martes, 13 de julio de 2010

Con Miedo al Tiempo III.- Félix


III. Félix


Diez de la mañana en punto. Tamara, secretaria de una exitosa abogada del Despacho Jurídico Becerra-Hernández, se asoma en una de las ventanas de la oficina, desde dónde Paseo de la Reforma, la avenida más bella de México. Madre de un niño de siete años, se encuentra tan inmersa en sus propios pensamientos, que no repara que desde hace cinco minutos, al otro lado de la acera, un joven de unos veinticuatro años con barba de tres días y un vieja gabardina negra, no deja de mirar hacía la oficina de la Licenciada Basú. Afuera, el misterioso y desalineado hombre que sin aparente motivo siguió a la licenciada Sandra, decide que es tiempo de regresar a su departamento en Polanco, lugar donde vive desde hace seis meses, cuando se mudo de su antigua casa en Ciudad Nezahualcóyotl.

El nombre de este extraño de mirada melancólica es Félix Reyes. Aquél que hace ocho años, un sábado de diciembre, supo lo eléctrico que puede llegar a ser un beso y lo devastador que puede ser la frase ‘tengo novio osito, ¿recuerdas?’. Y en segundos, el sólo recuerdo de ese momento es capaz de hacer trizas su corazón. Félix Reyes, es este hombre, que recuerda que a pesar de esa primera y desafortunada declaración, él y Sandra siguieron frecuentándose. Durante meses ambos se entregaron a la más hermosa de las relaciones humanas: la amistad. Con el tiempo aprendieron a confiar ciegamente uno en el otro. Entre ellos los secretos dejaron de existir. Con el tiempo, Sandra se dio cuenta de que ser novia del muchacho más popular de la universidad ya no era importante. Era más costumbre que amor. Más un disfraz que una realidad.

En mayo de 1998, ella tomó la decisión de romper con Fernando, su novio de ese entonces. Después de cuatro años de noviazgo, ambos estuvieron de acuerdo, pues ya nada los unía. Por primera vez desde hace mucho tiempo, Sandra se sentía libre, llena de ganas de vivir y de tomar nuevos rumbos. Un mes después, en medio de una tarde soleada de jueves. Félix recibió la llamada de la niña de sus sueños. Quería verlo y decirle algo muy importante. Medía hora después, ambos ya estaban hablando en un parque de Coyoacán.

- Y bien, que me tenías que decir Sandra, ¿acaso me vas a invitar a cenar o algo así? Bromeó Félix.
- Ay osito, pues... hace un mes que rompí con Fernando. Perdóname por no haberte dicho nada, sé que entre nosotros no nos tenemos secretos ¿verdad?, pero mira, estoy mejor que antes... ¿ah que sí?
- Bueno... sí. Pero...
- ¿Pero?... por favor no te enojes Fel, mira... el estar durante este mes sola me hizo pensar muchas cosas como...
–Sandra titubeaba. Por primera vez Félix la veía en una situación en la que ella era la vulnerable.
- ¿Pero?... ¿Cuántas veces hemos mencionado la palabra ‘pero’ en esta conversación?
- ¡Félix, estoy hablando en serio!. Pues mira...
- También repites mucho las palabras ‘pues’ y ‘mira’.

Sandra no pudo evitar sonreír ante las ocurrencias de Félix.

- ¿Ya puedo seguir Osito?, mir... digo... ósea, con el tiempo comprendí que todo lo que creí que era amor no era más que un capricho de mi parte y pues... ¿me entiendes o te estoy enredando más las cosas?, tú eres tan tan lindo que, pues, creo que. Bueno, pasa que me estoy enamorando de ti... y ya sé que te hice mucho daño, pero quiero demostrarte, bueno, si tú quieres, que esta vez puede ser diferente, y que no me importa nuestra diferencia de edades o que vivamos en lugares diferentes, ni...

