sábado, 10 de enero de 2009

Cita clandestina o El señor que se aparece en el río con el brazo levantado


Justamente ocurrió hace un año, por cierto, también era el segundo sábado del año. Si existe un día para contar la historia de aquella cita ¿romántica? debe ser hoy. Siento que de no hacerlo así jamás me atreveré. Aun así dudo. Espero no arrepentirme de narrar lo que esa noche clandestina ocurrió y que la coprotagonista siempre me ha pedido mantener en secreto. Qué más da, voy a correr ese riesgo tal como hice en esa ocasión, cuando saliste conmigo.

¿Aceptaste o acepté salir contigo? Pues si bien es cierto quién llevaba semanas pidiéndote una oportunidad para conocernos era yo, tú fuiste la que se encargó de sacarme de mi emancipación aquella tarde fría de enero con un mensaje de texto en el que, palabras más palabras menos, me preguntabas si podíamos tomar un café. Tuve que leer y releer tu nombre en la pantalla de mi celular para convencerme de que era real. Con las manos temblorosas respondí. Dos o tres mensajes después ya habíamos quedado: pasaría por ti en dos horas.

A partir de ahí comencé una lucha a contratiempo. Bañarme, rasurarme, escribir una carta-ocurrencia para intentar sacarte una sonrisa, elegir un atuendo que me hiciera ver interesante pero divertido, sacudirme los nervios que recién me habías provocado y salir como alma que lleva el Diablo hasta tu casa. Todo lo hice en tiempo récord. Antes de salir (ataviado con un saco elegante y una playera y tenis informales) robé una flor de mi casa que en algún momento de la velada te daría.

Aunque nunca entendí por qué, manejé con premura hasta tu casa. En el camino otro mensaje tuyo me aviso que venías retrasada. Lo complejo era que la persona gracias a la cual nos conocemos estaba fuera de la Ciudad. A ella no le agradaría saber que saldríamos ni mucho menos que lo hiciéramos en secreto. Tú y yo nos habíamos visto muchas veces, pero jamás sin ella de por medio. Jamás a solas.

La verdad siempre me gustaste. Lo confirmé en cuanto de la nada apareciste e interrumpiste mis cavilaciones llenas de incertidumbre. Me saludaste y te besé la mejilla. El siguiente reto fue romper el hielo mientras atravesaba Avenida La Viga. Para eso me valí de la hoja en la que escribí varias actividades y lugares que podríamos visitar esa noche. Ahí te saqué las primeras risas. Tras un poco de cabildeo nos dirigimos a la Plaza de San Jacinto en el barrio de San Ángel. Caminamos en un par de calles y nos sorprendió la falta de gente en un lugar que suele estar abarrotado de jóvenes un sábado por la noche. Quizá el frío, quizá el inicio del año, quizá, quizá. De cualquier manera dimos una vuelta por el rumbo. Hablamos de un montón de cosas: desde algunos cuentos que he escrito hasta tus ganas de encontrar trabajo. ¿Recuerdas que con tu celular le tomaste unas fotos a los árboles elegantemente iluminados por luces de colores de aquel parque solitario?

Después decidimos ir a un lugar más animado. Lo malo es que soy pésimo para orientarme y terminamos perdidos en una colonia aledaña a Revolución que más bien parecía un laberinto del que quién sabe cómo logramos salir hasta llegar a Coyoacán. Al estacionar el auto propusiste que nos quedáramos dentro hasta que el ‘viene-viene’ de la calle se distrajera y escapáramos corriendo sin darle ni un centavo. Así lo hicimos y fue divertidísimo. Vimos algunos puestecitos de artesanías y nos sentamos a platicar en un café. Pedimos un té y continuamos platicando por horas. De ti, de mi, de lo que pensamos y de cuanta cosa sucedía a nuestro alrededor. De pronto irrumpió un cantante que interpretó varios éxitos románticos y que como dijiste, se parecía a Hugh Hagman. Las mesitas estaban iluminadas con velas y yo contigo, como en un escenario aparte en el que hasta el Changoleón, que andaba por el rumbo, tuvo cabida. En la televisión América y Cruz Azul disputaban un partido del Torneo Interliga que se definiría en penales y en la mesa de enfrente una pareja peleaba; después se reconciliarían.

Déjame decírtelo sin prisas y a la distancia: Hablar contigo es realizar un viaje lleno de sorpresas, toda una aventura llena de continuos descubrimientos. Vale la pena adentrarse en tu personalidad, descubrir que tu belleza exterior no desentona en lo absoluto con la de blancura de tu alma. Fueron como tres horas de sólo ver tus ojos, pero si me preguntas para mí fue sólo un instante que terminó cuándo casi cerraban el café y el frío comenzaba a intensificarse.

Ya rumbo a tu casa pasamos por el río que cruza por en medio de Paseos de Taxqueña. Me contaste que varias veces que pasaste por aquel lugar habías visto en medio de la oscuridad a un señor con la mirada fija al suelo y levantando un brazo. Sospechaste que no te creí y probablemente por eso me pediste que detuviera el auto y subiéramos unas escaleras que nos llevarían directo al río. Entre temeroso y expectante (aunque queriendo parecer valiente) te acompañe. Subimos las escaleras y llegamos a la parte alta del ‘Canal Nacional’. Divisamos las sombras de los arboles inmensos del lugar, la niebla el sonido de varios animales. Abajó el agua permanecía tranquila y oscura. Sugeriste adentrarnos un poco más pues según tú, el señor que se aparece en el río levantando el brazo debería estar más adelante. Caminamos un poco pero a medio camino decidí que lo mejor era regresar. Ahora me arrepiento pero en ese momento pensé que era lo mejor por motivos de seguridad. No es que le tuviera miedo al dichoso aparecido (bueno sí, poquito) pero no me hubiera perdonado nunca que nos hubiera pasado algo. Era casi la una de la madrugada y estar en un río solitario no es precisamente lo más seguro.

