lunes, 25 de febrero de 2013

Fiesta Monstruo (o la primera vez que actué como hermano mayor)



1. Mi reunión de gente grande y madura

Julio del 2005. Mi mamá hizo un viaje de una semana con mis abuelos a Costa Rica, Panamá y Colombia. En lo que estaría fuera del país con sus papás, yo quedaría a cargo de mi hermana y de mi perro Margarito. Lo anterior no tenía por qué representarme problema alguno, sin embargo, no contaba con que en su ausencia, las cosas en casa se saldrían de control.

Dejé a mi mamá y a mis abuelos en el aeropuerto un domingo al atardecer. Esa misma noche se me ocurrió invitar a un pequeño grupo de amigos (con los que estudié en la universidad) a cenar al otro día a mi casa. Sería una reunión pequeña en la que habría a lo mucho 10 o 12 invitados.

La noche de la cena pedí varias pizzas, compré refrescos y botanas. La reunión comenzó a las 20:00hrs y terminó poco después de tres horas. La verdad fue una velada agradable y muy tranquila. Después de ver el éxito de mi reunión, Lucia (así se llama mi hermana, pa’ los que no sepan) me dijo que quería hacer un evento similar al mío. Se me hizo justa su petición y acepté con la condición de que su fiestecilla también fuera algo muy sencillo.

2. La fiesta monstruo, y mis ganas de hacer chis en piyama

El siguiente viernes por la noche fue la fecha que eligió para su cena. Mientras esperaba que llegaran sus invitados, me puse a ver la televisión (recuerdo que esa noche jugó México vs. Sudáfrica). Ya iban a dar las 10 de la noche y aun no llegaba nadie. Cuando comenzaba a burlarme de Lucia por el fracaso de su convocatoria, sonó el timbre. Ahí me llevé la primera sorpresa: cinco muchachos ataviados de manera extraña irrumpieron en casa y se sentaron conmigo en la sala. Estos jóvenes vestían de negro, tenían el contorno de los ojos pintados y peinados punks.

Sabrá Dios qué eran, pero la verdad me dio miedo.

A la primera oportunidad me escapé a mi cuarto para poder ver el resto del juego sin tener como compañía a esos jóvenes terroríficos. Me puse mi piyama y cerré con seguro, no fuera a ser la de malas.

Poco a poco iba escuchando que sonaba el timbre. Una, dos, tres, cuatro veces. Voces y más voces. Una hora después escuchaba ya demasiada gente. Debo confesar que me andaba de la pipi, pero salir en piyama y toparme con tanta gente desconocida me intimidaba. Los invitados y colados seguían llegando. Incluso en algún momento había personas platicando afuera de mi cuarto. Escuché varios chismes de personas que ni conocía, lo cual al principio me divirtió pero luego terminó aburriéndome.

Empezó la música de rock a todo volumen. Risas por aquí y por allá… y yo miándome. Estaba a punto de abandonar mi cuarto e ir al baño sin que me importara el qué dirán, cuando a lo lejos escuché el siguiente comentario.

- ¡Ya se tapó el baño!

Deseaba morir. ¿Y ahora qué iba a hacer? Incluso hasta busqué una botella y pensé en llenarla con mi chis. Deseché la idea. Me quedé más de una hora tirado en el suelo apretándome ‘aquello’ y rogando que la fiesta terminara. Cosa que no pasó. ¡Hasta llegó mi prima Male! Esto último al final fue una bendición, ya que ella le ayudó a Lucia a destapar el baño.

En cuanto escuché que el baño servía nuevamente no lo pensé dos veces. Salí corriendo de mi cuarto hacia el baño. Una vez dentro vacíe mi vejiga y fui feliz por unos placenteros segundos. Después vi que el piso del baño estaba todo mojado y olía muy mal. También reparé que estaba en pijama pero pues ni modo, era mi casa y yo podía estar como quisiera.

Decidí no ser tan antisocial y bajé a la sala. Entonces encontré un escenario apocalíptico. Todo lleno de gente: darketos, malvivientes, fresas, rockeros y hasta mis amigos Rodrigo y Huriat, que nunca supe qué hacían ahí. La mesa llena de botellas alcohólicas, una densa nube de humo de cigarro cubriendo el ambiente y el piso lleno de palomitas de maíz y colillas de cigarro.


Platiqué un rato con Rodrigo y Huriat. A pesar de mi piyama y de estar rodeado de pura gente rara ya no me sentía tan extraño. Dos horas después mis amigos se fueron. Mi casa estaba en un estado deplorable y aun había mucha gente. El colmo fue que incluso había jóvenes que por celular seguían hablándole a más gente “para que le cayeran a la peda”. Ya eran las cuatro de la madrugada.

Decidí aplicar la de salón de fiestas y me puse a recoger las cosas. Comencé echando las botellas vacías de cerveza en una bolsa, barrí el patio, ordené lo que había desordenado… y entonces caí en la cuenta de que nadie captaba la indirecta. Todos seguían muy felices mientras un pobre diablo en piyama recogía su relajo.

A pesar de que me llevaba el demonio, agarré las bolsas con botellas vacías, me subí al auto y fui a tirarlas a un terreno baldío en una zona deshabitada. Esto con la intención de que no regañaran a mi hermana por el festival alcohólico que había organizado en mi casa. Regresé y sin decir nada me subí a dormir a mi cuarto a las 6 de la mañana.

3. Me volví hermano mayor

Tres horas después abrí los ojos. Ya había luz del sol. Entonces escuché risas, música y platicas. ¡Aun había invitados… a las 9 de la mañana! Bajé con mi cara de pocos amigos y vi a unos 15 muchachos y muchachas muy quitados de la pena en la sala. Con sus patotas obstruyendo el paso, entrándole a sus cubas y fumando. Pasé una vez y ni me pelaron. Entonces decidí comportarme como hermano mayor por primera vez en mi vida… y los corrí.

No recuerdo ni que les dije. Seguramente que ya era muy tarde, que ya era suficiente o que se fueran. El chiste es que los mequetrefes aquellos se hicieron los ofendidos y se fueron. Una vez que ya no había nadie en casa le metí una regañiza a Lucia por su abuso de confianza y la mandé a dormir. Mientras la princesa roncaba, yo pasé toda la mañana y toda la tarde limpiando el desastre. En algún punto del día mi prima Male salió del cuarto de mi mamá (se quedó a dormir ahí) y me ayudó un poco.

A las 8 de la noche del sábado (24 horas después de que empezara “la reuniconcita”) todo estaba como si nada. Debido a mi indignación, no le hablé a Lucia hasta el otro día en la noche, cuando fuimos a recoger a mi mamá y a mis abuelos al aeropuerto. Mi mamá, por cierto, nunca se enteró de la dichosa fiesta hasta años después que rompí el silencio y le conté lo que había sucedido, aunque estoy seguro que nunca ha tenido una idea del desastre en el que se convirtió su casa por unas horas.

Gracias a esa experiencia, aprendí que los hermanos mayores venimos a este mundo a sufrir. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

lucy becerra jajjajajajjajajaja mori de la risaaa! lástima q no estuve en la fiesta monstruo!!!

gabriel revelo dijo...

Ni hablar doña lu, para que veas de lo que te perdiste jaja.