viernes, 16 de julio de 2010

Con Miedo al Tiempo IV.- Amparame tú, Santísima Muerte...



IV. Ampárame tú, Santísima Muerte...


Santa madre mía, cobíjame en tu regazo protector y guíame por la obscuridad de esta noche. Sólo tú puedes socorrerme para que éste sufrimiento, y su historia, llegue a su fin; ampárame tú, Santísima Muerte...

Simplemente no puedo, ni quiero, seguir viviendo con la carga del desamor a mis espaldas. Muriendo todos los días por su ausencia, recordando su indiferencia que arranca en mil pedazos la poca voluntad que me queda por salir adelante. He intentado olvidarla, tú lo sabes madre mía, he luchado con todas las fuerzas de mi ser por desenterrarla del pensamiento. Pero es imposible, cada vez me hundo un poco más en este pantano de aversión, en medio de la selva de su olvido. Y todo es por ella.

Sólo tú, Santísima Muerte, me has acompañado en mis peores momentos. Solo tú, sabes lo que me costó salir adelante cuando perdí a mis padres aquél invierno de 1999. Solo tú conservas en el tiempo aquella amarga sensación que invadió mi alma la noche del treinta y uno de diciembre. Mientras todo mundo festejaba y sonreía en las calles, todos llenos de dicha al esperar la llegada del nuevo milenio, yo lloraba lleno de impotencia en mi habitación, atestado de silencio y memorias fúnebres. Quería que todo se detuviera, morirme en ese instante, para que palabras como ‘mañana’ y ‘porvenir’ dejaran de asfixiarme. A partir de ese momento, solamente vivo... con miedo al tiempo.

Meses después, señora mía, sabes que me sacudí el dolor y comencé, sin éxito, a buscar trabajo. En ningún lado obtendría los recursos suficientes para mantenerme a mis dos hermanos y a mí. Pasaba el tiempo y la miseria se apoderó de mi vida. Junto con mi beca en la Universidad, perdí mis sueños de ser escritor. Justo entonces, decidí mandar todo al demonio. Mis valores, mi religión, mis ideales, todo se desvanecía en mi vida.

Comencé a robar. En un principio lo hacía solo. Aprovechaba las primeras horas de la noche para robar bolsos, carteras, auto partes y misceláneas; con el tiempo fui conociendo a niños de la calle, miembros de pandillas y drogadictos, que me protegían a cambio de un pequeño porcentaje del dinero que obtenía de los hurtos. Poco a poco, me dejaban participar más en la ejecución de delitos, que gradualmente, se iban volviendo más graves. Todo esto siempre fue un secreto para Jorge y Alejandro, que cada noche se iban a dormir con la versión de que su hermano Félix ‘trabaja en el horario nocturno de un fábrica de zapatos’.

Dedicaba mis ratos libres a intentar hablar con Sandra. En ese instante lo único que necesitaba era un poco de comprensión, que por cierto, nunca obtuve, pues la señorita Basú nunca contestaba, ni por error, una de mis llamadas; ni las cartas que en las madrugadas yo le dejaba afuera de su casa. Ella, que era la única persona capaz de frenar mi descenso al infierno, se negaba a salvarme. Una palabra, una sonrisa, una señal de vida hubiera sido suficiente para no vencerme por la vida.

Ante tanto dolor, las drogas me brindaron un escape, una fuga, un consuelo. Inicié con Marihuana. Me aficioné terriblemente a la cocaína. Con las drogas sintéticas cancelé las pocas ganas que me quedaban de vivir. Terminé por perderme.

De aquellos días recuerdo muy poco. Sé que en alguna ocasión hasta participé en el robo de un banco; maté gente, e incluso, en una lluviosa madrugada de noviembre me atreví a violar a una señora que regresaba a su casa del trabajo. Fue por las inmediaciones de Cabeza de Juárez. Lo hice sólo por el puro placer de lastimarla, por ese enfermizo deseo de arruinarle la vida a los demás. Sé que causé mucho daño. Nunca más volví a enamorarme.

Cada día, el temor que hacia mi sentían mis hermanos se acrecentaba un poco más. Hasta que decidieron marcharse de casa. Hace cinco años que abandonaron aquel modesto hogar en dónde vivíamos... hace cinco años que no sé nada de ellos... hace cinco años que no dejo de sentirme culpable... hace cinco años. ¿Parece mucho? A mi ese tiempo me bastó para hundirme en el abismo de la mayor de las soledades, la de del alma. En este angustioso circo de mi existencia pasaron los días, semanas y meses. Sin darme cuenta me volví uno de los principales distribuidores de droga en las escuelas del rumbo. Gracias a mi odio, y a lo poco que me importaba la vida, me convertí en uno de los intermediarios más eficientes y respetados en la venta de estupefacientes. Mis ganancias personales se incrementaban rápida y considerablemente.

Y así, entre delincuentes, ladrones, drogadictos y violadores, aprendí a rendirte culto. A tomarte como estandarte de mi única religión. Tú, mi protectora, mi señora, mi guía en la vida. Me tomaste entre tu auxilio defensor y condujiste hacía el éxito todos mis retorcidos negocios. Dos años después, ya contaba con lo suficiente como para permitirme algunos lujos. Algún auto último modelo, un terreno por aquí, un departamento por allá, en fin, lo suficiente para vivir con las condiciones que un narco promedio merece.

Reina mía, te habla uno de tus hijos predilectos. Él que hace unos meses salvaste de una terrible sobredosis. Gracias a ti sigo vivo Santísima Muerte. Gracias a ti me he dado cuenta de que mi vida tiene que cambiar, y que esta, es mi última oportunidad para borrar, de una vez por todas, ese pasado de miseria, desamor y podredumbre.

Poco a poco, a ti te consta, he ido saliendo del mundo del narcotráfico. He conseguido un trabajo digno redactando artículos, que contradicción, en una revista de política. He vendido todas mis propiedades ‘ilegales’. Ahora, sólo conservo este apartamento y mi auto, un Audi A2, el favorito de ella. Con tu amparo, Santísima Señora, estoy por dejar para siempre las drogas y el alcohol. Estoy cumpliendo nuestra promesa, ¿recuerdas?, ‘si regresabas a Sandra a mi vida, prometo ser un hombre de bien’; y juro por mi vida que después de esta noche, lo seré.

Hace unos meses la vi por azar en un centro comercial de Avenida Universidad. Desde entonces sigo sus pasos calladamente. Descubriendo que sigue siendo la misma mujer de antes, y en parte, es otra, totalmente contraria a mi recuerdo. Más bella que nunca, la tornaste a mí para cerrar el círculo. Y la espera terminó. Ha llegado el momento de castigarla por trastornar mi vida, por condenarme a pensarla idamente cada noche. Por transmutar mis sentimientos en obsesión, esta noche, ella, pagara con su vida.

Gracias Santísima Muerte, esta noche, sea como sea, todo terminará.



Próxima entrega
Parte 5 de 7
El Audi que rompió el silencio

“Con Miedo al Tiempo. Relato de una obsesión en primera, segunda y tercera persona”

No hay comentarios.: