miércoles, 20 de junio de 2007

Dos pajaritos muertos y quince personas

Ya tiene varias semanas que al salir a caminar me he topado con algunos pajaritos muertos. Hoy no fue la excepción y peor aún, vi dos. Sus cuerpos, tirados en medio de la tierra de un parque estaban llenos de tierra. No sé si los mató la tormenta que cayó anoche, y de la cual ya no queda rastro alguno detrás del cielo azul y despejado que esta mañana cubre la ciudad. No sé si murieron por la contaminación, por algún parásito que las atacó o por amor.

Ignoro si eran pareja (que estupideces escribo), simples conocidos o parientes. Ojalá y no tengan crías, no me gustaría imaginar ese nido desolado lleno de huevos o pequeñas avecillas en espera de ser empollados, alimentados y protegidos por quién no volverá más.

Seguramente los cadáveres se quedarán ahí. Poco a poco serán cubiertos por ramas, pasto, basura y arena. Lentamente se descompondrán. Una parte de ellos será absorbida por la tierra, otra se volverá partículas que volarán por los aires hasta quién sabe dónde y otra, la menos afortunada, mutará en gusanos rosas. Mientras eso sucede, sus impúdicos cadáveres serán vistos diariamente por unas quince personas, de las cuales, en promedio 10 pasarán indiferentes ante la tragedia.

El problema son las otras cinco personas.

Una de ellas,
niño u adolescente, pateará alguno de los cadáveres, o lo usará como broma al arrojarlo a sus compañeros. Si el cuerpo del animalito tiene suerte, caerá sin impactar en la cara de nadie y se quedará ahí, a unos metros de su posición original de descanso eterno. Pero si los compañeros del niño u adolescente así lo deciden, comenzarán una guerra entre ellos. El chiste del juego es tomar al pajarito de una de las opacas plumas de su cola y aventarlo con toda la saña del mundo al contrincante, el cual, hará lo propio una vez que tenga el cuerpecillo en sus manos, que al final del juego ya no podrá ser llamado‘cuerpo’, pues seguramente ya estará reducido a un montoncito mal oliente de huesos rotos.

Otra de estas cinco personas será un
coleccionista de nada. Uno de esos ciudadanos que junta todo con el pretexto de que ‘algún día le servirá’. Vendrá caminando del centro comercial en donde compró un par de chucheras que jamás volverá a utilizar. Al toparse con los pajaritos caídos tendrá una idea no del todo macabra, sino mal intencionada. Inspeccionará ambos especímenes y elegirá al más grande. Después de guardarlo en el bolso de su chamarra, irá corriendo a casa para probar la eficacia de su idea. No tiene tiempo, sus hijos salen del colegio en tres horas, y quiere darles la sorpresa antes de la hora de la comida. Con tijeras para tela, barniz de madera, hilos, agujas, una cuchara y algodón en mano, el alocado padre de familia y coleccionista de nada abrirá el cuerpecito inanimado por medio de una incisión mal hecha a lo largo del pecho del ave. Secará la sangre con algodón y con la cuchara sopera vaciará del cuerpo todas las vísceras y órganos vitales. Lavará muy bien el resto con agua y jabón en abundancia. Rellenará, como si se tratase de una almohada, el interior del pajarito con el algodón restante. Una vez que esté más rechoncho y esponjado que en vida, coserá la herida con hilo de cáñamo color café y con una aguja gruesa. Limpiará la sangre restante y orgulloso verá que la cortada solo es visible si uno se acerca mucho al pecho del difunto animal. Lo barnizará con una brochita a fin de que se conserve. Lo dejará secar y finalmente sostendrá sus patas rígidas en una ramita de su jardín a modo de escenografía. Colocará el antes cadáver, hoy adorno de casa, sobre el mueble de la televisión, lugar desde el cual sus hijos lo contemplarán sorprendidos mientras su esposa le reprocha los riesgos bacteriológicos de tener un animal muerto como figura decorativa. Tres semanas después el adorno se volverá aguado y fofo, comenzará a apestar, se llenara de una especie de pelusa blanquecina y terminará en la basura.

