domingo, 10 de marzo de 2013

Entierro Militar



“Pocas cosas tan solemnes como un entierro”, en eso sueles pensar cada vez que asistes o presencias un sepelio. Sin embargo, nunca habías presenciado un acto funerario tan solemne, como del que fuiste testigo aquel domingo de marzo.

Sucedió hace unos días, lo cual permite que los recuerdos de lo que presenciaste aun estén frescos en la memoria. Ese mediodía fuiste al panteón con toda la familia. Acompañado de primos, tíos y sobrinos planeabas recorrer las tumbas de algunos seres queridos que se te adelantaron. A diferencia de otras veces, en esta ocasión notas algo extraño: hay decenas de militares en diferentes zonas del área de velación. En el estacionamiento también te topas con algunos vehículos verde olivo y te preguntas qué es lo que está pasando.

Una hora después, en una de las áreas del cementerio, vuelves a ver a los militares. Aunque esta vez, están todos formados marcialmente y resistiendo estoicamente los rayos del sol que a esa hora cae a plomo sobre ellos. Frente al grupo de soldados, un hueco recién cavado anuncia que está por suceder un entierro.

Dejas de poner atención por unos minutos. Cuando nuevamente reparas en lo que sucede de ese lado del camposanto, ves llegar a gente vestida de civil al lugar donde ocurrirá el entierro. También notas otro grupo de militares con instrumentos musicales y otros más que portan uniformes distintos, y que intuyes son de otro rango militar.

A lo lejos, una carroza seguida de varios vehículos con las luces encendidas avanza lentamente por el camino. Al llegar a su destino, el ataúd es bajado del vehículo y colocado en una base especial. Un escalofrío recorre tu cuerpo cuando miras una bandera de México cuidadosamente colocada sobre el féretro, y al lado la fotografía de un militar. Un silencio inunda el ambiente, y tú, intuyendo que está por suceder algo excepcional, subes a uno de los jardines aledaños desde donde puedes observar lo que sucede sin incomodar a los presentes.

Una trompeta rompe el silencio. El resto de la banda militar comienza a entonar una marcha militar. Ves como retiran ceremoniosamente la bandera y se la entregan a una mujer joven. Otra marcha militar suena y comienzas a reflexionar sobre lo que miras.

Que un nutrido grupo de militares esté presente en aquel panteón un domingo al medio día, te sugiere que aquel militar murió en el cumplimiento de su deber. Te estremeces cuando piensas que quizá ese soldado haya sido una víctima más de la guerra contra el narcotráfico. Y es que hasta entonces, sólo habías leído de los miles de muertos que ha dejado tras de sí la batalla contra el crimen organizado, pero nunca te había tocado estar frente a uno de ellos.

A menudo veías las noticias de los enfrentamientos entre soldados y los narcos como algo lejano. Ahora, mientras ves ese entierro, sientes que esa maldita guerra incomprensible ya te alcanzó. Y eso rompe tu tranquilidad.

Tras unos minutos más de protocolos militares que no entiendes, los soldados se retiran en orden del lugar. Con una sincronización milimétrica se alejan marchando por el camino en el que llegaron. Cuando pasan junto a las demás personas que como tú están ahí, todos permanecen en respetuoso silencio. En cuanto aquel pelotón se pierde en el horizonte un grupo de mariachis comienza a tocar. Ahora el entierro quedó en manos de familiares y conocidos del difunto.

Aunque volviste con tus familiares la imagen del entierro militar no se te ha borrado de la mente. El toparte con un pequeño resquicio por donde un rayo de realidad te golpeó sin estar prevenido te marcó.  

Desde hace unos días, cuando te refieres al ejército ya no sólo imaginas máquinas de combate, sino a personas valientes y leales que dan su vida por construir un mejor país, y que como todos, tienen familiares que cada día esperan que regresen a casa… lástima que sea la muerte la que tenga que recordarte cosas así.

Lo relatado en este post ocurrió el 3 de marzo de 2013, en el Panteón Jardines del Recuerdo, del Estado de México. 

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