sábado, 25 de octubre de 2008

Cuaderno de viaje 4 - Edzná


El Puente de los Perros

Aventurarse rumbo a Edzná tenía sus complicaciones y hasta uno que otro riesgo, de ahí que la opción de desistir nunca haya estado contemplada. Ubicada a unos 90 kilómetros de la Ciudad de Campeche, las ruinas de esta antigua ciudad maya son consideradas como unos de las vestigios más importantes de esta civilización en el sur del país.

Desde que se me ocurrió emprender un viaje a Campeche, siempre me atrajo la posibilidad de visitar Edzná, sin embargo, por varios comentarios de conocidos y de revistas de turismo me enteré que dar con aquellas ruinas era bastante complicado entre otras cosas por la falta de señalización en carretera y por la desinformación de la misma gente de la zona. Si eso era en automóvil, ¿qué podía esperar yo, que viajaba por mi cuenta y sin otro medio de transporte que mis pies?

Esa mañana me levante temprano. Traté de vestirme lo más cómodo posible. Cargando sólo mi cámara, celular, algo de dinero y mi iPod. En la recepción del hotel pregunté la manera más fácil de llegar a Edzná. Me dijeron que lo mejor era dirigirme al ‘Puente de los Perros’ y que ahí preguntara a los transportistas quién podía llevarme. Sin embargo me advirtieron que me apurara, pues cerca de las 15:00 regresar de allá se vuelve casi imposible, pues los camiones que hacen el traslado de personas dejan de trabajar temprano (de nuevo, la filosofía campechana haciendo de las suyas). Abandoné el hotel a las 9:10 de la mañana, el cielo estaba muy nublado.

Preguntando llegué al dichoso ‘Puente de Perros’, afortunadamente no estaba muy lejos del centro de Campeche. Después de perder unos minutos admirando la arquitectura del dichoso puente (que tiene unas estatuas de perros bien bonitas) me di cuenta que a la izquierda había un mercado y alrededor varios comercios que en lo absoluto le daban un lugar agradable al lugar. Indagué con un par de personas que me mandaron a una lonchería en dónde según salían los camiones. Un señor gordo y de olor asqueroso me dijo que el mismo manejaba el transporte pero que salía hasta el mediodía. Del regreso ni hablar, si podía pasaba por Edzná a las 15:00 hrs. Si algo más se le atravesaba, pues ya no iba y me dejaba abandonado.

Investigué otras alternativas, faltaba más. Entonces di con unos taxis colectivos que pasaban por Edzná. Aunque ahora que lo pienso, esas combis distaban mucho de ser taxis convencionales. Con tres hileras de asientos y la gente apretujada parecían peceras de la Ciudad de México. Afortunadamente el chofer me vio cara de turista y me permitió ir adelante, eso sí, junto a otro pasajero cuyo desodorante no le funciona muy bien que digamos. Cinco minutos después el ‘taxi-pecera’ tomaba carretera, eran las 9:45 de la mañana.


¿Y el histerias no vino?

Conforme avanzaba el vehículo, el camino se volvía más solitario. Selva a los lados, esa era lo único que se veía alrededor. Para colmo el cielo se nublaba más y más, hasta el grado de que varias partes comenzaban a cubrirse con niebla. El triunfo que inicialmente me había dado el encontrar un medio de transporte para llegar a Edzná se desvaneció cuando mi sentido de la lógica me empezó a bombardear con preguntas nefastas: ¿Qué pasaría si me llueve una vez que esté en la zona arqueológica? dado que no soy rico para comprarme otro iPod, ni otro celular, ni otra cámara, no me quedaba de otra más que pedirle a Dios que estos fueran a prueba de agua. Otra preocupación que comenzaba a rondar mi mente era el modo en el que regresaría de aquella aventura ¿y si no encontraba ningún medio de regresar? Lo peor es que la carretera esa estaba vacía y rara vez pasaba algún vehículo. Pa colmo era pura selva.

Decidí dejar de pensar, total, de eso ya me ocuparía más adelante. Ustedes no se preocupen, si están leyendo esto es que no me morí.


