Tengo una extraña fijación con el tema del narcotráfico.
Se me hace interesante y me llama mucho la atención, pero también me da miedo.
Como dice la canción de Ana Barbara, “Me asusta, pero me gusta”.
Consciente, y a veces también inconscientemente, terminó buscando
información que se relacione de alguna forma al mundo del narco, el crimen
organizado y la corrupción. Constantemente en las librerías solía darle una
checada a los títulos que abordaban esta temática aunque nunca me compraba
ninguno. Finalmente, uno de esos libros captó de sobremanera mi atención: "La
Guerra de los Zetas", de Diego Enrique Osorno.
Tras más de un año de leer novelas, no sabía que tanto me
atraparía un libro de crónicas periodísticas sobre un tema actual y difícil de
abordar como lo es el narco. Para mi agradable sorpresa este libro me cautivó.
Lo recorrí de principio a fin sin dejar de sorprenderme conforme avanzaba en su
lectura. Ahora, a unas horas de haberlo terminado una cosa me quedó clara: este
libro terminó cambiando mi perspectiva sobre la situación actual de México.
Vivo en la Ciudad de México. Podría decirse que habito
una burbuja, un espacio protegido de la realidad que vive el resto del país.
Puedo salir a caminar por mi colonia, andar de noche en la calle, hacer lo que
se me pegue la gana sin andarme preocupando por toparme con narcobloqueos,
enfrentamientos entre cárteles rivales, o por ser levantado por camionetas
siniestras sólo porque le parecí sospechoso a alguien.
Por eso, para alguien que vive protegido por el caparazón
que significa el Distrito Federal, adentrarse en la cotidianeidad que vive gran
parte del territorio nacional, y sobre todo el noreste mexicano, es una
revelación inquietante y de la que salí maltrecho.
“La Guerra de los Zetas” es un libro que catalogaría como
una bitácora de viaje por algunos de los sitios claves de la frontera noreste
del país, una de las zonas más castigadas por el crimen organizado, la
corrupción, la lucha de intereses y el miedo. En cada parada, Osorno no sólo
nos va adentrando en la historia y modus operandi (si es que podría llamarse
así) de uno de los cárteles más dominantes crueles de los últimos años en
México, sino que también retrata la vida de habitantes, periodistas,
autoridades y fuerzas del orden que a diario conviven con estos grupos
delictivos. Todos estos entes conforman un tejido social que va enfermándose y
es arrastrado hacia un huracán de muerte que va consumiendo todo a su paso.
Jóvenes sin esperanza, traiciones, miles de muertos en
las calles y en fosas olvidadas, pueblos fantasmas y a merced del olvido,
carreteras solitarias en las que la tensión al cruzarse con otro auto es una
constante, altares a la Santa Muerte levantados y destruidos, venganzas, padres
preguntando por sus hijos desaparecidos, amenazas… amenazas invisibles en las
que se prefiere no pensar, con la esperanza de que nunca nos veamos alcanzados
por ellas.
Mientras leía este libro me pareció estar leyendo
ficción. Me negaba a creer que el salvajismo, la complicidad de las
autoridades, las historias inverosímiles y crueles, los relatos desesperados
llenos de silencio y las atrocidades cometidas a causa de una autentica guerra
son parte de la realidad. Conforme avanzaba las páginas lo hacía emocionado por
ir encontrando las conexiones que desde hace años tienen la clase política con
el mundo del narcomenudeo, y como estos últimos se les salieron de control.
Descubrí que en realidad las drogas son un negociazo, pero que de a poco estos
grupos de delincuentes han ido ampliando su red de negocios, invadiéndolo todo.
Esta sería una gran novela, pero su carácter veraz la convierte
en el peor de los dramas, el cual, a pesar de todo resulta fascinante e
increíble. Por eso, el sentimiento al terminar de leer “La Guerra de los Zetas”
es un tanto incierto. Por un lado causa tristeza y un profundo pesar por la
situación de guerra en la que se ven miles de mexicanos. Pero también, dentro
de esas páginas, uno encuentra a personas honestas e integras. Y es que debajo
de toda esa maraña siempre perdura la gente buena y los deseos de que todo cambie,
y que bueno que sea así.
El documento que Diego Enrique Osorno presenta no sólo es
un libro valiente y lleno de valor, sino que también nos ayuda a entender gran
parte del entramado político, social y cultural que compone el México moderno. No
es un libro fácil de digerir, pero sí imprescindible para saber dónde estamos
parados.
Por cierto, el tema, me sigue resultando apasionante,
pero más escalofriante que nunca.
2 comentarios:
felicidades por tu apreciación ya me dieron ganas de leerlo.
Léelo, verás como no te arrepentirás.
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