lunes, 19 de julio de 2010

Con Miedo al Tiempo V.- El Audi que rompió el silencio


V. El Audi que rompió el silencio

Siete de la noche. Hace ya media hora que saliste del trabajo y César aún no llega por ti. Extrañada, miras una vez más el reloj que no se detiene. Detestas la impuntualidad.

Siete y cuarto. De nuevo revisas tu teléfono celular en busca de alguna llamada perdida o mensaje. Y nada. Podrías llamarle tú, pero tu orgullo infinitamente superior te lo impide.

Siete veintiuno. Te conozco, estas a escasos seis minutos de perder la paciencia. Imposible en ti esperar a otra persona más de una hora, ni siquiera a ese intento de novio borrachito e ignorante que tienes.

Siete veintitrés. Te levantas de la banca en la que pacientemente esperas. Caminas de un lado a otro de la acera. La noche comienza a caer en Avenida Reforma, y toda tu rabia se transmuta en tristeza.

- ¿Dónde estas Cesarín?, en más de un año que llevo de trabajar aquí nunca me habías hecho esto. Piensas para ti misma.

Siete veinticuatro. Decides comprarte alguna bebida caliente en la cafetería de la esquina. Si la memoria no me falla pedirás un capuchino, para llevar.

Siete veintisiete. Regresas con tu café en la mano derecha, y un rano de margaritas que recibiste en la mañana, en brazo izquierdo. Delicadamente te sientas de nuevo en la banca del exterior del edificio en el que trabajas. Ves caer algunos truenos a lo lejos. Si César no se apura, la lluvia va a llegar antes.

Siete treinta y uno. Un aire frío comienza a soplar. Miras tu reflejo en uno de los vidrios laterales del autobús que pasa frente a ti; te sientes patética al ver la imagen que das. Ya es oficial, te han plantado.

Pocas veces me salen las cosas tan bien como hoy. Me encuentro observándote en el interior de mi auto, listo para acecharte. Mi corazón comienza a latir más aprisa, la adrenalina recorre mi cuerpo y mis sentidos se agudizan. Obviamente, el estúpido bueno para nada de César no vendrá esta noche. Me cuesta creer que se haya tragado el cuento tan soso que inventé. Bastó una llamada a su oficina, para engañar a una de sus secretarias con el cuento de que ‘tu tío abuelo, Ángel Javier, había llegado de improviso de San Cristóbal de las Casas, por lo que tú, toda tu familia, se reunirían a cenar en un restaurante muy cercano a tu trabajo’; agregando, obviamente, que ‘a tu celular se le había agotado la batería y por lo tanto, sería imposible localizarte’. Mi llamada ficticia concluía con la promesa de que te comunicarías con él más tarde, cuando llegaras a casa.

Una vez aclarado el por qué de la ausencia del imbécilete ese, por el parabrisas advierto que te levantas de la banca, en donde resignadamente, llevas más de una hora esperando. Un relámpago rompe el sonido rutinario de la ciudad. Caen las primeras gotas sobre el retrovisor. Llego el momento. Enciendo el auto, tomo la lateral de esta preciosa avenida y ahí estas, cada vez más cerca. Ocho años después, mi corazón vuelve a latir con la intensidad de la primera vez que te hablé.

Siete treinta y tres. Las primeras gotas hacen que apresures la búsqueda de un taxi que no pasa. Parada en la orilla de la acera, miras a lo lejos y apenas lo puedes creer: hacia ti viene un Audi A3 color rojo, el auto de tus sueños, ese que próximamente por fin podrás comprar. Mayúscula es tu sorpresa, cuando el vehículo se detiene justo frente a ti, el vidrio eléctrico de la puerta delantera derecha desciende y te llamo por tu nombre.

- Sandra, ¿eres tú?...

Sorprendida me miras. Tardas unos segundos en identificar quien soy. Para mi sorpresa, me reconoces.

- Félix... ¡que sorpresa! ¿¡Qué haces por aquí!?

Los claxonazos de los autos detrás de nosotros no se hacen esperar, situación que aprovecho para invitarte a subir a mi auto ofreciéndote el clásico ‘aventón’ a tu casa. Propuesta que, con este clima, y sobre todo con este auto, sería imposible que rechazaras.

Subes. Inmediatamente vistes el interior con la esencia de tu aroma ‘Emporio Armani’. Me saludas con un beso en la mejilla, y el contacto con tu piel es simplemente vibrante. Te miro y me sonríes, me derrito en deseos al tenerte tan cerca. Bastan estas cosas para volver a enamorarse de aquí al cielo. Pongo el marcha el Audi, y me atrevo a pedir que me aceptes una invitación a cenar. Para mi asombro accedes instantáneamente, al momento en que das un par de tragos más a tu aún humeante café.

En el camino, mientras avanzamos Reforma con rumbo a Chapultepec no dejas de idolatrar mi auto. Tres minutos después me preguntas a qué me dedico.

- Soy Editor en Jefe de una revista cultural. Obviamente, miento.
- ¡Es que no lo puedo creer! ¡Estas cambiadísimo, y a la vez sigues siendo el mismo! Es curioso, ayer me acordé de ti.
- Bueno, la vida es la que cambia y nos da sorpresas. Ya ves, quien iba a decir que la casualidad nos reuniría hoy. ¿Qué hacías parada sobre Avenida Reforma a estas horas?
- Este... nada, bueno... sí. ¡Olvídalo!... esperaba un taxi.


Ahora eres tú la que miente, aun así, finjo creerte.

- Por cierto Sandra, lindo ramo de margaritas...



Próxima entrega
Parte 6 de 7
Tú y yo, desde el infierno

“Con Miedo al Tiempo. Relato de una obsesión en primera, segunda y tercera persona”

No hay comentarios.: