Sabemos hacer mucho daño, a los otros, a nosotros mismos. Nos suponemos especiales. Mortalmente bellos con nuestras colas en forma de velos de muerte. Envidiados por los peces Payaso, Ángel, Guppy, Japoneses y de más. Queremos dar la falsa imagen de que somos felices en nuestra pecera privada. Dueños de un gran espacio, de movimientos ilimitados, dueños de nuestra soledad.

La verdad es que sufrimos. Condenados a sólo ver nuestro reflejo en las paredes circulares de un frío imperio de cristal en el que la monotonía es lacerante. ¿De qué sirven tantos privilegios en el mundo de los peces de agua dulce, cuando eres el más solitario de todos? Si la verdadera libertad no es moverse a tus anchas en una esfera de tu propiedad, ¿entonces qué lo es?, ¿Acaso vivir rodeado de otros peces, con la presión de combatir contra nuestro propio instinto asesino, para no romper la paz que entre peces de diversos tamaños y colores existe? Lo dudo, no hay libertad si se reprime al instinto.

Asi, los Betta estamos condenados a la esclavitud, ya sea de la soledad o de los instintos. Vivimos atados a fuerzas más poderosas que nos impiden vivir apaciblemente, y cuyo único escape es aun más osado: saltar más allá de la frontera que encima de mí se extiende, allá donde termina el agua y adivino, existe otro mundo mucho más maravilloso que el de mi pecera. Debe haber, porque de no ser así sería una injusticia, más vida, más compañía, más secretos y maravillas fuera de estos muros de cristal. También cabe la posibilidad de que no exista nada más. ¿Y si el fin del agua es el final de todo?, ¿si esas personas, esas otras peceras que veo no son más que una ilusión bien lograda? Nadie me garantiza que al saltar y rebasar mis propios límites encuentre ese mundo materializado y listo para recorrer.

Por eso quiero saltar. Ya no por valentía ni por curiosidad, sino para matar este aburrimiento de saberme condenado al más absurdo de los infiernos: el del ocio. Y aunque me veas decidido, la verdad es que tiemblo de miedo, tanto que dudo algún día ser capaz de tomar la decisión de salir de este mundo liquido y buscar una identidad no mejor, pero si más digna.

No soy un Pez Betta. Pero tengo el mismo problema. Quiero salir de la atmósfera protectora que me rodea y en la que se supone, soy libre. Cruzar la línea de un umbral en el que estoy atrapado y vivir cosas nuevas. No sé si pueda. Llevaba mucho tiempo pidiendo que el amor volviera a tocar las puertas de mi soledad, que algo nuevo ocurriera en mi vida. Y ahora, justo cuando una luz comienza a iluminar la oscuridad de mis tardes tristes, me nace en la duda sobre si realmente quiero saltar y perderme en la jungla de lo nuevo.

Hasta hace muy poco consideraba mi excesiva libertad como un inconveniente que no servía ni para justificar mi abandono. Ahora que aprendí a vivir con ella, no sé si realmente quiero dejarla de lado. Dejar mis escapes vespertinos y nocturnos para perderme en solitario por ahí, sin rendir cuentas de ningún tipo y metiéndome en cuantos problemas podía. Ahí está la interrogante. ¿La libertad o el amor? Separados por una suave cortina de agua. Límite entre la rutina y la apuesta. Entre la vida y la muerte. El Pez sigue(o) pensando.

5 comentarios:

Kiddo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Kiddo dijo...

El amor siempre vale cualquier riesgo, de todos modos terminara lastimandote, pero, lo bailado....

Jessie dijo...

NO Gabrielito, elegí la libertad, yo creo que ya te aburriste de oirme decir que el amor idiotiza, bueno, pero es la verdad, no hay como ser libre, yo ya quiero ser independiente que lo sepas.

Y veo que aún tenés más en común con mi papá: a él también le gusta el color azul, y no por nada es el rey del lado oscuro de Céfiro (así también se le conoce al Sur de Céfiro), tiene todo, más sin embargo casi no sale del castillo, para nada, y hasta se queda solo y dice que está bárbaro porque, al igual que tu pez, puede andar a sus anchas, con sus dosis de melancolía y/ó nostalgia por algunas cosas que ya fueron.

Creo que vos también te has metido en una burbujita rosada que de pincharse podría traerte muchos dolores, pero podrás superarlos. También podés casarte y tener una hija como yo, y creo que ya estás en edad, a diferencia de mi papá, que él aún era adolescente cuando yo nací.

Además, no sé que tan malo ó bueno seas, pero mi papá a veces se le pasa la mano castigando a los plebeyos, por accidente (y por ser presa de la ira) sí le ha quitado la vida a uno, y la siguiente es la mugrosa, aunque esa no será accidente.

Te saludo y me despido

Atentamente:
Jessie, la princesa del lado oscuro de Céfiro

gabriel revelo dijo...

kiddo: claro, en parte la vida poco valdría sin esos riesgos...

jessie: ¿casarme y tener hijos? ¡claro que no, si aun estoy muy joven!... eso vendrá más adelante ja ja. creo que llegó la hora de salir de la burbujita.

Anónimo dijo...

No se quien seas ni como llegué aquí jaja, pero me pareció muy interezante tu escrito,de hecho me siento muy identificada con él.
El pez beta siempre busca la manera de "ser libre", pero ser libre no significa estar solo.
Ser libre es estar tranquilo estando donde sea y con quien sea, aún estando entre miles de peces o solo en una pecera.
Si de verdad eres libre, una relación no te quitará tu libertad.
Y si te la quita es que nunca la tubiste.