Y Félix no resistió más y silenció las confusas frases de Sandra con el beso más tierno y suave que hasta ese entonces había dado en su vida. Hundiéndose en sus ojos verdes, acariciando su suave cabello y sintiéndose, ahora sí, un hombre completo. La amistad que encendió su amorío hizo que ambos vivieran un noviazgo lleno de intensidad y comprensión. Él jamás fue (ni será) tan feliz como en esa época de su vida, en la que todos los ámbitos de su vida estaban por primera vez bien. Todo era de color cielo con un aroma a durazno en el viento. Juntos eran más fuertes que el mismo mar, y así, en pareja, diariamente recorrían esta ciudad. Todos sus rincones y edificios se convirtieron en mudos testigos y cómplices de un amor con tintes celestiales.

Félix dejó atrás su niñez, estaba a punto de cumplir los dieciocho años. Gracias a una beca que había obtenido gracias a su excelente rendimiento académico, pronto comenzaría sus estudios en Filosofía y Letras en la Universidad Iberoamericana. Escribía más que nunca, se sentía tan inspirado que su obra abordaba desde cursis historias de amor, hasta poemas en verso y prosa, pasando por sonetos cuidadosamente elaborados. Ella, ya de veinte años, era la más avanzada de su generación y ya desde aquel entonces, prometía ser una gran abogada.

Llegada la primavera de 1999 la calma comenzó a volverse temporal. Debido a su excelente rendimiento y altas calificaciones, Sandra obtuvo la oportunidad de estudiar durante un semestre en la ciudad de Ámsterdam. Félix la apoyo incondicionalmente. Sabía que solo serían seis meses, y aunque la extrañaría más que a su vida, él no era nadie para impedir que se marchara. Ante todo, quedaba el confort de saber que para Octubre ella estaría de vuelta. Llegado ese momento, ya nada los separaría.

Aquella tarde de abril, cuando Sandra se fue a Holanda estuvo nublada. La despedida como se esperaba, fue triste. A los dos les costó mucho aceptar que durante los próximos meses tendrían que arreglárselas para vivir sin la presencia del otro. Aun así, intentaban hacer las cosas más llevaderas y fingían tranquilidad y fortaleza.

- Prometo que durante tu ausencia, cada día recibirás una carta. Te juro que no habrá semana en que no te llame. No lo dudes, no habrá un momento del día, un rincón de la tarde en el que no me detenga a pensar en ti. A todas horas, hasta que vuelvas. Te esperaré ciegamente.
- Vida, de verdad no hace falta tanto. Basta con que me escribas el más bello de los poemas, lo guardes en lo más profundo de tu corazón, y me lo susurres al oído el día de mi regreso.
- Te amo.


Y Sandra hubiera querido decirle que ella también lo amaba con la enfermiza necesidad de quién se sabe perdidamente extraviado en el alma de su ser amado. Hubiera dado la vida por poder decirle que desde que él apareció en su vida por fin había conocido el amor, ese que es real y que puede darnos la fuerza de mil tempestades. Ella le hubiera dicho aún más cosas, si un nudo en la garganta no se lo impidiera. En silencio miró a Félix y tras titubear unos instantes, cruzo la aduana. Diez horas después, su avión estaría arribando a la hermosa Ámsterdam, la ciudad que le ganó terreno al mar.

Félix esperó pacientemente el regreso de su amada. Varias veces a la semana le escribía cartas, le mandaba correos electrónicos y cuanta demostración afectiva se le ocurría, mismas que fueron correspondidas durante los primeros tres meses, sin embargo, agosto llegaba y Félix dejó de tener noticias de Sandra. Cada día revisaba su cuenta de correo en Internet y el resultado era siempre el mismo, muchos correos de sus amigos, pero ninguno de ella. Lo mismo sucedía si hablaba a su departamento en Ámsterdam, todo intento por establecer contacto con ella era en vano. Los siguientes meses volvieron cada vez más lentos y llenos de amargura, adornados con el sin sabor de la incertidumbre. Las pocas veces que ambos llegaban a entablar comunicación, el resultado era siempre el mismo, una gran frialdad que Félix atribuía a la distancia. - Cuando vuelva todo será como antes, pensaba él optimistamente.

