miércoles, 21 de julio de 2010

Con Miedo al Tiempo VI.- Tú y yo, desde el infierno


La lluvia arrecia cuando llegamos al Za-Hur, un lujoso restaurante bar de comida contemporánea. Mientras el Valet Parking se hace cargo del Audi, esperamos a que nos asignen alguna mesa. Me cuentas que viviste dos años en Viena y que a tu regreso te graduaste con honores en la UIC. Hablas de lo increíble que es Europa, de lo rápido que a nivel profesional se te han abierto las puertas y de los negocios que piensas emprender. Ocho cuarenta de la noche, hasta el momento, sigues sin mencionar ni por error nuestro romance de hace siete años.

Nuestra mesa esta lista. Ordeno cosa, tú prefieres una ensalada griega acompañada de pescado. Pido una botella de vino blanco, y entretanto esperamos la llegada de nuestros platillos, entusiasmada me hablas sobre algunos de los casos que en el despacho jurídico están a tu cargo.

Me pides que te comente de mi trabajo, y magistralmente, comienzo a hilvanar mentira tras mentira. Te comento que el nombre de mi revista es ‘Quinto Sol’, que en esta publicación con mucha frecuencia aparecen publicados cuentos de mi autoría, y que en general, gano lo suficiente como para vivir bien. Llegan nuestra comida, y por breves momentos, vuelves a ser la misma de antes. Si pudieras darte cuenta que cada segundo frente a ti es como un sueño. Años de extrañar extraviarme en tu mirada.

- Félix, ¿recuerdas cuando te decía ‘osito’?

Vuelves a sorprenderme. Titubeo antes de contestar. De pronto, y con la mayor desfachatez de la que eres capaz, sacas el tema de ‘nosotros’. Cierto es que eso era lo que buscaba, cierto es que no podía esperar un minuto más, sin hablar de aquellos años en los que éramos novios. Pero también es cierto, que me sorprende que seas tú quien lo mencione.

- Ehhhh.... sí Sandra… no lo he olvidado...

Ella sonríe, al tiempo que su rostro se ruboriza.

- ¡Que buenos tiempos! A veces los echo de menos.
- No tendrías porque... después de todo, fuiste tú la que quiso que todo terminara.

Siento que mi respuesta fue un tanto brusca. Como siempre, sigo siendo muy impulsivo. Para mi buena fortuna, mi comentario ni siquiera inmuta tu buen humor.

- Sabes Fel, creo que nunca te pedí disculpas por la forma en la que ‘tontamente’ di por concluida nuestra relación.

¿Tontamente?, ¿acaso con el paso del tiempo un dejo de arrepentimiento se asoma en tus palabras?. Intrigado, pero satisfecho con el rumbo que toma nuestra conversación, guardo silencio para continuar escuchándote...

- Aquel viaje a Holanda hizo que tuviera contacto con estilos de vida muy diferentes a los que conocía en ese entonces. Quizá fue una tontería, o un mucho de inexperiencia y falta de madurez, pero estando allá pensaba que el mundo me quedaba chico; que mi verdadero universo estaba en la sofisticación y folklore de una ciudad como Ámsterdam. Fue por eso que empecé a ignorar tus cartas y llamadas, no porque no te amara, o no quisiera saber de ti, sino porque también representabas esa parte de mi vida que cada vez se volvía más ajena para mis deseos y planes a futuro. Ahora sé que fue una estupidez dejarte ir. Cuando regresé, ya todo era diferente. Seguías siendo el amor de mi vida, pero mis sentimientos para contigo habían cambiado. Te quería mucho, demasiado. Pero ya no con la intensidad de tiempos pasados. En cambio, esa tarde en el aeropuerto, me di cuenta de que tú seguías igual o más enamorado de mi. Ese siempre fue tu problema Félix, siempre has estado enamorado del amor...

Y sonríes de nuevo, tímidamente. No me cuentas nada que yo no hubiera intuido antes, y sin embargo, tus palabras me hacen sentir bien. Ahora sé que es el momento de sacar todas mis emociones. Decido no contenerme...

