La primera vez que escuché hablar de él, fue una noche de
enero del 2009. Fue su dueña quien risueñamente me comentó que tenía dos perros
e incluso me describió con lujo de detalle cómo se escribían sus nombres:
P-Chan y K-Milo (así, con todo y guión).
Meses después, esa compañera de trabajo a la que entonces
le daba un aventón a su casa, se volvió mi novia. Fue por esa fecha cuando
conocí a esos dos perritos de los que tantas cosas había escuchado: K-Milo, era
un hermoso perro salchicha golondrino que iba a cumplir dos años, regordete y
amigable, juguetón y muy cariñoso; en contraparte, P-Chan era un perro de
tamaño pequeño, con el cabello chino, muy tranquilo y sereno que rondaba los 11
años de edad.
Sobra decir que me encariñé con ellos. Verlos por lo
menos 4 veces a la semana, hizo que los estimara y me hiciera amigo de ambos,
aunque confieso que siempre sentí un especial aprecio por P-Chan. Algo había en
él que me inspiraba ternura y además mucha paz. Bastaba con verlo para sentir
ganas de acariciarlo y pasar largo rato junto a él; costaba trabajo creer que
en un cuerpo tan pequeño y frágil se encontrara un alma tan pura.
K-Milo murió en el 2011 a causa de un tumor en el
cerebro. Su partida fue triste, aunque no se comparó con el sentimiento de pérdida
que aun siento mientras escribo estas palabras, dos días después de que P-Chan
dejó este mundo para ir a un sitio mejor en el que podrá seguir conquistando
corazones.
Mi vida y la de P-Chan coincidieron durante más de cuatro
años. Varias veces salí a caminar por las calles con él, lo vi dormir, comer y
asustarse por los cuetes que tronaban en la calle. No era raro que al llegar a
casa de su dueña, P-Chan se me acurrucara como buscando saludarme. Nunca
importaban las circunstancias, el estado del clima o el entorno, P-Chan siempre
se mantenía ecuánime y eso lo transmitía a quienes lo rodeábamos.
En una ocasión se perdió durante una semana. Nadie sabe
cómo se las ingenió, pero al cabo de una semana volvió sano y salvo. De esa
aventura todos aprendieron lo mucho que lo querían.
Si yo, que apenas conviví con él durante poco tiempo, aprendí
a quererlo, no puedo imaginar lo mucho que lo amaron quienes estuvieron
presentes a lo largo de toda su vida. Varias veces su dueña me contó cómo
P-Chan se volvió su confidente, su paño de lágrimas en momentos difíciles y a
quien le contaba todo sobre su vida. En cierta forma ambos se mimetizaron y
adquirieron personalidades tan parecidas, que hasta hace unos días imaginármelos
separados era algo inconcebible.
Desde hace unos meses la salud de P-Chan comenzó a
menguar. No es que estuviera propiamente enfermo, sino que la edad comenzó a
pesarle. A sus 15 años comenzó a perder fuerzas, aunque no por eso cambió su
forma de ser. Las últimas semanas marcaron aun más esta tendencia. El fin de
semana pasado, Tania ya no quiso separarse de su P-Chan. Cuidó de él y le
entregó un poco más de ese amor que por años ambos se tuvieron. El domingo incluso les tomé varias fotos juntos. Finalmente, el
lunes 22 de julio tomó una de las decisiones más difíciles y valientes de toda
su vida: dejó ir a su amigo de toda la vida.
Fue un momento triste para todos quienes conocimos a
P-Chan. Ahora estoy convenido que no hay amor más noble y desinteresado que
aquel que una persona puede sentir por su perro y viceversa. Presenciar lo
ocurrido la pasada noche del lunes me rompió el corazón, de hecho, aun no logro
reponerme emocionalmente.
Escribo estas palabras porque de alguna u otra forma
tenía que despedirme de P-Chan. Si bien estuve presente durante sus últimos suspiros,
no tuve la oportunidad de decirle que lo voy a extrañar y que le doy las
gracias por haberme considerado su amigo.
Tania nunca consideró a P-Chan como un perro, sino como
un igual. El compañero de gran parte de su vida, su compañero de mil batallas.
Hoy sé que movida por un gran amor hizo lo correcto: renunciar a él antes de
que sufriera más. Sé que volverán a encontrarse en un futuro lejano, y cuando
eso ocurra, ambos permanecerán juntos durante la eternidad.
Sólo quien tiene un perro sabe el amor que puede llegar a
sentirse hacia ellos. Estoy a punto de ponerle punto final a este texto y algo
hizo que desviara mi mirada hacia donde se encuentra mi perro Margarito. Me ve
con sus ojos grandes como de canica, le doy un gran abrazo y siento nostalgia.
Por cierto, lo noto un tanto triste desde el pasado lunes por la noche.
En memoria de P-Chan
Dedicado con mucho cariño a la familia Muñoz Méndez.
2 comentarios:
Gabriel,
Conozco perfecto los sentimientos que Tania tiene en estos momentos. Una mezcla de tristeza, nostalgia, resignación y culpa que sólo quien ha tenido que tomar una decisión así conoce. No la conozco, pero la entiendo y le mando todo mi cariño. A mi alma le hace bien pensar que el espíritu de estos amigos también trasciende y nos acompañará igual de fiel y amorosamente a lo largo de nuestras vidas, hasta que nos reencontremos otra vez.
Un beso para Tania y un abrazo para ti.
Laura
Muchas gracias por tus palabras Lau, sé que tú tienes un par de perros geniales y sabes lo que esto significa. Le mandé tu mensaje a Tan y lo agradece mucho.
Un abrazo y de nuevo, gracias. Un abrazo. :)
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