In Memorian, Mario Revelo
Escribir a veces también da miedo. Probablemente por eso
llevo años posponiendo este texto, pues desenterrar un recuerdo tan intenso puede
doler.
Y sin embargo, llegó el momento de hacerlo. Si diez años
después me atrevo a escribir sobre el momento más triste de mi vida es porque
siempre he sentido la necesidad de hacerlo, y es que hay amores que necesitan transformarse
en letras para volverse eternas.
Me dispongo a escribir uno de los textos más complejos de
mi vida, y sin embargo, una parte de mi se encuentra deseosa de comenzar. Va
por ti papá…
1. Aquel 20 de enero, el día que todo cambió…
Lunes. A las 7 de la mañana llevé a mi hermana a la
preparatoria. Como en ese momento aun estaba de vacaciones en la universidad,
regresé inmediatamente a casa. Desayuné algo, barrí la planta baja y vi la
televisión un rato. Durante todo ese tiempo mi papá dormía, por eso no quise
interrumpirlo ni entrar a su cuarto. Cerca de las dos de la tarde mi mamá llegó
de su trabajo, subió a ver a mi papá y entonces me llamó gritando.
Al subir la escena me llenó de pánico. Postrado en su
cama, mi papá estaba casi inconsciente y envejecido, su cuerpo adelgazado al
extremo y lo más aterrador fue escucharlo hablar… sus palabras apenas eran audibles.
Estaba irreconocible. Inmediatamente llamamos a una ambulancia, aunque entre
quejidos él nos pedía que no lo hiciéramos.
La ambulancia tardaba una eternidad, por lo que decidimos
llevarlo nosotros mismos al hospital. Tomé a mi papá entre mis brazos y lo
cargué con una preocupante facilidad… no pesaba nada. No sé cómo le hice, pero
recorrí en tiempo récord la distancia entre mi casa, en la colonia Paseos de
Churubusco, y el Hospital Sur de Petróleos Mexicanos, ubicado por el rumbo del
Ajusco. Esquivé autos y aceleré a fondo, nunca antes he tenido tanta prisa en
mi vida. En el camino mi mamá le marcó llorando a mi tío Alejandro (hermano de
mi papá) para avisarle lo que sucedía.
Ingresamos directamente al área de emergencias. Un grupo
de doctores recibió a mi papá y se lo llevaron para atenderlo. Dos horas
después lo vimos mucho más recuperado y más consciente. Esa noche se quedaría
internado en el hospital para que lo estabilizaran y mi mamá se quedaría con él.
Mi hermana Lucia y yo nos regresaríamos con mi tío Alejandro, quien pasaría a
dejarnos a nuestra casa.
Cuando ambos íbamos a despedirnos de él, un sismo cimbró a
la Ciudad de México.
Después del susto besé a mi papá en la frente.
Lucia se acercó a él. Mi papá apretó suavemente su dedo
pulgar con su mano.
No volveríamos a verlo consciente.
2. Los días eternos…
Al otro día me levanté muy temprano y llevé a Lucía a la
escuela. Tres horas después recibí una
llamada de mi prima Yuli. Me contó que mi papá se había puesto muy grave en la
madrugada y que fue internado en terapia intensiva. La situación era muy grave,
por lo que ponía en mis manos la decisión de contarle o no a mi hermana lo que
ocurría.
Sin pensarlo dos veces pedí que se le contaran todo. Si
yo fuera mi hermana me habría gustado que me hablaran con la verdad, por eso
decidí que no se guardara ningún secreto.
Por la tarde fui con mi hermana y varios familiares al
hospital. Lo primero que vi en la terraza fue a mi mamá viendo el horizonte. Mi
hermana y yo nos acercamos a ella. Nos contó que mi papá podía morirse de un
momento a otro, que durante la noche anterior su cuerpo cayó en crisis y que
fue necesario entubarlo para mantenerlo con vida.
Ahí estábamos los tres, ante una compleja disyuntiva.
Enfrentándonos a un panorama que sabíamos incierto, pero al cual no llegábamos
solos. Muchos familiares llegaron esa noche hasta el hospital. La familia de mi
mamá y la de mi papá nos hicieron sentir más apoyados que nunca. Aquella noche
una y otra vez nos prometieron que estarían presentes para lo que fuera, y así
fue.
Un padre vino a darle los Santos Óleos a mi papa. Los
doctores decían que la agonía no pasaría de unas horas, y sin embargo, aquello
fue el inició de varias semanas eternas. La vida de mi familia comenzó a
transcurrir en el hospital. Debido a que mi papá estaba en terapia intensiva,
nadie podía quedarse con él en el cuarto, pero siempre tenía que haber algún
familiar responsable en el lugar por si se presentaba alguna eventualidad.