¿Qué hacíamos realmente ahí, en ese lugar tétrico pero atractivo como un imán, a la luz de una luna de enero? ¿Y si me hubiera arriesgado más contigo y hubiéramos seguido por ese camino? ¿Y si te hubiera tomado la mano? Ya de nada vale hacer suposiciones. Le tuve miedo al señor que se aparece en río con el brazo levantado o quizá ese es mi pretexto para no aceptar que esa noche no quise tomar más riesgos contigo. Tonto imbécil idiota de mí.

Te dejé en tu casa y te entregué la flor que horas antes había robado. Me despedí de ti y no me alejé hasta que entraste a tu casa. De regreso la tónica fue la misma, seguía sin creerme que acaba de pasar cuatro horas contigo. No volvimos a salir, aunque sí nos hemos vuelto a ver en muchas ocasiones. De aquella cita clandestina casi nadie se ha enterado, mucho menos la persona que ambos tenemos en común y que tanto quieres. Eso mismo, y tu vida actual, hace un poco improbable que se vuelva a repetir la experiencia de tener una cita tan original como la de aquel 12 de enero del año pasado.

Hoy, como ese día, tampoco tuve nada que hacer en todo el día. La diferencia es que en esta ocasión ningún mensaje vino a salvarme la vida. A veces visitas éste blog. Si llegas a leer esto, quiero agradecerte esa noche. En cuanto al señor que dices que se aparece en el borde del río… no lo he visto, pero cada que paso por ahí siempre volteo. Y siento un escalofrío, y también sonrío.

6 comentarios:

nurimoon dijo...

Ah, que buena memoria y que padre muestra de tu forma tan amena y literaria de recordar los hechos.
Quizá, quizá??? Como el hubiera no existé que bueno que mínimo aunque no te arriesgaste más de todos modos quedaron buenos recuerdos de tu cita clandestina.
Yo tambien tengo algunas y la verdad igual de sanas y divertidas :) Ojala las recuerden...

zocadiz dijo...

Las mejores citas son las clandestinas, rodeadas de misterio.

Jessie dijo...

Vaya vaya, me suena como a cita romántica vos, con una chica en un café.

Pero en todo tu post me quedaron 2 cosas volando alrededor de mi mente:

La primera es que, decís que vestiste un saco y unos tenis y una playera? (qué eso?). Ya, busqué playera en google y creo que allá les dicen así a las remeras en la Tierra, no? Y otra cosa, no hablaste de tus pantalones, es que no tenías pantalones puestos. Es que te imagino en... calzones, con el saco, la remera y los tenis. O es que tenías pantalón corto, shorts, bermudas ó como se diga por allá. También te imagino así, enseñando la pierna y con medias oscuras que te tapan casi todas las pantorrillas. Uy!

Bueno, y lo segundo es que, dijiste que saliste a Coyoacán, no? y luego dijiste que fuiste a un café con mesas iluminadas por velas, no? y es que me imagino que es el café De Todo Corazón de Coyoacán que tanto le gusta a mi papá cuando va a la Tierra, porque también ahí hay mesitas con velas, y ahí también cantan.

Bueno, ya lo tercero, es preguntarte qué es un viene-viene? lo busqué en google, pero creo que no me quedó claro, es como una especie de parkímetro ó algo así? lo digo porque dijiste que te escapaste sin ponerle un centavo, jeje! que trinquetero, bueno, si yo también soy re trinquetera.

Ya, te saludo y me despido

Atentamente:
Jessie, el alter ego

Mariel Ramírez Barrios dijo...

Mi amor este cuento chorrea romanticismo!!!!!!!!
Y ahora que lo escribì me digo a mì misma
¿Què otra cosa se puede esperar del Gabo?
Un abrazote laaaargo

gabriel revelo dijo...

nuri: es que me acuerdo de los hechos importantes... para todo lo demás mi mente es un desastre. seguramente recuerdan esas citas contigo, quizá hasta el cansancio. saludos hasta la luna.

zocadiz: ¡¡¡¡¡sí!!!!! el misterio es lo de hoy (como pepsi jo jo, bueno, prefiero la coca).

jessie: una playera es lo que para ustedes una remera. aparte del saco y los tenis traía un pantalón de mezclilla ¿qué tipo de persona sería ja ja? aunque la idea de ir en boxers hubiera sido muy original.
el café era otro que está casi a lado.
y, los "viene viene" son personas que te guardan un lugar en la calle para que te estaciones y luego, supuestamente cuidan tu vehiculo.
me sacaste una sonrisa.

mariel: lo mejor es que todo pasó realmente. si hubiera sido mi cuento le hubiera cambiado el final jo jo. no es cierto, la verdad es que todo fue perfecto.
un abrazo largo largo.

Anónimo dijo...

Gracias a ti... después de 6 años apenas lo estoy leyendo y a veces en mi mente también está el quizá, quizá, y si hubiera... Te leí,te busqué porque te soñé.