Edzná, la ciudad maya

Como a las 10:35 el taxi-pecera me dejó en la entrada del INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia) de Edzná. Antes de irse el chofer me dijo lo mismo: para regresar tenía que pararme en la carretera y esperar, pero no muy tarde pues como a las 3 de la tarde dejaban de pasar. Pagué 39 pesos de entrada y dejé (por aquello de la lluvia) el iPod, mi cartera y el celular en la recepción.

Siguiendo los señalamientos que nos llevarían a las ruinas, mi cámara y yo y mi soledad nos adentramos entonces en un caminito que nos llevaba selva adentro. La luz entraba a cuentagotas por las ramas de los inmensos arboles, los moscos no se cansaban de picarme y las decenas de sonidos que llegaban de todos los puntos cardinales me hacían rogar que en el camino no me fuera a topar con algún felino salvaje.

Unos 200 metros después llegué a las primeras ruinas. Interesantes, hermosas, pero nada del otro mundo. Tomé un par de fotos sin darme cuenta que al doblar en un callejoncito me toparía con la gran metrópolis en su esplendor. Ahí estaba el centro ceremonial de aquella antigua ciudad que la verdad es majestuoso. No es por presumir, pero yo que he estado en muchas zonas arqueológicas de México quedé sorprendido cómo hace mucho no me pasaba. No sé qué sea, pero las ruinas mayas tiene su toque muy diferente a las aztecas, zapotecas, mixtecas y otras grandes culturas del México Antiguo. Cuando el edificio de los cinco pisos estuvo ante mi cualquier otra preocupación pasaba a segundo término. Mi viaje a Campeche, sólo por ese instante, ya había valido y mucho la pena.


Subir las edificaciones, recorrerlas, ver el paisaje rodeado de una espesa selva y el ensordecedor ruido del silencio. Yo y esos gigantes de piedra en la más perfecta y adorable soledad. Yo y esos grabados en las piedras, paredes, y relieves que me cuentan mi pasado y me hacen sentirme parte de una riqueza que apenas y puedo contener por los poros. A final de cuentas yo soy parte de esa magia que cientos de años después sigue generando orgullo y grandeza. No sé si a los demás les pase lo mismo, pero cada que conozco un lugar así una parte de mi corazón conecta con el entorno y crea un ambiente sobrenatural. Me encuentro con esas ruinas y ellas me hablan. Es algo que se respira, que se siente… hace falta tener el corazón mexicano para saberse uno con estas maravillas que en siguen vigilando esta tierra que nos dejaron.

No sé cuánto tiempo estuve perdido así… ¿casi dos horas? La respuesta poco importa, en un lugar de esos uno se vuelve inmortal.


Vieja Hechicera

Ya a punto de regresar a la recepción del INAH, vi un letrero que señalaba el camino hacia ‘algo’ llamado “Vieja Hechicera”. Mi curiosidad fue más grande al cansancio y seguí el camino señalado. De nuevo me interné en la selva. De pronto a lo lejos veo venir en contrasentido a una figura rubia caminando hacia mi. Conforme se acercaba distinguí que se trataba de una señora de unos 40 años de aspecto extranjero, turista sin lugar a dudas. Al toparnos me preguntó con un marcado acento español si sabía qué era la ‘Vieja Hechicera’ le respondí que no tenía idea. Cada uno seguimos nuestro camino. Ella de regreso, yo en busca de la “Vieja Hechicera”.

Mucho camino recorrido y nada. Al contrario, el camino se perdía y daba paso a la selva cerrada. Decidí regresar, en parte porque no sabía ni qué buscaba, y en parte porque eso de ‘Vieja Hechicera’ no me daba buena espina.


Conchi y los niños sordos buena onda

Regresé a la recepción y mientras recogía mis cosas pregunté qué era la ‘Vieja Hechicera'. Pues resulta que era un árbol antiguo… entonces, si me crucé o no con el dichoso arbolillo nunca lo sabré, pues en una selva estaba rodeado de cientos de ellos.