Fue en esas jornadas en las que descubrí que mis
familiares (los Revelo, los González) son personas maravillosas. Jamás podré
dejar de agradecerles el que estuvieran al pie del cañón a toda hora. El que a
veces se quedaran toda la noche montando guardia para que mi mamá, Lucía y yo
pudiéramos ir a casa a descansar.
Días después mis vacaciones terminaron y volví a clases.
Entonces mi jornada comprendía el estar en el hospital por las noches-mañanas,
y estudiar por la tarde. También en mis amigos de la universidad encontré el
apoyo que necesitaba. Incluso recuerdo que una mañana romí en llanto mientras
hablaba por teléfono con mi amigo Ángel. Aquellas lágrimas fueron las primeras
que derramaba desde que mi papá se encontraba en el hospital.
3. Lo que nos llevó hasta ahí…
Tantos días en el hospital hacían que recapitulara cómo
fue que habíamos llegado a la situación en la que nos encontrábamos.
Todo comenzó cuando tras años de tener distintos
padecimientos, a mi papá se le diagnostico insuficiencia renal. Debido a que
sus riñones dejaron de funcionar, fue necesario someterlo a un tratamiento de
diálisis. Afortunadamente, meses después se habló de la posibilidad de
practicarle un transplante de riñón. Mis tíos Jorge y Alejandro, así como mi
mamá se ofrecieron como posibles donadores. Yo mismo lo habría hecho pero
entonces era menor de edad y legalmente no me estaba permitido.
Tras realizar varios análisis, se llegó a la conclusión
de que el candidato más viable era Jorge. Meses después, tras una operación que
duró horas, mi papá volvió a la vida gracias a la generosidad de su hermano.
Por ese maravilloso gesto de amor, mi papá vivió otros cuatro años con una
calidad de vida más que aceptable.
Desgraciadamente su cuerpo terminó rechazando el órgano
transplantado y trayéndole complicaciones de salud que muchas veces se guardó
en silencio. A finales del 2002 y principios del 2003 su salud se vio muy
mermada, cada vez se debilitaba más y las fuerzas lo abandonaron hasta que
llegó esa fatídica tarde en la que tuvimos que llevarlo de vuelta al
hospital.
4. Llorar por amor
Durante ese período hubo varias cosas que aun me
conmueven. Una de ellas fue ver el dolor de los demás. Observar a muchos de mis
familiares preocupados e incluso llorando por lo que estaba pasando me daba
orgullo. Quizá suene egoísta o ridículo, pero ver que tanta gente quería a mi
papá me hacía sentir muy feliz de ser su hijo.
Recuerdo también la fortaleza de mi mamá. Siempre supe
que era fuerte, pero fue en esos momentos cuando realmente entendí que está
hecha de acero. A pesar de que tenía a su esposo debatiéndose entre la vida y
la muerte, dos hijos, un hogar que sostener y dos trabajos que atender, nunca
se dio por vencida ni flaqueó. No se mostró débil ni un solo instante, al
contrario, todo el tiempo tuvo la cabeza fría para actuar de la mejor manera y
ser amable con los demás. Muchos amigos me han dicho que fue sorprendente la
forma en la que afronté esos eventos. Yo estoy plenamente convencido de que lo
hice porque ella me daba paz y seguridad.
Mi fe entonces aumentó. Diario iba a la pequeña capilla
del hospital a platicar con Dios, y también lo hacía a menudo cuando caminaba o
manejaba solo. A veces los doctores nos daban buenas noticias, a veces malas,
sin embargo nunca dejé de confiar en que mi papá saldría adelante. Aun así, a
Dios siempre le pedí que pasara lo mejor, y si eso era que mi papá se
finalmente descansara sabría entenderlo.
Cuando entraba al cuarto de mi papá (solo, pues en
terapia intensiva sólo permiten la entrada de una persona) platicaba con él. De
futbol, de quién había ido de visita al hospital, de cómo estaba la casa, de
mis amigos, en fin, de todo. Un día tomé una foto donde aparecíamos los cuatro
y la pegué a lado de su cama, para que en los breves momentos en los que abría
los ojos lo primero que viera fuera a nosotros.
Verlo lleno de tubos y maquinas por todos lados me
entestecía pero nunca se lo hice saber. Aun así, estar ahí adentro era
maravilloso. Varias veces mientras platicaba con él, de sus ojos cerrados
salían lágrimas. Esto sucedía cuando le hablaba de lo orgulloso que me sentía
de él, y de que para mí era el mejor padre que podía haber tenido. Esas
lágrimas han sido lo más bello que he vivido en mi vida, aun ahora, mientras
escribo estas palabras mi corazón se llena de una gran paz y me resulta
inevitable contener mi propio llanto. Se puede llorar de amor, ahora lo sé.