- Sandra... pero cuando murieron mis papás ya estabas en México... ¿por qué no acudiste ó respondiste a mis llamados?. Eras la única persona en el mundo que me quedaba, me hiciste mucha falta.

¡Diablos! Un nudo en la garganta me impide seguir hablando. Una lagrima brota de mis ojos. Suave y lentamente resbala por mi mejilla. Apenado te pido perdón por el espectáculo que a causa de mis sentimientos te estoy brindando. Con la palma de tu tersa mano recorres lentamente mi rostro.. Con una voz angelical y delicada, capaz de romper el más gélido de los corazones intentas consolarme.

- Félix, perdóname. Creí que si me alejaba de ti sería mejor, y así me lograrías olvidarme poco a poco. Finalmente lo hiciste... osito, ¡mírate! eres todo un hombre, guapo y exitoso. Sé que me aleje de ti cuando más necesitabas de alguien, pero ten la seguridad de que lo hice para que dejaras de hacerte tanto daño pensando cosas que no son. De cualquier manera, quiero darte las gracias por todo lo que vivimos. Por haber sido mi alma gemela. Por llegar a mi existencia.

Me tomas de las manos, ahora tus ojos también se humedecen.

- Sandy, ¿cuándo fue que te olvidaste de mi?

Y ya no quieres, o no te alcanza el tiempo para responder. De forma casi imperceptible te acercas más a mí, cálidamente besas mis labios. Y este es un momento mágico, en donde no cabe Fernando, ni César, ni un curso de francés, ni Ámsterdam. Es nuestro mundo, y es como un sueño. Tú, yo, y si acaso, un ramo de margaritas y un poema.

- Lo siento Félix, me deje llevar... ¿podemos seguir siendo amigos?....
- Los mejores, ahora que de nuevo te encontré prometo no dejarte ir. Por cierto, sigues repitiendo las palabras ‘pues’ y ‘mira’.


Y estallas en carcajadas.


* * * * *



El resto de la cena transcurre como si el tiempo no hubiera pasado por nosotros. Volvemos a ser los mismos de hace casi ocho años. Son casi las once de la noche cuando pido la cuenta. Mientras vas al tocador aprovecho para besar la figura de oro blanco de la Santísima Muerte que cuelga de mi cuello. Este podría ser el final feliz, pero falta lo mejor ¿verdad madre mía?. Alcanzo a guardar la medalla en el interior del cuello de mi camisa negra justo cuando vienes regresando.

- Hora de ir a casa. Dices alegremente.

El empleado del Valet Parking trae mi auto hasta el pórtico del Za-Hur. Caballerosamente te abro la puerta y espero a que primero subas al vehículo.

- ¿Sigues viviendo en la colonia Escuadrón 201?

Una vez más, vuelvo a fingir demencia.

- Claro Fel.

Enciendo el coche. Como un espíritu nocturno recorremos a toda velocidad las inmediaciones de la tercera sección del Bosque de Chapultepec, mientras la canción ‘November Rain’ retumba imponentemente en las bocinas. Charlamos alegremente, te ves contenta, y yo, cada vez me siento mejor a tu lado. La lluvia, el clima húmedo, una buena canción y tu voz. Dudo que en estos momentos exista en el mundo un lugar con más carga de magia que el interior de este Audi A2, que en estos momentos es un ave de metal, llena de orgullo al verse materializada en un templo del romance. Fantástica sensación que súbitamente se ve interrumpida por el timbre de tu teléfono celular. Nerviosamente guardo silencio, preguntándome quién diablos tuvo el atrevimiento de interrumpir nuestro momento. Contestas jubilosamente.

- Si mamá, ya voy para allá, lo que pasa es que me encontré a un viejo amigo que me invitó a cenar... ¿Me ha estado hablando César?, ¿Él dijo eso..? ¿que mi tío Ángel Javier había venido?... no... ¡está loco mamá, yo no le hablé!, al contrario, estuve esperándolo hasta las siete y media... ¡y no llegó!. Si vuelve a marcar dile que por el momento no quiero saber de él... sí mamá, me hizo enojar mucho, ya sabes que me choca esperar. Bueno... voy para allá, llego como en media hora.