* * * * *

25 de Noviembre. El monitor de arribos internacionales en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México anunciaba la llegada del vuelo 257 proveniente de Holanda. La sala de espera se encontraba atiborrada de personas que esperaban a sus parientes y amigos, entre ellos, los familiares de Sandra, que aguardaban pacientemente su salida de la zona aduanal. A lo lejos, Félix, vestido formalmente, jugaba en sus manos con un ramo de margaritas y una carta con un poema que escribió para cumplir una promesa.

Veinte minutos después, apareció Sandra, más hermosa y delgada que nunca. De inmediato, se vio envuelta entre abrazos y saludos de todos. Poco a poco, Félix se acercó a la niña de su vida, que parecía no advertir aun su presencia, hasta que la tuvo justo en frente.

- Mi amor, ¡bienvenida!, estas son las flores y el poema que te prometí.

Sandra lo miró con cierta indiferencia, tomo las flores, la carta y sin mirarlas se las dió a su papá. Desconcertado, Félix se acercó un poco más e intentó besarla apaciblemente. Inmediatamente ella giró la cabeza rechazando cualquier contacto físico.

- Este... ¡gracias eh! Estoy cansada, y quiero irme a casa, luego nos vemos. Contestó con un tono de desgano en su voz.

Y se marchó, dejando a Félix en la más profunda confusión. ¿Qué pasó en Ámsterdam?, ¿Por qué cambió tanto? Durante días la buscó para hablar y saber que estaba sucediendo.

Finalmente, tras mucha insistencia, ella accedió a verlo. Hablaron (por última vez) el cuatro de diciembre de 1999, en un café de la zona rosa. El pidió una Coca Cola fría, ella un Capuchino. Aquella tarde, sin dar muchas explicaciones, Sandra dió por terminada su relación.

- Pero, ¿por qué?, Sandra, escúchame, al menos dame un motivo para entender esta actitud tuya.
- Porque la gente cambia Félix, y estando en Europa comprendí que hay cosas que me llenan mucho más en este momento que el tener una relación con alguien. Quiero crecer y dedicarme a estudiar. Y sabes qué, en un año me vuelvo a ir, ahora a Viena. Así que lo mejor será cortar ahora mismo y por lo sano. Cuídate mucho ¿sí?, me retiro porque tengo varios compromisos que atender. Adiós.


Sandra se levantó, y apenas Félix la perdió de vista, comenzó a llorar como nunca. El dolor le laceraba lo poco que ahora quedaba de su confundido corazón. Tres semanas después, los padres de Félix se mataron en un accidente automovilístico en Churubusco, cuando regresaban de una cena con sus ex compañeros de la universidad. Era de madrugada, cuando por medio de una llamada de las autoridades de tránsito del Distrito Federal, Félix supo de la tragedia. Ahora sí, finalmente el mundo se le venía abajo. En estos dolorosos eventos del pasado pensaba Félix Reyes, cuando llega hasta su lujoso apartamento en la zona más exclusiva de Polanco. Casi a las cinco de la tarde tomará una ducha y se afeitará. Se pondrá un lujoso traje negro ‘Óscar de la Renta’ y unos zapatos perfectamente limpios. Un Rolex autentico en la muñeca izquierda, una esclava de oro blanco en el cuello de la que pende la figura de una santa, una pistola nueve milímetros en el interior de su saco... en fin, lo común para un hombre como éste.

Después de peinarse y perfumarse, vio su reflejo en el espejo. Definitivamente, ahora es una persona muy diferente a la que había perseguido a la licenciada Basú en la mañana. Antes de salir, se dirige al pequeño altar que está en una de las esquinas de su apartamento. Lleno de cirios, velas negras y extraños fetiches, que junto con una densa capa de humo blanco despedido por un poco de copal prendido, dan al lugar un ambiente lúgubre. Félix se arrodilla y persigna frente a una fotografía de Sandra, y una imponente figura de la Santa Muerte.


Próxima entrega
Parte 4 de 7
IV. Amparame tú, Santísima Muerte


“Con Miedo al Tiempo. Relato de una obsesión en primera, segunda y tercera persona”

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