5. Esperando a mamá
En algún momento mi abuela materna le comentó a varios
hermanos de Mario, que si éste no se iba a descansar, era porque aun estaba esperando
a su mamá. Me explico: durante todo el tiempo que mi papá estuvo en terapia
intensiva, a mi abuela paterna no se le comentó lo que pasaba.
Mi abuela Irene casi no veía debido a varios
padecimientos de sus ojos. Desde que mi papá ingresó al hospital continuamente
preguntó por él. Para no preocuparla nunca se le comentó lo ocurrido ni que su
hijo estaba en terapia intensiva. Finalmente mis tíos se decidieron, le
contaron la situación y la llevaron al hospital. Pasó al cuarto y estuvo un
rato con mi papá, platicó con él y le tocó la cara. Yo no sé si uno decide
cuándo morir o si verdaderamente esperas a despedirte de tus seres queridos,
pero lo cierto es que un día después de que su mamá lo visitó, mi papá murió.
6. La despedida
En algún momento casi me da gripa, pero me negué a
enfermarme. No podía darme ese lujo debido a que tuve que donar plaquetas en el
banco de sangre, y además, porque si estaba enfermo entonces no podría entrar
al cuarto donde estaba mi papá. Por eso, cuando comprobé que la gripa que me
amenazaba había cedido, volví al hospital. Fue el lunes 3 de febrero. Llegué a
las 8 de la mañana e hice relevo con mi mamá que se había quedado ahí toda la
noche anterior.
Apenas se marchó, aproveché para ir al baño. Andaba
haciendo “lo que todos hacen” cuando escuché que el sonido del hospital
solicitaba a un familiar de Mario Revelo con urgencia. Lo más rápido que pude
me trasladé al área de terapia intensiva. En cuanto llegué un doctor me dijo
que mi papá agonizaba, y que si deseaba despedirme de él, era el momento.
Entré al cuarto. Sólo se escuchaba el maldito “bip… bip…
bip… bip…” de la maquina que registra el ritmo cardíaco del paciente. Ahí
estaba mi papá. Al principio comencé a contarle cualquier tontería, como si
fuera una plática más entre ambos. Entonces noté que sus pulsaciones poco a
poco iban disminuyendo. Supe que sería mi último momento con él. Con la mayor
calma posible le dije que se podía ir tranquilo, que aquí todo estaría bien y que
yo le prometía que haría lo posible porque siempre estuviera orgulloso de mí;
que tanto mi mamá, como mi hermana y yo nos cuidaríamos mutuamente y que le
agradecía por haberme dado la vida. Le besé la mejilla, le dije adiós y le
prometí que nos volveríamos a ver.
De pronto las pulsaciones cesaron. Comenzó a sonar un
extraño ruido y muchos doctores entraron al cuarto. Me pidieron que saliera,
aunque sabía muy bien que mi papá ya no volvería.
Afuera del cuarto le marqué a mi mamá (aun iba manejando
de regreso a casa) y le pedí que regresara porque tenía que firmar algo. Cuando
llegó le dije lo que había pasado y ella comenzó a llorar. No supe que hacer y
me sentí más pequeño e inútil que nunca. Minutos después entró al cuarto a
despedirse de él. Yo aproveché para marcarle a mi tío Miguel (por parte de mi
familia materna) y a mi tío Alejandro (de mi familia paterna) para avisarles lo
sucedido y pedirles que le avisaran a los demás.
Aun hoy, el que mi papá se haya ido cuando yo estaba a su
lado me parece demasiado significativo.
7. Lo que sigue después del punto final
Después todo se volvió raro y vertiginoso. Miguel y
Silvía me llevaron a mi casa para que buscara los papeles del panteón (hace
muchos años compramos un espacio para la familia). Sorprendentemente todos los
documentos de seguros, datos laborales y funerarios estaban en perfecto orden,
como si mi papá presintiera su destino y hubiera dejado todo en orden para
evitarnos molestias. La primera canción que escuché camino a casa fue "Después de ti" de Cristian Castro. Aquella canción no podía estar más apegada a lo que
estaba pasando.
Después vi a mi hermana a la que ya le habían contado lo
que había pasado. Estaba tranquila.
Me recuerdo siendo visitado en casa por mis fieles
amigos, aquellos con los que crecí jugando en mi cuadra. Tan respetuosos, tan
al pendiente de cómo me sentía. Horas después, ellos también fueron al velorio
a pesar de que el panteón Jardines del Recuerdo se encuentra lejos de nuestra
casa y de que al otro día debían ir a la escuela. En las salas del velatorio de
pronto aparecieron mis amigos de la universidad. Por unas horas platiqué con
ellos de cualquier cosa y me sentí más ligero. Si no menciono nombres es porque
no quisiera cometer la grosería de olvidar a nadie de todos los que estuvieron
presentes en esos momentos tan complicados, sólo quiero que sepan que me
ayudaron mucho y que mi vida no basta para agradecerles su presencia no sólo
esa noche, sino en los días y semanas consecuentes.
