viernes, 10 de octubre de 2008

Los hermosos gitanos (no sea payaso doctor)


Fue en el verano del 2005, año personalmente raro y perfectamente olvidable, cuando me decidí a ver esa obra de teatro que llevaba meses tentándome. El spot radiofónico que diariamente escuchaba en los cortes comerciales del programa de radio ‘La Taquilla’ terminaron por convencerme:

“Un personaje a la altura de estos tiempos: yo ya no me enamoro, ya sufrí mucho, voy a tomar un antidepresivo. Y de pronto, toca la pasión a la puerta… usted, ¿qué haría?”

“Los Hermosos Gitanos (no sea payaso doctor)”, escrita por el dramaturgo mexicano Sergio Zurita y producida por René Franco (ambos locutores de La Taquilla), se presentó con gran éxito durante varios meses en el Centro Cultural Helénico de la Ciudad de México. No lo recuerdo claramente, pero creo que fui a verla un miércoles por la noche con una amiga que amablemente se ofreció a acompañarme. Si bien tenía una leve idea de la trama y temática de la historia, al salir del teatro mis expectativas sobre aquella puesta escénica habían sido superadas ampliamente. Más aún, había tocado mis fibras más sensibles, revoloteando mis pocas certezas y causándome infinidad de cuestionamientos sobre la conducta humana en relación al amor y la pasión.

Una cosa es asistir al teatro y presenciar ante nuestros ojos una representación sobre otras vidas; y otra muy distinta, que los actores, movimientos escénicos y los diálogos se conviertan en una extensión de nuestros pensamientos, y por momentos, se apoderen de nuestra mente para llevarnos de paseo por nuestro subconsciente. Ver nuestra imagen desde otra perspectiva, tal es una de las funciones del arte.

Jamás sabré si esa obra fue tan impactante para mí, como para el resto de los espectadores. Probablemente tenga que ver que dos de los tres personajes de la obra son muy parecidos a mi. Parecidos pero contradictorios. Parecidos como amigos, y también como enemigos. Diferentes como el amor y el enamoramiento. Por un lado, Gabriel Echenique, psicólogo dependiente de los antidepresivos, condenado por miedo al amor a la más triste soledad; por el otro, Juan Grete, afamado comediante a nivel mundial que se dice, puede curar con la risa. Ambos unen su existencia en el momento en el que el comediante decide tratarse con Echenique pues se le está ‘enfermando el alma’. Lo que Echenique no sabe es que la esposa de Grete es la misma bailarina de performance de la que él está enamorado. Lo que Grete ignora, es que su psicólogo lleva varias noches acudiendo el sitio en el que su mujer se presenta.

Seguramente caigo en un sitio común al decir que poseo un poco de las fortalezas y un mucho de los defectos de Echenique y Grete. Ambos la aman a ella. Desde diversas formas, desde trincheras contradictorias, sin reparo, sin buscar explicaciones, o sin encontrar respuesta al origen del asco que también sienten por ella. Ella, siempre cambiante hasta de nombre, siempre diferente y siempre un conjunto, hija del cacique de un pueblo al que cada año iban los gitanos, que son hermosos, hasta que un crimen los alejó para siempre.

“Los Hermosos Gitanos” fue más que mi obra de teatro favorita, una canción de Bob Dylan, un autorretrato con múltiples ángulos o un inteligente descripción de “Las señoritas de Avignon” de Picasso. Fue un escaparate en un año francamente difícil a nivel emocional en el que buscaba mi rumbo. Así descubrí que el chiste de la vida es apostarle al deseo, por más que sepamos que la muerte terminará por, algún día, ganarle la batalla.

Meses después terminó su temporada y yo me resigné a que aquella historia se quedaría almacenada con la mayor fidelidad posible que el recuerdo tras el paso de los años me permitiera. Por eso no cabía de gusto cuando hace unos días, el ocio en Google me llevó a toparme inesperadamente con el libreto de “Los Hermosos Gitanos”. Siempre me la paso recomendando lecturas en este blog, pero ahora, además de hacerlo les dejó en enlace y la recomendación de que le dediquen unos minutos a esta delicia de texto que espero, algún día regrese como puesta escenica.

Hagan 'clic' aquí para leer "Los Hermosos Gitanos"

Termino de escribir aún medio aletargado por mi reencuentro con esta obra del siempre brillante Sergio Zurita, el cual nos sigue sorprendiendo ya sea en la ‘Taquilla’ o con su participación en escena de “El Oeste Solitario”.

4 comentarios:

Jessie dijo...

Entonces también te gusta el teatro?

A mí si me gusta, y el 25 de Octubre mi papá viajará desde acá, hasta México, al DF a ver Hi-5 en el Teatro Metropólitan con mi prima MaryFer, yo también quería ir, pero tengo demasiados pendientes del cole.

Te saludo y te beso y me despido.

Atentamente:
Jessie

Jessie dijo...

Pero entonces ya no supe si el mole son spaguettis (ó cualquier otra pasta) con alguna salsa mexicana.

Esque fui a un restaurante y pedí mole y el camarero no sabía de lo que estaba yo hablando asíque le expliqué que era pasta con salsa.

Y finalmente me trajo spaguettis con salsa, porque finalemente los spaghuettis es una pasta, no?

Te saludo, te beso y me despido.

Atentamente:
Jessie

gabriel revelo dijo...

jessie: ¡ayer fui a un museo enfrente del teatro metropolitan! y el teatro claro que me gusta, lo que falta es presupuesto y tiempo ja ja. y el mole no son spaguettis, quizá me equivoqué al emplear el termino 'pasta'... digamos que el mole tiene una consistencia parecida al chocolate liquido. mmmm soy pésimo para describir comida ja ja.

Mariel Ramírez Barrios dijo...

Què bueno el enlace!!!!
Abajo le contaba al animèe lo que es el mole..pero no te preocupes ,Gabo
Jessie le va a preguntar a su papà que segurito sabe
besoteeeeeee