“Pocas cosas tan solemnes como un entierro”, en eso
sueles pensar cada vez que asistes o presencias un sepelio. Sin embargo, nunca
habías presenciado un acto funerario tan solemne, como del que fuiste testigo
aquel domingo de marzo.
Sucedió hace unos días, lo cual permite que los recuerdos
de lo que presenciaste aun estén frescos en la memoria. Ese mediodía fuiste al
panteón con toda la familia. Acompañado de primos, tíos y sobrinos planeabas
recorrer las tumbas de algunos seres queridos que se te adelantaron. A diferencia
de otras veces, en esta ocasión notas algo extraño: hay decenas de militares en
diferentes zonas del área de velación. En el estacionamiento también te topas
con algunos vehículos verde olivo y te preguntas qué es lo que está pasando.
Una hora después, en una de las áreas del cementerio,
vuelves a ver a los militares. Aunque esta vez, están todos formados
marcialmente y resistiendo estoicamente los rayos del sol que a esa hora cae a
plomo sobre ellos. Frente al grupo de soldados, un hueco recién cavado anuncia
que está por suceder un entierro.
Dejas de poner atención por unos minutos. Cuando
nuevamente reparas en lo que sucede de ese lado del camposanto, ves llegar a gente
vestida de civil al lugar donde ocurrirá el entierro. También notas otro grupo
de militares con instrumentos musicales y otros más que portan uniformes
distintos, y que intuyes son de otro rango militar.
A lo lejos, una carroza seguida de varios vehículos con
las luces encendidas avanza lentamente por el camino. Al llegar a su destino,
el ataúd es bajado del vehículo y colocado en una base especial. Un escalofrío
recorre tu cuerpo cuando miras una bandera de México cuidadosamente colocada
sobre el féretro, y al lado la fotografía de un militar. Un silencio inunda el
ambiente, y tú, intuyendo que está por suceder algo excepcional, subes a uno de
los jardines aledaños desde donde puedes observar lo que sucede sin incomodar a
los presentes.
Una trompeta rompe el silencio. El resto de la banda
militar comienza a entonar una marcha militar. Ves como retiran ceremoniosamente
la bandera y se la entregan a una mujer joven. Otra marcha militar suena y
comienzas a reflexionar sobre lo que miras.
Que un nutrido grupo de militares esté presente en aquel
panteón un domingo al medio día, te sugiere que aquel militar murió en el
cumplimiento de su deber. Te estremeces cuando piensas que quizá ese soldado
haya sido una víctima más de la guerra contra el narcotráfico. Y es que hasta
entonces, sólo habías leído de los miles de muertos que ha dejado tras de sí la
batalla contra el crimen organizado, pero nunca te había tocado estar frente a
uno de ellos.
A menudo veías las noticias de los enfrentamientos entre soldados
y los narcos como algo lejano. Ahora, mientras ves ese entierro, sientes que
esa maldita guerra incomprensible ya te alcanzó. Y eso rompe tu tranquilidad.
Tras unos minutos más de protocolos militares que no
entiendes, los soldados se retiran en orden del lugar. Con una sincronización milimétrica
se alejan marchando por el camino en el que llegaron. Cuando pasan junto a las
demás personas que como tú están ahí, todos permanecen en respetuoso silencio.
En cuanto aquel pelotón se pierde en el horizonte un grupo de mariachis comienza
a tocar. Ahora el entierro quedó en manos de familiares y conocidos del
difunto.
Aunque volviste con tus familiares la imagen del entierro
militar no se te ha borrado de la mente. El toparte con un pequeño resquicio
por donde un rayo de realidad te golpeó sin estar prevenido te marcó.
Desde hace unos días, cuando te refieres al ejército ya
no sólo imaginas máquinas de combate, sino a personas valientes y leales que dan
su vida por construir un mejor país, y que como todos, tienen familiares que
cada día esperan que regresen a casa… lástima que sea la muerte la que tenga
que recordarte cosas así.
Lo relatado en
este post ocurrió el 3 de marzo de 2013, en el Panteón Jardines del Recuerdo,
del Estado de México.
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