Pasé la noche entera en el velatorio. Al otro día
enterramos a mi papá. Nuevamente lloré cuando vi descender el ataúd hacia
adentro de la tierra. Fue ahí cuando mi tío Miguel González se acercó y con los
ojos rojos me murmuró al oído “tú papá fue un gran hombre”. Esas palabras aun
resuenan en mis oídos y siempre me hacen sacar fuerzas de flaqueza.
Esa tarde fui a comprar flores para los rosarios que se
llevarían a cabo en los días venideros. Iba sólo en el coche. Entonces un
agradable aire comenzó a soplar, el cielo nocturno lucía limpio y estrellado,
la luna brillaba intensa en el firmamento. Sonreí y me sentí mejor, Mario ya
estaba descansando.
8. Él, que nunca se fue
Pensé que escribir este texto me desgarraría el alma. La
verdad fue todo lo contario.
Han pasado exactamente 10 años de aquel 3 de febrero del
2003, y ni un día he dejado de recordar a mi papá. Puede sonar raro, pero
haberlo perdido no fue tan doloroso como podría pensarse. Sí, lo extrañé, lo
extraño y lo extrañaré, pero de alguna u otra forma siento que nunca me ha
abandonado. Suelo soñar con él de vez en cuando y siempre lo encuentro feliz.
Siempre, cuando contamos anécdotas, varias de sus ocurrencias salen a relucir.
Continuamente me lo recuerdan los demás, dicen que me parezco a él y por si
fuera poco, tengo la certeza de que mi papá y yo nuevamente estaremos juntos
algún día.
A menudo lo recuerdo en gestos y ademanes míos o de mi
hermana, en la música que escucho o hasta en ciertos arrebatos.
Hace 10 años no te fuiste papá, sólo hiciste que te
amaramos aun más. Gracias por no abandonarme nunca y seguir mis pasos desde
donde estas. Con cariño, tu hijo.
11 comentarios:
Conmovedor relato. La muerte es el punto donde todos nos igualamos. Y siempre esta rodeada de misterios que nos dan pistas que existe una existencia espiritual más allá de este mundo terrenal. Te recomiendo la lectura de Jorge Adoum "20 días en el mundo de los muertos" muy buena. Un gran abrazo desde Lima Perú.
Un abrazo Gabrielito. Esta vez me guardo cualquier otro comentario, un texto tan honesto e intiemo será seimpre un buen texto. Gracias!!!
Raúl O.
algo muy intimo,...
como siempre, muchas gracias por compartirlo con tus letras.
Xhaludos!
Que padre que recuerdas con tanto amor y cariño a tu padre. Gracias por compartir.
Un saludo.
gracias hijo, tu papá se fue de lo terrenal pero tengo la certeza de que siempre está con nosotros para cuidarnos y sobretodo amarnos.
te quiero y recuerda que un gran hombre me dejo un gran hijo, estoy orgulloso de ti
SIN PALABRAS... GRACIAS POR TU RELATO TAN PERSONAL.
ANGIE
Jorge: Gracias, buscaré el libro. Un abrazo hasta Perú.
Xhabyra: Gracias a ti por leerlo y como siempre, hacerte presente.
Omar: Te agradezco tu mensaje y el tiempo en leerlo. :) Saludos!!!
Ma: Gracias ma :)
Raulito: Muchas gracias amigo. :) Mi agradecimiento entero por tu comentario.
Angie: Como siempre, un gusto saber de ti y por leer. Un abrazo.
Lucy Becerra
Es muy conmovedor, la muerte nos impacta a los que nos quedamos, y nos damos cuenta de que no volveremos a verlos físicamente, pero la conexión espiritual se incrementa, creo en una vida después de la muerte, creo en que tu papa existe en alguna otra forma, y creo que lo volveremos a ver... creo en el amor creo en la vida (no terrenal) y creo que el nos ama y esta muuuy orgulloso de ti!
Un abrazo, y muchas gracias por compartir!
Aaaahhh maldición!! apenas hoy descubrí tu blog y ya me hiciste llorar!! Sé que todos pasaremos por esa situación en algún momento, espero ser tan fuerte como tú. Un abrazo fuerte :D
lucina: gracias por tus palabras y por siempre estar al pendiente :) qué bueno que lo leíste.
leti: gracias por leerme, que bueno que llegaste hasta aquí. y no hay que llorar, todo pasa por algo y a la distancia se ve mejor.
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