La tercera de las cinco personas será (muy probablemente) una
viejecita vestida de gris. Verá los pajaritos e interpretará su muerte como una señal inequívoca del fin del mundo. Tal cual se tratará de uno de los jinetes del apocalipsis, la venerable anciana susurrará un ‘válgame Dios’, tomará los cadáveres y se dirigirá, con toda la rapidez que sus casi ochenta años le permiten a la iglesia de la colonia. Al llegar exigirá a la secretaria del templo hablar con el Padre Miguel, que dicho sea de paso, está ocupado dando clases de catecismo. Después de insistir, el Padre se encerrará con la viejecita vestida de gris para confesarla por séptima vez en el mes. Se sorprenderá al ver los pajaritos muertos y escuchar la absurda explicación y angustia de la que es presa aquella pobre vieja decrepita. Sucede que para ella, las aves muertas en un día soleado son la señal de la llegada del anticristo, del fin de los tiempos, de la condena del pecado. Desesperada llora y pide que el sacerdote una vez más la purifique de sus faltas. El sacerdote le quitará las aves y le impondrá la penitencia de un padre nuestro y tres aves marías. Mientras ella reza, el Padre Miguel se alejará. Será curioso que se precisamente un ‘Ave María’ rezado por la anciana, la última melodía que despida a las aves antes de que el sacerdote las arroje detrás del atrio, a la chimenea siempre encendida.

La persona número 4 de las quince que verán el cadáver de los pajaritos en el parque soy yo. Me cruzaré con ellas y llegaré a mi casa a escribir algo que no es ni un cuento, ni una narración, ni un verso. Quizá yo soy las quince personas... soy la indiferencia de la mayoría, pero también la travesura maligna de
un niño u adolescente que no termina de crecer, ni tiene el menor respeto por nada. Soy un coleccionista de nada que anda recogiendo todo para hacer nada, ignorante de mis acciones cuyas consecuencias me vienen dando igual. Y también soy la viejecita vestida de gris, sumida en un fanatismo que me atormenta, pero sin el cual mi vida no tendría explicación alguna.

La quinta de las quince que en promedio pasarán hoy frente a los cadáveres también se sentirá triste y no sabrá dónde meter el dolor. No sé sentirá triste por ellos (los pajaritos) o por el trágico destino del que son presa. Esta persona será mujer y pasará, al igual que yo, la mañana preguntándose si la sabiduría del tiempo está contenida en la muerte de dos aves. Se cuestionará sin obtener respuesta alguna, acerca de los recuerdos y la manera en la que estos revolotean nuestra mente estorbándonos y aturdiéndonos, hasta que llegado el momento los recuerdos dolorosos mueren como pajaritos en un parque, y entonces nos entra la melancolía. Y no queremos que se vayan. Imágenes que nos perturban por años pero cuya idea de perderlas nos resulta insoportable.

La cuarta y la quinta persona. Él y ella, sufren por lo mismo. Traen heridas de otras batallas y están a punto de caer. Quieren olvidar, pero temen hacerlo por lo aplastante que sería quedar vacíos. Cuarta y quinta persona ya no tienen entrañas, y para su desgracia ni todo el algodón del mundo bastaría para llenar el vació que tienen en su interior ¿Quién, si no uno al otro les puede coser la herida con hilo cáñamo café? La cuarta persona volverá cuantas veces sea necesario al escenario del crimen con tal de toparse con la quinta. Uno sabe de la existencia del otro, pero no se hallan. Quizá, esperemos que no, lo hagan hasta la muerte (como ese par de pajaritos que siguen tirados y llenos de tierra) cuando ya sea demasiado tarde.

2 comentarios:

Gonzalo Del Rosario dijo...

"la sabiduría del tiempo está contenida en la muerte de dos aves"

Cada día me sorprendes más y más tío, ta que no sé cómo reaccionar, este post es recontra profundo y a la vez es tan simple, como la vida, a veces, o casi siempre, las respuestas las tenemos al alcance de la mano, así estén muertas o esperando servirle a alguien o nadie.

Karen dijo...

Pobrecitos!!!! Yo mas me pongo como las personas indiferentes xD
Tu estas mal amigo a!
Empezaste bien y te pusiste dramático al final, me encanta!

Besitos!

Recontra profundo!