Hoy escribo desde la ‘No zona de desastre’ que debería ser la Ciudad de México. Si los cientos de mails y rumores que circularon los últimos meses por varios medios de comunicación y de boca en boca hubieran sido ciertos, el día de ayer debería haber temblado.
No es que la falta de movimiento sísmico me desilusionara, al contrario, pero ya me había preparado para el catastrófico 24 de mayo que no fue sino un día común y corriente. Pero comencemos desde el principio, cuando casi un mes atrás me enteré que en la universidad, una maestra de mi hermana le habló del inminente e inevitable sismo de cerca de ocho grados que nos sacudiría en la mañana de ayer jueves. Días después fue una amiga quién me habló de la predicción, y para rematarla, decenas de mails con el mismo tema empezaron a meter duda a mi escepticismo. Cuando el asunto se mencionó en algunos programas de Televisión y Radio, pensé seriamente en mejor irme a Francia. Así, bastaron unos pocos días para que éste que hoy escribe, se tomara muy en serio el asunto del dichoso temblor y se volviera un emisario más de la noticia.
Por eso, cuanto vecino, amigo, familiar o extraño me topara, mi único tema de conversación era el temblor que estaba a punto de hacernos añicos y las medidas que debíamos de tomar para prevenirlo. Claro, no faltó quién me tachara (y hoy con justa razón, me tache) de loco, pero en su mayoría mis interlocutores se tomaban el asunto muy en serio y mínimo, se quedaban con un poco de mi ya mucha angustia.
Dicen que hombre prevenido vale por dos, así que comencé a dejar las cosas en orden por si Dios y el destino decidian que mi tiempo en el mundo de los vivos llegara a su fin. Le pedí perdón a todos aquellos que alguna vez ofendí e intenté recuperar un par de amistades. Por dos semanas me dediqué a comer todo aquello que me apetecía sin moderación alguna. Si el temblor me iba a llevar, poco importaría que yo estuviera más gordo de lo normal.
También hice un testamento y le saqué varias copias que coloque en lugares estratégicos por si acaso. A mi perro Margarito le dejé todas mis colchas, sabanas y almohadas. Mis playeras de fútbol a mi amigo Ángel, los pocos centavos que me quedan a mi hermana (herencia que perdería en cuanto se casara) y a cada uno de mis amigos y familiares uno de mis libros... obviamente, a cada quien le tocaría un titulo acorde a su personalidad. Eso sí, en caso de que mi casa se viniera abajo, no habría regalos para nadie.
Tres días antes de la supuesta desgracia, armé mi ‘Sismo-Kit’. Una pequeña maletita con botellas de agua, alimentos enlatados, un par de cobijas, una muda de ropa, un radio con pilas, una lámpara sorda, mi revista Maxim en la que salió Irán Castillo, mi ejemplar de Diablo Guardián, un balón de fútbol, chicles y las escrituras de mi casa.
Un día antes del sismo, ósea el miércoles, decidí que viviría una noche de pasión con la mujer que más amo en la vida y a la que por miedo no le he pedido que sea mi novia. Esa era mi intención, pero en cambio, pase la noche como todas las de mi vida: viendo la televisión y comiendo frituras. Me fui a dormir con la incertidumbre de no saber si vería un día más. Desperté. Me pellizqué. No era un sueño, seguía vivo. Aun así sabía que faltaban muchas horas para que el 24 de mayo fuera cosa del pasado.
Decidí no salir de casa. Pendiente de todo movimiento o ruido y la puerta de mi casa abierta por si acaso, pase uno de los días más largos de mi vida. Cerca de las tres de la tarde sentí ganas de ir al baño. La sola idea de encerrarme y hacer mis necesidades me causaba temor ¿y si a la tierra se le ocurría temblar justo en el momento en el que yo me encontrará ocupado en otros enceres?. Cuando ya no podía más, fui y regresé de aquella inevitable aventura biológica en un tiempo record de 49 segundos.
Es justo reconocer que a pesar del miedo, la idea de un temblor me tenía emocionado. Un acontecimiento así vendría a romper la monotonía de éste mayo. Sin embargo, ya en la noche, como novia plantada, me puse de mal humor. ¿Quién se creía ese temblor para no presentarse y dejarme esperando?, ¿acaso piensa que puede jugar así con mi tiempo? Por eso hoy escribo un tanto decepcionado. Nada está en ruinas, ni hay sirenas sonando por ninguna parte. Todo en calma y lo peor, yo quedé con fama de farsante que a ver quién me quita (lo malo, es que ya predije el fin del mundo para el 2012).
Aunque como dato cultural, les diré que ayer si tembló en un pequeño poblado en Veracruz, el movimiento no fue nada fuerte y no hubo ningún daño material que lamentar. Después de todo, los rumores no eran del todo falsos.
2 comentarios:
Pucha, sino me equivoco, en el 2005 hubo un temblor que duró un montonazo, ya parecía terremoto.
Fue un domingo por la noche, mi familia y yo estábamos en casa, cada uno en lo suyo. Lo primero que hice fue correr hasta la puerta de salida y bajar la cuchilla general de luz (que queda a lado de la puerta de salida, que es la misma de entrada) ya que podía haber un corto circuito porque todo estaba encendido.
Por suerte no fue más que un temblor, y cuando mis hermanas de dejaron de gritar (mayores que yo) y vi que nada había pasado, subí la cuchilla, salimos del marco de la puerta donde 4 seres humanos (mi vieja -vieja en Perú es mamá- mis dos hermanas y yo)hicimos lo imposible por caber y todo volvió a la normalidad.
En la universidad, no parábamos de comentar lo sucedido, hasta que una enfermera-profesora quien nos impartía el taller de primeros auxilios nos hizo ver la gravedad del asunto cuando nos recordó que de haber habido un terremoto las tuberías de desagüe hubieran sido las primeras de romperse y por ende las infecciones y el olor a mierda estaría invadiendo las calles y con ellos las enfermedades se multiplicarían.
Entonces lo pensamos dos veces antes de tomarnos el asunto como chongo.
los sismos son surrealistas, uno nunca está del todo preparado para ellos.
en méxico el del 1985 fue terrible, sin embargo, al mexicano es así, a los 3 días ya estaban haciendose chistes sobre el asunto.
estoy consciente de que las tragedias no son cosas de juego, pero también es una virtud para levantarse del suelo.
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