
Estoy a punto de tomarme un Yogurt liquido de durazno. El problema es que su fecha de caducidad vence hoy. Seguramente nada me pasará por ingerirlo ¿o quién sabe?, habrá que tomar (literalmente) el riesgo.
Admitámoslo, el amor es como un yogurt. Si lo tomas a tiempo es muy rico. Pero en cambio, una vez que su fecha de consumo ha pasado nos sabe amargo, huele mal y hasta nos provoca asco (eso sin contar la infección estomacal que muy probablemente contraeríamos). Estar enamorado, por lo tanto, es acceder a una existencia paralela, en la que lo más cotidiano cambia para ponernos todo de cabeza. De pronto uno se nota haciendo o diciendo cosas que en su estado de ‘sobriedad sentimental’ jamás osaría.
Obviamente me ha pasado, sólo que a diferencia de cualquier simple mortal, siempre acabo haciendo el ridículo o equivocándome en algún insignificante detalle que después, oh sorpresa, era todo. Por eso nunca te fíes de alguien enamorado, pues no está completamente en sus cabales.
¿Qué pasa cuando estos sentimientos, que algún día nos hicieron ver todo de color de rosa, se esfuman? Supongo que normalmente se van diluyendo con el tiempo, pero ¿y si hay pruebas de nuestra demencia amorosa? Una de estas tardes, mientras revoloteaba mi cuarto me encontré con el sobre de marquilla (tamaño carta, color amarillo) que hace casi tres años me hizo llegar una ex novia. Sucede que la ‘Srita. Nostalgia’*** se quedó con uno de mis libros favoritos. Tras meses de pedírselo se hartó y me lo regresó en el sobre, junto con fotos y un montón de cartas que años atrás le había escrito.
Anduve con ella dos veces. Muy poco si consideramos que estuve enamorado de ella tres años. Tiempo suficiente para escribirle poemas, diez mil cartas, recaditos, dibujitos y cuanta idea me venía a la cabeza y que creía, eran poco menos que obras de arte; muestras de un amor tan puro y tormentoso que me obligó a escribirle a mi musa las cosas más lindas del universo. Por eso no quise tirarlas, ya que según yo, aquellas palabras debían ser retomadas algún día. Y bueno, para qué negarlo, la simple idea de asomarme de nuevo a esos sentimientos me daba miedo: uno nunca sabe como reaccionara ante los fantasmas del pasado. Ante la amenaza de desmoronarme de recuerdos, preferí dejarlos olvidados debajo de mi colchón.
Ahora que finalmente me animé (más por aburrimiento que por curiosidad) a explorar el contenido del sobre no sentí tristeza, tampoco nostalgia o ganas de regresar el tiempo. ¡Lo que sentí fue pena por la cantidad de cursilerías y miel que cada renglón que las decenas de cartas contenían! No pude leer más de cinco sin sentir ganas de quemar aquellas evidencias culposas que a los cuatro vientos gritan que mis frases de enamorado son más densas que cualquier dialogo telenovelero. Gracias a Dios nadie más estaba presente en aquel momento en el que apuesto, se me subieron los colores al rostro. ¿Tan grave en mi fue la epidemia del romance, que prácticamente me desconocí en aquellas hojas de colores?
Comienzo a dudar que el estado ideal del hombre, o al menos uno de los que más idealiza, sea el estar enamorado, pues por si fuera poco el desgaste que puede significar en su momento cortejar a alguien, corriendo el siempre latente riesgo de terminar bateado, abandonado o engañado, además, tiene uno que estar aguantando los ridículos que tiempo después, las epístolas de aquellos días dorados nos hacen pasar.
¿En qué momento la miel se nos vuelve amarga y la vergüenza transforma las cenizas de aquel estado que antes nos empeñábamos en gritar a los cuatro vientos?
La próxima vez que me enamore trataré de no escribir tanto, no vaya a ser que después tenga que cargar con la pena de otro sobre amarillo de cursilerías indecibles. Disculpen ustedes, me tomé un yogurt que venció hace mucho tiempo, creo que voy a vomitar.
*** para más referencia de este endémico personaje, favor de leer las entradas 'El maldito Hi5' y 'Feliz Aniversario Señorita Nostalgia'.