Suspiro aliviado, estuve cerca de que toda mi jugada maestra quedara al descubierto. Afortunadamente jamás mencionaste mi nombre, lo cual, deja intactos mis planes. Por diversión, decido hacerte caer en tus propias contradicciones.

- Sandra... ¿Quién es César?

Ingeniosamente me respondes que es un vecino que hace poco se mudo a tu colonia, y que, debido a la cercanía de su trabajo y del tuyo, a veces pasa por ti. Vas tan hundida en tejer mentiras y escudar pretextos, que no adviertes que en lugar de tomar Viaducto entramos en Avenida Revolución. Ágilmente sigues hablándome de la situación política del país, que según tú, a un año de las elecciones es todo un caos. Al igual que en nuestras citas de hace ocho años, la que más habla en nuestras charlas eres tú. Podrías pasar horas enteras platicándome de tus proyectos, ambiciones y familia; de música, televisión y cultura. Para ti no hay temas difíciles ni desconocidos.

La lluvia continúa, y justo cuando doblamos en la calle de Vasco de Quiroga te das cuenta de que cada vez nos alejamos más de tu casa. Inquieta preguntas hacía dónde vamos. –Es una sorpresa. Respondo. Te juro no nos quitará más de veinte minutos.

Te desesperas al ver la hora y pensar lo poco que esta noche dormirás, mañana tienes que levantarte temprano. Aún así, la curiosidad por ‘la sorpresa’ puede más en ti, y decides continuar en esta aventura que por lo menos hoy, te sacó de la rutina diaria. Avanzamos más, Vasco de Quiroga ahora se transforma en avenida. Un rayo ilumina el firmamento y yo aprovecho la luminosidad de aquel momento para mirar de reojo tu rostro. Denotas preocupación, y un poco de extrañeza. Has dejado de hablar tanto y ahora sólo te limitas a externar comentarios aislados.

Justo cuando llegamos a la zona de Santa Fe me pides que sea cual sea la sorpresa prefieres dejarla para otra ocasión. Me explicas que en media hora será media noche y que tienes que llegar a casa para terminar con un pendiente del trabajo. En esta ocasión decido no responderte nada. Mi repentino silencio te angustia mucho más que cualquier respuesta que te hubiera dado. Tampoco dices ya nada. Al pasar de largo las nuevas instalaciones de la Universidad Ibero comienzas a sentirte verdaderamente angustiada. Te preguntas una y otra vez por qué diablos aceptaste subirte conmigo a mi lujoso automóvil. Comienzas a echar de menos la calidez de tu colonia y sus inmediaciones, más aún cuando la comparas con esta zona de Santa Fe, llena de modernidad y desarrollo, pero fría y solitaria. Isla del primer mundo en medio del mar del subdesarrollo de la capital.

Lentamente diriges tu mano derecha hacia el seguro que abre la puerta. Sutilmente intentas abrirlo. Con desilusión te das cuenta que tanto los seguros, como los vidrios del auto están perfectamente bloqueados. Percibo tu angustia, el miedo comienza a dibujarse en tu rostro; y lo disfruto. Acelero más y justo cuando tomamos la autopista a Toluca, llegamos a los 180 kilómetros por hora. Alterada me pides que dejé de acelerar, que el pavimento está mojado y que si seguimos así de rápido terminaremos por voltearnos. Sigo ignorándote. Tomas tu teléfono celular y un escalofrió recorre tu espalda cuando te percatas de que no tiene señal. Fijas tu mirada en mi rostro y descubres que mi semblante ha cambiado, ahora es más duro, más adulto y por qué no, más endemoniado. Aquí vas, atrapada en un auto que en cualquier momento amenaza con colapsar en alguna curva, incomunicada y acompañada de un hombre al que ahora desconoces.