El sol había despejado toda posibilidad de lluvia y hacía un calor insoportable, decidí entonces comprarme una coca cola en lata de una maquinita expendedora de bebidas. En esas andaba cuando de no sé dónde salieron un montón de niños con uniforme de escuela. Según mis cálculos eran de primaria. Me di cuenta que eran sordos, pues todos traían aparatos auditivos y se comunicaban con señas y a gritos con sus maestras. Vi que el camión el que habían venido de excursión provenía de Campeche, por lo que se me ocurrió la maravillosa idea de pedirle permiso a la directora de aquella escuela de regresarme con ellos a la ciudad.

Lo malo es que a la turista española que minutos antes me había encontrado también se le ocurrió lo mismo. Cuando llegué con la directora de la escuela, “Conchi” (quién sabe si la española se llamaba así, pero a partir de ahora en adelante así la nombraremos) ya hablaba con ella. De todos modos la maestra aceptó y todos abordamos alegres el camión. Una vez abordo la directora nos presentó como: “unos turistas amigos, uno mexicano y la otra española”. Los niños hasta nos invitaron y varias educadoras muy jóvenes, buena onda y guapas nos ofrecieron mandarinas y frituras. Igual y estoy delirando, pero creo que le gusté a una (iuuuuuuuuuuuuuuuu).

Durante el trayecto platiqué un poco con Conchi. Ella es de Barcelona y una vez al año abandona a su esposo e hijos y se va a recorrer el mundo. Este año le toco venir a México y ya había pasado por el DF, Puebla, Veracruz, Chiapas y después de Campeche pasaría por Mérida y después terminaría con dos semanas en Cancún. México se le hace inmenso y le impresionó la cantidad de policías que hay en la Ciudad de México. Sin embargo, hasta el momento no había tenido problema alguno en nuestro país.

Después de llegar a Campeche agradecimos a los niños y las maestras que tan amablemente nos dejaron acompañarlos. Cochi y yo regresamos en un camión al centro de la ciudad (ella pagó jo jo) y nos despedimos después de desearnos buena suerte.

Regresé a la comodidad del cuarto de mi hotel, apenas era la 1 de la tarde. Todo me había salido bien y lo mejor, tenía tiempo de dormir una siesta como marcan las reglas campechanas.

3 comentarios:

Jessie dijo...

Wow! ese viaje suena más bárbaro que bárbaro, más genial que genial.

Ya me imagino como te sentiste en medio de la selva, menos que no te salió un gorila, una víbora ó algún bicho.

Pero lo que no puedo creer es que había una máquina que expendía coca colas en lata, en plena selva, es eso posible? ya hay electricidad en la selva de tu país? ó dónde estaba enchufada la máquina? ó funcionaba con luz solar?

Yo, si algún día tengo suerte, iré al DF algún día, mi papá ya ha estado allá, y dice que le gusta Coyoacán, Iztapalapa y Tlalpan, creo que eso va en el Sur del DF.

Uy! apenas acabo de leer tu cuarta parte del viaje y ya quiero leer lo que sigue.

Ah! y además esas fotos son parecidas, y hasta me confundí, con el Tajín de Veracruz, mi papá y mi abuela ya estuvieron allá en Mayo de 2008 y acá tenemos una foto donde salen ellos, que les sacaron la gente del lugar.

Te saludo y me despido y te prometo que cuando me conecto a Internet, tu libreta siempre es la primera que leo.

Atentamente:
Jessie, tu fan

Alviseni dijo...

qué buena serie te has aventado viejo! me acabo de leer los 4

gabriel revelo dijo...

jessie: la máquina de coca cola estaba en el campamento del INAH, el cual cuenta con luz eléctrica. los lugares del df que mencionas son las delegaciones politicas, yo por ejemplo vivo en iztapalapa. las fotos del tajin puede que sean parecidas, aunque esas sean de la cultura zapoteca y las de edzá sean mayas. y gracias por leerme.

dr alvi: ¿qué te puedo decir? gracias por la paciencia de leerte los 4 de golpe, y más por tus comentarios. ¡saludos!