De repente, notas que la velocidad del vehículo disminuye. Tomo el camino que sube hacía la zona del Desierto de los Leones. Aprovechas el momento para rehacerte emocionalmente, llena de valor, me gritas que detenga el vehículo y te explique lo que esta pasando. Vuelvo a ignorarte, ni siquiera te miro. Desquiciada gritas. Me ordenas que frene y te deje ir. Ya no puedes más, y en un ataque de rabia tomas de tu bolsa una pluma fuente y violentamente intentas clavármela en la cara. Fallas. Sin embargo alcanzas a herirme profundamente el costado derecho de mi rostro. Inmediatamente siento brotar un poco de sangre. Con fuerza te aparto de mí. Del interior del saco de mi traje extraigo la pistola nueve milímetros y te apunto directamente a la cabeza.

- Mira pinche piruja. O te estas quieta o aquí mismo te carga la chingada.

El ver el arma apuntando directamente hacía ti, y escucharme (por primera vez en tu vida) hablar con palabras altisonantes, hace que entres en shock. No entiendes qué pasa, crees estar en una pesadilla demoníaca de la que pides despertar a gritos. Intentas gritar, moverte, actuar; simplemente no puedes. El temor te paraliza. Sólo alcanzas a suspirar debido a los espasmos que el intenso llanto que brota de tus ojos verde vida te provoca.

Con el fin de acortar camino hacía la parte hacía la parte más profunda del bosque, y para evitar la caseta de seguridad, tomo un camino sin pavimentar. Ha dejado de llover, y un frío intenso recorre tus huesos. El camino enlodado y la oscuridad que nos brinda la sombra de los gigantescos pinos le dan un toque tétrico al lugar. Con trabajos continúo manejando. Apago el estereo del auto y el silencio nos envuelve. Continúo internándome en el bosque unos veinte minutos más hasta llegar al final del camino. Detengo el auto. De la guantera saco una lámpara sorda y mi navaja suiza. Con notables esfuerzos susurras quedamente que te saque de ese lugar. Te miro fijamente. Suavizo mi voz y amablemente, como si nada hubiera pasado retiro el bloqueo del seguro de las puerta y te pido que bajes. Torpemente lo haces. Al verte libre de tu prisión dudas si correr o quedarte a implorar misericordia. Para tu desgracia, optas por la primera opción.

- ¡¡¡Ayúdenme!!!. Alcanzas a gritar.

Centésimas de segundos me bastan para cortar cartucho, ubicarte visualmente y tirar del gatillo. En medio del silencio de la noche, la detonación se escucha veinte veces más potente. A lo lejos un perro ladra asustado. Después, silencio de nuevo. Sólo se escucha tu llanto saturado de dolor. Diez, once pasos, y llego hasta donde estas herida. Orgulloso, verifico que mi disparo dio en el blanco deseado, tu tobillo izquierdo esta destrozado. Mi poderosa bala atravesó tu hueso y cartílago; imposibilitada de huir, estas completamente a mi merced.

Con mi lámpara ilumino mi rostro. Disfruto verte así, en el umbral de tu partida de este mundo. Humillada, llena de lodo, sudada y con la muerte acechándote. Torpemente intentas hablar...

- ¿Por qué?... ¿Por qué me haces esto?. Alcanzas a preguntar.

Colérico te respondo, lleno de una furia que llevaba años encerrada en el infierno de mis entrañas:

- ¿Por qué Sandra? ¡Todavía te atreves a preguntarlo!. ¡Destruiste mi vida maldita estúpida!. Yo te amaba con el más puro de los sentimientos. Te entregue mi vida para que juntos creciéramos y fuéramos felices. Llenaste de ilusión mi alma, y al final ¿qué hiciste?. ¡Mandar todo al pinche caño!. Me doy cuenta que a tus veintiséis años sigues siendo la misma escuincla mimada de siempre. Te entregué amor verdadero Sandra, y lo echaste todo a perder...

Mi voz comienza a quebrarse.

- … siempre me dabas explicaciones sosas, sin sentido...

Y el llanto comienza a brotar de mis ojos.

- … sólo te importaba tu porvenir... ¿y yo?... ¿¡yo qué Sandra!?, a mi que me cargara el demonio ¿no?... tú sí tenías derecho de crecer, de hacer lo que más dichosa te hacía en ese momento, sin importarte los sentimientos e intereses de los demás.

Es inútil que lo evite, estoy desmoronándome emocionalmente. Como puedo, me limpio las lágrimas. Mientras me miras. También lloras, pero tu llanto, a diferencia del mío, es casi infantil, lleno de vulnerabilidad.

- No sabía... no pensé que... de verdad, ¿cuántas veces tengo que pedirte disculpas?

Respondes en el tono más triste que tu color de voz te permite.

- ¡Maldita¡ mil veces maldita seas por haberme enamorado, por no dejarme en paz ni por un segundo durante todos estos años. Y no sólo a mi Sandra ¡Por tu culpa hice mucho daño! ¡Por tu culpa maté, violé, abandoné a mis hermanos y casi pierdo la vida. Por eso, maldita perra, mereces morir.

Basta de retrasar más las cosas. Vuelvo a levantar el arma que sostengo en mi mano derecha. Con toda tu alma imploras piedad, pero sabes que ya no habrá marcha atrás. Y de nuevo, detono el gatillo una, dos veces más. Primero en tu hombro izquierdo, después en la boca de tu estomago. Un perro vuelve a ladrar a lo lejos, talvez el mismo, talvez otro, en estos momentos detalles como este no importan demasiado.

Debajo de ti un charco de sangre se mezcla con el lodo. Comienzas a sudar frío. Una punzada en tu hombro, recientemente masacrado, hace que casi te desmayes del dolor. El interior de tu estomago esta convertido en jirones; agonizas, y apenas es el principio de tu calvario. Yo, más repuesto emocionalmente, vuelvo a encarar a Sandra.

- Sabes, lo que más me encabrona, es que aun hoy me sigas mintiendo. Entérate pendejita: sé que sales con un putito medio pobretón llamado César... ¿esa es tu idea de un cambio de aires?, ¿ése es tu hombre de primer mundo?. Perdóname, pero estás muy equivocada, nunca comprendiste lo que el amor verdadero te puede dar. Sandra, ¿qué ganabas con ocultármelo?, ¿volver a verme la cara de idiota?

Te convulsionas. Estas ardiendo en fiebre y apenas percibes lo que pasa a tu alrededor. Definitivamente estás luchando, no quieres morir tan joven, con tantos planes y sueños aún por realizar. Perdóname, pero ya tengo que terminar con esto. Me hinco ante tu moribundo cuerpo. Saco la hoja metálica más filosa de mi navaja y la acerco a tu pecho. Me observas con la mirada casi en blanco. Tu pulso se acelera y cada vez se te dificulta más respirar. Estas sufriendo un ataque cardiaco.

- Muy bien mi amor, me duele en el alma terminar todo así... pero no quiero seguir odiándote por toda la vida. Nuestra historia no merece un final así.

Comienzas a escupir sangre. Mientras hablo, muy lentamente perforo la piel de tu pecho con la afilada cuchilla.

- Perdóname tú...

Atravieso tus costillas, hago un poco más de presión en el mango de la navaja y así traspaso un costado de tu corazón.

- … por destrozarte el corazón, tal como tú lo hiciste conmigo.

Muevo lentamente la cuchilla en tu interior... despedazo el interior de tus entrañas.... y dejas de existir.

* * * * *


Una hora después atravieso periférico a toda velocidad. El reloj digital del tablero marca las cero horas con cuarenta y ocho minutos. En la radio suena ‘Smells like teen spirit’ de Nirvana. El celular de Sandra, en el asiento del copiloto, suena por séptima vez. Por la ventana arrojó el ramo de margaritas, y mi alma por fin esta en paz.

Cuando amanezca, en cualquier coladera de la ciudad tiraré la pistola y la navaja, con la que acabé con su existencia. Sacaré todo el dinero que tengo disponible, y tomaré el primer vuelo de la mañana hacia Uruguay. Gracias Santísima Muerte, mi venganza esta completa. La regresaste a mi vida, y cerré el círculo. Ahora, como lo prometí, cambiare radicalmente mi vida. Me voy a Punta del Este, ya sin adicciones a las drogas, ya sin obsesiones, ya sin Sandra.


Próxima entrega
Parte 6 de 7
Domingo, al anochecer

“Con Miedo al Tiempo. Relato de una obsesión en primera, segunda y tercera persona”

No hay comentarios.: